lunes, 23 de abril de 2012

Recordando a Cervantes (II)

Cuando presenté mi libro, también estuvo presente Cervantes, en estas palabras:

Cuando leí El Quijote por primera vez me sorprendieron las palabras de Cervantes en que decía que el mayor pecado del ser humano es la ingratitud: La ingratitud es hija de la soberbia, asegura el autor. Quiero reproducir parte de sus palabras:

Los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndome a lo que suele decirse: que de los desagradecidos está lleno el infierno. (De) Este pecado, en cuanto me ha sido posible, he procurado yo huir desde el instante que tuve uso de razón; y si no puedo pagar las buenas obras que me hacen con otras obras, pongo en su lugar los deseos de hacerlas, y cuando estos no bastan, las publico; porque quien dice y publica las buenas obras que recibe, también las recompensará con otras, si pudiera… (…) Yo, pues, agradecido (agradecida) a la merced que aquí se me ha hecho, no pudiendo corresponder (en) a la misma medida, conteniéndome en los estrechos límites de mi poderío, ofrezco lo que puedo y lo que tengo de mi cosecha. 'Don Quijote', (II, 58).

Yo, como Cervantes, me siento agradecida a mis raíces leonesas, que me han hecho ser como soy y, por ello, ofrezco lo que tengo de mi cosecha y devuelvo mi gratitud a aquella tierra en este libro: El habla tradicional de la Omaña Baja, con mi deseo de que preste  mucho a todos los lectores y  de que estos  sepan disculpar los errores o inexactitudes que contenga. 

Gracias a todos.

Recordando a Cervantes. (I)

23 de abril 2012, DÍA DEL LIBRO
(23 de abril de 1616, muerte de Cervantes y Shakespeare)

Algunos pensamientos cervantinos:

El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho.

En  estos tiempos de tribulación…

Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias.

…la lectura nos sigue haciendo libres…

La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.

… y nos ayuda  a captar la verdad entre tantas mentiras que se nos cuentan:

                 
La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua.

miércoles, 18 de abril de 2012

De guajes, rapaces y mozos… de épocas pasadas

     


Desde que nuestras madres y abuelas se quedaron en estao,  como seguían trabajando en las tareas domésticas y en el trabajo agrícola, nosotros, desde su matriz, empezamos a vislumbrar cómo era aquella vida exterior llena de esfuerzo. 

Nuestras madres omañesas  no tuvieron ningún reconocimiento médico durante el parto, tampoco conocían el sexo de sus futuros hijos, pero echando mano de la sabiduría popular preveían, observando la forma del vientre, si iba a nacer un meón o una meona: si el vientre era redondeado, nacería una guaja, y si tenía forma  picuda, nacería un guaje. El parto tenía lugar en casa, asistido por alguna mujer experimentada en el oficio que hacía las veces de partera.  

Aquellos niños omañeses comenzábamos a saber de privaciones y falta de libertad tan pronto como nacíamos y nos envolvían, de cintura para abajo, en  unos pañales de lienzo, cubiertos por una mantilla y  que se sujetaban atados alrededor de las piernas con el orillo. Faltaba mucho aún para que aparecieran los picos, las gasas y, posteriormente, los dodotis. A pesar de que estábamos varios meses cual  momia egipcia y que esa forma de tener nuestras piernas durante tanto tiempo rígidas impedía cualquier movimiento, comenzábamos a andar pronto, frecuentemente antes del año, y lo hacíamos erguidos como rejiletes.


Nuestra forma infantil  de comunicación y protesta, el llanto, a veces   lo usábamos de forma excesiva y  nos convertíamos en guajes berrones. Cuando  no hacíamos tanta ostentación de mal genio, manifestábamos nuestro malestar estando enjecosos. Si sentíamos hambre o dolor,  nos esberrizábamos y para calmarnos nos acuchaban en el regazo o nos cogían arrujas. A veces, si teníamos suerte, hasta nos paseaban en el  carretón.





En aquella época de  nuestros abuelos y padres no habían llegado aún los biberones de pelargón   y cuando la leche de la madre no era suficiente para alimentarnos,   nos añadían  una papa,  que se hacía con harina, que se tostaba sobre la chapa, y agua.  A veces se recurría a leche de burra, no fácil de conseguir, porque, según decían, era la más parecida a la leche materna. 


Y así, con teta y papas, y si no estábamos alombrizaos, terminábamos engordando,  nos salían crecederas y nos poníamos como una lundre. Pero, bien porque la alimentación no fuera  adecuada o porque  fueran unos mirrias para comer, algunos rapaces se criaban esmirriados y ruinizos.  Unos y otros, al ir cumpliendo años, terminábamos finalmente medrando. Unos como buenos  mozos, navarros y  jabatos; otros, con menos chichas, como bilortos, jeijas o tanganiellos. 


Si sufríamos algún defecto físico, crecíamos y vivíamos con él. No íbamos mucho  a dentistas, oculistas ni  sabíamos qué era un logopeda, por eso, si el niño era zarabeto, ñisgo  o biluso  seguiría siéndolo de adulto.

Las mujeres iniciábamos la pubertad convertidas en  rapazas o rapazucas,  y de mocinas adolescentes, pasábamos a mozucas, hasta convertirnos en mozonas


Para los rapaces  los términos  rapazón y rapazaco  tenían connotaciones peyorativas y describían a un chico indolente, por eso no se utilizaban esas palabras para remarcar su crecimiento rápido en la adolescencia, sino que se decía que había estirao medrao mucho o que era como un varal. Y así de guajes se pasaba a rapaces y a mozos, se abandonaba la adolescencia y ya  se entraba  en  la mocedá

 Y la vida continuaba, pero eso ya es otra historia...







martes, 17 de abril de 2012

¿Castellano o leonés?


Reflexiones desde mi  recolusa






Quizá no sepamos muy bien qué idioma  hablamos en la zona leonesa de Omaña y otras comarcas limítrofes, lo que sí está claro, es que esa fala no es castellano, ni el leonés de otros siglos, ni mucho menos castellanoleonés, término vacío de contenido, referido a la procedencia de alguien, a la cultura, a la lengua. Se puede entender el nombre de Castilla y León, como una unidad administrativa, aunque el nombre aluda   claramente  a dos entidades históricas diferentes,  pero es más difícil entender el adjetivo que parece que trata de designar algo con un origen y cultura aparentemente comunes y que, sin embargo, es muy diverso  tanto en el sentido geográfico, como en el lingüístico  y cultural. Quizá sea bueno decir que hablamos  un español, que no castellano, teñido de color leonés.

 Si preguntamos a nuestras gentes qué hablan, en un gran número contestan que hablan chapurriau, término que para ellos significa un código que mezcla lo castellano con lo leonés y que en general tiene una connotación despectiva, pero que constata que es una modalidad con características propias. ¿Debemos sustituir el castellano por el leonés o llionés? ¿Debemos sustituir el leonés por el castellano? Quizá la discusión sea absurda. No podemos codificar una lengua artificialmente (como en su día se hizo con el esperanto) y, menos, imponerla. La lengua no la hacen los estudiosos, ni los ideólogos políticos,   la hacen y la transforman los hablantes y, si estos sabiamente mezclan las dos modalidades  y las aderezan de forma muy expresiva, de esa forma,  y no de otra, se expresan y ven el mundo.

  Eso sí, hay que ayudar a esos hablantes a que tomen conciencia de que esa forma de expresión tiene valor histórico y cultural. Hay que proteger los restos de esa lengua para que no desaparezcan para siempre (en ese marco se publica mi libro “El habla tradicional de la Omaña Baja”)  y  las instituciones  políticas y culturales comprometerse en esa labor,  y especialmente la Real Academia Española, incorporar al DRAE, muchos de estos términos que son comunes para una gran cantidad de hablantes de Asturias, León, Zamora, Salamanca… que hablan español, pero con características propias. Una modalidad que no es una forma paleta y vulgar, que sería necesario difundir y fomentar, nunca imponer, y, sobre todo, sería imprescindible  convencer a los propios hablantes de que deben sentirse orgullos de su uso. ¿Qué  también incorpora vulgarismos? Por supuesto, pero  la lengua urbana también y probablemente la  rural gane en precisión y expresividad.


No hay que dejarse avasallar por las pautas lingüísticas que difunden e imponen  los MCS (tanto la TV como los medios escritos), pues la gente que habla en ellos procede de otros lugares y no siempre tiene algo que enseñarnos, pero su influencia está siendo nefasta para la conservación de nuestra lengua. Nadie dirá en Omaña ponte delante mío, ni la dije, ni le vi, que hoy se oyen en la lengua urbana. Tampoco dirían que el gobierno ha aprobado un paquete de medidas, ni  que se baraja la posibilidad (difícil es barajar una sola cosa), por citar sólo dos muletillas o tópicos  periodísticos. Para decir, por ejemplo, que algo es muy  bueno, no se nos ocurriría decir que es superbueno, palabra que triunfa en la modernidad urbana, tenemos una palabra rotunda y expresiva: pistonudo, que nos permite incluso prescindir de otros términos como: óptimo, excelente, extraordinario, inmejorable. Muchas de esas palabras que nos  llegan con la aureola del prestigio de lo urbano desbancan para siempre a nuestro leonés tradicional.

En fin, que no hay formas de hablar más importantes que otras, pues para cada hablante, sea letrado o iletrado, su forma de hablar es la más importante porque le permite relacionarse con la realidad y pensar. Por eso las instituciones tienen la obligación de proteger, respetar y fomentar todas las modalidades lingüísticas. Lo dice  nuestra Constitución, en el artículo 3. 3. La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección.

Y la  Declaración Universal de Derechos Lingüísticos consideró en 1.996 "inadmisibles las discriminaciones contra las comunidades lingüísticas basadas en criterios como su grado de soberanía política, su situación social, económica o cualquier otra, así como el nivel de codificación, actualización o modernización que han conseguido sus lenguas".

Por tanto, es preciso concienciar a los hablantes desde el poder, pero también nos debemos  convencer unos leoneses a otros de que esto no es chapurriau, ni una modalidad lingüística menor, es nuestra forma de hablar y nos presta hablar así, porque  es nuestra forma de ser. Recordemos la cita de   Unamuno: Nadie aprendería nada de su propia experiencia, si no tuviera a la vista el diccionario de la experiencia ajena, el lenguaje. Nadie distinguiría los síntomas de la Naturaleza sino gracias a los nombres que les hemos puesto.

Desde Omaña, o desde cualquier otra comarca leonesa, debemos seguir ejerciendo de leoneses, porque lo somos; queremos convivir también y filar bien con otras culturas españolas, castellanas y no castellanas, porque las diferencias enriquecen; todo ello sin renunciar a  ser modernos, a aprender otros idiomas y a formar parte de eso que ahora se llama la aldea global, pero  sin perder de vista nuestra aldea originaria. Queremos  preservar nuestras  palabras porque son la esencia de lo que hemos sido y somos.

 Decía el lingüista Dámaso Alonso: Vivimos con la palabra, vivimos de la palabra. Vivimos por la palabra, vivimos bajo el poder de la palabra. Y vivimos mientras poseemos y usamos la palabra. La muerte, en definitiva, no es más que la pérdida mental de la palabra.

             Sigamos, pues, usando las palabras y hablando de las palabras…



(Fragmento del texto leído por Margarita Álvarez  Rodríguez en la presentación del libro “El habla tradicional de la Omaña Baja”, en León, 2010  y en Madrid, 2011).


     De colorido leonés: catarros leoneses

   Con la friura que en estos días se siente por las tierras leonesas y la tafarada nauseabunda que inunda la capital del antiguo Reino, será inevitable que llegue algún andancio que vaya acompañado de calentura alta y que provoque en los pacientes tembluras y estremezones.

  Cuando el catarro ataca a los leoneses nos produce una tosedera persistente, refervedera en el pecho, picacadera del gañato, y no podemos evitar esperriar. Nos duelen los remos, el cogote y las vidayas. De nuestra nariz empieza a manar la moquita, que, poco a poco, se transforma en una espesa moquera. Para evitar que se nos caiga de la nariz de manera inoportuna, cuando no tenemos moqueros, sorniamos; pero los niños, que no saben sonarse la mocada que tapa sus vías nasales, dejan que esta cuelgue y alumbre sus caras con unas luminosas velas y candelas, que, una vez secas, se convierten en cascarrias.
Pero si el catarro se resiste, siempre nos quedará un buen fervidu de leche cocida con miel y orujo. ¡Salud!
Margarita Álvarez

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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.