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viernes, 28 de julio de 2023

Me llamo Omaña, me llamo agua

 



 

El diario La Nueva Crónica de León, en el espacio "León desde otras miradas",  escrito por   Mercedes G. Rojo, acerca las comarcas leonesas a través de la mirada de distintas escritoras. El reportaje número XIV está dedicado a Omaña y para hablar de ella ha contado con mi colaboración.

Con una presentación realizada por  la autora del reportaje sobre la  situación geográfica  y algunos  otros rasgos de  la comarca descrita y una síntesis de la biografía  de la escritora invitada, nos introduce  de lleno en los atractivos de la comarca  elegida.  Al final introduce un texto  de la escritora invitada, de  unas 400 palabras , que pretende ser  esa mirada personal  de "León desde otras miradas".


        Lo que sigue es ese texto personal, escrito por mí: 

    Me llamo Omaña, me llamo agua

                            

De forma recurrente vuelvo   a sentir cerca ese  río que  ha marcado mi vida: su sonido, su transparencia, sus reflejos, su movimiento…      No puedo imaginar otro lugar de nacimiento que no sea un pueblo con río… El río conocido, el río vivido, el río querido: el río Omaña, eje vertebrador de la comarca del mismo nombre. 

En su fluir por el valle “Grande”, desde los pies del monte Tambarón, en Montrondo, el río se deja abrazar por  hermosos y antiguos puentes de piedra, por puentes de madera o de hormigón, por puentes colgantes… Y sirve de espejo a una vegetación cambiante, según la altura: abedules, robles, alisos, fresnos, chopos…  Siguiendo sus pasos, observamos cómo surcan la geografía omañesa,  a modo de cicatrices,  valles   por los que corren  ríos  generosos y    danzan   aguas de cascadas cantarinas, que él acoge en su seno. Podemos adentrarnos también  en los valles laterales   (valle Gordo, valle Chico… ) o subir a sus cuetos y lombas para  disfrutar de la belleza del  paisaje y de la  buena acogida del paisanaje.  Esas  aguas abundantes  dieron  nombre a la comarca de Omaña: aqua mania. Nombres de agua son también Omañón y La Omañuela,  pueblos  bañados por el   río.

Y es que un río es algo más que unas aguas que corren, que pasan, que  huyen… Es el reflejo de la vida y las vivencias  de muchas generaciones. Al  río Omaña dirigían ya sus miradas los pueblos astures y   el pueblo romano buscando la fertilidad de la tierra y el oro de sus aguas.  Río de  piedras,  de presas,  de molinos… Un río especial, porque no muere en su desembocadura, sino  que  se hermana con el río Luna para formar el Órbigo, ese antiguo Urbicum (también alusivo a agua).

Tanto desde las aguas bulliciosas   de  la Omaña Alta como desde las reposadas del curso bajo, de Montrondo a La Utrera,   Omaña nos regala un mundo de magia y belleza, de historia y leyenda, que es un auténtico paraíso natural.  Es como un  joyero lleno de piedras preciosas que invitan  al visitante a abrirlo y a contemplarlo con deleite.   Esmeraldas son sus verdes praderas; brillantes, sus aguas; turquesas, sus cielos; perlas, sus nubes; amatistas, sus primaveras; oro, sus otoños; plata, sus peñas…

En Omaña, Reserva Mundial de la Biosfera y zona SIPAM de la FAO,   el visitante solo tiene que saber dirigir la mirada. La belleza la tiene siempre delante.  

Margarita Álvarez Rodríguez


https://www.lanuevacronica.com/lnc-culturas/donde-el-agua-se-llama-omana_141512_102.html

 



lunes, 20 de marzo de 2023

Soy Primavera: la primavera

 

            Ser primavera


Primavera en los montes de Omaña. Cuesta del Ocidiello en Fasgar. Foto: Paco Álvarez

      ¡Qué gozo y privilegio saber que la invitan a una a hablar de sí misma! Me piden que hable de la primavera.  Y no podían haber elegido mejor. Me presento: yo soy Primavera, la primavera.  ¡Quién mejor que yo podría saber cómo soy! Lo mismo que otros son agua, camino, huerto…  yo soy una estación del año. Y tengo el privilegio de ser la primera, aunque mi cumpleaños sea en marzo.  Así que os hablaré de mí, de mis tres meses de reinado sobre los valles, vallinas, lombas y  montes de Omaña. A Omaña llego un poco tarde. Resulta costoso llegar hasta aquí por la difícil orografía de esta tierra. Ya lo dice la omañesa que me ha invitado a hablaros de mí: Nuestra  "primavera tarda", / como dijera el poeta, / pero seduce sentidos / "bella y dulce cuando llega".  Soy una estación privilegiada: la estación de la vida. Hago revivir la naturaleza , que ha estado dormida durante los largos meses de invierno. También lo dice la autora citada antes: Todo anuncia que Natura / ha despertado del sueño / y acicalada de luz / relumbra como un lucero. 

Apuntando la primavera en  el  Puente Colgante. Paladín. Foto: MAR

Conmigo renace la  vida de los omañeses. Cuando llego yo,  la gente sale de las casas  y se pone al solín en las abrigadas, aunque, algunas veces y sin mala intención, juego al engaño   y  envío alguna marzada o  días de excesiva temperatura, que me hacen oír aquello de que si marzo mayea;  mayo marcea. Y, también, pueden escapar a mi control algunos turbones de nieve o fuertes pelonas. Pero esta nieve dura poco  y apenas provoca problemas, porque es blanda y se derrite pronto. No en vano se dice que   dura más la mala vecina que la nieve marcelina. Marcelina llaman algunos omañeses a la nieve de marzo.

 Pero estos hombres de Omaña no se quitan aún esa gorra de paño que les tapa cabeza durante casi todo el año. Es verdad que sigo enviando  noches  frías, pero, durante el día una luz brillante lo inunda todo. El sol recobra con mi llegada su color azul brillante con algunas  nubes, especialmente blancas y esponjosas, que  se  deslizan armoniosamente  y seducen las miradas.

En el mes de marzo suelo azuzar al  viento para que sople con fuerza. Por eso todos conocen bien el refrán: Marzo ventoso, abril lluvioso, sacan a mayo florido y hermoso. En abril prefiero que el agua sea la protagonista: En abril, aguas mil. Aunque con esto del cambio climático ya no controlo bien los distintos meteoros. Cuando las nubes que cubren mis cielos de marzo y abril están amarañadas, empedradas  o parecen aradas, la gente sabe que  anuncio con ellas lluvia fuerte y racheada: Nubes a hatajos, agua a bandazos. Cielo empedrado, a los tres días suelo mojado. Todos recordaréis estos refranes. La lluvia suele ser bienvenida siempre, si se produce antes de san Juan (junio), porque la lluvia por san Juan quita vino y no da pan.

Yo regalo más horas de luz que mi predecesor el invierno y veo feliz cómo la gente sale de sus casas y comienza a realizar las diversas labores agrícolas: ralbar, binar, sembrar… Veo también cómo las gentes se paran a hablar en la calle y disfruto mientras escucho con atención su forma de hablar. Casi siempre hablan de lo mismo: de cuándo sembrar las patatas, los fréjoles… Del tiempo que hace: si llueve mucho, poco… Hablan del ganado… Hablan de los hijos que están fuera… De la salud… Pero me gusta mucho la forma cómo lo hacen. ¡Qué melodiosa es esa fala omañesa! Escuchándoles me entero de los nombres de lugares adonde van a trabajar: El Coto o Couto, La Chana, La Veiga, Los Jardines, El Molín de las Zancas, la solana, el avesedo…

También me siento feliz porque, cuando llego, visto el paisaje de una alfombra verde (“el verde” que a veces se siega para el ganado) que poco a poco se transforma en un manto  multicolor. Os envío a las violetas como las flores más madrugadoras que, con su cabeza inclinada y su aspecto humilde e insignificante, perfuman los bordes de los caminos. Son tan sacrificadas que a veces crecen en cualquier resquicio, hasta en un hueco del asfalto resquebrajado. Ya sé que a ti, mi valedora, te gustan las violetas, porque has escrito sobre ellas. A mí también, por eso os las mando como primeras embajadoras para que podáis disfrutar de su belleza insignificante. Fijaos en ellas, antes de que el resto de las flores atraiga vuestra mirada. 


Foto: MAR

También os hago disfrutar de las cerzales y las guindales,  cuyas flores relucen en medio  de los praos, en el caso de   las cerzales silvestres,  y también en las huertas.  Su copa algodonada anuncia las  arracadas rojas que colgarán de sus ramas en verano. Pronto, las perales, también cubiertas de flores  blancas, les tomarán el relevo. Y sus compañeros,   los manzanales  o las manzanales, que de las dos formas los llamáis,  para no ser menos, se tiñen también  de  un blanco sonrosado. A veces ese manto blanco se ve bruscamente teñido de marrón por alguna fuerte pelona tardía. Yo también lo lamento, porque la lucha con el invierno, que se resiste a marcharse, me hace perder la batalla.  Pero volveré a levantarme rápidamente para sacudirme esa decepción y recuperar mi alegría.

Verdes primaverales y cerzales silvestres en la ribera del río Omaña. Paladín. Foto: MAR

 Mientras los árboles frutales florecen,  la alfombra  verde que cubre los praos se decora, a modo de lunares amarillos, con los campanones (que otros llaman capilotes o narcisos) y otras flores, como las del diente de león,  que dibujan sobre ella  arabescos que van del  blanco al amarillo. El amarillo es, sin duda, el color predominante de  mi primavera omañesa. Al lado de ellas, pero de una forma más sobria y humilde, aparecen las margaritas y también la manzanilla silvestre que acompaña a las margaritas y  guarda un gran parecido con ellas.  Flores modestas, pero que encierran los secretos del amor. Otra Margarita dice de ellas:   De amarillo y blanco ornadas, / las flores del sí y el no, / nos traen la primavera / y predicen el amor.

Los montes también se visten con un traje multicolor. El cantiueso os regala sus flores moradas  y, junto con el tomillo,  aportan  aromas primaverales.  Podéis disfrutarlos a la orilla de los senderos y caminos que surcan las laderas omañesas.


Como yo, Primavera, a pesar de mi juventud, llego tarde a vuestros valles y montañas, porque me cuesta subir estas montañas, laderas, cuetos y riscos que tenéis ante los ojos, es en mayo y en  junio cuando me muestro en todo mi esplendor y me ofrezco de forma generosa. Por eso, oigo que repetís un refrán:  Por santa Cruz el monte reluz: el tomillo, la escoba y la urz. Y así es.  

 Porque, sí, soy muy generosa con vosotros y cubro vuestra Omaña de una belleza espectacular. Y no solo  los valles y lombas, sino también  los montes. Encargo a las  ramas de  las urces   que vistan  de gala  a  los montes. Y lo hacen hasta bien entrado el verano.  No podía haber mejor nombre para sus flores que galanas, pues saben engalanar como nadie a los montes omañeses, con sus flores albares (blancas) o cabriteñas (rosas). Y hasta tenéis un pueblo que se llama La Urz.  Al lado de las urces   escobas,  peornos, argomas y carqueisas también compiten en ese certamen de belleza y  se convierten en muchas acuarelas amarillas que destacan entre las flores de  las urces que tapizan los montes de Omaña.  


Galanas. Foto: MAR


Cerca de los núcleos urbanos  crece el sabugo y se cubre de flores de un olor muy penetrante. Sus arbustos son como un cielo cuajado de estrellas con sus pequeñas flores de color blanco cremoso. Y ya sé que los omañeses conocéis las propiedades medicinales de estas flores y que las habéis usado muchas veces en infusión para curar catarros y  para otros fines.  No solo tenéis vuestro nombre leonés para el saúco, sino que  además lo habéis convertido en un nombre propio para denominar a un pueblo y para un apellido. ¡Sabéis aprovechar bien los nombres que os regala vuestra exuberante  naturaleza! Y no lo digo solo yo. ¡Con razón los Valles de Omaña y Luna fueron declarados en 2005 Reserva Mundial de la Biosfera! Y recientemente (2022) os ha incluido también la FAO en territorio SIPAM (Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial), como  Sistema Agrosilvopastoril Montañas de León. ¡Ojalá esta declaración os traiga mucha ventura! Yo seguiré llegando, primavera tras primavera, y observaré los cambios que se produzcan.

 Foto: Paco Álvarez

 Las zarzas,  el espino nigral y espinos comunes también se cuajarán de flores blancas y rosáceas. No quieren mostrar sus espinas, que esconden muy bien bajo su vestido de pétalos florales. No solo el  campo se cubre de rosas silvestres,  pues a  las puertas de las casas, en los meses de mayo y junio, llega la belleza  y el aroma de los   rosales propiamente dichos. También ellos nos seducen con sus capullos y rosas y nos hacen olvidar sus espinas y las de la vida.

Y  para que sonriáis conmigo, no solo os regalo este espléndido colorido, sino que os lo lleno también de los cantaridos y del colorido del plumaje de los pájaros que pueblan árboles y prados: lavanderas, relinchones, mierlos,  cuquiellos, bubillas, forines, verderones… Y no puedo olvidar al pardal, que es uno de los pájaros más conocidos por todas las gentes de esta tierra.  Es grisáceo como su vida, pero acompaña constantemente  la nuestra.  Ya sé que, para algunos, es pájaro poco simpático, porque es un poco lambrión. Si puede, come el grano de las espigas, el del muelo de la era, la comida de las gallinas… Tanto lo conocéis que tengo constancia de que en algunos pueblos se usa hasta como apodo.  

 Cada uno de los pájaros que pueblan mi tiempo primaveral se apresta a deleitaros con los cantaridos  de su concierto singular. Uno de los más curiosos es el del  cuco.   Cómo alegra el final de la primavera con ese canto que hasta tiene letra: Cucú, cuquiello, rabiello, rabo de escoba, ¿cuántos años faltan pa la mi boda? Y muchas personas cuentan a continuación  el resto de “cucús” para conocer el número. ¿Y qué me decís de la hermosura del porte solemne de la cigüeña que pasea entre el verde de los praos y se encarama  sobre su nido en lo alto de alguna espadaña?  Cerca de las casas, bajo aleros y en las tenadas, anidan las golondrinas, que son aves especialmente queridas y respetadas por el simbolismo religioso que tienen en Omaña. Si las cigüeñas regresan por san Blas, estas llegan en torno a san José: Por san José, la golondrina veré. Pájaros, nidos, huevos, pajarines… La vida de las aves que resurge con fuerza y que recoge este refrán que muchas veces he oído de vuestros labios: Marzo, ñalarzo; abril, gogueril; mayo, pajarayo; por san Juan volarán y por Santa Marina se buscarán la vida. Las mariposas también añaden notas de color y de armonía en sus vuelos. Y las abejas, que de flor en flor, van libando el polen… Es verdad que no todo es bueno, pues animales que os causan perjuicio también asoman y se preparan para sus fechorías: Por santa Cruz, los lobitos ya ven la luz.

    Por si lo anterior fuera poco, os regalo aguas abundantes y cristalinas en ríos, arroyos, cascadas, fuentes, regueros... El río Omaña y sus afluentes fluyen con abundante caudal, porque recogen el agua del desnevio. Y sus aguas empiezan a ser abanicadas por las hojas de los chopos y los alisos  de sus orillas, que van despertando de su letargo invernal: Desde tus frescas riberas / se inclinan sobre su faz / abanicos de verdores / que soplan sobre un cristal.

¡Aguzad los sentidos, omañeses! No os perdáis ni un color ni un olor ni un sonido de los que yo,  Primavera, os entrego de forma generosa. Yo despierto cada año, después del sueño de invierno, y quiero que vosotros despertéis conmigo y, con todos los sentidos atentos, os dejéis seducir por mi guapura y la de vuestra tierra.

¡Gracias, Primavera!


Si no conoces Omaña

dedícale tu atención, 

omañeses y omañesas

te esperan con ilusión.

Para conocer su encanto, 

encontrarás ocasión, 

piérdete por estos lares,

ven a Omaña, que es León.

De Canto a Omaña (M. Álvarez)


Villabandín. Foto: Paco Álvarez


©Texto: Margarita Álvarez Rodríguez

Nota: Las fotografías son de primaveras pasadas.






martes, 9 de noviembre de 2021

Ser en la vida camino

 




En la vida cada uno de nosotros tiene un destino. A unos les toca ser labradores, a otros ministros o policías o mineros… O ser hombres o mujeres… O ricos o pobres. A mí me ha tocado en suerte ser camino. Sí, ser camino. Como a otros seres les ha tocado ser árbol, piedra, musgo,  manzana… Y es que en la naturaleza también hay destinos. Y yo estoy orgulloso de mi destino. Soy un camino, uno de tantos caminos  que cruzan la comarca de Omaña. 


Desde Los Bayos al norte

hasta llegar a La Utrera,

los caminos y senderos

recorren Omaña entera…

        De Canto a Omaña (M.A.R.)


Me tiendo y me extiendo bajo la luz omañesa. Veo el sol la mayoría de los días del año, en ese cielo tan azul de la montaña leonesa. Y cuando  llueve o nieva me quedo agazapado hasta que escampa, aunque a veces abro los ojos  para no perderme  la belleza de  algún  arco iris  o para ver los charcos que ha dejado la lluvia o el desnevio. 

Por ser camino me he sentido siempre  útil,  muy   útil y, además,  he podido unir el destino de  mi vida al   de miles de personas de muchas generaciones.  En general,  me gusta ser pacífico y vivir  una vida  tranquila, pero algunas veces tengo fricciones con la naturaleza que me rodea. Con ese árbol usurpador, cuyas frondosas ramas ocupan parte de mi espacio. Con esa zarza rastrera que poco a poco ha ido adueñándose de un lugar que no le pertenece, y  lo hace silenciosa, pero sus espinas  acechan  y atacan traicioneramente a cualquier pierna o brazo  despistados, y los marcan con un arañazo.  Con esa piedra que quizá rodando desde monte se ha colocado en mitad de mi lecho y provoca que las personas, animales o vehículos tropiecen en ella y la maldigan.  Tengo mejor relación, en cambio, con la hierba que, sobre todo en primavera, decide convertirme en un  prado más. Un prado largo y estrecho del color de la esperanza.

La hierba me transforma en un suave colchón vegetal que permite  caminar sobre mí  con suavidad. Y tal vez haga feliz a alguna vaca que siempre  estará dispuesta a llenar la andorga con ella.  Es verdad que esa hierba que me cubre tiene un inconveniente: se llena de urbayo (orvallo) por las noches y moja los pies del caminante. Pero, en general,  los que me han hollado durante siglos iban (algunos van aún) bien pertrechados de botas de goma, madreñas o chanclos   para protegerse los pies de ese rocío mañanero.

Paladín


Durante siglos los lugareños que precisaban de mis servicios, me cuidaban, me mimaban. Al repique de campana eran llamados a hacendera y los veía venir hacia mí para lavarme la cara y acicalarme.  Con hoces, fozorias, forcas… y ganas de hacer bien el trabajo, cortaban la zarzas invasoras y las ramas, me espedraban... Y me dejaban listo para cumplir mi cometido. Desde hace años han desaparecido las hacenderas, a la par que lo hacían las gentes y que se mecanizaba el trabajo rural.  Y eso nos ha hecho sufrir a todos los caminos, pues el destino de muchos hermanos ha sido desparecer sin apenas dejar rastro, salvo el que siga vivo en el recuerdo. En los últimos tiempos, sin embargo, obreros municipales se acuerdan de nosotros y acuden a rasurarnos las barbas que nos habían dejado las caras casi irreconocibles. Yo hasta me pongo contento cuando oigo cerca el ruido de una desbrozadora.

En realidad, tengo suerte, estoy cerca del pueblo. Y la mayoría de  los lugareños sigue recordando mi nombre.   Pero hay muchos que  no solo han perdido su fisonomía, porque la naturaleza salvaje los ha devorado, sino que  incluso han perdido su nombre. Y cuando algo no tiene nombre, pierde su existencia,  la física y la de la memoria. En unos casos porque conducían a términos que hoy  son adil pues las  tierras están de baco y ese camino ya no lleva a ninguna parte; en otros, porque su espacio ha sido ocupado por una carretera.


Paladín


Los caminos  hemos nacido para dar servicio.  Para  abrir  vías de comunicación  entre personas del mismo pueblo o de lugares diferentes. ¡Con cuánto esfuerzo físico y con cuánta generosidad tuvieron que ceder parte de sus fincas sus propietarios para que naciéramos nosotros, los caminos!  Y es que un camino siempre lleva a algún lugar. A esa linar donde se siembran los sementijos. A ese prado que hay que barrer y regar para que produzca hierba en primavera… A ese cueto de tierras centeneras.  A la escuela… A la ermita… Al cementerio… A ese otro pueblo, con el que se tienen buenas relaciones de vecindad, al que hay que ir a la feria a vender un animal, a comprar alimentos y ropa…  Al médico.  O quizá hayáis tenido que  caminar por un camino parecido al que os habla durante varios kilómetros o a lomos de un animal para llegar a ese pueblo más importante  donde  teníais que  coger el coche de línea que os  llevara a la ciudad.

Pero hay variedad de caminos,   lo mismo que  de  personas: unos somos llanos, otros, pindios; unos  tenemos el  piso en buen estado; otros, quedamos arroyados y llenos de carcavones después de las tormentas; algunos somos rectos, otros, sinuosos.  Unos surcamos los  valles y otros subimos  a  lombas y chanas.  Unos dejamos ver el panorama que nos circunda y otros  están  escondidos entre la vegetación, casi adivinados. Hasta los hay escoltados por muros de piedra, unos muros realizados con piedra seca (sin argamasa) que son unas obras admirables  y que marcan la geografía física de esta tierra.  Pero todos somos (o éramos) transitados, pues hemos nacido para eso.

Paladín


Los caminos hemos sido durante generaciones lugares de movimiento, de vida, de relación… Y símbolos del trabajo. Hemos visto a las vacas pasar –y pacer- cuando se dirigían a un prado, a un coto, a una  veiga. Parece que oigo aún la voz chillona  de un guaje  que  maldecía  a alguna vaca, armado con un palo mayor que él: ¡Galana, no seas lambriona…! O a un hombre o a una mujer que con una ijada en la mano les daba órdenes o las animaba: Vamos, Garbosatira, Pinta… Las he visto también bramar, reburdiar, moscar…  Y a veces, cuando  andaba alguna tora, se ponían a rebincar  y a correr y era difícil atoledarlas. También las he visto  pelearse con otras y escornarse.  En cualquier caso, siempre me ha prestado mucho  oír aquellos nombres tan guapos con que las llamaban: Triguera, Bardina, Silga, Torda… Estaba  claro para mí que eran parte de la familia que las cuidaba.

Los caminos hemos visto pasar  carros y carros… Un día pasaba  uno muy voluminoso que, entre sus pernillas y talanquera, llevaba una carrada de hierba e iba dejando un rastro a su paso, a pesar de haber sido bien peinado.  O un carro  de centeno. O de bálago, después de haber majado. Otro día era  un carro cargado de tueros   o leña de roble, palera, chopo...  O de  urces… Para atizar en el largo invierno omañés.  Y a veces hasta tenía que adivinar qué llevaba ese carro escondido dentro de sus cebatos o cañizos, porque  desde el lugar en que estoy recostado no podía ver qué contenía. ¿Manzanas, nueces? Ah, no, eran patatas.  ¡Cómo no me había dado cuenta! Había sido    la fiesta de la Pilarica y era la   época de  recogida de las patatas.   Entonces pasaban  muchos carros… Y es que estas tierras omañesas siempre han producido  buenas patatas. Especialmente famosas han sido siempre las del Valle Gordo. También he visto algunos accidentes de carros que se baltaban por llevar mal distribuido  el peso, por llevar demasiada carrada o   por el  mal estado en que yo me encontraba.  Pero la verdad es que de esos percances no me siento responsable. 

También he visto pasar  burros y caballos. Unas veces caminaban transportando  en los cuévanos trébol, alfalfa o cualquier otro producto para alimentar a los animales en casa. En otras ocasiones  llevaban en los serones o alforjas alimentos u otros útiles caseros. En la actualidad echo de menos aquel rechinar de las ruedas del carro y las órdenes que recibían las vacas que lo arrastraban. Ya hace años que no pasan carros, ahora veo y oigo el ruido de los tractores y siento el peso de sus grandes ruedas. La hierba se lleva empacada  y no deja rastro. Y apenas se siembran cultivos de huerta. Desde mi posición solo veo prados  y arboleda.

Paladín


Pero, sobre todo, he visto pasar a gente andando… Casi siempre llevaban algo al hombro, que variaba al compás de las estaciones… Un día los veía con una zada y un caldero. Iban a plantar berzas, tomates,  cebollín… Y había que echarles un poco de agua.  O  llevaban un azadín, porque  habían nacido las patatas o la remolacha  y tenían que escabarlos para quitar las malas hierbas. Tal vez la zada sirviera  también  para cavar unos tapines y atorcar el agua para regar.  Otro día día los veía con un gadaño, los cachapos colgados de la pretina y un rastro.  Había pasado san Juan y  la siega de la hierba estaba a punto de empezar.  En julio las gentes del lugar seguían los caminos que iban a las tierras altas con la hoz en la mano. Ya estaba llegando la fiesta de  santa Marina y había que segar el pan. El otoño era la época de las cestas y de  macheta

También he visto pasar a grupos de personas alegres. Se trataba de  la mocedá. Tal vez iban a la fiesta de algún pueblo de los alredores… Corpus, San Juan, Santa Marina, Santiago, san Lorenzo… La Virgen de agosto, san Juan Degollao. Regresaban de madrugada. Es posible que tropezaran  en alguna piedra, porque no la veían o porque habían pimplado más de la cuenta… Aun así, su vuelta a casa  era siempre bulliciosa. Había que disfrutar de los  pocos momentos de fiesta. Pero no siempre oía voces alegres. A veces las  voces parecían ansiosas, eran más bien lamentos… Por lo visto habían  oído tocar a fuego en el pueblo de al lado y corrían  a ayudar con  calderos o con jamascos… O caminaban silenciosos porque había muerto ese buen vecino que siempre habían  conocido y lo querían acompañar en su entierro.  

Siempre tengo los ojos muy abiertos y despierto el oído.  No quiero perderme nada de lo que ocurre a mi alrededor. Y la verdad es que tengo mucho que percibir, porque mi entorno cambia mucho de una estación a otra y se repite año tras año. En primavera me orlan las flores más diversas. Las urces con sus galanas pintan el paisaje de  colores rosáceos y blancos. Las escobas y árgomas me visten de amarillo. Y en mis bordes unas tímidas violetas exhalan un olor inconfundible que se acrecienta bajo una pisada. También veo variedad de flores amarillas. Y de vez en cuando  un rapá me da un pequeño susto al explotar sobre la mano un estallete o santibáñez,  esa flor que por otros lugares llaman dedalera. La cantadera de los pájaros me hace disfrutar de una sinfonía  a lo largo de todo el día que me presta mucho. De vez en cuando oigo cantar al cuco y a alguien que pasa diciendo: Cucú, cuquiello, rabiello, rabo de escoba, cuántos años faltan pa la mi boda… Y a continuación oigo contar: Uno, dos, tres… Y así hasta que el cuco deja de cantar. 

También en esos meses  vuelven a llegarme con más frecuencia las conversaciones de la gente. En algunas ocasiones hasta oigo a personas que hablan solas… Sus pasos y reflexiones. Una forma de aprovechar bien el tiempo. ¡Cuántas conversaciones he escuchado a lo largo de mi vida! Sí, escuchado, porque más de una vez he puesto el oído atento para enterarme de lo que ocurre por aquí. Y os podría contar muchos secretos...

Algunas de las flores que me acompañan se mantienen a lo largo de todo el brano.  En ese tiempo veraniego me hacen compañía y me sirven de parasol las ramas de los árboles…  En los últimos tiempos oigo las pisadas de mucha gente… No son los labradores que van a su trabajo. Son personas que disfrutan de sus vacaciones  o domingueros que se dirigen a una zona de baño. Poco a poco voy percibiendo que ganan en número a los que trabajan y viven en el pueblo. Ya no pasan por aquí aquellos rapaces que iban con las vacas. Pero en verano sí oigo con frecuencia risas y voces infantiles. Son niños que viven en la ciudad, pero que están aprendiendo a disfrutar de los pueblos. ¡Ojalá les enseñen a respetar esta naturaleza que me rodea! Y sobre todo me encantaría que me llamaran por   mi nombre.


Trascastro de Luna

Me alegro de que me transiten, pero a veces también me enfado. Y lo hago cuando vehículos a motor me pasan por encima sin necesidad y de forma impune, con su ruido y  sus humos, a pesar de que hay indicaciones para que no lo hagan… En cambio, las bicis no nos molestan a los caminos.  Y es que los caminos queremos seguir siendo lo  mismo que hemos sido durante siglos.


La Utrera (verano y otoño)


Me encanta el lugar donde me encuentro. A un lado tengo el monte, al otro la ribera del río Omaña. Si me asomo un poco veo el río cercano, que casi me lame los pies. Oigo el rumor del paso del agua, a pesar de la merma del final del verano. A mi alrededor se mantiene el verdor y el canto de los pájaros me sigue acompañando. El otoño es para mí una estación muy guapa: me viste de oro. Las hojas caídas de los árboles alfombran las pisadas. Ahora oigo un nuevo sonido, el crujido de las hojas bajo los pies, aunque hay días en que las hojas están húmedas y  me pueden pasar desapercibidas unas pisadas.  El viento empieza a arreciar y también crea su propia melodía, a veces desacompasada, en las ramas de los árboles.


Camino de otoño (Paladín)


En invierno me quedo  silencioso y a veces duermo un largo sueño tapado con   un cobertor blanco que en forma de pelona o de nevada oculta mis contornos… Pero si alguien se atreve a hollarme, dejará en mí la huella ostensible de su pisada. Algunos días veo huellas que no reconozco fácilmente, pero sí sé que no son humanas, ni de vacas, ovejas…  ¿Quién me ha visitado? ¿Lobos, raposas, jabalíes, corzos, nutrias? Es igual, en realidad a mí no me molestan, pero sí me preocupa que se sirvan de mí para llegar al pueblo… También oigo un sonido poderoso, en ocasiones tan  impresionante que no me deja dormir. Es el río, que con su gran crecida, corre furioso. A veces me inunda y desaparezco parcialmente bajo un pequeño mar. Dejo de ser camino… Algún invierno incluso me ha dado un zarpazo  del que manos generosas han sabido curarme. Y si algún caminante me  visita, siempre agradezco los pasos perdidos de quien no se olvida de mí.


Paladín

Y aquí sigo, viendo pasar el tiempo… No sé cuándo nací, pero debo de ser ya  viejo… Y espero seguir envejeciendo, pero con salud. Ya sé que  alguna vez he sido maldecido por no ser carretera… Pero yo no soy responsable de las decisiones ajenas. Soy pariente de los senderos, de los cordeles de merinas y de las carreteras, pero cada uno de nosotros tiene una vida propia, aunque convivamos amistosamente. Y  yo solo tengo una aspiración: seguir siendo camino: camino pisado, camino sentido, camino vivido. Cuidadme, por favor.

 

Paladín

Texto y fotografías:   Margarita Álvarez Rodríguez

Texto relacionado: Canto a Omaña


sábado, 22 de mayo de 2021

Omaña: historia de un puente

 Sobre el origen y la propiedad del puente colgante situado sobre el río Omaña entre Paladín y La Utrera (provincia de León).


Puente colgante  actual en primavera. Foto MAR

Puente antiguo

La historia de este  puente colgante es curiosa y comienza a finales de los años 20 del siglo pasado. Paladín y La Utrera  son los dos pueblos más bajos de la comarca de Omaña, si situamos el límite en la Piñona de La Utrera; Paladín, en la margen izquierda, y La Utrera, en la derecha (aunque hay geógrafos que incluyen algunos  pueblos del municipio de Las Omañas en la cuenca del río Omaña). Están a poco más de un km. de distancia, pero hace un siglo estaban incomunicados por no existir entre ellos un puente, especialmente en las épocas en que el río  llevaba mucho caudal. Este hecho obligaba a tener que rodear un par de kilómetros y pasar por La Garandilla para ir de un pueblo  al otro.  

Para salvar este obstáculo una persona tuvo la idea genial de construir un puente colgante. En la época de la que hablamos había un cura que ejercía de párroco de Paladín y La Utrera.  El sacerdote se llamaba Jerónimo Martínez, (apodado Treinta Libras, por su poca envergadura física), y parece que tenía habilidades de carpintero lo que lo llevó a construir el puente colgante, probablemente con ayuda de otras personas. Ese puente, que no es el actual, pasó a ser de su propiedad.

Puente antiguo. Foto gentileza de Asun Carrera.

Fallecido este cura, un tal Jacinto Martínez, su testamentario, decide venderlo y lo compran a medias  los pueblos de Paladín y La Utrera (no imaginamos  lo que podrían haber hecho con el puente de no haber llegado a ese acuerdo). El tal Jacinto   vende en el mismo lote  el puente y el chopo al que se agarraban los cables que lo sujetaban  por la parte de La Utrera. La venta se produce el 31 de marzo de 1936. El precio de la venta fue la cantidad de 125  pesetas, que pagan los dos pueblos, el 50% cada uno, a razón de 62,50 pesetas. Firman el contrato de compraventa los presidentes de las  Juntas Vecinales de ambos pueblos. Por la de Paladín, Frutos Cuesta, y por la de La Utrera, Constantino Yebra. Según me contó Manuel Cuesta, hijo de Frutos, el tal Jerónimo Martínez que vendía el puente era un sobrino del cura  y su heredero. (Adjunto el documento del pago de la  compra que se conserva en el archivo de   Paladín).

Documento de compraventa. Archivo de la Junta Vecinal de Paladín

Durante muchas  décadas los dos pueblos se encargaban de conservarlo. Reparaban el puente, cuando era necesario, mediante hacenderas y tenían estipulado que cada pueblo arreglaba la mitad que le correspondía. Conocí muchas de esas hacenderas. A veces se rivalizaba para ver qué pueblo tenía mejor cuidado su tramo y se notaba el estado de conservación de uno y otro. Las tablas se rompían con frecuencia y en algunos  casos era peligroso pasar por él. Había una fecha en que el puente sufría un gran deterioro: era el día de Santa Marina (18 de julio), fiesta de La Utrera. La causa del deterioro era que algunos jóvenes que asistían a la fiesta aprovechaban para pasar la tarde y bañarse en el lugar. Y muchos de ellos se lanzaban al agua desde el puente en el que previamente daban saltos. Este hecho provocaba que cuando íbamos a esa   fiesta desde Paladín podíamos pasarlo por la tarde con más o menos dificultad, pero a la vuelta, por la noche, nunca sabíamos en qué estado se encontraría, por lo que había que examinarlo previamente con una linterna y, si no estaba muy deterirado, cruzarlo con mucha precaución. En más de una ocasión teníamos que pasar a bayo por el río, salvo algún intrépido como mi padre (Irineo), que era capaz de cruzarlo recolgándose de los cables, a pesar de haber tenido  una  mala experiencia cercana, pues  un hermano suyo (Elicio) había caído del puente por la  rotura de algunas tablas  y también alguna persona de La Utrera.  Asimismo se deterioraba en algunas ocasiones (aunque menos, por no ser todavía época de baño)  en la fiesta de San Pedro de Paladín, en este caso por el trato que le daban los "riberanos" para asistir a la mencionada festividad. O al menos ellos pagaban la culpa.

Una persona se tira desde el puente antiguo al pozo Lloncín.
 Princicipos años 80. Foto gentileza de P. L. Benítez.

Con el paso del tiempo se fueron poniendo forroñosos los cables que lo sujetaban y el chopo amenazaba también con caerse, pues estaba muy inclinado, por lo que  se decidió hacer una escalera de cemento por la parte de La Utrera, que se remataba  con una estructura más elevada a la que  se sujetaban los cables. Mi padre fue uno de los que construyeron esa estructura de hormigón. Podría ser por finales de los 60 o inicio de los 70. En ese momento se cambiaron los cables gruesos de acero que lo sujetaban, porque  estaban corroídos y  dañaban las manos al apoyarse en ellos,  por unos traídos de las minas de Valdesamario (las de J. Blanco). También se cambiaron muchas de las  cayadas que sujetaban las tablas. Los nuevos cables se sujetaron por unas argollas a la roca por el lado de Paladín y con otras a la estructura de hormigón citada por el lado de La Utrera, y se mantuvo el común acuerdo para el  mantenimiento compartido.

 Todo esto  quiere decir que el puente no se lo podía adjudicar ni un pueblo ni el otro. A pesar de ello, en las últimas décadas, algunas personas han asegurado   que el puente era propiedad de La Utrera. Evidentemente solo se puede asegurar esto,  y con una cierta osadía,  si  se desconoce el origen del puente y su historia.

Foto  tomada del Siglo de León. Sobre el puente  vecinos de La Utrera.  Gentileza de A. Rodríguez


De camino a la fiesta de La Utrera. Sobre el puente, chicas y niñas de Paladín
Estado del puente el 18 de julio de 1969. Foto: MAR

El pozo Lloncín a principios de los 80 y en 2019. 
Foto antigua gentileza de  P. L. Benítez. Foto actual:  MAR
    
    El puente colgante actual


    La situación se mantuvo así hasta que, en el año 2001, una gran
llena del río socavó los cimientos de la estructura que sujetaba los cables por el lado de La Utrera y esta se inclinó. A consecuencia de ello bajó la altura del puente y la fuerte riada lo arrastró y  lo destruyó. Quedaron colgando los cables como signo de escarnio, como dirían por la tierra. Creo que este hecho provocó gran desolación  en los dos pueblos, que se habían comunicado, en buena relación de hermandad,  por ese puente durante más de 70 años. En los dos años siguientes no existió  puente colgante en el lugar, hasta que se pudo construir uno nuevo con subvenciones públicas. El puente actual, de madera como el antiguo, pero construido con materiales más robustos y de una forma más segura, dejó de pertenecer a los pueblos, porque  el que inicialmente se había comprado desapareció para siempre, porque la inversión para su construcción  fue pública y porque la legislación actual no  permite que nadie se adjudique un puente sobre el río.

Todavía hubo una pequeña hacendera de colaboración entre los pueblos después de construido el puente nuevo, pero esta fue de algunas personas voluntarias de Paladín, La Utrera y Valdesamario. El objetivo era revestir de piedra la estructura de hierro donde se sujetaban los cables, que quedaba a la vista por el lado de Paladín, para que no desdijera con la roca que tenía detrás. De esta manera, como se puede ver en alguna foto,  esa estructua hoy no se aprecía y el puente está más integrado en el paisaje. Una hermosa iniciativa que debemos agradecerles.



Por el acesso desde Paladín. Foto: MAR



Puente por la cara norte. Foto: MAR

Al puente, llamado siempre el Puente Colgante o el Colgante,  se accede por un camino en buen estado por la parte de la Utrera, pero por el que no deben circular los vehículos de motor no destinados a labores agrícolas, para preservar  la naturaleza circundante. Por ello, los vehículos deberían  aparcarse en el pueblo y realizar andando el corto trayecto hasta el puente . El camino conduce al pozo Lloncín,  lugar muy guapo  y adecuado para el baño y el esparcimiento. Para acceder por   Paladín, parte del trayecto se hace por un camino y los metros finales     por un sendero muy pintoresco que discurre más alto que el cauce del río y desde el que se contempla este. Este sendero tradicionalmente lo acondicionaba cada año por hacendera el pueblo de Paladín, pues  se arroyaba y se enturaba  por el agua que caía por los carcavones que desembocan en él  y por  la tierra y las piedras que  se esbarraban, lo que hacía  que  el sendero desapareciera en algún tramo. Actualmente los obreros municipales se encargan de su limpieza y reparación. Con subvenciones públicas hace unas décadas se le puso una hermosa  barandilla de madera que evita el peligro de precipitarse al río y al mismo tiempo sujeta el terreno para evitar desprendimientos.  Desde cualquiera de los dos pueblos se llega el puente andando en 10 o 15 minutos.


Acceso al puente por Paladín. Fotos MAR

Acceso al puente por La Utrera. Fotos: MAR

Por ser un lugar pintoresco, agradable  y accesible, con  un   hermoso pozo  (el Lloncín),  y  por estar a solo  38 kilómetros de León,  es uno de los  lugares  más visitados de Omaña, comarca que,  desde 2005, es Reserva Mundial de la Biosfera. Desde el lugar se pueden emprender otras excursiones andando  por la ribera del Omaña (desde Paladín, remontando el río, o, desde La Utrera, siguiendo su curso)  o del río Valdesamario (remontando el río desde La Garandilla). Y, por supuesto, de uno a otro pueblo, cruzando el puente colgante, que de eso se trata.


El puente al compás de las estaciones. Foto: MAR.



 Texto: Margarita  Álvarez Rodríguez
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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.