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domingo, 7 de junio de 2020

En tiempos de infodemia


 Pincelada lingüística... Y más

Maldita.es



Al lado de tantas palabras que la pandemia de la Covid-19 ha aportado a nuestro bagaje lingüístico, empieza a difundirse otra más: la infodemia.

La Fundéu (Fundación del Español Urgente), asesorada por la RAE,  dice al respecto lo siguiente: “La Organización Mundial de la Salud (OMS) emplea desde hace tiempo el anglicismo infodemic para referirse a un exceso de información acerca de un tema, mucha de la cual son bulos o rumores que dificultan que las personas encuentren fuentes y orientación fiables cuando lo necesiten”.

En el caso de infodemia es un neologismo válido tanto si se considera un acrónimo formado por parte de dos palabras: información y epidemia, como si es un resultado de la adaptación del anglicismo.  Por ese motivo, según la Fundéu, no es necesario escribirlo en cursiva ni con comillas. A lo largo de estos meses se ha pasado de la intoxicación informativa individual infoxicación a la  epidemia informativa colectiva: infodemia (mantego la cursiva por destacar las palabras).

Ante una sociedad ansiosa por recibir información están proliferando muchas noticias falsas de todo tipo, que consumimos y difundimos con fruición, sin darnos cuenta de que caemos en la trampa del bulo.

Las hay de todo tipo. Noticias falsas como declaraciones puestas en boca de  prestigiosos premios Nobel que nunca salieron de  su boca, remedios estrambóticos y medicinas milagrosas que supuestamente curan  la infección,  montajes de vídeos de todo tipo con imágenes que en muchos casos ni se corresponden al tiempo ni al lugar en que supuestamente se sitúan, noticias sobre el origen y la causa de la pandemia, la noticia de que correos  cobraba 1,50 € por desinfectar los paquetes (para hacerse con los datos de las tarjetas de los que cayeran en la trampa), informaciones falsas  o tendenciosas que atañen a  distintas autoridades de cualquier signo político y que tienen fines maliciosos, por ser mentiras  o frases sacadas de contexto, datos que "faltan a la verdad" o  son confusos y que nos proporcionan las propias autoridades sanitarias... Y un largo etcétera.

Uno de los medios que más ha contribuido a la difusión de bulos  ha sido Whatsapp. Información que nos llega y a golpe de un marcar y enviar mucha gente difunde y hace circular sin molestarse previamente en mirar si esa información la han publicado medios informativos españoles o extranjeros medianamente serios. En otros casos Facebook, Twiter… han hecho la misma función.

Es fácil comprobar  cómo en muchas ocasiones se difunde en las redes una noticia con un titular que tiene gancho por ser morboso, alarmisma,   o por conllevar  una determinada intención política, y quien la difunde no se ha molestado en abrir el texto y ver que la noticia es antigua y no tiene nada que ver con algo actual, o bien el difusor ha tratado de confundir conscientemente con  mala  intención. 

No faltan tampoco los listos de turno que hablan de oídas y son capaces de poner en tela de juicio criterios de científicos acreditados y, además pontifican con sus opiniones  y se permiten el lujo llamar  ingenuo, o incluso ridiculizar,  a aquellos que los contradicen o muestran escepticismo.  Y estos “listos” van desde  políticos  muy conocidos en la política internacional y nacional  a cualquier otro sabio de pacotilla.

Es verdad que la ciencia avanza y lo que es un argumento válido hoy, puede no serlo más adelante, porque un nuevo descubrimiento  nos pone ante algo que era   desconocido. En el caso de este coronavirus casi todo era desconocido y hasta la ciencia ha tenido que avanzar con la prueba ensayo y error. Y lo peor es que  a veces se llega a desacreditar no solo la formación   de las personas  que trabajan denodadamente  luchando  contra la pandemia , sino que se va más allá y se desacredita a su persona  de forma variopinta, usando los poco éticos argumentum ad hominen (argumento contra la persona).

Todos estos bulos e informaciones sesgadas alarman,  irritan  sin necesidad o crean falsas esperanzas en un tiempo en que lo que menos necesita la sociedad es la decepción, la tensión o la crispación. Y tienen especial eco  en tiempos de miedo e inseguridad cuando  la gente necesita más confianza y esperanza.

De vez en cuando es muy interesante darse una vuelta por esos medios que se dedican a detectar manipulaciones informativas. Entre ellos, solamente Maldita.es, que se dedica a contrastar información, ha localizado,  analizado  y publicado  en un artículo 572 (en este momento ya serán más) bulos sobre la pandemia.


Otro medio que hace un trabajo similar  es Newtral.es. Y hay otros medios informativos que también tratan de descubrir los bulos contrastando información.


Nos sorprenderemos de tantísima información que nos ha llegado y que se ha podido demostrar que eran simples bulos. 

Por eso, estaría bien que leyéramos las informaciones que nos llegan con sentido crítico y sin prejuicios, porque algunas las desmonta el mero sentido común o un mínimo contraste de esa información. Y estaría mejor que no fuéramos correa de transmisión de esos bulos. En este caso no se trata solo de tener distinto criterio, opinión o  ideología, está  por  medio la salud. Y los bulos que juegan con la salud son especialmente peligrosos.



Maldita.es





 Y más... Y más...


martes, 19 de mayo de 2020

¿Mortalidad, letalidad, mortandad?


Pincelada lingüística






En los últimos días hemos visto varias veces que se confunden los conceptos tasa de mortalidad y tasa de letalidad, tanto en los medios de comunicación como entre la ciudadanía Y no son términos de significado equivalente.

La Fundación del Español Urgente (Fundéu), patrocinada por la agencia EFE y el BBVA y asesorada   por la RAE, nos explica lo siguiente:


La tasa de mortalidad se calcula tomando como referencia a la población total, mientras que la de letalidad solo tiene en cuenta a las personas afectadas por una determinada enfermedad, por lo que no conviene confundir ambas expresiones.
En los medios de comunicación pueden verse frases como «Madrid tiene una tasa de mortalidad del coronavirus del 7 %», «La alta mortalidad del coronavirus en Zaragoza preocupa a los expertos: supera el 10 %» o «La tasa de mortalidad en Alemania es unas 20 veces más baja que en España y 40 veces menor que en Italia».
El Diccionario de términos médicos, de la Real Academia Nacional de Medicina, define (tasa de) mortalidad como la ‘proporción entre el número de fallecidos en una población durante un determinado periodo de tiempo y la población total en ese mismo período’ y (tasa de) letalidad como el ‘cociente entre el número de fallecimientos a causa de una determinada enfermedad en un período de tiempo y el número de afectados por esa misma enfermedad en ese mismo período’.

Esta misma obra señala que, para referirse a la tasa de letalidad, también es posible hablar de la tasa de mortalidad específica.
En los ejemplos anteriores, no se está queriendo decir que el siete por ciento de los madrileños y el diez por ciento de los zaragozanos hayan muerto, sino que han fallecido el siete y el diez por ciento, respectivamente, de los madrileños y zaragozanos con la COVID-19. Respecto al tercer ejemplo, de lo que se pretende informar es de que el índice que es más bajo en Alemania es el de personas fallecidas que habían contraído esta enfermedad.
Por eso, lo adecuado habría sido escribir «Madrid tiene una tasa de letalidad del coronavirus del 7 %», «La alta letalidad del coronavirus en Zaragoza preocupa a los expertos: supera el 10 %» y «La tasa de letalidad en Alemania es unas 20 veces más baja que en España y 40 veces menor que en Italia».
Hasta aquí lo que dice la Fundéu.

Por otra parte, letalidad y mortalidad  tampoco deben confundirse con mortandad, que es  la multitud de muertes provocadas por epidemia, guerra o cataclismo. En la situación actual los tres  conceptos  pueden convivir en el habla diaria, pero los tres tienen distinto significado.  La covid -19 está produciendo en el mundo una gran mortandad.

Otros ejemplos de  errores aparecidos en la prensa:
La tasa de mortalidad en España multiplica por cuatro la de Portugal (titular). El porcentaje de decesos sobre el total de infectados por Covid-19 en el país luso  está en el 1.7 % , lejos del 7,7% español o del más de 10% en Italia. Aparecía el 27/3/2020 en en el periódico ED Economía digital. Según esto los españoles muertos serían una cantidad disparatada.

Un estudio preliminar revela que la mortalidad media de la covid -19 es en España es del 4%. El subtítulo añade: Un estudio, aún no publicado, eleva la tasa media de mortalidad de los contagiados al 4%... 13/5/2020. Diario El Mundo. Es evidente que debería hablar de tasa de letalidad. Si afectara la mortalidad al 4% de la población española estaríamos hablando de cerca de 2.000.000 de muertos.
Coronavirus. ¿Por qué en  Alemania la mortalidad por Covi-19 es más baja que en otros países?  Titular  en español de bbc.com. 31/3/2020. Al leer el contenido de la noticia se aprecia claramente que se quiere hablar de letalidad.

En conclusión, tasa de letalidad afecta solo a los muertos que se producen entre los  contagiados, tasa de mortalidad, al número de muertos en relación con la población en general.


viernes, 8 de mayo de 2020

¡Ponte la mascarilla!




Hemos estado oyendo durante los últimos tres meses de forma reiterada: ¡Lávate las manos!  Y hemos conjugado muchísimas veces ese verbo lavar en primera persona. También el imperativo: ¡Quédate en casa! Y la mayoría hemos tratado de cumplir lo mejor posible con la recomendación y con la exigencia.

Según avanza  el proceso de la pandemia, tenemos que ir incorporando otros verbos a nuestra gramática particular y ciudadana. Ha llegado la hora en que la ciudadanía tiene un enorme papel que jugar en este proceso llamado de desescalada, este “palabro” que, a pesar de ser extraño a nuestro idioma (por eso es palabro) pues es  un calco del inglés “to escalate”, ya no nos resulta extraño, porque el idioma parece estar en una eclosión permanente. Podríamos haber usado palabras españolas de significado equivalente, como reducción, disminución, rebaja. Del mismo término  inglés procede la palabra escalada, en el sentido de aumento: Se ha producido una escalada de la violencia.

Pero se llame como se llame, a estas alturas todos  los ciudadanos (y las ciudadanas) sabemos perfectamente lo que significa. Y en la situación actual creo que sería necesaria otra exhortación, si no obligación: Ponte la mascarilla. Los ciudadanos, especialmente los que vivimos en núcleos grandes de población, tenemos que conjugar ese verbo en todas las personas gramaticales: Yo me pongo la mascarilla, tú te la pones, él/ella/usted se la pone, nosotros/as nos la ponemos, vosotros/as os la ponéis, ellos/ellas/ustedes se la ponen. Pero no hay que hacer un esfuerzo y  llegar extenuados al final de la conjugación del presente de indicativo, bastaría con usar las primeras personas de singular y plural: yo me la pongo, nosotros/as nos la ponemos, porque nosotros es  nos (plural mayestático de yo) + otros. Con eso tendríamos suficiente. Si cada yo  trata de no contagiar al tú, contribuiríamos en gran medida a la superación de esta grave crisis sanitaria y la económica subsiguiente. Eso es responsabilidad: eso es ser buen ciudadano. Eso es proteger a los demás para protegerse a uno mismo.

A estas alturas ya no se puede decir que no se ha podido conseguir una mascarilla (aunque es verdad que se ha pasado por momentos críticos de distribución y que las autoridades sanitarias deberían haberlas puesto disposición y exigido su uso), pues además de las sanitarias, hemos aprendido a hacer mascarillas caseras de tela, papel u otros materiales. Y todos tenemos en casa algo que nos permite cubrirnos parcialmente la cara.

Me viene a la mente aquel anuncio, ligado a la ecología, que, en los años  70 del siglo XX, decía: Si usted puede permitírselo, España (el mundo), no puede. Que,  mutatis mutandis, en la situación actual, sería: Si tú puedes permitirte ir sin mascarilla los demás no pueden permitirse que los infectes.

Seguimos oyendo todos los días cifras, fríos números, estadísticas deshumanizadas… Detrás de esos números hay miles de muertos, miles de personas que sufren por la enfermedad o las consecuencias de la misma. Si nos paramos a pensar, las cifras de los últimos días, que están en torno a los 200 fallecidos son en número similares a los asesinados en el 11M. Y aquellos féretros, uno de tras de otro, nos provocaron un impacto sobrecogedor. Es bueno visualizar la tragedia para tener una idea cabal de la misma.

Y no es tan difícil actuar de forma cívica y responsable si usamos el sentido común.

Dice el Diccionario de la RAE que el  sentido común es  la capacidad de entender y de juzgar de forma razonable, pero parece ser el más escaso de los sentidos, cuando en realidad debería ser la suma de los demás: de lo que veo, oigo… deduzco. Ese sentido común que nos dice, por ejemplo, que no deberíamos caminar por las aceras personas juntas en paralelo, sino en fila india (ahora española), para conseguir mayor distancia social, especialmente al cruzarnos con los demás, y separarnos al borde de las aceras, en lugar de  caminar por la mitad; nos dice también  que estaría bien que no hablaramos al cruzarnos con otras personas para evitar expulsar gotas de saliva; que las personas que corren deberían extremar las distancias, especialmente de los mayores; que en caso de tener que apartarse fuera de la acera lo haga la persona que tenga  más facilidad… ¿Y no sería una buena idea que las autoridades aconsejaran o exigieran que se usara una acera para cada dirección? Evitaría los cruces en direcciones contrarias y los riesgos de los mismos.

Y además del sentido común, sería exigible  que se cumplieran las leyes: respetar los horarios, según tramos de edad; no salir juntos todos los miembros de la familia (padres e hijos); no aprovechar para quedar con los amigos; no reunirse en grupo en la calle… En este caso, además se están cometiendo infracciones que deberían sancionarse.

Lo dicho antes nos incumbe a los ciudadanos. A las autoridades les competen muchas otras actuaciones. Y, especialmente, una que recomiendan los más expertos: test, test, test.

Queremos salir del confinamiento… Y, sobre todo, queremos recuperar la salud.

(Mientras escribía este texto me llegaba la noticia de que la Comunidad de Madrid va a distribuir una mascarilla a cada vecino. Es tarde, es poco, pero es algo...).

domingo, 19 de abril de 2020

El lenguaje COVID-19: vocabulario

Estado de alarma. Día 39. 22 de abril de 2020





Todos sabemos ya que estamos afectados por una pandemia. Y una pandemia es una epidemia a lo grande. Pandemia ha sido la palabra más buscada en el Diccionario de la Lengua Española (RAE) en el último mes. Etimológicamente, pandemia procede del griego:  pan (todo) y demos (pueblo). Vendría a significar reunión de todo el pueblo. Desde el punto de vista sanitario se declara un estado de pandemia cuando se cumplen dos condiciones: que el brote afecte a más de un continente y que los casos de cada país se hayan provocado por transmisión comunitaria, es decir, que no sean importados. 

Hace unos meses oímos hablar por primera vez de un coronavirus que venía de China y nos hemos aprendido bien un topónimo: Wuhan. Sin saber mucho de virus,  más que el hecho  de que se trata de  agentes infecciosos, la palabra virus (de latín virus: veneno) formaba ya parte de nuestro lenguaje: el virus de la gripe, los virus intestinales… De este nos sorprendió el apellido: corona. ¿Cómo podía haber un virus coronado? ¿Es que era un virus de más categoría? A fuerza de ver imágenes de colorines, comprendimos visualmente por qué se le llamaba coronavirus. ¡Gastaba corona! Cuando ya habíamos aprendido este nombre, pasó a denominarse oficialmente la enfermedad COVID-19, acrónimo que debería escribirse con mayúscula, ya que se tata de una   sigla  de origen inglés que procede de  “coronavirus disease”: enfermedad del coronavirus. En español, de manera general, la pronunciación es aguda /Kovíd/, frente al inglés, en que es llana /Kóvid/.

Este nombre de la enfermedad parece un nombre amable  por su sonido, sin embargo, cuando conocemos los  efectos  graves y  trágicos que provoca, la i se convierte en algo punzante que parece lacerarnos. Esta es la denominación de la enfermedad, pero el virus concreto que la causa se llama científicamente SARS-CoV-2. Por ser COVID-19 el nombre de una enfermedad debería ser un nombre femenino y, así lo recomienda la RAE, no obstante, constata que se ha generalizado el nombre masculino por relacionarlo con la palabra virus y por influjo del género de otras enfermedades víricas como el ébola. 

Parece que este virus nos ha amenazado de tal manera que nos ha encontrado inermes, sin embargo, estamos luchando contra él como si lo hiciéramos en un auténtico campo de batalla. El lenguaje bélico en torno al virus se prodiga en bocas de nuestros gobernantes y en los medios de comunicación. El presidente de EE.UU. decía que la COVID era su Pearl Harbor, refiriéndose al ataque japonés contra la base naval de EE.UU. en  1941.

Sorprendentemente es el presidente del Gobierno el que más habla usando ese lenguaje bélico. “Nadie puede ganar solo esta guerra”, decía en una de sus últimas comparecencias en la que repitió varias veces la palabra guerra.  E incluso  pedía unión para  afrontar juntos la posguerra. Tanto a él como a otras personas, en los medios de comunicación, les hemos oído también hablar de frente, de combate, de  lucha, de campos de batalla, de librar  una guerra, de  vencer o derrotar al enemigo, del camino de la victoria, de los que están en primera línea de combate y de los que estamos en la retaguardia, de estrategia colectiva  Palabras y expresiones que nos suenan a léxico militar. También se habla de  movilización de la sociedad y de las armas colectivas. Y con nuestros ojos, y algunos con su cuerpo, hemos visto cómo se ponía en funcionamiento un hospital de campaña.

Ya sabemos que es un lenguaje metafórico, que enardece y que sirve para encauzar la expresión de sentimientos, pero esto no es una guerra, es una pandemia: una enfermedad. En las guerras hay soldados generalmente de otros países que actúan como enemigos. Aquí no hay soldados, hay profesionales sanitarios y de otros sectores que con su trabajo contribuyen a que nos curemos o no nos contagiemos. Hay científicos que investigan a contrarreloj para encontrar la medicina adecuada para curarla y la vacuna para prevenirla. Hay millones ciudadanos que cumplimos escrupulosamente el confinamiento para   no favorecer la difusión del virus. Pero sí es verdad que todos sentimos que nos enfrentamos a la enfermedad y que tenemos esperanza de vencerla. Esta batalla la vamos a ganar, nos decimos también los ciudadanos. Los mercados tocan tambores de guerra, se ha escrito en algún titular periodístico.

También, en relación con la pandemia, estamos  usando un lenguaje matemático.Todos los días sumamos cifras, unas esperanzadas, otras, fatídicamente, desgraciadas. Hablamos de tantos por ciento, de vector viral, de modelos matemáticos que hacen proyecciones   sobre el posible número de afectados actuales o futuros, o el número de muertos. Se busca al paciente cero. Cada día vemos gráficos de colores que nos explican cómo evoluciona la pandemia. Durante semanas nos han hablado del ansia  por llegar al pico, al  punto más alto de  la curva. Nunca habíamos oído hablar tanto de pico, salvo que aludiéramos al pico. compañero de la pala,  o al pico de una montaña. En ese caso, para un montañero, llegar al  ansiado pico es  un triunfo, porque, una vez en la cima, disfruta de su triunfo y contempla el panorama. En cambio, llegar al pico de la gráfica  es solo  la manifestación de nuestro deseo de bajar corriendo, porque el objetivo es doblegar la curva. Y es chocante, lingüísticamente, que se hable de pico en una curva, pues parecería que lo angular y lo redondeado de la curva fueran incompatibles. También se ha hablado de que después del pico la curva se aplanaría  y vendría la meseta. Ahora empieza a hablarse  de desescalada asimétrica. Falta por saber qué porcentaje de la población está inmunizada para llegar a saber cuál es el grado de la inmunidad colectiva, eso que muchos han llamado la inmunidad del rebaño. Nos vemos contados como si fuéramos ovejas.

Hemos aprendido también qué es una cuarentena, aunque esta  abarque   un tiempo inespecífico. Es una medida de prevención sanitaria que decide un aislamiento que evite la extensión  una enfermedad. El término procede  de  la palabra latina quadraginta, que era, en su origen, un periodo de cuarenta días. ¿Y por qué cuarenta? Ese número está muy ligado a la religión católica. Cuarenta son los días que duró el diluvio y cuarenta son los días de cuaresma, los días que estuvo  Moisés en el Monte Sinaí, los días que Jesús ayunó en el desierto… Pero cuarentena y aislamiento no significan lo mismo. La cuarentena trata de evitar una enfermedad, en cambio, el aislamiento se practica con alguien que ya está infectado.

Este procedimiento médico se difundió a partir de la peste negra (siglo XIV), la pandemia  más devastadora de la historia de la humanidad, que surgió en Asia y llegó a Europa, y afectó especialmente a Italia.  En el caso del COVID-19 se estima que la cuarentena aconsejada, si se ha estado en contacto con un contagiado, es de 14 días. Se usan varias expresiones: poner en cuarentena, estar en cuarentena o pasar la  cuarentena.

En la  Florencia de 1348 (ciudad en que solamente sobrevivió 1/5 de la población, después de la peste negra) está ambientado el Decamerón de Bocaccio (las historias que se cuentan 10 jóvenes que huyen de la peste. Cada miembro del grupo cuenta una historia cada tarde, durante diez días. Diez historias cada día, por  diez días, son las cien historias que forman la obra). Una buena ocasión para releer el Decamerón.

Ya en la Biblia se habla de cuarentenas para los leprosos. También hablamos de cuarentena para el puerperio o posparto, tiempo en que el aparato genital de la mujer vuelve al estado anterior a la gestación. En realidad, el origen del puerperio es también religioso. Aparece en el Levítico, 12:1-8.
“Si una mujer da  luz un varón, ella quedará impura por siete días, como cuando tiene su menstruación. Al octavo día se le hará al niño la circuncisión, y después la mujer debe permanecer treinta y tres días purificándose de su flujo de sangre. Ella no debe tocar nada consagrado ni entrar en el santuario hasta que se haya completado su período de purificación”. En el caso de dar a luz una niña el periodo  se multiplicaba por dos. La Virgen tardó cuarenta días en presentar a Jesús en el templo. (Recuerdo muy nítidamente esta ceremonia que presencié de niña en mi pueblo, y que me impresionó mucho. Una mujer volvía  a iglesia después de ser madre y no podía entrar sin recibir una bendición especial que se producía a la puerta de la iglesia, mientras ella la recibía de rodillas con una vela encendida. Tuve la sensación de que el sacerdote le tenía que perdonar algún grave pecado que  había cometido por ser madre y me indigné por el trato que se daba a la mujer. Menos mal que el Concilio Vaticano II acabó con estas prácticas).

Hay  verbos y  sustantivos, que, solos o acompañados, estamos usando en la situación actual con mucha frecuencia.  Por ejemplo, casa, quedarse y  salir¡Quédate en casa! ¡Hay que quedarse en casa! Saldremos de esta. Saldremos adelante. ¿Cuándo y cómo vamos a salir? Hemos conjugado hasta la saciedad el imperativo del verbo lavar seguido del complemento directo manos…

Algunos adjetivos también se prodigan. Se dice que los ancianos son la población más débil. Se habla de zonas sucias y limpias en los recintos sanitarios... Y han aparecido  tres palabras con un sufijo bastante desagradable (-miento) que  se han apoderado también de nuestro vocabulario  COVID: distanciamiento social, confinamiento domiciliario y aislamiento. La primera chirría un poco en nuestra cultura latina. Somos un pueblo de abrazos, de besos, de apretones de manos, de palmadas   cariñosas… Confinamiento, una palabra que nos ha encerrado en casa, que es posible que muchos no hubieran oído jamás, y aislamiento, la más dura, porque es como un confinamiento dentro de otro (re-confinamiento) y lleva implícita la idea de la soledad, de la peste.



Hemos reflexionado sobre nuestra mano no  dominante, que nos aconsejan utilizar para actividades que ahora pueden ser peligrosas: agarrar un picaporte, abrir un grifo…  Y oímos una y mil veces la palabra higiene y productos higienizantes o soluciones hidroalcohólicas, jabón... Y, por supuesto, alcohol y lejía que han desaparecido de farmacias y lineales. La lejía, ese producto de limpieza tan básico y poco  sofisticado, nos parece ahora la reina de la desinfección.

También hablamos mucho de las ansiadas mascarillas, esas que no eran necesarias y luego sí, pero  que  siempre han sido buscadas. Y hasta sabemos qué es una mascarilla quirúrgica y las que tienen mayor grado de protección: FFP2, FFP3… También hemos visto cómo las mascarillas se han ido convirtiendo por actuaciones desaprensivas en “más-carillas” y decididamente en “más-caras”. (Quizá tengamos que sacar del baúl las auténticas máscaras carnavalescas…). Y con ellas nos han llegado algunas palabras del español de América para denominar el producto: en Argentina y Bolivia, barbijos y  nasobucos, en Cuba. Y hasta entendemos qué son los EPIs (equipos de protección integral). Y, por supuesto, los imprescindibles respiradores. Otros términos médicos nos resultan ya también familiares, sobre todo, los que tienen que ver con los ansiados test: PCR,  de antígenos, de anticuerpos, serológicos; insuficiencia respiratoria, incubación, asintomático... Y también tenemos claro lo que es la OMS.

No falta el vocabulario relacionado con la economía. Sabemos qué son las actividades esenciales y no esenciales, oímos hablar de que se quieren negociar con Europa los coronabonos… También se habla de deudas mutualizadas. Y una palabra más relacionada con la medicina o la biología ha pasado a la economía: hibernación. Así han estado dos semanas las actividades no esenciales, hasta que se ha producido su deshibernación. Y no faltan cada día las referencias a la crisis económica, la emergencia económica y social, el endeudamiento, la deuda pública, el paro, los ERTEs…

También hay una serie de palabras relacionadas con la comida o la limpieza que se han puesto especialmente de moda, por corresponder a unos productos muy buscados. Al principio del confinamiento, la estrella fue el papel higiénico. Pareciera que se fueran a empapelar las casas. Luego fueron variando las palabras y los productos, para pasar por los aperitivos y la cerveza hasta llegar a la harina y la levadura que se han convertido en los más ansiados. Tal vez porque el confinamiento ha llevado al “confitamiento”: todos a hacer confites.  Y así vamos a acabar con un “cochinamiento”,  como unos cerdos  muy lustrosos. De repente, la vida casera ha convertido  a todos en cocinillas  de bizcochos, tartas… Y quizá por eso de la “pan-demia”,  algunas personas han llegado a  la conclusión de que el pueblo debía hacer pan.


Foto: MAR

Desgraciadamente, también hemos aprendido qué significa alarma cuando va unida a estado de (alarma).  Sabemos cuánto dura cada período, que hay que renovarlos y lo que implica para la ciudadanía y para nuestros gobernantes.

Y, desde luego,  todos vivimos la cuarentena como una auténtica cuarenpena, por el confinamiento de la población, y, sobre todo, por el dolor que nos producen las cifras  que cada día van aumentando en cientos de muertos y en miles  de contagiados, números que nos abruman, aunque tratemos de  alegrarnos por número de curados.

Un neologismo que está apareciendo en los medios de comunicación es la palabra infodemia. Se denomina con este neologismo a todo lo que tiene que ver con la difusión de bulos relacionados con el Covid-19 (tratamientos milagrosos para la enfermedad, origen artificial de la misma...). Y hablando del origen animal de la misma, el nombre de un animal se repite con asiduidad: el murciélago. Hemos aprendido que  una de cada cuatro especies de mamíferos es una especie murciélago y que pueden transmitir diversidad de virus. Previamente se habló del pangolín y nuestra curiosidad nos llevó a buscar información   sobre el animal.

Pero para el pueblo español  no puede faltar el lenguaje de la ironía y el humor. Así empieza a surgir también una  “coronajerga”. Ahí está el  covidiota (covidiot, en inglés) y su versión más palurda, el coronaburro,  que es el que se comporta de forma irresponsable y desaprensiva. Y los   balconazis, esos  que  acusan o juzgan desde las ventanas a la gente que está en la calle o que  dejan notas en las  viviendas de sus vecinos invitándoles a abandonarlas, porque tienen profesiones más expuestas al contagio. Muchos consumidores tienen la certeza o la sospecha de que en algunos productos relacionados con la salud o la alimentación han surgido los coviprecios. Y seguro que la creatividad de los españoles dejará en el idioma muchas otras palabras relacionadas con esta experiencia tan traumática.

Hemos oído y cantado la letra de la canción del Dúo Dinámico Resistiré, canción compuesta por Ramón de la Calva y con letra del periodista Carlos Toro Montero (tal vez la letra tenga algo que con la peripecia vital de su padre durante el franquismo). Soldado de Nápoles, fue una canción  de la zarzuela La canción del olvido, que se relacionó con la gripe de 1918, pues se extendieron ambas a la vez por Europa e incluso la gripe fue llamada también con el nombre de la canción. También la pandemia nos ha acercado otra canción que ya no nos resulta extraña, aunque su letra esté en italiano: Facciamo finta che,  tutto va bene… (Finjamos que todo va bien). Es la hermana de nuestra Resistiré.

 Ahora ya estamos todos pensando en  cómo  y cuándo se va a producir la desescalada, pues no parece que baste con haber llegado al pico y haber descendido ya un buen trecho. Y algún día llegará el descofinamiento, ansiado por todos.  Es curioso que algunos no saben manejarse muy bien con  la palabra desconfinamiento y hablar de "salir del desconfinamiento", lo que sería lo mismo que pasar de la calle otra vez a casa. Tal vez estén pensando ya en el síndrome de la cabaña, que parece ser que muchos vamos a sufrir cuando salgamos a la calle de forma habitual.

¿En qué quedamos, salimos de casa o entramos?  Foto: B. Muñoz

Pero una de las palabras más repetidas y más amargas, y que ahora recorre más el idioma es, sin duda, soledad: vivir en soledad, morir  en soledad y ser enterrado en soledad. Esa soledad que acentúa notablemente el sufrimiento.

Como sabemos, las palabras que llegan nuevas a una lengua se llaman neologismos. Las que dejan de usarse por falta de uso se convierten en  arcaísmos. Y la pandemia nos va a dejar también arcaísmos, porque se ha llevado con ella a muchos ancianos, y con ellos se está llevando también una forma de hablar: un vocabulario variado y preciso, que para sí quisieran muchos hablantes más jóvenes. Una generación que no supo de sueldos o salarios, sino de jornales, y de paga (o lo que me dan) más que de  pensión, que quizá no usaran nunca la palabra excelente, porque tenían la palabra pistonudo, una palabra  mucho más bella y más precisa que los “superadjetivos” que están ahora tan de moda: ellos  no estaban nunca supercontentos, pero sabían estar contentísimos, tan  alegres como unas pascuas o unas castañuelas… No estaban supertristes, simplemente no les llegaba la camisa al cuerpo, porque parecía que el sufrimiento empequeñecía. ¡Qué bellas y  acertadas imágenes!  ¡Cuántas palabras, frases hechas y refranes que expresaban todas las vivencias de la vida humana se van con ellos!

Gentes que sabían hablar a corazón abierto, que  aguantaban mecha, que tuvieron que ahorcar pronto los libros, que no se andaban con tapujos…. Por citar unas  cuantas expresiones que empiezan por A…. Y miles y miles de expresiones más, hasta llegar al final del diccionario: hasta la letra  Z. Con ellos se va, por ejemplo,  zurriburri, hermosa palabra, que usaban para calificar el lío y el barullo.

La lengua es como la vida: mueren unas palabras, y eso también es un mal, y nacen otras que recibimos ilusionados por la novedad. Ojalá las que llegan sean siempre hermosas palabras de vida.

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