viernes, 3 de enero de 2020

La Brigada 22. Reseña



Título: La Brigada 22

Autor: Emilio Gancedo

Género: Narrativa

Editorial: Pepitas de calabaza, 2019

Págs. 271





La brigada 22 es la primera novela de Emilio Gancedo, periodista cultural y escritor. Es autor, entre otras publicaciones, de varios libros de relatos, una guía de viajes, obras de carácter etnográfico y un libro  mayor y un poco inclasificable, Palabras Mayores,  una obra en que el autor viaja por los caminos de España y por el interior de sus irrepetibles personajes, que  nos deleitan con  sus palabras mayores. Sobre esta obra escribí, en su día una reseña.  (Se puede leer aquí). Esperábamos con interés esta nueva publicación de Gancedo, y no nos ha decepcionado.

La brigada 22 cuenta una historia increíble, pero verosímil. Cuatro guerrilleros,  fieles a la defensa de la Segunda República,  permanecen emboscados y ajenos al mundo que los rodea,  en una sierra prácticamente inaccesible,  cuarenta años después de acabada la Guerra Civil.   Ya en la época de la Transición, y sin saber que ha muerto el dictador, siguen  aferrados a sus ideales y a su trozo  de tierra libre. El grito de “no pasarán” lo llevan a sus últimas consecuencias. Increíble es que un grupo de maquis  sobrevivan apartados del mundo durante cuarenta años,  en condiciones extremas, desconociendo la muerte del dictador y la llegada de la democracia, pero su historia se nos presenta de forma tan verosímil que el lector puede terminar  creyendo que la historia que se cuenta fue algo real. 

De manera inesperada,  Paquito Munera se encuentra con estos personajes y, después de vivir una aventura  un  tanto rocambolesca, conoce  su forma de vida y el engaño en que viven. Finalmente consigue que depongan su actitud y se  incorporen a realidad española de 1980, una realidad muy distinta de aquella que les obligó a separarse del mundo por su fidelidad  a la causa republicana.

Paquito es un oficinista que vive en una capital de provincia cualquiera.  Tiene una existencia anodina, constantemente coartada por la presencia de una madre que, con sus consejos y exigencias, lo empequeñece hasta anularlo. Este personaje cree ser capaz de salir de su nimiedad a partir de una carta que le publica un periódico local en la sección de Cartas al director. Eso le lleva a creerse un periodista en ciernes y a soñar con cambiar de vida y ser reconocido.  Para ello, a partir de una información que recibe de forma accidental, va a tratar  de elaborar un reportaje  sobre  unos supuestos buscadores de petróleo que trabajan en un lugar apartado y, en ese intento, adentrándose en la sierra, se topa de forma inesperada con los miembros de la Brigada 22, que inicialmente confunde con los personajes que buscaba.

Otro personaje clave, que comparte el mundo urbano con Paquito, es el teniente Aníbal Tosantos,   que sufre también  el ninguneo de sus compañeros, por ser huérfano y hospiciano  y por su personalidad responsable y perfeccionista. Es una persona que ha carecido de afecto y que   se ha hecho a sí misma. Por azar,   su vida se entrecruzará con la de Paquito y eso le llevará a tener conocimiento de la existencia de la brigada y su ubicación. En la acción de la novela tienen mucha  importancia algunas coincidencias y situaciones azarosas en las que están implicados Paquito, el teniente Tosantos y los guerrilleros, personajes que son los ejes centrales de la novela.

La novela tiene un comienzo impactante. Nos hace llegar las sensaciones y sentimientos de una persona que está siendo torturada. Una pregunta de los torturadores martillea sus oídos: ¿Quién fue?”.  Él se niega a hablar, aunque “no hablar sabía a sangre”. Este personaje es presentado como un guiñapo, que ya no domina ni el cuerpo ni el alma y que ha perdido la palabra. El autor, acertadamente, lo compara con una araña que trataba de buscar seguridad en una esquina de la pared. El torturado, al límite de su conciencia, se deja llevar por las vivencias nebulosas del recuerdo. Este guerrillero formaba parte de la Brigada 22, fue apresado al finalizar la guerra y torturado  para tratar de que delatara a sus compañeros. La tortura lo lleva a la muerte, pero la pregunta queda sin respuesta.

Se mezclan hábilmente en la novela hechos del pasado (la tortura tras la detención) y hechos del presente en que se sitúa la acción (1980) relacionados con los maquis emboscados  y el cruce entre las vidas y pesquisas de Paquito y del teniente.

En cuanto a la estructura narrativa, la novela avanza linealmente en lo referido a los hechos que ocurren en la época de la Transición y que llevan a la entrega de los maquis, pero usa el flashback para situarnos en el primer capítulo de la novela cuarenta años antes  y hacernos  sentir los procedimientos de tortura de la dictadura franquista. En realidad, se puede considerar un falso flashback, pues esos hechos lejanos  tienen su continuidad temporal en los documentos  guardados en archivos que hacían referencia a la persecución de esa brigada y en la investigación del teniente Tosantos para esclarecer cómo se produjo esa detención, la oscura muerte  del guerrillero y la suerte de sus compañeros. Por otra parte, aunque no se cuente cómo han vivido los guerrilleros durante esos cuarenta años, su vida se está contando indirectamente a través del presente, en que cada día es igual al anterior. Es un tiempo sin tiempo, un tiempo  atemporal del que perdieron conciencia a partir de 1969, año en que dispusieron del último calendario.

Siendo atractivo el tema y la forma de estructurar la novela, lo mejor de la misma está en la forma de transmitir al lector las vivencias de los personajes:  las ilusiones, las decepciones, el dolor, la rebeldía, el tesón… Incluso la excentricidad de todos ellos. Unos viven en un pasado ficticio y otros, en el presente real, pero no están muy distantes entre sí. Son personajes infravalorados, inseguros, desconfiados, faltos de afecto, personajes  que nos provocan ternura y compasión. Personajes  que corren “detrás de los sueños sin alcanzarlos jamás” y que se esconden “en lo más profundo de sus miedos”, al decir del autor.

Emilio Gancedo maneja con gran eficacia el idioma y  convierte la palabra en arte de la palabra: en excelente literatura. La comparación es abundante en el texto  y  es usada con gran soltura  y acierto literario. Usa símiles muy creativos tanto al hablar de la guerra y la situación de los maquis: “Esa guerra brutal alrededor de la cual revoloteaban como polillas alrededor de la lumbre”, como al hacer descripciones ambientales, rurales o urbanas: “Las grúas (…) parecían grandes aves zancudas posadas en mitad de una ciénaga de vigas antenas y tabiques”. Y también para describir los sentimientos de los personajes.

No  menos interesantes son las metáforas, que también se prodigan en la novela: “Dormir tapado con una manta de estrellas”, “con los ojos diminutos atrincherados tras unas gafas antiquísimas”, “empezaban a hormiguear coches y ciudadanos”. Con frecuencia las metáforas van unidas a una rica y plástica adjetivación: “reptiliana  impresión”,  para la descripción de personas, paisajes, sensaciones… También está  muy presente la personificación: “Los belfos metálicos de los autobuses”. Y la presencia de la sinestesia, que mezcla  distintas sensaciones o sensaciones y sentimientos, la encontramos por doquier: “El aire se aflautaba”, “sol desleído entre la bruma”. Hay, además, un recurso que maneja con gran pericia el autor: la enumeración.  Esas enumeraciones a veces  se traducen en adjetivación  bimembre. “Silencio denso y picante”. “Supremo y doloroso esfuerzo”. Se podrían citar  numerosos ejemplos.

Llama la atención la adecuación sintáctica al ritmo de la acción y al pensamiento o actitud de los personajes. Frases cortas o muy largas según las necesidades de la narración y las vivencias de los personajes.  Cuando el torturado está al límite de la conciencia, el autor nos presenta esos pensamientos brumosos con largos párrafos. Lo mismo ocurre cuando  habla la madre de Paquito o cuando conocemos las reflexiones de este. Eso provoca en el lector una cierta sensación de angustia.  

También nos sorprende  la forma de introducir los diálogos. En las conversaciones entre madre e hijo los diálogos se insertan en medio de la narración, sin guiones, como si los dos personajes estuvieran fusionados y la personalidad del hijo solo fuera una prolongación de la de la madre. En esos momentos las  preguntas y recriminaciones de la madre parecen auténticos monólogos,  con series de interrogaciones retóricas que no precisan respuesta. El lector logra sentir la sensación de agobio que sentiría Paquito nada más que entraba por la puerta de su casa. En cambio, cuando hablan otros personajes los diálogos se inician con  guiones de la forma ordinaria, marcando los distintos interlocutores.

La novela presenta muchos aspectos atractivos para el lector.  Uno de ellos es la personalidad de los guerrilleros: su vida extraña, la fidelidad a una lucha  trasnochada, su afán por vivir fuera de la realidad, su fortaleza y, al mismo tiempo, su debilidad y su indefensión. Han perdido sus nombres propios y se esconden tras nombres de guerra. Son hoscos y son tiernos a la vez, producen miedo y también compasión. Recuerdan un poco a don Quijote en su afán por cambiar el mundo. Persiguen ideales nobles y universales, pero es anacrónica su  forma de luchar para conseguirlos. Don Quijote luchaba contra unos furibundos gigantes inexistentes como  Cacho, Viseras, Marcao y Perdigones  siguen luchando contra Franco, cuando Franco lleva cinco años muerto.

Estamos  ante una obra narrativa escrita con un lenguaje claro y preciso  de una enorme plasticidad. Se recrean a la perfección las sensaciones, de manera que podemos  captar sensaciones físicas  al mismo tiempo que lo hacen los personajes. Y también los sentimientos. Podemos experimentar con ellos la desolación, la ilusión, la ternura, el  miedo…

La novela tiene componentes tragicómicos. Por un lado, refleja el desencuentro entre esas dos Españas que todavía no hemos superado, y que sigue produciendo desconfianza y dolor; por otro, y tal vez por lo insólito de la situación, nos presenta una visión cómica, un tanto esperpéntica, que hace sonreír en más de una ocasión. Es una historia  dura y tierna,  que provoca pena y también sonrisas, algo parecido a lo que ocurre con la obra cervantina.  

Estamos, en fin, ante una novela  amena, de una exquisita sensibilidad, en su forma y en su contenido. Pero estamos, sobre todo, ante un ejercicio de buena literatura que invita al disfrute   del lector.

Margarita Álvarez Rodríguez





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