viernes, 5 de octubre de 2018

Somos palabras

     Mi baúl de las palabras...



He dedicado mi vida a las palabras: a buscarlas, a recibirlas, a aprenderlas,  a guardarlas como un tesoro, a contemplarlas, a usarlas, a reflexionar sobre ellas, a sacarles lustre… A quererlas.




Ahí, en el baúl de mi mente, están bullendo, en  danza armoniosa, muchas palabras que  me han acompañado largos años, que me han hecho sentir, querer, pensar… Ser.  Porque las palabras sirven para pensar. Y también para ser. Ya  decía Wittgenstein que “el límite de mi lenguaje es el límite de mi pensamiento”. Que vendría a ser: dime cómo es de rico tu vocabulario y te diré cómo es de rico tu pensamiento. 

Nací en medio de dos lenguas: leonés y castellano, dos lenguas maternas que llegaron a mí de forma indisoluble. Las lenguas maternas, como sugiere su nombre, acarician nuestro espíritu como lo hace una madre. Y esas caricias maternales dejan huella en nuestra alma, por eso, ambas conviven en mi baúl y están en mi primer diccionario vital. 

También se mezclan   palabras diversas que  intentan convivir amistosamente, aunque  no siempre esa convivencia es fácil.  Se producen roces, por ejemplo, entre la humildad y la soberbia,  la felicidad y la desgracia, la paz y la guerra,  la solidaridad y  el egoísmo,  el amor y el odio, la muerte y vida…  Y tantos y tantos antónimos.  

En cambio, hay otras  palabras que tienen una relación sosegada,  amable,  que hasta se  intercambian sus trajes: la nostalgia y la melancolía, la pena y el sufrimiento, la alegría y el  júbilo,  el sueño y la  fantasía… Estas están ahí escondidas en la caja de los  sinónimos.  

A algunas les gusta agruparse por parentesco y  forman largas familias   de hijas, hermanas, primas… Así: soñar es pariente de sueño, soñador, ensueño… Otras, más prácticas, entablan relaciones de amistad para indicarnos lo que hacemos: querer, leer, saber…, cómo somos o cómo estamos: amables, sinceros, empalagosos, sanos…, cómo identificamos lo  que nos rodea: flor, agua, árbol…  Incluso hay palabras  que están ahí siempre preparadas por si otras delegan en ellas: nosotros, ellos, contigo… 

Hay palabras que, aun compartiendo significados, adoptan distintos ropajes. Unas son  populares o coloquiales: palmar, curro, alegre, blanca; otras académicas o literarias: fallecer, trabajo, pletórico, alba; unas, leonesas: mancar, prestar, jingrio, esparaván, guaje, espurrirse…, otras, castellanas: lastimar, gustar, bullicio, aspaviento, chico, estirarse... Hay algunas que han llegado de visita desde otros idiomas y se han guarecido también en ese baúl: morriña, forastero, chapeau, please, cuore, currículum… 

A veces aparece alguna muy   estrafalaria y es mirada de reojo por las demás, que se muestran remisas a  admitirla.  No la reconocen como parte de su especie y la llaman palabro. En unos casos, por poco habituales: regolaje,  (alegría), uxoricidio (asesinato de una mujer por su pareja); otras por arcaicas: bienquisto, yantar; o por incorrectas o insultantes: arradio, ansina... Algunas por extrajerismos inútiles:  chance, troupe...  Y otras por su creatividad: pagafantas, abrazafarolas...  



Hoy quiero abrir la tapa  de mi baúl para que salgan a la luz unas cuantas de esas palabras… Palabras vivenciales. Palabras que envuelven los sentidos, palabras que acarician el alma.  Quiero prestarlas, compartirlas, sentirlas…  Vivirlas. Y mostrar mi especial querencia por algunas palabras de mi infancia leonesa.

Unas me gustan por su forma y otras, por su significado objetivo, por sus connotaciones o por su curioso origen: busilis, salud, escuela, Pepe... Y cientos más. Solo unas pocas, de  un mundo lingüístico muy amplio y variado, volarán libres.  El resto permanecerán  escondidas hasta una  apertura más generosa de mi baúl.

Tres  palabras  han sido siempre  para mí esenciales, por su significado y por su rotundidad. Tres monosílabos cargados de sentido y de trascendencia: sí,  no, yo. Vivir es elegir, por tanto, decir o no en cada momento  decisivo de la vida es ir definiendo nuestra personalidad y  adoptando una postura ética y estética ante el mundo que nos rodea. Sí: a la vida, a la paz, a la salud… No: al hambre, a la intolerancia, a la injusticia…

Y me gusta también yo, pronombre que de alguna forma es síntesis de los adverbios anteriores, no como símbolo  de engreimiento o de individualismo, sino como una forma de marcar la personalidad,  de adoptar criterios propios ante  lo que nos rodea, sin desaparecer en la masa y  dejarse llevar por lo que marquen en cada momento las modas sociales. En definitiva, para no actuar como parte de un rebaño de personas sumisas. Y el yo (en plural mayestático nos) + otros disuelve el yo  y lo convierte en nosotrosUn plural que nos permite compartir,  sentir empatía,  ser solidarios. 

En mi baúl hay  palabras que me turban o  me producen congoja: doloroso, horroroso, ponzoñoso, oncólogo, gonococo, cloroformo, bochornoso, meningococo... Y todos los cocos.  No tienen esquinas ni púas, son palabras redondas, pero la repetición de sus oes parece que  nos envuelve en un círculo sin salida, agobiante. 

En cambio, me traen una agradable melodía los adjetivos terminados en  -oso: armonioso, goloso, amoroso, silencioso Y, especialmente, jacarandoso, que  parece que no solo lleva en sí la alegría, sino también la gracia, el donaire.

En general, me  producen inquietud  las palabras  que implican desorden, enfrentamiento, ruido: zozobra, zapatiesta, zurriburri, ajagüeiro (persona que se queja a gritos), agraído (quejido),  rifirrafe, alboroto, estallete (estallido). Casi miedo, la palabra ulular   Y me duele la palabra soledad.

Hay palabras tan   sonoras que  parece que se me escapan por la comisura de los labios y  producen música: sosegado, bisbisear, junjurir (sollozar), murmullo, musitar, sonsonete, tintinear, libélula,  estampida, estimpanar (explotar). Algunas resuenan en mis oídos y  las oigo alargarse como un eco: borbollón, gluglú, frufrú, tantarantán, tintirintín, tararí, tilín, tururú, chiquichaque, triquitraque, restrallete (estallido), cachivache, tejemaneje…

Hay otras   que se pueden saborear, que me saben dulces: miel, flan, mermelada, caramelo, cuchifritos (dulces), dulzura… Algunas parecen danzar acompasadamente en la boca: melifruo, relamerse, requetebueno, despampanante, delicuescente, evanescente...

Me evoca tardes frías de invierno la palabra frisuelo. Y me produce una sonrisa el verbo enfrisuelar para indicar el hecho  de provocar  mucha suciedad al cocinar.

Hay para mí palabras simples y relucientes, claras como un relámpago: alba, clara, alma, blanca, nana, fanal… Y otras que llevan esencia, la esencia de la vida: pan, agua, vida, amigo, caricia, beso, hijo, verdad, alegría, madre, sol, flor, luz, color, maestra, salud, paz...

Las hay suaves, sedosas: amoroso, serenata, sensual, sonoro, sonsonete, susurro, sonsacar, sencillez… Son palabras con eses sonoras y  sinuosas. 

Me llega el aroma y el color de las palabras que suenan a campo como: margarita,  galana (flor del brezo),  amapola, violeta, espiga, mora, hierbabuena, trébol, mariposa, manzana…



Otras me resultan muy monótonas, y una de las más notorias es la propia palabra monótono, que repite cuatro  oes y tres consonantes nasales. Algo parecido, en cuanto a repeticiones, ocurre en: bululú y pelele, que también repiten vocales y consonantes.

Hay palabras  repulidas, estilizadas,  a las  que les gusta poner los puntos sobre las íes como: tiquismiquis, pitiminí,  chinchín, sirimiri. Resulta  dificilísimo dar con ellas.

Las hay  tan intensas  como la capacidad que necesitamos para soportar la sandez o la maldad de los que las cultivan: zurumbático, bambarriacantamañanas, mamarrachada, barrabasada, pampirolada, gaznápiro,  papanatas...

Me gusta el sonido de  muchas palabras que son generosas con la e: perendengue, entrequedente (delicado de salud),  merengue, emergente,  efervescente,   excelente, vehemente,  enternecer, mequetrefe… 

Me seduce la belleza de algunas esdrújulas: caléndula, oropéndola, aromático, crisálida, níveo, espléndido, sílfide… Y algunas agudas: bebé, primor, acordeón, violín, clarín. Siento que me hacen un guiño al  alma al oír el diminutivo agudo en –ín, propio del leonés.  Recibir por respuesta: “Espere un momentín”, es como recibir ternura, es sentir una predisposición  positiva hacia la persona con la que deseo hablar. Nada tiene que ver con la  fría expresión: “Espere un momento”, por más que se le añada una expresión de cortesía. Lo mismo me ocurre con: ratín, poquitín, pequeñín, besín, pintina...

Me sorprenden a menudo palabras curiosas: jipijapazangolotinoringorrango, petimetre, pisaverde,  tentemozo,  zorrocloco, zorronglón...  

Hay palabras que se ponen su vestido largo  y  hasta arrastran su cola: inconmensurable, inmarcesible, caleidoscopio, arrebañaduras, correveidile, escanjarillarse (descoyuntarse), empingorotado, amormolecerse (entumecerse), carpetovetónico, paralelepípedo... A veces hasta hay alguna que, en medio del desorden,  se  pierde por el fin del mundo como el verbo escatramundiar (catramundiar, según el DLLA). ¡Qué palabra más expresiva!

Y, ¡cómo no!, me resultan atractivas las palabras  que presentan la curiosidad de contener las cinco vocales. Y son muchas las que acompañan a murciélago. Las hay que ponen nombre a personas: Eulogia y Eulalio (los bien hablados) o Aurelio (dorado), otras que son símbolo de contento: euforia o, en cambio,  de desamparo: desahucio. Hay otras que son palabras de vida: acuífero, o de ciencia: ecuación.

Algunas nos hablan de las relaciones personales: adulterio; de enfermedades: reumático; de fisiología: menstruación; de aspecto: escuálido.  Sin olvidar la que luce las cinco vocales de forma más bella: educación. 

Me prestan las palabras que nos hablan de  colores inconcretos, no definidos,  porque son como la vida, como la gente, que se mueve entre contradicciones, porque no todo es blanco o negro. También es: azulado, rojizo,   esblanquiñao (blanquecino), negruzco, verdoso, azulado, amarillento, anaranjado, grisáceo… Y una palabra que para mí es color, poesía, sol y amapola: arrebol.



En mi baúl quiere asomar la cabeza, siempre que la dejo, una palabra  que  suena a diálogo, a abrazo,  a miradas serenas, a intercambio, a acercamiento a los otros. Esa palabra es concordia (con corazón). Y sus amigas: conciliar, condolerse, concierto, compasión… 

Pero tengo, sin duda, una palabra favorita, una que  sale muchas veces de mi baúl, sola o acompañada, que es un auténtico tesoro y  que deseo que sea siempre fiel compañera de las demás: gracias. Una palabra multicolor, una palabra de abrazo: una palabra de vida. Esa palabra que solo tiene sentido si la regalamos, pues va unida necesariamente al verbo dar, con el que ha creado una unidad indisoluble: dar las gracias. Si nadie da las gracias, esta palabra no existe. Su esencia está en  el darse, en el derramarse hacia los otros. Dar las gracias es algo   que tiende puentes, que despierta sonrisas, que halaga, que abraza… Que hace sentir al otro que está ahí,  que lo tenemos en cuenta… 




Gracias es un regalo, una emoción: una   palabra mágica.

Las palabras viajan por el viento, pero no se las lleva el viento. Tienen entidad, tienen vida, tienden puentes  cuando alguien las entrega y alguien las recibe.  Y siempre están bullendo dentro de nosotros, aunque no las pronunciemos ni las escribamos. Viven incluso en el silencio de nuestros pensamientos y de nuestras emociones.

Me gusta la palabra silencio y el sonido del silencio. Por eso quizá esté blog se llame la recolusa, (calle  recoleta), palabra leonesa que me sabe a hogar, pues en una recolusa está situada la casa donde me crié. 


De mi libro: "El habla tradicional de la Omaña Baja"
En silencio  se han descubierto fórmulas, se han diseñado edificios, se han escrito libros, se ha rezado, se ha llorado, se han reencontrado las personas consigo mismas. A veces, las palabras son tan discretas que  se quedan escondidas tras un silencio elocuente, silencio que es un acto de apoyo o de comprensión para alguien que sufre. ¿A dónde irán esas palabras que nunca se pronunciaron? Quizá el silencio  pueda ser simplemente una manifestación de asombro, cuando algo nos deja sin palabras. Pero es verdad que  el silencio sordo puede convertirse también  incomunicación, cuando las palabras no encuentran el  cauce adecuado para llegar a un interlocutor. ¡Ojalá nuestros silencios  sean siempre sonoros, creativos, comprensivos!

Las palabras que elegimos pueden crear o destruir, sanar o herir, respetar o despreciar, amar u odiar… La elección no es indiferente. Podemos hacerlas llegar a los demás  como besos amorosos o como afilados dardos.  Pero las palabras no son culpables de nada. Lo serán acaso nuestros pensamientos o el uso que hacemos del lenguaje. 


Las palabras  a veces parece que hacen travesuras en nuestra mente y juegan al escondite con nosotros. ¿Dónde se esconde esa palabra tan aquilatada  que queremos encontrar para referirnos a algo de una  forma exacta? Quizá no  la encontramos porque no ha entrado todavía en nuestro baúl o la usamos tan poco que se esconde en las telarañas de la memoria. ¿Dónde se ha perdido aquella otra, entre las nebulosas de una mente cansada, que no viene en nuestra ayuda cuando más la necesitamos? Cuando perdemos definitivamente las palabras empezamos a morir.  El lenguaje es parte sustancial de nuestro vivir.

La capacidad del lenguaje es lo que nos hace verdaderamente humanos. El uso de esa capacidad tendría que  humanizarnos aún más. Deberíamos amar las palabras de los idiomas en que nos comuniquemos. Y especialmente la lengua materna. Hemos nacido en ella y vivimos en ella, por eso, sus palabras nos piden no olvidarlas, no lastimarlas, no quitarles dignidad, no añadirles agresividad… Las necesitamos para hablar, para escribir, para pensar, para querer: para ser. Este monosílabo es  seguramente  la palabra más grande del idioma: ser. Es más que tener, es más que estar, es más que parecer, es más que existir… Es vivir  siendo o ser viviendo.

Y los seres humanos somos a través de las palabras: lo que pensamos, lo que decimos... y lo que de nosotros dicen y piensan los demás. 

Somos palabras…

Palabras hermosas, sabor a literatura.  Preciado  regalo de E. R. ¡Gracias!

Una belleza en ilustraciones y texto. Bello regalo de J. P. ¡Gracias!


Aquí están muchas de mis palabras preferidas...

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