jueves, 23 de octubre de 2025

Reseña: "Cordillera", de Marta del Riego Anta




Género: novela

Editorial: AdN

Páginas: 411


        Reseña

          Cordillera, de la escritora y  doctora en periodismo Marta del Riego Anta,  es una novela de una plasticidad abrumadora.  En ella las palabras y las frases emiten sonidos, por lo que  la leemos y la escuchamos a la vez. La obra se  convierte en  una auténtica pieza musical. Comienza por un capítulo titulado Obertura, que nos alerta ya de ello con esa terminología musical, y  la ejecución de la pieza  continúa a lo largo de los capítulos siguientes. Los  sonidos   nos envuelven, de inicio a fin,   como la banda musical de una película, cuya música se adapta a distintos  tempos, según las situaciones.

            Estamos  ante una novela de ecos, que tal vez   sean la propia esencia de la narración,   ecos que llegan a nosotros desde un inicio impactante: Resuenan los golpes con la palma abierta, cinco golpes resuenan. Resuenan. Resuenan en tu cabeza.  ¿Qué golpes son esos que “re-suenan” y “re-suenan” y que nos arrastran  hacia la búsqueda del origen de ese sonido misterioso? ¿Quién ese tú que parece que interpela también al lector y lo introduce en la narración y en el enigma? Mucho más adelante sabremos que esos golpes tienen que ver con el sonido de un pandero, un sonido ancestral de la tierra que  se desprende de las manos de la protagonista. La autora nos hace llegar, además, los ecos  del pensamiento de los personajes,  a través de frases repetitivas  que se intercalan en la narración y que funcionan como una especie de estribillo. Esas repeticiones  nos transmiten también la obsesión u ofuscación de un personaje ante un asunto concreto. Son un recurso estilístico esencial para realizar una intensa introspección  psicológica de los protagonistas. Y los sonidos externos que emergen  de esa Cordillera Cantábrica, en sus dos vertientes, leonesa y asturiana,  también resuenan en los oídos del lector.

            Así pues, los lectores escuchamos con atención la vida  del  paisaje y del paisanaje: sonidos de  animales,  ramas que se mueven,  pisadas, conversaciones, canciones que enraízan las personas en la tierra… Se oyen los suspiros de la noche, el  cárabo  o la coruja  que ululan lastimeramente en la oscuridad, el tintineo de los cencerros o  de unas llaves fatídicas, el sonido de las campanas que tocan a rebato. Primero,  oímos el tañido de la campana grande: dong, dong, dong… Y después,  de la pequeña: ding, ding, ding.…  Además, Marta del Riego quiere dejar constancia de ellos con muchas palabras o sonidos onomatopéyicos: chasquido,  crujido…, sonidos de instrumentos musicales, como   la batería que toca el protagonista: dum, dum, da , dá,  y que trata de silenciar su inestabilidad psicológica,   el del pandero: “pam, parabarán pam pam…”, que nos introduce en la cultura montañesa de manos de Nidia… Se nos habla de la música del acordeón, también instrumento popular en la zona, y se mencionan otras palabras relacionadas con la música. En alguna ocasión  es la propia palabra sonido  la que se repite varias veces en frases paralelísticas, que, por sí mismas, ya tienen sonoridad (pág. 389).  Los esquemas repetitivos,  con frases breves, contribuyen  a acentuar   esa sonoridad narrativa: Aquí antes corría el dinero, aquí antes había una escuela, aquí antes… Aquí antes. Así consigue sugerir más de  lo que  dicen las palabras.

            No podemos dejar de mencionar  al coro, un personaje colectivo que tiene una función muy importante dentro de la novela. Nos recuerda a los coros del teatro griego. Una voz colectiva (en este caso, paisaje y paisanaje)  que apostrofa  a un personaje en segunda persona, actúa como su voz de la conciencia y  nos hace partícipes  a los lectores de una preocupación (o remordimiento) que lo atenaza o  del anuncio de una premonición funesta que genera expectación  en el lector, pues este desearía  conocer  de forma rápida qué mal acecha al personaje: Andas de noche por el bosque, no tienes miedo a nada. Pero mira que un día te pueden salir al camín.   Las frases bíblicas que la madre recita con frecuencia, a modo de salmodia, tienen también una función moral y anticipatoria similar a la del coro.

          Curiosamente es esta una novela de sonidos y una novela de silencios, silencios de la naturaleza que, en ocasiones,  parece meditar y   del paisanaje que está en contacto con ella y que vive en un pacto de silencio para silenciar las “miserias” colectivas que tienen que ver con su forma de ser y de vivir. También se busca el contraste  entre el silencio del mundo rural y el ruido urbano del que han huido sus protagonistas. Los habitantes de ese pueblo de Cordillera son personas parcas en palabras, que tienen dificultad para expresar sus emociones, pero muy reflexivas, por ello en sus silencios  se oyen a veces hasta los engranajes de los cerebros,  en palabras de la autora. Nidia llega asegurar que ella habla poco, porque solo lo hace con las ovejas y la naturaleza.

            El estilo  narrativo tiene que ver con esos sonidos y  silencios. La autora usa una sintaxis de frase muy breve, en ocasiones, de estructuras puramente nominales, que, lejos de dar sensación de falta de cohesión, lo que hacen es concentrar aquello que se quiere contar, reduciéndolo a lo esencial: Mina, tiro, muerte. Cada palabra parece un aldabonazo que  alerta al lector y acentúa  el dramatismo del momento. Este estilo, por una parte, es un elemento también de musicalidad, teniendo en cuenta las repeticiones presentes de palabras y de estructuras sintácticas y la propia frase breve, y, por otra, quizá trate también de expresar esa personalidad lacónica de las gentes de la montaña leonesa. Es evidente que ese tipo de sintaxis tiene aquí una voluntad de estilo, aunque también puede tener alguna influencia del lenguaje periodístico.

        En esa plasticidad total de la novela,  nos envuelven  también otras sensaciones. Captamos múltiples olores: el de los  osos, los perros, las ovejas, las personas y de otros varios elementos de la naturaleza. Olemos la comida que  se cocina y que  se come, la fruta de los árboles… Las sensaciones táctiles  también nos llegan con frecuencia: la textura de la lana de las ovejas, la piel del oso, la gelidez del invierno… Contemplamos los cambios de los colores del paisaje al compás de las estaciones: de la multicolor primavera a los verdes pastos del verano y  de los dorados otoñales   al blancor de la nieve invernal.

            La novela está narrada en primera persona, lo que nos lleva a identificarnos más con el personaje-narrador, y a varias voces. Narran los tres protagonistas esenciales, que se van alternando en la narración, aunque no con una pauta fija.  Una de las voces es la de  Nidia, la pastora trashumante  y personaje central; otra, la del biólogo que llega a una pequeña aldea del noroeste de León  (en Laciana, Babia o Luna) para estudiar el comportamiento del oso y, la tercera, la de un personaje no humano, una osa personificada, que habla menos veces y con parlamentos breves, pero que tiene un protagonismo esencial. En esa  narración con técnica autobiográfica se introducen a veces reflexiones en las que el personaje desdobla su personalidad  y dialoga con su otro yo, presentado como un tú que apostrofa al personaje, lo mismo que hace  el coro.

            Nidia es  una mujer fuerte, de apariencia ruda, aunque culta y gran lectora, que defiende con tesón su dignidad de   mujer y de pastora trashumante que pretende seguir la ocupación  de su padre.  En ese intento tiene que enfrentarse a los peligros de la  propia montaña y  a la desconfianza, a veces cruel, de la gente de su propio pueblo que no la ve capaz de seguir con esa dedicación de sus antepasados. Es una mujer que ha realizado estudios universitarios y que rechaza la posibilidad de quedarse a trabajar en la universidad para volver a vivir en contacto con la naturaleza, porque asegura: Era lo que me gustaba: ser montaña. Y la mujer montaña la llama la autora al encabezar cada uno de los capítulos en que Nidia actúa como narradora. En el mismo pueblo tiene como antagonista a la persona de Evelio, un ser violento, que se cree superior por ser hombre, y que, como no puede doblegar la voluntad de Nidia, intenta varias veces doblegar su cuerpo, mediante violencia física y sexual. Y en otro lugar cercano vive Urraca, una mujer veterinaria, amiga de la protagonista, pero que termina transformándose en su peor enemiga, llevada por  la pasión, los celos y una cierta condición “salvaje”.

        El segundo personaje clave es el biólogo que se asienta en el lugar, esa aldea remota del norte de León, para realizar su estudio.  Se llama Darío, pero la autora lo presenta como el hombre del bosque, una persona que ha entrado en la senda del oso y será para él un camino de difícil retorno y de enfrentamientos  por la hostilidad del mundo rural que lo rodea y por la desconfianza de Nidia.

       Y un personaje esencial  es esa osa que protege a sus oseznos (esbardus) de las asechanzas de la naturaleza y de los humanos. La osa aparece de forma directa como coprotagonista y nos muestra  en primera persona sus temores. Quizá ella sea la auténtica protagonista, porque  su existencia desencadena  filias y fobias en el resto de los personajes. Es curioso cómo interpreta  la realidad desde su mundo de osa: habla de los animales humanos, de sus guaridas, de  los ruidos que producen sobre un camino  duro y gris… Los animales humanos la vigilan y ella los vigila a ellos. Sabe bien que en aquella Cordillera han sido siempre enemigos.

          Marta del Riego presenta a la perfección el mundo de la montaña leonesa, su forma de vida, su cultura,   su lengua, sus aspiraciones y frustraciones: sus luces y sus sombras. La historia de una tierra que dejó la ganadería para ir a la mina y, cuando se cerró la mina, emigró a la ciudad. Queda patente el problema de la despoblación con sus males añadidos: población anciana, deficiencia en los servicios de todo tipo, aislamiento por nieve… Está presente esa lucha  paradójica a favor y en contra  de  la naturaleza para defender su forma de vida tradicional. Aparecen los intereses encontrados entre los científicos que velan por la supervivencia de especies como el lobo y el oso y la lucha contra ellos de los ganaderos por los daños que les provocan. También aparece la lucha entre los propios montañeses cuando se trata de aceptar u oponerse a la instalación de las eólicas. Unos ven en ello agresión a la naturaleza y el fin del pastoreo, porque siguen creyendo que los animales son más dignos de confianza que las personas y otros consideran que los ingresos llegados por esa vía pueden sacar a los pueblos de su miseria. Todas estas tensiones, más otras relacionadas con los afectos, las pasiones y los instintos, desembocan en hechos trágicos que la autora nos presenta con una belleza sobrecogedora porque el bosque no tiene nada de romántico, la  fuerza de  la naturaleza es implacable.

        La novela comienza la narración “in medias res”. Se inicia con  el encuentro de un cadáver por parte Nidia, cadáver que  no reconoce inicialmente. A partir de ese hecho inicial, la autora hace un flash back para contarnos cómo llega al pueblo el biólogo en primavera, su proceso de investigación  sobre el oso y la relación de desconfianza con las gentes del pueblo que siempre ha visto en el animal un enemigo.  Pero tenemos que esperar a  la fiesta del pastor de Barrios de Luna, en el mes de septiembre ya mediada la novela para que la acción vuelva al punto de partida y se nos dé cuenta de quién es el muerto. A partir de ahí la acción avanza linealmente, con con  alguna breve mirada retrospectiva,  hasta   el desenlace final.

      Además, en la novela aparecen,   como sembradas, docenas de palabras o expresiones en patsuezu, la variante del leonés que se habla en la montaña occidental leonesa, especialmente en la comarca de Laciana. Es un guiño de la autora a la cultura leonesa, dentro de la cual se educó, y contribuye a dar más veracidad a lo contado. Palabras como esbardus, podre, caíanse, presta, camín, lloubus, muyeres, panadeirus, tien que dir a pata…  Dentro de  ese estilo de  frases escuetas y guiños al leonés coloquial, la autora nos regala con frecuencia imágenes muy bellas. Dice del puente sobre el embalse de Luna que es como el costillar de un corcel gigante, los ojos de Darío cuando lucha contra la muerte por congelación eran como dos polillas de armiño con las alas blancas,  las nubes tienen una panza de yegua preñada… 

            La novela Cordillera, de Marta del Riego Anta, es una novela que atrapa al lector de principio a fin, que lo inquieta, que lo conmueve, que lo hace introducirse  en ese mundo duro  de  tensas situaciones dramáticas  y  “dolerse” de ellas  como un personaje más. El  lector  queda subyugado  por esa Cordillera que arrastra con su fuerza telúrica a  los personajes  y los zarandea entre el amor y el odio y la esperanza y la desesperanza, que ejercen una fuerza destructiva sobre ellos, en ocasiones, difícil de vencer. Y todo expresado con un estilo innovador, que nos presenta una realidad ora de forma impresionista, ora de forma expresionista, pero siempre con  gran belleza literaria.

            Mi lectura termina aquí...  Si desean  disfrutar  de la lectura de una gran novela, abran el libro y lean.  Si desean sentir  el poderoso rugido de Cordillera, abran el libro y escuchen.


     ©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga





martes, 26 de agosto de 2025

¿Sigue alguien ahí?



El murmullo del río acaricia mi cara,

de su fluir me llegan sonoras palabras,

las siento muy cerca, quisiera apresarlas,

pero son huidizas y se escapan raudas.

Las llamo… Y las llamo…

¡Las silencia el agua!

Me arropa el entorno y me diluyo en su calma,

en una belleza apenas hollada.

Las ramas se mueven en armónica danza,

me llegan arpegios de música alada

y en la alfombra verde, que hechiza miradas,

musitan las flores, susurran las plantas.

¿Qué intentan decirme?

¿Qué secretos guardan?

¿Hablarán de ellas?

Yo  escucho… Y escucho…

¡No entiendo su charla!

¿Hablarán del pueblo de casas calladas

y de su memoria envuelta en nostalgia?

¡Sí, sí! De eso me hablan:

de corrales que añoran mugidos de vacas,

de   aperos dormidos que sueñan alboradas,

de cocinas en que no se oyen ecos de pregancias,

de los viejos hornos sin olor a hogazas…

 


Se oxidaron  los cerrojos  que trancaron casas,

en cuyos umbrales almas desterradas

derramaron lágrimas con frío de escarcha.

Yo busco a esas gentes…

¿Sigue alguien ahí?

El silencio es terco, ahoga  mis palabras…

 

Pero pronto  siento  el río, sus suspiros no callan:

su agua es eterna,

y fluye,

          y pasa…

                        llevando consigo dolor y esperanza.

 

Se fueron las gentes a tierras extrañas

buscando sus  mares como hacen las aguas.

Anidaron silencios en calles olvidadas.

¿Sigue alguien ahí?

Nadie me responde.

Y la pregunta se extingue en la nada.

Silencio de ausencias…

Tierra sin personas…

¡España vaciada!

Un sosiego de olvido que todavía nos habla.

 

Casas silenciosas, abrid las ventanas,

ansiosas de sol y lunas plateadas;

no estáis vacías, no estáis  vaciadas;

os habita el eterno  murmullo del agua:

murmullo de vida, inyección de  savia.

¡La voz de Natura siempre esperanzada!


© Texto: M. Álvarez Rodríguez 

© Fotos MAR, río Omaña, en la Omaña Baja

 




 

lunes, 2 de junio de 2025

Reseña del poemario "A propósito de vida", de María Fernández Fernández

 

 

Editorial Granada Club Selección, Granada Costa

Poemario, 106 págs.

Autora: María Fernández Fernández





    María Fernández Fernández  es diplomada en Enfermería y licenciada en Antropología Social y Cultural y, en ambos ámbitos,  ha publicado trabajos profesionales. Ávida lectora de poesía, frecuenta los círculos literarios de Madrid y  poemas suyos aparecen publicados en varias antologías. Es socia del proyecto de  Cultura Granada Costa, donde comparte sus poemas mensualmente.  En el Certamen de Poesía Mística  convocado por  este proyecto cultural   obtuvo el primer premio  con  el poema místico titulado Camino. Y ese es precisamente el poema que abre el poemario A propósito de vida. Se trata de  un texto extenso ─un poema de poemas─ que aparece  dividido en once partes.  La primera    lleva el título  Camino y las otras diez que    siguen  se presentan como etapas del mismo camino y van marcadas   con números romanos ─del I al X─.  Aunque cada uno de esos once textos puede leerse de forma independiente, cobran un sentido pleno si se leen de forma unitaria. Descubrimos a través de la lectura de  los versos  del poema completo el difícil  camino que sigue  alguien que busca  dar sentido a su vida a través de una vivencia de tipo  espiritual.  Ese deseado encuentro con la divinidad  nos recuerda el camino de  las vías místicas de  santa Teresa y san Juan de la Cruz que los  llevaban a la fusión ─al menos de voluntades─ de su alma  con Dios: mis deseos queriendo ser los Tuyos, dice la autora al comienzo del texto.  Para ella el camino para llegar a Dios es un camino de esperanza y también de incertidumbre, en el que pretende encontrar un bálsamo para sus heridas. Persiguiendo ese anhelo decide poner sus pies a caminar.

     La contemplación del sufrimiento del mundo que la rodea  la ha llevado  a  renegar, a veces,  de un Dios que permite el dolor; la ha llevado, incluso, a  dudar de su existencia, pero, para ir a su encuentro, necesita  pedir perdón,   aunque ello la lleve al llanto como manifestación de su arrepentimiento. Su alma  comienza  a sosegarse cuando se da cuenta de que tiene que buscar dentro de ella  a ese Dios que no ve en el exterior: Yo Te busco en mi esencia y Te descubro,   pero  todavía  su caminar es vacilante, pues se mueve entre sombras ansiando una fe que la inunde de luz  (IV). Es arduo el camino, pero  la esperanza  y la confianza  serán el motor para   llegar a esa  auténtica Vida (VII). El amor a los demás y el espíritu de servicio y de entrega serán la auténtica luz que ilumine ese camino de dudas, de rebelión y de sombras: hoy camino Tu Luz / en este, mi sendero / de servicio y entrega.    Y, al fin,  ese sendero la llevará a una unión de voluntades con la divinidad: siento Tu Voluntad… Estamos al final del proceso místico y la poeta encuentra el camino adecuado: conozco las veredas que ilumina Tu Luz, y nos confiesa: Te busqué, te he encontrado… Se han disipado las dudas, la esperanza y la fe la han llevado a la  meta soñada: me embriago de Tu Voz, vivencia  espiritual expresada como una experiencia física, algo característico de la poesía mítica.

    Este poema titulado Camino  es el frontispicio del resto del poemario y le da sentido. Nos recuerda claramente las tres vías de los poetas místicos: el arrepentimiento (vía purgativa), la luz  de la esperanza y la fe, que poco a poco iluminan el camino (vía iluminativa), y el sentirse en comunión de voluntades con Dios (vía unitiva). Pero la autora, que inicia su camino solitaria, poco a poco va incorporando a los demás  a su camino, no es ajena al sufrimiento de quienes la rodean, por ello, pasa del yo, de su experiencia individual, al “nosotros”  y al “ellos”: cuerpos semejantes al mío / heridos, ultrajados…   Esta es una diferencia esencial con los místicos del Siglo de Oro para los que la experiencia mística era una vivencia secreta y solitaria  entre el alma y la divinidad y era ajena al mundo que los rodeaba.  Se puede decir que la poeta le da una proyección social a su experiencia mística, quizá más en la línea ascética de Fray Luis de León, del que incluye una cita  como  preámbulo al poema que nos ocupa.

    Este poemario, además de Camino,  incluye   muchos más poemas de contenido misceláneo.  Se agrupan en  seis bloques temáticos titulados: Tenue bosquejo, Lágrimas en la lluvia, Tocar la meta, rozar el cielo, Orfandad, Melancolía, compañera de viaje y Dicen que es el motor del Universo.

    Los poemas de Tenue bosquejo  son poemas de exterior. Por ellos pasan distintos lugares leoneses, del mundo urbano y del rural, y la mayoría de ellos desprenden un halo de melancolía. Esta melancolía aflora de forma más rotunda  en el poema titulado Riaño. Contemplar el lugar donde el pueblo yace sumergido hace, incluso, surgir el llanto: Aflorarán el llanto y la melancolía / y el sentir que eres nada… Aparecen poemas vinculados a la naturaleza y la autora  nos invita a disfrutar de ella en silencio. Sed discretos, ¡silencio!, nos pide en el poema titulado Al bosque.  En otro poema nos habla de un árbol solitario con el que se identifica y asegura que forma parte de ella.  En algunos versos  se acentúa la melancolía aludiendo al ocaso: Tardes sin fin / días sin alicientes (poema Aflicción), Una última hoja / para el postrer poema de la tarde… (Poema Decidir). En general, habla de aflicciones, batallas vitales, expectación ante un posible mal diagnóstico médico…  Y abundan palabras que nos hablan de esas aflicciones: suspiro, llanto, melancolía, muerte, soledad, silencio…

    En el bloque siguiente, Lágrimas en la lluvia, la autora tiende la mirada hacia lo social. Son poemas  que reflejan una  dura crítica al enriquecimiento  a costa del engaño, a la explotación de los más débiles, a la corrupción… Ante estos comportamientos muestra su decepción  por la ausencia de la verdad  / clamor de honestidad,  como hace en el poema Juzgar.  En el titulado  Corrupción apostrofa a los responsables de la misma: ¡¡¡Temblad!!!, les grita, y les recuerda que su afán por atesorar fortuna llegará solamente hasta la sepultura. Es como un recuerdo de las famosas danzas de la muerte  que mostraban  la igualdad social ante la ella,  o sea, una forma de alertar sobre el   “finis gloriae mundi”. También trata de advertir a los engañados: Solo te quieren vendedores de sueños, para que no escuchen los cantos de sirena. Los débiles son víctimas de  los desaprensivos, de los señores de la guerra y crean un mundo ahogado por pecados capitales. Hiroshima aparece como el ejemplo máximo de la destrucción y el sinsentido de las guerras: Nunca ha habido motivos para matar al mundo / y el mundo está muriendo.  Incluso hay un poema, Despertemos, en que usa la primera  persona de plural para introducirse en la propia imprecación y dar más fuerza a ese deseo compartido de que  surja un clamor de gargantas desgarradas por la angustia… Y el clamor se transforme  en una barrera humana que se mueve… / reclamando justicia, pan y paz. Codicia, Corrupción, Temor, Estampita, Insidias… son títulos de poemas que hacen clara referencia a su contenido e intención.

    En  el bloque Tocar la meta, rozar el cielo recoge poemas en que el tema central es el amor. Ya lo dice en el primer texto: Lo sumo es amar y ser amado /  y a mí me han dado amor / y yo lo he  dado. Pero, en la vida, el amor a veces nos desdeña y la poeta se pregunta por qué seguimos vivos. A pesar de todo, la esperanza de conseguirlo nos mantiene mendigando miradas / suplicando palabras. El amor siempre puede volver como refleja muy bien un poema titulado precisamente Volver y, cuando regresa, parece expandirse a toda la naturaleza que  rodea a los amantes, como también ─y tan bien─ refleja  Bécquer en ese amor telúrico del que habla en la Rima X.    Pero amar es vivir una permanente zozobra como han expresado tantas veces poetas de todas las épocas, en todas las lenguas. El amor nos genera inquietud por miedo a perderlo: Temor, amor  conjugan / la misma melodía, asegura la autora en el poema Solos.

    El siguiente bloque se titula Orfandad. Son poemas que giran en torno al dolor por la muerte de un ser querido. Uno de los más bellos  es el titulado Elegía donde dice: Hoy se apagó tu luz, quedamos ciegos…  Rotundo, breve y emotivo es el poema Obituario. Leyendo el poema titulado Mochila nos viene a la mente la visión quevediana de la vida, una vida  que produce angustia existencial, pues llevamos con nosotros siempre el  último dolor, el del mero existir.  Parece que todo es sueño, que “vivir es ir muriendo”, como decía el poeta del Siglo de Oro. Sin embargo,   en algunos poemas está presente Dios,  un Dios que nos deja ciegos  con nuestro dolor o unos dioses que parecen envidiarnos,  porque, al no poder experimentar la muerte, tampoco pueden experimentar el “carpe diem”. Este bloque se cierra con el bellísimo soneto titulado Estela de ausencia, dedicado a la memoria de una amiga. Reproduzco el primer terceto: Y quedamos aquí, quienes  te amamos /  testigos de tu viaje al firmamento / deudos de corazón de tus reclamos…

    Melancolía, compañera de viaje es el penúltimo  bloque del poemario. El título ya nos sugiere el contenido melancólico de estos poemas, melancolía que  ya estaba presente en poemas anteriores, pero aquí se convierte en esencia: Palabras, sin esperanza, Nocturno, S. O. S., Insomnio, Nostalgia… son títulos bien significativos. El poemario se eleva en estos poemas a una cierta visión metafísica de la existencia,  a la angustia del “tempus fugit”: Duele la vida, asegura, y no se detiene el devenir.  La melancolía se transforma en angustia y se convierte en  su compañera de viaje. Le duelen los días  y ese dolor la lleva a lanzar un grito desesperado que expresa  de forma angustiosa en el poema S. O. S, en el que llega a decir: querer abandonar la vida  y no atreverme. A pesar de ello, se aferra  al amor  y la esperanza  y suplica a sus seres queridos que la salven del abismo.  En  estos poemas aparece el alma doliente de la autora, pero dentro de esa desolación, que refleja muy bien el léxico utilizado, con palabras como doliente, angustia, miedo, sombras, brumas hieles, veneno, abismo, aflicción, remordimiento, sollozo…  hay margen para la esperanza, porque  hay que seguir viviendo y permitir que te habite la esperanza. 

    Por último, aparece el bloque  titulado El amor es el motor del mundo, esa  idea que ya expresara Dante.  El amor, que ya aparecía en otro bloque anterior, se convierte aquí en la esencia de estos poemas: amor de ida y vuelta, amor que provoca  un recelo inicial, tras alguna decepción previa que la ha llevado a la soledad, pero un amor al que al fin se abandona: Amor, amor, amor.  El amor que llama otra vez a su puerta trae esperanza, placer  y conduce a la paz. En varios poemas canta también al amor perdido como hace en el  soneto   Al amor que se fue, que tiene resonancias garcilasianas. Ese amor perdido le produce un desgarro  que la lleva a la soledad, a la decepción: nada llevo conmigo, ni siquiera tu aroma, pero la poeta opta por seguir caminando: Y prosigo el camino / me guían las estrellas.    A pesar del miedo a volver a enamorarse, la incertidumbre, los errores cometidos… parece que ha superado el dolor   y que la añoranza del ser amado es tanta que es capaz de atravesar  caminos de nostalgia  para renacer de nuevo y suplicar al amado que la acepte. Y termina con un poema que es un canto a la esperanza y a la libertad, cuyos últimos versos son: Soy el soplo de vida / que mantiene la esencia / de las almas que esperan / el aliento de Dios. Ese camino vital de amores sentidos y amores perdidos  sitúan a la autora en un mundo trascendente  que la lleva a la espiritualidad del inicio: la necesidad  de   sentir el aliento de Dios para seguir viviendo.

    Desde el punto de vista formal llama la atención el hecho de que un gran número de poemas tienen por título una palabra o un solo sintagma nominal. Este título nominal condensa y acentúa la intensidad del sentimiento expresado en el poema. Es un gran acierto poético. La mayoría de los poemas están escritos en versos libres, aunque también María Fernández nos sorprende con bellos  sonetos. Como principal elemento de ritmo,   además de las enumeraciones y la selección de palabras que tienen una determinada sonoridad, usa con frecuencia el paralelismo sintáctico: En la tarde buscando la noche / en la aurora esperando el día  / en los sueños compartiendo metas  Juega también, a veces con la disposición de los versos de una  manera que  sea significativa. Lo mismo hace con el uso de las mayúsculas.

    Su estilo, en general es conciso, aunque  lo siembra de hermosas metáforas,  a las que a veces  se une el oxímoron: Quizá tu siembra florezca en los invierno.  O  en este ejemplo: Pondré miel  en la hiel, en el que juega también con el efecto fonético: “miel / hiel”. En el inicio de cada apartado recurre la autora a la metaliteratura,  incluyendo   una cita de un poeta célebre: santa Teresa de Jesús, Victoriano Crémer, Dámaso Alonso, Lorca…  Y la completa con  un pensamiento propio expresado en pocas líneas.  Esos pensamientos también  están presentados de manera poética. Podríamos decir que son  breves prólogos poéticos.

    En este poemario, A propósito de vida, la autora  nos habla precisamente de eso, de la vida, del “hacer camino al andar”,   que decía el poeta, de   sus  esperanzas y sus decepciones, de la  miel y la hiel, en definitiva, de que la vida se construye con el vivir y ese vivir, a través del tiempo, nos va dejando una  huella indeleble. Un vivir en que con frecuencia está presente el deseo de trascendencia y en que aparecen diferentes vivencias humanas: el deseo de justicia, el amor, el dolor… Un vivir que es el suyo y el nuestro, por eso sus versos nos  provocan  una  profunda emoción.   La poeta tiende su mirada atenta y sensible  y observa  el mundo que la rodea y lo transforma en palabra poética. Hace real aquello que decía Lorca: “La poesía es algo que anda por las calles, que se mueve, que pasa a nuestro lado. Todas las cosas tienen su misterio  y  la poesía es el misterio que tienen todas las cosas”.   En una  breve nota inicial  la poeta hace una declaración de intenciones sobre la temática del poemario: El embrión de este poemario es el tiempo, y su discurrir a través de mi vida, de las vidas de otros, de la estela que dejan los pasares. Y, sí, ha conseguido mostrarnos la estela que dejan los pasares… Los suyos y los nuestros.


© Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora de Lengua y Literatura

Junio de 2025





domingo, 6 de abril de 2025

Reseña: "La mujer que amamantó a un mastín", de Marcelino Álvarez Sánchez

 

 

           



Género: novela

Páginas: 274

Editorial: La Vieja Era

            El autor, Marcelino Álvarez Sánchez,  nació en Santa Marina del Rey (León). Miembro del Cuerpo Nacional de Policía, ha sido jefe de seguridad de varios ministros, así como de las Embajadas de España en Kabul (Afganistán)  y en Kinshasa (República Democrática del Congo). Compagina su profesión con sus dos aficiones: la Historia de España y la escritura. La novela La mujer que amamantó a un mastín es su primera novela.

            El resultado de la  primera incursión literaria de Marcelino Álvarez Sánchez  es  una gran novela. Y lo es por  hechos  relatados y por la forma de relatarlos. En poco menos de trescientas páginas el autor recorre la Historia de España desde finales del siglo XIX hasta la época actual (2022) siguiendo la historia personal de Petra que sale de su pueblo de Cogorderos, en la comarca  leonesa de La Cepeda,  recién iniciada su juventud, para recalar en Madrid, un mundo desconocido para ella, pero en él  que ponía las esperanzas de un futuro prometedor que la sacara de la miseria y de la desgracia.  Ella y sus descendientes, las cuatro generaciones posteriores hasta  llegar a a su  tataranieto, son un reflejo de grandes momentos de la Historia de España, que van desde las consecuencias  de la Guerra de Cuba y la  Semana Trágica  de Barcelona, pasando por la Dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República,   la Guerra Civil y la posguerra y la época de la Transición,  hasta llegar a la época actual.  Como un telón de fondo esos hechos están detrás de la vida de los personajes de la novela  y los condicionan. 

        Los personajes de la novela  son un fiel reflejo de lo que llamaba Unamuno la  intrahistoria, la vida de la gente silenciosa que con su trabajo hace patria cada día. Como decía el escritor noventayochista: “La vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una hora del sol  y van a sus campos a proseguir  la oscura y silenciosa labor cotidiana”. Marcelino  Álvarez nos presenta de forma clara  esa intrahistoria en personajes como el de Petra y esa familia suya que vive en el campo con una economía de subsistencia, que a veces no llega ni a tal.  Pero también son parte de esa intrahistoria la gente de mayor poder social, que vive de su trabajo y para la que trabajan los menos favorecidos. La Historia ─con mayúsculas─  a veces golpea a todos, como se ve en las consecuencias  de la guerra, si bien es verdad que   de distinta forma.   Uno de los grandes aciertos de la novela  es, precisamente, ese: presentar la vida de la gente del pueblo, tanto de los pobres como de los más adinerados,  en relación con los grandes acontecimientos históricos y, también lo es,  presentar esos  acontecimientos solo como un esbozo, puesto que no son lo más importante de la obra. Son un marco, un telón de fondo, necesario, pero no nuclear, pues el centro  de la narración  es la historia de los personajes, por ello, es una novela "en la Historia", sin ser la típica novela histórica, hecho que, a mí juicio, le añade valor literario. 

                Es  muy  llamativo  también el título de  la novela. Un título que no es una metáfora que busque llamar la atención del lector ─aunque sí la llama─, sino un hecho que aparece en la novela cuando la protagonista, recién parida y separada de su hijo, tiene que usar una  cría  de mastín para que  succione  la leche de sus mamas llenas de leche  y doloridas. 

               Previamente, la vida de  Petra,  hija de una familia muy humilde, sin haber estrenado aún su juventud,  ha pasado  por  momentos muy dramáticos, pues ha sido violada   por el hijo  del propietario de una fábrica astorgana en cuya casa sirve, ha quedado embarazada a resultas de esa violación, ha sido expulsada de esa casa al conocerse su embarazo y  ha tenido que esconderse en casa de sus padres ante el señalamiento de sus vecinos…  Todos estos hechos, tan desgraciados para la protagonista, son narrados  por el autor  ─sin perder un ápice su dramatismo─ con gran sensibilidad  y hasta una cierta ternura, lo que lleva a los lectores a identificarse emocionalmente con la protagonista.  El autor refleja con realismo esos momentos,  que impactan mucho en el lector, pero huyendo del morbo. Lo mismo hace al relatar otro momento muy crudo de la novela desarrollado en Kinshasa, relacionado con una mujer sometida a todo tipo de vejaciones y crueldades, y  que conoce  su tataranieto un siglo después, de boca de otro personaje que dice haber vivido los hechos.  También aquí el autor consigue conmover al lector, pero huyendo del sensacionalismo.

                El personaje de Petra, la auténtica protagonista de la novela, no deja a nadie indiferente. Es el símbolo de una mujer  pobre  y desvalida que quiere salir de ese mundo  sórdido en el que vive, que pasa por momentos muy duros que tiene que  sufrir en silencio, pero,  con tesón y fortaleza de ánimo,   se convierte en un ejemplo ético para la gente que vive a su alrededor. Petra es un personaje no solo creíble, sino que rezuma verdad, por ello, el lector lo siente muy cercano y se deja atrapar por él.    Es un  personaje lleno de matices: alguien que ama y que odia, débil y fuerte, lleno de miedos y certezas, de trabajo  y silencios. Es  uno de  esos personajes    que la teoría literaria llama esféricos, para diferenciarlos de los personaje planos o arquetípicos.        Su tataranieto, Luis Alfonso, el otro protagonista, también es un personaje bien perfilado. Parece algo simbólico que  este joven estudie Historia, ya que, en alguna medida es  parte de la Historia  ─por  ser una víctima de ella─  y de la intrahistoria, por ser parte del pueblo llano.  Quedó huérfano a los tres años, porque su padre, policía, fue asesinado por ETA, y eso es triste Historia de España que han vivido las víctimas de la intrahistoria de la que hablaba más arriba. 

               Las descripciones  de los personajes son breves, pero con el uso de unos  pocos adjetivos, muy precisos y acertados, y algunas imágenes nos hace entrar también en el interior de los personajes secundarios, tanto del mundo de los  “criados” como del mundo de los “señores” y, además, con la propia técnica  narrativa que usa el autor se definen también sus personalidades.  Con una breve enumeración logra, a veces,  presentarnos rasgos sociales y psicológicos de los personajes, como lo hace  en esta frase en  que   parece hablar de una sola persona y, en realidad, está describiendo a dos:   “Doña Victoria, su ama, su amiga, su confidente”…

            Un  valor literario  de la novela es su estructura interna, la forma de organizar la narración, que es un tanto compleja. La novela comienza cuando Petra se dispone a coger un tren en Astorga  para viajar a Madrid y romper con el pasado.  A partir de ahí el autor usa el flashback para contarnos los hechos anteriores de la vida  de Petra que la llevan a coger ese tren que la aleja de su familia para siempre y de sus tragedias personales. Cuando la narración vuelve al mismo punto  y lugar ─la estación de Astorga─, se cierra el primer círculo narrativo. A partir de ese momento la historia de Petra avanza de forma lineal  con puntuales miradas retrospectivas. Pero  a la historia de la protagonista se suma una segunda historia, que corre paralela a la primera, ambas   separadas por un largo trecho temporal, pues una avanza desde principios del siglo XX, la de la tatarabuela, y la  otra, desde comienzos del siglo XXI, la del tataranieto. Y esta  última, a su vez,  tiene dos vertientes, que terminarán confluyendo: la que afecta a la vida de Luis Anfonso (L. A.), tataranieto de Petra,  y la relativa a su novia, Marta, tataranieta del violador de Petra. Inicialmente no conocen esos vínculos que han unido a sus antepasados, pero los irán descubriendo de forma casual y paulatina.     La relación entre ambos   permite volver a echar una mirada  el pasado, con técnica retrospectiva, y conocer la vida de algunos antepasados, que en algunos casos se convierten en narradores secundarios, como ocurre con la abuela de L. A.  El autor nos aporta un árbol genealógico esquemático de ambas familias, cosa que agradece el lector.    Saber manejar esos tiempos narrativos que se corresponden a épocas históricas muy diferentes,  con notables diferencias sociales  y de mentalidad, que hay que reflejar  en el contexto de cada personaje, requiere  estar muy atento al proceso narrativo.

            Seguramente la gran afición a la  Historia que tiene el autor  le habrá facilitado el trabajo.  La novela partía de un pequeño pueblo leonés cercano a Astorga y se cierra con el viaje de L. A. y su novia al mismo  pueblo para buscar más datos sobre aquellos hechos luctuosos acaecidos  más de un siglo atrás. Este viaje   les llevará a descubrir  un secreto que había estado oculto todo ese tiempo. De ese pueblo salió la protagonista y a ese pueblo vuelven los tataranietos para encontrar respuestas. De alguna forma el relato se cierra de forma circular, en lo espacial  y, recordando los hechos del pasado, también en lo  temporal, aunque haya transcurrido más de  un siglo entre el comienzo y el final de la novela  

            La narración es ágil, con  abundante diálogo, lo cual contribuye a una dinámica y amena lectura. Esos diálogos, adaptados a  los niveles léxicos  de los distintos  tipos de personajes, contribuyen a esa verdad de la que se  hablaba anteriormente. Y en pro de ese realismo, se deslizan, además, algunas palabras leonesas, como guiño del autor a su tierra: feje (haz), mielgo (mellizo), mosquilón (tortazo). No solo en eso aparece la cultura leonesa, sino también en la introducción en el texto  de coplas populares, que  servían  para contar sucesos ─el asesinato del violador, en este caso─, cuando no había otros medios de comunicación en los pueblos.  Estas coplas o romances se  trasmitían a través de los filandones, algo típico de la cultura tradicional leonesa.  La aparición del mastín leonés,  el perro pastor por excelencia, también se relaciona con el mundo del pastoreo en dicha provincia.

              En general, el autor utiliza un vocabulario claro, pero siempre preciso, en el que aparece a veces  también  terminología especifica del  lenguaje técnico o jergal. Y escribir de forma clara, pero muy cuidada, con las palabras y las imágenes justas,  tiene siempre su dificultad y denota que el autor está siempre atento al cuidado del estilo literario.

            En la novela hay cabida para elementos de la trama que  el autor conoce bien de forma directa o cercana por haber trabajado muchos años en el CNP, como jefe de seguridad de personalidades y embajadas: la referencia a los atentados de ETA, las actividades del CNI, una investigación compleja  sobre un secuestro  en la República Democrática del Congo… seguro que no han sido ajenas a su dedicación profesional. 

            Estamos, pues, ante una novela, que se lee con mucha facilidad, que entretiene y al mismo tiempo nos hace conocer la vida  histórica  e intrahistórica de otras épocas.  Además, nos hace reflexionar sobre los valores  y  comportamientos humanos, sobre los abusos de poder, sobre la injusticia en el reparto  de  la riqueza, sobre la lucha entre el bien y el mal… En definitiva, una novela sobre la vida y sobre el vivir, o,  más bien,  sobre cómo elige cada uno vivir y superar retos, aunque la vida plantee dificultades que parecen,  a  veces, insuperables.  

            En La mujer que amamantó un mastín, desde las primeras líneas, el autor nos invita a viajar con Petra para conocer  los  dramas  de su mundo exterior y la riqueza de su mundo interior, y siempre desde la verdad. Es tan verdadera la protagonista,  con sus esperanzas, sus miedos, su fortaleza, su ternura, sus silencios… que, cuando llegamos a la última página de la novela,  parece que Petra  ha salido de la misma  y  se ha quedado para siempre en nuestros corazones. Que un autor sea capaz de  conseguir eso, con la magia de la palabra, es un reto bien difícil,  y más para un autor novel. Marcelino Álvarez Sánchez lo ha conseguido, por  ello, se le puede  augurar un prometedor  camino literario  y,  como lingüista y como lectora, merece mi felicitación.

            Desde aquí, invito a  los lectores  a coger el tren  con la protagonista   y a viajar con ella por su vida exterior e interior,  a veces, dramática; pero, siempre, conmovedora. Y no hay mejor forma de hacerlo que  iniciar ese viaje literario desde  las primeras palabras de la novela:

          “Los carámbanos colgaban de la vera de los tejados de Astorga el mes de febrero de 1887. La nieve cubría los tobillos de Petra, pero no podía perder aquel tren, era el tren que la llevaría a Madrid y le quitaría el hambre a ella y a su familia”. 

            Y seguimos leyendo...


 © Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora de Lengua y Literatura

 

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Presentación de la novela en la Casa de León en Madrid, 13/02/2025


 

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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.