sábado, 22 de mayo de 2021

Omaña: historia de un puente

 Sobre el origen y la propiedad del puente colgante situado sobre el río Omaña entre Paladín y La Utrera (provincia de León).


Puente colgante  actual en primavera. Foto MAR

Puente antiguo

La historia de este  puente colgante es curiosa y comienza a finales de los años 20 del siglo pasado. Paladín y La Utrera  son los dos pueblos más bajos de la comarca de Omaña, si situamos el límite en la Piñona de La Utrera; Paladín, en la margen izquierda, y La Utrera, en la derecha (aunque hay geógrafos que incluyen algunos  pueblos del municipio de Las Omañas en la cuenca del río Omaña). Están a poco más de un km. de distancia, pero hace un siglo estaban incomunicados por no existir entre ellos un puente, especialmente en las épocas en que el río  llevaba mucho caudal. Este hecho obligaba a tener que rodear un par de kilómetros y pasar por La Garandilla para ir de un pueblo  al otro.  

Para salvar este obstáculo una persona tuvo la idea genial de construir un puente colgante. En la época de la que hablamos había un cura que ejercía de párroco de Paladín y La Utrera.  El sacerdote se llamaba Jerónimo Martínez, (apodado Treinta Libras, por su poca envergadura física), y parece que tenía habilidades de carpintero lo que lo llevó a construir el puente colgante, probablemente con ayuda de otras personas. Ese puente, que no es el actual, pasó a ser de su propiedad.

Puente antiguo. Foto gentileza de Asun Carrera.

Fallecido este cura, un tal Jacinto Martínez, su testamentario, decide venderlo y lo compran a medias  los pueblos de Paladín y La Utrera (no imaginamos  lo que podrían haber hecho con el puente de no haber llegado a ese acuerdo). El tal Jacinto   vende en el mismo lote  el puente y el chopo al que se agarraban los cables que lo sujetaban  por la parte de La Utrera. La venta se produce el 31 de marzo de 1936. El precio de la venta fue la cantidad de 125  pesetas, que pagan los dos pueblos, el 50% cada uno, a razón de 62,50 pesetas. Firman el contrato de compraventa los presidentes de las  Juntas Vecinales de ambos pueblos. Por la de Paladín, Frutos Cuesta, y por la de La Utrera, Constantino Yebra. Según me contó Manuel Cuesta, hijo de Frutos, el tal Jerónimo Martínez que vendía el puente era un sobrino del cura  y su heredero. (Adjunto el documento del pago de la  compra que se conserva en el archivo de   Paladín).

Documento de compraventa. Archivo de la Junta Vecinal de Paladín

Durante muchas  décadas los dos pueblos se encargaban de conservarlo. Reparaban el puente, cuando era necesario, mediante hacenderas y tenían estipulado que cada pueblo arreglaba la mitad que le correspondía. Conocí muchas de esas hacenderas. A veces se rivalizaba para ver qué pueblo tenía mejor cuidado su tramo y se notaba el estado de conservación de uno y otro. Las tablas se rompían con frecuencia y en algunos  casos era peligroso pasar por él. Había una fecha en que el puente sufría un gran deterioro: era el día de Santa Marina (18 de julio), fiesta de La Utrera. La causa del deterioro era que algunos jóvenes que asistían a la fiesta aprovechaban para pasar la tarde y bañarse en el lugar. Y muchos de ellos se lanzaban al agua desde el puente en el que previamente daban saltos. Este hecho provocaba que cuando íbamos a esa   fiesta desde Paladín podíamos pasarlo por la tarde con más o menos dificultad, pero a la vuelta, por la noche, nunca sabíamos en qué estado se encontraría, por lo que había que examinarlo previamente con una linterna y, si no estaba muy deterirado, cruzarlo con mucha precaución. En más de una ocasión teníamos que pasar a bayo por el río, salvo algún intrépido como mi padre (Irineo), que era capaz de cruzarlo recolgándose de los cables, a pesar de haber tenido  una  mala experiencia cercana, pues  un hermano suyo (Elicio) había caído del puente por la  rotura de algunas tablas  y también alguna persona de La Utrera.  Asimismo se deterioraba en algunas ocasiones (aunque menos, por no ser todavía época de baño)  en la fiesta de San Pedro de Paladín, en este caso por el trato que le daban los "riberanos" para asistir a la mencionada festividad. O al menos ellos pagaban la culpa.

Una persona se tira desde el puente antiguo al pozo Lloncín.
 Princicipos años 80. Foto gentileza de P. L. Benítez.

Con el paso del tiempo se fueron poniendo forroñosos los cables que lo sujetaban y el chopo amenazaba también con caerse, pues estaba muy inclinado, por lo que  se decidió hacer una escalera de cemento por la parte de La Utrera, que se remataba  con una estructura más elevada a la que  se sujetaban los cables. Mi padre fue uno de los que construyeron esa estructura de hormigón. Podría ser por finales de los 60 o inicio de los 70. En ese momento se cambiaron los cables gruesos de acero que lo sujetaban, porque  estaban corroídos y  dañaban las manos al apoyarse en ellos,  por unos traídos de las minas de Valdesamario (las de J. Blanco). También se cambiaron muchas de las  cayadas que sujetaban las tablas. Los nuevos cables se sujetaron por unas argollas a la roca por el lado de Paladín y con otras a la estructura de hormigón citada por el lado de La Utrera, y se mantuvo el común acuerdo para el  mantenimiento compartido.

 Todo esto  quiere decir que el puente no se lo podía adjudicar ni un pueblo ni el otro. A pesar de ello, en las últimas décadas, algunas personas han asegurado   que el puente era propiedad de La Utrera. Evidentemente solo se puede asegurar esto,  y con una cierta osadía,  si  se desconoce el origen del puente y su historia.

Foto  tomada del Siglo de León. Sobre el puente  vecinos de La Utrera.  Gentileza de A. Rodríguez


De camino a la fiesta de La Utrera. Sobre el puente, chicas y niñas de Paladín
Estado del puente el 18 de julio de 1969. Foto: MAR

El pozo Lloncín a principios de los 80 y en 2019. 
Foto antigua gentileza de  P. L. Benítez. Foto actual:  MAR
    
    El puente colgante actual


    La situación se mantuvo así hasta que, en el año 2001, una gran
llena del río socavó los cimientos de la estructura que sujetaba los cables por el lado de La Utrera y esta se inclinó. A consecuencia de ello bajó la altura del puente y la fuerte riada lo arrastró y  lo destruyó. Quedaron colgando los cables como signo de escarnio, como dirían por la tierra. Creo que este hecho provocó gran desolación  en los dos pueblos, que se habían comunicado, en buena relación de hermandad,  por ese puente durante más de 70 años. En los dos años siguientes no existió  puente colgante en el lugar, hasta que se pudo construir uno nuevo con subvenciones públicas. El puente actual, de madera como el antiguo, pero construido con materiales más robustos y de una forma más segura, dejó de pertenecer a los pueblos, porque  el que inicialmente se había comprado desapareció para siempre, porque la inversión para su construcción  fue pública y porque la legislación actual no  permite que nadie se adjudique un puente sobre el río.

Todavía hubo una pequeña hacendera de colaboración entre los pueblos después de construido el puente nuevo, pero esta fue de algunas personas voluntarias de Paladín, La Utrera y Valdesamario. El objetivo era revestir de piedra la estructura de hierro donde se sujetaban los cables, que quedaba a la vista por el lado de Paladín, para que no desdijera con la roca que tenía detrás. De esta manera, como se puede ver en alguna foto,  esa estructua hoy no se aprecía y el puente está más integrado en el paisaje. Una hermosa iniciativa que debemos agradecerles.



Por el acesso desde Paladín. Foto: MAR



Puente por la cara norte. Foto: MAR

Al puente, llamado siempre el Puente Colgante o el Colgante,  se accede por un camino en buen estado por la parte de la Utrera, pero por el que no deben circular los vehículos de motor no destinados a labores agrícolas, para preservar  la naturaleza circundante. Por ello, los vehículos deberían  aparcarse en el pueblo y realizar andando el corto trayecto hasta el puente . El camino conduce al pozo Lloncín,  lugar muy guapo  y adecuado para el baño y el esparcimiento. Para acceder por   Paladín, parte del trayecto se hace por un camino y los metros finales     por un sendero muy pintoresco que discurre más alto que el cauce del río y desde el que se contempla este. Este sendero tradicionalmente lo acondicionaba cada año por hacendera el pueblo de Paladín, pues  se arroyaba y se enturaba  por el agua que caía por los carcavones que desembocan en él  y por  la tierra y las piedras que  se esbarraban, lo que hacía  que  el sendero desapareciera en algún tramo. Actualmente los obreros municipales se encargan de su limpieza y reparación. Con subvenciones públicas hace unas décadas se le puso una hermosa  barandilla de madera que evita el peligro de precipitarse al río y al mismo tiempo sujeta el terreno para evitar desprendimientos.  Desde cualquiera de los dos pueblos se llega el puente andando en 10 o 15 minutos.


Acceso al puente por Paladín. Fotos MAR

Acceso al puente por La Utrera. Fotos: MAR

Por ser un lugar pintoresco, agradable  y accesible, con  un   hermoso pozo  (el Lloncín),  y  por estar a solo  38 kilómetros de León,  es uno de los  lugares  más visitados de Omaña, comarca que,  desde 2005, es Reserva Mundial de la Biosfera. Desde el lugar se pueden emprender otras excursiones andando  por la ribera del Omaña (desde Paladín, remontando el río, o, desde La Utrera, siguiendo su curso)  o del río Valdesamario (remontando el río desde La Garandilla). Y, por supuesto, de uno a otro pueblo, cruzando el puente colgante, que de eso se trata.


El puente al compás de las estaciones. Foto: MAR.



 Texto: Margarita  Álvarez Rodríguez

lunes, 10 de mayo de 2021

Insomnio, de Daniel Martín Serrano

 Reseña literaria


Título: Insomnio

Autor: Daniel Martín Serrano

Género: novela negra

Editorial: Destino

Páginas: 545

 

Insomnio es la primera novela en solitario de Daniel Martín Serrano, escritor nacido en Madrid en 1973.  Anteriormente ha sido coautor de la novela Galerías Velvet, el origen. En su brillante  trabajo como guionista ha participado en más de quince series de televisión, entre ellas, Hospital Central, Velvet, El Príncipe… Además de guionista y escritor, es profesor en la Escuela de Cine de Madrid.

Estamos ante una novela negra, una novela de acción y misterio que atrapa al lector desde las primeras páginas. Cuenta la historia de un expolicía que, por una actuación irregular en una investigación por asesinato de varias mujeres en que está implicado un familiar suyo, es expulsado del cuerpo y tiene que iniciar una nueva vida como guardia de seguridad. Este oficio  lo llevará  a trabajar en el  cementerio de La Almudena de Madrid.  Todos estos hechos desencadenan en Tomás Abad, el protagonista, un insomnio persistente que arruina su vida personal y familiar y le hace descender a los infiernos.

La novela es una narración en tercera persona que avanza linealmente, pero en dos tiempos diferentes. En el presente, se presenta la vida actual de Tomás mientras trabaja como guardia de seguridad y lucha contra los fantasmas del pasado. En el pasado, se cuenta de forma ágil su participación en la investigación de  unos asesinatos, en cuyo cierre   actuará de forma indebida. Dos años después de los hechos y de su expulsión del cuerpo, las consecuencias de  lo sucedido  están destruyendo su salud y su vida familiar. Los dos tiempos se van intercalando de forma alternativa y lo que parece, en un primer momento, que puede producir monotonía en la lectura, se convierte en un acertado procedimiento narrativo. Entre ambos, uniendo el presente con el pasado, se usa con frecuencia la técnica retrospectiva para recordar hechos anteriores que nos hacen comprender mejor la angustia que vive el protagonista y que  generan  un  cierto sentimiento  de misericordia hacia él por su sufrimiento.

En los primeros capítulos Daniel Martín Serrano parece que nos adelanta el final de la novela, pues  sugiere  quién ha podido ser el asesino. A pesar de ello, a medida que seguimos leyendo, el interés no solo no  decae, sino que se incrementa al ir ampliando los círculos narrativos, en torno a ese final.  Nos recuerda el procedimiento utilizado por García Márquez en Crónica de una muerte anunciada.  Pero, de manera sorprendente, en los  últimos capítulos  de la novela, la narración da un giro inesperado, aumenta  la intriga y nos conduce hacia un final inesperado y trágico, tal vez  el único final  posible  cuando conocemos al auténtico culpable de las muertes y el secreto que guardaba el protagonista.

Siendo una novela de policías y delincuentes, es esperable que aparezca en ella la lucha maniquea entre el  bien  y  el mal. Pero hay un contraste entre  el tiempo pasado y el presente. En el pasado, el protagonista es el “bueno” que persigue a los “malos” y trata de desenmascararlos y ponerlos en manos de la justicia; en cambio, en el presente, se presenta una situación ambivalente, pues unas veces Tomás se siente perseguido por un malvado invisible que trata de destruir su salud  mental  y su integridad física y  otras actúa como un perseguidor siguiendo su instinto de policía para “acabar con esa cacería de meses, de noches interminables, de ser por momentos el cazador y por momentos la pieza a cobrar”. (Pág. 476). Poco a poco vamos conociendo que su papel de bueno durante la investigación no lo fue tanto cuando esta terminó. Al final Tomás y su perseguidor  se encuentran, y en el encuentro el bien y el mal se confunden y ya  parece  que solo Dios podrá juzgarlos, según las últimas palabras de la novela,  mientras empieza  a oírse “el sonido de la trompeta que anuncia el Juicio Final”.  (Pág. 544).

Cada uno  de los dos tiempos  de la novela presenta un ritmo diferente.  La  parte que se refiere al pasado es más dinámica, con mayor presencia del diálogo  y párrafos más breves, y está en relación con los hechos que se cuentan, que se suceden de forma rápida. Además, se narra en pasado lo que acentúa ese ritmo rápido de acción acabada. La parte referida al presente es más lenta, con párrafos más largos, con mayor presencia de  la  descripción, y la narración se hace en  presente histórico. El uso del presente  nos acerca de forma más plástica y cercana a los hechos que ocurren y  parece que los contemplamos ante nuestros ojos.  Estas características de estructura y técnica narrativa  son usadas con maestría para presentar con  mayor profundidad  la psicología del personaje, porque estamos ante una novela de acción  que nos seduce con la intriga, pero también estamos ante una  gran novela de introspección psicológica., en la que  el autor es capaz de transmitir al lector con   mucho acierto  las vivencias que acongojan al protagonista.

 Insomnio, palabra aislada y rotunda que da título a la novela, nos habla del tema central de la misma, una falta persistente de sueño que lleva la vida al límite y   que va destruyendo al protagonista. El insomnio se inicia cuando Tomás apenas dormía mientras realizaba investigaciones policiales y se olvidaba hasta de comer, obsesionado por su trabajo. Y, dos años después,   duerme menos aún  por los remordimientos y el miedo,  y así su vida se convierte en una atroz pesadilla, que le lleva a la incomunicación.  

Es magistral la descripción que hace del insomnio  en un capítulo inicial que hace las veces de proemio. “Lo malo de no dormir, lo terrible del insomnio, es que llega un momento en el que no se sabe  si se está despierto o dormido”. (Pág. 12). Es un insomnio que destruya a la persona que lo sufre y que destruye también la relación con las personas que lo rodean. En las nebulosas de ese insomnio se mezclan lo real y lo irreal, a la manera del realismo mágico de García Márquez, Rulfo....  Las consecuencias de ese insomnio persistente y agobiante producen también una cierta angustia en el lector.  Ansía dormir, pero al mismo tiempo teme hacerlo, “porque en sueños no es capaz de controlar los pensamientos, porque allí reina el subconsciente, al que no se le puede ocultar nunca la verdad”. (Pág. 544). Quizá por ello cuando se enfrenta a la verdad que le atenaza y que ha mantenido escondida durante dos años, solo el sueño eterno lo puede liberar de la angustia.

Otros temas importantes se tratan también en la novela. Uno de ellos es  la hipocresía moral de personas públicas y adineradas que organizan fiestas y orgías sexuales, aprovechándose de la situación de desamparo que viven muchas mujeres (varias extranjeras), para someterlas a prácticas crueles y absolutamente condenables. Esos individuos poderosos en lo político o en lo económico son capaces también  de condicionar las  actuaciones policiales.  Otro tema es el enorme daño social que producen  unas interpretaciones absolutamente erradas de  creencias religiosas o ideologías que pueden  llevar a algunas personas a justificar moralmente la violencia que realizan  sobre  otros seres humanos. En  el caso del asesino le lleva a decapitar a varias mujeres, porque se cree un enviado de Dios para salvarlas. Son creencias que destruyen al que las profesa y a las personas que se encuentran en su camino.

Daniel Martín maneja también muy acertadamente la descripción en la novela, especialmente el paisaje y paisanaje urbanos del entorno de la Gran Vía Madrileña, en distintos momentos del día.  Y son especialmente sugerentes las descripciones nocturnas del cementerio de La Almudena, de la ciudad de los muertos: las tumbas, el silencio, los sonidos, la niebla,   las luces espectrales… Son muy plásticas las sensaciones que nos trasmite y muy en consonancia con ese insomnio que lo atenaza:  “ O quizá fue el oído, que presiente lo que el ojo no ve todavía, un sonido que no se identifica, un golpe impaciente, seco y continuado, un resoplido, unos pasos”. (Pág. 223). También describe de forma precisa  el aspecto físico y moral  de algunas personas: “Un hombre de unos cincuenta años se acercó a la puerta del local. Una redonda barriga le precede, el rostro encarnado, los ojos vidriosos” (pág. 39). Para las descripciones usa con gran soltura y eficacia la comparación y la variedad de la adjetivación. “El aire frío de la noche le atraviesa como agujas de hielo”. (pág. 330). “Las noches sin dormir comenzaban a colgarle del cuello como las cadenas de un esclavo”. (Pág. 393).

En conclusión, una novela de intriga y misterio, en un Madrid espectral,  que arrastra al lector sin tregua y le hace leer la historia de forma ávida mientras persigue el desenlace en compañía del protagonista. Una lectura que no da cabida al aburrimiento y  que nos permite augurar a  Daniel Martín  Serrano un prometedor futuro literario.

 

Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora.

Madrid, mayo de 2021


 Nota:  Daniel Martín Serrano fue alumno mío durante sus estudios de Bachillerato, en Santo Domingo Savio. Ha sido un placer para mí realizar esta reseña,  por conocer al autor y por la calidad literaria de la obra.

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