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martes, 29 de noviembre de 2022

¿Eran otros tiempos? La misoginia en la música


        

        El  tema de la mujer y el lenguaje del menosprecio hay  que enfocarlo desde varios    puntos de vista, pero, aunque con matices diferentes, casi todos confluyen en el hecho de que el lenguaje  peyorativo  en relación con la mujer  refleja una concepción machista de la realidad.  Vamos a reflexionar brevemente   sobre  el lenguaje machista e incluso violento  que refleja la música española de las últimas décadas del siglo XX.


        Hay una frase que ha entrado en la lengua coloquial para indicar que una persona puede hacer lo que quiera con aquello que es de su propiedad: La maté porque era mía.  Si ya en sentido figurado su uso resulta un  poco sorprendente, porque implica un afán posesivo y destructor, en su sentido real, y  aplicada a la mujer,  la expresión nos resulta estremecedora. Lo sorprendente es que esta frase o sus variantes que  justifican la posesión  y el dominio de la mujer por parte del hombre ha circulado por la música española de las últimas décadas del siglo XX sin que haya producido mayor rechazo por parte de las personas que escuchaban y cantaban  esas letras sin ninguna conciencia crítica.


            Vamos a recordar algunas canciones que son parte de la banda sinfónica de la vida de las personas que esperábamos expectantes en nuestra juventud la llegada de la democracia.  La mayoría de ellas responden al concepto que se tenía de los malos tratos (e incluso la muerte) que recibían las mujeres por parte de sus parejas hombres. Aquellos crímenes “se tapaban” para que no salieran del seno de la familia y  quedaban oscurecidos  o eran justificados y disculpados al envolverlos en el llamado crimen pasional y en la concepción de que las mujeres debían aguantar todos los sinsabores del matrimonio.


            Repasemos  brevemente algunas de aquellas canciones:

           Se ha tratado de buscar el origen de la expresión la maté porque era mía  en la letra de un tango.  No parece que la expresión sea título de un tango  concreto ni que forme parte de forma textual de la letra de ninguno de ellos. Tal vez proceda del título de la película Tango que se tradujo al español con el título La maté porque era mía  y ese hecho haya producido un cierto confusionismo, porque, desde luego,  es  verosímil  que pudiera estar en alguna de esas canciones, ya que   la idea de matar “por amor” y por celos  aparece con frecuencia en ese género musical.


            Una  copla  popular andaluza  sí ponía estas palabras en boca de un hombre: La maté porque era mía / y si volviera a nacer / otra vez la mataría.


        Las actitudes machistas  en la música llegaban a los años de la Transición con canciones aparentemente inocentes, pensadas para niños y cantadas en  programas infantiles. Estas canciones   transmitían en sus letras una visión totalmente machista de la mujer y contribuían a afianzarla socialmente.   No podemos dejar de citar aquí la archiconocida canción  Los días de la semana  que popularizaron los Payasos de la Tele, allá  por  los albores de la democracia. Así cantaban nuestros hijos y nosotros con ellos:  Lunes antes de almorzar  / una niña fue a jugar, / pero no pudo jugar,  / porque tenía que planchar. Así planchaba, así, así…  Y el resto de los días de la semana tenía que coser, barrer… En fin, era niña y podía y tenía  que trabajar, pero no tenía tiempo para jugar.


        Una década antes (1964), el  Dúo Dinámico cantaba aquello de  Quince años tiene mi amor: Si le doy mi mano, ella la acariciará. / Si le doy un beso,  ya sabrá lo que es soñar… Esta canción ha sido repetida hasta la saciedad  en décadas posteriores en fiestas y karaokes. La canción  está en boca de un hombre adulto que presume de tener un amor de 15 años, o sea, una chica menor de edad (en aquella época, además,  la mayoría de edad estaba en 21 años). Hoy, si reflexionamos sobre ello, no puede menos que no sorprendernos la letra.


        Pero quizá nos sorprendan más dos canciones emblemáticas de la canción protesta, que eran en su época signo de progresía  y  libertad. Estamos hablando del  Preso número 9 y de Libertad sin ira.  En cuanto al Preso número 9, fue compuesta por el mexicano Roberto  Cantoral y luego  cantada  por voces como   Joan Báez, Chavela Vargas, Nati Mistral,  María Dolores Pradera… Todas ellas  fueron cantantes muy reivindicativas, sobre todo, las dos primeras… Esta canción fue muy popular en los años 60 y 70 del siglo pasado y pasó por ser un icono de la  canción protesta,  hecho que hoy nos deja perplejos,  pues   difunde un mensaje totalmente machista y justifica el asesinato de  la mujer.   Una forma patente de hacer realidad  lo de la maté porque era mía. La letra decía cosas como esta: Al preso número 9 ya lo van a confesar, / está rezando en la celda con el cura del penal. /  Porque antes de amanecer, / la vida le han de quitar, / porque mató a su mujer / y a un amigo desleal. /  Dice así... al confesor... / Los maté, sí señor, / y si vuelvo a nacer, / yo los vuelvo a matar. Luego se asegura que el preso número  9  / era un hombre muy cabal, hasta que lo cegó la pasión. Una  vez ajusticiado,  irá a la eternidad a buscarlos  y  allí el Dios supremo nos juzgará El llamado crimen pasional parece que justifica moralmente el asesinato.  ¿Qué veíamos en esta canción en aquellos años? Probablemente la injusticia  de la condena a muerte, pero no veíamos la justificación de la violencia machista en forma de asesinato. Ahora, al reflexionar sobre esa letra, nos sorprendemos por no haber entendido todo el contenido de la canción.


        También, desde una óptica actual,  nos sorprenden algunos  versos de  Libertad sin ira, del grupo Jarcha,  la canción más simbólica del paso de la dictadura a la democracia (1976). Gente que solo desea / Su pan, su hembra y la fiesta en paz. Está claro que esa “gente” que reivindica libertad tiene sexo masculino, busca sustento y a su “hembra”. Esta palabra animaliza en parte a la mujer, no es equivalente por simetría a hombre, aquí ni siquiera a varón, sino más bien al “macho”, que tiene un peso social más importante y que, en el ámbito doméstico, necesita los servicios sexuales de la mujer y su papel reproductivo. Pero entonces ansiábamos la libertad y no percibíamos esos matices.


        La canción Tómame o déjame (1974) que cantaba Mocedades decía: Tú me miras porque callo y miro al cielo / porque no me ves llorar… Ahí estaba la mujer silenciosa y resignada ante las infidelidades matrimoniales.


        En 1982, Siniestro Total cantaba la canción Hoy voy a asesinarte. La canción repetía este estribillo: Hoy voy a asesinarte, nena, /  te quiero, pero no aguanto más, /  hoy voy a asesinarte, nena, / no me volverás a engañar.


        Los Ronaldos, en 1981, cantaban la canción Sí, sí, sí. A ella pertenecen estos versos:  Tendría que besarte, desnudarte, pegarte y luego violarte. Esta canción  fue censurada a partir de 2005.


        Y  Loquillo, en 1987, nos sorprendía con la canción  La mataré, cuyo final dice: Que no la encuentré jamás / o sé que la mataré. / Por favor / solo quiero matarla / a punta de navaja / besándola una vez. La violencia parece mezclarse con la pasión amorosa.  Esta canción elevó al estrellato a Loquillo y parece que en su origen pretendía ser una denuncia de los malos  tratos, pero años después se vio en ella una apología de la violencia de género. Y es una canción proscrita para interpretarla en público.


        En 1989, el grupo Un pingüino en mi  ascensor cantaba  la canción Atrapados en el ascensor en que se hablaba de una violación: Deja de llamar  a la portera / contigo no hay manera /  yo que puse toda mi ilusión / en esta violación…


        De Corazón de tiza (1990), de Radio Futura, es lo que sigue: Why si te vuelvo a ver pintar / un corazón de tiza en la pared  / te voy a dar una paliza por haber escrito mi nombre dentro.


        Platero y tú, en  1991,  cantaba una canción titulada La maté porque era mía: Ella era una prostituta, / ya no usará la cama, / ahora duerme en una tumba. (…). La maté, porque la amaba, la maté porque era mía.  Y el que perpetra el asesinato asegura después: Yo era un chico muy decente… y protesta porque la prensa le saca fotografías.


        El cantante Luis Miguel popularizó la canción titulada  La media vuelta, en  1994: Te vas, porque yo quiero que te vayas / a la hora que yo quiero te detengo… porque quieras o no yo soy tu dueño… Es posible que hayamos cantado la canción muchas veces y ese yo soy tu dueño nos haya pasado también desapercibido, pero asegurar que un hombre es dueño de una mujer, aunque se hiciera desde un punto de vista metafórico, desde la concepción actual del  machismo, no tiene justificación. 


        Esto es solo una pequeña aproximación a algunas canciones significativas de las  últimas tres décadas del siglo XX, en lo relativo al reflejo del machismo. Pero podríamos dar un repaso también a algunas letras de Joaquín Sabina... Y se podrían añadir unas cuantas más de otros autores. Desde el pop al reguetón, pasando por la copla,  ningún género musical se libró en esos años de los tintes machistas.


        El cambio sustancial en cuanto a la toma de conciencia social de la violencia machista se produjo  con el caso Ana Orantes, en  1997, una mujer que fue quemada viva con gasolina por su exmarido pocos días después de contar públicamente en un programa de televisión las torturas que llevaba sufriendo desde hacía mucho tiempo. Este aldabonazo  fue un antes y un después para que surgiera la conciencia de que había que luchar contra los malos tratos hacia la mujer.


        Es evidente que cada hecho hay que juzgarlo en su contexto, pero  aquello que entonces no nos parecía mal  ni social ni moralmente, hoy, desde la reflexión,  nos parece algo rechazable en las letras de las canciones y condenable en lo que representaban. Por tanto, es indudable   que  hemos avanzado mucho en este tema del siglo XX al XXI, pero el camino es largo y   queda mucho por recorrer.  Y en cualquier momento nos pueden sorprender con una actitud o expresión  machista hasta en los templos  de la palabra (parlamento) y de la sabiduría (universidad).


        Pero no pensemos en 2022 que se ha desterrado el machismo en las letras de las canciones, como no lo ha hecho  en otros muchos campos.  Nos encontramos con  canciones muy actuales en que siguen perviviendo los roles de género e incluso que incitan a la violencia.  Y nadie duda de que la música contribuye a la educación de adolescentes y jóvenes, pues  la escuchan en la soledad de sus cascos o la bailan en grupo. Aunque dejo el tema de la música actual para personas que tengan un mayor conocimiento, a modo de ejemplo, hay letras de canciones recientes, como la de Pam, que no nos pueden dejar indiferentes, máxime cuando  se está dando un repunte de la violencia machista entre los jóvenes: Cuando la azoto suena pam, pam, pam, pam, pam / Y las pistolas suenan pam, pam, pam, pam, pam… Azotes y pistolas… No parecen buenas compañeras para luchar contra la violencia de género desde la música.


Este artículo es una  parte de la conferencia  "La mujer y el lenguaje del menosprecio", pronunciada por Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga. Algunos de los  apartados de la conferencia han sido tomados del libro "Palabras hilvanadas. El lenguaje del menosprecio", de la misma autora.

Conferencia en Madrid, el 25/11/2022

Conferencia en León, 2/11/2022


domingo, 1 de mayo de 2022

A lo grande (en abundancia y excelencia)


       



El siguiente artículo aparece publicado en el número 89, del mes de mayo de 2022, de la revista universitaria Nueva Etapa, fundada en 1898, del Real Colegio Universitario María Cristina (UCM).

¿Somos exagerados los españoles? Tal vez lo seamos, dada la gran cantidad  de expresiones que existen en nuestra lengua común  para referirnos a la abundancia, tanto en lo relativo a la cantidad como a la excelencia. Es evidente que contamos con palabras y expresiones para parar un tren, aunque sería difícil verlas juntas como un obstáculo en las vías. Quizá tengamos un carácter hiperbólico, y eso se lo hayamos trasladado al idioma. Y no solo en la lengua se refleja este hecho, sino también en otras manifestaciones culturales como los chistes.  

Una de las formas más simples de indicar una cualidad en un nivel  elevado es mediante el uso del grado superlativo aplicado al adjetivo y a algunos adverbios o con el uso de sufijos aumentativos.    Todas las lenguas tienen formas diversas de formar el superlativo para indicar la cualidad de grande. El español ha usado tradicionalmente el   sufijo -ísimo, en adjetivos y adverbios: grandísimo, tardísimo. También los adverbios de cantidad muy (superlativo absoluto) y más (precedido de artículo, en el superlativo relativo) antepuestos al adjetivo: muy grande o   el más grande de la clase.  Incluso podemos usar un adverbio  antepuesto a un adjetivo: tremendamente listo, increíblemente tonta. El tamaño  grande lo podemos marcar  con los sufijos aumentativos   -ón, -ote, en adjetivos y sustantivos: sosón, librote. También nos sirven para aumentar los  sufijos  ado/ada o –azo/aza: bolsada, sueldazo, que conviven con otros más largos y modernos: casoplón.

Nuestra lengua también cuenta con una serie de prefijos que indican la idea de grande: re-, requete-, archi-, extra-: relimpio, requetebueno, archimillonario, extrafino. En los últimos años un prefijo (para añadir al adjetivo o al adverbio) ha ido sustituyendo de forma muy generalizada a los prefijos y sufijos citados.  Comenzó siendo algo propio del lenguaje juvenil y ha conseguido ir extendiéndose al resto de los hablantes. Se trata del prefijo super-. Así, la variedad de formas con las que se podía expresar la cualidad superlativa  se elimina, pues todo lo grande va precedido de un  super: superlimpio, superbueno, supermillonario, superfino Y ya comienza a ser  supertarde para cambiar esa moda lingüística. Otro sufijo actual para indicar la idea de grande,   muy activo en el lenguaje juvenil, es –aco, -aca: fiestaca.  Y la palabra mazo a modo de prefijo, aunque formalmente no lo sea: es mazo listo. Los jóvenes también usan con frecuencia el prefijo mega-. En algunas ocasiones unen unos cuantos prefijos para llevar la exageración al infinito: hipersupermegalisto. No cabe ya mayor exageración. A mazo se ha añadido, en el argot juvenil y como intensificador, puto, que puede acompañar a adjetivos, sustantivos o verbos: me da puto yuyu, me puto fastidia…

En español  existen adjetivos que expresan de forma precisa el concepto de grande. De lo grande y lo bueno podemos decir que es grandioso, colosal, formidable, imponente, morrocotudo, macanudo, pistonudo cojonudo, extraordinario… También óptimo, superior, máximo y supremo.

La época de la “modernidad líquida” ha puesto de moda  algunos adjetivos que sorprenden por el cambio semántico que están adquiriendo. Son palabras que tienen relación con la violencia. Ahora se habla tranquilamente de que alguien  tiene un optimismo bestial o un  encanto brutal.  Bien mirado no debería ser esa una persona con la que quisiéramos entablar amistad por su optimismo o por su encanto. Tampoco con esa que sabe una  burrada, pues parece que su sabiduría fuera asnal.




A mogollón (y con preposición)

Además de las formas de creación de superlativos y aumentativos, atesoramos en el idioma expresiones a rodo a porrillo   para ponderar    cualquier cosa a lo grande. Muchas de ellas   comienzan por la  preposición a. Lo vemos, por ejemplo, en lo referido al elemento esencial de la vida, el agua, que, cuando es generosa,   mana a borbotones, sale a chorros  y corre a raudales, con fuerza y rapidez. Para  la idea de confusión y  de abundancia usamos la expresión a barullo.  Del mundo del trabajo  hemos introducido  en el idioma   las  expresiones a destajo y también a punta pala. Del comercio nos han llegado al por mayor y  a granel. Relacionada con lo militar existe la expresión ir  (o entrar) a degüello, que habla de hacer gran daño en lo físico (degollar) o en lo moral. De ese ámbito procede también  a mansalva (a mano salva, sin daño), que hoy se usa más con el significado de  abundancia. Además, usamos dos expresiones curiosas por su  sonoridad. Una es la francesa a gogó, que indica la falta de límite, y otra,  a tutiplén.  Esta expresión puede derivar de las palabras latinas totus  plenus o, tal vez, y siguiendo a Corominas, de la deformación de la expresión catalana tot  ple.

En el lenguaje de lo extraordinario también  proliferan las expresiones que comienzan por la preposición de. Podemos elegir el mundo de la fantasía  para decir de algo que  es de cine, de película, de ensueño, de fábula. O el  mundo de la elegancia para calificar  algo como  de lujo o de postín.  En este ambiente  hay personas que presumen   de lo lindo. Si hablamos de la excelencia de una persona en lo físico y psicológico, decimos que es alguien de bandera, de pro o de lo más.  Y lo que debería producirnos inquietud, como el miedo o la muerte, precedidos de la preposición de, se convierten, curiosamente, en algo apetecible: estar de miedo, estar de muerte. Incluso, para exagerar en grado notable, tampoco nos olvidamos del demonio: hace un frío del demonio, tiene una cantidad de dinero del demonio…  Los bigotes y las narices también sirven para indicar el tamaño generoso de algo que es de bigotes o de narices. Además, determinadas medidas de peso nos pueden  resultar útiles para ponderar cosas o hechos que son de a kilo o de los que entran pocos en un quintal.

Algunos de los modismos que se inician  con la  preposición de pueden estar relacionados con el deporte y con el juego: de primera, de campeonato, de primer orden, de órdago, de los que hacen época… Sin olvidarnos del partido o la boda  del siglo. Y quien triunfa por ser magnífico en algo es un as. Y seguimos ponderando con expresiones como de la leche, del copón,  de aquí te espero, de aúpa, de caballo, de coña… Sin olvidar el debuten o dabuten que  en el lenguaje juvenil adoptan la forma dabuti. No aparece en los diccionarios usuales, pero sí aparece en el Diccionario de la Lengua Española (RAE) buten, que procede del caló “buten” y que significa  excelente, de gran calidad. 

A diestro y siniestro

Si miramos a nuestro alrededor vemos que los utensilios domésticos también tienen  su hueco en las expresiones hiperbólicas.  Así contamos con un porrón de, porrón que sirve  para casi todo menos para beber, porque la “bebida” contenida en él sería, a veces, poco digerible: un porrón de gente, un porrón de dinero… También la ropa de casa está presente en el lenguaje de lo grande, pues podemos decir de alguien que tiene dinero a manta, un cuyo caso parece que esa manta monetaria lo protege, pero puede no salir  tan bien parado  si llueve a manta, pues en esa situación la manta de lluvia, en lugar de proteger, puede aumentar la mojadura a más no poder.

Las partes del cuerpo, asimismo, sirven para describir lo grande. Si tenemos algo a puñados, lo tenemos en abundancia y, si los puñados  nos quedan escasos, preparamos también el pie y   los sustituimos por  a patadas. La generosidad también se mide a manos llenas. Incluso las partes pudendas, ¡cómo no!, aparecen en el vocabulario de la abundancia. Ahí están los cojones preparados para casi  todo lo  grande o lo grandioso: hace un frío de (tres pares de) cojones, es listo de cojones… El pene, para hablar de lo muy bueno, que resulta ser la polla o la polla con cebolla. Además, hay cosas que nos han costado un ojo de la cara, un riñón o un cojón;  ansias que llevan a comer hasta reventar o corazones generosos tan grandes que no caben en el pecho.  Tampoco puede estar ausente esa expresión escatológica, no muy agradable, pero que sirve para exaltar lo más diverso: que te cagas... Hace un calor que te cagas. Y no sabemos  si es porque nos produce envidia la abundancia ajena, calificamos lo grande con la expresión a rabiar, expresión que sirve también para calificar la  impaciencia o el enojo en grado sumo.  

Si se trata de comer nos podemos comer un bocadillo que no se lo salta un gitano. Esta expresión curiosa, referida a la etnia gitana y que hoy puede parecer racista, quizá esté  relacionada  en su origen con el intento de los terratenientes andaluces de construir muros altos en sus fincas para que no pudieran saltarlos los gitanos que tenían intención de robar. Y, si se trata de beber algo, lo mejor, la leche: es la leche, la releche, la hostia. Aunque de los que están demasiado presentes decimos que están  hasta en la sopa.  Grande es también la pusilanimidad de los que se ahogan en un vaso de agua.

Para hiperbolizar nos gustan también las comparaciones. Podemos empezar por decir que algo es tan grande como una casa, pero, si la casa no es suficientemente vistosa, optamos por decir   que es como una catedral. Si se trata de una gran mentira es una mentira como un piano. Y eso se lo podemos aplicar incluso a una mentira. Si se trata de adornos excesivos, vamos como burro en cabalgata. Y si algo prolifera mucho nos acordamos de la micología, pues crece  como hongos o setas. Claro que mejor que crezcan setas que no que montemos un circo y nos  crezcan  los enanos. Esta expresión sigue muy viva en español, a pesar de que podría considerarse políticamente incorrecta, si bien no sabemos si habla de  demasiada abundancia de enanos artistas o de que, al aumentar  de  talla,  no podrían seguir actuando en un espectáculo creado para ellos.  En cualquier  caso,  la expresión nos habla de abundancia de penalidades. Exceso refleja también la expresión como un descosido. Si es aplicada a un  trabajador que trabaja en  exceso, se entiende que lleve la ropa  de esa guisa, pero si le aplicamos el calificativo porque habla como un descosido, tal  vez  los descosidos sean los que dejen escapar las palabras sin control. Cuando  nos referimos a la gran velocidad podemos usar también comparaciones relacionadas con lo bélico: como una bala, como una flecha, como un tiro...

Existen otras expresiones comparativas de superioridad, de carácter hiperbólico, que usamos con profusión en español. Para la rapidez, somos  más rápidos que un rayo; para la lentitud, caminamos   más lentos que una tortuga; para la pesadez, somos más pesados que una vaca en brazos; para la rareza, más raros que un perro verde; para la torpeza, más cortos que las mangas de un chaleco. Y se podrían añadir una buena retahíla de expresiones similares.

Si hablamos de un lugar atestado de gente, decimos que está  repleto, pues no cabe ni un alfiler,  o sea, está   hasta los topes, porque ha acudido hasta el rey o porque ha asistido todo Dios. Pero, en caso de asistir, aunque los dioses del Olimpo sean muchos, aún sería   peor, si asistiera todo bicho viviente. Desde luego en esa cantidad indeterminada caben dioses, hombres, animales, plantas…Pero tal vez ese lugar esté mordor,  lo vean muy lejano y decidan no  acudir.  

Foto: Gentileza de M. Á. Oliver

Por todo lo alto

Sin duda, la palabra que más  se repite en frases hechas que sirven para hablar de grandes cantidades es todo. Y lo repetimos mucho como todo quisque. Todo el mundo lo sabe, decimos cuando queremos destacar que algo es muy conocido. Sin embargo, no somos conscientes de que todo el mundo sería toda la población del mundo, o sea, miles de millones de personas. ¡Demasiadas tal vez!  De igual manera podemos recriminar a alguien diciéndole que lleva todo el día o todo el tiempo haciendo lo mismo. Ese todo, además de gran exageración, es  una magnitud difícil de cuantificar. Es muy difícil estar un día entero haciendo lo mismo   y, ya imposible, utilizar todo el tiempo (del mundo), pues, ¿cómo se mide ese tiempo? Estaríamos hablando de la eternidad.

Y a todo trance y sin reparar en riesgos, exageramos la velocidad de quien escapa y lo hacemos usando expresiones como a todo correr  o a todo meter, a todo gas, a toda máquina, a toda mecha, a todo trapo… Y es que todo nos sirve  para celebrar fiestas por todo lo alto o para llevar una vida a todo pasto o a todo tren (tren de vida), tres expresiones que comparten el indefinido  todo y el significado, aunque parezca que carecen de relación lógica la altura, el pasto y el tren.  Prestamos la máxima atención siendo todo oídos y  nos mostramos optimistas con todo se andará. La palabra todo se puede anteponer a un adjetivo de cualidad para exagerar, con un valor superlativo, como en  estaba todo preocupado,  o anteponerse a un sustantivo abstracto para acentuar su cualidad: es todo maldad.

Si lo que queremos destacar es la sabiduría o las ganas de aprender de una persona, nos sirven expresiones como ser todo un sabio o ser todo un experto. Aunque, para ponderar  la sabiduría,  podemos usar también  ser el libro gordo de Petete  o ser un libro abierto. La última nos habla de una obviedad, pues un libro  cerrado no aporta ninguna información. Del que estudia mucho, decimos que es un empollón y del muy inteligente, que es un pitagorín. Pero también están los torpes que no saben ni jota  ni torta ni hacer la o con un canuto, porque son del género tonto o más tontos que  ni hechos de encargo, como le pasó a Abundio. Y para ponderar algo podemos llegar a decir que es lo mejor del mundo. Ese nivel ya no se puede superar.

Otras expresiones que sirven para hiperbolizar son las que se forman con artículo + sustantivo + la preposición de. Y para construir la expresión  usamos  los sustantivos más variopintos: la tira de, la pila deUn montón de… Y hasta el mar, pues en el mundo hay la mar de estúpidos o, lo que es igual, una infinidad, por eso llegan   al infinito y más allá, la conocida expresión de Buzz. Esperamos que   no superen nunca  al mogollón de gente sensata.

Otros modismos relacionados con la exageración se construyen con artículo + sustantivo + que: ¡la cara que tiene tu amigo! O con la variante artículo + preposición + sustantivo + que: ¡la de  dinero que tiene! Y también nos sirven  para  exagerar expresiones que comienzan directamente por la conjunción que: ¡que no veas!, ¡que tiembla el misterio (de la Sta. Trinidad!, que te cagas, que te mueres… Tal vez las tres últimas sean consecuencia lógica unas de otras. Incluso  podemos morirnos de miedo, de cansancio, de risa Hasta podemos empeñar nuestra palabra en tan gran medida que nos comprometemos  con   expresiones como ¡ni que me maten!, ¡que me muera aquí  mismo!

Otras palabras que nos gusta utilizar para exagerar son los numerales. Empezamos por el número siete para reconvenir a alguien con un  ¡te he dicho siete veces que te calles!, hasta llegar a  mil y o  un millón, sobre todo cuando se trata de repetir algo, pues decimos que lo hemos repetido miles  o un millón de veces. Sean las que fueren, seguramente son una burrada.

Cerramos el artículo, después de haber intentado con creces, y escribiendo lo que no estaba escrito, reflejar cantidad de fórmulas que sirven para exagerar en el idioma español, aunque es posible que se hayan quedado muchas en el tintero, porque, existen a cascoporro. Pero de algo estamos seguros, de que  el  afán de exagerar de los españoles  es de padre y muy señor mío. Nos gusta lo grande, porque el burro grande,  ande o no ande. 



Portada de la publicación

Reproducción de una página de la revista



Autora: Margarita Álvarez Rodríguez 





 


viernes, 7 de enero de 2022

"Palabras hilvanadas. El lenguaje del menosprecio", por Ana González Sánchez

 

La autora de  esta reseña y  recomendación lectora sobre el libro Palabras hilvanadas. El lenguaje del menosprecio, que se incluye a continuación, es Ana González Sánchez, filóloga  y profesora de Lengua y Literatura.

Para ella, mi gratitud.


LECTURA RECOMENDADA PARA EL 2022:


Palabras hilvanadas. El lenguaje del menosprecio, editorial Lobo Sapiens, León, 2021. 476 páginas.


Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y autora del libro, me ha hecho partícipe de esta importante obra de divulgación perteneciente al ámbito de la sociolingüística y que entra de lleno en el terreno de la comunicación, donde emisor y receptor son claves para la interpretación de todas las palabras y expresiones que aparecen en el libro.

¿Por qué yo recomendaría la lectura de Palabras hilvanadas. El lenguaje del menosprecio?

Es una obra que refleja la forma de ser y de vivir de los españoles a través del lenguaje  y que abarca muchas ramas del saber: la religión, el sexo, la música, la geometría, la literatura, el comportamiento…, incluyendo palabras en uso y en desuso.

El término palabra es un hiperónimo y, como tal, hay “palabras preñadas”, palabras que “alumbran sorpresas”, palabras traviesas y que no quieren salir y que las tienes “en la punta de la lengua”, “palabras cruzadas”, como las de los crucigramas, charlatanes que cogen la palabra y no la sueltan… Y algunas hasta  pueden llegar a ser “palabra de Dios”.

¿En qué se fija uno cuando decide leer un libro?

Te puedes sentir atraído por una portada sugerente o por  las críticas que autores reconocidos y expertos en materia lingüística y sociolingüística han realizado sobre esta obra,  como la del académico de la RAE D. José María Merino o  la del antropólogo D. Carlos Junquera (autor del prólogo) y, cómo no, por  la  intención que la propia autora manifiesta en las Palabras previas de  su libro.

LA PORTADA

Hay que entender el sentido simbólico desde la portada, donde una simple aguja enhebrada es símbolo y metáfora de la conexión entre las letras y las palabras, que, por sí solas, pueden transmitir múltiples significados.

EL SUBTÍTULO y EL INTERIOR

¿Por qué lenguaje del menosprecio?

La autora, a lo largo de los más de 50  apartados, nos presenta expresiones que hablan del menosprecio, llamadas también disfemismos, y que también tienen ese carácter simbólico o connotativo dependiendo del origen etimológico, como, por ejemplo,  “histeria”, del griego “hystera”, que significa útero y que desde Hipócrates iba ligado a la insatisfacción sexual; de la localización geográfica,  como “filibustero”, pirata que en el s. XVII actuaba en el mar de las Antillas; de origen étnico, como “gitano”, asociado con el ladrón  (léase “La gitanilla”, de Cervantes, en que  la autora ya recoge connotaciones negativas).

Por ejemplo, en el capítulo 7, podemos leer algunas como “hacer el indio”, “trabajar como un chino”, “ser un panchito”, cuyo carácter peyorativo depende muchas veces de la intencionalidad del hablante, del tono en que se digan y de cómo lo perciban los interlocutores, que para mí es la clave para hablar o no de menosprecio.

En el capítulo 5, titulado “Del carácter y el comportamiento”, la estupidez se asocia con “el pedorro, el sosaina, el zopenco…”. Margarita Álvarez  aporta más de 250 sinónimos de tonto y unas cuantas expresiones más con el mismo significado.

Algo muy curioso en Palabras hilvanadas, en el capítulo relacionado con expresiones sobre la propia lengua, es cómo juega con el sentido de las letras, la simbología de las mayúsculas, aplicada por ejemplo a las tallas de la ropa. Una “x o X” puede significar desde una incógnita, una talla de ropa grande si la unes a la “L”, la “XL”, o el mes ”X”, utilizado en las fechas para el mes de octubre. O lo referido al alfabeto, los signos de puntuación y su combinación para formar emoticonos, la virgulilla de la eñe, a la que dedica unos curiosos octosílabos que aluden al temor de que se perdiera para nuestro idioma a causa de la universalización de los teclados de los ordenadores.

“Celebras ser española, / y tañer las castañuelas… / Te necesitamos eÑe… / eñe de niña y pestaña... / Mientras lo español exista, / tu vida será halagüeña... / eres su santo y su seña".

 ¿Cómo abordar la lectura del Libro?

Quizás de una forma aleatoria, porque leas de principio a fin, empieces por el medio o por el final…, nunca perderás el hilván.

Las palabras por sí solas tienen un significado positivo, denotativo: "sota, cardo" y adquieren significado peyorativo cuando se alude, por ejemplo, al carácter de las personas “ser una sota, un cardo”, o  a metáforas zoomorfas en el capítulo 15: “ser un bicho raro”, “a cara de perro”,  “saltar la liebre”…

En  Palabras finales, la autora reflexiona sobre la convivencia de las palabras y dice: "… se mezclan en ese baúl palabras diversas que intentan convivir amistosamente, aunque.… no siempre sea fácil. Se producen roces… entre la humildad y la soberbia… la paz y la guerra… el amor y el odio… Y tantos y tantos antónimos…" y destaca como palabra especial, que contrasta con la falta de entendimiento de las anteriores, la palabra “concordia”, que significa “con corazón” y que refleja el deseo de armonía entre todos a través de la buena comunicación, del diálogo y de las buenas palabras… Porque los seres humanos, como la autora dice: "Somos a través de las palabras".

¿Qué más razones hay para leer Palabras hilvanadas. El lenguaje del menosprecio?

Un motivo esencial para leer este libro es que, a medida que vas avanzando en la lectura de los capítulos, te encuentras con una cantidad de citas literarias impresionante que te invitan a leer todos los libros de los que proceden, porque no se trata solo de identificar el lenguaje del menosprecio en Palabras hilvanadas, sino de reconocer a una Madame Bovary, a una Ana Karenina, a un Huckleberry, etc.

Palabras hilvanadas. El lenguaje del menosprecio es una grandísima fuente de información y de erudición, una obra ingente que no solo nos enseña cosas y nos refresca la memoria, sino que además nos hace pensar y nos divierte al  recrear miles de expresiones  del lenguaje coloquial, porque, como decía Larra: "Hay en el lenguaje vulgar frases afortunadas que nacen en buena hora y se derraman por toda una nación…".

Termino con “un silencio elocuente”, silencio que es un acto de apoyo a Margarita, a la vez que de agradecimiento, por haber compartido con todos nosotros el trabajo de muchos años y que, en parte, había publicado periódicamente a través de su blog De la palabra al pensamiento (www.larecolusademar.com).


 Ana González Sánchez


Contraportada



Margarita Álvarez Rodríguez, autora del libro.


Otras reseñas de la obra:

Reseña de Manuel Cuenya en el diario La Nueva Crónica

Reseña de Alicia López Martínez

Reseña de Antonia Álvarez Álvarez

Reseña de María José Prieto Vázquez

 

    

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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.