viernes, 4 de enero de 2013


Sobre sexismo lingüístico

A VUELTAS CON EL GÉNERO Y EL SEXO (y III)

         En aras de la lucha contra el sexismo en la lengua y en la sociedad, hemos creado en el lenguaje sociopolítico términos que resultan llamativos y chocantes, y que nos llevan al desconcierto. Hablamos, por ejemplo, de discriminación positiva, para favorecer la presencia social de la mujer, cuando el término discriminación tiene un carácter negativo y va unido a un adjetivo con significado positivo, por lo que la relación  entre ambos  crea una paradoja. ¡Curiosa manera de eliminar  una discriminación con otra discriminación! 

         Hay que aprender a valorar a las personas por su valía personal y no porque formen parte de una “cuota” que marca la llamada discriminación positiva. Es seguir reconociendo, a través del propio idioma, que decimos que es sexista, que el sexismo es inevitable.

Lo mismo ocurre cuando oímos a mujeres que adoptan lo peor  del lenguaje de los hombres para tratar de situarse socialmente a su nivel. ¡Triste liberación  la de las mujeres que  piensan conseguirla adoptando expresiones malsonantes frecuentes en el lenguaje de los hombres como: “Estoy hasta los cojones o que te den por el culo” y otras similares! Sin embargo, no somos conscientes de que hay auténtico sexismo cuando para referirse o dirigirse a las mujeres se usan adjetivos relacionados con el aspecto físico como: ricura, gordi,  preciosa, muñeca… y para el hombre otros  que valoran su personalidad o su sexo: macho, jefe, tronco

Resalta como un hecho evidente al estudiar cualquier idioma  que en todas las lenguas hay características que están marcadas por los rasgos diferenciadores de la personalidad entre sexos. Así, en castellano,  el lenguaje de las mujeres usa más los diminutivos: solita, problemillas, gordita, faldita…, los acortamientos: gordi, peque, cari, ilu, porfa, pelu… y el prefijo moderno super: supersimpático, superdivertido… En cambio, los hombres utilizan el sufijo  –amen o –men que no usan las mujeres: tetamen, culamen, pelotamen… Hay adjetivos o expresiones frecuentes en el lenguaje femenino e inusuales en el masculino: bonito, mono, chuli…, es muy cuco, es un cielo…, no sé qué ponerme…  

En el lenguaje masculino son más frecuentes, en cambio, expresiones ligadas a la violencia: te parto la cara, te doy una hostia, dímelo a solas, si tienes cojones… Esto es consustancial a la diferencia de sexos y es difícil que pueda cambiarse.

Pero también es verdad que expresiones que oímos en la lengua coloquial siguen marcando la diferencia, no solo de personalidad, sino también social, entre hombres y mujeres. A la hora de referirnos a una relación sexual accidental las mujeres suelen decir: me he enrollado con… y los hombres: me he tirado a… El término quinceañera (chica que está en edad de merecer) no tiene equivalente en masculino. De un hombre que se queda soltero no se dice que se le ha pasado el arroz o que se queda para vestir santos, pero, eso sí, los hombres echan canitas al aire… En expresiones como estas se sigue constatando que la visión social de los dos sexos no es la misma.

Es también curioso observar cómo la palabra cojones  es muy utilizada por los hombres con connotaciones generalmente positivas, por eso se identifica con lo valioso (cojonudo), la valentía (tenía dos cojones, con un par de cojones, me sale de los cojones, te corto los cojones), el éxito (me salió de cojones)…, en definitiva, con cualidades que se atribuyen más a lo varonil.

Otro aspecto interesante del idioma es fijarse en la forma en que se insulta a los hombres y a las mujeres para darnos cuenta de la distinta valoración social de los unos y las otras. Se supone que un hombre debe ser valiente, por tanto, al poner en duda su valentía aparecen  insultos como: acojonado (a-cojonado: sin cojones), cagado, mierdecilla, jiñao, huevón, huevazos, pintamonas, rata, gallina, cagueta… 

También al hombre se le supone la inteligencia, por ello hay variedad de insultos relacionados con la carencia de esta cualidad: zote, adoquín, mendrugo, sandio, ciruelo, melón, atún, percebe, membrillo, cernícalo, primo, merluzo… Se da por supuesta también su virilidad, por eso, cuando  falta esta, le llamamos: impotente, marica, maricón, pitopáusico… 

Se asume que el hombre debe llevar los pantalones (autoridad) y, si no es así, es un calzonazos, huevazos, un donnadie… También se supone que el hombre debe gozar siempre de la fidelidad de su pareja, por ello, cuando esto no ocurre, se le ridiculiza con términos como: cornudo, cabestro, cornúpeta, cabrón… Puede observarse que estos insultos no se utilizan para las mujeres, pero sí se usa la referencia a la madre para insultar al varón: hijo de puta, de perra, de su madre…, como si la mujer, en su condición de madre, fuera la responsable de la actitud del hijo.

Hay insultos específicos para la mujer que denotan la distinta valoración social de los dos sexos. Tienen que ver con su comportamiento sexual, con su aspecto o con su carácter: puta, putón, pendejo, fulana, zorra, guarra,  pendón, loba, lagarta, cardo, sargento, feto, callo… Curiosamente, muchos de estos términos son masculinos.

Vivimos desgraciadamente una lacra vinculada a la violencia machista y hemos creado una ley contra la llamada  violencia de género y esta denominación de la ley tiene ya una andadura política y social que será imposible cambiar. Pero la violencia  a la que se refiere la ley no está ligada al género, que es un concepto puramente gramatical, está ligada al sexo, pues se ejerce la violencia sobre personas de sexo hembra o mujer, o sea, de hombres hacia mujeres. Al utilizar una expresión que es calco léxico del inglés gender violence y  aceptar la confusión que  ha generado  el feminismo entre sexo y género gramatical (pues le ha añadido  a este último  connotaciones socioculturales), hemos perdido una buena ocasión de llamar a las cosas por su nombre y nos hemos perdido en los vericuetos del idioma, confundiendo otra vez sexo y género gramatical.  Más ajustada,  y en consonancia con las lenguas románicas, habría sido la denominación Ley contra la violencia doméstica o por razón de sexo, que proponían los académicos, pero otra vez nos ha vencido el gusto por el anglicismo.


A veces en un deseo de abreviar el lenguaje del desdoble, ampuloso y falso, en la escritura se trata de simbolizar la presencia  de los dos sexos bajo el signo de la @, signo que no forma parte de nuestro alfabeto y que, por tanto, no podemos leer con un sentido neutro.  La arroba, que es una antigua unidad de peso,   da la sensación de dejar la a del femenino en su interior rodeada y supeditada de nuevo al signo de la o masculino.  ¡En poco se  valora a las mujeres si su presencia en los textos escritos queda marcada por una medida de peso! Más estrambótico resulta aún el uso de la x para referirse a los dos sexos.

En las últimas décadas la educación de la mujer ha ido produciendo, y no siempre para bien, como se decía al principio, una igualación de su lenguaje con el del hombre. Antes, las mujeres tendían más al uso de eufemismos que creaban un falso lenguaje “más fino”. Así se oían más palabras y expresiones como pompis (culo), hacer uso del matrimonio (coito), venir el tío de América, estar mala (tener la regla), venir la cigüeña (embarazo), hacer pis

Pero, aunque se haya igualado el uso en algunos aspectos, es una realidad que la lengua no se puede uniformar, porque el uso que hacen de un idioma las mujeres y los hombres es diferente y además es un hecho científico que la capacidad  lingüística es distinta en los dos sexos.  Las mujeres tienen mayor capacidad lingüística: mayor variedad de léxico y mayor complejidad sintáctica. No en vano llamamos a nuestra primera lengua, lengua materna, porque en la mayoría de los casos se aprende observando y oyendo a la madre.

Lo que sí es claro es que no se transforma la sociedad a través de la reforma del lenguaje. Mussolini trató de cambiar el tratamiento de cortesía italiano lei, que es un pronombre de 3ª persona femenino, y que es válido para ambos sexos, por voi, forma masculina para referirse al hombre. Pero sus intentos fueron fallidos, pues en Italia se sigue tratando de  usted con el pronombre lei, válido para los dos sexos. Algo parecido se hizo en la Alemania del Este cuando se trató de crear un alemán popular que les distinguiera del “alemán burgués” de la República Federal Alemana. El intento fracasó antes de desapareciera la propia República Democrática Alemana.

Así pues, si queremos que desaparezcan los rasgos sexistas de un idioma, debemos acabar antes con el sexismo social y cultural. En definitiva, cambiemos los  pensares, sentires y vivires y en la lengua, de manera natural,  irán cambiando los decires.

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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.