domingo, 30 de octubre de 2022

Pasos otoñales



Crujen los caminos dorados bajo mis pies y mis pasos avanzan acompasados. A lo lejos se oye el rumor del río y entre la arboleda, que todavía mantiene su manto amarillo, los cantos de los pájaros me regalan  sus notas otoñales.  La  luz tenue  y  amarillenta del otoño me tiñe con un halo de  melancolía.

  Mis sensaciones vagan... De pronto, se elevan  y vuelan buscando cielos coronados de oro  por las copas de los árboles. De pronto, descienden  a ras de tierra y se dejan acariciar por el manto amoroso de las hojas húmedas.

La naturaleza me envuelve, me protege, me seduce, me embelesa...

 Me dejo diluir  en ella. 


Texto y fotos: Margarita Álvarez (MAR).

Las flores de la memoria y la gratitud

  



En la  fiesta a Todos los Santos, en que recordamos de forma especial a las personas que ya viven en la inmortal morada, quiero que vaya hoy mi recuerdo para quienes nos precedieron.  

Para esas personas que nos dieron la vida y nos legaron una  tierra que cuidaron con mimo durante generaciones. Una tierra que desde la época romana hasta el comienzo de las explotaciones mineras del siglo pasado apenas había sufrido cambios en su fisonomía. ¡Ellos sí que sabían de eso que ahora se llama economía sostenible!    

Esos hombres y mujeres  sabían  muy bien en qué época había que arar, abonar y plantar las semillas y cuáles eran los cuidados posteriores que permitirían recoger, en el momento oportuno, el fruto deseado.

Vivían en armonía con su entorno y sabían comprender las señales de este. Conocían las fases de la luna y su influencia sobre la naturaleza. Entendían el lenguaje  del sol,  de las nubes, del viento, de la nieve, de la calorina del verano y de las pelonas de invierno. Identificaban los sonidos de la naturaleza e interpretaban su colorido. Vivían bajo ese cielo al que a menudo pedían  clemencia y del que esperaban siempre generosidad.

Sabían cuidar los cauces del agua, los caminos, los prados, los montes... De ellos dependía su sustento y  la leña con que se calentaban. Cuidaban a los animales domésticos como si fueran parte de una familia amplia que se había extendido al corral.  Esos animales eran lo más valioso de su economía: eran trabajo, comida, compañía... Y hasta seres con nombre propio.

Sabían ser gentes de buen conforme: trabajadoras, humildes, austeras, leales... Gentes de palabra. Y buenos pagadores, según decían   los riberanos de los montañeses.

Sabían ser solidarios con sus vecinos y trabajar en común con ellos cuando era necesario. Todos reconocían el repique que les llamaba a una hacendera. Compartían con la vecindad la pena y la alegría, el entierro y la fiesta. Y, sobre todo, compartían la sabiduría natural que habían aprendido a partir de sus cinco sentidos, al que añadían  el sexto: el sentido común.

Sabían honrar a Dios y al césar, a las vírgenes y santos de sus ermitas, y nos hicieron llegar tradiciones  religiosas y profanas que aún conservamos: de la copla, a la letanía; del ramo, al carnaval; de la jota, a la procesión...

Esa  tierra que amaron, que cuidaron con pasión, hoy los cobija, en ella están "en-terrados". Sus vecinos (y los de los pueblos próximos) los acompañaron hasta  la tumba,  tumba que ellos mismos habían preparado, con mucho respeto, para el difunto. Y sus restos quedaron marcados con una cruz comunal que iba siendo adjudicada al último difunto. Muchos, andando el tiempo, perdieron sus tumbas originales, perdieron  sus nombres, perdieron su identidad,  pero no se perdió su memoria. 

Esa memoria es  en el presente compartida con la de nuestros antepasados más cercanos, cuyos nombres figuran en cruces y lápidas. Y con la de aquellos coterráneos que hubieran querido descansar para siempre en su tierra, pero  a quienes la vida  llevó por otros derroteros.

Unos y otras,  los lejanos en el tiempo  o en el espacio y los cercanos,   son parte de nuestra historia, de nuestra esencia.

 Omaña es  paisaje y paisanaje, en armonía, eso ha sido siempre   y eso deseamos que siga siendo. Por ello, estas palabras están dedicadas a esos antepasados nuestros, hombres y mujeres,  que nos han legado un patrimonio que, en su honor y en nuestro beneficio, es preciso seguir cuidando. Que puedan tender su mirada  de ojos invisibles y fundirla con la nuestra para reconocer,  cerca y lejos, la belleza amarilla y rojiza de la  otoñada omañesa, que se extiende más allá de los cementerios y embelesa los sentidos.

Y como nada puede la muerte contra la inmortalidad del recuerdo,  para las omañesas y omañeses difuntos, vuelan hoy,  desde las altas copas de los chopos dorados de otoño, las   flores eternas de la  MEMORIA y la GRATITUD.

Cementerio viejo de Paladín.



Cruz comunal que se usaba en Paladín
 (le falta la parte superior)

©  Margarita Álvarez Rodríguez 

sábado, 8 de octubre de 2022

A la luna luna

 

Luna llena de septiembre. Madrid
           

            A la luna luna,

            le han salido cuernos

            que son en su cara

            sonrisas de cielo.

 

            Ella crece y crece,

            y se hace pelota,

            de luz muy brillante

            redonda y hermosa.


            Y alumbra la noche

            como gran lucero

            y crea leyendas

            de lunáticos miedos.

 

            Luego disminuye

            y se pone triste,

            porque poco a poco

            de oscuro se viste.

 

            La pinta la noche

            con negra mirada

            y así, disfrazada,

            está una semana.

 

            Y vuelven los cuernos

            y repite ciclo,

            mientras contemplamos

            sus hermosos guiños.


Luna llena de agosto (Paladín-León)





Texto e imágenes:  Margarita Álvarez Rodríguez


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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.