Lo políticamente (in)correcto
En artículos anteriores he escrito sobre el uso general del eufemismo en nuestra lengua. Hoy me voy a ceñir al uso
del eufemismo en el lenguaje político, más bien al abuso, porque en
el ámbito político el uso desmesurado del eufemismo lo impregna todo.
Se busca con ello lo políticamente
correcto. ¡Si hasta los enfrentamientos dentro de los
partidos se llaman ahora, con lenguaje casi poético, distintas sensibilidades!
Bastaría escuchar con atención el lenguaje de nuestros
políticos, y la reproducción del mismo que hacen los MCS, para encontrar
fácilmente una auténtica mina de eufemismos que tratan de transformar la
percepción de la realidad que tienen los ciudadanos. Las guerras son ahora conflictos
bélicos o intervenciones militares, o incluso guerras
preventivas o ataques selectivos; los bombardeos mal
dirigidos no causan muertos entre la población civil, sino daños
colaterales. Y los soldados muertos en combate son simplemente bajas. Algunos ya evitan usar
el nombre de militares y les llaman ciudadanos
uniformados, como si el uniforme fuera exclusivo de los militares y los
colegiales y los que ejercen otras muchas profesiones no fueran también
ciudadanos uniformados. En
ocasiones nos encontramos con expresiones que nos dejan perplejos por su
contradicción: fuego
amigo, ejército pacificador. Hasta
el espionaje se ha puesto la
careta de servicio de información.
Ya no hay matanzas racistas, sino limpiezas
étnicas. En este eufemismo está bien claro que no es lo mismo hablar
de “matanza racista”, expresión en que ambas palabras tienen sentido
peyorativo que hablar de “limpieza étnica”, en que la primera tiene
sentido positivo y la segunda un significado neutro.
También abunda esta técnica del disfraz en términos
relacionados con lo económico: revisar o reajustar las
tarifas, y más modernamente actualizar,
se convierte siempre en una subida de precios. Y para otras
subidas, se ha hablado de un recargo
temporal de solidaridad, en el caso del IRPF y, de un gravamen adicional, en el caso del
IVA. O se crean nuevos impuestos como la tasa por la recogida de residuos
sólidos urbanos, o sea, tasa
por recoger al basura.
No hace mucho tiempo se
buscaban términos "políticamente correctos" para evitar hablar
del rescate a la economía española, y se discutía si se debería hablar de préstamo en condiciones
extremadamente favorables, apoyo
financiero, línea de crédito o crédito europeo para
recapitalizar el sistema financiero. Si
los contribuyentes no expertos en este asunto desconocían con exactitud lo que
era el rescate, mal iban a averiguar lo que escondían estas alambicadas
expresiones.
En ese lenguaje político referido a asuntos económicos,
hemos oído cosas como
crecimiento negativo, expresión paradójica y estrambótica, donde las haya.
Como muchas otras con que se ha disfrazado la crisis económica (desaceleración económica,
ralentización de la economía, aterrizaje suave, brotes verdes…), hasta que
el disfraz ya no podía ocultar más lo que se escondía debajo. También los
recortes de inversión en muchos servicios públicos se han ocultado bajo las
expresiones: políticas de
austeridad, medidas de ahorro o de ajuste, o racionalización del gasto,
utilizando las palabras austeridad, ahorro o racionalización en lugar de
"recortes", porque esos términos tienen un sentido positivo, cuando
realmente ocultan unas medidas perjudiciales para la población.
El lenguaje del eufemismo también ha cambiado las
relaciones sociolaborales. Los despidos masivos son ahora expedientes de
regulación de empleo o ERES; el paro, desempleo; las reformas
laborales no abaratan el despido de los trabajadores, son reformas estructurales que necesita el país para salir de la crisis y
con las que conseguirá flexibilizar, reestructurar u optimizar el mercado
laboral, pero que en realidad
lo que consiguen es precarizar el empleo y convertirlo en “empleo
basura”. Y todo ello si es que los trabajadores mantienen su trabajo y no
sufren un reajuste laboral. Eso sí, no serán despedidos, pues “educadamente” se prescindirá de sus servicios o se les desvinculará de la empresa. Aunque
el despido sea masivo, será solamente un
ajuste o reajuste de plantilla. Y
si cierra la empresa puede aparecer también el concurso de acreedores, que era
lo que anteriormente, de forma más cruda, se llamaba suspensión de pagos. Los
parados, población
desempleada, con
suerte, cobrarán un subsidio de desempleo; de lo
contrario, serán parados, sin paro, o sea, sin
ningún tipo de prestación. A los funcionarios también se les practicó una minoración retributiva porque había que ajustar la administración.
Cuando la empresa tiene beneficios se habla de excedentes empresariales, pero
el salario de los trabajadores es siempre un coste
laboral. Si nos fijamos bien, la palabra "excedentes "tiene
sentido positivo, en cambio, la palabra "coste" tiene un sentido
negativo. Sin embargo, rebajando los costes se aumentan los excedentes, porque
cada una es recíproca de la otra, pero de sentido bien distinto.
Desgraciadamente parece que la crisis ha arrastrado, en
España, a la pobreza severa a millones de personas, en muchos casos
niños, pero la palabra pobre trata también de esquivarse en ese
“lenguaje políticamente correcto” y prefiere hablarse, en los informes
que se hacen públicos, de personas
desfavorecidas o en riesgo de exclusión social severa (según datos INE, de febrero de
2015, afecta a 13 millones de españoles y al 32% de los niños del país). Y mientras para otros países
hablamos sin eufemismos del hambre infantil, en este primer mundo, en que
vivimos, también se soslaya la palabra hambre y se prefiere el término malnutrición.
Ese impacto
asimétrico de la crisis ha
provocado también muchos desahucios, que se han presentado como procedimientos de ejecución
hipotecaria, y mientras se
buscan soluciones
habitacionales nos llegan
imágenes de los sufridores con sus familias y enseres en la calle. Y en la calle, manifestándose, están también los llamados preferentistas, pequeños ahorradores que en su día compraron acciones preferentes, algo que, por su nombre, parecía halagador para los inversores, pero que ha resultado un notable fiasco.
Frente a esa pobreza escandalosa que afecta a tantos
millones de españoles, unos cuantos privilegiados se reparten
sobresueldos por hacer el trabajo por el que ya reciben una adecuada
remuneración, sobresueldo que justifican como retribuciones
de carácter complementario o
reciben como regalo una amnistía fiscal disfrazada de regularización fiscal o medidas excepcionales para
incentivar la tributación de rentas no declaradas. Esta última denominación
deja perplejo al ciudadano medio que paga religiosamente sus impuestos, y
cuando reacciona, y se da cuenta de lo que se esconde tras este artificio
lingüístico, casi no le quedan fuerzas para manifestar su indignación. Algunos
dirigentes políticos, con bastante cinismo, “olvidan” los nombres de los implicados y esconden esos nombres, otrora de postín, bajo el calificativo
de esa persona o ese
señor, como si de repente se refirieran a alguien que pasaba
por allí casualmente y que les es desconocido.
Y mientras unos reciben amnistías fiscales y
usan puertas giratorias, nuestros jóvenes, muy bien
“pre-parados”, buscan trabajo fuera de España, en un nuevo proceso de
emigración forzada por la falta de perspectivas laborales. La
ministra del ramo llama a eso, sin rubor, movilidad exterior provocada por el impulso aventurero de la
juventud. Los jóvenes
saben muy bien lo que es tener un espíritu aventurero, que, desde luego,
no tiene nada que ver con sus ansias por sobrevivir.
Desgraciadamente, oímos hablar con frecuencia de corrupción
o nepotismo en el desempeño de los cargos públicos, pero
donde la gente común habla de enchufados en el lenguaje eufemístico de la
política se habla de cargos de
confianza. Ese lenguaje
retorcido y altisonante es capaz de abrumar al sencillo ciudadano al que antes
se multaba por alguna infracción y que ahora oye que se inicia contra él un procedimiento administrativo
sancionador. En el mundo
penal se intenta restaurar la presión perpetua, pero bajo el nombre de prisión permanente revisable. Si es permanente, es perpetua, con
revisión o sin ella.
Un claro
ejemplo de ese lenguaje que disfraza la realidad con torcidas intenciones,
aparece en esta frase de una responsable política: una indemnización en
diferido, en forma efectivamente de simulación o de lo que hubiera sido en
diferido. Una frase para la historia de la demagogia… Términos complejos,
incoherencia… No hay que molestarse ni en explicarla ni en entenderla: está
hecha para que no se entienda, aunque, paradójicamente, por su extrañeza, los ciudadanos han
entendido bien su sentido.
En el pasado noviembre, vimos cómo lo que quiso ser en Cataluña un referéndum, ni siquiera fue una consulta, una encuesta o un sondeo, quedó convertida, por obra del eufemismo, en un proceso participativo. Ahora que se acercan períodos electorales, los posibles pactos pactos electorales estarán marcados por la geometría parlamentaria.
La rueda del eufemismo político seguirá girando y todo continuará siendo un suma y sigue... Pero lingüistas y ciudadanos, por salud democrática, debemos seguir denunciándolo, porque en este país hace mucho que no se dicen mentiras, solamente se falta a la verdad.
Es evidente que a través del lenguaje se difunden visiones
ideológicas de la realidad, a veces a través de este lenguaje
desnaturalizado que no pretende solamente suavizar lo que se dice (que era el
sentido inicial del eufemismo), sino, en algunos casos, manipular la lengua con
fines políticos, hecho peligroso cuando el lenguaje disfraza la mentira de una
aparente realidad. Ya Orwel, en su novela 1984,
hablaba de una “neolengua” y nos llamaba la atención sobre cómo la
lengua puede controlar el pensamiento y, a través de él, el poder.
Lo novedoso de este momento, pues, es que esos
eufemismos ligados a los ámbitos político y económico no solo disfrazan la
realidad a través de la manipulación lingüística, sino que tal vez estén
tratando de conformar el pensamiento. Deshacerse de estos malos hábitos
lingüísticos quizá sea también un paso importante para la regeneración política y democrática. Por eso, de vez en cuando, es necesario reflexionar críticamente sobre qué nos
dicen y cómo nos lo presentan para seguir teniendo conciencia de que al menos
nos queda la libertad de pensamiento, que expresamos con la palabra. Porque la
palabra es cauce del pensamiento, pero nunca debería ser su
carcelera.
Artículo: Sobre tabúes y eufemismos en español
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