Un cuento para Alejandra,
para que busque siempre la sonrisa de las nubes...
para que busque siempre la sonrisa de las nubes...
Buscando la sonrisa de las nubes... |
Alejandra era una niña muy curiosa y soñadora. Le gustaba mirar al cielo. Un día, mientras paseaba con su abuela y contemplaban un atardecer, su abuela le recitó unos versos populares que ella había aprendido de niña:
Al sol le llaman Lorenzo
y a la Luna Catalina,
cuando se acuesta Lorenzo,
se levanta Catalina.
Alejandra se percató rápidamente de que en el cielo también había nubes y preguntó:
-¿Y cómo se llama la nube, abuela?
Su abuela no supo responder. La lógica
infantil la dejó boquiabierta. Nunca había pensado que las nubes necesitaran un
nombre.
A partir de ese día, todas las tardes, Alejandra observaba el cielo. Le parecía que las nubes estaban tristes. Seguramente sufrían porque no tenían nombre o, tal vez, porque no eran luminosas como el sol, las estrellas o la luna. A hurtadillas, las observaba y veía cómo se movían constantemente, como si estuvieran preocupadas.
Unos días, parecían blancas y esponjosas como el algodón. Entonces, Alejandra creía que estaban contentas.
Otros días, en cambio, se ponían tristes, su inquietud aumentaba y se volvían negruzcas. Al moverse deprisa, chocaban unas contra otras y entonces sí que desprendían rayos de luz acompañados de rotundos quejidos, que se oían desde la tierra. A veces, se quedaban silenciosas y pensativas, mientras su color blanco se iba convirtiendo en grisáceo. En ese momento, su pena se transformaba en llanto y sus lágrimas pausadas, en forma de gotas de lluvia, se deslizaban hasta la tierra. Y cuando hacía mucho frío, y se daban cuenta de que la tierra se sentía aterida, esas lágrimas la tapaban con un manto blanquecino o la vestían con un luminoso vestido.
A partir de ese día, todas las tardes, Alejandra observaba el cielo. Le parecía que las nubes estaban tristes. Seguramente sufrían porque no tenían nombre o, tal vez, porque no eran luminosas como el sol, las estrellas o la luna. A hurtadillas, las observaba y veía cómo se movían constantemente, como si estuvieran preocupadas.
Unos días, parecían blancas y esponjosas como el algodón. Entonces, Alejandra creía que estaban contentas.
Otros días, en cambio, se ponían tristes, su inquietud aumentaba y se volvían negruzcas. Al moverse deprisa, chocaban unas contra otras y entonces sí que desprendían rayos de luz acompañados de rotundos quejidos, que se oían desde la tierra. A veces, se quedaban silenciosas y pensativas, mientras su color blanco se iba convirtiendo en grisáceo. En ese momento, su pena se transformaba en llanto y sus lágrimas pausadas, en forma de gotas de lluvia, se deslizaban hasta la tierra. Y cuando hacía mucho frío, y se daban cuenta de que la tierra se sentía aterida, esas lágrimas la tapaban con un manto blanquecino o la vestían con un luminoso vestido.
Una tarde, el sol estaba a punto de
esconderse por el horizonte, rodeado de todo su esplendor de colores rojizos. Una nube algodonosa que se movía con lentitud,
iba situándose ante el sol como un velo que, traspasado por sus rayos, se
convertía en un bellísimo tornasol.
Bellísimo tornasol |
Una cortina para la luna |
Y todas las miradas ahora se giraron hacia
la luna que lucía resplandeciente tras aquella cortina.
¿Cómo era posible que esas nubes, que sabían embellecer al sol y a la luna no tuvieran nombre? Era una injusticia. Las nubes deberían tener un nombre propio, un nombre poético, mucho más hermoso que Lorenzo o Catalina.
Bella, hermosa, guapa, linda, bonita, blanca, plateada… Todas esas palabras se agolparon en la mente de Alejandra durante varios días.
¿Cómo era posible que esas nubes, que sabían embellecer al sol y a la luna no tuvieran nombre? Era una injusticia. Las nubes deberían tener un nombre propio, un nombre poético, mucho más hermoso que Lorenzo o Catalina.
Bella, hermosa, guapa, linda, bonita, blanca, plateada… Todas esas palabras se agolparon en la mente de Alejandra durante varios días.
Ya lo tengo -pensó.
Alejandra las miró y les dijo:
- Ya no estaréis discriminadas. Yo os voy a poner nombre. Os llamaréis Nubelinda y Blancanube. Y buscaré otros nombres para vuestras amigas.
Ya no podéis estar tristes. Ya no nos podéis asustar más con vuestros enfados tormentosos. Seréis mis amigas.
- Ya no estaréis discriminadas. Yo os voy a poner nombre. Os llamaréis Nubelinda y Blancanube. Y buscaré otros nombres para vuestras amigas.
Ya no podéis estar tristes. Ya no nos podéis asustar más con vuestros enfados tormentosos. Seréis mis amigas.
Sintió que las nubes la miraban y le hacían un guiño de complicidad. Desde ese momento supo que, cuando las nubes volvieran a llorar, lo harían de alegría. Y, al hacerlo, sus lágrimas blancas o transparentes harían sonreír también al aire, a la tierra, a las fuentes, a los bosques, a las flores…
Y así, Alejandra, cuando nevaba o llovía, se sentía también feliz. Les decía a sus amigos que conocía a unos duendes silenciosos que vagaban por el cielo y que de forma mágica creaban la nieve y lluvia… Que tenían nombres hermosos… Que siempre estaban felices… Que le hacían guiños… Que le hacían caricias…
Los amigos, intrigados, preguntaban y preguntaban…, pero ella nunca les reveló su secreto, pues solo ella había conseguido que las nubes sonrieran.
Y ella sentía que las nubes le sonreían... |
Nubes que esconden sonrisas,
tras sus copos de algodón,
amargas lágrimas vierten
para expresar su dolor.
Si tú comprendes sus penas,
recobrarán la ilusión
y con caras sonrientes
te besarán con amor.
Tus nubes ya tienen nombre,
como la luna y el sol,
Nubelinda y Blancanube,
solo lloran de emoción.
Este cuento está inspirado en una anécdota real ocurrida cuando Alejandra tenía tres años.
Sencillamente precioso Margarita. Se lo enseñaré a Andrea.
ResponderEliminarGracias, Faly.
Eliminar¡Qué bonito! Es un regalo que Alejandra disfrutará siempre.
ResponderEliminarGracias, Alejandro. Emocionante para ella y también para mí.
EliminarQue grande eres Margarita... muy bonito....espectacular
ResponderEliminarMuchas gracias, Juan Pedro, por tus elogios.
Eliminarme ha encantado Margarita
ResponderEliminarGracias, Paco. Saludos.
EliminarVuelve a leerlo y depuralo. Es muy bonito. A por el segundo. Espero leerlo antes del verano.
ResponderEliminarGracias, Víctor. Me parece que está en versión definitiva. Ahora pensaré en ilustraciones a ver si lo veo en forma de libro.
EliminarSuave y tierno me gusta. estoy con Víctor. Tu puedes.
ResponderEliminarGracias, Charo. A ver si entreno la imaginación un poco más.
ResponderEliminarBonito recuerdo para tu nieta se sentirá especial toda la vida. A mí mi hija también me ha inspirado unos cuantos de pequeña.pero casualmente el que me han publicado me se lo escribí a una niña que conocí en un hotel en Lanzarote.
ResponderEliminarGracias, tocaya. Te felicito también por tu cuento, que es muy hermoso. Que las nubes siempre te sonrían.
EliminarEstoy segura de que Nebulinda y Blancanube viven mucho mas felices desde que tienen nombre, han dejado de ser unas "nubes" sin mas, gracias a Alejandra y a su abuela. Felicidades a las dos.
ResponderEliminarF. Avial
Muchas gracias, Fuencisla. No sé si las nubes serán más felices, pero desde luego sí lo ha sido una niña que me preguntaba si a los demás niños les habrían escrito un cuento. Tú seguro que también harás feliz a algún niño con tus cuentos...
ResponderEliminarDos cuentos preciosos; se los leería con mucho gusto a mis nietos, pero los dos están lejos. Gracias Margarita por tus bellas publicaciones
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