Decía el escritor Enrique Jardiel Poncela que
“la historia es la mentira encuadernada”. Actualmente, con la cantidad y
variedad de medios que tenemos para difundir información, no hace falta
encuadernar la mentira histórica, porque estamos viviendo las mentiras que hacen
la Historia en directo.
Según la RAE, mentir es decir o manifestar lo contrario de lo que se
sabe, cree o piensa. Las palabras mentira,
mentir, mentiroso… y el resto de palabras de su campo semántico, como embuste, patraña, bola, trola, falsedad,
engañifa, falsedad, trápala…, no están bien vistas en la vida política y
social actual. Otra cosa ocurre con los actos a los que se refieren. Se miente
mucho, pero se procura evitar el uso de
estos vocablos en la vida pública, pues quienes
dicen mentiras no lo reconocen y, además, se sienten agredidos si los rivales
les acusan de tal cosa. Desde luego quien dice mentiras, por definición, es un
mentiroso. Luego, podríamos analizar cuál es la causa y si cabe la mentira piadosa.
La hemeroteca y nuestra propia memoria ponen cada día en evidencia mentiras pronunciadas por las personas que en
este momento están haciendo la Historia (con mayúscula) de España. Pero nos
quieren hacer creer que aquí nadie
miente, como mucho falta a la verdad,
cambia de opinión o dice inexactitudes
de poca monta. Hay mentiras que lo son por definición y hay medias verdades que son lo mismo de
censurables cuando se busca con ellas un beneficio personal o de partido
político.
El verbo mentir viene del
participio del verbo latino mentῑri. De ahí proceden también mentira, mentiroso y fementido. Todas ellas aluden a urdir
en la mente una falsedad. Parece que procede de la raíz indoeuropea men-, con las variantes mon- y mn-. En latín tenemos esa
raíz en mens, mentis, origen de las
palabras mente, demente, mentecato,
todos los adverbios acabados en mente ─por ejemplo, falsamente: con mente
falsa─
y muchas palabras más. El griego usó la
raíz -mn-
en palabras como mimneskein (recordar) y a partir de ella han pasado del griego al
español palabras que tienen relación con
la mente y la memoria, como amnesia, mnemotecnia… Está también en el nombre de la diosa de la memoria, Mnem osine. Y, por supuesto, en amnistía, que, con el
prefijo privativo a-/-an, significa etimológicamente "no memoria", o sea, olvido.
Convivimos a diario con la
falsedad en todas sus formas: en la actuación de las personas, en las noticias
falsas o paparruchas (llamadas ahora fake news), en el culto a
la apariencia… Pero es en el lenguaje
político donde se manifiesta de forma más preocupante, porque está en la forma
de comunicación de la realidad y en la
actuación de las personas a las que hemos confiado el destino de nuestro país. La manipulación del idioma en todas sus formas,
tristemente, es consustancial al lenguaje político. Se manipula de tal manera que se distorsiona la gramática
y se altera el significado de las palabras.
Cuando un expresidente del gobierno
decía aquella frase sobre las acusaciones de corrupción: “Todo lo que se
refiera a mí y a mis compañeros de
partido no es cierto, salvo alguna cosa” dejaba perplejo a cualquier ciudadano
observador del idioma. En la frase hay ya una flagrante contradicción: todo
/ salvo alguna cosa. El todo no admite excepciones. Debería ser,
en todo caso, la mayor parte, salvo alguna cosa. Además
se usa la lítote no es cierto, en
lugar de es falso,
que es frase más contundente y más concisa. Y es que ahora no se miente, se falta a la verdad o se dice que algo no es cierto, para decir que es falso. También se venden las
mentiras como cambios de opinión a “los
que todo el mundo tiene derecho”.
Es verdad que no es lo mismo
mentir que cambiar de opinión, pero
los cambios de opinión o de parecer, en
política, suelen querer encubrir una
mentira previa. Los “cambios de opinión”
suelen estar sustentados en unas razones
lógicas, éticas, de conocimiento de datos que se desconocían… y, si se
habla de servidores públicos y atañen al
ejercicio de su función, se deben explicar con argumentos ciertos y
convincentes. Actualmente estamos oyendo
hablar de cambios de opinión para justificar un cambio de criterio sustancial en lo que dice y hace, que es contrario a lo
que se decía a los españoles para captar
votos hace pocos meses, durante la campaña de las elecciones generales. Asegurar, por
ejemplo, que lo que era ilegal antes, ahora es algo
legal y bendecido ─sin cambio de ninguna ley de por medio─, es más
que un cambio de opinión. Legal e ilegal son en la lengua dos antónimos
complementarios que no admiten términos medios.
Además, cambiar de opinión solo
tendría una importancia relativa, porque las opiniones son algo subjetivo, el
problema es que se habla de cambios de opinión, en lugar de hablar de cambios de criterio, que es realmente de
lo que se cambia y que tiene una trascendencia mucho mayor. Porque a los
ciudadanos lo que les interesa es el criterio y la rectitud de sus gobernantes
y mucho menos sus opiniones. La palabra
criterio es definida en el DLE
(Diccionario RAE) así: 1. Norma para
conocer la verdad. 2. Juicio o discernimiento. Está claro que en la
definición aparecen las palabras verdad y discernimiento. Y es que con
discernimiento y verdad hay que abordar los cambios de criterio. Los cambios de
opinión pueden ser algo intrascendente, pero los cambios de criterio sí son algo sustancial
y con implicaciones muy trascendentes. No es lo mismo, pues, el uso de un
término u otro. Y sí, un servidor
público puede cambiar de criterio, siempre que lo haga con rectitud y verdad, porque
de sabios es rectificar, pero sin maquiavelismos y buscando siempre el bien común.
Con la palabra mentir construimos,
en español, algunas expresiones como miente
más que habla, una hipérbole que parece incluir en la censura hasta la intención
de mentir, aunque esta no llegue a manifestarse oralmente. Tenemos también la
palabra miento, como una fórmula para
cambiar de opinión, sin que en realidad quiera decir que se ha dicho previamente una mentira. Ser algo de mentira lo utilizábamos para
calificar productos o seres
fantásticos o para referirnos a objetos que aparentan lo que no son, o sea,
para aquello que es falso. En el momento actual podríamos hablar también de personas de mentira, que se reparten en
distintos ámbitos sociopolíticos, porque
la mentira es parte de su esencia. Y, desde luego, a muchos ciudadanos nos parece mentira lo que está ocurriendo, porque lo vemos con
asombro.
Usamos también en español un dicho popular que estos días hemos oído
dentro de ese farragoso lenguaje político: Hay
que hacer de la necesidad virtud. Una frase en la que también se manipula
el sentido original. En su origen tenía un significado estoico: obtener beneficio
moral de las desgracias, pero ahora ha
perdido ese significado, porque se contamina con el deseo de conseguir el poder
que parece esconderse en la palabra virtud.
Ante todas estas subversiones del
lenguaje, los ciudadanos nos sentimos como panolis. Seguro que preferimos que nos traten como adultos reflexivos y nos digan la verdad, aunque la verdad no nos guste o aunque duela. La manipulación de las palabras se puede
producir también por omisión, cuando no se llega a pronunciar la palabra “maldita” o
se sustituye por los circunloquios o eufemismos más variopintos, para evitar
las connotaciones peyorativas de la palabra omitida, que no conviene a los
fines previstos. Y estas manipulaciones del lenguaje político no son patrimonio
de ningún partido, pues podríamos aportar ejemplos de todos ellos. Como
lingüista, solo pretendo hacer una reflexión
sobre esa manipulación del lenguaje político en su conjunto, sin
entrar en juicios morales ni políticos
más profundos que dejo a los analistas políticos, a los jueces y, por supuesto, a cada votante.
Si repasamos la literatura
universal, conocemos a muchos personajes que son ejemplos del tipo de persona
mentirosa, tanto en hombres como en mujeres. Voy a mencionar solo a tres que
tienen en común que son niños. Uno de los
personajes más conocidos es Pedro, de
la fábula Pedro y el lobo, atribuida a Esopo. Pedro es ese pastor que gritaba y pedía ayuda anunciando que el lobo atacaba a sus ovejas, para que acudieran los vecinos
a ayudarle, y cuando estos llegaban al lugar se reía
de su credulidad. Sus vecinos se cansaron de esta burla y cuando
un día apareció realmente el lobo, Pedro
gritó, pero nadie acudió en su ayuda, y el lobo le mató muchas ovejas. Un final poco halagüeño el de este Pedro.
Otro personaje famoso fue Pinocho, protagonista
de un cuento de Carlo Collodi. Pinocho era una marioneta de madera, cuya nariz
crecía cuando mentía. Es un personaje que se ríe hasta de Gepetto, el carpintero que lo ha
creado, y que se mete en muchos
problemas. Al final sus amigos el Zorro y el Gato lo ahorcan en una encina. Un
final muy trágico para Pinocho.
Y volviendo atrás en el tiempo,
hasta el siglo XVI, recordamos también a Lázaro de Tormes. Lázaro miente y usa tretas para sobrevivir ─lo
que en principio no nos parece muy censurable─, y lo hace ante amos que son
símbolo de la codicia, de la hipocresía, la fatuidad… Con esos amos y sus
defectos aprende a ser pícaro y a “medrar” socialmente para llegar a la cumbre de su “buena fortuna”.
Pero, a medida que deja de pasar hambre
y crece en años y en rango social, va
perdiendo su dignidad. Esa es otra gran palabra que ha desaparecido del
lenguaje político y que es una actitud que debe regir el comportamiento del ser humano: actuar con dignidad.
La dignidad es la
gravedad y decoro de las personas en la forma de comportarse. Antes
se decía que la mentira tiene las patas
muy cortas, porque la verdad termina saliendo a la luz, aunque a veces lo
hace demasiado tarde. Sin embargo, cuando una mentira se tapa con otra y otra,
la verdad se va quedando tan escondida que es difícil que salga a la
superficie. Y es que ya lo dice un refrán: De
la mentira comerás, con la verdad ayunarás,
y hay mucha gente en el ámbito político que coloca la mentira por encima
de la dignidad, porque “ahí fuera hace mucho frío”. Y por eso
una misma persona puede decir algo y desdecirse poco después. Donde dije digo, digo Diego… Y
la vida sigue.
Lo cierto es que se está perdiendo el valor de
la palabra dada, en la que antes confiábamos. No en vano hablábamos de personas de palabra, de la palabra de honor, de empeñar la palabra dada: Palabra dada, palabra sagrada, dice un
conocido refrán. Y otro: Exagerar y mentir por un mismo camino suelen
ir. Para enfatizar la verdad decíamos de algo que era
la pura verdad o una verdad como un templo… Ambas expresiones aluden
a lo puro, a lo sagrado, además de al tamaño natural del templo, en el caso de la segunda.
Para tratar de conseguir que una mentira no lo parezca o
tenga apariencia de verdad los políticos tiran
de argumentario, palabra que conocen muy bien todos ellos, en cualquier
partido. Curiosa palabra. No se dan argumentos basados en la ética o en la razón a los que
llegue una persona individual con su buen saber, entender y hacer, sino que se
los dan “enlatados” y oímos a un montón de políticos del mismo partido repetir como loros, durante
varios días, el mismo argumentario. Y
si surge un hecho relevante novedoso, ante el que tengan que pronunciarse,
alguien, de forma rauda, con inteligencia natural o artificial, preparará
rápidamente otro argumentario, palabra que según el diccionario académico es el
conjunto
de los argumentos destinados principalmente a defender una opinión política
determinada. Así, nuestros representantes políticos se alejan de la
ciudadanía ─la
llamada “desafección política”─ pierden su identidad y, con frecuencia, su
dignidad, y se convierten en una mera
correa de transmisión de un grupo político: su esencia es el argumentario. Y,
si alguien discrepa es mirado de reojo o, si se trata de una persona de edad
avanzada, se la llama despectivamente “la viaje guardia”. Es evidente que donde
hay argumentos no son necesarios los argumentarios.
Quiero terminar volviendo a la
literatura medieval, al siglo XIV, pues allí encontramos un maravilloso cuento
de don Juan Manuel, en el Conde Lucanor:
El árbol de la mentira. Incluyo un
breve resumen, aunque vale la pena leerlo completo. Un día estaban
juntas la verdad y la mentira y esta le
propuso a la verdad que plantaran un árbol y que cada una se quedara con una
parte del mismo, de la que, cuando el
árbol creciera, obtendrían beneficios. La mentira engatusó a la verdad y la
convenció de que se quedara con las raíces, pues era la parte más importante de
un árbol y era más seguro vivir bajo
tierra. Ella se quedaría con las ramas, que podían sufrir muchos males, pues
estaban más expuestas. El árbol creció y mucha gente se reunía bajo su
copa, a la sombra, para escuchar los embustes disfrazados de verdad y de
halagos que les contaba la mentira.
Pasaba el tiempo, y como la verdad no tenía qué comer, empezó a roer las raíces
hasta que un día derribó el árbol y este, con su caída, aplastó a todos los que
estaban debajo de su copa en torno a la mentira. La verdad, tan menosprecia y
oculta tanto tiempo, había salido a la
superficie.
Al final el ayo Patronio extrae del
cuento una enseñanza moral sobre la mentira, que le transmite al conde Lucanor.
Y, entre otras cosas, le dice: “Es mentira sencilla cuando uno dice a otro: don
Fulano yo haré tal cosa por vos, sabiendo que es falso. Mentira doble es cuando una persona hace
solemnes promesas y juramentos, otorga garantías, autoriza a otros para que negocien por él y, mientras va dando tales
certezas, va pensando la manera de cometer su engaño. Mas la mentira triple, muy
dañina, la del que miente y engaña diciendo la verdad”.
¡No es necesario añadir más!
©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga