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viernes, 22 de septiembre de 2023

Llega don Otoño

 



Desde Paladín mirando a Andarraso y al valle de Samario


            Llega don Otoño

            con luz sosegada

            y acoge la vida

            entre su nostalgia.

            Los días se acortan,

            se serena el alma,

            natura nos  trae

            oro en las  miradas.

            Las hojas aladas

            en las ramas danzan

            y buscan amores

            envueltos en magia.

            Otoño  las viste

            de oro y escarlata,

            y sustenta su vuelo

            en sedosa capa.

            Las mira con mimo,

            las besa con calma

            y con el rocío

            les unge las caras.

            Las hojas se sienten

            por Otoño amadas

            y se van con él

            a buscar su patria.

            Emprenden  camino

            por sendas soñadas

            hasta su destino...

            ¡su querida Omaña!


©Margarita Álvarez Rodríguez

23 de septiembre de 2023

Río Omaña a su paso por Paladín

La Peñona de La Utrera


Carretera entre La Garandilla y La Utrera


Las fotos son de final de octubre de 2022



martes, 4 de julio de 2023

VOLVER

 



Volver al pueblo un año más

Una grieta más, una baldosa levantada, una pintura desconchada, una puerta que no abre o cierra bien, porque ha crecido con la humedad, unas hierbas que se han apoderado de un espacio que no era el suyo…  Es la vuelta al pueblo en periodo estival. Abrimos ventanas y entra una bocanada de aire con un aroma inconfundible. Por ellas sale humedad y entra naturaleza.

Llevamos preparando el  regreso un tiempo. Un regreso para  unos pocos días o semanas, porque las obligaciones familiares o el trabajo no permiten más, excepto para los que disfrutan  ya de la edad del júbilo que pueden “estirar” el tiempo.  

Mientras preparamos el viaje pensamos en todo lo que hay que llevar al pueblo, además de la ropa y otros útiles personales. Tal vez esa colcha o cortina  que hemos retirado de nuestra residencia habitual, porque hemos cambiado la decoración; esa silla que no sabemos dónde poner, un pequeño electrodoméstico que hemos  comprado para renovar o para incorporar por primera vez a  la casa del pueblo, un  jarrón para decorar un rincón… Tal vez nos hemos dado un paseo por unos grandes almacenes de bricolaje para comprar material  para esa chapucina u “obra de arte” que queremos hacer este verano. 

Es posible que haya que llevar algo de comida para el primer día, porque en el pueblo  no hay dónde comprar. Y ropa que no nos sirve por estar ya  muy usada, por tener unos kilos de más, porque  hemos renovado el fondo de armario o lo tenemos atestado... Todo eso que nos da pena tirar y ante lo que exclamamos: ¡Esto “pal” pueblo!  Y, sí, va a parar al pueblo. Y así los armarios del pueblo se van llenando de ropa que terminamos por no usar, pero que tampoco tiramos.

Hasta que un día, viendo que están también atestados los armarios del pueblo, decidimos liberar un poco de espacio,  pero he aquí  que  se nos ocurre la “feliz” idea de trasladar el contenido   de lugar y no tirarlo. Y así,   esos enseres  no van a parar a la basura, pues recordamos que  hay sitio en el pajar, en la cuadra, en la cocina vieja, en el cuarto bajo…  Allí tenemos un arca grande  o un ropero arrinconado fuera de su lugar y  podemos guardar lo retirado. Tal vez nos sirva  algún día para trapos o   quién sabe para qué, pensamos. De esa manera sentimos que seguirán estando con nosotros, aunque, en realidad, nosotros ya no estemos con ellos, pues  entran en el reino del olvido. En esos lugares hacen compañía a esa cama antigua que hemos arrinconado, a un escañil, a un caldero de zinc, a unas zapatillas viejas y  a  los variados utensilios de una antigua casa de labranza.

Cuando llegamos al pueblo para pasar una temporada, nos recibe nuestra  casa y todas las cosas que contiene (y las que vamos  añadiendo), que sentimos nuestras.   Tal vez nos espere también  ese rosal tan agradecido que pone color en nuestra mirada y aroma en el olfato. Un rosal que quizá ya contemplaron nuestros padres, un rosal del país, de color rosa, que exhala un penetrante  aroma.

Y nos espera el pueblo –el de cada cual con sus gentes, sus casas, sus animales… Allí está también ese sabugo tan oloroso, el tomillo a la vera de los caminos... Flores en las calles y en  las ventanas de algunas casas... 

Pero el pueblo también cambia de  un año a otro.  Tal vez se ha reformado alguna casa y otras han perdido alguna piedra, alguna teja o losa, como antes se perdieron los tejados de techo de paja. Nuestros pueblos se parecen en algo a las ciudades:  tienen carretera, están asfaltados,  tienen  alumbrado público, cubos de basura, bancos... Pero siguen manteniendo   un silencio apenas roto por los sonidos de la naturaleza.

Un banco nuevo (Paladín), con placa contra la violencia de género

Sin duda, son pueblos que  han progresado,  pero cada vez  son pueblos menos vividos, porque  han perdido a su gente.  Unas  personas  han emigrado a otros lugares, buscando una forma de ganarse la vida; otras, ancianas, tienen que irse fuera para vivir con  sus hijos o en una residencia, porque en estos pequeños núcleos de población  de la montaña leonesa, carentes de servicios, no pueden vivir solas, y, además, unos cuantas, cada año, han ido a la inmortal morada. Faltan niños, faltan jóvenes y también  personas de mediana edad.  Y vemos cómo  los que siguen viviendo en los  pueblos van envejeciendo año a año, lo mismo que nosotros, aunque necesitamos ver a los demás para percatarnos  de nuestro propio cambio.

La vegetación que rodea a nuestros pueblos  es cada vez  más frondosa.  Se han abandonado la mayoría de las tierras de labor, esas tierras o linares que permitieron la subsistencia  de nuestros antepasados durante siglos, y,  en su lugar, crece la hierba (tal vez solo las malas hierbas) o proliferan plantaciones de chopos. En otra época, muchas veces, al asomar al que es mi valle, me venía a la mente el título de la película ¡Qué verde era mi valle!, pues ahora,  se hace realidad con más razón, porque el verdor lo inunda todo. 

De forma ya poco frecuente, podemos encontrar  una huerta con sus sementijos: fréjoles, berzas, patatas…  Una huerta de las de toda la vida.  Pero, si observamos bien, también las huertas presentan cambios: unos tomates bajo plásticos,  unos fréjoles que ya no suben por los típicos palos, sino por redes o barras metálicas, el riego por goteo...  Y los productos de la huerta   ya no son la alimentación tradicional del mundo rural, junto con la matanza, como lo fueron en el pasado.

Si damos una vuelta por los caminos, si es que siguen siendo practicables, vemos que aquella chopera que llevaba muchos años plantada ha desaparecido. En su lugar quedan los restos de la tala y un buen montón de roldos.  Y sentimos cierta pena, porque es como un zarpazo en la piel y el verdor del paisaje. Otros árboles han sucumbido a algún vendaval, mientras su muerte era contemplada con resignación  por sus hermanos, que siguen en pie enhiestos y elegantes.  También han sucumbido ante pestes diversas y falta de cuidados  manzanales, perales, cerzales y muchas nogales que presentan  algunas ramas secas o se han secado totalmente. Los árboles que mueren son parcialmente  compensados con nuevas plantas de chopo que se ven recién plantadas  en algunos prados. 

Chopos abatidos por el viento...

Las tierras centeneras  de los montes han desaparecido bajo las urces, escobas, rebollas y otros arbustos   también muchos de los caminos por los que se accedía a ellas. En los prados  han desaparecido los gadaños y los carros que acareaban la hierba. En su lugar, contemplamos máquinas que la  siegan y la empacan. Pero aún no  viene  a la mente a muchos omañeses aquella tarea tan  penosa dey la recogida de la hierba.

Otras aspectos han cambiado poco. Si miramos al cielo sigue luciendo el mismo sol, en el mismo cielo azul,  y asomando  la misma luna en las noches frescas del verano.  Por la mañana seguimos encontrando el mismo urbayo en los prados… Y seguimos llevando  una chaquetina preparada  mañana y tarde  “por si acaso”  vien el fresquín (no en vano dicen que eso  es algo que nos identifica a los leoneses). Algunas cerzales y   otros frutales parecen ofrecernos sus frutos  a la mano, aunque este año las heladas tardías dañaron la flor y la fruta incipiente.

En muchos de nuestros pueblos podemos contemplar también un río, un arroyo, una fuente  (si es que la sequía pertinaz no los ha hecho desaparecer) que contemplaron también nuestros antepasados. Nosotros tal vez  llevemos su belleza en la retina y en la cámara de fotos y el rumor del agua en nuestros oídos. Ellos quizá no tenían tiempo para contemplar el paisaje, aunque vivieran inmersos en él  o veían en ese río simplemente el agua que regaba sus fincas o podía arruinarlas con una gran crecida.  Siempre el mismo río, pero con distinta agua, que diría el poeta.   Y, sobre todo, distinta mirada.

Río Omaña en Paladín

Y es que la vida es un fluir constante, la vida del mundo  que nos rodea y nuestra propia vida… Y  cuando pasamos un año sin contemplar un lugar los cambios se aprecian de forma más clara… Unos son cambios de vida, de mejor vida; otros son cambios de abandono y soledad. Pero no deja de ser una suerte  para cada uno de nosotros poder contemplarlos, pues eso indica que tenemos vida, que tenemos pueblo  y que hemos vuelto a él. Volver: inmensa palabra...

Nuestro  deseo es volver, porque en  estos pequeños pueblos leoneses, están nuestras raíces, esas que distribuyen la savia y nos hacen ser como somos. En este paisaje, cuyos montes parecer amurallar  valles  y vallinas,  sentimos cobijo y protección. Aquí el cielo no parece aplastar a la tierra en la línea  del horizonte, como lo hace en una llanura.  Nuestras montañas no nos oprimen, son más bien  pilares que sustentan  el firmamento y nos hacen sentir seguros.

A pesar de vivir en “las afueras de Omaña”, que diría un buen amigo omañés, llevamos en nuestra alma una querencia  y añoranza que nada puede borrar.  Y nos presta volver a  esgaya. Seguro que no hemos olvidado esa palabra tan leonesa… Ni tantas otras.

La tierra nos da la bienvenida, aunque puede haber alguien que no se sienta tan feliz con nuestra vuelta.  Hemos  vuelto a un lugar del que nadie nos puede echar, porque en él tenemos raíces... Porque es también nuestro.  

Y sí, al fin, llegó el verano a la montaña leonesa.  Tiempo de convivencia y de vida exterior. Y aunque sea en  las alturas de nuestros pueblos, ya podemos andar a la mazuela  y  quitarnos ropa, porque ya empieza a ofender el calor.

¡Feliz verano!

                Una huerta omañesa

Texto y fotos: Margarita Álvarez Rodríguez 





lunes, 20 de marzo de 2023

Soy Primavera: la primavera

 

            Ser primavera


Primavera en los montes de Omaña. Cuesta del Ocidiello en Fasgar. Foto: Paco Álvarez

      ¡Qué gozo y privilegio saber que la invitan a una a hablar de sí misma! Me piden que hable de la primavera.  Y no podían haber elegido mejor. Me presento: yo soy Primavera, la primavera.  ¡Quién mejor que yo podría saber cómo soy! Lo mismo que otros son agua, camino, huerto…  yo soy una estación del año. Y tengo el privilegio de ser la primera, aunque mi cumpleaños sea en marzo.  Así que os hablaré de mí, de mis tres meses de reinado sobre los valles, vallinas, lombas y  montes de Omaña. A Omaña llego un poco tarde. Resulta costoso llegar hasta aquí por la difícil orografía de esta tierra. Ya lo dice la omañesa que me ha invitado a hablaros de mí: Nuestra  "primavera tarda", / como dijera el poeta, / pero seduce sentidos / "bella y dulce cuando llega".  Soy una estación privilegiada: la estación de la vida. Hago revivir la naturaleza , que ha estado dormida durante los largos meses de invierno. También lo dice la autora citada antes: Todo anuncia que Natura / ha despertado del sueño / y acicalada de luz / relumbra como un lucero. 

Apuntando la primavera en  el  Puente Colgante. Paladín. Foto: MAR

Conmigo renace la  vida de los omañeses. Cuando llego yo,  la gente sale de las casas  y se pone al solín en las abrigadas, aunque, algunas veces y sin mala intención, juego al engaño   y  envío alguna marzada o  días de excesiva temperatura, que me hacen oír aquello de que si marzo mayea;  mayo marcea. Y, también, pueden escapar a mi control algunos turbones de nieve o fuertes pelonas. Pero esta nieve dura poco  y apenas provoca problemas, porque es blanda y se derrite pronto. No en vano se dice que   dura más la mala vecina que la nieve marcelina. Marcelina llaman algunos omañeses a la nieve de marzo.

 Pero estos hombres de Omaña no se quitan aún esa gorra de paño que les tapa cabeza durante casi todo el año. Es verdad que sigo enviando  noches  frías, pero, durante el día una luz brillante lo inunda todo. El sol recobra con mi llegada su color azul brillante con algunas  nubes, especialmente blancas y esponjosas, que  se  deslizan armoniosamente  y seducen las miradas.

En el mes de marzo suelo azuzar al  viento para que sople con fuerza. Por eso todos conocen bien el refrán: Marzo ventoso, abril lluvioso, sacan a mayo florido y hermoso. En abril prefiero que el agua sea la protagonista: En abril, aguas mil. Aunque con esto del cambio climático ya no controlo bien los distintos meteoros. Cuando las nubes que cubren mis cielos de marzo y abril están amarañadas, empedradas  o parecen aradas, la gente sabe que  anuncio con ellas lluvia fuerte y racheada: Nubes a hatajos, agua a bandazos. Cielo empedrado, a los tres días suelo mojado. Todos recordaréis estos refranes. La lluvia suele ser bienvenida siempre, si se produce antes de san Juan (junio), porque la lluvia por san Juan quita vino y no da pan.

Yo regalo más horas de luz que mi predecesor el invierno y veo feliz cómo la gente sale de sus casas y comienza a realizar las diversas labores agrícolas: ralbar, binar, sembrar… Veo también cómo las gentes se paran a hablar en la calle y disfruto mientras escucho con atención su forma de hablar. Casi siempre hablan de lo mismo: de cuándo sembrar las patatas, los fréjoles… Del tiempo que hace: si llueve mucho, poco… Hablan del ganado… Hablan de los hijos que están fuera… De la salud… Pero me gusta mucho la forma cómo lo hacen. ¡Qué melodiosa es esa fala omañesa! Escuchándoles me entero de los nombres de lugares adonde van a trabajar: El Coto o Couto, La Chana, La Veiga, Los Jardines, El Molín de las Zancas, la solana, el avesedo…

También me siento feliz porque, cuando llego, visto el paisaje de una alfombra verde (“el verde” que a veces se siega para el ganado) que poco a poco se transforma en un manto  multicolor. Os envío a las violetas como las flores más madrugadoras que, con su cabeza inclinada y su aspecto humilde e insignificante, perfuman los bordes de los caminos. Son tan sacrificadas que a veces crecen en cualquier resquicio, hasta en un hueco del asfalto resquebrajado. Ya sé que a ti, mi valedora, te gustan las violetas, porque has escrito sobre ellas. A mí también, por eso os las mando como primeras embajadoras para que podáis disfrutar de su belleza insignificante. Fijaos en ellas, antes de que el resto de las flores atraiga vuestra mirada. 


Foto: MAR

También os hago disfrutar de las cerzales y las guindales,  cuyas flores relucen en medio  de los praos, en el caso de   las cerzales silvestres,  y también en las huertas.  Su copa algodonada anuncia las  arracadas rojas que colgarán de sus ramas en verano. Pronto, las perales, también cubiertas de flores  blancas, les tomarán el relevo. Y sus compañeros,   los manzanales  o las manzanales, que de las dos formas los llamáis,  para no ser menos, se tiñen también  de  un blanco sonrosado. A veces ese manto blanco se ve bruscamente teñido de marrón por alguna fuerte pelona tardía. Yo también lo lamento, porque la lucha con el invierno, que se resiste a marcharse, me hace perder la batalla.  Pero volveré a levantarme rápidamente para sacudirme esa decepción y recuperar mi alegría.

Verdes primaverales y cerzales silvestres en la ribera del río Omaña. Paladín. Foto: MAR

 Mientras los árboles frutales florecen,  la alfombra  verde que cubre los praos se decora, a modo de lunares amarillos, con los campanones (que otros llaman capilotes o narcisos) y otras flores, como las del diente de león,  que dibujan sobre ella  arabescos que van del  blanco al amarillo. El amarillo es, sin duda, el color predominante de  mi primavera omañesa. Al lado de ellas, pero de una forma más sobria y humilde, aparecen las margaritas y también la manzanilla silvestre que acompaña a las margaritas y  guarda un gran parecido con ellas.  Flores modestas, pero que encierran los secretos del amor. Otra Margarita dice de ellas:   De amarillo y blanco ornadas, / las flores del sí y el no, / nos traen la primavera / y predicen el amor.

Los montes también se visten con un traje multicolor. El cantiueso os regala sus flores moradas  y, junto con el tomillo,  aportan  aromas primaverales.  Podéis disfrutarlos a la orilla de los senderos y caminos que surcan las laderas omañesas.


Como yo, Primavera, a pesar de mi juventud, llego tarde a vuestros valles y montañas, porque me cuesta subir estas montañas, laderas, cuetos y riscos que tenéis ante los ojos, es en mayo y en  junio cuando me muestro en todo mi esplendor y me ofrezco de forma generosa. Por eso, oigo que repetís un refrán:  Por santa Cruz el monte reluz: el tomillo, la escoba y la urz. Y así es.  

 Porque, sí, soy muy generosa con vosotros y cubro vuestra Omaña de una belleza espectacular. Y no solo  los valles y lombas, sino también  los montes. Encargo a las  ramas de  las urces   que vistan  de gala  a  los montes. Y lo hacen hasta bien entrado el verano.  No podía haber mejor nombre para sus flores que galanas, pues saben engalanar como nadie a los montes omañeses, con sus flores albares (blancas) o cabriteñas (rosas). Y hasta tenéis un pueblo que se llama La Urz.  Al lado de las urces   escobas,  peornos, argomas y carqueisas también compiten en ese certamen de belleza y  se convierten en muchas acuarelas amarillas que destacan entre las flores de  las urces que tapizan los montes de Omaña.  


Galanas. Foto: MAR


Cerca de los núcleos urbanos  crece el sabugo y se cubre de flores de un olor muy penetrante. Sus arbustos son como un cielo cuajado de estrellas con sus pequeñas flores de color blanco cremoso. Y ya sé que los omañeses conocéis las propiedades medicinales de estas flores y que las habéis usado muchas veces en infusión para curar catarros y  para otros fines.  No solo tenéis vuestro nombre leonés para el saúco, sino que  además lo habéis convertido en un nombre propio para denominar a un pueblo y para un apellido. ¡Sabéis aprovechar bien los nombres que os regala vuestra exuberante  naturaleza! Y no lo digo solo yo. ¡Con razón los Valles de Omaña y Luna fueron declarados en 2005 Reserva Mundial de la Biosfera! Y recientemente (2022) os ha incluido también la FAO en territorio SIPAM (Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial), como  Sistema Agrosilvopastoril Montañas de León. ¡Ojalá esta declaración os traiga mucha ventura! Yo seguiré llegando, primavera tras primavera, y observaré los cambios que se produzcan.

 Foto: Paco Álvarez

 Las zarzas,  el espino nigral y espinos comunes también se cuajarán de flores blancas y rosáceas. No quieren mostrar sus espinas, que esconden muy bien bajo su vestido de pétalos florales. No solo el  campo se cubre de rosas silvestres,  pues a  las puertas de las casas, en los meses de mayo y junio, llega la belleza  y el aroma de los   rosales propiamente dichos. También ellos nos seducen con sus capullos y rosas y nos hacen olvidar sus espinas y las de la vida.

Y  para que sonriáis conmigo, no solo os regalo este espléndido colorido, sino que os lo lleno también de los cantaridos y del colorido del plumaje de los pájaros que pueblan árboles y prados: lavanderas, relinchones, mierlos,  cuquiellos, bubillas, forines, verderones… Y no puedo olvidar al pardal, que es uno de los pájaros más conocidos por todas las gentes de esta tierra.  Es grisáceo como su vida, pero acompaña constantemente  la nuestra.  Ya sé que, para algunos, es pájaro poco simpático, porque es un poco lambrión. Si puede, come el grano de las espigas, el del muelo de la era, la comida de las gallinas… Tanto lo conocéis que tengo constancia de que en algunos pueblos se usa hasta como apodo.  

 Cada uno de los pájaros que pueblan mi tiempo primaveral se apresta a deleitaros con los cantaridos  de su concierto singular. Uno de los más curiosos es el del  cuco.   Cómo alegra el final de la primavera con ese canto que hasta tiene letra: Cucú, cuquiello, rabiello, rabo de escoba, ¿cuántos años faltan pa la mi boda? Y muchas personas cuentan a continuación  el resto de “cucús” para conocer el número. ¿Y qué me decís de la hermosura del porte solemne de la cigüeña que pasea entre el verde de los praos y se encarama  sobre su nido en lo alto de alguna espadaña?  Cerca de las casas, bajo aleros y en las tenadas, anidan las golondrinas, que son aves especialmente queridas y respetadas por el simbolismo religioso que tienen en Omaña. Si las cigüeñas regresan por san Blas, estas llegan en torno a san José: Por san José, la golondrina veré. Pájaros, nidos, huevos, pajarines… La vida de las aves que resurge con fuerza y que recoge este refrán que muchas veces he oído de vuestros labios: Marzo, ñalarzo; abril, gogueril; mayo, pajarayo; por san Juan volarán y por Santa Marina se buscarán la vida. Las mariposas también añaden notas de color y de armonía en sus vuelos. Y las abejas, que de flor en flor, van libando el polen… Es verdad que no todo es bueno, pues animales que os causan perjuicio también asoman y se preparan para sus fechorías: Por santa Cruz, los lobitos ya ven la luz.

    Por si lo anterior fuera poco, os regalo aguas abundantes y cristalinas en ríos, arroyos, cascadas, fuentes, regueros... El río Omaña y sus afluentes fluyen con abundante caudal, porque recogen el agua del desnevio. Y sus aguas empiezan a ser abanicadas por las hojas de los chopos y los alisos  de sus orillas, que van despertando de su letargo invernal: Desde tus frescas riberas / se inclinan sobre su faz / abanicos de verdores / que soplan sobre un cristal.

¡Aguzad los sentidos, omañeses! No os perdáis ni un color ni un olor ni un sonido de los que yo,  Primavera, os entrego de forma generosa. Yo despierto cada año, después del sueño de invierno, y quiero que vosotros despertéis conmigo y, con todos los sentidos atentos, os dejéis seducir por mi guapura y la de vuestra tierra.

¡Gracias, Primavera!


Si no conoces Omaña

dedícale tu atención, 

omañeses y omañesas

te esperan con ilusión.

Para conocer su encanto, 

encontrarás ocasión, 

piérdete por estos lares,

ven a Omaña, que es León.

De Canto a Omaña (M. Álvarez)


Villabandín. Foto: Paco Álvarez


©Texto: Margarita Álvarez Rodríguez

Nota: Las fotografías son de primaveras pasadas.






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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.