Género: Poesía
Editorial Ringorango
89 págs.
Despierta. / No puede permanecer/ viva la muerte.
Es una alegría para mí escribir esta reseña sobre el primer poemario de Manuel Ramos López. Manolo o Lolo (así le llamamos cariñosamente los que lo conocemos) es un joven sacerdote salesiano, que fue alumno mío, cuando estudiaba Bachillerato. Fue un niño y un adolescente fuera de lo ordinario. Desde niño tenía clara su vocación religiosa y hacía gala de ella. Fue un alumno querido y respetado por sus compañeros y profesores, siempre dispuesto a colaborar en cuantas actividades didácticas o pastorales se realizaran. Una de esas actividades era el recital de poesía que, después de larga preparación, organizaba yo al final de cada curso escolar. Manolo participó en él varios cursos, incluso antes de ser alumno mío, por el interés mostrado en ello. Recuerdo cómo recitaba y se metía en la piel y en los sentimientos del poeta que se le hubiera asignado. Lo recuerdo recitando el famoso soneto No me mueve mi Dios para quererte, el poema Un loco de Antonio Machado y algunos más. La asignación de los textos objeto de recitación tenía un porqué y esos textos le cuadraban bien a él. Años más tarde, con emoción, asistí a su ordenación sacerdotal.
En los años de su adolescencia Manolo Ramos comenzó a
escribir poesía. Una selección de los poemas que ha escrito desde entonces forman este primer poemario, Entre el jueves y la noche, publicado recientemente.
Tuve el honor de que me invitara a recitar algunos de sus poemas en la reciente
presentación en Madrid, en el que fue su colegio, como alumno, y el mío, como
profesora. Y mientras recitaba sus versos veía
la pasión del autor reflejada en
ellos.
El poemario está prologado por Santiago García Mourelo, que habla, entre otros aspectos, del simbolismo bíblico del número cuarenta
“siempre vinculado a un tiempo de búsqueda”. Y es que cuarenta son los textos
del poemario. Los poemas aparecen numerados, sin título, aunque, en muchos de
ellos, la reiteración de una palabra o una construcción sintáctica podrían servir de título perfectamente.
En la introducción, el autor del libro muestra su atracción por la
poesía de Unamuno y asegura que “la poesía (de Unamuno) es un vehículo de su búsqueda de
Dios”. El poemario se inicia con un
recuerdo de aquella famosa lira de Noche
oscura del alma de san Juan de la Cruz: “En la noche
dichosa/ en secreto que nadie me veía/ ni yo miraba cosa/ sin otra luz y guía / sino la que en el corazón ardía”. Y, posteriormente, recoge otra del mismo poema. Y es que, como el
poeta místico, Manolo Ramos va consiguiendo que la noche oscura se convierta en guía
y se muestre más amable que la alborada cuando el Amado (Dios) y la Amada (el
alma) se encuentran y se funden.
Los poemas de este poemario nos acercan a la realidad vital de cada uno de
nosotros. Todos perseguimos deseos, nos hacemos preguntas, vivimos ausencias,
sentimos miedos… El poemario gira en
torno a la noche, la noche como momento del día y, sobre todo, la noche como símbolo. La noche está presente
de forma directa o indirecta en la
mayoría de sus textos. Como sabemos, es
un simbolismo muy repetido en la
literatura. La noche y la oscuridad son símbolos del miedo, del desconcierto,
de la soledad, de la muerte… Para los místicos fueron, además, símbolo del
pecado, de las tinieblas que envuelven el alma. Aunque es verdad que aquellos místicos del Siglo
de Oro, en sus éxtasis, eran capaces de trascender a esa noche y convertirla en
luz, mediante la fe y el amor. Así, de la noche oscura san Juan de la Cruz pasa
a la noche dichosa iluminada por la luz que “en el corazón ardía”.
En Entre el jueves y la noche, la noche avanza desafiante frente a
nosotros y convoca a la muerte. Sentimos que nos amenaza, que nos envuelve con
la niebla del desconcierto… Y lo peor de esa noche es siempre la soledad y la
incertidumbre, las preguntas sin respuesta,
las preguntas ensanchadas que
se agrandan en la oscuridad. Sin embargo, en algún poema, esa noche, que avanza
amenazante, es detenida por el muro de la esperanza y al final queda destinada al olvido, porque somos
seres nacidos de la LUZ / hijos del
día. Esa noche, como la de los
místicos, nos permite atisbar la luz, y
la sombra termina sucumbiendo y
alumbrando esos senderos sedientos de
luz. Y eso hace constantemente el autor: persigue la luz, desea beber llamas / para sentir calor o abrir las flores para encontrar una
nueva y luminosa primavera. En ese recorrido hacia la luz, esta se presenta a
veces tan intensa que produce un efecto paradójico, pues ciega y devuelve a la
noche. Este hecho produce un sufrimiento
añadido del que se queja el poeta, por ello llega a exclamar en una imprecación dirigida a
ella: ¡Nos
ciegas!
Este poemario refleja, pues, el desconcierto y sufrimiento que el poeta
vive para transitar por la senda que va de la noche a la luz. Con frecuencia
todos esos sinsabores causan dolor,
dolor psicológico que se expresa también como dolor físico. Por ello, el camino
es cruento y el caminante sufre
desgarros anímicos que le hacen
sentirse lacerado físicamente. En esa búsqueda de la luz se siente un peregrino
que quiere ascender a las cumbres: Peregrino
/ subir a tus cimas / ser alimentado
por ellas, /poder vivir, /seguir, de ese modo existiendo. A ese peregrino
le resulta difícil ver la senda que lo
conduzca seguro a la meta, al Otro, a ese Amor trascendente, que es como flor de
terciopelo. Pero ese terciopelo,
a pesar de su suavidad, no siempre
ejerce el papel de brújula de la vida, como nosotros esperamos, pues, aunque sea amor, resulta deslumbrante
y cegador. Además, a ese peregrino el polvo del camino / se agarra a cada
paso.
Este peregrino es situado también en algún poema al borde de un mar embravecido que lo
golpea, que parece conducirlo hacia el abismo
y que le hace perder el norte. Y, al final, termina destruido: Arrojado. / Ahogado. / Devorado. Por ello apostrofa a ese mar tempestuoso que nos
inundas / y naufragas / en preguntas.
Frente a la noche que nos rodea, nos
aprisiona, nos desconcierta e, incluso, nos amedrenta, el autor propone adoptar
a veces la actitud de la locura fingida. En su poemario hay una
referencia al loco literario por antonomasia, a ese loco cuya locura consistía
en hacer el bien ayudando a menesterosos y menesterosas y actuando por
amor. A ello hace referencia el poema
X, que, por su brevedad, reproduzco íntegro: Me subí a Rocinante / y, después
del primer gigante, después del molino,
a la derecha / descendí hasta Sancho / para ansiar / con premura y tesón, / con
pasión/ volver a estar loco. Como vemos, desciende hacia Sancho, pero
pronto retoma el vuelo de la locura quijotesca.
Son frecuentes, también, las
referencias al tiempo, que aprisiona al ser humano y le añade angustia
al vivir. Un tiempo detenido en las
manecillas del reloj que amordaza a la noche y no la deja avanzar hacia la luz
del alba, hecho que acentúa la angustia de quien espera ansioso la llegada de
la luz del nuevo día. La angustia existencial se esconde entre
muchos versos del poemario y hace al autor gritar: ¡Nada! La referencia a la
nada aparece en varios poemas. Una de las causas de esa angustia es el
silencio, la falta de respuesta, a pesar de ser un silencio sonoro que desgarra nuestros tímpanos y que nos produce una inquietud que no nos
deja vivir. Es como el grito de
una ausencia que provoca el dolor que emana de la soledad: Rebozados de silencio / aullamos pidiendo luz.
Es evidente que la presencia de la
trascendencia religiosa es constante en los poemas de Manolo Ramos. Ese Amor
al Otro que siempre ha estado presente
en su proyecto vital. Un amor que busca con pasión por los vericuetos de la vida, que
no siempre es visible en los recodos del camino, pero, a pesar de ello, el autor está dispuesto a persistir en esa tarea de búsqueda y de encuentro de la PALABRA que da VIDA. Es más, quiere, a
través de su tarea sacerdotal y docente, ser esa Palabra de Vida, aunque para
ello tenga que sentirse a veces “desnortado” como Antonio Machado: “Pobre
hombre en sueños, / siempre buscando a Dios entre la niebla”.
En los cuatro
poemas finales es más
perceptible la presencia de la luz. Aparece una blanca rosa que anuncia una Pascua y que es un grito de VIDA. Es el momento en que Amor se acerca al poeta
y este siente la alegría
descorchada y compartida.
Los dos últimos poemas los dedica al
jueves, que cobra un sentido simbólico, tomado de una experiencia de su vida. Como explica en la introducción, y reiteró en la presentación, el
jueves fue un día maldito el año pasado, porque era un día "vacío de hogar", un día de descanso, de paz, de ausencias. En la actualidad, en cambio, se ha convertido para él en el día más dedicado a los demás. Es un día de presencia y de amor desbordante. “El jueves es una balsa en medio de toda
tormenta, una luz en medio de tanta noche. Un respiro, un ENCUENTRO”,
asegura. Un día de amor
siempre nuevo y aflorado. Después de tanto esfuerzo y tanta esperanza de
luz, cierra el último poema con estos versos: Ahora ardes,/ con una luz siempre nueva./ Completamente jueves/ ardiente
fuego de rostros, / que en el paso de los segundos y horas/ de espera, / las
ascuas del amor/ nacen a una nueva esperanza. El jueves es el símbolo de la
luz, de la presencia de los demás entre
los entresijos de la noche y su abrazo.
Dada la clara presencia
religiosa en los versos del poemario, la
búsqueda de ese Amor con mayúsculas entre la zozobra y el desconcierto de una
noche que se va acercando poco a poco a la luz de la Pascua y el uso de algunos
símbolos, como la noche, el fuego y la luz, podríamos pensar que estamos ante
poesía mística al modo de san Juan de la Cruz. También coincide con él en el
uso abundante de la paradoja. Sin embargo, Manolo Ramos no es un místico y su
camino hacia el Otro no parte de ningún éxtasis, más bien al contrario, él
tiene los pies asentados en el mundo que le ha tocado vivir y su mirada puesta
en las necesidades de las personas que lo rodean. Incluso en esa aparente
soledad, su camino no es escondido ni transita por sendas secretas, pues su
poesía está llena de presencias latentes (de paisaje y paisanaje) y de
ausencias, también presentes. Manolo
siempre ha sido una persona comprometida con el mundo que le rodea, con la
causa de los más necesitados, con la juventud y sus problemas y
aspiraciones, con un talante próximo al
de aquel cervantino desfacedor de
entuertos que ya había ensayado con éxito san Juan Bosco, el fundador de la
Orden Salesiana. Su espíritu inquieto,
su estar siempre disponible, su alegría tienen poco que ver con aquellos poetas
místicos. Por eso, cuando vislumbra el
auténtico Amor comparte su alegría, la transforma en pan compartido: Nuestras manos/ transformadas en hogazas/ partidas y repartidas.
Comparte y reparte sentimientos
vitales con los que la mayoría de los lectores nos podemos identificar, pues, a
fin de cuentas, el poemario nos sitúa a todos con él en el camino de la búsqueda de la
felicidad, camino lleno de abrojos, pero que es la esencia del vivir. De la soledad de la noche a la esperanza, en
un amor que, como el de don Quijote, le haga inclinarse a hacer el bien en una vida
sacerdotal de compromiso y entrega: “Dios me ama y me
quiere para otros”. Más cerca, pues, de Fray Luis de León que de san Juan de la Cruz.
Desde el punto de vista formal, los
poemas del libro son de poca extensión
(la mayoría no sobrepasan una página) y están escritos en versos libres, con
claro predominio de los versos de arte menor y con escasas rimas. Para
conseguir el ritmo poético usa con frecuencia los paralelismos sintácticos y los encabalgamientos. Algunos de los textos podrían situarse entre el poema lírico y el poema relato,
pero todos destilan pasión. Desde el
punto de vista estilístico, llama la atención la escasa presencia de adjetivos
calificativos, de forma que queda la palabra poética reducida a lo esencial.
Sin embargo, sí hay presencia abundante de recursos retóricos. El uso del
simbolismo es muy abundante en todo el poemario, como ya he apuntado: la noche, la luz, el peregrino, el camino, la brújula… Usa con frecuencia
apóstrofes, que parten de
personificaciones previas, y el estilo es especialmente rico en lo referido a la
metáfora y la sinestesia. Aparecen metáforas muy expresivas: las fauces del tiempo, mi garganta es un desierto, abrazado
al vacío del sonido…
Sin embargo, lo que más llama la
atención, desde el punto de vista expresivo, es el uso de la paradoja, que se
convierte así en un símbolo de la vida humana, que es una vida de contradicción
y de pelea. Su ardor / hiela mi esperanza. Susurro que ensordece. El canto del
silencio / se apaga. Luz cegadora / que desbordante, / apagas nuestros ojos. Es frecuente que una la paradoja a
la sinestesia, a través de una mezcla de sensaciones captadas por distintos
sentidos o de la mezcla de sensaciones y sentimientos: Dolor en pentagrama. Con esta mezcla consigue que los versos ganen
en plasticidad y que el lector tenga a la vez una percepción mental, sensorial
y vivencial de los versos: Largo
invierno / susurrador de fuegos / helándonos la esperanza. Esbozado en el
silencio / de tu sinfonía. El autor introduce en el poemario la
intertextualidad con la reproducción de versos de otros poetas: san Juan de la
Cruz, Octavio Paz, Ángel González, Joaquín Sabina…
También llama la atención el léxico que va en consonancia con
las vivencias reflejadas. Además del relacionado con la oscuridad y la
luz, abundan las palabras que “hieren”
en el cuerpo o en el alma: lacerar,
latigazos, tempestad, zozobra, zarpazo, prisión, amenaza, herida, sed,
soledad… Y, especialmente, muerte y nada.
Algunos poemas están acompañados con
las bellas ilustraciones de Elia Antonio Benavides y Mireya Esteban Martín.
Ojalá encontremos todas las personas esa
luz que busca el poeta que nos saque de la duda y el miedo, aunque quizá la
vida humana sea eso: un caminar en las tinieblas en pos de la luz y sentirnos cegados por ella cuando nos sale al paso. Y mientras hacemos el camino
podemos manifestar nuestras vivencias por escrito como lo ha hecho Manolo,
porque afirma que escribir es mi
arma / contra la duda y el miedo, es
como un grito en el silencio / como un beso en el aire. Un beso en el aire,
¡qué hermosa imagen!
¿Qué más puede
pedir una profesora de Lengua y Literatura, muy amante de la poesía, que tener la oportunidad de escribir una reseña sobre un poemario de
un alumno? Escribir lo anterior, por un
rato me ha hecho feliz (y ya no es el primer poeta salido de aquellas clases y recitales).
Para finalizar, solo me queda felicitar a Manuel Ramos López, nuestro Manolo, por sacar a la luz estos versos de un cuaderno azul arrinconado en un cajón, donde, a buen seguro, moran más. Aquí quedamos esperando esos nuevos poemas, porque, como decía Miguel Hernández, “el pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo”.
Y se hizo la luz,
recordando el Amor puesto
en todas las cosas.
Miembros de la mesa de presentación del libro |
Manolo con dos de sus profesoras de Lengua (Blanca y Margarita) en Santo Domingo Savio |
Margarita
Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora de Lengua y Literatura
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