sábado, 30 de enero de 2016

Comer y callar, a dos carrillos... y de gorra

      

            Expresiones relacionadas con la cocina (VI): carnes y pescados

                              


"Come poco y cena más poco que la salud del cuerpo se fragua en la oficina del estómago". 

Cervantes (IV Centenario)
                  
Continuando con el tema de artículos anteriores sobre expresiones relacionadas con la cocina y que, en su mayor parte, tienen connotaciones despectivas (disfemismos), hoy, de  esta “cocina lingüística”, saldrán jugosos platos de carne y pescado.

Sentémonos, pues,  pronto a la mesa, porque el que llega tarde ni oye misa ni come carne, pero comamos con moderación, porque no queremos ser como   el diablo, que harto de comer carne, se metió a fraile.

La carne también nos gusta que esté  presente en nuestro menú, pero no una carne viciosa, sino  una carne comestible, ya sea carne de pelo o carne de pluma,  pues más valen dos bocados de vaca que siete de patata


Ternera a la jardinera. Foto gentileza del restaurante Villamor de Riello


pero sin abusar, porque
quien come la vaca del rey, cien años paga los huesos. Y, por supuesto, e
l que coma  la carne que se coma también el hueso,  aunque sea un hueso duro de roer

Si la carne no es buena, ya sabemos que, a mala carne, buena salsa. Pero todo en su justo punto, pues no nos gusta estar metidos en carnes ni que digan de nosotros que somos carne de cañón, porque podríamos salir disparados.

Siempre nos alegraremos  más si vemos en el plato un buen filete  (no uno de chichinabo), que si contemplamos a unas personas dándose el filete. Aunque bien mirado, siempre es mejor darse filetes que recibir calabazas, salvo que  nos sirvan para elaborar tarta (que no sería  nupcial, en este caso)  con cabello de ángel y carne de membrillo.

 Como somos de carne y hueso de vez en cuando deleitamos nuestro paladar con una sabrosa carne que, a pesar de las recomendaciones de la OMS, amenaza de vacas locas y similares, no se nos abren las carnes ni nos tiemblan, cuando nos vemos ante un buen filete de ternera, pues nos gusta seguir poniendo la carne en el asador y disfrutar del carpe diem  hasta que llegue la resurrección de la carne

Mejor será disfrutar de este sabroso manjar que no hacerlo y dedicarse a hacer carne y sangre de los demás, o a alborotarse y maltratarse haciéndose carne  para  mostrar luego las heridas en carne viva. Si somos fuertes, y  tenemos carne de perro, estaremos preparados para soportar que nos den gato por liebre.


El pollo y el pavo también están muy presentes en nuestra cocina, para los indecisos que no eligen ni carne ni pescado y que no quieren sentirse como gallina en corral ajeno. Así que, en menos que canta un gallo, ave que vuela, a la cazuela, por eso traemos a la mesa una buena fuente repleta de gallo, gallina, pavo y algún pollito, pues hay que dar el ala para comer de la pechuga.




Pero, a veces, antes de desplumar el ave,  tenemos que sudar como pollos, por ejemplo, para empollarnos complejos temarios, cosa  que no es moco de pavo. Algunos, desde jovencillos, no se arredran ante ninguna dificultad (¡échale guindas al pavo!),  se  pavonean ante los demás, presumiendo de sus altos orígenes o de su finura y pasan pronto de   edad del pavo a la del joven  pollobien o pollopera.

Otros gallitos  se convierten en personas engreídas como gallos de cortijo o  de pelea,  de manera que parece que  comen gallo o levantan gallos y, de vez en cuando, montan un pollo,  sin esfuerzo y en menos que canta un gallo.  A los que tienen ese temperamento hay que bajarles el gallo con relativa frecuencia, para que canten la gallina. Eso sí, tratarán de  mantener el orgullo tras la derrota y se quedarán    como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando. Lo peor es cuando se produce una pelea entre estos gallitos, porque nunca cantan bien dos gallos en un gallinero. En estos casos, sería mejor buscar que  otro gallo nos cantara.

 Aunque no seamos unos gallinas,  nos gustan más las fiestas que las peleas, así que en lugar de acostarnos con las gallinas, es bueno que a medianoche, al primer gallo, salgamos a buscar la diversión nocturna,  andando de gallo. Podemos ir de copas o al baile, pues no tendría  mucho sentido pasar la noche  jugando a la gallina ciega. Pero si a una mujer,   en una fiesta, se le sube el pavo y  no es sacada a bailar por uno de estos  jóvenes pollos, tendrá que comerse el pavo que se le ha subido. No tendrá la ocasión de pelar la pava y quedarse fría y con carne de gallina en una conversación nocturna de enamorados.

A falta de faisán,  que anda escaso en mesas como esta, buenos son rábanos con pan. Y,  como aves de paso, podemos incluir también  en el menú el ganso y el pato. 

Dicen que  la risa abunda en la boca de los gansos pero, no sabemos si los que lo dicen hablan por boca de ganso. Sea cual sea el ave que llevemos a la cazuela, en la cocina hay que actuar con sangre de pato, porque es necesaria la tranquilidad para cocinar con esmero. Y queremos que la comida salga bien, de lo contrario, a pesar del esfuerzo, tendríamos que pagar el pato

Sea pollo, pavo, gallina, pato…, que canten  y cacareen en el gallinero y en corral, pero que nunca  lo hagan en el plato,  como ocurrió en    Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada, porque el susto  nos haría aborrecer su carne para siempre.

Pero, aunque se dice que caldo de gallina y precaución, a discreción, si comemos todos los días gallina, seguro que nos amarga la cocina.  Además no sería prudente matar la gallina de los huevos de oro, por eso conviene intercalar con los pollos y el pavo un poco de pescado, pues cuando el pescado adolece, la gente padece, aunque sin ser excesivos, porque el huésped y la pesca,  a los tres días apesta.



Podemos aprovechar  la visita al mercado para varios fines, o sea, para ir por atún y a ver al duque. Si vamos los sábados, estaremos como sardinas en lata, así será más fácil arrimar el ascua a nuestra sardina, pero hay que tener cuidado con los gatos, pues  sardina que el gato se lleva, perdida está y con esos otros que se peguen a nosotros   como lapas. Siempre hay que ser precavidos, porque el pez grande se come al chico.

La persona que siempre corta el bacalao, por muy trucha que sea, puede meter la gamba y oír eso de te has colao, bacalao o, si trata de engañarnos, le diremos aquello de te veo, besugo, que tienes el ojo claro, pues para decir mentiras y comer pescado hay que tener mucho cuidado. Si el pescado no tiene los ojos abiertos y bien brillantes, no llegará a nuestra mesa, pues a pescado dormilón, se lo traga el tiburón.  Le pasaría como al camarón que, si se duerme, se lo lleva la corriente. También conviene mirarle bien a la boca, pues por la boca muere el pez. 

Si aprovechamos la salida para tomarnos un aperitivo, podemos tomarnos unas gambas, pero conviene evitar acompañantes que se dediquen a hacer el gamba y a los que actúan como pulpos, y no beber demasiado para   no coger una merluza,  porque, precisamente esa, no podremos cocinarla. En ese caso,   es mejor  elegir una pescadilla que se muerda la cola.

Y, por hoy, no tendremos que decir eso de son las doce y el pescado sin vender, porque  ya está todo el pescado vendido, cocinado y servido.

Cambiaremos de ingredientes solamente para buscar variedad, pero no porque sea verdad el refrán que dice que con la mujer y el pescado, mucho cuidado Pero eso será otro día, porque aún no hemos echado el bofe y nos quedan fuerzas para seguir en nuestra salsa y no permitir que se junte el hambre con las ganas de comer.

Bacalao confitado con crema de calabaza. Foto gentileza del restaurante Villamor de Riello



Si después de este menú de mentirijillas te quedaras con hambre, amable lector, mejor que no te dejes engañar por tantas palabras (que ya se sabe que las palabras se las lleva el viento) y te comas un suculento plato de carne o pescado.



Y la espera de condimentos y postres,  ¡buen provecho!


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sábado, 16 de enero de 2016

CON TOSEDERA, MORMERA Y ESPERRIADERA...



                                                 
      LLEGÓ EL ANDANCIO




Aunque este año hemos vivido unos cuantos meses  en esa estación indefinida llamada  por muchos “veroño”, la friura del invierno, que no se la comen los lobos, ha llegado definitivamente a nuestra tierra.

Empiezan a caer fuertes pelonas, el tiempo se pone ivernizado, estamos arrecidos y haciendo tachuelas y nuestro cuerpo se aqueda engarabido y se agurrina o engurrina por la heladora bufina que nos llega del norte y la friura que la acompaña. Ese aire gélido arfía la piel  y provoca empiñas en la cara.

A buen seguro que  echaremos  de menos  aquellos calcitos de lana, que tejían nuestras madres y abuelas con las cinco subinas, para no andar a la mazuela.  Y si salimos a la calle, nos gustaría enfundar nuestros pies, como en otra época, en unas amorosas zapatillas de felpa, (mejor que andar a la chancleta), antes de  meterlas  en unas buenas madreñas. Cuando el día está despejado, buscamos el solín de las abrigadas y caminamos por las solanas, evitando estar albentestate.

Si todavía tenemos en casa cocinas económicas o bilbaínas, atizamos bien por la fornigüela para que se forme un buen remuerto.  Después, metemos los pies en el horno o nos subimos a la bancada y, sentados en una banqueta,  colocamos nuestros pies cerca de la chapa, pero no tan cerca del fuego que se nos esture la ropa o nos salgan cabritas en las piernas.

Pero, a pesar de todas las precauciones, es inevitable que llegue algún mal andancio que vaya acompañado de calentura alta, que nos provoque tembluras y estremezones.




Cuando el catarro ataca a los leoneses, nos produce  una tosedera persistente, refervedera en el pecho y picadera en el gañato, y no podemos evitar esperriar. Nos duelen los remos, el cogote y las vidayas y no somos a andar, porque estamos amoirados. Nuestros ojos se llenan de lagañas

De nuestra nariz empieza a manar moquita, que, cuando el catarro ablanda, se transforma en espesa moquera que nos tapa la nariz y nos produce abundante mormera. Pero, si no tenemos el moquero a mano, para evitar que se nos caigan los mocos de manera inoportuna, sorniamos para volver a colocarlos en su lugar. Los niños, que no saben sonarse la mocada que tapa sus vías nasales, dejan que esta caiga y alumbre sus caras con unas luminosas velas o candelas, que, una vez secas, se convierten en cascarrias.

Si el catarro persiste, además del amor de la lumbre y un buen mantóntapabocas, siempre nos quedará un buen fervidu, que nos caliente bien el gañato y el gulibero, a base de leche cocida con miel y orujo, vino caliente con azúcar o infusiones de malva y oriégano. Todo ello acompañado de unas buenas friegas para entrar en calor y sudar.


Cuando el catarro nos abandone, es posible que nos hayamos quedado como la flor de la maravillapero  no hay que desanimarse, porque, allá a lo lejos, ya se barrunta la primavera y seguro que, a su llegada,  encontrará  a cada leonés como una rosa.

                                                      
                        ¡Salud!

Las palabras y expresiones de este artículo están tomadas del libro El habla tradicional de la Omaña Baja de Margarita Álvarez Rodríguez.

En este vídeo presento más léxico leonés:
https://www.youtube.com/watch?v=2YJpUXj6u7E

domingo, 10 de enero de 2016

Un eco de paz...

                                      
                                                        
                                                  Para todas las  víctimas de la violencia y la injusticia.

¡Paz, paz, paz! Paz luminosa.
Una vida de armonía
sobre una tierra dichosa.

Paz sin fin, paz verdadera.
Paz que al alba se levante
y a la noche no se muera.

Rafael Alberti









Su corazón se había contraído tanto que ya no quedaba espacio para la ternura.

Guerras, injusticias, hambre…  habían cerrado sus puertas herméticamente. Notaba que una coraza lo atenazaba. Hacía esfuerzos por expandirlo, pero este permanecía impasible. Se negaba a sentir. Se negaba a sufrir.

Un día percibió  una ligera brisa que lo rozaba suavemente. Emergía de los ojos tristes de un niño que buscaba comida entre  la basura. La brisa se fue convirtiendo en un viento más fuerte que hizo chirriar las puertas de su corazón. Poco a poco empezaron a abrirse. Luego, un viento huracanado las arrancó  de cuajo de sus goznes.

Su corazón volvió a ensancharse y las puertas volaron para siempre.


Un rayo de luz le trajo un eco lejano: ¡PAZ!



lunes, 4 de enero de 2016

LECHUGUINOS, ZANAHORIOS, PEPINOS Y GARBANCITOS


            EXPRESIONES RELACIONADAS CON LA COCINA (II)



El lenguaje del insulto es uno de los que usa  términos más variados y expresivos. En artículos anteriores he abordado los disfemismos que critican la falta de inteligencia,  ahora he decidido meterme en la cocina y buscar las expresiones peyorativas que tienen relación con lo que comemos y bebemos.

Después de un primer artículo titulado “Entre pucheros” en el que  hablaba de la disposición del menaje, la cubertería y la vajilla necesarios para cocinar, y de su relación con el uso coloquial de la lengua, en este  segundo  artículo  y siguientes abordaré  las expresiones referidas al aspecto  físico y a nuestra personalidad y condición moral.  Comenzaré este refrito ciñéndome a los aspectos físicos.

Desaliñados  o faltos de aliño andamos si no cuidamos nuestro aspecto exterior, pero si nos pasamos en el cuidado y nos jactamos de ello, nos convertimos en sabrosas chuletas. Y si vamos muy tiesos, el ajo será nuestro mejor aliado, porque andaremos más tiesos que un ajo. Pero, ¡cuidado!, porque si no caemos bien nos pueden condenar a ajo y agua.

Flor de ajo


Si somos rústicos y mal criados nos llamarán hartos de ajos y  verduleros, esperando que la cosa se quede ahí  y que no nos guste revolver el ajo  o revolver el caldo para buscar conflictos, pues quien se pica, ajos come.  

Si somos muy delgados, tendremos pocas chichas y nos llamarán fideos, espárragos, espaguetis o cañas. Pero cuando   nuestro cuerpo es orondo y nuestra altura escasa, estamos metidos en harina y echamos carnes  para convertirnos en albóndigas, morcones, garbancitos o pasteles. Si nuestro tamaño es mínimo, nos confundirán con cominos, pero, si nuestra envergadura es considerable, pareceremos vacas o ballenas.  Si la causa de nuestra corpulencia es comer mucho,  oiremos que nos llaman zampabollos, zampabodigos o zampatortas.

Cuando nos hacemos   viejos comeremos ya el pan de los niños y con nuestra   piel arrugada estaremos reboicidos, hechos un higo o hechos una pasa. Si además estamos muy delgados, seremos  una mojama. Y si estamos como un vehículo viejo, somos una auténtica cafetera.

Pero no solo hay calificativos culinarios para los viejos, también los adolescentes pollancones tienen a veces una cara de paella, por su acné juvenil y los más maduritos, una piel de naranja,  que esconde la celulitis.  Y cuando alguien se siente sin fuerzas, está hecho puré, hecho papilla o hecho trizas.  El frío o las emociones intensas a cualquiera le pueden poner  la piel de gallina, pero siempre podemos ir preparados para el frío si vamos vestidos por capas como una cebolla.

Al adolescente que se las da de hombre le llamamos  pollastre. El presumido  será llamado niño-pera y, si es ya jovenzuelo, lechuguino, pollobien o pollopera. Cuando el que presume  es vulgar y de mal gusto, aunque esté fresco como una lechuga, no será un hortelano, sino  un hortera.  Si además  es rudo y tosco, se ganará el título de ganapán. Y si presume de finolis, quien antes fue un paleto, será como la señorita del pan pringao, porque a todos nos presta un sabroso moje.

En la descripción de las partes de nuestro  cuerpo  también  los alimentos o las bebidas pueden  “adornar” nuestros defectos. Una cabeza ovalada  es cabeza de huevo y,  si es demasiado alargada, de pepino o apepinada.

Si nos gusta cubrir nuestra cabeza con una melena en la parte superior y con el pelo rapado por los laterales, la cabeza se convierte en seta, cacerola  o tazón. Si los pelos son rizados y ensortijados, pareceremos una escarola,   que nos convertirá en zanahorios, si el pelo es pelirrojo. Y un perejil mal sembrado parecerá nuestra  barba si es muy rala.

Si nuestra cara es muy redonda, tendremos cara de pan, o más bien de hogaza, que ahora los panes tienen formas extrañas. Y  cuando nuestra cara de hogaza pierde  su color trigueño para  adquirir uno pálido o verdinegro, nos convertimos en cara de acelga, con un toque de color  rojizo, si un inoportuno constipado ha puesto nuestra nariz  como un pimiento. Si  somos muy tímidos,  seguramente, con frecuencia, nos  ruborizamos y  nos ponemos  como un tomate y, si entramos en un estado de mucho nerviosismo, nos ponemos  como flanes. Y a veces nos torramos  con excesivas horas de sol y terminamos como un cangrejo.

Unos  ojos almedrados pueden cambiar de forma cuando nos quedamos embobados o boquiabiertos y transformarse en unos ojos como platos, que serán ojos de besugo si quieren salirse de las órbitas.  Pero siempre es mejor ser unos carapapas de aspecto bobalicón que tener  los ojos saltones y tristes  de carnero (cordero) degollado. Y si hablamos de ojos tristes, los más sufridos son, sin duda, los ojos de gallo, porque están siempre castigados a llevar un molesto antifaz No ven, pero sí saben quejarse  cuando les aprieta el zapato.

Cuando  el abdomen es prominente, presumimos de una barriguita cervecera que irá acompañada de buenos jamones si nuestras nalgas y muslos no pasan desapercibidos. Y si la persona descrita es mujer, será llamada jamona, pues, en ese caso, no hay problema para feminizar palabras.

Los órganos sexuales tampoco  se libran de las referencias culinarias. Si abarcáramos todo el ámbito del español, la lista sería larguísima, por lo que aquí solo se recogen los más usuales en España. Para la vagina nos sirven lo mismo productos  del mar que de la tierra, tanto animales como frutos: chirla, sardinita,  conejo, jamona, castaña…; también dulces, como el roscón,  la galleta, el bollo y la quesadilla… o elementos de  la cubertería como cuchara y cucharón. Todos estos, y otros más,  conviven en armonía en la lengua coloquial.

El pecho femenino también aparece en este menú. Para describir las pechugas las frutas tienen una presencia especial. A las mujeres nos gustaría más tener unos pechos como manzanas, pero, si son prominentes o caídos, las manzanas dejan paso a los  melones, pomelos, sandías, limones, peras, brevas… Y sin olvidarnos de unos cacharros  necesarios en la cocina: las perolas.

En el caso de los órganos masculinos, parece que los productos de origen vegetal llevan la voz cantante para denominar al pene: plátano, banana, nabo, pepino, zanahoria, canelón, fideo, mazorca...; pero también, polla, -con sus huevos-, congrio…  


Y, desde luego, se llevan la palma los embutidos: chorizo, salchichón, salchicha, longaniza, butifarra…, así que el plato queda bastante completo, a falta del apio para calificar a los hombres que tienen aspecto afeminado.


Las manos y  pies no quedan fuera de este peculiar menú, pues si no nos adecentamos las uñas, se pueden convertir en un buen criadero de mejillones  y los pies, en una fábrica  de quesos, que puede ser de cabrales, si son especialmente olorosos.

Esperando que todos estos disfemismos no nos hayan obligado a  comernos un marrón    que nos  haya dejado mal sabor de boca, seguiré aportando más en nuevos artículos.



Enlaces de  artículos anteriores sobre disfemismos:

TONTOS DE LA A LA Z


EXPRESIONES SOBRE LA ESTUPIDEZ


INSULTOS BASADOS EN NOMBRES DE ANIMALES I


INSULTOS BASADOS EN NOMBRES DE ANIMALES II



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