viernes, 19 de octubre de 2012

Hablando de educación


                             A pie de pupitre…  (y III)

¿Han contribuido las leyes educativas de las últimas décadas a fomentar la madurez intelectual y personal de nuestros adolescentes? 

Sorprende que décadas atrás estuviéramos deseando que un maestro nos enseñara a pensar, porque primaba  entonces una enseñanza memorística, y que hoy muchos alumnos prefieran recitar algo de  memoria a entender lo que realmente significa. Requiere más esfuerzo utilizar la inteligencia para analizar los conocimientos que la memoria. Aunque  es evidente que ejercitar la memoria también es importante en educación, pues, si  no tuviéramos nada en la memoria, no podríamos pensar. La clave es aprender a comprender y  a interrelacionar con la inteligencia los datos que almacenamos en la memoria.

Nadie duda de que nuestros adolescentes, que son  ya nativos digitales, conocen mejor el lenguaje de la imagen que el de la palabra. ¡Bienvenida a la educación esa competencia que es indispensable en el mundo actual! Se han popularizado las fuentes de conocimiento y se ha facilitado el trabajo de alumnos y profesores. Sin embargo, se nos ha repetido mucho que una imagen vale más que mil palabras, pero esto no es una verdad absoluta, pues hay palabras que no se pueden expresar con mil imágenes; sin ir más lejos, la palabra educación.

Pocas personas han analizado un problema que puede  incidir notablemente en el aprendizaje escolar y en la madurez y equilibrio afectivo de nuestros adolescentes. Si nos fijamos bien en el tipo del alumno que fracasa escolarmente, veremos que en muchos   casos las causas de ese fracaso no son   problemas de índole familiar ni social. Pero sí se detecta un problema que afecta al rendimiento escolar de muchos estudiantes: la baja competencia lingüística, hecho que genera problemas de aprendizaje. Y es que  para aprender, además de las imágenes, sigue siendo necesario el poder de la palabra. La palabra es cauce del aprendizaje. Y lo seguirá siendo durante mucho tiempo aunque cambien los soportes de la escritura y la lectura. Pensamos con y en  el idioma. El idioma no es solo el envoltorio o el vehículo del pensamiento, sino que es la sustancia misma de este. Se  podría decir de alguien: "Dime qué nivel idiomático tiene y te diré la complejidad de tu pensamiento".

En la última década, el lenguaje de los adolescentes se ha quedado tan reducido, tan raquítico, que es imposible que articulen con él un pensamiento medianamente complejo. Hay adolescentes que no manejan un vocabulario de más de 1000 palabras, cuando hace no muchos años conocían y usaban con soltura de  2500  a 3000 al acabar el Bachillerato.

Siempre se ha dicho que hay que leer para ampliar el vocabulario. Sigue siendo válido. Un buen lector es, en general, un buen estudiante. Pero hoy deberíamos añadir: hay que hablar para ampliar el vocabulario. Este déficit de dominio del idioma es más patente entre los chicos que entre las chicas, y este hecho coincide también con los datos numéricos: el porcentaje de chicas que fracasa o abandona los estudios es menor que el de los chicos. Las mujeres adquirimos antes el dominio del idioma y lo manejamos  con más soltura y de forma más expresiva. Hasta no hace mucho nuestros alumnos eran  una generación de imágenes, ahora son una generación “de pantallas”, sobre las que a  veces, más que mover la vista para mirar qué hay en la pantalla,  ven  esta solamente de pasada mientras mueven los dedos  con gran agilidad. En esa pugna entre desarrollo del dedo y de la mente, ¿cuál saldrá ganador?

Cada vez contemplamos   a  más  adolescentes aislados y abstraídos de lo que los rodea, con su  vista fija en una pantalla y sus oídos  ajenos al mundo. Y cuando se reúnen en grupo, el grupo es solo  una suma de individuos aislados, pues apenas hay comunicación: no utilizan casi la palabra, no se miran… Este hecho de estar pendientes constantemente de recibir alguna información genera en ellos tensión, nerviosismo. Bastaría contemplar la rapidez de movimientos de la vista y de los dedos por la pantalla de un móvil y el lenguaje gestual. Esta falta de comunicación personal también es más frecuente entre los chicos que entre las chicas. Hasta la propia creatividad del lenguaje juvenil, que a veces ha sido rico en matices y sugerente en la forma, se está viendo muy mermada. Y no hablo del acortamiento en la escritura, que es una pura simplificación gráfica, sino de la escasez de términos. Utilizan un idioma encorsetado, lleno de tópicos, de palabras huecas… Los sentimientos quedan reducidos a unos iconos con gestos diversos o a un jejeje. Cuando desean verbalizar un sentimiento tienen enormes dificultades para hacerlo. Y si se les pide que expliquen qué sentimiento quieren expresar con algunas de estas palabras comodín, tampoco les resulta fácil concretarlo.

            Es un hecho que conocen poco vocabulario culto los adolescentes, pero eso no sería problema si  manejaran con soltura, o al menos entendieran,  la lengua coloquial  con la que el pueblo llano siempre ha expresado penas y alegrías, aspiraciones y decepciones. Pero desconocen en igual medida la lengua coloquial: sus frases hechas, sus refranes, sus connotaciones. Si se les propone buscar sinónimos de contento, por ejemplo, no debe preocuparnos que no utilicen eufórico, pletórico…, pero quizá sí que les resulten “exóticas” las expresiones estar como unas pascuas o como unas castañuelas. Expresiones coloquiales que expresan,  con gran riqueza expresiva, y hasta literaria, un estado de ánimo. Se despachan con un supercontento y ahí quedó todo. ¿Cómo van a entender la complejidad de la filosofía de Kant, la redacción de un contrato  o el lenguaje político y publicitario?  Se constata también que los alumnos cada vez comprenden peor la formulación de los enunciados de las preguntas con las que se les evalúa académicamente. Lo mismo ocurre con el lenguaje de los libros de texto. Y la vida es una carrera en la que muchas veces se van a tener que “vender” con la palabra.


Mis alumnos de hoy con mis alumnos ayer Miguel Ángel Oliver y Juan Luis Fuentes. ¡Una maravillosa experiencia!


Inger Enkvit,  experta sueca en la investigación comparada de los sistemas educativos más avanzados del mundo y autora de múltiples obras sobre pedagogía, a la pregunta: "¿Qué puede hacer España para mejorar sus resultados?", contestaba: "Mejorar el nivel lingüístico de los profesores y modificar algunas leyes. No hay que pensar que cualquier conducta es admisible. Los alumnos tienen que proteger el derecho de sus compañeros a la educación; no puede ser que uno alborote y otro no pueda hacer nada. Lo importante no es invertir mucho dinero para dar a todos  educación, porque no todos la quieren recibir".

Llama la atención cuando se analiza el éxito del  modelo educativo finlandés que elijan cuidadosamente a quienes van a formar como profesores, en cuanto a vocación, y por su brillantez en el bachillerato  y su riqueza lingüística, aspecto que nunca se ha valorado entre nuestro profesorado. Si analizamos las notas de corte de los últimos años para el  acceso a la Facultad de Educación  constatamos que han sido   bajas en relación con otros estudios.  ¡Ahí queda para el análisis!

Otra merma que han sufrido los niños y adolescentes en las últimas décadas se manifiesta en la capacidad de la imaginación. Y esta facultad también es importante para aprender, pues facilita la formación de nuevas ideas y, por tanto, la enseñanza creativa. Dos causas están detrás de esto. Una, el hecho de que, en general, los niños leen cada vez menos. La lectura obliga a imaginar personajes, situaciones… Las imágenes, en cambio, nos dan ya acabada la historia. Todos hemos experimentado alguna vez que, cuando hemos leído una novela que nos ha gustado y luego la vemos llevada al cine, nos sentimos decepcionados. La imaginación siempre es más rica que la imagen y nos descubre algún camino mental por el que nos podemos escapar y transitar.

La otra causa que ha debilitado el poder de la imaginación es el tipo de juegos que tienen o han tenido estos chicos. Son juguetes sofisticados que  dejan poco espacio a la imaginación. Si observamos a los niños, vemos que la ilusión ante un juguete nuevo dura un rato o  unos pocos días, y pronto pasarán a jugar con cualquier otro utensilio doméstico. ¿No seremos los adultos los que sentimos más ilusión por comprarles juguetes que los propios niños? Si les dedicáramos un poco de tiempo, que es más barato, y jugáramos con ellos, compartiéramos vivencias con la palabra y les enseñáramos a imaginar, -porque también se enseña a imaginar-… les ayudaríamos notablemente en el proceso educativo. A los niños de hoy les sigue gustando que les cuenten historias…, pero cada vez  les llega menos la cultura de la palabra. Un juego basado en imágenes tampoco permite "imaginar"  mucho. Con solo mirar diez años hacia atrás nos daríamos cuenta de que el empobrecimiento del lenguaje y de la imaginación ha sido notable.

La falta de tolerancia a la frustración, el deseo de conseguir todo al instante, también inciden de forma negativa en la educación actual. El aprendizaje requiere tareas repetitivas, concentración, paciencia… silencio… Así aprendimos a andar, a hablar, ensayando el mismo gesto una y otra vez. Ahora, cuando los alumnos no ven el resultado positivo e inmediato a su esfuerzo puntual, renuncian fácilmente a volver a intentarlo. Y en realidad solo se fracasa cuando se intenta algo por última vez.

Se nos pide a los profesores que evitemos el aburrimiento.  Está bien recordar que el verbo aburrirse es pronominal. Nadie nos puede aburrir: es una vivencia que se da dentro de nosotros. No cabe el aburrimiento si el alumno entra en una dinámica heurística e indaga sobre el conocimiento. Se aburre cuando es un mero receptor y el acto educativo es una experiencia pasiva. Hay que educar en el esfuerzo, en los valores, en la fortaleza, en la creatividad…, y lo demás llegará por añadidura.

También la educación en el esfuerzo es una de las claves del éxito finlandés.  

Inger Enkvit  asegura que "el éxito del modelo educativo finlandés se basa en el esfuerzo del alumno". Así se afrontan las frustraciones y  la monotonía que siguen estando presentes en la escuela y en muchos puestos laborales.  La tarea del jefe no es divertir  a los empleados, sino dirigir y exigir la consecución de unos objetivos. Puede motivar, pero no sustituir el trabajo del empleado. Ese es el mundo que les espera fuera del aula.  No podemos educar para el país de jauja, aunque en ese lugar viven muchos  chicos de hoy sin saberlo…

¿Saben más nuestros adolescentes que los de la generación de sus padres? Si entendemos saber por tener información: sí. Si entendemos saber como madurez mental: no. Información no es lo mismo que conocimiento. La información es algo que se genera, que pasa de forma rápida, y que se olvida. El conocimiento requiere  elaboración intelectual y crea un poso que va quedando en  nuestro cerebro. ¿Son más felices porque tienen más artilugios de todo tipo? Rotundamente, no.  ¿Es menor el índice de fracaso escolar? Los datos no lo avalan. La UNESCO nos termina de aportar la información de que uno de cada tres estudiantes abandona la  Enseñanza Secundaria en España, frente a uno de cinco en los países de nuestro entorno.

Nuestros adolescentes se sienten solos, por eso la necesidad de estar siempre conectados, para tener la sensación de que  a alguien le importan en todo momento. Padres ausentes, amigos virtuales, profesores convertidos en quijotes que quieren luchar, en una lucha desigual, por proponer valores que el mundo exterior a la escuela convierte en contravalores. Hablamos de estudio, trabajo, esfuerzo, metas…  pero eso no motiva. Bastaría observar que en la mayor parte de la música que escuchan no están reflejados esos valores.

En este momento hay una doble brecha entre la sociedad y la escuela. Por una parte, la escuela no está a la altura de las demandas sociales en cuanto a preparación práctica. Por otra, la sociedad no apoya la formación integral de la persona que persigue la escuela. 



Seguramente la escuela actual debe modificar estructuras inmóviles desde hace décadas. Quizá tengamos que abandonar para siempre los libros de texto y sustituirlos por plataformas o mochilas digitales para llegar al alumno en su propio medio. Las TIC están abriendo la escuela al exterior y el uso de internet puede estimular el aprendizaje. Pronto nos  ayudarán asistentes virtuales. Quizá tengamos que sacar el aprendizaje  a la calle  al encuentro de la generación  u-learning  (un 38% de los españoles con más de 13 años poseen un smartphone y un 40% de los que tienen entre 8 y 18 años acceden a Internet desde su móvil), el aprendizaje basado en la tecnología y al que se tiene acceso desde cualquier lugar.  Quizá tengamos que dejar de estar para siempre a pie de pupitre y  tengamos que salir del aula al encuentro con los alumnos o meter su mundo dentro de esta. El profesorado está dispuesto a aceptar ese reto.

Pero, por otra parte,  es difícil saber si seremos capaces  de ayudarles a transformar la información en conocimiento y en una educación en valores. Porque también hay una brecha entre la sociedad y la escuela. La educación  no puede renunciar a una formación integral de la persona. La escuela debe transmitir valores: tolerancia, justicia, solidaridad, gratitud, humildad, esfuerzo…  Y la sociedad actual no contribuye a educar en valores, más bien presenta con frecuencia "modelos" que son contravalores. Quizá haya  que transformar algo más que el sistema educativo, quizá sea la sociedad en su conjunto la que necesita recuperar el valor del ser frente al dominio del tener. La escuela está al servicio de la sociedad, pero no debe ser su esclava.

Y para educar es necesaria estabilidad (que no es lo mismo que inmovilismo) en el sistema.    No se puede  "sufrir" una ley educativa nueva cada pocos años… Tiene que haber consenso en educación.  Debemos ponernos de acuerdo, buscando un equilibrio, sobre qué aspectos y directrices del  currículo escolar deben tener un marco global y sobre cuáles pueden  decidir  la autonomía de los centros u otras instituciones. Ni una enseñanza uniforme, ni una enseñanza atomizada. Bien está que conozcamos el nombre del río de nuestro pueblo, pero también debemos seguir  sabiendo que “el Pisuerga pasa por Valladolid”, como hecho y como dicho, porque, querámoslo o no, vivimos en la aldea global.

Sin embargo, a pesar de todo, y de todos, los docentes seguimos ahí,  con el ánimo intacto y con vocación de servicio. Por eso, a pie de pupitre, en aulas virtuales, en la calle… siempre habrá un gran grupo de educadores entregados, que cada día emprenden una tarea difícil, pero ilusionante, y  que no desfallecerán en su  intento,  porque seguirán convencidos de que participar en la educación de un país es un reto  de gran altura que vale la pena asumir.

                                

Completo con este artículo una serie de tres (A pie de pupitre I y   A pie de pupitre II) sobre los problemas de la educación actual en España. 







.

domingo, 14 de octubre de 2012

Hablando de educación

                                                            
                 A pie de pupitre… (II)

El anteproyecto de  la   nueva ley educativa (Ley Orgánica para la Mejora  de la Calidad Educativa –LOMCE-) nos trae de nuevo el espantajo de las reválidas.  Vaya por delante que no soy partidaria de las reválidas, sino de una evaluación continua y continuada, que lleve a cabo el profesor que ha realizado el seguimiento educativo del alumno, y que conoce su trayectoria. Pero tampoco hay que rasgarse las vestiduras por volver a oír ese término. Al analizar el anteproyecto de ley, creo que hay que  hacer un análisis de mayor calado. Especialmente, si el argumento "más consistente" que  se esgrime en algunos casos es que volvemos a la educación de los años 60, utilizando este dato temporal como sinónimo de una educación obsoleta y errática. Y, sí, obsoleta en varios aspectos, pues ha pasado medio siglo desde entonces y han cambiado muchos aspectos de la educación, en contenido y en forma. Afortunadamente,  hoy podemos educar en libertad y para la libertad,  y desde la coeducación. Pero quizá no todos los aspectos de aquella educación  fueran negativos,  como no  todo lo actual es plausible.

En aquella enseñanza de los años 60, en que nos educamos profesores que hoy seguimos en las aulas, se nos formó (por imperativo legal) en  la Formación del Espíritu Nacional del franquismo. Sin embargo, en aquella “democracia orgánica” –así la llamaban desde la dictadura-, y a pesar de ella, aprendimos a ser libres y a usar la libertad para luchar contra la dictadura que nos educó. Y los que nos educamos entonces, para  sentirnos y actuar como demócratas,  no hemos necesitado   estudiar Educación para la ciudadanía, esa materia controvertida a la  que unos  hicieron un hueco en el sistema y que otros, según parece, van a  sustituir por otra llamada Educación cívica y constitucional. Poco importa que cambien el programa y el nombre o que supriman la materia, pues no se educa en la tolerancia y libertad desde una asignatura, y menos si  a esa materia no se le da una asignación horaria adecuada; eso debe hacerse transversalmente desde todo el currículo escolar, desde la educación en la familia y desde otros ámbitos, y no solo de forma teórica, sino con el ejemplo de vida de las personas que transmiten esos valores.

No olvidemos que fue esa generación la que, desde la universidad, en los primeros 70, contribuyó decisivamente a preparar el camino de la democracia. Y no quiero decir con ello que sea ni bueno ni necesario pasar por una educación autoritaria para llegar a la libertad. Todo lo contrario. Todos hubiéramos deseado vivir en libertad y  que nos hubieran puesto las cosas más fáciles. Pero como no lo eran, aprendimos a luchar para hacer realidad nuestras aspiraciones… Aprendimos el valor del esfuerzo, el tesón, el valor de los ideales… Creíamos firmemente que las utopías de entonces podrían ser las realidades del futuro. Y eso nos llevó a querer ser más: más cultos, más tolerantes, más críticos… más libres... Y nos hizo aprender a ser fuertes para no desfallecer en el intento. La dura realidad nos enseñó algo positivo: el valor del esfuerzo para conseguir esos retos.

Esa generación pasó por varias reválidas (Ingreso, a los 10 años; Reválida de Grado Elemental, a los 14; Reválida de Grado Superior, a los 16; prueba de acceso a la Universidad a los 17) y…, a pesar de revalidarse tanto... ¡no está traumatizada! Estudió con becas que tenía que ganar y conservar con méritos académicos (nota mínima de 7), sumados a las necesidades económicas. Suma de esfuerzo, esfuerzo, esfuerzo…, y el resultado final fue muy fructífero.

Hoy la situación para acceder al conocimiento es mucho más fácil para nuestros alumnos. Tienen muchos medios a su alcance alcance, y basta con una capacidad intelectual media y con que se esfuercen de forma metódica, para conseguir el título de Graduado en ESO y el  Título de Bachillerato. Incluso la posibilidad de acceder a becas y de conservarlas, a veces sin grandes méritos académicos, está (estaba, antes de la llegada de los "recortes", porque de pocos meses acá ya tenemos que hablar en pasado de casi todo) al alcance de muchos alumnos. Si finalmente  se reponen sin consenso esos exámenes de reválida, al menos habría  que velar por que  no discriminen a los alumnos por razones sociales o personales. Y también por que ese examen no sea totalmente determinante para la obtención de título correspondiente a cada nivel académico. Ese es el meollo de la cuestión, no el hecho de hacer un examen más o menos que, en general, no traumatiza a ningún  alumno en su vida posterior.  Quizá el único aspecto positivo de un examen de carácter general (habría que estudiar muy bien  cuál, cuándo  y cómo, y, desde luego, no en la enseñanza obligatoria) es que  nivele la exigencia entre distintos lugares y distintos tipos de centros. En fin, deben estudiarse los pros y los contras antes de condenar algo a priori y confiar en la buena fe de los legisladores. Desde la izquierda se pone el acento en la justicia y desde la derecha en la excelencia, pero la excelencia y la justicia no son contrarios entre los que haya que elegir. El reto es ponerse de acuerdo para conjugar ambas.

Otro tema polémico del Anteproyecto LOMCE es la separación de los alumnos por itinerarios, a partir de los 14-15 años. Oímos voces de sindicatos, partidos políticos, asociaciones de padres, algunos pedagogos...  que claman contra esta medida. Quizá antes de rechazarla de forma tajante, habría que ver su utilidad en el aula y en la formación de cada alumno. Solo las personas que no viven día a día a pie de pupitre pueden asegurar de forma tajante que eso discrimina a los alumnos y que es negativo desde el punto de vista educativo. En las aulas se ve claramente que no se puede educar de la misma manera a  adolescentes que tienen intereses, motivaciones o capacidades diferentes. Orientar al alumno hacia un itinerario que vaya acorde con sus intereses es quizá la mejor forma de conseguir que ese alumno no engrose las listas del fracaso escolar y a veces también del fracaso personal. Es fácil opinar desde fuera, pero en los centros educativos constatamos a diario que hay adolescentes que no pueden o no quieren seguir las exigencias educativas que marca  un currículo escolar único. De hecho, en la situación actual, hay alumnos que, habiendo cursado solo  2º o 3º de ESO, son derivados, previa aceptación de sus padres, a Programas de Cualificación Profesional Inicial (PCPI), porque han fracasado en su intento de conseguir el título por la vía ordinaria. Otros van a programas de Diversificación. Por otro lado, en la práctica, existe ya algo parecido a los itinerarios en 4º de ESO, al existir varias opciones  en elección de materias.

Y si  los  itinerarios se consideran algo negativo, que alguien nos diga a  los profesores qué hacer con los alumnos que pasan de curso por imperativo legal (edad, repeticiones) con los objetivos de cursos anteriores sin conseguir y que, por tanto, no pueden seguir con normalidad el curso en que están matriculados. Son alumnos que se aburren, que pierden el tiempo, que se sienten fracasados y que, en muchos casos, impiden el normal desarrollo de una clase y el trabajo de sus compañeros.

Hay que conocer el funcionamiento del sistema educativo desde dentro, antes de decidir, juzgar, opinar… Habría que preocuparse de estudiar detenidamente los contenidos de esa propuesta de  itinerarios, los estudios a los que dan acceso, tender puentes de conexión entre unos y otros, estudiar el tipo de titulación, etc.   Solo una vez  sopesados todos los aspectos,  se puede decidir en consonancia.

Volvemos a lo de siempre. Todos opinan, juzgan, rechazan… menos los profesionales de la educación que seguimos callados, porque nadie nos pide opinión. ¿Por qué alguna vez los responsables educativos no hacen una encuesta seria y directa entre los docentes -profesores y orientadores-, con preguntas muy claras sobre los aspectos más controvertidos de un anteproyecto de ley? A partir de esas respuestas, de la opinión de otros agentes sociales y de expertos en pedagogía, se podría elaborar una ley menos  politizada que las anteriores y más próxima a una auténtica ley de calidad.  Labor de los políticos: redactarla, llevarla al Parlamento, debatir, negociar con otros partidos, aceptar propuestas de mejora y ponerla en funcionamiento, con su correspondiente financiación. Labor de los docentes: hacerla realidad en las aulas. Eso es el consenso educativo. Hasta que no descubran, unos y otros, el sentido de esa palabra, la educación no mejorará sensiblemente.

Todos los implicados en la educación: educadores, padres, políticos, sociedad... deberíamos estar de acuerdo en que educar, en el significado auténtico de la palabra, es algo que siempre persigue los  mismos fines: acompañar - conducir, en su significado etimológico- al discente para que aprenda a aprender, o sea,  ayudarle a construir su personalidad, enseñarle a saber qué hacer con lo que sabe. En definitiva: enseñar a la persona a ser libre y feliz.  Y la clave está en encontrar en cada momento la forma adecuada para conseguir ese objetivo.  Por eso,  el mejor maestro no es el que más conceptos enseña, sino  el que despierta en el alumno el deseo de aprender.

Y en esos  métodos que se van adaptando al contexto hay algo que siempre hay que incorporar, algo que es consustancial al hecho educativo: el alumno que quiere aprender lo tiene que hacer con disciplina personal, con motivación: con esfuerzo. Y esto, que años atrás era asumido como una exigencia ineludible en el mundo educativo, tal vez se haya relajado excesivamente, en los centros educativos y en la educuación en la familia. Y, sin embargo, hablar de esfuerzo y de disciplina no es algo antiguo ni moderno: es algo imprescindible en el proceso educativo Y no me refiero tanto a una disciplina externa, como a un plan personal de aprendizaje. Se puede aprender jugando, se puede hacer el aprendizaje más o menos motivador o divertido, pero aprender y jugar no es siempre lo mismo. A veces los educadores tenemos la sensación de que nos estamos convirtiendo en meros  animadores culturales, pero, en lo que realmente importa, ¿hemos mejorado sustancialmente?

 De todas las competencias de las que ahora se habla en educación, creo que la más importante es “aprender a aprender”, o sea, construir el conocimiento. Hacer que los datos que están en el cerebro se interrelacionen como vasos comunicantes, que no sean compartimentos estancos, archivos aislados, sino que sirvan para anticipar futuros conocimientos. Esta idea de aprender a aprender que nos parece hoy tan moderna, es una idea muy antigua, pues está   próxima a la mayéutica socrática.  

Quizá sea convenientte conocer el pasado, aunque hablar del pasado parezca  algo proscrito en un mundo en que prima la juventud y la modernidad, y avanzar a partir de él sin hacer tabula rasa. Y  los antiguos sabios: Sócrates, Platón, Aristóteles… siguen siendo sabios y  tienen mucho que enseñarnos. También otros muchos docentes posteriores. No nos educarán en competencia digital, para eso ya tenemos hoy  medios y docentes bien preparados, pero sí pueden hacerlo en competencia vital. Y esa es la clave para ser  más… feliz. Si embargo, parece que a  la nueva ley no le gusta mucho el mundo clásico, pues hará desaparecer la materia de cultura clásica, el griego...

Decía Pitágoras: El discípulo tiene que estar al lado del maestro como al lado del fuego: ni tan cerca que se queme ni tan lejos que se hiele. Y Platón: Dos excesos deben evitarse en la educación de la juventud; demasiada severidad  y demasiada dulzura.

Estas máximas esconden una gran verdad. Competencia y cercanía del maestro y respeto, esfuerzo  y gratitud del alumno. En ese equilibrio reside una  parte del éxito de la tarea educativa. Y eso, ¿es antiguo o moderno? Simplemente, intemporal.



Este es el segundo artículo de una serie de tres (A pie de pupitre I y A pie de pupitre III) sobre los problemas de la educación en España.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Hablando de educación

 

                        A pie de pupitre...  (I)

Salí de aquella  escuela unitaria y mixta de mi infancia, de gratos recuerdos, pasé por el instituto y la universidad … y, años después, volví al colegio. Siempre creí que dedicarse a educar era una profesión muy noble. Siempre quise imitar y tomar lo mejor de aquellos profesores que me educaron de forma entregada y sabia. También tenía claro que quería distinguirme de aquellos  profesores -pocos- que prefería olvidar. Y con esas premisas y mucho entusiasmo, comenzó, en Madrid, hace ya la friolera de 37 años, mi vida docente. Y en ella sigo, a pie de pupitre. Me eduqué en una dictadura y empecé a educar  en los días en que moría la dictadura. Estrené, pues, la ansiada democracia, por la que había luchado, con una gran tarea por delante… 


A pie de pupitre
Desde esta atalaya, que es mi experiencia docente, he visto evolucionar el sistema educativo de nuestra etapa democrática. Mucho parece que ha cambiado la forma de educar desde los años 60 del siglo pasado a los que me refería en un artículo anterior. Y, en apariencia,  así es: tenemos nuevas tecnologías en las aulas; libros bien impresos, y que despliegan sus páginas a color, con fotos y esquemas, ante los ojos de los alumnos; alumnos que tutean a sus profesores; aulas sin tarimas; instalaciones deportivas… Pero, realmente, ¿ha cambiado el hecho de enseñar y aprender? En lo fundamental, no. Seguimos persiguiendo el mismo objetivo, porque es la base de la educación: acompañar al alumno en su madurez personal e intelectual para que adquiera una formación integral.

En este período democrático hemos convivido  con diversas –y excesivas- leyes educativas: Ley Villar Palasí,  LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE… Ahora oímos hablar de LOMCE y, solo con oír ese nombre, ya  comenzamos a desconfiar. Demasiados cambios para que mejore de verdad un sistema educativo. Máxime cuando los resultados de la educación se ven y se juzgan a más largo plazo.

 Las leyes educativas, para ser eficaces, necesitan consenso, no solo político (imprescindible), sino también de la comunidad escolar. Los profesionales que trabajamos a pie de pupitre somos quienes las vamos  a poner en práctica. Pero al profesorado apenas se le pide opinión. No se  le consulta para hacer un diagnóstico. Y si el sistema está enfermo, un buen diagnóstico es fundamental. Ese es el primer  gran error.

La mayoría son leyes que emanan de una ideología política, de unos cerebros que organizan y redactan artículos desde un despacho o que siguen los dictados teóricos del pedagogo de turno. ¡Excesivo despacho y poco conocimiento de la realidad de las aulas! Leyes hubo que  llamaban “segmento de ocio” al recreo y “panel vertical de aprendizaje” a la pizarra. Otras acabaron con la palabra maestro para llamarle “profesor de EGB”, para dignificarlo socialmente.  ¡De poco sirven los cambios en el sistema, si solo se limitan al uso de eufemismos! La LOGSE nos enseñó a programar por objetivos, y a enseñar  y evaluar tres aspectos del conocimiento: los  conceptos; los procedimientos -con sus capacidades y destrezas-, y los valores y actitudes… Y cuando habíamos aprendido  ya estos nuevos términos para denominar a algo que ya veníamos haciendo ("sin saberlo"), llegó alguien más “sesudo” y europeísta y decidió que ahora hay que evaluar por competencias. Enseñar a actuar con urbanidad y tolerancia es ahora  competencia social y ciudadana; hablar y escribir correctamente, ahora se llama competencia en comunicación lingüística. Y así sumamos otras: competencia en el conocimiento y la interacción con el mundo físico,  competencia digital

Aparte de bonitas, y a veces extrañas, denominaciones, las leyes necesitan una buena financiación si se quiere realmente cambiar algo y subsanar las deficiencias. Muchas de esas leyes nacieron ya moribundas, porque no hubo en paralelo una ley de financiación. Y para atender a la diversidad del alumnado hay que hacer grupos pequeños y flexibles  que permitan la educación individualizada, hay que formar al profesorado,  hay que crear una amplia dotación de becas para evitar las desigualdades sociales…  En definitiva, es necesaria inversión. Nuestros alumnos nos salen más baratos que los de la mayoría de países de la OCDE, con los que nos comparamos en resultados. Nuestros gobernantes aún no han asumido que la educación es la mejor inversión para un país, porque, por muy cara que resulte, siempre es más cara la ignorancia.  Ya lo decía el libro de la Sabiduría: Los que despreciaron la sabiduría, /no solo sufrieron el daño de conocer el bien,/ sino que dejaron a los vivientes un  momumento de su insensatez.

 Mala época la actual, llena de recortes de todo tipo  que van en detrimento de la calidad educativa, para hablarnos de una ley para mejorar la calidad. Parece un sinsentido y una tomadura de pelo.

Con cualquiera de las leyes citadas más arriba se buscaba mejorar la calidad educativa, pero todas han terminado haciendo aguas y el único avance  notable ha sido la escolarización obligatoria hasta los 16 años y, posteriormente, la escolarización efectiva de 3 a 6.

Alrededor del 30 % de los alumnos españoles no finaliza la enseñanza obligatoria, tasa de fracaso escolar elevadísima. Por otra parte, el 28 % de los jóvenes españoles no prosigue estudios después de la ESO, tasa que duplica a la de la UE.

Ante esta situación alto porcentaje de abandono escolar, que arrastramos desde hace décadas, es evidente que aún existe un problema de insuficiente inversión, pero hay otras causas que también hay que analizar para conocer cuál es la enfermedad de nuestro sistema. Causas como: la falta motivación y de esfuerzo de muchos alumnos,  la falta de incentivación, de formación y de valoración social del profesorado,  la falta  de implicación de muchos  padres, problemas sociales y culturales diversos…

La escuela, en los primeros niveles,  se ha convertido a veces en un lugar donde se recoge y se cuida a los niños mientras sus padres trabajan, y en algunos casos tiene más una función social que educativa.  La escuela hace esas tareas, pero no son tareas de la escuela, por más que esta sea consciente de la  dificultad para conciliar la vida familiar y laboral, que es un gran problema de la sociedad española.

Además, cada vez hay más chicos que viven en familias monoparentales o desestructuradas, con graves conflictos familiares, en muchos casos. Padres y madres que por su carácter o su situación personal delegan la educación de sus hijos en los profesores. Padres y madres que ejercen poco de tales, en cuanto a la tarea educativa,  y que  presumen de ser  amigos de sus hijos. Craso error: un padre no debe ser amigo de su hijo, sino padre, de lo contrario lo dejaría huérfano. Los progenitores ponen normas, advierten de los peligros, guían, solucionan problemas… y dan amor de padres. Los amigos los deben buscar los hijos: y eso también forma parte de la maduración personal.

La “fe” que muchos padres tienen en sus hijos, es casi una religión. Creen fácilmente lo que estos cuentan del colegio y justifican actitudes que no tienen nada de educativas. Si los padres le quitan la autoridad al profesor ante su hijo, se están quitando su propia autoridad, y eso es nefasto en educación. Mejor sería adoptar una postura “agnóstica” y ante la duda preguntar en el centro educativo. Ahora se pregunta poco, pero “se piden muchas explicaciones” e incluso a veces se le indica al profesor cómo debe hacer su tarea. ¿Le indica el profesorado al padre  o a la madre cómo deben hacer su trabajo profesional? Evidentemente, no. Luego, como punto de partida, habrá que confiar en que el profesor sabrá hacer su trabajo y el colegio gestionar bien su proyecto educativo.

 Nuestros niños y adolescentes están rodeados de cosas, objetos que consiguen sin un mínimo esfuerzo. Les sobran cosas y les faltan personas que estén presentes en el proceso de su maduración.  Habría que regalarles más vivencias y con-vivencias que pueden llevar consigo toda su vida y no atosigarles con tantas cosas. Por ello, y al menos durante el período de la enseñanza obligatoria, es necesario que los padres acompañen a sus hijos en el estudio diario. En los dos significados de la palabra acompañar: siguiendo su progreso escolar y haciendo que no se sientan solos. Pero nuestros chicos y chicas tienen  a veces como única compañía una pantalla que les aparta del mundo real y les convierte en sus prisioneros. Y no solo los hijos, también algunos padres que tampoco levantan la vista de otra pantalla, cuando sus hijos se dirigen a ellos.

 Nuestros adolescentes manejan mucha información, pero establecen poca comunicación. Es imprescindible que esos chicos vayan madurando poco a poco, sintiéndose acompañados y orientados, en una familia que los proteja, pero que también les exija   el cumplimiento de normas, les enseñe a asumir los fracasos, a valorar el esfuerzo...  De lo contrario, cuando se encuentren con un problema, no tolerarán la frustración y de ahí a padecer algún tipo de desequilibrio psíquico o afectivo no hay más que un paso. 
La tarea educativa empieza   por la educación de los sentimientos. Pero esa responsabilidad no es solo de los centros educativos. Es, sobre todo, una tarea de la familia y  comienza desde el momento del nacimiento. Los centros de Primaria y Secundaria  se suman gustosos a esa tarea, pero no pueden hacer milagros…

La escuela lo intenta, pero como decía Rousseau:  “Un buen padre vale por cien maestros”.



Este artículo se completa con otros dos (A pie de pupitre II y A pie de pupitre III) en los que se analizan los problemas de la educación en España.
Licencia Creative Commons
La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.