jueves, 27 de diciembre de 2012

Sobre sexismo lingüístico

        A VUELTAS CON EL GÉNERO Y EL SEXO (II) 
  
Es un hecho innegable que en nuestra lengua hay elementos sexistas  que reflejan la escasa consideración social que históricamente se ha dado a la mujer. Son expresiones que reflejan la historia vivida por un pueblo y que difícilmente desaparecerán por mucho que un lenguaje más o menos políticamente correcto  trate de evitar. Pero muchos de estos términos hoy están desprovistos de intención lingüística peyorativa, salvo que la persona que los utiliza se la dé conscientemente.

Se puede constatar también que en nuestro idioma hay aún muchos términos en que el desdoble de masculino y femenino añade connotaciones negativas, en el caso del femenino, que no las tiene en masculino o, incluso, en algunos casos, el femenino envilece y el masculino enaltece. Fijémonos en lo que ocurre con zorro (astuto, listo) y zorra (ramera); verdulero, que no tiene significación negativa,  frente a verdulera; hombre público (valoración positiva), frente a mujer pública (valoración negativa); ser algo cojonudo o acojonante, frente a ser un coñazo; conejo (dientes largos) / coneja (mujer que pare frecuentemente); golfo (poco trabajador) / golfa (prostituta); pendejo (tonto) / pendeja (prostituta); perdido (sentido moral) / perdida (sentido sexual). Lo mismo ocurre con fulano / fulana, guarro /  guarra, lagarto  / lagarta, lobo / loba, hombrezuelo / mujerzuela, cualquier / cualquiera... y tantas otras.  También presentan distinto matiz las expresiones: fue engañado / fue engañada (seducida), le va la marcha (persona divertida / mujer casquivana). Asimismo   perra,  suegra, solterona tienen unos matices peyorativos que no tienen sus correspondientes masculinos (otra vez el sexismo social). 

Aunque la palabra hombre en su acepción de ser humano o persona significa ser animado racional, hombre o mujer, hay muchas cualidades que asociamos a la palabra hombre  que denotan solamente la exaltación del varón. Son  expresiones relacionadas con la inteligencia: hombre de letras, hombre de ciencia; con la honestidad: hombre de palabra, de buen corazón, de ley, de una pieza, de provecho…; con el mundo de los negocios: hombre de estado, de mundo, público…; con la valentía: hombre de carácter, de pelo en pecho, de pelea, todo un hombre…, con la bondad o la equidad: hombre bueno, o expresiones como: ser muy hombre, hablar de hombre a hombre. 


       No existen en castellano apenas valores equivalentes en femenino aplicados a las mujeres, más bien ocurre lo contrario. Veamos: mujer del arte, mujer del partido, mujer mundana, mujer pública, mujer perdida son términos que equivalen a prostituta. Ser una mujer de su casa reduce a la mujer al ámbito doméstico y no tiene equivalente en masculino. Sí existen, en cambio,  muchos términos que reflejan la concepción de la mujer como un objeto decorativo, tanto elogiosos: bombón, mujer bandera, mujer diez, monumento, mujer fatal como ridiculizadores: cacatúa, arpía, cotilla, maruja, cotorra, pécora…


También es verdad que hay otros términos relacionados con los hombres  que presentan connotaciones  negativas: acojonado, huevazos, pijada,  pijotero, calzonazos…, aunque, en conjunto, la mujer sale lingüísticamente peor parada.

Pero la sociedad no cambia porque hagamos cambios artificiales en el lenguaje, la sociedad y la concepción de la mujer cambian desde la familia, desde la escuela y desde la legislación; y desde esos  ámbitos el cambio se extiende a toda la sociedad. 


El lenguaje es una invención social  y es la sociedad la que modifica las lenguas, y no al revés. Si el hombre era el cabeza de familia y el que dirigía la hacienda familiar es explicable que la expresión ser el que lleva los pantalones o bajarse los pantalones esté vinculada con lo masculino. Si embargo, ahora que los pantalones son de uso habitual en la mujer y que muchas mujeres son “la cabeza de familia”, seguramente poco a poco estas frases carezcan de sentido.


Perviven aún otros rasgos sexistas en los usos sociales como citar  a las mujeres en primer lugar: señoras y señores…, y que nada tienen que ver con sexismo lingüístico propiamente dicho, sino más bien con convenciones sociales. En cambio, cada vez menos la mujer pierde su apellido para ser denominada señora de… Sigue vigente, sin embargo, el desdoblamiento  del tratamiento señora / señorita, para denominar a una mujer casada o soltera, respectivamente. Pero, en el caso del hombre, no se utiliza el término señorito para el mismo estado social. Lo lógico, pues, sería que se utilizaran las palabras señora / señor para referirse a mujeres  o a hombres, independientemente del estado civil.

El género gramatical es algo lingüístico, que no siempre añade valores relacionados con el sexo, ni siempre se relaciona con el sexo biológico: soprano, periodista, testigo... son palabras de género común, pues se pueden aplicar a los dos sexos variando el artículo. Otras como:  iguana, leopardo, bebé, persona... son epicenos, y, por tanto, aunque tengan forma masculina o femenina, designan indistintamente a los dos sexos.


  El castellano ha asignado el masculino y el femenino a las palabras de forma arbitraria: día es masculino y noche femenino, sol es masculino y luna o nube femeninos… Y esto ocurre incluso en palabras que se refieren a conceptos similares: la palabra persona es de género femenino y ser (humano) masculino.


Una clave fundamental para cambiar estas formas de discriminación, como se decía más arriba, es la educación. Si al educar al conjunto de los hijos o  alumnos –hombres y mujeres-  queremos hacer de ellos hombres de provecho (en el sentido masculino del término), seguiremos educando en la discriminación. Si adoptamos comportamientos, en la familia o en  las aulas, a través de imágenes o con la palabra, en que asociamos a los hombres con unas actividades más dinámicas, intelectuales o de mayor rango social que las referidas a las mujeres, seguiremos educando en la discriminación. El idioma solo es un fiel reflejo de lo que somos.

Es frecuente oír críticas  a la Real Academia Española, porque en su diccionario  no aparezca tal o cual palabra o porque se recojan  acepciones hoy  mal vistas o no se hayan incorporado otras novedosas. El DRAE recopila solamente las palabras que van modificando los hablantes y no siempre a la velocidad que imponen los nuevos usos, puesto que la palabra debe antes consolidarse en el idioma, de forma que se constate  que existe un acuerdo tácito entre los hablantes. Tampoco puede suprimir un significado si la palabra se sigue utilizando con ese sentido, como ocurre con la palabra callo, por ejemplo, en la acepción de mujer fea. 


A veces no es la RAE la que da definiciones “discriminatorias”, sino que es la propia sociedad la que crea las diferencias de significado a pesar de que  la   definición del DRAE no sea sexista. Modista y modisto tienen una definición equivalente: hombre o mujer que tiene por oficio  hacer prendas de vestir, sin embargo, la sociedad relaciona la profesión de la mujer con una dedicación doméstica y la del hombre con el prestigio de la moda y el glamour.

La RAE termina siempre plegándose a  las novedades lingüísticas Cuando las mujeres se incorporaron masivamente a la carrera judicial, la RAE introdujo la juez, como femenino de juez, sin embargo, andando el tiempo incorporó también jueza, porque socialmente se había acuñado ese femenino. Lo mismo ha ocurrido con presidenta, como  ocurrió en su día con extrovertido, aunque sean formas anómalas de presidente y extravertido, pues los afijos deberían ser –ente y extra-, respectivamente. Y con otros muchos términos: ingeniera, médica, concejala, ministra, torera… Las mujeres se han incorporado de forma masiva a profesiones “masculinizadas” y, al cambiar la realidad social, de forma natural ha cambiado el idioma.

En otras profesiones, en cambio, aún no se ha generalizado el uso del femenino, aunque sea correcto y posible desde el punto de vista lingüístico, como ocurre con sargenta y otras similares del mundo militar. Esta palabra  no aparece definida en el DRAE con ese significado de grado militar y, en cambio, sí aparecen unas acepciones que deberían ser revisadas, pues nos presentan a la sargenta como una mujer  hombruna y de ruda condición o como mujer del sargento. A pesar de que el Diccionario Panhispánico de Dudas recomienda que  palabras de este tipo se usen como comunes en cuanto al género: el cabo / la cabo, el / la sargento…, en casos como este debería incorporarse la variante femenina de sargento, para mitigar en parte la carga negativa que posee sargento aplicado a la mujer.

Sí llama la atención algo curioso que no suele aparecer en las críticas  y es que el DRAE, que parece que sigue un riguroso orden alfabético, sin embargo, lo conculca de forma clamorosa al introducir  la palabra en masculino antes que la femenina, siempre que existe desdoblamiento de género en –o y en-a, cuando es evidente que la a debe ir antes que la o alfabéticamente. Desde la palabra aarónico, aarónica, la primera con desdoble de género, hasta la  última, zutano, zutana, habría que cambiar el orden de todos los diccionarios. Eso sería lo lógico. ¿Para cuándo ese cambio? No parece que lo contemple la edición vigésimo tercera del DRAE, que aparecerá próximamente.

Es cierto que no podemos adivinar el futuro, pero es seguro que los hablantes irán modificando el idioma, y que, más pronto o más tarde, la RAE será una fiel notaria de esa transformación, a pesar de que a veces tengamos la sensación de que esa transformación es demasiado lenta.



Completan este artículo otros dos más sobre el mismo tema:

A vueltas con el género y el sexo I

A vueltas con el género y el sexo III



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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.