viernes, 29 de junio de 2012

El ansiado verano







En los meses de julio y agosto, coincidiendo con el verano, los omañeses volvemos  a nuestra tierra. Por las calles pindias, caleas,  recolusas  y plazuelas de nuestros pueblos se vuelve a oír el jingrio de los rapaces. 

Porque   ya  estamos a más  de “sesenta de mayo” e iniciando el verano (brano),  ya  podemos empezar a  andar a la mazuela  y a  quitarnos  el sayo en la montaña leonesa. Aunque a los leoneses nos ofende poco el jersey, porque el verano es muy corto. Dura un día, según el refrán: el verano en la montaña empieza en Santiago y termina en Santa Ana. A pesar del refrán, con el verano, a las tierras omañesas llega, por fin, el calor. Incluso hay días en que hace una calor o un calorón muy grande y se procura no andar a la fuerza el sol para no coger una soleadura. 


El río Omaña, en sus pozos y puertos, se prepara para que los atrevidos metan su pies y cuerpos en el agua, y compartan con  sus buenas truchas la friura que les obligará a salir pronto para no sentirse arrecidos. 

Pozo del Piélago 
Gracias a la frescura del río y a la abundante vegetación de las plantas (chopos), los alisos, los negrillos, las cerezales, las nogales… a la tardecina baja bastante  la temperatura   y  ¡vien un buen fresquín…!  Y en ese fresquín nocturno cantan los alifonsines (grillos) y salen los sapos a pasear...

Y cuando llega la noche, siempre está bien tener a mano el cobertor, porque las noches pueden ser frías ya que  en nuestro verano está presente el urbayu e incluso hay días de fuertes pelonas que a veces queman los frutos… 


Los cielos suelen ser de un azul transparente en los meses de verano, pero algunos días  se pone el sol en medio de nubes bajas y resplandece de forma rojiza por entre ellas, formando preciosos arreboles. Entonces decimos que se peinan las gallegas y que al día siguiente hará calor.  A pesar de ello, también hay  días anublaoscaniculaos, amarañaos o días que se quedan  en suspenso. Estos  cambios pueden desembocar en tormenta. Entonces viene la nube, que da tronidos, relampa,   y hace  colubrinas  en el cielo, o incluso puede caer una chispa que deje algún árbol abierto en canal. También puede caer una  chaparrada o un chapuzo o, en el peor de los casos, la nube mala trae piedra que destroza la cosecha. 


En otras épocas los omañeses tocaban las campanas  y rezaban   para espantar la nube:

Tente nube 
tente tú, 
que Dios puede 
más que tú.

Tente nube, 
tente palo,
que Dios puede
más que el diablo.




Un día de tormenta en el Valle de Samario


Otras veces  se acude a  Santa Bárbara:

                            Santa Bárbara bendita,
                       que en el cielo estás escrita,
                       con papel y agua bendita.
                       santa Bárbara doncella,
                       líbranos de aquella centella,
                       de aquel rayo mal airado,
                       Jesucristo Sacramentado,
                       en el ara de la cruz,
                       Pater Noster,
                       amén Jesús.

En el mes de julio, en Omaña, no suele llover, salvo que sea de tormenta, pero si lo hace, la lluvia puede ser persistente, ya que si llueve por Santa Ana, llueve un mes y una semana. Si la lluvia llega en agosto, favorece a la vid y perjudica  a las colmenas, que están preparadas para que sea catada la miel: agua en agosto, poca miel y mucho mosto.   

Y, en agosto, ya se sabe: agosto enfría el rostro.  Y con ese rostro refrescado, nos llega septiembre que nos trae  a veces el calor que no nos acompañó en  agosto, y acentúa la sequía o  es mes de grandes tormentas. Por eso se dice en la tierra que  septiembre, o seca las fuentes o lleva las fuentes (o los puentes).  Pero en ese mes, en general, el verano amenaza con irse y empieza a ser necesaria la ropa de abrigo. En septiembre, el que no tenga ropa que tiemble.


La Omañuela


Pero con la bufina o la calor, con la friura o con la farona, ojalá los omañeses sigamos volviendo a nuestros pueblines, sigamos disfrutando de su paisaje y fundiéndonos con su paisanaje, y  aprendiendo de  esa sabiduría que expresan sus  gentes en eso que ellas llaman chapurriau…, pero que es,  en realidad, lo que pervive del leonés expresado en la bella y  expresiva fala omañesa. En ella  reconocemos la historia de nuestra tierra.

                         ¡Feliz  verano leonés!

Valle de Samario, desde La Chana de Paladín


Praos de la Omaña Baja




Texto basado en el vocabulario recogido en el libro  
 "El habla tradicional de la Omaña Baja" 
de Margarita Álvarez Rodríguez





sábado, 16 de junio de 2012

Busilis del castellano (III): Tabúes y eufemismos


En esta tercera entrega sobre el uso torticero del idioma, reflexionaré sobre el uso excesivo del eufemismo.  Eufemismo procede del griego (eu, ‘bien’ y phemo, ‘hablar’, “decir”)  y significa palabra que suena bien, que no tiene connotaciones negativas. Se utiliza para sustituir al tabú, palabra de origen polinesio que significa lo prohibido, referido a una expresión de mal gusto o que tiene sentido peyorativo. El uso de eufemismos,  fenómeno frecuente en la actualidad, también va contra el principio de economía lingüística, lo mismo que el abuso de la redundancia y del archisilabismo.

Los tabúes son las palabras que tradicionalmente se relacionan con temas que tienen para  los hablantes connotaciones negativas o  de mal gusto, por ser  soeces y vulgares. Tradicionalmente solían  referirse a cuatro temas fundamentales: lo relativo al sexo,  lo escatológico (los excrementos y algunas partes del cuerpo), lo relacionado con la muerte y la enfermedad, y los temas de carácter sobrenatural. A estos tabúes clásicos hay que añadir hoy todo lo que se refiere a lo “políticamente correcto”.

Algunos eufemismos se generan por el deseo de disimular tacos o expresiones malsonantes cuando queremos hablar de una manera más formal: jolines, jopetas… no son más que variantes de joder; diez, rediós, diosla, de Dios, y diantre, del demonio. Lo mismo ocurre con las palabras  que designan partes del cuerpo relacionadas con el sexo: pecho o seno por teta, partes íntimas o mis partes por órganos sexuales… Dejarnos, irse, terminar, descansar en paz…, por morir; cuerpo, por cadáver; tener cosa mala o una larga y penosa enfermedad, por cáncer; hacer aguas mayores y menores, dar a luz,  en lugar palabras más cortas y precisas  como: cagar, mear y  parir;  ventosidad por pedo; trasero o pompis por culo…               
 Los eufemismos con frecuencia transforman la realidad y nos hacen vivir en un mundo idealizado e irreal que creamos  con el lenguaje. Así, sustituyendo palabras, hemos acabado con las cárceles y penales,  los carceleros  y los presos. En su lugar, han aparecido centros penitenciarios, funcionarios de prisiones e internos. Los delitos son  infracciones. Las porras de los agentes del orden son defensas y la tortura un elemento de disuasión.

Como parece que queremos vivir en un mundo perfecto y nos molesta todo aquello que rompe con “lo normal”,  han desaparecido de nuestro entorno los manicomios,  que son ahora hospitales psiquiátricos y los locos o deficientes, transformados en  enfermos mentales o discapacitados psíquicos. 

Los individuos que vivimos en este siglo ya no  sufrimos alucinaciones, sino alteraciones perceptivas, porque la anormalidad ahora es excepcionalidad. Quizá  todo ocurra porque ya no hay enfermos, sino pacientes. También parece que se han hecho invisibles los ciegos y sordos tras las palabras invidentes y personas con deficiencias auditivas. Lo mismo ha ocurrido con las deficiencias físicas: los llamados en otra época tullidos y lisiados  se han convertido en  inválidos y  luego, minusválidos; pero cuando caemos  en la cuenta de que estamos llamando a  esas personas  “no válidas” o “menos válidas”, vuelve a girar la rueda del eufemismo y aparece discapacitados que  pronto dará paso a   personas con disfunción motora o personas de movilidad reducida. También disimulamos la gordura hablando de personas entradas en carnes o rellenitas. Y en esta sociedad,  que prima el valor de lo joven, a los viejos o ancianos los hemos ocultado durante algún tiempo tras la pantalla de  la tercera edad, pero pronto el eufemismo vuelve a ser tabú  y, para evitarlo, surge un nuevo término: los mayores.

También han cambiado los nombres de ocupaciones que en algún momento no han tenido una buena consideración social. Las sirvientas y criadas pasaron a ser asistentas y hoy son empleadas de hogar. Tampoco  hay barrenderos en nuestras calles, sino  empleados de la limpieza viaria; ni  porteros, que  son ahora  empleados de fincas urbanas o conserjes. Y los sepultureros, aún han subido más “en esa escala social”, pues, de  forma pomposa, se han convertido en  empleados de pompas fúnebres

 Para que tengamos conciencia de que   generamos basura doméstica y de que eso supone un coste,  el Ayuntamiento de la Villa y Corte nos lo recuerda con  un  nuevo impuesto disfrazado  de tasa de residuos urbanos. Sin embargo, a la otra "basura", la financiera, nadie le impone gravámenes, aunque se convierta en activos tóxicos.

El cambio también ha afectado a las relaciones laborales: los despidos masivos son expedientes de regulación de empleo o ERES; el paro, desempleo; los gobiernos no abaratan el despido de los trabajadores sino que flexibilizan, reestructuran u optimizan el mercado laboral con lo que  precarizan más el empleo de unos    obreros que son ahora meros productores. Y todo para conseguir un obrero más sumiso y explotado, si  es que mantiene su trabajo y no sufre un reajuste laboral.  Y si tiene la mala fortuna de estar en paro,  con suerte, cobrará el subsidio de desempleo. Determinadas empresas (y el mismo Estado) no entran en pérdidas, sino que sus cuentas experimentan un crecimiento negativo… Ya no hay  suspensión de pagos, porque ahora se estila el concurso de acreedores. Y si  los trabajadores  protestan,  los sindicatos plantean movilizaciones organizadas por  los liberados que son ahora  permanentes sindicales…

Lo mismo ha ocurrido con las relaciones sociales. Todo es ahora más suave, más políticamente correcto.  ¡Si hasta los enfrentamientos dentro de los partidos se llaman ahora distintas sensibilidades! Ya no hay insultos, ahora  se llaman  agresiones verbales. Los negros han perdido su color y son solo gente de color (¡como si los demás fuéramos incoloros!), subsaharianos o morenos. También queremos ocultar la prostitución en anuncios de contactos y la pornografía en  revistas o material  para adultos. El lenguaje del eufemismo afecta incluso a las leyes: a la ley que regula el aborto voluntario la llamamos Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, o a la que lucha contra  la violencia machista, Ley contra la Violencia de Género.

Otro tanto ocurre en educación. Desde que los maestros son profesores de Primaria, no hay exámenes ni suspensos, sino controles e insuficientes que han sustituido al necesita mejorar y, si estos se repiten, desaparecerán bajo el disfraz del fracaso escolar. Los alumnos que eran más torpes o flojos en el aprendizaje ahora son alumnos con necesidades educativas especiales (ACNES). Los niños ya no tienen claro lo que es mentir porque en el mundo en que viven solo se falta a la verdad.

Pero es, sin duda, en el lenguaje político, donde encuentran  una auténtica mina los eufemismos: las guerras son  ahora conflictos bélicos o intervenciones militares, o incluso guerras preventivas o ataques selectivos; los bombardeos mal dirigidos  no causan muertos entre la población civil, sino daños colaterales. Y los soldados muertos en combate son bajas. No hay matanzas racistas, sino limpiezas étnicas. El espionaje se ha puesto la careta de servicio de información. Y ahora se disfrazan, sobre todo, los términos relacionados con lo económico: revisar o reajustar las tarifas, se convierte siempre en una subida de precios; desaceleración económica evitó un tiempo el término crisis, y ahora discutimos si  tenemos que hablar de línea de crédito o crédito europeo para recapitalizar el sistema financiero o, más bien, “rescate” a la banca española. Pero, ¿para qué preocuparnos si los recortes derivados de estos rescates son solo una tasa temporal de solidaridad  o, como se llama al copago sanitario en Cataluña, un tique moderador sanitario? Y la Comunidad de Madrid, tan considerada con sus trabajadores, no les va a rebajar el salario, solo les va a aplicar una minoración retributiva del 3.3%  a partir de julio de 2012.

Con el inicio de la crisis fuimos conscientes del capitalismo salvaje que nos envolvía. Pronto lo disfrazamos de la Europa de los mercaderes, ahora convertidos en mercados y agencias de calificación "deslocalizados". Pero no hemos podido, a pesar de tanto enredo lingüístico, esconder las caras y los nombres de los perjudicados, que siguen hablando tan claro como siempre.

La obsesiva sustitución de términos demuestra que las palabras cambian, pero no cambia la percepción que tienen las personas de su significado y ese concepto negativo que permanece en la mente del hablante contamina  la nueva palabra que termina en un nuevo tabú. Mientras la sociedad, por ejemplo, considere un valor primordial la juventud o la delgadez seguiremos buscando eufemismos para la vejez…, o para la obesidad.

El abuso del eufemismo también  contradice la claridad deseable en el lenguaje periodístico, un lenguaje que debería reflejar con rigor la realidad y no tratar de disimularla, copiando con frecuencia y sin mayor actitud crítica, el lenguaje enrevesado  de las fuentes políticas o económicas que le proporcionan la información, bien con una intención determinada o por puro mimetismo.

 Lo novedoso de este momento es que esos eufemismos ligados a los ámbitos político y económico no solo disfrazan la realidad a través de la manipulación lingüística, sino que tal vez estén  tratando de conformar el pensamiento. Por eso, de vez en cuando, es necesario reflexionar críticamente sobre qué nos dicen y cómo nos lo presentan, para seguir teniendo conciencia de que, al menos, nos queda la libertad de pensamiento que queremos seguir expresando con la palabra.

 Porque la palabra es cauce del pensamiento, pero nunca debe ser  su  carcelera.

domingo, 3 de junio de 2012

Busilis del castellano (II): El archisilabismo




En un artículo anterior analizaba la presencia excesiva e innecesaria de las redundancias en el idioma castellano, debida no tanto al deseo de expresividad, sino al desconocimiento del auténtico significado de las palabras. En este artículo voy a  tratar de  otra moda que también choca contra el principio de economía lingüística. Se trata de la obsesión absurda  por el alargamiento de palabras, el archisilabismo, que aparece con frecuencia  en el lenguaje de los políticos, y que recogen y usan profusamente los medios de comunicación social, a pesar de que va contra la claridad deseable en el estilo periodístico, que debería estar regida por la regla de las tres C: claro, conciso y correcto.


 En la actualidad,  el lenguaje de los medios está a veces en la antítesis de la claridad y la concisión. Es como si el alargamiento de palabras diera un prestigio social al lenguaje y, por tanto, a las personas que lo utilizan. Con el uso de  ese léxico retorcido y absurdo  parece que el hablante se sitúa en un mundo cultural superior al del ciudadano común. Muchas veces se inventan palabras que no están recogidas en los diccionarios al uso y, en la mayoría de los casos, son palabras que no añaden nada nuevo a aquella otra  que la precedió y de la que deriva.

 Quizá uno de los  ejemplos más ilustrativo del uso de esta moda  de exceso inútil es la  propia palabra  exceso que, para hacer honor a su significado, con frecuencia,  se convierte en  sobredimensionamiento. De una palabra trisílaba pasamos a una que tiene ocho sílabas, una palabra claramente “sobredimensionada”.

        Es un hecho evidente, para cualquier observador de los usos sociales del idioma, que el léxico se hace cada vez más complicado, por eso,  hoy, no nos basta aclarar palabras o conceptos. Ahora, si queremos entender, hay que  esclarecerlos. Sabíamos concretar ahorrando palabras, ahora la concreción será menor si tenemos que concretizar para llegar a la concretización. Teníamos teorías, ahora teorizamos y llegamos a la teorización, que no es más que una teoría, y si pretendemos influir en las personas, no nos conformamos con ello, sino que las influenciamos. Hemos dejado de cambiar impresiones para intercambiarlas. ¿Y quién se acuerda hoy del verbo argüir? Ha sido sepultado por argumentar. Y los argumentos sobre cualquier tema, que ahora se ha convertido en temática, se han transformado en argumentaciones y los ejemplos en ejemplificaciones.  Ya no hacemos  contrastes de  puntos de vista, sino que hacemos una contrastación de opiniones.
 Y en ese afán por complicar todo hasta el clima ha cambiado y   hemos decidido llamarlo climatología. Y en el mundo de la imagen ya no se ven las imágenes, se visionan o se visualizan.

Siempre hemos completado o rellenado los datos en los documentos, ahora hay que complementarlos. Si nos teníamos que identificar ante alguien presentábamos el Documento Nacional de Identidad (o en su caso el pasaporte), ahora el DNI se ha quedado pequeño, pues se nos pide la documentación. El número de un documento se empieza a sustituir por su numeración. Si hay que detener a un delincuente, este se escapará mientras se  procede a su   detención. Ahora ya no lo culpamos, lo culpabilizamos.  


Siempre han existido disfunciones, ahora la disfunción se alarga hasta convertirse en disfuncionalidad  y la duración de la misma es mayor por haberse convertido en durabilidad. Y los defectos se han convertido en deficiencias, que aunque se digan con una palabra  mayor, parece que son menos defectuosas. Las gripes se alargan cuando afectan a un personaje público, puesto que estos sufren procesos gripales. Y en la lengua común los análisis se han convertido en analíticas y los síntomas en sintomatología.


Las personas corrientes hemos entrado y salido de lugares, actos…, pero las personas que se mueven en un mundo más refinado   hacen  entrada de forma más rumbosa. Los ciudadanos  perseguimos un fin con nuestros actos o tenemos una intención, pero los prebostes  buscan  una  finalidad o intencionalidad.  Los contribuyentes  contamos nuestros dineros y nuestras deudas, los que dirigen  nuestro erario las contabilizan. Todos los ciudadanos, la totalidad, tenemos obligación de pagar impuestos, pero algunos no entienden la obligatoriedad. Siempre hemos dicho que la excepción confirma la regla, pero ya no sabemos si también la confirma la excepcionalidad.


 Algunos confundían el honor y la honra, ahora ya no existe ese problema porque ambos valores se han convertido en vaga honorabilidad. Pero  no somos personas  de crédito,  si no tenemos credibilidad.


La marginación social se ha convertido en marginalidad o marginalización y no es motivo de peligro, sino de peligrosidad. Siempre hemos tenido la obligación  de cumplir normas, pero ahora nos imponen normativas que parecen mucho más complejas. Los límites de velocidad se convierten en limitaciones. Los coches ya no chocan, colisionan.  Los peligros no se señalan, se señalizan, quizá por ello han bajado los índices de siniestrabilidad, pero no los siniestros, porque sigue habiendo demasiados accidentes, escondidos ahora en tasa de accidentalidad.


En este mundo, que empezó siendo global,  y ya vive globalizado, empiezan a aparecer  movimientos sociales y protestas ciudadanas,   que ahora se llaman  movilizaciones.  Nos faltan modelos morales, eso que ahora se llaman referentes. Parece que no somos capaces de decidir nuestro futuro económico, porque no estamos capacitados. La presión exterior que ya antes nos impedía  tomar algunas decisiones de forma unilateral, a día de  hoy, nos lo imposibilita. Ya no basta con hacer cambios, hay que reestructurar la economía. Y en este escenario (antes contexto o situación),  hacemos llamamientos  (antes llamadas)  a la concertación, pero no conseguimos  el deseable concierto social. Esos múltiples problemas sociales, que ahora son multiplicidad, en otra época, nos conmovían; ahora, nos conmocionan. Y porque han crecido mucho los problemas, hablamos de problemática social, que hace que crezca la conflictividad, que siempre hace más grandes los conflictos.

 Las familias rotas  ahora se convierten en desestructuradas. Por eso, lo que antes lamentábamos con la palabra desgraciadamente, lo hacemos ahora, con más intensidad, con desafortunadamente.  No tenemos necesidad, sino necesariedad, ni método, sino metodología. Y las relaciones no se tensan, se tensionan. Hemos sustituido la emoción por la emotividad. No recibimos a los visitantes, los recepcionamos; no  valoramos lo que nos gusta, lo ponemos en valor. Y si queremos cumplir con alguien, lo cumplimentamos

La regulación ha desembocado en regularización, instituir algo se ha convertido en institucionalizar. Y, en la sociedad de la información en que vivimos, los rumores se han convertido en rumorología.  No ejercemos  de algo, sino que nos ejercitamos. 

Las empresas no motivan  o apoyan a sus trabajadores, los incentivan; no buscan aprovechar bien  sus recursos, sino   optimizarlos. Ya no se planea el trabajo, se planifica. Y cuando se incrementan los gastos, porque  aumentan o crecen,  las empresas se trasladan a otros lugares, se deslocalizan, porque el crecimiento económico se ha ralentizado, o sea,  frenado. Y así nuestras tiendas, comercios, bares de toda la vida… se han  transformado en establecimientos; eso sí, cerrados, porque la crisis nos ha traído el crecimiento negativo. La publicidad  disminuye  mientras el patrocinio de las empresas se convierte en esponsorización, que, sin duda, será más cara, porque ha aumentado el esfuerzo para decir y comprender la palabra. La crisis, que en su día fue desaceleración económica, no invita al  comprador a convertirse en consumidor,  a pesar de que los clientes fieles se convierten en clientes fidelizados.

En este afán por complicar el idioma, hasta hemos cambiado la forma de hablar del presente y del pasado. La simplicidad y claridad de los adverbios antes y ahora, ayer y hoy, en este mundo tan megalómano, han dejado paso a  anteriormente, posteriormente, con anterioridad, con posterioridad…

La cuestión es aumentar,  -¡perdón!, incrementar- el número de sílabas, de forma que la complejidad de las palabras nos anonade  a todos, especialmente  si hacemos alusión a cosas, sin aludir a ellas, o hacemos mención a  algo, pero no lo mencionamos. Y así esa forma de hablar nos introduce sin desearlo en el confusionismo, aislacionismo, secretismo… y pone de manifiesto, sin manifestarlo, que vamos institucionalizando los archisílabos  y establecemos una vinculación con ellos que parece un vínculo inseparable  del  pensamiento.

El uso de estas palabras polisílabas se ha convertido en usabilidad que nos impide ejercer nuestra capacidad de ser de buenos hablantes, pues nos ejercitamos en  el exceso y barroquismo lingüístico. Así nuestra potencia comunicativa la convertimos en mera  potencionalidad


Siempre hemos creado palabras nuevas por sufijación, neologismos que, andando el tiempo, dejan de serlo, pero este hecho se producía por la necesidad de crear nuevos términos de distinta categoría gramatical, que tenían un uso diferente y que enriquecían el idioma. Estos neologismos ponían nombre a lo novedoso. No era el afán de hacer extraño el idioma lo que hacía aumentar el léxico del idioma, sino la necesidad de mayor precisión.


A veces el proceso creativo es sorprendente. De poner, por ejemplo, se deriva el sustantivo posición. Lo curioso es que desde  ahí se genere un nuevo verbo, posicionar, que tiene un significado similar a poner y, de este, el sustantivo posicionamiento, que nos devuelve, con un significado similar, a la palabra originaria posición. ¿Para qué, entonces, hemos dado ese rodeo lingüístico? Hemos cerrado el círculo con dos neologismos que complican el idioma innecesariamente y no aportan nada nuevo. Algún día llegará otro hablante innovador que introducirá modificaciones, porque le parecerá escaso el modificar, y creará un término nuevo más complicado que los anteriores. Algunos de estos excesos lingüísticos, no vinculados al lenguaje técnico, se han convertido ya en cauce obligado del pensamiento e incluso los podemos consultar en el DRAE. 

¡Qué  necesidad, que no necesariedad, sentimos de leer las novelas de Delibes para oír a  esos campesinos que las pueblan hablar un español claro, limpio y preciso, desprovisto de extranjerismos y de tanta palabrería inútil! Ese castellano limpio, que empieza a desaparecer también del mundo rural, pues nada se resiste a la influencia de los MCS. Tristemente, algunos de esos innovadores del lenguaje urbano que generan esos faltos neocultismos y palabras rebuscadas que introducen en el idioma común se atreverán a calificar de paletos a las personas que hablan ese castellano puro del que andamos cada vez más necesitados, sin percatarse de que, tal vez, el mayor alargamiento de palabras esconde un empobrecimiento progresivo  y preocupante de ideas.

Termino haciendo mención, aunque él solo mencionaría, a Baltasar Gracián, quien puso de manifiesto la importancia de la brevedad y la claridad:

¡ “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”!

Licencia Creative Commons
La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.