Si vis pacem, para bellum (si quieres la paz, prepara la guerra) famosa máxima latina tomada de Vegecio. La fábrica alemana de armas registró con ese nombre la pistola Parabellum en 1898, para los españoles de infausto recuerdo por asociarla al terrorismo. También se llamó así al cartucho diseñado para esa pistola. Y a algunas películas y bandas musicales.
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En los días tan convulsos que estamos viviendo, en los que hemos pasado de oír tambores de guerra a ver a personas peleando en campos de batalla, viene a cuento hacer
una reflexión lingüística sobre aquellas palabras o expresiones que están
relacionadas con la guerra y la milicia.
Sin percatarnos de ello, usamos
con frecuencia expresiones de tipo bélico, tanto de la guerra realizada con armas militares como la que usa las armas verbales. Paz es el antónimo de guerra y ambos conceptos son complementarios, pero llama la
atención el hecho de que apenas haya expresiones en nuestro idioma que hablen
de la paz (algunas incluso implican una guerra previa como fumarse la pipa de la paz) y, sin embargo, son muy abundantes las
que se refieren a la guerra. Si
estudiando un idioma se puede conocer en gran parte la historia del pueblo que está
detrás, está claro que España ha tenido, en su historia, gran relación con la guerra y la
milicia.
Vamos a repasar, pues, unas cuantas palabras y
expresiones relacionadas con la violencia que
están presentes en el lenguaje coloquial.
Tanto en el habla como en la
escritura, nos podemos encontrar con
frecuencia con la guerra “a secas” o el sustantivo guerra acompañado de un
adjetivo que nos indica una forma de hacerla, según los medios: convencional, nuclear o atómica, biológica,
química… Si aludimos a la estrategia
bélica no podemos olvidarnos de la guerra de guerrillas y tampoco
de unos personajes que hacen la
guerra por su cuenta, combatiendo con armas a las fuerzas oficiales, los guerrilleros (curiosamente la palabra
guerrilla se la ha prestado el idioma
español a otros).
Pero también hay otras guerras que lo
son sin convertirse en conflictos
armados. Las hay que parece que afectan a nuestros sentidos: las guerras sordas y las guerras frías. Y las hay sucias,
abiertas y hasta santas, como si existieran guerras limpias o alguna guerra se
pudiera santificar… En la historia de España del siglo XX vivimos una guerra civil (cruzada, para algunos), que
generó muchas víctimas, personas que fueron fusiladas sin juicio previo o juzgadas por un simulacro de tribunal
llamado consejo de guerra. A causa de aquella contienda muchos niños se convirtieron en refugiados y fueron sacados
de España para ponerlos a salvo. Todavía hoy, en su ancianidad, son llamados los niños de la
guerra. Aquella guerra también provocó que otras personas, que se tuvieron que mover en la clandestinidad
durante décadas, usaran nombres de guerra.
También los terroristas u otros
delincuentes usan esos apodos. Esa guerra
fratricida marcó nuestro tiempo histórico
y la percepción personal del
mismo, por eso, de algo lejano decimos que es de antes de la guerra.
Como la guerra siempre ha tenido
connotaciones negativas, hay dueños de la
guerra que la disfrazan, a través de eufemismos, con las expresiones más diversas: guerra preventiva, operación militar, conflicto armado,
ofensiva, operación quirúrgica u otras lindezas por el estilo. En la
invasión de Ucrania, que estamos viviendo en directo, el responsable de esa
sinrazón, W. Putin, ha prohibido a los
medios de comunicación de su país usar la palabra guerra. La consigna es que
debe hablarse de operación militar especial.
Además, esas guerras disfrazadas parece
que no producen daños y destrucción, solo bajas
y efectos colaterales. Y en todos los
enfrentamientos militares (y ahora más
que nunca) existen las guerras de la
información.
Cuando al hablar de guerra no
hablamos de un enfrentamiento armado,
usamos la palabra en sentido figurado.
Así, por ejemplo, hay “guerras” que tienen que ver con el estado de nuestra
psique. Ahí estarían las guerras psicológicas
que provocan guerras de nervios… También
hay peleas, que en buena o mala lid, se
libran dentro de las personas como una guerra
interior.
Por
el mundo económico y político campan las guerras comerciales, las tecnológicas, las guerras de cifras y la colisión
de intereses que pueden provocar una
escalada de tensión que
genere hostilidades comerciales como
ocurrió hace meses entre EE.UU. y
China o esas otras ofensivas comerciales llamadas
OPAS, porque en el lenguaje referido a la economía
también hemos oído tambores de guerra.
Siguiendo con las guerras figuradas,
al establecer una pugna (de pugnus=puño) con alguien, podemos simplemente dar guerra, porque somos personas guerreras (sin provocar grandes daños), buscar guerra o sacar el hacha de guerra y declararle
una guerra abierta a alguien. Si
la ira llega más lejos, desencadenamos un duelo o una guerra
a muerte que puede dejar al contrincante
fuera de combate, si no se llega pronto a un alto el fuego. Pero podemos darnos cuenta a tiempo de que esa no es nuestra guerra y optar por enterrar el hacha de guerra,
para no terminar en una guerra perdida, de
esas que se pierden de antemano. Si nos vemos obligados a guerrear
jurídicamente, nuestra guerra se librará en los tribunales y tal vez consigamos
impugnar algo. Indisolublemente unidas a todo tipo de guerras,
están las armas. En las guerras de verdad también podemos ver con horror cómo, con las armas en la mano, se pasa a alguien por las armas, mientras
los responsables máximos, con las armas
al hombro, se desentienden. Y a los vencidos solo les queda entregarlas con armas y bagajes. Pero es curioso que,
por mor del eufemismo, aparece poco la palabra armas en el lenguaje político (será por eso de que las armas las carga el diablo), pues, como hemos visto, hasta en boca del Gobierno de España, se
convierten en simple material ofensivo.
¡A las armas!
En cambio, lo referido a las armas aparece
con
mucha frecuencia en la lengua
coloquial con un significado figurado. Todos
queremos aprender a usar
todas nuestras armas personales y eso
en sí mismo no produce daño a
nadie, excepto si hablamos de armas de doble filo o de armas arrojadizas, y más si vienen de
personas que son de armas tomar. Este
tipo de armas no son tan peligrosas, lo son más las de los que se arman
hasta los dientes y llegan a las armas. Desgraciadamente han desaparecido aquellos caballeros quijotescos que velaban las armas y prometían
usarlas con honor para defender a
“menesterosos y menesterosas”, después de que el rey o un señor les diera el espaldarazo (golpe dado con la
espada en el hombro). Aquellos caballeros llevaban una armadura compuesta de distintas piezas, llamada panoplia. Hoy no se usan esas panoplias militares, pero sí de otra índole, cuando hablamos de un conjunto de elementos del mismo carácter, como la panoplia de expresiones bélicas que aparecen en este texto. Y aquellos escudos de los caballeros no se parecen mucho en material de fabricación a los modernos de las fuerzas de seguridad y menos aún a los, tristemente llamados, escudos humanos.
Relacionada con
las armas tenemos la palabra arsenal
y esta palabra se puede referir tanto a
las armas de fuego como a las armas personales. En estos días de guerra,
incluso se
ha pulsado el botón nuclear financiero
para activar las armas económicas. Estas expresiones se han usado para aludir a las sanciones a las que la comunidad
internacional está sometiendo a Rusia por la invasión de Ucrania.
Es curioso que aparecen en nuestro idioma una gran variedad de
expresiones que están formadas sobre el verbo armarse en su forma pronominal y
que implican un cierto enfrentamiento entre personas: armarse
una jera, una pelotera, un zafarrancho, un zipizape, una pirula, una tángana…
Algunas tienen que ver con personas: armarse la de Dios es Cristo, la de Mazagatos, la
marimorena, un Tiberio… Relacionadas con guerras: la de san Quintín, la gorda, la
mundial… Y también puede armarse una tremolina,
un belén, un cipote, un cirio, un cisco, un expolio, un pitote, un pollo, un
rifirrafe, un tinglado, un trepe, un zafarrancho, una zalagarda, una zambra…
es posible que, después de tanto armarse
el personal, termine por arder
Troya. (En mi libro Palabras hilvanadas. El lenguaje del
menosprecio. Editorial Lobo Sapiens,
León, 2021) explico el significado y origen de estas expresiones).
Decía
en un poema Rafael Alberti: Balas.
Balas. Siento esta noche heridas de muerte las palabras… Las balas y tiros también forman parte del lenguaje bélico y se usan con frecuencia en
la lengua coloquial de forma figurada.
Calificamos la actitud de la persona
poco fiable diciendo que es un bala perdida que puede hacer daño,
aunque no atine bien con el objetivo. De
los que buscan hacer daño actuando con
mala intención decimos que tiran con bala, pues tienen mucha munición y posiblemente se
guarden otra bala en la recámara. Cuando
alguien se mueve muy deprisa va como un tiro, como una bala, como una flecha, escopetado, aunque no se dirija a ningún enemigo, y la prisa le
hará entrar en calor y desprenderse de esa cantidad de ropa en la que no entraban ni las balas.
Un tiro es un disparo de arma de
fuego. En la lengua española conviven
los tiros reales con los tiros figurados, todos están a tiro. Cuando hablamos
de tiros de los que matan de forma alevosa, porque no son tiros al aire, quien dispara
a alguien puede optar por pegarle cuatro tiros o por freírlo a tiros, que
serán muchos más de cuatro. Incluso se puede
rematar a esa persona con un tiro
de gracia (¡una gracia bien desgraciada!). Decimos a veces que matamos a dos pájaros de un tiro, sino erramos ese tiro, pero
la verdad es que esos pájaros solo mueren de forma metafórica. Podemos ir por
la vida a tiro hecho, porque creemos que la consecución de algo está a tiro de piedra, pero nos puede salir el tiro por la culata si
no van por ahí los tiros. En ese caso, ni
a tiros conseguiremos nuestro objetivo, pues, seguramente, erraremos
el tiro y hasta podemos terminar dándonos un tiro en un pie por una
actitud equivocada que nos sienta como un
tiro. En esa situación hasta
podemos llegar a pegarnos un tiro, aunque casi siempre suele ser de forma figurada.
Para disparar necesitamos armas de
fuego. Y ahí nuestra lengua prefiere la escopeta: aquí te quiero ver escopeta, aunque esa escopeta falle más que una escopeta de feria. En
el mundo intelectual también parece que está presente el fusil, pues nos
podemos topar con algún desaprensivo que se dedique, mediante plagio, a fusilar el trabajo de otros. Y algunos no tienen inconveniente en usar el cañón, aunque solo sea para matar moscas a cañonazos.
Si no hay escopetas ni tiros ni balas
podemos echar mano de las lanzas, las
espadas y las flechas, aunque nos llevarían a una guerra de otra
época. Las lanzas han quedado ya fosilizadas en el idioma con significados
figurados. Hay lanzas que implican riñas y peleas, incluso cañas que se tornan lanzas. Eso ocurre con quebrar lanzas o hincar la
lanza hasta el regatón, si se discute, o
no quedar lanza enhiesta, si se causa mucho daño. En cambio, no
rompen lanzas con nadie los que son
enemigos de riñas. También se puede estar
con la lanza en ristre, dispuestos siempre a poner
una pica en Flandes. Pero, a veces, sea acomete una empresa de forma
desacertada porque se echan lanzas al mar,
como si se cogiera agua en un cesto. Si
alguien defiende una postura avanzada ante algo es punta
de lanza y estará dispuesto a romper
lanzas para quitar estorbos o a romper una lanza en favor de alguien. Mejor
consideración tienen las flechas, especialmente si son las flechas del amor, pues sus flechazos
son motivos de alegría.
Hoy ya nadie se ciñe la espada ni se entra espada en mano en un lugar ni se pasa
a espada al enemigo, como en épocas pasadas, pero las espadas sí están presentes en el
idioma. En alto tenemos las espadas
cuando nos enfrentamos a alguien, pende sobre nosotros la espada de Damocles cuando un peligro nos amenaza o, con poca fortuna, empuñamos la
espada de Bernardo que ni pincha ni corta. Y en la historia de España se ha oído con demasiada frecuencia el ruido de sables y a la mayoría de los españoles nos han dado alguna vez un sablazo que ha afectado a nuestro peculio.
Las guerras se pierden o se ganan en batallas, en
batallas reales o figuradas. Batallas
campales las hay en los conflictos bélicos y en la vida cotidiana. Hay
personas que están curtidas en mil batallas, aunque nunca haya participado en una
guerra, otras que cuentan batallitas personales
y muchas más que saben qué significa dar
la batalla o presentar batalla o enfrentarse
a un caballo de batalla u ofrecer una resistencia numantina. Se puede ganar o perder la batalla. En ocasiones la victoria es sinónimo de proeza, pero en otras se queda en victoria pírrica. Y, en nuestro mundo cotidiano, todos sabemos qué son
cosas de batalla.
Si hay un ámbito en que el lenguaje
figurado de origen bélico está presente de una forma muy llamativa, ese es en
el deporte del fútbol, pues este deporte ha adoptado el lenguaje
bélico como una forma natural de expresión. Si revisamos cualquier crónica
deportiva referida a este deporte, encontraremos docenas de expresiones que
tienen un significado violento. Relacionadas con armas o quienes las portan: cañonazo, obús, disparo, mandoble, misiles,
baterías, morteros, metrallazo, bomba,
puntería, latigazo, ariete, arquero, verdugo, punta… Con la estrategia: capitán, escuadra, legiones, retaguardia, guerra de equipos, contragolpe,
defensa, muralla defensiva, remate, zona
de ataque, incursiones, acción aislada, choque, embestida suicida, duelo a
muerte, resistencia numantina, epopeya, cercar, parapetarse arrasar, fusilar
(al portero) catapultar… Con las consecuencias: masacre. A veces el propio lenguaje bélico es sustituido por otros sinónimos que no pierden el
significado violento: estacazo
(derrota), palizón (victoria por
goleada) trallazo, latigazo a la red
(tiros), arrasar (ganar).
Durante la pandemia de covid-19 que estamos viviendo también se ha
usado con profusión el lenguaje bélico: esta
guerra la vamos a ganar, se repetía en 2020. Se ha hablado también
de frente, combate, lucha, de
estrategia colectiva para
llegar al camino de la victoria, de personal sanitario en primera línea de
combate y de hospital de campaña, de
vanguardia y retaguardia… (También sobre este tema he escrito con más
detenimiento).
¡Fuego! Esta
una palabra, convertida en orden, que
nos lleva al mundo de la milicia y la guerra. Pero, en las batallas de la vida, el
fuego también está presente y es
peligroso. Se puede jugar con fuego,
sin percatarse de las consecuencias, o echar
leña al fuego, avivando disensiones. Y podemos atacar a otros con el fuego enemigo, el de a hierro y fuego o a sangre
y fuego, o con el fuego amigo, auténtica emboscada, que no quema físicamente,
pero que destruye al rival, aunque este trate de atrincherarse.
De soldados y cuarteles
Existen expresiones que están
relacionadas con las personas que hacen la guerra: los soldados y los cuarteles.
La expresión echar a alguien de un lugar
con cajas destempladas tiene su origen en hacer una música
estridente (con cajas destempladas) para humillar al soldado que se dirigía al
lugar de castigo. Lo mismo ocurre con vete a la porra que alude al bastón que
el tamborilero mayor clavaba en un lugar apartado al que enviaban a los castigados. Leer la cartilla se refiere a la
cartilla que se entregaba a los soldados que contenía las normas que debían
cumplir con disciplina cuartelaria. A
los soldados se refiere también la expresión pasarlas canutas, pues la canuta era un documento que se les entregaba
cuando se licenciaban. Con la palabra chusma
se designaba a los soldados condenados a
remar en galeras. Entre los soldados se movía el pífano o pito, que era un chico que tocaba este instrumento en el ejército y
que tenía una paga muy baja. De ahí la expresión importarnos un pito para hablar de aquello que no nos importa nada.
Y del pito al cuadro de mando. Cuando
solo quedaban los mandos militares porque
habían muerto muchos soldados en
combate se decía que estaban en cuadro. Y en cuadro está
cualquier grupo que queda reducido a un
escaso número de miembros. Todos nos
hemos referido alguna vez a personas
nacidas en el mismo año diciendo que son
de la misma quinta. Esta es otra expresión tomada del mundo militar.
Con los soldados y el mundo militar
está relacionada la orden religiosa de la Compañía de Jesús (nombre de origen militar),
los jesuitas. Querían ser la fuerza de
combate para defender a la Iglesia católica: “Militar para Dios bajo la bandera de la
cruz…”, por lo que podríamos llamarlos los
“soldados de Cristo”.
Es frecuente en el habla el uso de la
expresión lucha sin cuartel,
generalmente para hablar de guerras figuradas. Alude a una zona de exclusión,
llamada cuartel, que negociaban dos ejércitos antes de entrar en guerra. Los
soldados que se rendían se situaban en esa zona al grito de ¡cuartel! Al final eran apresados por el
ganador. De cuarteles hablamos en la expresión retirarse a los cuarteles de invierno cuando se produce un abandono temporal de la actividad
habitual, como lo hacía el ejército
cuando el mal tiempo obligaba a suspender las operaciones militares. Y en el ámbito
empresarial se habla de cuartel general
para aludir a cualquier reunión de dirigentes.
De la guerras del pasado a las actuales
También tiene que ver con un
lugar el dicho asentar los reales, no relacionado con la palabra rey, aunque
este estuviera presente allí, sino con
una palabra árabe rahal, que se
refería a un punto de acampada. Además
del árabe procede hacer
alarde de algo, de la palabra ard, relacionada con la revista que se
pasaba a la tropa. Alardear tenía que
ver con el desfile majestuoso de la tropa. Y seguro que alardeaban de su
triunfo los soldados que eran coronados de laurel por sus proezas, pero cuando dejaban de esforzarse
en la defensa de su patria se
dormían en los laureles.
Relacionadas con el desarrollo o
consecuencia histórica de una guerra han quedado huellas en la lengua coloquial que nos pueden
pasar desapercibidas. Es ocurre cuando decimos que algo es una bicoca, sin saber que
bicoca hace alusión a una batalla
libraba por los españoles, contra el
ejército franco-helvético, en la ciudad
italiana de Biccoca, en que apenas tuvieron bajas. La
frase hecha se te ve el plumero
procede de las guerras del siglo XIX
entre absolutistas y liberales. Estos últimos llevaban unos penachos que
llamaban la atención y se veían con facilidad. Ir de
punta en blanco hace referencia a
los caballeros medievales, que se ponían
sus mejores galas militares para ir a la guerra, y, entre ellas, llevaban armas de acero pulido que brillaban
al sol (punta en blanco). Dejar a alguien en la estacada tiene su
origen en cómo la infantería impedía avanzar a la caballería con unas estacas
clavadas en el suelo. Meterse en camisa de
once varas alude a la camisa, que era el
lienzo de la muralla situado entre dos torres, y las once varas se
referían a una altura demasiado alta (unos diez metros). Por ello, era un lugar
del que era difícil salir con éxito. A mansalva hoy lo relacionamos con la
abundancia, pero en su origen tenía que ver con lo militar: disparar a mano
salva. Alarma proviene de la
expresión all´arme (a las armas) que
gritaban los soldados italianos en el
siglo XVI, cuando eran atacados.
Llamamos peseteros (o lo hacíamos
en tiempos de la peseta) a los que valoran demasiado el dinero. Peseteros
eran los soldados liberales que
defendieron a Isabel II en la primera Guerra Carlista a los que se pagó con unas monedas cuyo valor era una
peseta. Con la historia de las guerras españolas están relacionadas las
expresiones no hay moros en la costa
y al enemigo que huye, puente de plata,
expresión que se atribuye al Gran capitán.
En el siglo XXI, han surgido guerras nuevas, como las
espaciales guerras de las galaxias, que se sitúan en una galaxia ficticia y en
un tiempo lejano , y las que en el presente se libran en el ciberespacio.
Estos ciberataques ya no tienen fronteras
y sus ejércitos,
formados por troyanos (guerras
antiguas y modernas están presentes en ese término) y seres de su jaez, son muy difíciles de detectar. La incorporación de la tecnología, la guerra de la información, la economía
de guerra y otros procedimientos nos hacen hablar hoy de guerras híbridas.
También salen del tintero de la
guerra otras muchas palabras: aliado, asedio, barricada, batalla,
coalición, contingente, despliegue, deserción, emboscada, escuadrón (escuadrones
de la muerte), incursión, maniobra, mercenario, munición, recluta, repliegue, vanguardia,
retaguardia, trinchera, zafarrancho… Y unas cuantas más.
Es evidente, pues, que el lenguaje
bélico forma parte sustancial de nuestra lengua coloquial. Tanto en las guerras
reales como en las figuradas los contrincantes desean llegar al final
cantando victoria y sin tener
que rendirse sin condiciones. Y en
todas, antes de entregar las armas o firmar el arsmisticio, se intenta quemar el último cartucho, a veces después de cometer horrendos crímenes de guerra, por no respetar las leyes de la guerra del Derecho Internacional. Aunque lo de crímenes de guerra, mirado desde el punto de vista meramente lingüístico, parece una redundancia, porque la guerra ya es un crimen en sí misma....
Y como este artículo sobre el lenguaje bélico es ya demasiado largo, vamos a tomarnos una tregua, a dejar en paz al
lector y a despedirnos a la paz de Dios… ¡Y aquí
paz y después gloria!
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¡No a la invasión de Ucrania! ¡No a la guerra! |
©Texto: Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga. Fotos de uso gratuito: Pixabay.com