domingo, 19 de febrero de 2023

"Querencia recíproca", de Marcelo Tettamanti

 

Marciano Sonoro Ediciones

89 páginas



Este es el segundo libro en solitario de Marcelo Tettamanti, después de Lugares comunes. Editado por Marciano sonoro, en una edición muy hermosa,  consta de 66 poemas, de distinta extensión. Hay poemas que ocupan más de una página y otros que no llegan a media docena de versos.

Tuve la suerte de presidir la mesa del acto de  presentación del libro Querencia recíproca en la Casa de León en Madrid, en la que el autor estuvo acompañado por la escritora Sol Gómez Arteaga y la cantautora Isamil9. En ese acto Marcelo Tettamanti recitó varios de los poemas contenidos en este poemario. Ya entonces me impresionó la belleza de  los textos y la emoción que ponía el poeta en la recitación.  

El    poemario Querencia recíproca habla de la vida, de la vida dolorida, de sueños perdidos y de esperanzas queridas, de decepciones y de  esperas, del pasado y del presente… Es la vida una rama con sus giros y torsiones, dice el poeta. Y en otro verso define la suya como una semilla que creció entre las baldosas. Esa semilla germina y crea emociones que el poeta transmite al lector. Semillas que el autor ha ido recogiendo, no como labrador, sino como pájaro,  un pájaro que sobrevuela las emociones, que las observa,  se las cuelga en las alas y vuelve al hogar por el que tiene querencia.

De las querencias habla esencialmente este poemario: de la necesidad  querer y de ser querido. Parece que  la querencia recíproca no es tanto la que tiene el autor, sino la que desea. La reciprocidad es imprescindible en la vivencia amorosa. El poeta nos habla de un amor que necesita implicación, compromiso, de un sentimiento que debe ser cosa de dos, pero ese  amor ha herido   y su alma tiene cicatrices. Ese abandono, ese amor no correspondido, le lleva a invitar a la amada a oler la tierra recién mojada. ¿Tal vez con el riego de sus lágrimas?

El símbolo máximo de ese amor parece el beso, que es que es como  un hilo conductor que une muchos poemas. El beso  del que nos habla es un símbolo de pasión, pero la pasión vivida en el pasado se ha quedado  convertida en ceniza.  Los   besos que evoca y que ansía  se han caído, se han perdido, se marchitan como pétalos. De esa pasión amorosa aparecen muestras abundantes, especialmente cuando en algunos poemas describe el encuentro amoroso, de una forma muy sugerente  y poética: de tu cadera dormida rezuman / verbos prohibidas. Y en otro verso: entre cuatro paredes / dos cuerpos amainan la tormenta. O también: Me quemé en el fuego del encuentro. El autor, para hablar de la pasión amorosa, recurre  a las imágenes del   fuego y   de la ceniza que son recurrentes en la literatura universal. Ese amor añorado, perdido, en cuya espera impaciente  se encuentra el autor, es su refugio ante la incertidumbre: ese es mi refugio. Pero ese amor buscado parece desvanecerse ante él, por ello, hasta sueña con encontrar un te quiero en un papel escondido en un bolsillo, cuando lo atenaza la soledad, cuando siente que la soledad / te duele en todo el cuerpo.

La espera de ese amor que no llega va recorriendo todo el poemario, como un cauce donde se van encontrando y recogiendo los sentimientos doloridos (y las lágrimas) que rezuman sus versos. Esa   búsqueda va de la niebla a la luz, que a veces parece  teñirse de mil colores, pero que al fin resulta engañosa, pues acaba vistiéndose de amarillo y, del tono otoñal, pasa después  al gélido invierno. Es muy hermoso ver como Marcelo Tettamanti juega con los símbolos naturales, las estaciones, la luz,  el ocaso, la niebla, la sombra… Se siente como un árbol que espera la señal / de la primavera, pero,  en su invierno, lo atenaza el silencio del que no consigue salir: habla la piedra / y yo aún permanezco mudo.

Otro  símbolo que se repite es el del  arcoíris y  la tierra mojada. Y a veces, la tormenta.  Tal vez son otro anuncio de las lágrimas derramadas, que están muy presentes en el poemario: la lágrima / perfila su forma en mi horizonte. Hay imágenes bellísimas cuando habla de las lágrimas: Dentro de la nube / mi alma se libera / y mis lágrimas / abrillantan las conchas / de los caracoles. Son lágrimas que causa el desamor, pero que le hacen sentirse vivo. Resulta más doloroso  cuando no están presentes las lágrimas, ya  que, en su sequía, se asemeja a un desierto lleno de incomprensión y de falta de afectos. Así te busco / con la esperanza de sentir / la vida más allá de mí. Y siempre  busca besos y  caricias que se mueren sin su dueño.

Además de ese amor de pareja perdido, el poeta siente que le faltan otros amores, amores lejanos en el tiempo y en el espacio. Marcelo Tettamanti es un emigrante, asentado en León, que hace unos cuantos años dejó atrás su Argentina natal. Allí quedaron muchas de sus querencias: su madre, sus paisajes, su paisanaje: hecho de tango y río / en cuna de llanura / nací para migrar. En sus versos está también su río Paraná: nací bajo la cruz del mar del sur, dice en otro verso. Allí, en el pasado y en la lejanía, se quedaron sus raíces: Vengo del tiempo en el que tenía / abuelos y era guapo. En el presente esas querencias le producen añoranza. Pero, a pesar de que se ha encontrado entre dos aguas sin saber  nadar, también  se siente bien acogido en su tierra de adopción, pues entre esas gentes  encontré / la esencia de mi tierra. Y la madre,  siempre abnegada, siempre amorosa…  Siempre presente. Siente que nació entre algodones de amor y que su madre le enseñó una forma de ver la vida. Su hijo también aparece en algunos poemas, le recuerda al niño que fue. También él transita por caminos / sinuosos y arbolados. Los abrazos del hijo cercano compensan los amores lejanos.

La pandemia, con su confinamiento,  asoma también entre algunos de sus versos: Camino por la casa y veo, / entre cuatro paredes un desierto. Hasta las mascarillas  se nos presentan con   imágenes que las embellecen y humanizan: hablan los ojos / asomados al balcón / de una mascarilla. Nos habla de días duros de ausencia de caricias y de abrazos.

Aunque el poemario habla más bien de la visión metafísica de la vida, de la espera, de la pérdida… también aparece la crítica social. Crítica  la “modernidad  líquida” de la que nos hablaba Zygmunt Bauman. Vamos como animales enfurecidos / detrás de las necesidades que nos han sido impuestas / esclavos sin saberlo.  Esa vida  impersonal, vida de pantallas,  vida de prisas para no ir a ninguna parte: corremos para ir a ningún lado…  Se critica la hipocresía,  la indiferencia y  el materialismo en varios poemas y, de forma especial, en el poema final: hincamos la rodilla al capital…  Olvidamos  pensar, leer, soñar

El poeta llega a preguntarse por qué los abrazos son tan huecos / y los besos me saben a mordiscos. Pero el gran tema del poemario es, sin duda, la visión de la vida. Una vida que no ha sido fácil para el poeta: la moneda  siempre fue  cruz. Nunca pude sonreír en plenitud, / siempre algo ahogó mi risa, se lamenta.  Hay un dolor del cuerpo y del alma que parece acompañarle en todo el poemario: no se me permite pedir / no se me permite llorar / solo esperar. Habla, pues, de decepciones, de sufrimiento, incluso de miedo, en su entorno familiar, de esperas no fructíferas, de sueños muertos. En muchos versos parece que hay un cansancio de vivir:  uno empieza a apagarse en los silencios. Intenta gritar, pero su grito es mudo. En algún caso, el dolor busca esconderse en el alcohol: cuando el alcohol me deja En ese cansancio también  la muerte traicionera amenaza  desde el  acantilado al que se asoma o en imagen  de una guadaña o  de un pájaro negro… El amor es el único  refugio ante la incertidumbre, pero su ausencia nos deja a la deriva.

Es un poemario escrito en versos libres, con una palabra poética muy cuidada. Usa muchas imágenes (metáforas y símbolos) para expresar sus sentimientos. Las lágrimas cobran un protagonismo especial, junto con el arcoíris, los truenos  y las tormentas que  las presagian y la tierra mojada que es su consecuencia. Está lloviendo en mis ojos. El invierno,  el desierto, el cántaro seco, las sombras, la niebla son imágenes  de la ausencia de amor. La negrura presagia la muerte. También encontramos bellas comparaciones: gritos como truenos negros, lágrimas como granizo helado.

Acompañamos al autor verso a verso sin que decaiga nuestra atención y nuestra emoción. El poeta logra cautivarnos con muchos de sus poemas. Creo que debemos pedir tres cosas a un texto para que sea verdadera poesía: emoción, ritmo y belleza en el uso de la  palabra poética. Pues las tres las consigue con creces este poemario de Marcelo Tettamanti.

Al llegar al final el lector siente con el escritor que, después de todo, la vida es una rama… con su hoja verde, / a centímetros de la hoja / muerta / como el sueño muerto / junto a la esperanza. La esperanza sigue ahí (el árbol espera la señal / de la primavera…)  en el simbolismo de  esa rama viva que  abraza la portada y contraportada, rama que sale de la casa del poeta en pos de un abrazo: el de la Querencia recíproca. 

©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga, profesora y escritora.




Otras reseñas de poemarios en este blog:

"Cauces", Antonia Álvarez Álvarez

"Te lo dedico a ti", de Raúl Portugués Matilla

"Entre el jueves y la noche", de Manuel Ramos López

"Tréboles refulgentes", de Ana Ortega Romanillos

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"Un árbol que tiembla",  de Isabel Marina

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