Llega la otoñada
Camino otoñal. En Paladín |
Una calma lenta se va adueñando de los caminos. Se respira silencio y soledad. Mientras caminamos por ellos una luz amarillenta tiñe nuestras retinas, que se convierten en espejos de oro. Un trino otoñal se oye aún en la arboleda. Es como un eco que ha quedado prendido en el paisaje veraniego y que se resiste a enmudecer. El viento se cuelga de las ramas, que, transformadas en liras, comienzan el esperado concierto de otoño. En este concierto la música va acompañada de danza, pues las hojas desprendidas de los árboles se convierten en frágiles y etéreas bailarinas, que, en danza armoniosa, nos producen embeleso. Vestidas de amarillo, juguetean ante nosotros y nos ungen el rostro con lágrimas de melancolía.
A los ríos y arroyos los ha dejado el
verano tan escuálidos que pasan casi sigilosos,
porque el agua es apenas un susurro de sed. La sequía nos descubre las
intimidades de las piedras y las rocas asoman sus caras resecas por encima de la
superficie entre dorados reflejos. El
paisaje parece que se ensimisma, que se esconde tras velos de melancolía, mientras se despoja poco a
poco de sus ropajes, dispuesto a emprender el sueño de invierno.
Río Omaña, a principios de septiembre |
Es tiempo de frutos. Sensaciones voluptuosas nos rodean por doquier. Las patatas se desnudan ante nuestros ojos, el olor a nueces envuelve nuestro olfato, el sabor a manzanas seduce nuestro gusto… Manzanas verdes, amarillas, rojas… Un mundo de tersura y de color. Ramas llenas de fruta que cabecean hasta el suelo como queriendo postrarse a nuestros pies. Ante esa naturaleza exuberante nos sentimos atrapados por un mundo mágico que presagió la primavera y anunció el verano. Aquellos frutos que eran una esperanza primaveral y que se sazonaron con el calor veraniego ahora están entre nuestras manos como el mejor regalo del otoño.
Un nogal con ramas que llegan al suelo. En Paladín |
Sabor a hogar, a tardes tranquilas, a voces apagadas. La luna y el sol se hacen carantoñas entre las rubianas del ocaso teñidas de amorosos colores rojizos. Pronto las chimeneas serán el mejor símbolo de vida y de acogida. Ellas nos indicarán qué casa está abierta. En la calle, soledad, solo alterada por el ladrido de algún perro. Puertas cerradas, persianas bajadas… De los rosales cuelgan restos de rosas secas y, aunque echan de menos esa mano amiga que los retire, siguen aportando notas de color y de vida.
Las nubes blancas y vaporosas se acercan a nuestras casas y juegan con nuestra mirada, que las sigue —y las persigue—queriendo seguir su estela por los mundos siderales en busca de otras primaveras soñadas. Algunos días adoptan tonos grises o negruzcos y deciden quedarse sobre nuestras cabezas e impregnarnos con sus lágrimas.
El otoño es serena belleza, sensaciones de oro. El otoño es sabor a nostalgia.
Río Omaña, con cara preotoñal |
Los días se acortan, las mañanas nos enfrían el rostro, nos protegemos del frío y del viento y agradecemos el calor de hogar. Pero seguimos buscando esa ventana que nos permita seguir mirando —y admirando— el espléndido paisaje rural que nos rodea. Ese paisaje de mi pueblo (Paladín, León) y de tantos otros pueblos parecidos de la montaña leonesa o del mundo rural, en general.
Algunas de esas personas tendrán que ver ese paisaje otoñal desde la lejanía. Son —somos— aquellas que ya han regresado a su domicilio habitual de “las afueras” de su pueblo, afueras extensas que llegan a León, a Bilbao, a Madrid, a Barcelona… Tal vez a otros países. Pero, cuando nuestra ventana física no refleje esa belleza anhelada, abramos de par en par las ventanas del alma… Esas que nos permiten siempre soñar y contemplar lo que está atrapado en los recuerdos y quizá en algunas de estas palabras…
¡Feliz otoñada!
Sabor, color, olor, tersura... de las manzanas |
Texto y fotos: Margarita Álvarez Rodríguez
Omaña es una comarca del noroeste de León, enclavada en la Resera Mundial de la Biosfera de los Valles de Omaña y Luna