martes, 31 de marzo de 2020

Cifras...






Cifras de dolor y duelo recorren nuestras mañanas,
cifras de rosas negras con pétalos que se desangran,
cifras como puñales que se clavan en las almas…

Cifras frías,  inhumanas.

Cifras que esconde el ocaso  en cabelleras  doradas,
y las  deja que reposen para levantarse al alba.

Cifras que ciegan los ojos al pasarles la mirada.
Cifras  de negras  ausencias  pintadas  en las pantallas.

Cifras como las balas disparadas a distancia,
que  nos cercan y aprisionan.... 

¡Y no queremos  sumarlas!

31 de marzo de 2020


© Margarita Álvarez Rodríguez



domingo, 22 de marzo de 2020

Manos que flores derramen...



Estado de alarma. Día 8

A todas esas manos que están cargadas de vida y esperanza... ¡Gracias!





La primavera ha quedado
prendida de los cristales,
los ojos la atrapan ávidos
por todos los ventanales.

Gente que busca esperanza
teñida de soledades,
gente que busca consuelo
en medio de tantos males.

Allí se viste de blanco
en las camas de hospitales;
allí se viste de negro,
sin besos ni funerales.

Silencios y miedos pueblan
esas salidas fugaces:
por las calles y avenidas
apenas camina  nadie.

¡Ah, sí!  Aún se ve la esperanza
que luz en sus manos trae,
manos de  trino  y aplauso,
que alumbran como fanales.

Manos que extiendan salud,
manos que ayuden y calmen,
manos que levanten sueños,
manos que flores derramen… 


Fotos gratuitas: Pixabay.com

 Una rosa para todas esas personas  que se están yendo sin  tener una flor...

viernes, 20 de marzo de 2020

Palabras sanadoras


A ti, persona desconocida, que estás aislada en un hospital...




Amigo, amiga...

No conozco tu nombre, no te pongo cara, pero eras una persona que me importas, porque sufres en este momento un quebranto de salud,  y lo haces en soledad, y eso es suficiente  para que yo quiera llegar a ti  y mandarte unas  palabras… Tienes familia, tienes amigos, pero, en este momento,  solo pueden ser  una presencia ausente.

Me llamo Margarita, tengo 67 años, estoy preocupada por la situación que estamos viviendo, y, sobre todo, por las personas que estáis hospitalizadas. Yo estoy confinada en casa, aislada de mis hijos y nietos, para colaborar con las autoridades y con todos los ciudadanos, por mi propio bien y el de todos.  

Me gustaría enviarte salud, salud a raudales, pero eso no está en mi mano, en cambio, sí puedo enviarte palabras: palabras de ánimo, palabras sonoras que te  saquen unos minutos de la soledad, para que esta no te genere un sufrimiento añadido. Las palabras  tienden un puente entre el tú y el yo: las palabras pueden sustituir  un  abrazo,  una mirada, una caricia…  Las palabras sanan el espíritu y nos liberan de nuestros miedos.

Te invito a que luches contra la soledad usando  la palabra…  
Y quizá me preguntes: ¿Cómo?  ¿Con quién?  

¿Sabes? Yo he sido docente más de cuarenta años, y cuando un alumno se encontraba mal de ánimo le invitaba a escribir sobre sus emociones, a reflejar en el papel todo lo negativo del presente, a escribir incluso un taco, si eso contribuía a liberar la tensión que lo atenazaba… Pero también le decía que reflexionara sobre lo positivo de la vida. Esas vivencias que están en nuestra memoria, pero que, a veces, no deja aflorar la angustia: ese abrazo que un día recibimos (y que ahora no debemos dar), esa sonrisa, esa felicitación, esas personas importantes en nuestra vida, ese paisaje que un día nos relajó el espíritu…

Seguramente no puedas escribir  (si quieres y puedes hacerlo, yo estoy aquí para escucharte), pero sí puedes contar tus vivencias a lo que tengas a tu alrededor. Sí, a las cosas.  Personifica los objetos, habla con ellos y trata de oírlos. Ellos también te acompañan.  Y la imaginación y la fantasía nos sirven de escudo contra las situaciones adversas.  Habla con esa nube o rayo de sol que se acerca a tu ventana; con esa pared inexpresiva que tienes delante; con esos cables que maltratan tu cuerpo; con ese pijama, quizá un poco descolorido, que es ahora tu traje predilecto; con esa puerta que de tarde en tarde se abre para dejar asomar a una persona. Sí, una persona, aunque  en este momento vaya un tanto disfrazada. (¡Quizá haya estado tan atareada que no sabe que han acabado los carnavales!). Cuéntales tus miedos, tus malestares, tus pequeñas mejorías, tus esperanzas… Y, si puedes, hazlo en voz alta.  Nuestra propia voz también nos sirve de compañía.

En fin, piensa que cuando se esconde el sol y llega la noche es para dejarnos ver las estrellas.  Confía en el personal sanitario y, sobre todo, confía en ti.  Hoy es un día más para seguir luchando. Somos muchos los que pensamos en las personas que estáis en los hospitales.  Pero, ahora, no quiero cansarte más.

Ojalá te hayan llegado  el ánimo y el afecto que van colgados de  estas palabras. 

Estáis solos, pero acompañados. Juntos resistiremos.

Margarita

miércoles, 4 de marzo de 2020

De figuras, posturas y aicciones



Dedicado a mis compañeros de las tertulias culturales de la Casa  de León en Madrid.



No sé si los leoneses, llevados por nuestra contención y seriedad, somos  poco expresivos. Lo que sí es cierto es  que en  nuestro falaje tenemos palabras  ambute  para el lenguaje gestual, que dan colorido a la forma de expresarnos.

Con el lenguaje de la cara hacemos figuras a las que algunos prefieren llamar cigañuelas. ¿Quién  no ha sentido esa sensación de picor que nos incomoda todo el cuerpo y que puede ser consecuencia  de estar agranotados por una brotación? Si la hemos sentido, todos sabemos entonces qué es escomejarse, aunque tal vez esta palabra haya quedado entre las telarañas de la memoria. Se nos re(s)pelizan los pelos como si hubiéramos visto al lobo, si sentimos mucho miedo, y es posible que, en esa situación, sintamos tembluras. Cuando estamos que nos comen los cocos o los demonios (que no sé qué será menos dañino), o sea, muy nerviosos, lo manifestamos en gestos y movimientos variados. Y aunque sea  sin causa especial,   hay personas que están, durante el día,  siempre haciendo gestos o movimientos, porque no tienen jacia,  y, por la noche, andan de cereros.

Cuando esos gestos son exagerados   hacemos esparavanes o (es)parajismos y, si van acompañados de voces  o alaridos, nos convertimos en  unos  ajagüeiros. Si es un dolor físico el que nos hace gritar, estamos conjugando el verbo agrayar sin  necesidad de conocimientos gramaticales. Lo mismo le pasa al guaje que está enjecoso y se pone a junjurir, hermosa palabra onomatopéyica  para hablar de la acción de sollozar. Mientras junjure también puede dar jipidos, y, si así no consigue hacerse notar, empieza a llorisquiar para pasar después a  esberrizarse,  llorando ya desaforadamente.  También podemos usar boca y lengua para otros gestos. Si nuestra boca abierta produce ruidos estamos rucando, pero también la podemos abrirla de forma más sonora para  dar cantaridos y jujear mientras lanzamos ese famoso ijujú leonés con que se terminaban las canciones en las  fiestas. Y todos hemos sentido alguna vez esa sensación de ahogo angustioso, que mostramos con gestos llamativos, cuando nos  empapizamos o nos atragantamos con un alimento y estamos a punto de  añusgarnos.

En ocasiones, ponemos cara de mosquita muerta, mientras  buscamos que nuestras  angulemas nos sirvan de pretextos. ¿Y qué decir de la bella palabra leonesa requisconcio, para mostrar acciones fuera de tono? Y con requisconcios  formamos un espolín cuando nos enfadamos mucho por estar de mal gerol. 

Achisgamos por las rendijas o ventanas, si somos personas  muy cuzas. Y ponemos calificativos a las personas  que tienen alguna particularidad o problema físico que puedan ir asociados a algún gesto peculiar. A los estrábicos, que renguean al mirar, les llamamos ñisgos  o miracielos. Al que ve mal y aprieta los ojos para intentar concentrar la mirada le llamamos cegarato. El que ve por un solo ojo es un biluso. Los gangosos son llamados  zazos;   y los tartamudos, zarabetos. Los zurdos, zocatos.  Del que se le caen las cosas de las manos se dice que tiene manos de queiso. Al que anda torcido le llamamos rancollo. El que siente los miembros rígidos se pone  reco. En cambio, algunos mueven excesivamente las caderas con su rengue, rengue, rengue y otros, con sus pasines cortos, van tiquitiquitiqui y, sin necesidad de coger el dos o el pendín o de aguantar mucho, dando muchas zacuetas, llegan lejos. 

También tenemos gestos relacionados con el  andancio, pues, cuando nos ataca, esperriamos, tenemos   tosedera asgaya  y  sorniamos o  esmormiamos los mocos de nuestra mormera. Y cuando  el funcionamiento del aparato digestivo no es el deseable y nos notamos implados, entumbanidos o entelados, nos movemos de forma inquieta, por  sentirnos disgustados. No sería extraño, en esa situación, ver a alguien cercano arrugar la cara y la nariz solo para determinar de dónde viene ese olor desagradable que llamamos  tafo y que puede ser debido  a que nos hayamos  jiscado, de forma sonora o silenciosa, y huela entre siete paredes.

Usamos manos o pies para encalcar algo o petamos si damos golpes con los pies en el suelo o con las manos en una puerta para picar. Ponemos juntas las manos en forma cóncava para coger una embuciada de algoSentimos que nos esgañan o agañotan si nos agarran por las gorjas, espataleamos cuando movemos las piernas violentamente,  nos estirazamos o estingarramos cuando nos extendemos en el suelo con piernas y brazos separados y nos espernancamos o escarrajamos cuando las abrimos de forma exagerada. Hace años la postura de hombres y mujeres para montar en una caballería era diferente. El hombre montaba a la escarrajeta, con una pierna a cada lado del animal, mientras la mujer, para preservar  su virginidad, lo hacía pudorosamente a patas cajinas, con las dos piernas hacia el mismo lado.  

Algunas formas de ser y comportamientos también se muestran en los gestos o movimientos que los acompañan. Los tarolos y los trafulleros no saben hacer las cosas amodín y actúan como si tuvieran azogue. Atrafallan o zarapallan, porque son unos cagaprisas o porque  son chavascones o trafallones. En algunos casos, por sus gestos, parece que no están cabalentes.

Los regañones o rumiacones, que  tienen mal focico, con gesto sistemático de protesta, muestran sus relampagucias  referviendo, reguñendo o gorgutiendo.  Los hay tan  farfantones o faroleros que, muy farrucos, en lugar de protestar directamente se dedican a repichulear. ¡Para chulos ellos! Ya la palabra nos habla bien a las claras de sus gestos y actitud.

Pero también sabemos mostrar gestos más amables. Sabemos afalagar, con la mano y la palabra. A veces, incluso,  nos convertimos en  zalamerones y usamos esos gestos difusos, las angulemas, para mostrar la actitud zalamera. También sabemos hacer gayolas, como gestos de burla.  Y, si se trata de un niño,  las  caricias que da  o recibe nos suenan a   jerigoncias. De quien le gusta jugar con la comida o la bebida  sin ingerirla, decimos que hace juarapias. En cambio, el que  muestra con evidentes gestos de ansiedad, su deseo de conseguir una comida o bebida es un gulismero y quien directamente se apodera con ansia de lo ajeno  es un lamb(r)ión.

En algunas ocasiones, un esfuerzo excesivo se refleja en los gestos que hacemos con la cara o los movimientos del cuerpo.  Así, movemos la cabeza mientras nos la escalabaciamos para tratar de resolver un asunto. También hace mella en nuestra cara y cuerpo  el excesivo cansancio que nos deja  almondrillados. Entonces,  nuestro cuerpo se desmadeja y nos  muestra esfrayados o esmortiados.  Si además de cansancio sentimos mucho  calor y lo mostramos al respirar agitadamente, estaremos afaronados.  El aturdimiento nos aturulla. Y el ser cobardes  o el estar represos ante una duda, con la mirada perdida, nos puede mostrar tan inactivos que parece que estamos apamplados.

Y si estamos en Babia o somos morugos, panorros, mampirolos, mazámpilos, fatos, molondros… quizá solo nos quede dirigir nuestra vista a un  lugar o a unos seres extraños y acabemos mirando p´a  las a(l)pabardas  que son nuestras peculiares musarañas leonesas (artículo sobre el origen de este dicho). En ese momento, con unos ojos como platos, sí que parecemos amormiados. O zamurdios, si somos muy callados. Si además estamos tristes o desganados nos sentiremos amurniados. Y hay que prevenirse ante los que hablan poco y son musines o musguines, porque actúan al sosquil y  las matan callando, y también  ante los que van con la cabeza gacha, pues,  según se dice, miran mucho la bragueta para ser buenas personas.

Tenemos palabras para indicar movimientos o posturas que adoptamos con el cuerpo.  Si empujamos a alguien lo estamos emburriando, si estiramos mucho el cuerpo para alcanzar algo, nos espurrimos. También podemos contorsionar el cuerpo para pujar por algo. El estar albentestate, especialmente en el abesedo, y en días muy fríos, nos puede dejar  entumidos de frío y con tiritaina, y eso nos llevará a esfurrilarnos acurrucados cerca de la lumbre o a encogernos. Ya encogidos, podemos adoptar distintas posturas, desde la de estar enganidos, engarabidos,  engurriados o engorrinados  hasta la de encurujados. Y más se agachan todavía   los escricados o esclicados que están en cuclillas. El que está esriñonado o derrangado parece que se descoyunta al andar, como si fuera un tanganiello. Algo parecido le ocurre al que, por estar esfambriado o esgañado adelgaza mucho y se queda esgalabiado o  esgalichado. A los que creen que todo es una risión  se les puede descajillar la mandíbula y el que salta al pimpiricojo para divertirse se puede acabar escadrilando. No le ocurre eso al rejilete o rejileto, que anda siempre de forma erguida y garbosa.

También pueden terminar mancados los que andan a baltos en broma y después se ponen de morenas,  pasando de bromas a veras, para terminar agarrados por no filar bien o por hacer caso de los entrizaperros que los asusañan. ¡Vaya aicciones! Los hay, en cambio, que prefieren estar quietos, acuchados en los brazos de alguien que los ha cogido arrujas. Otros optan por  estar de pie, en actitud de vigilancia. Son los que están de espeto (romero) en la calle, en actitud de folgazanería y de chismorrero.  Y, por el contrario,  están los arremangados, siempre activos,  o los que son tan  furiñas que siempre están trabajando. Para terminar, recordamos los gestos de las personas presumidas que se atusan el pelo y se miran y remiran, son los relambidos,  que si son niñas muy pispas se convierten en perejilas.

Y como ya me abulta suficiente lo dicho, dejo  el tema  para  no terminar  amoirando a los lectores, y que pierdan el equilibrio  y midan el suelo con una jostrada. 





Nota: Si has llegado aquí, amigo lector, has tomado contacto con más de ciento cincuenta palabras o expresiones leonesas, marcadas en cursiva en el texto. Todas se usan en algún lugar de la provincia de León,  aunque  pueden presentar variantes u otros términos para el mismo concepto, según las zonas del ámbito lingüístico leonés,   

La mayoría  están presentes en la fala omañesa y  recogidas en mi  libro El habla tradicional de la Omaña Baja y también  en los diccionarios del Léxico del leonés actual de la profesora Janick Le Men, en misma forma o en alguna variante. Algunas, asimismo,  están presentes en el diccionario de la RAE (DLE), en el que  están marcadas como leonesismos.

Obra publicada en 1925.
Reeditada por la Diputación Provincial de León, 1987
Diccionarios de leonés de J. Le Men (preciado regalo de mi hermana T. Álvarez)











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