LLEGÓ EL ANDANCIO
Aunque
este año hemos vivido unos cuantos meses en esa estación indefinida llamada por muchos “veroño”,
la friura del invierno, que no se la comen los lobos, ha llegado
definitivamente a nuestra tierra.
Empiezan
a caer fuertes pelonas, el tiempo se
pone ivernizado, estamos arrecidos y haciendo tachuelas y nuestro cuerpo se aqueda engarabido y se agurrina o
engurrina por la heladora bufina que nos llega del norte y la friura que la acompaña. Ese aire gélido arfía la piel y provoca empiñas
en la cara.
A
buen seguro que echaremos de menos aquellos calcitos
de lana, que tejían nuestras madres y abuelas con las cinco subinas, para no andar a la mazuela. Y si salimos
a la calle, nos gustaría enfundar nuestros pies, como en otra época, en unas
amorosas zapatillas de felpa, (mejor que andar
a la chancleta), antes de meterlas en unas buenas madreñas. Cuando el día está despejado, buscamos el solín de las abrigadas y caminamos por las solanas,
evitando estar albentestate.
Si
todavía tenemos en casa cocinas económicas
o bilbaínas, atizamos bien por la fornigüela
para que se forme un buen remuerto. Después, metemos los pies en el horno o nos
subimos a la bancada y, sentados en
una banqueta, colocamos nuestros pies cerca de la chapa, pero no tan cerca del fuego que
se nos esture la ropa o nos salgan cabritas en las piernas.
Pero,
a pesar de todas las precauciones, es inevitable que llegue algún mal andancio que vaya acompañado de calentura alta, que nos provoque tembluras y estremezones.
Cuando
el catarro ataca a los leoneses, nos produce
una tosedera persistente, refervedera en el pecho y picadera en el gañato, y no podemos
evitar esperriar. Nos duelen los remos, el cogote y las vidayas y no somos a andar, porque estamos amoirados. Nuestros ojos se llenan de lagañas.
De nuestra nariz empieza a manar moquita, que, cuando el catarro ablanda, se transforma en espesa moquera que nos tapa la nariz y nos produce abundante mormera. Pero, si no tenemos el moquero a mano, para evitar que se nos caigan los mocos de manera inoportuna, sorniamos para volver a colocarlos en su lugar. Los niños, que no saben sonarse la mocada que tapa sus vías nasales, dejan que esta caiga y alumbre sus caras con unas luminosas velas o candelas, que, una vez secas, se convierten en cascarrias.
De nuestra nariz empieza a manar moquita, que, cuando el catarro ablanda, se transforma en espesa moquera que nos tapa la nariz y nos produce abundante mormera. Pero, si no tenemos el moquero a mano, para evitar que se nos caigan los mocos de manera inoportuna, sorniamos para volver a colocarlos en su lugar. Los niños, que no saben sonarse la mocada que tapa sus vías nasales, dejan que esta caiga y alumbre sus caras con unas luminosas velas o candelas, que, una vez secas, se convierten en cascarrias.
Si
el catarro persiste, además del amor de la lumbre y un buen mantón o tapabocas, siempre nos quedará un buen fervidu, que nos caliente bien el gañato y el gulibero, a base de leche cocida con miel y orujo, vino caliente
con azúcar o infusiones de malva y oriégano.
Todo ello acompañado de unas buenas friegas
para entrar en calor y sudar.
Cuando
el catarro nos abandone, es posible que nos hayamos quedado como la flor de la maravilla, pero no hay que desanimarse, porque, allá a lo
lejos, ya se barrunta la primavera y seguro que, a su llegada, encontrará a cada leonés como una rosa.
¡Salud!
Las palabras y expresiones de este artículo están tomadas del libro El habla tradicional de la Omaña Baja de Margarita Álvarez Rodríguez.
En este vídeo presento más léxico leonés:
https://www.youtube.com/watch?v=2YJpUXj6u7E
Genial! Qué lujo de vocabulario...
ResponderEliminar¡Muchas gracias!
EliminarMe encanta, como he disfrutado leyendo!
ResponderEliminarCuanta sorniadera en la escuela, al ser muchos ya se sabe, si no era uno era otro.
ResponderEliminarMe gustaria contactar para ofrecerte escribir en una revista cultural. casadefresno@crijuar.com. Gracias
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