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martes, 28 de abril de 2015

LENGUAJE POLÍTICO Y EUFEMISMO


                                            
                                                                                              
                           Lo políticamente (in)correcto                  
                                                                

                


En artículos anteriores he escrito sobre el uso general del eufemismo en nuestra lengua. Hoy  me voy a ceñir al uso del eufemismo  en el lenguaje político, más bien al abuso, porque en  el ámbito político el uso desmesurado del eufemismo lo impregna  todo.  Se busca con ello lo  políticamente correcto ¡Si hasta los enfrentamientos dentro de los partidos se llaman ahora, con lenguaje casi poético,  distintas sensibilidades

Bastaría escuchar con atención el lenguaje de nuestros políticos, y la reproducción del mismo que hacen los MCS, para encontrar fácilmente una auténtica mina de eufemismos que tratan de transformar la percepción de la realidad que tienen los  ciudadanos. Las guerras son ahora conflictos bélicos o intervenciones militares, o incluso guerras preventivas o ataques selectivos; los bombardeos mal dirigidos  no causan muertos entre la población civil, sino daños colaterales. Y los soldados muertos en combate son simplemente bajas. Algunos ya evitan usar el nombre de  militares y les llaman ciudadanos uniformados, como si el uniforme fuera exclusivo de los militares y los colegiales y los que ejercen otras muchas profesiones no fueran también ciudadanos uniformados. En ocasiones nos encontramos con expresiones que nos dejan perplejos por  su contradicción: fuego amigo, ejército pacificador. Hasta el espionaje se ha puesto la careta de servicio de información.  


Ya no  hay matanzas racistas, sino limpiezas étnicas. En este eufemismo está bien claro que no es lo mismo hablar de “matanza racista”, expresión  en que ambas palabras tienen sentido peyorativo  que hablar de “limpieza étnica”, en que la primera tiene sentido positivo y la segunda un significado neutro.


También abunda esta técnica del disfraz en términos relacionados con lo económico: revisar o reajustar las tarifas, y más modernamente actualizar, se convierte siempre en una subida de precios. Y para otras subidas, se ha hablado de un recargo temporal de solidaridad, en el caso del IRPF y, de un gravamen adicional, en el caso del IVAO se crean nuevos impuestos como la tasa por la recogida de residuos sólidos urbanos, o sea, tasa  por recoger al basura.

No hace mucho tiempo  se buscaban términos "políticamente correctos" para evitar  hablar del rescate a la economía española, y se discutía si se debería  hablar de préstamo en condiciones extremadamente favorables, apoyo financierolínea de crédito o crédito europeo para recapitalizar el sistema financiero. Si los contribuyentes no expertos en este asunto desconocían con exactitud lo que era el rescate, mal iban a averiguar lo que escondían estas alambicadas expresiones.


En ese lenguaje político referido a asuntos económicos, hemos oído cosas como crecimiento negativo, expresión paradójica y estrambótica, donde las haya.  Como muchas otras con que se ha disfrazado la crisis económica (desaceleración económica, ralentización de la economía, aterrizaje suave, brotes verdes), hasta que el disfraz ya no podía ocultar más lo que se escondía debajo. También los recortes de inversión en muchos servicios públicos se han ocultado bajo las expresiones: políticas de austeridad, medidas de ahorro o de ajuste, o racionalización del gasto, utilizando las palabras austeridad, ahorro o racionalización  en lugar de "recortes", porque esos términos tienen un sentido positivo, cuando realmente ocultan unas medidas perjudiciales para la población.

El lenguaje del eufemismo también ha cambiado las relaciones sociolaborales. Los despidos masivos son ahora expedientes de regulación de empleo o ERES; el paro, desempleo; las reformas laborales no abaratan el despido de los trabajadores, son reformas estructurales que necesita el país para salir de la crisis  y con las que conseguirá flexibilizarreestructurar u optimizar el mercado laboral, pero que en realidad  lo que consiguen es precarizar el empleo y convertirlo en  “empleo basura”. Y todo ello  si es que los trabajadores mantienen su trabajo y no sufren un reajuste laboralEso sí, no serán despedidos, pues “educadamente” se prescindirá de sus servicios o se les desvinculará de la empresa.  Aunque el despido sea masivo, será solamente un ajuste o reajuste de plantilla.  Y si cierra la empresa puede aparecer  también el concurso de acreedores, que era lo que anteriormente, de forma más cruda, se llamaba suspensión de pagos. Los parados, población desempleada, con suerte,  cobrarán un subsidio de desempleo; de lo contrario, serán parados, sin paro, o sea, sin ningún tipo de prestación. A los funcionarios también se les practicó una minoración retributiva  porque había  que ajustar la administración.

Cuando  la empresa tiene beneficios se habla de excedentes empresariales, pero el salario de los trabajadores es siempre un coste laboral. Si nos fijamos bien, la palabra "excedentes "tiene sentido positivo, en cambio, la palabra "coste" tiene un sentido negativo. Sin embargo, rebajando los costes se aumentan los excedentes, porque cada una es recíproca de la otra, pero de sentido bien distinto.

Desgraciadamente parece que la crisis ha arrastrado, en España,  a la pobreza severa a millones de personas, en muchos casos  niños,  pero la palabra pobre trata también de esquivarse en ese “lenguaje políticamente correcto”  y prefiere hablarse, en los informes  que se hacen públicos, de    personas desfavorecidas o  en riesgo de exclusión social severa (según datos INE, de febrero de 2015, afecta a 13 millones de españoles y al 32% de los niños del país). Y mientras para otros países hablamos sin eufemismos del hambre infantil, en este primer mundo, en que vivimos, también se soslaya la palabra hambre y se prefiere el término malnutrición.


Ese  impacto asimétrico de la crisis ha provocado también muchos desahucios, que se han presentado como procedimientos de ejecución hipotecaria, y mientras se buscan soluciones habitacionales nos llegan imágenes de los sufridores con sus familias y enseres en la calle. Y en la calle, manifestándose, están también  los llamados preferentistas, pequeños ahorradores que en su día compraron acciones preferentes, algo que, por su nombre, parecía halagador para los inversores, pero que ha resultado un notable fiasco.

Frente a esa  pobreza escandalosa que afecta a tantos millones de  españoles, unos cuantos privilegiados se reparten sobresueldos por hacer el trabajo por el que ya reciben una adecuada remuneración, sobresueldo que justifican como retribuciones de carácter complementario  o reciben como regalo una amnistía fiscal disfrazada de regularización fiscal o  medidas excepcionales para incentivar la tributación de rentas no declaradas. Esta última denominación deja perplejo al ciudadano medio que paga religiosamente sus impuestos, y cuando reacciona, y se da cuenta de lo que se esconde tras este artificio lingüístico, casi no le quedan fuerzas para manifestar su indignación. Algunos dirigentes políticos, con bastante cinismo, “olvidan” los nombres de los implicados y esconden  esos nombres, otrora de postín, bajo el calificativo de esa persona o ese señor, como si de repente se refirieran a alguien  que pasaba por allí casualmente y que les es desconocido.

 Y mientras unos reciben amnistías fiscales y  usan puertas giratorias,  nuestros jóvenes, muy bien “pre-parados”, buscan trabajo fuera de España, en un nuevo proceso de emigración  forzada por la falta de perspectivas laborales.  La ministra del ramo llama a eso, sin rubor,   movilidad exterior provocada por  el impulso aventurero de la juventud.  Los jóvenes saben muy bien lo que es tener un  espíritu aventurero, que, desde luego, no tiene nada que ver con sus ansias por sobrevivir.

Desgraciadamente, oímos hablar con frecuencia de corrupción o nepotismo   en el desempeño de los cargos públicos, pero  donde la gente común habla de enchufados en el lenguaje eufemístico de la política se habla de cargos de confianza. Ese lenguaje retorcido y altisonante es capaz de abrumar al sencillo ciudadano al que antes se multaba por alguna infracción y que ahora oye que   se inicia contra él  un procedimiento administrativo sancionador. En el mundo penal se intenta restaurar la presión perpetua, pero bajo el nombre de prisión permanente revisable. Si es permanente, es perpetua, con revisión o sin ella.

Un claro ejemplo de ese lenguaje que disfraza la realidad con torcidas intenciones, aparece en esta frase de una responsable política: una indemnización en diferido, en forma efectivamente de simulación o de lo que hubiera sido en diferido. Una frase para la historia de la demagogia… Términos complejos, incoherencia… No hay que molestarse ni en explicarla ni en entenderla: está hecha para que no se entienda, aunque, paradójicamente, por su extrañeza, los ciudadanos  han entendido bien su sentido.

En el pasado noviembre, vimos cómo lo que quiso ser en Cataluña un referéndum, ni siquiera fue una consulta, una encuesta o un sondeo, quedó convertida, por obra del eufemismo, en un proceso participativo. Ahora que se acercan períodos electorales, los posibles pactos pactos electorales estarán marcados por la geometría parlamentaria.

La rueda del eufemismo político seguirá girando y todo continuará siendo un suma y sigue... Pero lingüistas y ciudadanos, por salud democrática, debemos seguir denunciándolo, porque en este país hace mucho que no se dicen mentiras, solamente se falta a la verdad.

                         Los peligros del eufemismo
               
Es evidente que a través del lenguaje se difunden visiones ideológicas de la realidad, a veces a través de  este lenguaje desnaturalizado que no pretende solamente suavizar lo que se dice (que era el sentido inicial del eufemismo), sino, en algunos casos, manipular la lengua con fines políticos, hecho peligroso cuando el lenguaje disfraza la mentira de una aparente realidad. Ya Orwel, en su novela 1984,  hablaba de una “neolengua” y  nos llamaba la atención  sobre cómo la lengua puede controlar el pensamiento y, a través de él, el poder. 

 Se ve claramente cómo el eufemismo se intensifica en épocas de crisis para cambiar la realidad y el abuso de él  no solo puede convertirse en algo grotesco, sino, con frecuencia, inmoral.


 Lo novedoso de este momento, pues,  es que esos eufemismos ligados a los ámbitos político y económico no solo disfrazan la realidad a través de la manipulación lingüística, sino que tal vez estén  tratando de conformar el pensamiento. Deshacerse de estos malos hábitos lingüísticos quizá sea también un paso importante para la regeneración política  y democrática. Por eso, de vez en cuando, es necesario reflexionar críticamente sobre qué nos dicen y cómo nos lo presentan para seguir teniendo conciencia de que al menos nos queda la libertad de pensamiento, que expresamos con la palabra. Porque la palabra es cauce del pensamiento, pero nunca debería ser  su  carcelera. 

                                                                                 Artículo: Sobre tabúes y eufemismos en español


sábado, 16 de junio de 2012

Busilis del castellano (III): Tabúes y eufemismos


En esta tercera entrega sobre el uso torticero del idioma, reflexionaré sobre el uso excesivo del eufemismo.  Eufemismo procede del griego (eu, ‘bien’ y phemo, ‘hablar’, “decir”)  y significa palabra que suena bien, que no tiene connotaciones negativas. Se utiliza para sustituir al tabú, palabra de origen polinesio que significa lo prohibido, referido a una expresión de mal gusto o que tiene sentido peyorativo. El uso de eufemismos,  fenómeno frecuente en la actualidad, también va contra el principio de economía lingüística, lo mismo que el abuso de la redundancia y del archisilabismo.

Los tabúes son las palabras que tradicionalmente se relacionan con temas que tienen para  los hablantes connotaciones negativas o  de mal gusto, por ser  soeces y vulgares. Tradicionalmente solían  referirse a cuatro temas fundamentales: lo relativo al sexo,  lo escatológico (los excrementos y algunas partes del cuerpo), lo relacionado con la muerte y la enfermedad, y los temas de carácter sobrenatural. A estos tabúes clásicos hay que añadir hoy todo lo que se refiere a lo “políticamente correcto”.

Algunos eufemismos se generan por el deseo de disimular tacos o expresiones malsonantes cuando queremos hablar de una manera más formal: jolines, jopetas… no son más que variantes de joder; diez, rediós, diosla, de Dios, y diantre, del demonio. Lo mismo ocurre con las palabras  que designan partes del cuerpo relacionadas con el sexo: pecho o seno por teta, partes íntimas o mis partes por órganos sexuales… Dejarnos, irse, terminar, descansar en paz…, por morir; cuerpo, por cadáver; tener cosa mala o una larga y penosa enfermedad, por cáncer; hacer aguas mayores y menores, dar a luz,  en lugar palabras más cortas y precisas  como: cagar, mear y  parir;  ventosidad por pedo; trasero o pompis por culo…               
 Los eufemismos con frecuencia transforman la realidad y nos hacen vivir en un mundo idealizado e irreal que creamos  con el lenguaje. Así, sustituyendo palabras, hemos acabado con las cárceles y penales,  los carceleros  y los presos. En su lugar, han aparecido centros penitenciarios, funcionarios de prisiones e internos. Los delitos son  infracciones. Las porras de los agentes del orden son defensas y la tortura un elemento de disuasión.

Como parece que queremos vivir en un mundo perfecto y nos molesta todo aquello que rompe con “lo normal”,  han desaparecido de nuestro entorno los manicomios,  que son ahora hospitales psiquiátricos y los locos o deficientes, transformados en  enfermos mentales o discapacitados psíquicos. 

Los individuos que vivimos en este siglo ya no  sufrimos alucinaciones, sino alteraciones perceptivas, porque la anormalidad ahora es excepcionalidad. Quizá  todo ocurra porque ya no hay enfermos, sino pacientes. También parece que se han hecho invisibles los ciegos y sordos tras las palabras invidentes y personas con deficiencias auditivas. Lo mismo ha ocurrido con las deficiencias físicas: los llamados en otra época tullidos y lisiados  se han convertido en  inválidos y  luego, minusválidos; pero cuando caemos  en la cuenta de que estamos llamando a  esas personas  “no válidas” o “menos válidas”, vuelve a girar la rueda del eufemismo y aparece discapacitados que  pronto dará paso a   personas con disfunción motora o personas de movilidad reducida. También disimulamos la gordura hablando de personas entradas en carnes o rellenitas. Y en esta sociedad,  que prima el valor de lo joven, a los viejos o ancianos los hemos ocultado durante algún tiempo tras la pantalla de  la tercera edad, pero pronto el eufemismo vuelve a ser tabú  y, para evitarlo, surge un nuevo término: los mayores.

También han cambiado los nombres de ocupaciones que en algún momento no han tenido una buena consideración social. Las sirvientas y criadas pasaron a ser asistentas y hoy son empleadas de hogar. Tampoco  hay barrenderos en nuestras calles, sino  empleados de la limpieza viaria; ni  porteros, que  son ahora  empleados de fincas urbanas o conserjes. Y los sepultureros, aún han subido más “en esa escala social”, pues, de  forma pomposa, se han convertido en  empleados de pompas fúnebres

 Para que tengamos conciencia de que   generamos basura doméstica y de que eso supone un coste,  el Ayuntamiento de la Villa y Corte nos lo recuerda con  un  nuevo impuesto disfrazado  de tasa de residuos urbanos. Sin embargo, a la otra "basura", la financiera, nadie le impone gravámenes, aunque se convierta en activos tóxicos.

El cambio también ha afectado a las relaciones laborales: los despidos masivos son expedientes de regulación de empleo o ERES; el paro, desempleo; los gobiernos no abaratan el despido de los trabajadores sino que flexibilizan, reestructuran u optimizan el mercado laboral con lo que  precarizan más el empleo de unos    obreros que son ahora meros productores. Y todo para conseguir un obrero más sumiso y explotado, si  es que mantiene su trabajo y no sufre un reajuste laboral.  Y si tiene la mala fortuna de estar en paro,  con suerte, cobrará el subsidio de desempleo. Determinadas empresas (y el mismo Estado) no entran en pérdidas, sino que sus cuentas experimentan un crecimiento negativo… Ya no hay  suspensión de pagos, porque ahora se estila el concurso de acreedores. Y si  los trabajadores  protestan,  los sindicatos plantean movilizaciones organizadas por  los liberados que son ahora  permanentes sindicales…

Lo mismo ha ocurrido con las relaciones sociales. Todo es ahora más suave, más políticamente correcto.  ¡Si hasta los enfrentamientos dentro de los partidos se llaman ahora distintas sensibilidades! Ya no hay insultos, ahora  se llaman  agresiones verbales. Los negros han perdido su color y son solo gente de color (¡como si los demás fuéramos incoloros!), subsaharianos o morenos. También queremos ocultar la prostitución en anuncios de contactos y la pornografía en  revistas o material  para adultos. El lenguaje del eufemismo afecta incluso a las leyes: a la ley que regula el aborto voluntario la llamamos Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, o a la que lucha contra  la violencia machista, Ley contra la Violencia de Género.

Otro tanto ocurre en educación. Desde que los maestros son profesores de Primaria, no hay exámenes ni suspensos, sino controles e insuficientes que han sustituido al necesita mejorar y, si estos se repiten, desaparecerán bajo el disfraz del fracaso escolar. Los alumnos que eran más torpes o flojos en el aprendizaje ahora son alumnos con necesidades educativas especiales (ACNES). Los niños ya no tienen claro lo que es mentir porque en el mundo en que viven solo se falta a la verdad.

Pero es, sin duda, en el lenguaje político, donde encuentran  una auténtica mina los eufemismos: las guerras son  ahora conflictos bélicos o intervenciones militares, o incluso guerras preventivas o ataques selectivos; los bombardeos mal dirigidos  no causan muertos entre la población civil, sino daños colaterales. Y los soldados muertos en combate son bajas. No hay matanzas racistas, sino limpiezas étnicas. El espionaje se ha puesto la careta de servicio de información. Y ahora se disfrazan, sobre todo, los términos relacionados con lo económico: revisar o reajustar las tarifas, se convierte siempre en una subida de precios; desaceleración económica evitó un tiempo el término crisis, y ahora discutimos si  tenemos que hablar de línea de crédito o crédito europeo para recapitalizar el sistema financiero o, más bien, “rescate” a la banca española. Pero, ¿para qué preocuparnos si los recortes derivados de estos rescates son solo una tasa temporal de solidaridad  o, como se llama al copago sanitario en Cataluña, un tique moderador sanitario? Y la Comunidad de Madrid, tan considerada con sus trabajadores, no les va a rebajar el salario, solo les va a aplicar una minoración retributiva del 3.3%  a partir de julio de 2012.

Con el inicio de la crisis fuimos conscientes del capitalismo salvaje que nos envolvía. Pronto lo disfrazamos de la Europa de los mercaderes, ahora convertidos en mercados y agencias de calificación "deslocalizados". Pero no hemos podido, a pesar de tanto enredo lingüístico, esconder las caras y los nombres de los perjudicados, que siguen hablando tan claro como siempre.

La obsesiva sustitución de términos demuestra que las palabras cambian, pero no cambia la percepción que tienen las personas de su significado y ese concepto negativo que permanece en la mente del hablante contamina  la nueva palabra que termina en un nuevo tabú. Mientras la sociedad, por ejemplo, considere un valor primordial la juventud o la delgadez seguiremos buscando eufemismos para la vejez…, o para la obesidad.

El abuso del eufemismo también  contradice la claridad deseable en el lenguaje periodístico, un lenguaje que debería reflejar con rigor la realidad y no tratar de disimularla, copiando con frecuencia y sin mayor actitud crítica, el lenguaje enrevesado  de las fuentes políticas o económicas que le proporcionan la información, bien con una intención determinada o por puro mimetismo.

 Lo novedoso de este momento es que esos eufemismos ligados a los ámbitos político y económico no solo disfrazan la realidad a través de la manipulación lingüística, sino que tal vez estén  tratando de conformar el pensamiento. Por eso, de vez en cuando, es necesario reflexionar críticamente sobre qué nos dicen y cómo nos lo presentan, para seguir teniendo conciencia de que, al menos, nos queda la libertad de pensamiento que queremos seguir expresando con la palabra.

 Porque la palabra es cauce del pensamiento, pero nunca debe ser  su  carcelera.

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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.