He dedicado mi vida a las palabras: a buscarlas, a recibirlas, a aprenderlas, a guardarlas como un tesoro, a contemplarlas, a usarlas, a reflexionar sobre ellas, a sacarles lustre… A quererlas.
Ahí, en el baúl de mi mente, están bullendo, en danza armoniosa, muchas palabras que me han acompañado largos años, que me han hecho sentir, querer, pensar… Ser. Porque las palabras sirven para pensar. Y también para ser. Ya decía Wittgenstein que “el límite de mi lenguaje es el límite de mi pensamiento”. Que vendría a ser: dime cómo es de rico tu vocabulario y te diré cómo es de rico tu pensamiento.
Nací en medio de dos lenguas: leonés y castellano, dos lenguas maternas que llegaron a mí de forma indisoluble. Las lenguas maternas, como sugiere su nombre, acarician nuestro espíritu como lo hace una madre. Y esas caricias maternales dejan huella en nuestra alma, por eso, ambas conviven en mi baúl y están en mi primer diccionario vital.
También se mezclan palabras diversas que intentan convivir amistosamente, aunque no siempre esa convivencia es fácil. Se producen roces, por ejemplo, entre la humildad y la soberbia, la felicidad y la desgracia, la paz y la guerra, la solidaridad y el egoísmo, el amor y el odio, la muerte y vida… Y tantos y tantos antónimos.
En cambio, hay otras palabras que tienen una relación sosegada, amable, que hasta se intercambian sus trajes: la nostalgia y la melancolía, la pena y el sufrimiento, la alegría y el júbilo, el sueño y la fantasía… Estas están ahí escondidas en la caja de los sinónimos.
A algunas les gusta agruparse por parentesco y forman largas familias de hijas, hermanas, primas… Así: soñar es pariente de sueño, soñador, ensueño… Otras, más prácticas, entablan relaciones de amistad para indicarnos lo que hacemos: querer, leer, saber…, cómo somos o cómo estamos: amables, sinceros, empalagosos, sanos…, cómo identificamos lo que nos rodea: flor, agua, árbol… Incluso hay palabras que están ahí siempre preparadas por si otras delegan en ellas: nosotros, ellos, contigo…
Hay palabras que, aun compartiendo significados, adoptan distintos ropajes. Unas son populares o coloquiales: palmar, curro, alegre, blanca; otras académicas o literarias: fallecer, trabajo, pletórico, alba; unas, leonesas: mancar, prestar, jingrio, esparaván, guaje, espurrirse…, otras, castellanas: lastimar, gustar, bullicio, aspaviento, chico, estirarse... Hay algunas que han llegado de visita desde otros idiomas y se han guarecido también en ese baúl: morriña, forastero, chapeau, please, cuore, currículum…
A veces aparece alguna muy estrafalaria y es mirada de reojo por las demás, que se muestran remisas a admitirla. No la reconocen como parte de su especie y la llaman palabro. En unos casos, por poco habituales: regolaje, (alegría), uxoricidio (asesinato de una mujer por su pareja); otras por arcaicas: bienquisto, yantar; o por incorrectas o insultantes: arradio, ansina... Algunas por extrajerismos inútiles: chance, troupe... Y otras por su creatividad: pagafantas, abrazafarolas...
Hoy quiero abrir la tapa de mi baúl para que salgan a la luz unas cuantas de esas palabras… Palabras vivenciales. Palabras que envuelven los sentidos, palabras que acarician el alma. Quiero prestarlas, compartirlas, sentirlas… Vivirlas. Y mostrar mi especial querencia por algunas palabras de mi infancia leonesa.
Unas me gustan por su forma y otras, por su significado objetivo, por sus connotaciones o por su curioso origen: busilis, salud, escuela, Pepe... Y cientos más. Solo unas pocas, de un mundo lingüístico muy amplio y variado, volarán libres. El resto permanecerán escondidas hasta una apertura más generosa de mi baúl.
Tres palabras han sido siempre para mí esenciales, por su significado y por su rotundidad. Tres monosílabos cargados de sentido y de trascendencia: sí, no, yo. Vivir es elegir, por tanto, decir sí o no en cada momento decisivo de la vida es ir definiendo nuestra personalidad y adoptando una postura ética y estética ante el mundo que nos rodea. Sí: a la vida, a la paz, a la salud… No: al hambre, a la intolerancia, a la injusticia…
Y me gusta también yo, pronombre que de alguna forma es síntesis de los adverbios anteriores, no como símbolo de engreimiento o de individualismo, sino como una forma de marcar la personalidad, de adoptar criterios propios ante lo que nos rodea, sin desaparecer en la masa y dejarse llevar por lo que marquen en cada momento las modas sociales. En definitiva, para no actuar como parte de un rebaño de personas sumisas. Y el yo (en plural mayestático nos) + otros disuelve el yo y lo convierte en nosotros. Un plural que nos permite compartir, sentir empatía, ser solidarios.
En mi baúl hay palabras que me turban o me producen congoja: doloroso, horroroso, ponzoñoso, oncólogo, gonococo, cloroformo, bochornoso, meningococo... Y todos los cocos. No tienen esquinas ni púas, son palabras redondas, pero la repetición de sus oes parece que nos envuelve en un círculo sin salida, agobiante.
En cambio, me traen una agradable melodía los adjetivos terminados en -oso: armonioso, goloso, amoroso, silencioso… Y, especialmente, jacarandoso, que parece que no solo lleva en sí la alegría, sino también la gracia, el donaire.
En general, me producen inquietud las palabras que implican desorden, enfrentamiento, ruido: zozobra, zapatiesta, zurriburri, ajagüeiro (persona que se queja a gritos), agraído (quejido), rifirrafe, alboroto, estallete (estallido). Casi miedo, la palabra ulular. Y me duele la palabra soledad.
Hay palabras tan sonoras que parece que se me escapan por la comisura de los labios y producen música: sosegado, bisbisear, junjurir (sollozar), murmullo, musitar, sonsonete, tintinear, libélula, estampida, estimpanar (explotar). Algunas resuenan en mis oídos y las oigo alargarse como un eco: borbollón, gluglú, frufrú, tantarantán, tintirintín, tararí, tilín, tururú, chiquichaque, triquitraque, restrallete (estallido), cachivache, tejemaneje…
Hay otras que se pueden saborear, que me saben dulces: miel, flan, mermelada, caramelo, cuchifritos (dulces), dulzura… Algunas parecen danzar acompasadamente en la boca: melifruo, relamerse, requetebueno, despampanante, delicuescente, evanescente...
Me evoca tardes frías de invierno la palabra frisuelo. Y me produce una sonrisa el verbo enfrisuelar para indicar el hecho de provocar mucha suciedad al cocinar.
Hay para mí palabras simples y relucientes, claras como un relámpago: alba,
clara, alma, blanca, nana, fanal… Y otras que llevan esencia, la esencia de
la vida: pan, agua, vida, amigo, caricia, beso, hijo, verdad, alegría, madre,
sol, flor, luz, color, maestra, salud, paz...
Las hay suaves, sedosas: amoroso,
serenata, sensual, sonoro, sonsonete, susurro, sonsacar, sencillez… Son palabras
con eses sonoras y sinuosas.
Me llega el aroma y el color de
las palabras que suenan a campo como: margarita, galana (flor del brezo),
amapola,
violeta, espiga, mora, hierbabuena,
trébol, mariposa, manzana…
Otras me resultan muy monótonas, y una de las más notorias es la
propia palabra monótono, que repite
cuatro oes y tres consonantes nasales.
Algo parecido, en cuanto a repeticiones, ocurre en: bululú y pelele, que
también repiten vocales y consonantes.
Hay palabras repulidas, estilizadas, a las que
les gusta poner los puntos sobre las íes como: tiquismiquis, pitiminí, chinchín,
sirimiri. Resulta dificilísimo dar con ellas.
Las hay tan intensas como la capacidad que necesitamos para
soportar la sandez o la maldad de los que las cultivan: zurumbático, bambarria, cantamañanas,
mamarrachada, barrabasada, pampirolada, gaznápiro, papanatas...
Me gusta el sonido de
muchas palabras que son generosas con la e: perendengue, entrequedente (delicado de salud), merengue, emergente, efervescente, excelente, vehemente, enternecer, mequetrefe…
Me seduce la belleza de algunas esdrújulas: caléndula, oropéndola, aromático, crisálida, níveo, espléndido, sílfide… Y
algunas agudas: bebé, primor, acordeón, violín, clarín. Siento que me hacen un guiño al alma al oír el diminutivo agudo en –ín, propio del leonés. Recibir por respuesta: “Espere un momentín”,
es como recibir ternura, es sentir una predisposición positiva hacia la persona con la que deseo
hablar. Nada tiene que ver con la fría expresión: “Espere un momento”, por más que se le añada una expresión de cortesía. Lo mismo me ocurre con: ratín, poquitín, pequeñín, besín, pintina...
Me sorprenden a menudo palabras curiosas: jipijapa, zangolotino, ringorrango, petimetre, pisaverde, tentemozo, zorrocloco, zorronglón...
Hay palabras que se ponen su vestido largo y hasta
arrastran su cola: inconmensurable,
inmarcesible, caleidoscopio, arrebañaduras, correveidile, escanjarillarse (descoyuntarse), empingorotado, amormolecerse (entumecerse), carpetovetónico, paralelepípedo... A veces hasta hay alguna que, en medio del desorden, se pierde por el fin del mundo como el verbo escatramundiar (catramundiar, según el DLLA). ¡Qué palabra más expresiva!
Y, ¡cómo no!, me resultan atractivas las palabras que presentan la curiosidad de contener las
cinco vocales. Y son muchas las que acompañan a murciélago. Las hay que ponen nombre a personas: Eulogia y Eulalio (los bien hablados) o Aurelio (dorado), otras que son símbolo de
contento: euforia o, en cambio, de desamparo: desahucio. Hay otras que son palabras de vida: acuífero, o de ciencia: ecuación.
Algunas nos hablan de las relaciones personales: adulterio; de enfermedades: reumático; de fisiología: menstruación; de aspecto: escuálido. Sin olvidar la que luce las cinco vocales de forma más bella: educación.
Algunas nos hablan de las relaciones personales: adulterio; de enfermedades: reumático; de fisiología: menstruación; de aspecto: escuálido. Sin olvidar la que luce las cinco vocales de forma más bella: educación.
Me prestan las palabras que nos hablan de colores inconcretos, no definidos, porque son como la vida, como la gente, que se
mueve entre contradicciones, porque no todo es blanco o negro. También es: azulado, rojizo, esblanquiñao (blanquecino), negruzco, verdoso, azulado, amarillento,
anaranjado, grisáceo… Y una palabra que para mí es color, poesía, sol y amapola: arrebol.
En mi baúl quiere asomar la cabeza, siempre que la dejo, una palabra que suena a diálogo, a abrazo, a miradas serenas, a intercambio, a acercamiento a los otros. Esa palabra es concordia (con corazón). Y sus amigas: conciliar,
condolerse, concierto, compasión…
Pero tengo, sin duda, una palabra favorita, una que sale muchas veces de mi baúl, sola o
acompañada, que es un auténtico tesoro y que deseo que sea siempre fiel compañera de
las demás: gracias. Una palabra multicolor, una palabra de abrazo: una palabra de vida. Esa palabra
que solo tiene sentido si la regalamos, pues va unida necesariamente al
verbo dar, con el que ha creado una unidad indisoluble: dar las gracias. Si nadie da las gracias, esta palabra no existe. Su
esencia está en el darse, en el
derramarse hacia los otros. Dar las gracias es algo que
tiende puentes, que despierta sonrisas, que halaga, que abraza… Que hace
sentir al otro que está ahí, que lo
tenemos en cuenta…
Gracias es un regalo, una emoción: una palabra mágica.
Gracias es un regalo, una emoción: una palabra mágica.
Las palabras viajan por el viento, pero no se las
lleva el viento. Tienen entidad, tienen vida, tienden puentes
cuando alguien las entrega y
alguien las recibe. Y siempre están bullendo
dentro de nosotros, aunque no las pronunciemos ni las escribamos. Viven incluso
en el silencio de nuestros pensamientos y de nuestras emociones.
Me gusta la palabra silencio y el sonido del silencio. Por
eso quizá esté blog se llame la recolusa, (calle recoleta), palabra leonesa que me sabe a hogar, pues en una recolusa está situada la casa donde me crié.
En silencio se han descubierto fórmulas, se han diseñado
edificios, se han escrito libros, se ha rezado, se ha llorado, se han reencontrado las personas consigo
mismas. A veces, las palabras son tan discretas que se quedan escondidas tras un silencio elocuente,
silencio que es un acto de apoyo o de comprensión para alguien que sufre. ¿A dónde irán esas palabras que nunca se pronunciaron? Quizá el
silencio pueda ser simplemente una manifestación de asombro, cuando algo nos deja sin palabras. Pero es verdad que el silencio sordo puede convertirse también incomunicación, cuando las palabras no encuentran el cauce adecuado para llegar a un interlocutor. ¡Ojalá nuestros silencios sean siempre sonoros, creativos, comprensivos!
De mi libro: "El habla tradicional de la Omaña Baja" |
Las palabras que elegimos pueden crear o destruir, sanar o
herir, respetar o despreciar, amar u odiar… La elección no es indiferente. Podemos hacerlas llegar a los demás como besos amorosos o como afilados dardos. Pero
las palabras no son culpables de nada. Lo serán acaso nuestros pensamientos o
el uso que hacemos del lenguaje.
Las palabras a veces parece
que hacen travesuras en nuestra mente y juegan al escondite con nosotros. ¿Dónde
se esconde esa palabra tan aquilatada
que queremos encontrar para referirnos a algo de una forma exacta? Quizá no la encontramos porque no ha entrado todavía en
nuestro baúl o la usamos tan poco que se esconde en las telarañas de la
memoria. ¿Dónde se ha perdido aquella otra, entre las nebulosas de una mente
cansada, que no viene en nuestra ayuda cuando más la necesitamos? Cuando perdemos
definitivamente las palabras empezamos a morir.
El lenguaje es parte sustancial de nuestro vivir.
La capacidad del
lenguaje es lo que nos hace verdaderamente humanos. El uso de esa capacidad tendría que humanizarnos aún más. Deberíamos amar las palabras
de los idiomas en que nos comuniquemos. Y especialmente la lengua materna. Hemos nacido en ella y vivimos en ella, por eso, sus palabras nos piden no
olvidarlas, no lastimarlas, no quitarles dignidad, no añadirles agresividad… Las
necesitamos para hablar, para escribir, para pensar, para querer: para ser. Este monosílabo es seguramente la palabra más grande del
idioma: ser. Es más que tener, es más que estar, es más que parecer, es más que existir… Es vivir siendo o ser viviendo.
Y los seres humanos somos a través de
las palabras: lo que pensamos, lo que decimos... y lo que de nosotros dicen y
piensan los demás.
Somos palabras…
Somos palabras…
Una belleza en ilustraciones y texto. Bello regalo de J. P. ¡Gracias! |
Aquí están muchas de mis palabras preferidas... |
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Palabras,palabras,palabras
Muy bonito Margarita, de nuevo nos sumerge en el mundo de las palabras llenas de emoción, sentimiento, alegría, sin ellas no seríamos nada, porque dicen que las palabras se las lleva el viento pero yo pienso que no, que siempre quedan en el baúl de nuestros recuerdos.
ResponderEliminarGracias por tu artículo Margarita campera,me has hecho pasar un buen ratin.
ResponderEliminarLa palabra ratín, me acaricia el oído. Gracias, Paco.
EliminarMe encanta, tu baúl es muy rico, sigue abriéndolo y regalándonos reflexiones. Muchas gracias
ResponderEliminarmi baúl se ha ido llenando con las palabras que he encontrado en los libros y en los caminos de la vida. Espero que la vida no lo vaya vaciando si no es para entregarlo a los demás. Gracias, Fuencisla.
Eliminar¡Qué maravilla de artículo! ¡Cuánto aprendo y disfruto siempre leyéndote! Gracias. =)
ResponderEliminar(Soy E.R) =)
EliminarPara alguien que ama las palabras, como yo, es una suerte compartir palabras con otras personas que también las aman. Tu comentario es para mí un regalo, como lo fue ese precioso libro que fue la chispa de la que surgió la idea de escribir este artículo. Cuando los alumnos me preguntaban por mi palabra preferida les decía siempre: ¡GRACIAS!
EliminarEste artículo nos invita a una profunda reflexión sobre la importancia del lenguaje en la comunicación.
ResponderEliminarImportancia del lenguaje en nuestra esencia y nuestra existencia. Filosofía del lenguaje. Gracias por el comentario.
EliminarComo siempre, me gustan tus pensamientos plasmados en palabras. Un saludo.
ResponderEliminarMuchas gracias. Trato de ir de la palabra al pensamiento, nombre de mi blog.
Eliminar¡Muy interesante, Margarita!
ResponderEliminarMuchas gracias por dejar tu opinión y por tu valoración positiva, Manolo.
EliminarMargarita. Gracias Alguien debería hacerse eco en los medios de comunicación escrita hoy existentes.Un Saludo. Félix
ResponderEliminarGracias, Félix. Seguiré hablando y escribiendo de las palabras y con las palabras.
EliminarQue gozada releer tu artículo, siempre consigues avivar mis recuerdos.
ResponderEliminarMe ha encantado el juego de palabras ; que una vez mas, me hace recordar en parte , el lenguaje que empleaban nuestros ancestros; y que personas como tu no lo dejan caer en el olvido. Gracias Margarita por tus artículos tan constructivos para nuestros recuerdos.
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