viernes, 7 de diciembre de 2012

Sobre sexismo lingüístico


    A VUELTAS CON  EL GÉNERO Y EL SEXO (I)


Este es el primero de tres artículos en que analizaré  el posible sexismo lingüístico del idioma español. Es este uno de los temas que provoca desencuentros entre los lingüistas y algunos grupos  sociales, grupos que en muchos casos se han dedicado a elaborar guías para el uso no sexista del idioma. El hecho de que nuestro idioma utilice el masculino genérico es entendido por algunos como una muestra de que el idioma español es un idioma sexista.

¿Discrimina realmente el masculino genérico? Desde una perspectiva meramente lingüística no parece que eso sea así, salvo que la discriminación esté en la mente del hablante o del receptor.

Es verdad que vivimos en la sociedad de la información y, en esta sociedad de las nuevas tecnologías, las formas en que nos llegan los mensajes a los receptores son tan importantes a veces como el propio mensaje. Pero la lengua es un instrumento, no una ideología, aunque a veces las ideologías utilizan un determinado tipo de lenguaje  que ponen a su servicio. Se ha hecho en otras épocas y también se está haciendo ahora aunque, en el campo del llamado sexismo lingüístico, a veces adopte el signo contrario.

Si en la sociedad, durante siglos, ha tenido primacía el varón, es incuestionable que ese hecho  se refleja en el idioma, pero  sexo no es lo mismo que  género gramatical, por más que en la sociedad actual se utilice  con frecuencia la confusión entre ambos términos. Hay lenguas que no marcan el género morfológico, por lo tanto, en las que el sexismo lingüístico no existe y, sin embargo, se usan en  sociedades que marcan mucho el sexismo. Eso ocurre, por ejemplo, con el quechua. El género gramatical  tiene poco que ver  con el sexo. Somos los hablantes los que, llevados por prejuicios previos, damos sentido sexista a expresiones que en sí mismas no reflejan sexismo lingüístico.

Si oyéramos decir, por ejemplo, que los maestros de Primaria están en huelga es posible que nos imagináramos un conjunto de mujeres, siendo el término masculino,  pero si dijéramos  lo mismo de los catedráticos de universidad,  es probable que nos  imagináramos un conjunto de hombres. Las dos expresiones están en masculino, pero nuestra mente nos hace interpretar lo que es más común en nuestra realidad social. Luego, tenemos unos prejuicios sociales  que a priori nos hacen interpretar los mensajes. Por eso no es lo mismo sexismo social que sexismo lingüístico. Valga un ejemplo de sexismo social: ¡Mujer tenías que ser! Expresión no sexista en sí misma, pero de intención sexista, pues se ve a la mujer como el sexo débil. Un ejemplo de sexismo lingüístico: Saludaron al marido y a su mujer. En esta frase, la expresión  refleja una situación no sexista, pero la dicotomía marido / mujer (estado civil para el hombre frente  a sexo para la mujer) es  una expresión sexista.

El uso del masculino genérico no busca discriminar a la mujer, sino que es un producto  de la evolución caprichosa de las lenguas y, aunque en su origen fuera así por la primacía social del varón, hoy no se le puede dar una explicación discriminatoria. Además no siempre coinciden sexo biológico y género gramatical, ni en todas las lenguas una misma palabra tiene el mismo género.

Con la buena intención de evitar el sexismo  lingüístico, se ha creado un lenguaje falso que nada tiene que ver con el que usamos comúnmente los ciudadanos. Queremos  referirnos de manera especial al lenguaje que utilizan personas que nos representan en instituciones u organizaciones sociales (partidos, sindicatos, grupos feministas...), porque se empeñan en utilizar determinados usos lingüísticos que son políticamente correctos, pero social y lingüísticamente absurdos, cuando no  incorrectos (todos recordamos el término “miembra” usado por una ministra).

Hay una obsesión por el desdoble del género gramatical: ciudadanos y ciudadanas, trabajadores y trabajadoras…, o el uso de términos de tipo abstracto o colectivo nada  habituales en el sentido en que se utilizan:  la ciudadanía … 

Los ciudadanos tendemos más a sentirnos identificados con términos concretos, que  nos identifican como personas, que con términos abstractos, que, aun siendo correctos, nos parecen demasiado impersonales e ideológicos. Tal es el caso de ciudadanía, frente a ciudadanos; profesorado, frente a profesores; vecindario, frente a vecinos… Se da además la curiosa circunstancia de que los términos sustitutivos son masculinos: profesorado, alumnado, vecindario… En muchos casos, además, el término abstracto no se corresponde con el significado  del nombre concreto, es lo que ocurre con los niños / la infancia.

 La lengua siempre ha tendido a la economía lingüística y ese ha sido uno de los motores fundamentales de su evolución. Por tanto, es absurdo ese desdoble, porque va contra la lógica del propio idioma. Pensemos en lo extraño al uso común, por lo farragoso,  que sería decir en una información: “Los trabajadores y trabajadoras que han sido despedidos y despedidas  por los empresarios y empresarias…” Absurdo y tedioso.  O que en un libro de texto aparecieran párrafos así: “Los cristianos y cristianas, musulmanes y musulmanas, judíos y judías convivieron  durante siglos en la ciudad de Toledo”. 

Es curioso además que se desdoble el término trabajadores en trabajadores y trabajadoras en ámbitos políticos y sindicales, para supuestamente huir del sexismo y, sin embargo, no se haga, en general, en el caso de los empresarios. Es como si los empresarios, palabra de género masculino, solo se refiriera a empresarios varones, lo cual entra en contradicción con  la defensa de la importancia social de la mujer, que, en muchos casos también es empresaria. Con esta obsesión por el desdoble de género se está utilizando también el lenguaje como un arma social, que es justamente aquello que se pretende evitar.

 La mayoría de los hablantes distingue perfectamente cuándo un término masculino se usa en forma genérica en presencia de hombres y mujeres: “Chicos, escuchadme” (chicos y chicas), o cuándo se usa referido al género masculino: “Los chicos que salgan”. Las frases no se dicen en abstracto, siempre están situadas en un contexto y es este el que orienta sobre la interpretación adecuada del mensaje (eso es lo que estudia la Pragmática). Bastaría con citar ante un auditorio,  al comienzo de la comunicación y como signo de cortesía, un vocativo desdoblado del tipo: señores y señoras, amigos y amigas para entender que en el resto del discurso se incluyen ambos sexos en el masculino genérico.

Recientemente se podía leer en un periódico  una carta al director que escribía una asociación de padres (y madres) de alumnos (y alumnas) que empezaba en estos términos: “Nosotros y nosotras, madres y padres, que hemos escolarizado a nuestros hijos e hijas en esta escuela (…) porque la educación es tarea de todos y de todas”. En ese contexto es evidente que bastaba con un masculino genérico, pues se hablaba de progenitores (palabra que en plural se refiere a padre y madre), no de padres varones.  Hasta las asociaciones de padres de alumnos, llamadas durante décadas APAs, han pasado a llamarse AMPAs, palabra que si no se ve escrita no nos llega con buenas connotaciones.

Resulta chocante, por otra parte, que las personas que hacen  esos desdobles artificiosos del género gramatical, en la búsqueda de lo políticamente correcto, no los realizan cuando hablan de aspectos de la vida privada. Les oímos decir, por ejemplo: “Ayer cenamos con unos amigos”, aunque en el grupo predominasen  mujeres sobre hombres. Lo mismo harían si preguntaran por los hijos o los padres: “¿Qué tal los niños?”, aunque haya hijos e hijas, o “Mis padres son ya mayores”, y tantos otros ejemplos similares. Y es lógico que sea así, pues sería extraño que alguien para decir que carece de descendientes dijera: “No tengo hijos ni hijas”. No podemos ni imaginar que ante una urgencia médica  alguien gritara: ¡Necesito un médico o una médica!

En cambio, y como se decía más arriba, sí es discriminatoria en el idioma la falta de paralelismo que usamos al decir: mi marido /  mi mujer, pues uno habla de la condición social y otro del sexo. La equivalencia debería ser: marido /  esposa,  hombre / mujer, varón / hembra. Sin embargo, este uso de la palabra mujer,  que es habitual en España, no lo es con ese sentido  en Hispanoamérica, donde el término mujer en este contexto sería muy irrespetuoso, por lo que se prefieren los términos esposa, señora o señora esposa. Pues bien,  los mismos que hacen los desdobles innecesarios de género utilizan estas palabras sin percatarse de la discriminación.

En fin que, por mucho que se utilice un lenguaje políticamente correcto, la realidad es tozuda  y no conseguiremos una auténtica igualdad entre hombres y mujeres si no cambiamos el comportamiento social. Por mucho que pretendamos  acabar con las discriminaciones sociales al mencionar a   todos y a  todas, solo por esa vía nunca lo conseguiremos, pues la causa de estas discriminaciones no está en  el idioma, sino en los comportamientos,  y estos  se modifican desde las leyes y desde la educación.


Este artículo se complementa  con  otros dos:

A vueltas con el género y el sexo II 

A vueltas con el género y el sexo III

1 comentario:

  1. Me ha encantado. Los razonamientos son ciertos y, además, la mayoría de los ejemplos son muy actuales (huelgas, trabajadores...). Por el título del artículo espero la segunda parte.

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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.