domingo, 14 de octubre de 2012

Hablando de educación

                                                            
                 A pie de pupitre… (II)

El anteproyecto de  la   nueva ley educativa (Ley Orgánica para la Mejora  de la Calidad Educativa –LOMCE-) nos trae de nuevo el espantajo de las reválidas.  Vaya por delante que no soy partidaria de las reválidas, sino de una evaluación continua y continuada, que lleve a cabo el profesor que ha realizado el seguimiento educativo del alumno, y que conoce su trayectoria. Pero tampoco hay que rasgarse las vestiduras por volver a oír ese término. Al analizar el anteproyecto de ley, creo que hay que  hacer un análisis de mayor calado. Especialmente, si el argumento "más consistente" que  se esgrime en algunos casos es que volvemos a la educación de los años 60, utilizando este dato temporal como sinónimo de una educación obsoleta y errática. Y, sí, obsoleta en varios aspectos, pues ha pasado medio siglo desde entonces y han cambiado muchos aspectos de la educación, en contenido y en forma. Afortunadamente,  hoy podemos educar en libertad y para la libertad,  y desde la coeducación. Pero quizá no todos los aspectos de aquella educación  fueran negativos,  como no  todo lo actual es plausible.

En aquella enseñanza de los años 60, en que nos educamos profesores que hoy seguimos en las aulas, se nos formó (por imperativo legal) en  la Formación del Espíritu Nacional del franquismo. Sin embargo, en aquella “democracia orgánica” –así la llamaban desde la dictadura-, y a pesar de ella, aprendimos a ser libres y a usar la libertad para luchar contra la dictadura que nos educó. Y los que nos educamos entonces, para  sentirnos y actuar como demócratas,  no hemos necesitado   estudiar Educación para la ciudadanía, esa materia controvertida a la  que unos  hicieron un hueco en el sistema y que otros, según parece, van a  sustituir por otra llamada Educación cívica y constitucional. Poco importa que cambien el programa y el nombre o que supriman la materia, pues no se educa en la tolerancia y libertad desde una asignatura, y menos si  a esa materia no se le da una asignación horaria adecuada; eso debe hacerse transversalmente desde todo el currículo escolar, desde la educación en la familia y desde otros ámbitos, y no solo de forma teórica, sino con el ejemplo de vida de las personas que transmiten esos valores.

No olvidemos que fue esa generación la que, desde la universidad, en los primeros 70, contribuyó decisivamente a preparar el camino de la democracia. Y no quiero decir con ello que sea ni bueno ni necesario pasar por una educación autoritaria para llegar a la libertad. Todo lo contrario. Todos hubiéramos deseado vivir en libertad y  que nos hubieran puesto las cosas más fáciles. Pero como no lo eran, aprendimos a luchar para hacer realidad nuestras aspiraciones… Aprendimos el valor del esfuerzo, el tesón, el valor de los ideales… Creíamos firmemente que las utopías de entonces podrían ser las realidades del futuro. Y eso nos llevó a querer ser más: más cultos, más tolerantes, más críticos… más libres... Y nos hizo aprender a ser fuertes para no desfallecer en el intento. La dura realidad nos enseñó algo positivo: el valor del esfuerzo para conseguir esos retos.

Esa generación pasó por varias reválidas (Ingreso, a los 10 años; Reválida de Grado Elemental, a los 14; Reválida de Grado Superior, a los 16; prueba de acceso a la Universidad a los 17) y…, a pesar de revalidarse tanto... ¡no está traumatizada! Estudió con becas que tenía que ganar y conservar con méritos académicos (nota mínima de 7), sumados a las necesidades económicas. Suma de esfuerzo, esfuerzo, esfuerzo…, y el resultado final fue muy fructífero.

Hoy la situación para acceder al conocimiento es mucho más fácil para nuestros alumnos. Tienen muchos medios a su alcance alcance, y basta con una capacidad intelectual media y con que se esfuercen de forma metódica, para conseguir el título de Graduado en ESO y el  Título de Bachillerato. Incluso la posibilidad de acceder a becas y de conservarlas, a veces sin grandes méritos académicos, está (estaba, antes de la llegada de los "recortes", porque de pocos meses acá ya tenemos que hablar en pasado de casi todo) al alcance de muchos alumnos. Si finalmente  se reponen sin consenso esos exámenes de reválida, al menos habría  que velar por que  no discriminen a los alumnos por razones sociales o personales. Y también por que ese examen no sea totalmente determinante para la obtención de título correspondiente a cada nivel académico. Ese es el meollo de la cuestión, no el hecho de hacer un examen más o menos que, en general, no traumatiza a ningún  alumno en su vida posterior.  Quizá el único aspecto positivo de un examen de carácter general (habría que estudiar muy bien  cuál, cuándo  y cómo, y, desde luego, no en la enseñanza obligatoria) es que  nivele la exigencia entre distintos lugares y distintos tipos de centros. En fin, deben estudiarse los pros y los contras antes de condenar algo a priori y confiar en la buena fe de los legisladores. Desde la izquierda se pone el acento en la justicia y desde la derecha en la excelencia, pero la excelencia y la justicia no son contrarios entre los que haya que elegir. El reto es ponerse de acuerdo para conjugar ambas.

Otro tema polémico del Anteproyecto LOMCE es la separación de los alumnos por itinerarios, a partir de los 14-15 años. Oímos voces de sindicatos, partidos políticos, asociaciones de padres, algunos pedagogos...  que claman contra esta medida. Quizá antes de rechazarla de forma tajante, habría que ver su utilidad en el aula y en la formación de cada alumno. Solo las personas que no viven día a día a pie de pupitre pueden asegurar de forma tajante que eso discrimina a los alumnos y que es negativo desde el punto de vista educativo. En las aulas se ve claramente que no se puede educar de la misma manera a  adolescentes que tienen intereses, motivaciones o capacidades diferentes. Orientar al alumno hacia un itinerario que vaya acorde con sus intereses es quizá la mejor forma de conseguir que ese alumno no engrose las listas del fracaso escolar y a veces también del fracaso personal. Es fácil opinar desde fuera, pero en los centros educativos constatamos a diario que hay adolescentes que no pueden o no quieren seguir las exigencias educativas que marca  un currículo escolar único. De hecho, en la situación actual, hay alumnos que, habiendo cursado solo  2º o 3º de ESO, son derivados, previa aceptación de sus padres, a Programas de Cualificación Profesional Inicial (PCPI), porque han fracasado en su intento de conseguir el título por la vía ordinaria. Otros van a programas de Diversificación. Por otro lado, en la práctica, existe ya algo parecido a los itinerarios en 4º de ESO, al existir varias opciones  en elección de materias.

Y si  los  itinerarios se consideran algo negativo, que alguien nos diga a  los profesores qué hacer con los alumnos que pasan de curso por imperativo legal (edad, repeticiones) con los objetivos de cursos anteriores sin conseguir y que, por tanto, no pueden seguir con normalidad el curso en que están matriculados. Son alumnos que se aburren, que pierden el tiempo, que se sienten fracasados y que, en muchos casos, impiden el normal desarrollo de una clase y el trabajo de sus compañeros.

Hay que conocer el funcionamiento del sistema educativo desde dentro, antes de decidir, juzgar, opinar… Habría que preocuparse de estudiar detenidamente los contenidos de esa propuesta de  itinerarios, los estudios a los que dan acceso, tender puentes de conexión entre unos y otros, estudiar el tipo de titulación, etc.   Solo una vez  sopesados todos los aspectos,  se puede decidir en consonancia.

Volvemos a lo de siempre. Todos opinan, juzgan, rechazan… menos los profesionales de la educación que seguimos callados, porque nadie nos pide opinión. ¿Por qué alguna vez los responsables educativos no hacen una encuesta seria y directa entre los docentes -profesores y orientadores-, con preguntas muy claras sobre los aspectos más controvertidos de un anteproyecto de ley? A partir de esas respuestas, de la opinión de otros agentes sociales y de expertos en pedagogía, se podría elaborar una ley menos  politizada que las anteriores y más próxima a una auténtica ley de calidad.  Labor de los políticos: redactarla, llevarla al Parlamento, debatir, negociar con otros partidos, aceptar propuestas de mejora y ponerla en funcionamiento, con su correspondiente financiación. Labor de los docentes: hacerla realidad en las aulas. Eso es el consenso educativo. Hasta que no descubran, unos y otros, el sentido de esa palabra, la educación no mejorará sensiblemente.

Todos los implicados en la educación: educadores, padres, políticos, sociedad... deberíamos estar de acuerdo en que educar, en el significado auténtico de la palabra, es algo que siempre persigue los  mismos fines: acompañar - conducir, en su significado etimológico- al discente para que aprenda a aprender, o sea,  ayudarle a construir su personalidad, enseñarle a saber qué hacer con lo que sabe. En definitiva: enseñar a la persona a ser libre y feliz.  Y la clave está en encontrar en cada momento la forma adecuada para conseguir ese objetivo.  Por eso,  el mejor maestro no es el que más conceptos enseña, sino  el que despierta en el alumno el deseo de aprender.

Y en esos  métodos que se van adaptando al contexto hay algo que siempre hay que incorporar, algo que es consustancial al hecho educativo: el alumno que quiere aprender lo tiene que hacer con disciplina personal, con motivación: con esfuerzo. Y esto, que años atrás era asumido como una exigencia ineludible en el mundo educativo, tal vez se haya relajado excesivamente, en los centros educativos y en la educuación en la familia. Y, sin embargo, hablar de esfuerzo y de disciplina no es algo antiguo ni moderno: es algo imprescindible en el proceso educativo Y no me refiero tanto a una disciplina externa, como a un plan personal de aprendizaje. Se puede aprender jugando, se puede hacer el aprendizaje más o menos motivador o divertido, pero aprender y jugar no es siempre lo mismo. A veces los educadores tenemos la sensación de que nos estamos convirtiendo en meros  animadores culturales, pero, en lo que realmente importa, ¿hemos mejorado sustancialmente?

 De todas las competencias de las que ahora se habla en educación, creo que la más importante es “aprender a aprender”, o sea, construir el conocimiento. Hacer que los datos que están en el cerebro se interrelacionen como vasos comunicantes, que no sean compartimentos estancos, archivos aislados, sino que sirvan para anticipar futuros conocimientos. Esta idea de aprender a aprender que nos parece hoy tan moderna, es una idea muy antigua, pues está   próxima a la mayéutica socrática.  

Quizá sea convenientte conocer el pasado, aunque hablar del pasado parezca  algo proscrito en un mundo en que prima la juventud y la modernidad, y avanzar a partir de él sin hacer tabula rasa. Y  los antiguos sabios: Sócrates, Platón, Aristóteles… siguen siendo sabios y  tienen mucho que enseñarnos. También otros muchos docentes posteriores. No nos educarán en competencia digital, para eso ya tenemos hoy  medios y docentes bien preparados, pero sí pueden hacerlo en competencia vital. Y esa es la clave para ser  más… feliz. Si embargo, parece que a  la nueva ley no le gusta mucho el mundo clásico, pues hará desaparecer la materia de cultura clásica, el griego...

Decía Pitágoras: El discípulo tiene que estar al lado del maestro como al lado del fuego: ni tan cerca que se queme ni tan lejos que se hiele. Y Platón: Dos excesos deben evitarse en la educación de la juventud; demasiada severidad  y demasiada dulzura.

Estas máximas esconden una gran verdad. Competencia y cercanía del maestro y respeto, esfuerzo  y gratitud del alumno. En ese equilibrio reside una  parte del éxito de la tarea educativa. Y eso, ¿es antiguo o moderno? Simplemente, intemporal.



Este es el segundo artículo de una serie de tres (A pie de pupitre I y A pie de pupitre III) sobre los problemas de la educación en España.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Licencia Creative Commons
La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.