domingo, 6 de abril de 2025

Reseña: "La mujer que amamantó a un mastín", de Marcelino Álvarez Sánchez

 

 

           



Género: novela

Páginas: 274

Editorial: La Vieja Era

            El autor, Marcelino Álvarez Sánchez,  nació en Santa Marina del Rey (León). Miembro del Cuerpo Nacional de Policía, ha sido jefe de seguridad de varios ministros, así como de las Embajadas de España en Kabul (Afganistán)  y en Kinshasa (República Democrática del Congo). Compagina su profesión con sus dos aficiones: la Historia de España y la escritura. La novela La mujer que amamantó a un mastín es su primera novela.

            El resultado de la  primera incursión literaria de Marcelino Álvarez Sánchez  es  una gran novela. Y lo es por  hechos  relatados y por la forma de relatarlos. En poco menos de trescientas páginas el autor recorre la Historia de España desde finales del siglo XIX hasta la época actual (2022) siguiendo la historia personal de Petra que sale de su pueblo de Cogorderos, en la comarca  leonesa de La Cepeda,  recién iniciada su juventud, para recalar en Madrid, un mundo desconocido para ella, pero en él  que ponía las esperanzas de un futuro prometedor que la sacara de la miseria y de la desgracia.  Ella y sus descendientes, las cuatro generaciones posteriores hasta  llegar a a su  tataranieto, son un reflejo de grandes momentos de la Historia de España, que van desde las consecuencias  de la Guerra de Cuba y la  Semana Trágica  de Barcelona, pasando por la Dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República,   la Guerra Civil y la posguerra y la época de la Transición,  hasta llegar a la época actual.  Como un telón de fondo esos hechos están detrás de la vida de los personajes de la novela  y los condicionan. 

        Los personajes de la novela  son un fiel reflejo de lo que llamaba Unamuno la  intrahistoria, la vida de la gente silenciosa que con su trabajo hace patria cada día. Como decía el escritor noventayochista: “La vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una hora del sol  y van a sus campos a proseguir  la oscura y silenciosa labor cotidiana”. Marcelino  Álvarez nos presenta de forma clara  esa intrahistoria en personajes como el de Petra y esa familia suya que vive en el campo con una economía de subsistencia, que a veces no llega ni a tal.  Pero también son parte de esa intrahistoria la gente de mayor poder social, que vive de su trabajo y para la que trabajan los menos favorecidos. La Historia ─con mayúsculas─  a veces golpea a todos, como se ve en las consecuencias  de la guerra, si bien es verdad que   de distinta forma.   Uno de los grandes aciertos de la novela  es, precisamente, ese: presentar la vida de la gente del pueblo, tanto de los pobres como de los más adinerados,  en relación con los grandes acontecimientos históricos y, también lo es,  presentar esos  acontecimientos solo como un esbozo, puesto que no son lo más importante de la obra. Son un marco, un telón de fondo, necesario, pero no nuclear, pues el centro  de la narración  es la historia de los personajes, por ello, es una novela "en la Historia", sin ser la típica novela histórica, hecho que, a mí juicio, le añade valor literario. 

                Es  muy  llamativo  también el título de  la novela. Un título que no es una metáfora que busque llamar la atención del lector ─aunque sí la llama─, sino un hecho que aparece en la novela cuando la protagonista, recién parida y separada de su hijo, tiene que usar una  cría  de mastín para que  succione  la leche de sus mamas llenas de leche  y doloridas. 

               Previamente, la vida de  Petra,  hija de una familia muy humilde, sin haber estrenado aún su juventud,  ha pasado  por  momentos muy dramáticos, pues ha sido violada   por el hijo  del propietario de una fábrica astorgana en cuya casa sirve, ha quedado embarazada a resultas de esa violación, ha sido expulsada de esa casa al conocerse su embarazo y  ha tenido que esconderse en casa de sus padres ante el señalamiento de sus vecinos…  Todos estos hechos, tan desgraciados para la protagonista, son narrados  por el autor  ─sin perder un ápice su dramatismo─ con gran sensibilidad  y hasta una cierta ternura, lo que lleva a los lectores a identificarse emocionalmente con la protagonista.  El autor refleja con realismo esos momentos,  que impactan mucho en el lector, pero huyendo del morbo. Lo mismo hace al relatar otro momento muy crudo de la novela desarrollado en Kinshasa, relacionado con una mujer sometida a todo tipo de vejaciones y crueldades, y  que conoce  su tataranieto un siglo después, de boca de otro personaje que dice haber vivido los hechos.  También aquí el autor consigue conmover al lector, pero huyendo del sensacionalismo.

                El personaje de Petra, la auténtica protagonista de la novela, no deja a nadie indiferente. Es el símbolo de una mujer  pobre  y desvalida que quiere salir de ese mundo  sórdido en el que vive, que pasa por momentos muy duros que tiene que  sufrir en silencio, pero,  con tesón y fortaleza de ánimo,   se convierte en un ejemplo ético para la gente que vive a su alrededor. Petra es un personaje no solo creíble, sino que rezuma verdad, por ello, el lector lo siente muy cercano y se deja atrapar por él.    Es un  personaje lleno de matices: alguien que ama y que odia, débil y fuerte, lleno de miedos y certezas, de trabajo  y silencios. Es  uno de  esos personajes    que la teoría literaria llama esféricos, para diferenciarlos de los personaje planos o arquetípicos.        Su tataranieto, Luis Alfonso, el otro protagonista, también es un personaje bien perfilado. Parece algo simbólico que  este joven estudie Historia, ya que, en alguna medida es  parte de la Historia  ─por  ser una víctima de ella─  y de la intrahistoria, por ser parte del pueblo llano.  Quedó huérfano a los tres años, porque su padre, policía, fue asesinado por ETA, y eso es triste Historia de España que han vivido las víctimas de la intrahistoria de la que hablaba más arriba. 

               Las descripciones  de los personajes son breves, pero con el uso de unos  pocos adjetivos, muy precisos y acertados, y algunas imágenes nos hace entrar también en el interior de los personajes secundarios, tanto del mundo de los  “criados” como del mundo de los “señores” y, además, con la propia técnica  narrativa que usa el autor se definen también sus personalidades.  Con una breve enumeración logra, a veces,  presentarnos rasgos sociales y psicológicos de los personajes, como lo hace  en esta frase en  que   parece hablar de una sola persona y, en realidad, está describiendo a dos:   “Doña Victoria, su ama, su amiga, su confidente”…

            Un  valor literario  de la novela es su estructura interna, la forma de organizar la narración, que es un tanto compleja. La novela comienza cuando Petra se dispone a coger un tren en Astorga  para viajar a Madrid y romper con el pasado.  A partir de ahí el autor usa el flashback para contarnos los hechos anteriores de la vida  de Petra que la llevan a coger ese tren que la aleja de su familia para siempre y de sus tragedias personales. Cuando la narración vuelve al mismo punto  y lugar ─la estación de Astorga─, se cierra el primer círculo narrativo. A partir de ese momento la historia de Petra avanza de forma lineal  con puntuales miradas retrospectivas. Pero  a la historia de la protagonista se suma una segunda historia, que corre paralela a la primera, ambas   separadas por un largo trecho temporal, pues una avanza desde principios del siglo XX, la de la tatarabuela, y la  otra, desde comienzos del siglo XXI, la del tataranieto. Y esta  última, a su vez,  tiene dos vertientes, que terminarán confluyendo: la que afecta a la vida de Luis Anfonso (L. A.), tataranieto de Petra,  y la relativa a su novia, Marta, tataranieta del violador de Petra. Inicialmente no conocen esos vínculos que han unido a sus antepasados, pero los irán descubriendo de forma casual y paulatina.     La relación entre ambos   permite volver a echar una mirada  el pasado, con técnica retrospectiva, y conocer la vida de algunos antepasados, que en algunos casos se convierten en narradores secundarios, como ocurre con la abuela de L. A.  El autor nos aporta un árbol genealógico esquemático de ambas familias, cosa que agradece el lector.    Saber manejar esos tiempos narrativos que se corresponden a épocas históricas muy diferentes,  con notables diferencias sociales  y de mentalidad, que hay que reflejar  en el contexto de cada personaje, requiere  estar muy atento al proceso narrativo.

            Seguramente la gran afición a la  Historia que tiene el autor  le habrá facilitado el trabajo.  La novela partía de un pequeño pueblo leonés cercano a Astorga y se cierra con el viaje de L. A. y su novia al mismo  pueblo para buscar más datos sobre aquellos hechos luctuosos acaecidos  más de un siglo atrás. Este viaje   les llevará a descubrir  un secreto que había estado oculto todo ese tiempo. De ese pueblo salió la protagonista y a ese pueblo vuelven los tataranietos para encontrar respuestas. De alguna forma el relato se cierra de forma circular, en lo espacial  y, recordando los hechos del pasado, también en lo  temporal, aunque haya transcurrido más de  un siglo entre el comienzo y el final de la novela  

            La narración es ágil, con  abundante diálogo, lo cual contribuye a una dinámica y amena lectura. Esos diálogos, adaptados a  los niveles léxicos  de los distintos  tipos de personajes, contribuyen a esa verdad de la que se  hablaba anteriormente. Y en pro de ese realismo, se deslizan, además, algunas palabras leonesas, como guiño del autor a su tierra: feje (haz), mielgo (mellizo), mosquilón (tortazo). No solo en eso aparece la cultura leonesa, sino también en la introducción en el texto  de coplas populares, que  servían  para contar sucesos ─el asesinato del violador, en este caso─, cuando no había otros medios de comunicación en los pueblos.  Estas coplas o romances se  trasmitían a través de los filandones, algo típico de la cultura tradicional leonesa.  La aparición del mastín leonés,  el perro pastor por excelencia, también se relaciona con el mundo del pastoreo en dicha provincia.

              En general, el autor utiliza un vocabulario claro, pero siempre preciso, en el que aparece a veces  también  terminología especifica del  lenguaje técnico o jergal. Y escribir de forma clara, pero muy cuidada, con las palabras y las imágenes justas,  tiene siempre su dificultad y denota que el autor está siempre atento al cuidado del estilo literario.

            En la novela hay cabida para elementos de la trama que  el autor conoce bien de forma directa o cercana por haber trabajado muchos años en el CNP, como jefe de seguridad de personalidades y embajadas: la referencia a los atentados de ETA, las actividades del CNI, una investigación compleja  sobre un secuestro  en la República Democrática del Congo… seguro que no han sido ajenas a su dedicación profesional. 

            Estamos, pues, ante una novela, que se lee con mucha facilidad, que entretiene y al mismo tiempo nos hace conocer la vida  histórica  e intrahistórica de otras épocas.  Además, nos hace reflexionar sobre los valores  y  comportamientos humanos, sobre los abusos de poder, sobre la injusticia en el reparto  de  la riqueza, sobre la lucha entre el bien y el mal… En definitiva, una novela sobre la vida y sobre el vivir, o,  más bien,  sobre cómo elige cada uno vivir y superar retos, aunque la vida plantee dificultades que parecen,  a  veces, insuperables.  

            En La mujer que amamantó un mastín, desde las primeras líneas, el autor nos invita a viajar con Petra para conocer  los  dramas  de su mundo exterior y la riqueza de su mundo interior, y siempre desde la verdad. Es tan verdadera la protagonista,  con sus esperanzas, sus miedos, su fortaleza, su ternura, sus silencios… que, cuando llegamos a la última página de la novela,  parece que Petra  ha salido de la misma  y  se ha quedado para siempre en nuestros corazones. Que un autor sea capaz de  conseguir eso, con la magia de la palabra, es un reto bien difícil,  y más para un autor novel. Marcelino Álvarez Sánchez lo ha conseguido, por  ello, se le puede  augurar un prometedor  camino literario  y,  como lingüista y como lectora, merece mi felicitación.

            Desde aquí, invito a  los lectores  a coger el tren  con la protagonista   y a viajar con ella por su vida exterior e interior,  a veces, dramática; pero, siempre, conmovedora. Y no hay mejor forma de hacerlo que  iniciar ese viaje literario desde  las primeras palabras de la novela:

          “Los carámbanos colgaban de la vera de los tejados de Astorga el mes de febrero de 1887. La nieve cubría los tobillos de Petra, pero no podía perder aquel tren, era el tren que la llevaría a Madrid y le quitaría el hambre a ella y a su familia”. 

            Y seguimos leyendo...


 © Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora de Lengua y Literatura

 

.


 

 

Presentación de la novela en la Casa de León en Madrid, 13/02/2025


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Licencia Creative Commons
La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.