viernes, 19 de mayo de 2017

Dichos relacionados con la lengua (V): hablar por hablar



Una vez más, seguimos trayendo a la memoria expresiones relacionadas con actos en que intervine la lengua y la comunicación. Los  verbos hablar y callar están incorporados a muchos dichos y refranes. Trataremos de hablar claro en este artículo usando algunas de esas expresiones populares.

Un elemento fundamental en la articulación de sonidos al hablar es la lengua como órgano físico. Y la alusión a ese órgano, como símbolo del propio idioma y de  sus muchos significados connotativos, está presente en muchos dichos populares. 


Cuando empezamos a hablar en nuestra niñez lo hacemos con lengua de trapo o de estropajo, que luego se va transformando en media lengua. Esa media lengua, a medida que crecemos, se va estirando... A veces termina siendo una lengua larga  o ligera, y se puede alargar tanto que   terminamos siendo nosotros largos de lengua. Si le ponemos, además, mala intención, la lengua puede alcanzar tal tamaño que  ya no nos cabe en la boca, necesitamos apoyarla  y terminamos poniendo la lengua en alguien.

Una vez que la tenemos  en pleno funcionamiento podemos darle tanto a la lengua que se nos caliente y tengamos que refrescarla  echando la lengua al aire. Hay personas que se van de la lengua y la convierten en mala lengua o en lengua viperina, e incitan a reñir a los demás buscando la lengua a alguien.

Pero no siempre echamos la lengua a pacer. En ocasiones, hablamos para hacernos lenguas de alguien, con exquisita lengua de plata. Con frecuencia, esas palabras laudatorias tienen por fin conseguir algo de esa persona.





Hay algunos que no usan mucho la lengua para comunicarse, parece que tienen algo en la punta de la lengua y no les sale, o que se les ha pegado la lengua al paladar. En estos casos  hay que destrabársela, por eso les tenemos que tirar de la lengua para comprobar que no se la haya comido el gato.

Muchas veces hay que morderse la lengua para no decir todo lo que sería menester o para no meter la pata, pues podemos ver cómo nos piden que  nos metamos la lengua en el culo, tarea especialmente difícil y desagradable. Si hablamos de  lenguas (en plural), lo peor sería que las malas lenguas nos hagan andar en lenguas de los demás.

Dice un refrán muy popular que a buen entendedor, pocas palabras bastan. La posición de lengua en la boca nos permite modular los sonidos para  hablar  y entendernos con los demás, pues hablando se entiende la gente, aunque a veces no haya mucho que decir y nos dediquemos a hablar por hablar.

Y ya, puestos a hablar de forma innecesaria o desmedida, podemos hablar hasta por los codos. Pero, si dejamos que los codos  sustituyan a nuestra mente y a nuestra voz, darán codazos, que es lo suyo, y no podremos esperar de ellos nada coherente, porque hablaremos a tontas y a locas. Hay otros que prefieren hablar por boca de ganso, y de los gansos solo se pueden esperar gansadas, por eso, tanto de codos como de gansos, podemos decir que el que mucho habla mucho yerra.

Casi siempre cada uno habla como quien es y habla de la feria según le va en ella. No siempre lo dicho se interpreta de forma adecuada por parte del oyente, por eso se dice  que no hay palabra mal dicha, si no hay mal entendedor. También hay oyentes que ponen el oído donde no deben y el que escucha lo que no debe oye lo que no quiere.



Puestos a hablar, no conviene ser indiscreto y hablarlo todo, mejor hablar antes con uno mismo y ser prudente, porque un poco hablar es oro; lo mucho, lodo. Sin embargo, sí es verdad que  es preciso  a veces hablar alto y claro para marcar la autoridad, aunque no es preciso  alzar la voz o hablar recio y, mucho menos, usar las bravatas del hablar gordo.

Pero como en boca cerrada no entran moscascallandito, porque al buen callar  llaman Sancho, también podemos hacernos entender, teniendo presente que una cosa es ser prudente al hablar y otra cosa es actuar a la chita callando.

Si lo que oímos nos impacta mucho, nos podemos quedar sin habla y, si el impacto lo vive otro, le podemos quitar el habla. En cambio, en algunas ocasiones, nos gustaría dar el habla hasta a seres inanimados. Así, para remarcar el realismo de una estatua, decimos que solo le falta hablar. Eso echaba de menos Miguel Ángel, en su Moisés, cuando, al acabar la estatua,  le exigió: ¡Habla!

El hablar sirve también para negar de forma rotunda: ¡Ni hablar! El callar, para mostrar malestar o extrañeza: Calla, calla... Y para cerrar un trato: ¡Calle! No se hable más. Así pues, con el verbo callar cerramos este artículo, pues sabio es quien poco habla y mucho calla.


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