lunes, 30 de marzo de 2015

LAS REFERENCIAS JUDÍAS EN NUESTRA LENGUA

  
   
  Expresiones relacionadas con el mundo judío y la Semana Santa


León

Estudiando la lengua de un pueblo conocemos su forma de ser, su forma de ver la vida, y también su historia. Es imposible que un pueblo que no haya tenido relación con judíos, gitanos o negros tenga en su idioma palabras como judiada, gitano, negro, o expresiones como ser cabeza de turco, o hacer el indio, usadas con matiz despectivo. Esas palabras o expresiones nos hablan de  los pueblos o etnias con los que España ha convivido a lo largo de la historia y la relación, no siempre armoniosa, que ha existido entre ellos. 

Las expresiones siguen vivas en el idioma  actual, aunque hoy la relación con los pueblos a los que se alude en ellas no sea necesariamente negativa,  ni  siquiera el uso que hoy se hace  de  ellas  remita a su origen.

Abordaré en este artículo las palabras y expresiones que hacen referencia al pueblo judío y que se utilizan habitualmente con connotaciones negativas, o sea, como disfemismos.


Segovia
Las expresiones referidas al pueblo judío  son abundantes en español. Los judíos históricamente han sido mal vistos por los cristianos por considerarlos culpables de la muerte de Jesucristo. 

En España, la convivencia con los judíos duró varios siglos, pero siempre se les vio con desconfianza. Esto llevará a su  expulsión en 1492 y a obligarlos a adoptar la religión católica a los que permanecieron en Sefarad. A los conversos –cristianos nuevos- se les siguió viendo con desconfianza y se les denominaba con el término marranos. Esta palabra, además del significado de “desaseado”, también mantiene en español  el de  persona que tiene con otra un comportamiento censurable. 

Judío y marrano, con frecuencia, mantienen el sentido de persona taimada y de poco fiar, lo mismo que la expresión ser muy ladino. A veces se le añade también el significado de hipócrita, como ocurre en la expresión ser un fariseo.

Los fariseos eran miembros de una antigua secta judía que aparentaban vivir austeramente, pero que no se comportaban según los preceptos religiosos. En algunos pasajes del Nuevo Testamento aparecen como defensores de la ley mosaica. Jesús, indignado, los expulsó  del templo.

Relacionada con la actitud de los fariseos ha surgido en español la expresión rasgarse las vestiduras, pues los fariseos adoptaban esa actitud en señal de duelo o ultraje. A ello añadían el raparse la cabeza y dar grandes alaridos para manifestar sufrimiento. "Entonces (cuando supo que habían muerto sus hijos) Job se levantó, rasgó sus vestiduras y se rapó la cabeza, luego cayó en tierra". También se utiliza para mostrar asombro ante algo. En este sentido lo usó el sumo sacerdote Caifás cuando consideró blasfemo a Jesucristo por proclamarse Hijo de Dios. Se recoge en los evangelios de Mateo (XXVI, 63-66) y de Marcos (XIV, 61-64). Hay otros pasajes de la Sagrada Escritura que recogen ese comportamiento. 

La costumbre de rasgarse las vestiduras, como algo real, se conserva en algunos países de África y Asia. Esta expresión es muy popular en español cuando alguien quiere mostrar indignación fingida ante algo que desaprueba.

¿Y quiénes son los ladinos? Se llama ladino al dialecto judeoespañol que hablan los descendientes de los judíos españoles, los sefarditas, que fueron expulsados de España en el s. XV, y que mantienen aún hoy en lugares del norte de África, de los Balcanes, del norte de Europa y, sobre todo, en el actual estado de Israel. Se llamó a la lengua ladino (que procede del latín) en contraposición a otras que se hablaban  en los lugares donde se asentaron tras la diáspora. Como se les consideraba un pueblo astuto, cuyos integrantes ejercían de intermediarios financieros, la palabra adquirió tintes negativos por considerarlos usureros.

El mismo significado negativo han adquirido la palabra judío, como persona avarienta y astuta, y judiada, en el sentido de acto malintencionado.

En América, se llamó ladino al mestizo que solo hablaba español. Adquirió una connotación negativa, porque se trataba de los mestizos que querían asimilar la cultura de los conquistadores, por eso se convirtió también en disfemismo ese significado del término. 

¿Y qué ocurre cuando alguien está dispuesto a joder la marrana y nos molesta con insistencia? No sabemos con certeza si la expresión marrana puede referirse a  los judíos conversos que fueron llamados marranos o  si  ese nombre hace referencia a la prohibición de comer carne en la religión judía. Lo que sí tenemos claro es que si estamos hartos de que nos jodan la marrana terminaremos jurando en hebreo o en arameo, porque seguro que de nuestra boca no surgen piropos para esas personas, sino frases malsonantes o blasfemias. Y seguimos con la referencias judaicas, pues hebreo es otro nombre del pueblo judío y los arameos eran descendientes de Aram, hijo de Sem, un pueblo bíblico que habitó el país de Aram.


A la mayoría no nos gustan, pues, las personas que calificamos como ladinos, fariseos, arameos... Algunos van más lejos, e incluso, en estas fechas de Semana Santa, están dispuestos a matar judíos. Y hasta  disfrutan con ello. Y no porque sean sádicos o tengan impulsos racistas.

 Esta curiosa expresión, políticamente incorrecta, se usa en la ciudad de León para dar nombre a   la costumbre de beber limonada (vino, con limón y azúcar) en los días de Semana Santa. Se considera que por cada vaso de limonada que se beba se mata un judío y con ello se venga la muerte de Jesús. Es una tradición que hoy se ha convertido en una mera actividad social para convivir en los bares durante los días de Pasión y que no tiene en la actualidad ningún sentido peyorativo, aunque mantiene esa denominación peculiar, cuyo origen se mueve entre la historia y la leyenda.



Situación del Barrio Húmedo en León
Según la tradición, durante las celebraciones de Semana Santa, los cristianos de la ciudad de León se dirigían a la judería, junto al Barrio Húmedo,  para atacar a los judíos, a los que consideraban responsables de la muerte de Cristo. Las autoridades, alarmadas, para evitarlo, decidieron permitir una suave bebida alcohólica en las tabernas del camino, con la que pudieran emborracharse  y desistir  de sus intenciones. 

Parece que los judíos permanecieron en esta ciudad después del decreto de expulsión de 1492, hasta el decreto de expulsión de Felipe III del año 1.609, en que fueron expulsados definitivamente. Aquí comienza la leyenda. Como ya no tenían los leoneses judíos que expulsar, conmemoraron esta victoria, acudiendo a las tabernas a tomar limonada, para matar judíos simbólicamente.


Otra leyenda habla de que Suero de Quiñones, famoso caballero leonés, para no pagar un préstamo que debía a un judío, asaltó un Viernes Santo la judería, con varios secuaces, y provocó la muerte de varios judíos y luego celebró ese  hecho con limonada.

Otras explicaciones dicen que la limonada evocaba una de las siete palabras que pronunció Jesucristo en su pasión: "Tengo sed". Y no falta quien la vincula a la transmisión oral de la expresión: "Limonada que trasiego, judío que pulverizo". Sea cual sea la explicación, esta tradición está hoy muy vigente en toda la provincia de León, y de manera especial, en un barrio de la capital llamado el Húmedo, lugar de relación muy frecuentado por leoneses y foráneos por la gran cantidad de bares que existen en él (de ahí su nombre).


En definitiva, en León, como en otros pueblos de España, todo el mundo trata de evitar que le hagan una judiada o una barrabasada, y más todavía que le hagan pasar por un calvario o viacrucis. Pero a veces la vida nos obliga a llevar una dura cruz que nos deja como nazarenos o eccehomos. Esa cruz siempre será más dura si, para más inri, los responsables de ella se lavan las manos como Pilatos. Cuando algún ladino  perro judío actúa así puede obligar al ofendido a defenderse jurando en hebreo o arameo, o a achantarse y llorar como una magdalena. 


Tampoco nos conviene  meternos a redentores, porque podemos ser timados con el timo del nazareno que nos haga sentirnos tontos de capirote. En ese caso, siempre es bienvenida la ayuda de un cirineo que nos salve de los besos de los falsos judas. Y, por supuesto, lo mejor es que no nos hagan la pascua, como al cordero que sacrificaban los judíos y, si   esta pascua  tiene que ser inevitable, que suceda de tarde en tarde, o sea, de pascuas a ramos.


Las expresiones ligadas al mundo judío permanecen en nuestro idioma, por tanto, nadie evitará que muchos leoneses, sin ninguna intención malévola, se reúnan estos días de Pasión, en paz y ambiente festivo, para seguir "matando judíos" echándose al coleto unos buenos campanos de limonada, y todo ello sin lesionar a ningún judío.


Así que no nos rasguemos las vestiduras, porque la lengua por sí misma no tiene malvadas intenciones, ha sido la historia vivida por cada pueblo la que ha conformado el idioma y le ha colgado algunos sambenitos. Son expresiones que han quedado fosilizadas en la lengua, aunque casi siempre desvinculadas de su origen, en cuanto al significado, y que solo desaparecerán cuando a los hablantes dejen de serles útiles.

Por tanto, asumiendo la historia -a la que no podemos renunciar- y evitando que estas palabras, ya sea por la intención del hablante o la susceptibilidad del oyente, se conviertan en expresiones que degraden a un pueblo o hieran la sensibilidad de alguna persona, los hablantes de español nos seguimos reconociendo en todas estas expresiones relacionadas con el mundo judío, y en otras referidas a otros pueblos, que definen comportamientos humanos, pero que, en general, han perdido el sentido étnico o religioso que en su día tuvieron. 

Aun así, los hablantes deberíamos hacer el esfuerzo de evitar esos términos que aluden a hechos históricos poco ejemplarizantes y que pueden herir los sentimientos de los descendientes de judíos españoles (o en general del pueblo judío) que siguen conservando el ladino o judeoespañol, y cuyos antepasados  fueron injustamente expulsados de una tierra, Sefarad, que también era la suya, y que sigue teniendo una gran deuda con ellos.  





sábado, 21 de marzo de 2015

21 de marzo, DÍA MUNDIAL DE LOS BOSQUES Y LA POESÍA


                   Palabras poéticas para unos árboles moribundos...         
              
"Convertid un árbol en leña y podrá arder para vosotros, pero ya no producirá flores".

                       Rabindranath Tagore
                     
                    

                 Tres árboles caídos        Gabriela Mistral



   Tres árboles caídos
   quedaron a la orilla del sendero.
   El leñador los olvidó, y conversan
   apretados de amor, como tres ciegos.


   El sol de ocaso pone

   su sangre viva en los hendidos leños
   ¡y se llevan los vientos la fragancia
   de su costado abierto!

   Uno torcido, tiende
   su brazo inmenso y de follaje trémulo
   hacia el otro, y sus heridas
   como dos ojos son, llenos de ruego.

   El leñador los olvidó. La noche
   vendrá. Estaré con ellos.

   Recibiré en mi corazón sus mansas
   resinas. Me serán como de fuego.
   ¡Y mudos y ceñidos,
   nos halle el día en un montón de duelo!
    







viernes, 20 de marzo de 2015

SALUDANDO A LA PRIMAVERA

      

                                                       El despertar de Gaya 



La primavera besaba       
suavemente la arboleda, 
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.

Antonio Machado
Creyó oír un ruido. Gaya bostezó somnolienta y desorientada. Sintió por todo su cuerpo un ligero estremecimiento. Se puso de pie y abrió la ventana. 
Una amorosa brisa le acarició el rostro. Sonidos rumorosos llegaban a su oído. Un aroma embriagador llenaba todo el ambiente.   
Había despertado de su  profundo sueño.
Y no, no era un ruido, era  Primavera quien había llamado a su puerta.


                                                                    (Gaya, Gaia, Gea... son  diosas que personifican a la tierra).


Llegada de la primavera a Paladín (León)


domingo, 1 de marzo de 2015

EXPRESIONES RELACIONADAS CON LA MÚSICA

                                                       

                  La lengua, al compás de la música


                   Para todos los amantes de la música, el canto, el baile… y la palabra.


 La música, como otras actividades humanas, ha incorporado a la lengua coloquial unas cuantas expresiones, que utilizamos con frecuencia, sin ser conscientes de su origen. Con muchas de esas expresiones vamos a orquestar este artículo, sin lastimar a nadie y con la intención de que el resultado no sea algo sin ton ni son.

Los españoles, con frecuencia, estamos para músicas, fiestas..., y hasta  para tirar cohetes, aunque no queramos vivir en un país de charanga  y  pandereta.

Compás de espera... Silencio. Comienza la actuación. Salen  a la palestra los instrumentos de una orquesta muy especial. ¡Música, maestro! Como nuestro concierto es hoy peculiar, siempre hay alguien que quiere dar la nota o le gusta  ser un notas, alguno incluso está como unas maracas (no sabemos si las de Machín). Seguramente hay despistados que  no saben qué cuerda, qué tecla, qué palillo hay que tocar. Pero, en caso de duda, es mejor tocar todas las cuerdas que  tocar una sola. 

El pito y la flauta, cobran especial protagonismo, aunque no hay que dar por el pito más de lo que el pito vale, ni por la flauta, pues tañe flauta quien no puede arpa. Parece que juntos forman una pareja bien avenida. Pero hay gente en esta orquesta que  no toca ni un pito, cosa que siempre es mejor que perder el tiempo  entre pitos y flautas,  o encontrarse con lo que no se espera, como decía el poema gongorino: cuando pitos, flautas; cuando flautas, pitos, porque entonces  todo saldría al revés, por pitos o por flautas, salvo que sonara la flauta por casualidad

¡Pobre flauta, tan modosa ella,
y en boca de todos por su amistad con el pito!

Tampoco nos gustaría que nos tomaran por el pito del sereno, máxime en una época en que ya no existen los serenos, salvo que ese menosprecio de los demás nos importe un (tres) pito (s) y sigamos dedicándonos a nuestros devaneos o pitos flautos.

Pero parece que en ese matrimonio entre pitos y flautas, estas van tomando cada vez mayor protagonismo, aunque no siempre el protagonismo sea visto de forma positiva.  Quizá porque en el momento actual proliferan los que  pretenden solucionar los problemas de forma mágica y rápida como el flautista de Hamelín.  

Desgraciadamente, la magia de aquel flautista no se llevó  todos los males,  por lo que aparecen  en nuestras   calles otros flautistas más modernos, los  perroflautas y los yayoflautas, estos  últimos, ancianos   que  han hecho sonar en las calles, sus pitos -los que pitan de verdad-  para defender el futuro de aquellos que en un  pasado no lejano se ilusionaron con el cuento de los hermanos Grimm. Y las pitadas se han convertido en la nueva sinfonía urbana. Incluso algunos han optado por el desnudo y han salido a la calle enseñando el pito, o chillando con  voz de pito, descansando a veces para echarse un pito.

Pero, como hay gente para todo,  hay  algunos  que son alegres como cascabeles,  están tan contentos como unas castañuelas  y van por la vida  como Mateo con su guitarra, siempre que  tengan uña para esa guitarra. Si su comportamiento es atinado, diremos que  están en solfa  pero, en cambio, se  pondría en solfa ser como  una guitarra en un entierro, por estar fuera de lugar,  o tocar la solfa a alguien, porque estaríamos golpeando a esa persona o haciéndola objeto de bromas.

que  tendría bemoles, en cambio, que el que lleva la batuta perdiera el compás o el diapasón. Si la actuación no tiene ni orden ni concierto, siempre queda la posibilidad de buscar como excusa una mentira como un piano o   que  nos dediquen una pitada y  nos echen con cajas destempladas. Pero si estamos patituertos,  dirían de nosotros que estamos corneta, y no podríamos salir pitando

Cuando se trata de tener trompa sin   ser músico, ni insecto o elefante,  queda bien para Falopio y Eustaquio, pero  es algo mal visto  para quien  está trompa  por beber sin orden, o sea,   a trompa y talega.

Si  a un toque de trompeta –tururú trompeta- nos ponemos  tararí, nos pueden tomar por locos y decir que estamos como cencerros; decir que tocamos el violín, para acusarnos de no hacer nada de provecho,  o decir que somos copleros o verbeneros, por poco serios o bulliciosos. 

Cualquier cosa es aceptable, menos que nos consideren despreciables y nos llamen trompetas, que nos critiquen porque molestamos o decimos mentiras por cantar jácaras, o que  sugieran que nos apropiamos de lo ajeno asegurando que tocamos el piano y, además, que lo hacemos sigilosamente,  a cencerros tapados.


Uno de los instrumentos musicales más presentes en  esta peculiar orquesta lingüística es el  bombo. Se puede convertir en  el vientre de la mujer embarazada, que tiene mucho bombo o a la que  alguien le ha hecho un bombo. Otros se dan  bombo para presumir,  aunque no se sabe muy bien de qué  presumen, por lo que terminan siendo ellos mismos unos bombos, por su comportamiento atolondrado.

 El pandero  parece sentir envidia del bombo, y se suma a la orquesta, pues quien tiene dineros, compra panderos, pero cuando lo oímos sonar  no siempre es un instrumento musical, puede referirse a  un orondo trasero  o a una forma de calificar al majadero. Así que, cuando entre necios anda el juego,  bombo y pandero, forman un buen dueto. Pero, ¡misterios del idioma!, si queremos dar unos azotes en el pandero, preferimos  la expresión zurrar la pandereta.  

A veces lo de zurrar  a alguien  adquiere unas dimensiones más graves y universales, y suenan tambores de guerra. Pero como la música amansa a las fieras,   conviene que alejemos esos tambores con bombos que silencien las bombas, porque, ¡zambomba!, queremos que nuestro concierto suene a bombo y platillo, pero  que acabe  de forma pacífica y  triunfal, o sea,  con tambor batiente o como tamboril en boda y, si en esa boda nos sirven un suculento timbal, nos entrarán ganas de tirar cohetes.

No siempre es lo mismo usar tamboril por gaita. Solo podemos alargar la gaita o sacar la gaita, para que, estirando el pescuezo, veamos mejor lo que hay a nuestro alrededor.


¡Estas gaitas no queremos que nos dejen!

 Pero a veces es una gaita tener que hacer algo que nos desagrada, lo que  nos lleva a exclamar: ¡déjame de gaitas!, o  a mostrar inferencia ante algo que no nos interesa diciendo: ándese la gaita por el lugar. Cuando estemos de gaitas, porque nos sentimos muy alegres, nuestra actitud  no debe molestar a nadie, por eso es necesario con frecuencia templar gaitas para no contrariar a los demás.


       El  arpa tampoco queda fuera de nuestra orquesta. Es un instrumento considerado fino, pues, como decíamos,  quien no puede tocar el arpa, toca la flauta, pero, siempre debe ser nueva, porque el concierto puede acabar de forma “des-concertada” si  lo oímos tronar  como vieja arpa. Sus cuerdas estarán silenciosas para la mujer carente de amores, porque una mujer sin amor, arpa sin cuerdas.

A la música se incorpora, con frecuencia, el canto, porque hay alguien que da el do de pecho, pero no nos gustaría  que diera el cante. Se puede cantar a pleno pulmón,  llevar la voz cantante, pero estaría feo dar una cantada. Tampoco sería apropiado cantar mientras se come, pues quien come y canta algún sentido le falta.

 Todo debe estar en sintonía, para ser algo sonado, que no es lo mismo que estar sonado. Todo va bien hasta que alguien no comience a dar la matraca, la murga, la monserga, la lata, la barrila, la tabarra o la serenata. Todo junto  podría ser la traca. 

       Y ya  puestos a cantar, se puede hacer un canto a algo para exaltarlo, pero también se pueden cantar el gorigori, el trágala, las cuarenta, la gallina, pero ningún canto es tan malo como el canto del cisne, sobre todo, si va seguido de  cantar el kyrie eleisón.  Si queremos que sea otro cantar,  -a nueva canción, nuevo contrapunto-, tendremos que tomar algo a chirigota  o entonar el alirón, que   es canto de triunfo, porque todo ha sido para el equipo coser y cantar

 Pero ¡ojo a los cantos de sirena!,  que no nos  vengan con canciones, pues  quien la copla te canta, ese te la planta, sobre todo, si anda el dinero por medio, que, por dinero, canta el ciego y baila el perro. Y también por la comida, pues donde tengo yo mi yantar, allí me oirán cantar Además, volver siempre con la misma canción   no suele conducir  a cantar victoria. Si hay que explicar algo,  es más creíble  siempre si se explica  con canto llano.  

     Cuando se habla con otros, hay  que evitar ponernos flamencos para que no nos manden a contárselo a Rita la cantaora. Pero si pedimos algo a coro, o  nos escuchan, o nos podemos convertir  en la voz que clama en el desierto y hasta nos acusarán de aburrir dando el motete. Es bueno quedarse con la copla y no salir por peteneras para que nuestro canto no suene a chino ni nos convirtamos en la voz de su amo

Después de tanto cantar, debemos cuidar nuestra ropa, para que no cante mucho por inadecuada, y también la higiene, para que no nos canten los sobacos  o los pies.  Pero si lo que hacemos  es cantar línea o bingo,  eso es otro cantar, porque nos podemos llevar mucho dinero contante y sonante, tanto que cante (tiemble) el misterio. Y no podremos evitar la fama, será un secreto a voces, porque quien lo difunda  habrá echado el cascabel.

Hay algunas formas de cantar tienen fatales consecuencias. ¡Que se lo digan a los delincuentes la poca gracia que  tiene el cantar ante la policía! No entendía don Quijote por qué uno de los galeotes iba a la cárcel por músico y cantor (había cantado en el potro de tortura), le había pasado lo mismo que al cuco: cantó el cuclillo y descubrió su nido.

Si no sabemos tocar, cantar… y solo somos unos cantamañanas, para no aguar la fiesta, siempre podemos dedicarnos a oír campanas, aunque no sepamos dónde. Aunque por el sonido las podamos encontrar, porque por el son se conoce la campana y el hombre por la palabra. Sin embargo, no faltará alguien que dé la campanada, y será más sonada que la campana de Huesca. Eso sí, habrá que elegir, ya que no se puede repicar y estar en la procesión.

Las campanas de una espadaña...
Y si esas campanas no nos gustan, las podemos cambiar por otras más pequeñas, 
por el virtuosismo de alguien de campanillas, -no de cascabel gordo-,    que sea capaz de  poner el cascabel al gato  y que no le eche el cascabel a otra persona, especialmente si es una mujer viuda, porque viudita sin majo, campana sin badajo.

Algunos instrumentos tienen poco reconocimiento en esta orquesta,  si queremos usar la música para cazar, pues  no se cazan liebres tocando almireces y tañendo cencerros no se cogen liebres ni conejos.

El baile es con frecuencia  acompañante de la música y el canto.  Pero para bailar bien conviene entonar el estómago, porque la danza sale de la panza Cada uno baila al son que le tocan, pero  a veces hay que bailarle el agua a alguien. A algunos les toca bailar con la más fea pero, ¡que les quiten lo bailao! Lo que no queremos  es el baile de cifras o de letras, o los bailes de fronteras. Tampoco nos gusta que, por ser muy nerviosos, digan que tenemos el baile de san Vito o que somos unos danzantes por ser entrometidos y cizañar a otros metiendo los perros en danza, cosa que a veces deriva en  bailes. Pero no queremos tener esos bailes conflictivos, sino participar en bailes acompasados y, según dicen,  el mejor bailaor, sin castañuelas. 

A veces los animales se unen a la fiesta. Nunca falta un sapo para que baile una rana y cuando el gato va a sus devociones, bailan los ratones y es que la música amansa a las fieras. 

Tampoco faltan bailes que degradan a la mujer, pues a la mujer bailar y al asno rebuznar, el diablo se lo ha de mostrar, o al propio bailarín: hombre chiquitín, embustero o bailarín. 

Pero como dicen que el mundo  es un fandango, y hay que bailarlo (pues aunque no nos guste, ¡jódete y baila!), si no se nos da bien  el fandango,  toca la jota y vámonos, porque seguimos con este  baile de palabras, pero un baile más moderno, no del año de la polca.

Si los instrumentos de nuestra orquesta  y el canto suenan desafinados, podemos optar por  oír un disco, siempre que no suene como un disco rayado y nos veamos obligados a cambiar de disco, para que no nos manden con la música a otra parte.

Para volver a estar en armonía y que esto no sea solamente un zumba-zumba, antes de  hacer mutis, reservamos para los bises   una música especial, la música celestial, que escuchamos con especial deleite, para al final llegar a la conclusión de que es más grata cualquier música orquestal que la mejor música celestial.


Y  llegados al final de  este jacarandoso artículo, lo que diría un argentino con  andá a cantarle a Gardel, para nosotros es meter violín en bolsa e  irnos, definitivamente, con la música a otra parte y poner sordina porque, de lo contrario,  si subimos el tono, confirmaríamos de forma definitiva que sí somos un país de charanga y pandereta.





Licencia Creative Commons
La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.