sábado, 28 de enero de 2023

Los vericuetos del lenguaje político

 

El lenguaje  a menudo no es inocente, pues trata de orientar nuestra mirada en una dirección determinada. Y donde la inocencia lingüística brilla por su ausencia es, precisamente, en el lenguaje político, seguido de forma mimética, con mucha frecuencia,  por el lenguaje periodístico.  A ambos  hay que reconocerles la creatividad,  pero esa creatividad se presenta  casi siempre con algún grado de retorcimiento, que parece llevarnos por vericuetos por los que es difícil transitar. A través de eufemismos, metáforas, circunloquios, hipérboles, alargamientos de vocablos y otros varios recursos (que dejaremos para otra ocasión),  se distorsiona el uso estándar que hacemos los ciudadanos corrientes del idioma y en algunos momentos este  se nos hace casi ininteligible. 

Este lenguaje, en boca de la clase política, es un claro signo de demagogia, pero sería de agradecer  que los periodistas sacaran a la luz esa demagogia e  hicieran gala de la claridad y la concisión propias de su profesión para acercar a los ciudadanos aquello que en el lenguaje de la política se vuelve muchas veces sorprendente y  cercano a lo esotérico. 

En los últimos tiempos,  los políticos, en lugar de dedicarse solo a su tarea,  y hacerla bien (y ya tendrían suficiente con ello), parece que desean invadir, a través del lenguaje, otros campos profesionales que van de la filosofía al mundo del juego, pasando por otras actividades. No sabemos si se sienten parte de ellas o pretenden que nosotros las conozcamos, porque usan con asiduidad  expresiones que  no siempre se entienden, si no es con el concurso de especialistas en distintos campos profesionales.

Hagamos un pequeño repaso en este artículo de algunas expresiones  que conciernen a  distintas profesiones y pululan por el lenguaje político. Últimamente, se ha puesto de moda, por ejemplo, el verbo sustanciar,  que, fuera del marco jurídico, significa llevar a cabo un proyecto. Resulta que  ahora se sustancia cualquier cosa, porque los complementos directos son de lo más insospechado. Uno de ellos tiene que ver con las responsabilidades que ahora  no se  asumen, sino que  se sustancian. Pareciera que quisieran resucitar una profesión, real o creada por la pluma de Julio Camba,  la del sustanciero de la posguerra que iba por las casas alquilando un hueso de jamón para que diera sustancia  al puchero, y al que se le pagaba de acuerdo al tiempo que dejaba cocer el hueso en cada casa. Fuera real o no la profesión, lo cierto es que en muchas casas sí existía el hueso llamado sustanciero que se usaba y reusaba en varias ocasiones.

Otro verbo que se ha puesto de moda es trasladar.  Ahora los políticos, no dicen, no contestan, no hablan, no comunican, si bien no están mudos, sino  que trasladan lo que, en realidad, dicen. El verbo decir nos habla de un acto propio del ser humano,  es un verbo de entendimiento, en cambio, trasladar parece que deshumaniza la acción política, como si se trasladara un mueble o un objeto cualquiera. Así oímos en boca de cualquier político: Me han trasladado, le hemos trasladado Y no nos sorprende que así ocurra, porque ahora  tienen que trasladar los paquetes de medidas o de ayudas aprobadas por el Gobierno. Cuando eran un simple conjunto bastaba con que las explicaran y los medios de comunicación recogieran la noticia.  Eso sí,  de esta manera, a fuerza de trasladar, los políticos  no pueden ser acusados de no bajar a la calle. Y hasta hacen gala de ello y de ser receptivos a las peticiones de los ciudadanos. Me piden por la calle, aseguran algunos. Cosa que también sirve para justificar determinadas decisiones.

Si elevamos el listón, hay muchos  que  aspiran a convertirse en filósofos, porque  para negar la falsedad de un argumento se niega la mayor. Con ello se alude a la premisa mayor de un silogismo clásico. Es verdad que si la premisa mayor es falsa, es falso todo el razonamiento, pero más de un español se quedará sorprendido al oír esa expresión. ¿Qué es la mayor?  ¿Es la mayor… mentira, verdad, bellaquería,  tontería? ¡Ah, no! Hay que darse una vuelta por la lógica aristotélica para comprender esa expresión.  Tal vez el  busilis de la cuestión  esté en que no la entendemos, porque no nos la explican, sino que nos la trasladan, o porque no se ajusta a la verdad  (está proscrito decir que algo es mentira).

Otra profesión en la cual parece que se encarnan con frecuencia es en  la de maestro.  Les gusta  bajar a la escuela  y acusar a los alumnos más díscolos y vagos de no hacer los deberes o de hacerlos mal. A veces le dicen al rival de turno que no sabe la lección y, por si no la ha entendido,   ridiculizan al agraviado de  forma engreída y despectiva  con frases del tipo: Se lo volveré a explicar… Pero no es extraño que no la sepan, porque los mismos que acusan de vago al contrario  son capaces de asumir que  no lo han hecho bien al afirmar abiertamente:  No hemos sabido explicarlo. Incluso añaden: Tenemos que hacer pedagogía… Pasar por una facultad de Pedagogía siempre está bien, pero esto no parece cuestión de pedagogía, sino más bien de respeto al contrincante  que es posible que posea parte del patrimonio de la verdad.

Tampoco les importa convertirse en meteorólogos, pues por su lenguaje aparecen tormentas políticas, huracanes… Y hasta ciclogénesis. Pero, como no son tan expertos como los especialistas mencionados, no saben distinguir bien los fenómenos meteorológicos y deciden usar una expresión tópica que sirve tanto para  aguaceros como para nevadas o tormentas de cualquier signo. Todo se queda reducido a  la expresión con la que está cayendo

Pero,  cuando llegan esas situaciones tormentosas, se muestran preparados para velar por nuestra seguridad y siempre dispuestos a intervenir, como si fueran soldados, bomberos, policías… Por si saltan todas las alarmas. Si realmente saltaran todas a la vez  y fueran físicas, dejaríamos de oírlas muy pronto, porque el ruido sería  tan ensordecedor que nos rompería los tímpanos.  Y, aun refiriéndose a las metafóricas,  estamos tan acostumbrados a “oírlas” que ya no les hacemos caso. Por otro lado, ¿son “todas” las alarmas   de España? ¿”Todas” las del mundo?  No hay que preocuparse, porque se trata de alarmas que, por uno u otro motivo, están siempre saltadas, pues solemos estar inmersos en permanentes  guerras, sobre todo, guerras de cifras.

No faltan los que se sienten  guías de turismo, pues se pasan el tiempo haciendo hojas de ruta. ¿Adónde van esas rutas? Eso es un misterio. Parece que en la política actual  están sustituyendo a los proyectos... Los proyectos sabemos que  son el pensamiento de ejecutar algo,  pero las hojas de ruta no sabemos si son  hojas volanderas, hojas sueltas u hojas que se convierten en papel mojado. Los que trazan la ruta no siempre  se responsabilizan de guiarla bien, quizá porque hoy ya la gente no se responsabiliza  de casi nada, solo se   realizan ejercicios de responsabilidad, cuyo resultado desconocemos,  y en ese alambicar las expresiones se queda toda la energía.

 Tampoco son ajenos   el mundo de la farándula, tan denostado en otras épocas, pues  otra de las expresiones que abundan en el lenguaje político  es eso de no contemplar ese  escenario. De repente parece que estas personas no se dedican a hacer política, sino a contemplar escenarios, como si estuvieran asistiendo permanentemente a un espectáculo.  Y da la sensación de que los espectáculos son variados, por eso de que al no contemplar “ese” escenario (uno concreto por el valor del demostrativo),  sí parece que  pueden contemplar otros. Se pueden valorar posibilidades, pero escenarios es un tanto difícil. Aunque, está claro que el verbo valorar es otro de los desterrados del idioma, pues ahora la moda no nos lleva a valorar  las cosas, sino a  ponerlas  en valor, siempre y cuando haya  alguien que  entre  a valorarlas. ¿Estaremos, tal vez, hablando de que se sienten de  tasadores?  

Alguna vez hemos oído a algún político acusar a otro de ser  un tahúr  en el sentido de mentiroso o jugador fullero. Según la RAE, tahúr también significa  jugador que  practica el juego con mucha habilidad.  Desde luego jugadores se sienten,  porque barajan posibilidades, y hábiles, también, pues son capaces de barajar “una”  posibilidad. Es imposible barajar una carta, como lo es barajar una  posibilidad.  Barajar, en sentido figurado,  es considerar varias posibilidades, como barajar cartas es mezclar varias. Pero en este mundo nada hay imposible, por lo que parecen ser, aparte de jugadores, auténticos prestidigitadores.

Los ciudadanos somos conscientes de  que  conviene  cuidar  el buen ánimo de los gobernantes, pues   algunas decisiones dependen de si están o no en el ánimo del Gobierno. ¿Y qué pasa si el ánimo no es el apropiado? ¿O si algo está en su ánimo, pero no en su pensamiento? El ánimo pertenece  el mundo de los sentimientos, los proyectos son tareas de la mente. ¿No vendría bien la ayuda de un  psicólogo?  Desde luego  parece que,  con frecuencia, las mentes están confusas, por eso plantean dilemas, cuando en realidad lo que plantean son varias opciones y la palabra dilema se refiere  solo a dos.  A veces van más allá y pasan de lo psicológico a lo físico  y aseguran que  determinados proyectos están en su ADN. De repente nos quedamos estupefactos, pues  hemos pasado de la necesidad de pasar por un  gabinete de  terapia psicológica a  la de analizar  el ADN  de los partidos políticos con la ayuda de bioquímicos. Y nos seguimos sorprendiendo con frases como esta en boca de un ministro: El detenido nunca ha estado en el radar por radicalización. De los bioquímicos hemos pasado a los físicos para que nos expliquen qué es  estar en el radar.

No hace mucho tiempo, en el Congreso,  oímos a un diputado, sin ningún empacho, llamar a una parlamentaria bruja. Mal vamos si hay brujas en el Parlamento y, aún peor, si existen perseguidores de brujas. Necesitamos varios siglos para acabar con  Inquisición, pero parece que no hemos acabado todavía con  la caza de brujas.

Si seguimos poniendo el oído atento en algún momento  también podemos pensar que los políticos necesitan la ayuda de un melonero, porque por sí mismos no se atreven a abrir el melón, el de la Constitución o cualquier otro. Y es que, según parece, hay muchos melones que abrir y pocas manos que atinen y quieran hacerlo.

Algunos días hay que elevarse a niveles superiores y buscar el apoyo de teólogos y moralistas para entender lo que quiere decir un político cuando acusa  a otros de ser los profetas del Apocalipsis (parece que nos obligan a conocer el Antiguo Testamento) o cuando queremos entender la diferencia que hay entre gente honrada y gente honesta. Tradicionalmente en nuestro idioma había una diferencia clara entre los significados de honesto, que significaba decente o pudoroso, y que se aplicaba más bien en la moral sexual, y honrado, que significaba probo, o sea,  persona que actúa con rectitud.  A los ciudadanos debería interesarnos más  que  el político sea honrado que el que sea honesto. Ahora  como se han confundido ambas palabras ya no tenemos tan claro qué tipo de moral, si la privada o la pública, nos interesa del político en cuestión.

En fin, que, fijándonos en el lenguaje de los políticos y de los periodistas podemos encontrarnos  referencias frecuentes a otros campos profesionales, pero, curiosamente, faltan las referencias a los lingüistas… Vamos, pues,  a cerrar  este artículo con una pequeña pincelada lingüística: la diferencia entre oír y escuchar. Si te escucho y no te oigo, la culpa no es mía, pues hay otra causa que lo impide, pero, si alguien dice a la persona a la que no oye que no la escucha,  lo lógico es que no la oiga,  precisamente por no escucharla y,  además, mostraría su  mala educación. Escuchar es poner atención, oír es solo captar por el oído.  Quizá estemos  solo ante una muestra de evolución del idioma, aunque  los idiomas, en su evolución, se  suelen regir  por el “principio de economía lingüística” y es más simple (menos sílabas) decir oír que escuchar, que es ahora la tendencia frecuente en el habla  urbana. Pero el futuro  de un idioma es impredecible y seguramente otras personas lo explicarán en su día.


© Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga

Imagen: Pixabay.com


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Lenguaje político y eufemismo

Politiqueando

¿Oír o escuchar?


lunes, 16 de enero de 2023

Tengo los años necesarios

 



Caen los ocasos sobre los horizontes de la vida.

Los miramos de frente.

Ahí están nuestras huellas:

afanes, ilusiones, quereres, saberes…

Han dejado una señal indeleble.

Pero las suelas de nuestros zapatos

nos invitan a seguir caminando:

a despertar albas,

a cultivar afectos,

a acunar sueños…

A seguir viviendo con pasión,

porque llevamos dentro en-theos,

el dios del entusiasmo.

 

Cumplir años, cuando ya se han vivido  unas cuantas décadas  y, sobre todo, cuando la cifra que refleja la edad cambia el  número  de las  decenas, produce siempre un poco de vértigo. Yo trato de contrarrestar ese vértigo haciendo  míos los versos de Saramago, que, de haber vivido hoy, tendría cien redondos años:

¿Qué cuántos años tengo?

¡Eso!... ¿A quién le importa?

Tengo los años necesarios

para perder ya el miedo

y hacer lo que quiero y siento.

Sí, ciertamente, como el autor, son años en los que ya he perdido el miedo y puedo decir lo que quiero y siento. Esa es una gran ventaja de  la edad provecta.

Cumplir años siempre es un lujo, puesto que es un tiempo vivido y al que sumamos un día o un año más.  Y aunque  nos gustaría que los minutos avanzaran mucho más despacio, como no podemos detener el tempus fugit, el  mejor remedio para evitar la angustia existencial  es aprovechar al máximo cada día cumpliendo la máxima del carpe diem. Una buena actitud para ello es procurar sentir una nueva emoción, hacer algún pequeño descubrimiento, aprender algo nuevo: sorprendernos. Conviene preguntarse al final del día: ¿Qué me ha sorprendido hoy? ¿Qué he aprendido hoy? 

No debemos ser sujetos pacientes de la vida, sino sujetos agentes; no hay que dejar que la vida pase por nosotros, debemos pasar nosotros por ella y dejar alguna huella en el ámbito en el que nos movemos. Quizá simplemente un trabajo bien hecho, una mirada cordial, una lágrima de emoción… Algo que quede en la memoria de quienes nos conocieron.  Ese es el secreto de la inmortalidad.  Para ello no solo hay  que vivir, sino ser conscientes del vivir. Y evitar la rutina, porque la rutina va devorando poco a poco los minutos del vivir.

Al llegar a la edad del júbilo,  conviene  prepararse para vivir esa etapa de una manera sosegada, pero “sonora”. El primer paso para sentirnos jubilosos es  vivir en paz, con nosotros mismos  y con los demás.  Y para conseguirlo hay que rodearse de personas de luz y apartar de nuestra vida a las personas tóxicas: a las  egoístas, rencorosas, pesimistas, intolerantes, pesadas… A esas personas que nos desgastan, que  nos  roban  energía vital.

Una vez pacificado nuestro entorno, nos podemos dedicar a  disfrutar  plenamente de una afición, a ofrecer nuestro  tiempo a ayudar otros, a observar lo que nos rodea para  disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, al dolce far niente A mí, además de otros haceres y quehaceres que llenan mis días, me entusiasma  disfrutar de la belleza  que nos brinda la naturaleza y de la que nos ofrece cualquier manifestación artística.

Mi infancia de pueblo me enseñó a contemplar, a   sorprenderme y a emocionarme ante el vuelo  y belleza de una mariposa,  ante una gota de lluvia suspendida en una  hoja de una planta o un pétalo de una flor. A escuchar el canto de los grillos en una noche de verano, el canto de los pájaros al final de la primavera. A observar cómo avanza el paso de las estaciones, cómo de un día a otro las ramas empiezan a verdear con la primavera o amarillear y caer en el otoño. A quedarme  extasiada viendo correr el agua de un río, oyendo su murmullo, que es como  un canto y una danza. A mirar cómo se mueven las nubes en un cielo azul del verano. A ensimismarme ante los colores del ocaso… En fin, criarse en un pueblo me ha enseñado a observar y a admirar.

Y eso lo he trasladado al paisaje urbano, que también me hace sorprenderme y aprender. Me pregunto qué o quién  se esconde tras el nombre de una calle o plaza, me maravilla descubrir un día  la belleza de un edificio que me había pasado desapercibida, me paro ante  las estatuas: me fijo en su belleza, en lo que representan, las veo con distinta mirada según las estaciones. Y a veces hasta entablo con ellas un diálogo silencioso. Me  encanta asistir a actos culturales  y ver exposiciones  que nos subyugan con la belleza artística o que nos hacen aprender. Y siempre que se puede hago fotografías. Me gusta volver a ver de forma reposada esa imagen que me llamó la atención…  Y también  me gusta compartir esa belleza o sorpresa con las personas que no han podido disfrutar de ello en directo para que puedan hacerlo desde la lejanía.  

He disfrutado mucho de los viajes  a sitios cercanos y lejanos,  que me han permitido conocer lugares y culturas diferentes. He podido viajar por casi toda España, por la mayoría de los países europeos y  por  otros países más lejanos. Tristemente  se quedó Ucrania en proyecto. 

He disfrutado   mucho de la lectura a lo largo de mi vida: de vivir las vidas de otros, de conocer los lugares de otros, de entender el pensamiento de otros. La lectura es el mejor complemento del viaje para conocer al ser humano y el mejor remedio contra la intolerancia. Más libros, más libres, decía un lema hace décadas.  El que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho, decía Cervantes. La lectura pone alas a la imaginación. También decía el autor del Quijote que la pluma es la lengua del alma. He leído mucho y he aprendido mucho leyendo. Antes  llegaba siempre al final de los libros (¡bueno, hubo uno que no, y de un escritor muy importante!), ahora me permito el lujo de no hacerlo. Si un libro no me dice nada en las primeras 50 páginas (me doy de plazo hasta las 100, si es extenso) lo puedo dejar sin remordimiento. ¡Hay tanto que leer! Las ventajas de hacer lo que quiero y siento.

Disfruto también con la escritura. Con la escritura más concienzuda del artículo o ensayo que requiere trabajo de documentación y con la escritura  simple de una coplilla que felicita un cumpleaños o sirve de pie a una fotografía. Y también con escritura de poemas más  sentidos y pensados.  Escribir para mí, en este momento, es una manera de ser y de estar en el mundo.  

Pero también puedo disfrutar de lo más sencillo, por ejemplo, de  una conversación. De una conversación pausada en que se pueden compartir saberes, quereres, sentires. Y una conversación puede tener interés, independientemente de la formación cultural o el estatus social de los conversadores. Me pueden sorprender personas poco letradas  por su profunda sabiduría y sentido común, tanto como personas de rango intelectual reconocido. Y me puede dejar pasmada el agudo y lógico   razonamiento de un niño. Y, de forma especial, los abuelos disfrutamos de los nietos, de lo que nos miman,  de lo que nos dicen, de lo que nos preguntan. De ver cómo maduran y se hacen mayores.

Y disfruto de tener conciencia de  que amanece y de  que tengo delante un nuevo día para levantarme y ponerme a caminar por la vida… Para plantearme retos y desplegar las alas del entusiasmo para pescar los peces de la aurora, de los que hablaba Pablo Neruda, en la Oda a la edad:

¡Tiempo, te enrollo,

te deposito

en mi caja silvestre

y me voy a pescar

con tu  hilo largo

los peces de la aurora!



Me voy a pescar...  los peces de la aurora


16 de enero de 2023

Margarita Álvarez Rodríguez




jueves, 12 de enero de 2023

Reseña: "Camino de San Trago", de Iván Pablo López

 


Uno editorial

Género: Narrativa

468 págs.




Es para mí un gran placer realizar la reseña de esta novela, cuyo autor fue en su día alumno mío en Bachillerato. Entonces, alumno, y, ahora, maestro, del que he aprendido mucho, tanto fuera de esta novela como dentro de ella.

Iván Pablo López es doctor en Historia y experto conocedor de la geografía urbana  y artística de la ciudad de Madrid y de otros muchos lugares de España. Durante años se ha dedicado a  organizar rutas y viajes culturales por España, como la ruta del Cid. De varias de ellas he podido disfrutar personalmente. Es buen conocedor del Camino de Santiago, que ha realizado como romero y como guía de peregrinos y, sin duda, eso se nota tan pronto el lector se adentra en la novela Camino de San  Trago.

Cuando leemos el título de este libro parece que nuestra mente trata de engañar a nuestra mirada. Santiago, San Tragodos parónimos  que tienen una similitud fonética evidente. Pero al mismo tiempo que el título  nos resulta chocante,  tenemos la certeza de que este camino peculiar también nos llevará  a Santiago, pues eso nos indica la flecha amarilla que aparece en la portada y en la contraportada. Para saber cómo vamos a hacer ese camino hay que traspasar la portada y ponerse a leer. La palabra trago es un palabra polisémica en español, alude a la acción y efecto de tragar y, más específicamente, a la ingestión de bebidas alcohólicas. Pero trago también significa desgracia, infortunio. ¿A qué tragos se refiere el autor?  Tal vez tuvo presente aquella invectiva que  lanzaba Góngora contra Quevedo en que sugería que este también era aficionado a la bebida como él mismo: A San Trago camina, donde llega: / que tanto anda el cojo como el sano. Todo ello parece decirnos: Pasen y  vean (lean). 

La novela es la crónica de lo que les ocurre haciendo el camino a dos grupos de personas que lo van realizando en paralelo y coincidiendo en los mismos lugares. Se trata de un grupo de mujeres que forman  parte de una asociación peculiar, Partenopea, y de un grupo de estudiantes de una universidad norteamericana. Dos perfiles muy distintos de peregrinos. El autor nos describe el funcionamiento de la asociación Partenopea que tiene un cierto cariz esperpéntico, como lo tiene también la actuación de las asociadas. 

La organización se rige por  una cierta estructura militar bajo el mando de la lideresa, Purificación Abad.  Existe, además, una tetrarquía de cuatro coronelas y, bajo ellas, capitanas, sargentas y reclutas. El autor las llama en una ocasión falange de hoplitas. El grupo de peregrinas va capitaneado por Rafaela, que es una persona desenvuelta y que sabe sacar provecho y cobrar comisión por oír la explicación de su guía o por vender dulces de los conventos.

El otro grupo  está dirigido por un viejo profesor jubilado, que conoce bien el camino, pero no tan bien  al grupo que dirige. Peter T. de la Bramante, ayudado por Macarena, enlace español para el grupo, y por Rebeca, la guía, tratan de realizar un viaje cultural con los estudiantes que va encontrando diversas dificultades, en especial los problemas graves con el alcohol de una de las estudiantes, Meggie, que tiene que ser repatriada.

Ambos realizan el camino en octubre de 2022, repetición del Año Santo motivada por la pandemia, para concluir en Santiago de Compostela el día 1 de noviembre. Los dos grupos usan un autobús de apoyo y una parte del camino lo hacen en ese autobús, especialmente el grupo de mujeres que realiza caminatas cortas. A lo largo del camino van surgiendo una serie de dificultades con la que se enfrentan los guías y los peregrinos que tienen que ir solucionando sobre la marcha, una de ellas quedarse sin dinero. Aparecen y desaparecen personajes con los que se encuentran, a veces pintorescos,  que crean situaciones exóticas, como Cristóbal, el de la calesa y otros grupos o romeros individuales.  Aparecen peregrinos fingidos, problemas como los robos…

Los personajes, especialmente los del grupo de jubiladas, están tratados con cierto matiz caricaturesco  que nos recuerda a los  personajes valleinclanescos. Bastaría con que nos fijáramos en los nombres tanto del grupo, Partenopea, que nos suena a Partenón, como los de las socias: Angustias Catalina, Socorro, Dolores, Milagros, Magdalena, Visitación, Inmaculada, Auxiliadora… Más la propia Purificación Abad, la lideresa, a la que llama con el disfemismo la teleñeca y a la que compara con una abadesa medieval. Es como si el ejército y el clero se fundieran en su persona. Son nombres que tienen una cierta connotación religiosa… 

Pero su religión es tan sui géneris como el camino de Santiago que realizan, donde lo que menos hacen es caminar, pues es un microbús el que las desplaza  la mayor parte del trayecto de Roncesvalles a Santiago. No tienen, pues, el perfil del auténtico peregrino. No se alimentan de bocadillos, se alojan en hoteles, a veces de lujo, compran de forma compulsiva… El autor capta muy bien la singularidad de cada viajera y las manías variopintas que tienen. Nos parece también caricaturesco el nombre del guía, el doctor Carlitos Greco, a pesar de ser una persona muy impuesta en historia y arte.

Iván Pablo López parece crear un contraste caricaturesco entre el título académico, el diminutivo del nombre  y el apellido de este personaje,  que nos suena  a cultura clásica, tal vez en consonancia con Partenopea, el nombre del grupo. Para incidir en el carácter esperpéntico de los personajes  en muchos casos parece que el autor las deshumaniza al animalizarlas: alimañas, lagartas, urracas, avestruces son nombres con las que las designa. También las llama aquelarre. 

Además del aspecto cómico que reflejan muchas situaciones, y que le dan aspecto de sainete,   la novela tiene el contrapunto serio que es la parte  en la que se nos explican elementos artísticos y culturales  de distintos lugares del camino. Las explicaciones las pone en boca de los guías respectivos de los dos grupos: el doctor Carlitos Greco,  de Partenopea, y Rebeca, del grupo de chicos estadounidenses. 

En las explicaciones se pone de manifiesto de forma evidente la sabiduría artística del autor,  Iván Pablo López. Así, conocemos la Real Colegiata de Roncesvalles, el románico de Santa María de Eunate, San Martín de Frómista… Y muchos monumentos más. Pero no contiene solo explicaciones de monumentos, realizadas siempre de forma muy plástica, sino que se insertan también explicaciones históricas como  la relación entre Alfonso el Batallador  y doña Urraca, la batalla de Clavijo y el tributo de las cien doncellas… Religiosas, como la historia de Santiago Apóstol, la vida de san Millán de la Cogolla, referencias a papas y a la papisa Juana… Hay referencias etimológicas, como el origen del nombre Sahagún (de Campos). Científicas,  como el valor fertilizante de la colombina… No faltan tampoco alusiones mitológicas.

La novela usa la técnica del flash back, pues comienza cuando han llegado a Santiago y están tratando de conseguir la Carta  Compostelana. Luego da un salto hacia atrás para presentarnos los preparativos del viaje de ambos grupos. La estructura no llega a cerrarse de forma circular, pues en el último capítulo avanzan algo los hechos al contarnos cómo finalmente consiguen una Compostela falsa, pues por delación de una partenopea, la dispensación oficial de las mismas no se las entrega por no cumplir con los requisitos. 

En la última secuencia nos sorprende con un salto espectacular en el tiempo anticipando el futuro (flashforward) situando la acción el mismo día del año 2088, en que uno de aquellos peregrinos universitarios, ya octogenario, vuelve con su esposa a Santiago acompañado del bastón que el profesor de la Bramante le ha dejado en herencia. Reproduce algunos comportamientos de su maestro como dejar flores en algunos lugares a personas y desaparecidas. 

Dado que en la novela aparecen otros muchos saltos atrás para recrear hechos históricos, este ir hacia adelante nos da la sensación de que quiere universalizar el  Camino en el tiempo. Llovía cuando llegaron los peregrinos de 2022 que protagonizan la novela y llueve en el año 2088 y  también ha llovido en tiempos anteriores: Les comenzó a llover agua de distintos tiempos, aguas de distintos nombres y espacios. En esos peregrinos parece que está representado pasado, presente y futuro de ese peregrinaje (…) La lluvia caía sobre siglos de granito y milenios de esperanza (…) sobre vivos, sobre muertos…

La narración base se realiza en tercera persona,  pero esta obra es más que una narración omnisciente que avanza en el tiempo, pues  reproduce de una forma original  y plástica lo que está  sucediendo ante los ojos del narrador.  En realidad, parece que oímos y vemos lo que sucede. Para ello  el autor va introduciendo  en la narración muchas frases en estilo directo  de pensamientos o   conversaciones entrecortadas, como ráfagas y sin marca de diálogo, que reproducen lo que dicen o lo que piensan los personajes. Usa la cursiva para  hacer notar que eso no está puesto en boca  del narrador principal.  Por eso parece que estamos ante una narración coral. 

Un elemento importante que contribuye a esa plasticidad auditiva es el uso muy frecuente de exclamaciones u onomatopeyas que expresan   los sentimientos o la actividad que realizan  los personajes.   “Oímos”, por ejemplo, el clic de las fotos, y muchas otras onomatopeyas: snif, plas, cloc…, las conversaciones fragmentadas de gente que habla por   teléfono, “vemos” el enviar de los mensajes de whatsapp. Tenemos  la sensación de que hay espectadores de lo que está ocurriendo desde la distantica, pues les llegan en el momento fotos o mensajes. Hasta los movimientos del autobús: frena, gira, intermitentes… aparecen entreverados en medio de la narración.

Estamos ante una narración compleja. Dentro  de la  narración que realiza el  narrador principal  se introducen otros niveles de narración con narradores secundarios como  los guías, cuando dan explicaciones de tipo cultural, y los jefes de los grupos, cuando dan instrucciones a los peregrinos,  además de otros personajes secundarios que van valorando lo que sucede. Las explicaciones de tipo histórico tienen también un gran poder evocador, pues  no solo se cuentan fríos hechos, sino que   el lector se convierte en espectador de  los mismos en el momento  en que sucedieron.  Por ello estamos ante una narración compleja. Aparece también la metaliteratura con la introducción de versos sueltos de distintos autores: Borges, Garcilaso, Lorca… A veces son también letras de canciones que hacen referencia a lo que se oye. 

El estilo se corresponde con ese mundo esperpéntico que refleja. Abundan  las metáforas  o comparaciones con un matiz caricaturesco: la  mesnada (grupo de peregrinas), la compara con un aquelarre. El estilo tiene relación con esa  visión  esperpéntica de los hechos y de los personajes, por ello, están presentes recursos que tienen con que ver con la deformación  y la caricatura. La comparación hiperbólica le lleva, por ejemplo, a comparar una disputa entre las peregrinas de Partenopea con la batalla de Salamina, en la que sitúa a las distintas contendientes en el grupo de las  atenienses o de las persas. Hiperboliza también cuando dice de alguien que tenía más años que el sol.  Son frecuentes las comparaciones y metáforas denigratorias: Franco es definido como  un pigmeo dictador reptiliano. Para dar sensación de incultura  de las  partenopeas  nos presenta cómo deforman el nombre del  profesor Peter T. de la Bramante, experto en Garcilaso, para convertirlo en  Peter de la Bocelli, experto en La vida es sueño

El léxico también contribuye a dar la sensación de confusión y  el ambiente de película de Berlanga. Aparece con frecuencia el léxico coloquial, lleno de apelativos en el trato personal que dan sensación de hipocresía: tesoro, alhaja, cielo… Aparece el léxico desenfadado: jodienda… Se mezclan en el texto expresiones en inglés y otras en  español deficiente para reproducir el lenguaje de los estudiante estadounidenses. Y como el camino es cosmopolita, aparecen también otros idiomas: italiano, francés… 

El autor deforma la visión de las cosas y de los personajes a través del lenguaje. Además  de las comparaciones con animales, ya citadas, aparece la mezcla del lenguaje culto, incluso técnico (gablete) con el coloquial (brear a palos)  y  los contrastes como la mezcla de arcaísmos lingüísticos o morfológicos: de esta guisa, por ende, por mor de … con neologismos como influencer o llamar CEOs (“chief executive officer”)  a los que tienen un cargo de responsabilidad, aunque vivieran en épocas pasadas. No faltan tampoco los latinismos cuando nos recuerda, por ejemplo, que la expresión buen camino, que se intercambian los peregrinos que se encuentran,  es la expresión moderna que sustituye a ¡ultreia! (más lejos) et suseia (más alto). No faltan los galleguismos, entre otros: zarzallo, orballeira, lapiñeira  para llamar a la lluvia fina o el famoso conjuro de la queimada. 

Deforma también con el uso de disfemismos,  como cuando opta por llamar  pelleja a una bota de vino omnipresente en la vida diaria de las partenopeas (San Trago) o el microbús en que viajan  queda convertido en camioneta o en camión. Lo mismo ocurre con el abuso  del galicismo epatante, que parece el lema del grupo, y  que, a fuerza de repetirlo los personajes, resulta ridículo y vacío de contenido. A ese afán por la caricatura contribuyen a veces los calificativos y ciertas rimas o paronomasias: Purificación Abad se levantaba a horas tétricas, vampíricas, muy inquietantes, pretéritas. La adjetivación, en general,  presenta  matices hiperbólicos, pues con frecuencia se realiza con una enumeración de adjetivos: huraño, elitista, acomplejado y menesteroso;  palique políglota, plurilingüe, ecuménico y mundial; seráfico, deífico y arcangélico silencio. Se podrían aportar muchos más ejemplos. 

Estamos, pues, ante una novela que nos hace conocer el Camino en el aspecto cultural, pero, sobre todo, nos hace conocerlo en el día a día de todos esos personajes variopintos que caminan o circulan por él. Es como un diario que se escribiera  a partir de la grabación de un micrófono  que fuera reproduciendo  todo lo que allí se oye. Porque esta novela de Iván Pablo López es una novela que se lee, pero, sobre todo, es una novela que se oye y que se ve. 

Nos aporta muchos datos para conocer la historia del Camino, nos habla de las curiosidades, de  las dificultades, de los tipos humanos que transitan por él, que el autor  disecciona en la novela. Dados sus conocimientos históricos, que expone a través de los guías, aprendemos mucho siguiendo a estos peculiares peregrinos, pero la novela nos sorprende, sobre todo, por su habilidad literaria para presentarnos el Camino de Santiago de  otra manera, en que se  mezcla lo serio con lo satírico, la realidad con la ficción. 

Es una novela que  ha exigido al autor documentación y observación, pero, sobre todo, es una obra apasionada: una explosión de vivencias. Un Camino de San Trago, en las dos acepciones que se apuntaban al inicio,  porque demasiados tragos pasan por la boca de los personajes: vino, orujo, licor verde…, con resultados a veces imprevisibles y no deseados, y también porque está lleno de pequeños y grandes inconvenientes. En fin, esta novela,  con que nos deleita Iván Pablo López, nos permite hacer   con sus personajes el  Camino de Santiago y el de San Trago, a la vez,    y   es, además,  el inicio de su camino literario, ante el que solo podemos desearle:  ¡Buen camino!

 

©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora de Lengua y Literatura



Si deseas ponerte en contacto con el autor, lo puedes hacer por alguna de estas vías:

Cuenta de correo: ivanpl01@ucm.es

Cuenta  de Instagram: @ivan_pablo_lopez_perez

Cuenta de Facebook: Iván Pablo López Pérez

martes, 10 de enero de 2023

Reseña del poemario "Un árbol que tiembla", de Isabel Marina

 

Editorial: El sastre de Apollinaire

Género: Lírica

Páginas: 94




Voy a tratar de adentrarme en  un libro que tiene un título muy sugestivo: Un árbol que tiembla. Desde  el título  se puede sospechar que ese árbol que tiembla se refiere al ser humano, pero ese título tan poético  nos suscita algunas dudas: ¿se refiere solo a la poeta que se identifica con ese árbol tembloroso o a todos los seres humanos?, ¿tiembla por fuera o lo hace por dentro  a causa de  la propia inseguridad y miedo que siente cuando los vientos  de la vida lo mueven? Vamos a tratar de desentrañar algunos de los secretos y de las emociones contenidas en el interior de este poemario.

No me resulta fácil comentar un libro de poemas. Sí, en cambio, comentar poemas concretos, actividad que he realizado durante largos años de profesora de Lengua y Literatura. Siempre he creído que la poesía debe despertar emociones para ser poesía. Y,  si es poesía, debe ser gozada, por lo que cuando nos empeñamos en  desentrañar los elementos formales de un poema destruimos en parte su magia. Por este motivo, me voy a situar ante este poemario de Isabel Marina como una lectora de poesía, como una amante del género, dejando en segundo plano los aspectos más formales.

Isabel Marina es avilesina, periodista, directora de la revista de poesía Ítaca. Poemas suyos han sido publicados en varias antologías y es autora de tres poemarios. El más reciente es Un árbol que tiembla, que es el objeto de esta reseña.

Conocí personalmente a Isabel Marina en Riello (León), en un homenaje al poeta Luis Miguel Rabanal. Y cuando tuve noticia de que presentaba en Madrid  su primer poemario, Acero en los labios, acudí a la misma con otras tres personas.   Y no me arrepentí. Los poemas que recitó en aquel momento,   y la lectura del libro completo después, me sedujeron.  A partir de entonces, he mantenido una relación más personal con ella y  he podido comprobar que es una ferviente lectora, especialmente de poesía, y también una gran difusora de los poemas de otros autores, a través de las redes sociales y como directora de Ítaca. Ella tuvo la gentileza de enviarme su segundo poemario, Un piano entre la nieve, que leí con gusto y atención y sobre el que escribí una reseña (que se puede leer aquí). Algunos  aspectos de ese poemario se repiten en Un árbol que tiembla. Pude asistir también a su presentación en Madrid el pasado mes de diciembre y comprobé que unos cuantos poemas, recitados por la propia autora, hicieron del acto un momento bellísimo.

Un árbol que tiembla recoge 62 poemas, divididos en tres partes: Malinconia (16 poemas), Fragile (27 poemas) y Bloom (19 poemas). Decía la autora en la presentación del libro que su poesía es una “poesía de pérdidas”. Y ese rasgo lo encontramos del principio al fin del poemario, aunque, desde el punto de vista de los afectos, es más intenso en la primera parte, bajo ese título general de Malenconia, que significa melancolía en italiano. El color  sepia de  la melancolía tiñe todos los poemas de la primera parte y extiende sus pinceladas  al resto del poemario.  La evocación de la ausencia de los padres, el abandono de la casa paterna, la pérdida de la infancia y la adolescencia  rezuman una  melancolía que emana de la memoria. Memoria dolorida en la mayoría de los textos. Su padre le dejó este dolor al escribir/ que forma parte de la vida.

Las imágenes que nos sugieren la idea de melancolía y abandono son constantes: una pátina de luz sepia, la lluvia que cae, la casa familiar abandonada,  el vacío, la añoranza de    sus recuerdos de niña... Escucho el viento / conversando entre los árboles, dice la poeta evocando recuerdos de infancia. Los ecos de las ánimas de los antepasados,  el aire que  es un espectro de todo lo pasado,  la foto de la madre que contempla en el móvil… todo nos lleva a esa visión melancólica de la memoria. Y en   la memoria de la casa vacía viven los padres desaparecidos, porque la casa entera / es un museo / una urna.  Por su zaguán transitan los gatos de la memoria.  Evoca lo que hacían sus padres en esa casa y  los planes de estos, segados por  la muerte o el futuro. 

Esos lugares familiares son para la poeta un  púlpito vacío, están habitados por el silencio,  pero la emoción que vive y transmite Isabel Marina es la de un silencio sonoro, porque allí “se oye” ese galopar de caballos / ese corazón que late. Y su corazón late, porque, dentro de todas las pérdidas, solo queda en pie / la poesía. La poesía es vida y nos descubre el sentido de la vida, por ello, la poesía misma es uno de los hilos conductores de este poemario. Quizá el  tema esencial que une todos los poemas y les da sentido.

En la memoria de ese pasado lejano se percibe con frecuencia  el deterioro, la muerte anunciada. Ese temblor es la incertidumbre que nos produce la existencia. Somos árboles que tiemblan, porque nuestra existencia es  incierta.

Efectivamente, es una poesía de pérdida. También, pérdida  del tiempo que pasa y nos va cambiando.  Nos presenta instantes de la existencia de ese pasado detenido en su memoria, a pesar de que el tiempo  ha ido modificando todo.  La visión de la niña  o de la adolescente se entrevera con las vivencias de la persona adulta.

Así pues, junto con la memoria de la infancia y la familia, el paso del tiempo es otro tema fundamental. Los poemas Inconsistencia,  Instantes y Recordaremos (con títulos bastante significativos) nos hablan de forma clara del paso del tiempo. La poeta toma conciencia de los años que he vivido/ sin darme cuenta. Se nos escapan los instantes, tempus fugit, pero  siempre pueden volver a nuestra memoria en forma de melancolía. 

En algunos poemas aparece ya una visión existencialista, que se hace más patente a medida que avanzamos por el poemario. Del titulado En  la playa son estos versos: miro al horizonte / y sé que todo ha desaparecido./ Igual que desapareceré yo.  Los recuerdos nos hablan del paso del tiempo y del carácter efímero de la existencia, pero al mismo tiempo los recuerdos nos dan certeza de nuestra existencia:  Procuro sentarme/ al borde de mis recuerdos / para comprender al fin / que esa es toda mi riqueza, / que nada podrá ocurrirme mientras los tenga, escribe en el poema titulado Mientras los tenga.

Pasado y presente, vida vivida y vida recordada. El poema en prosa que cierra la primera parte evoca una escuela, en un día de clase en que una sombra parece que se presenta amenazante, pero, entre tanta melancolía y miedos, aparece un tenue rayo de luz: ellas nos dicen que no podemos naufragar si no tenemos miedo.

Los poemas de la segunda parte se agrupan bajo el título Fragile. La conciencia de la fragilidad de la vida humana y de pérdida, que ya se anunciaba en los poemas anteriores, se hace ahora más intensa. Ya en el  primer poema, titulado Silos, dice que  se han ido todos. Uno  de los poemas más existencialistas es, sin duda, el titulado Tú. Contra la propia desaparición no se puede hacer nada, pues  solo rige la ley de lo definitivo. Parece que es imposible evitar al destino. Un destino que produce angustia y  que refleja la poeta con muchos símbolos relacionadas con el campo semántico de ese sentimiento: habitaciones sin ventana, estancias que nos persiguen. Son frecuentes las imágenes relacionadas con el crepúsculo, con el abandono.  Al final de lo que existió solo queda/ una reverberación de la memoria. 

Terminaremos en polvo como los objetos que nos rodean y seremos solo  el resquicio de un sueño  que nos conducirá  hasta la nada. Si existe la dicha, no podemos retenerla. El horizonte es ese barco/ en dirección hacia el olvido, asegura en otro poema.

Vivir es una continua búsqueda de respuestas sobre del sentido de la existencia. Vivimos engañados, porque no es lo mismo lo que creemos que somos que lo que somos realmente. En el poema Polvo entre los dedos describe la vida como un baile de sombras,  como un sendero por el que caminamos hacia la total pérdida. Llegamos, pues, al final de la segunda parte con una sensación de desolación, pues no somos más que un trozo inconexo de una verdad que anhelamos.

Además de estos temas metafísicos, a lo largo de esta segunda parte aparecen con frecuencia referencias a lugares que la autora relaciona con sus vivencias y reflexiones: el mar (Isabel nació en ciudad marítima), que, a veces, se convierte en un algo o alguien  con el que se comparte la angustia vital: Frente al mar se deshacen/ las ilusiones perdidas. También están presentes lugares visitados por la autora, que evoca de forma melancólica, y en los que asegura que hay algo de engañoso e  irreal: Venecia, Estambul, Estocolmo. Melancolía en los  atardeceres venecianos y en  los parques suecos: Son parques de gente melancólica/ de lectores de poesía silenciosos… Biarritz  es escenario para quienes han dejado pasar las últimas oportunidades y Cefalú (Sicilia)  es  una pasión desgastada/ por la ausencia de turistas.

Otro elemento esencial es la música, que evoca sensaciones y acompaña sentimientos. La música y el canto añaden belleza y  mezclan variedad de sensaciones, a través de metáforas y sinestesias: Somos la danza de Falla…  Llevamos adentro/ un mar sin orillas/ melodías sin dueño… También  la evocación de momentos musicales dibuja un halo de nostalgia. En el poema Crisantemi escribe: Cada año que pasa / se agranda la luz/ sobre mi figura pensativa. Y El nocturno de  John Field/ cae como una lluvia fina. La sensación de soledad y abandono también se une a la música en ese   borracho que canta en un callejón y en la música del arpa  que se oye en los escombros de una casa (en Malenconia).  

Pero en algunos poemas de esta segunda tarde, y en contraposición,  se va haciendo cada vez más patente lo que nos puede salvar de esa angustia vital y lo que da sentido a la vida de la autora. Puede pasar el tiempo, puede cambiar su piel, pero continúa firme/ esta costumbre perversa/ de escribir poemas. También asegura que escribir poemas es una necesidad para poder dotarme de contorno/ para  definirme entre la niebla.

Cuando nos adentramos en la tercera parte, titulada Bloom, percibimos que el poemario va creciendo en intensidad lírica y en belleza y desvelando  su esencia fundamental: la propia poesía. La poesía es un camino  hacia la luz que nos ayuda a superar la melancolía y la sensación de fragilidad. Es, realmente, como un florecer, a lo que alude la palabra inglesa del título general  (ya conocemos la pasión de Isabel Marina por el estudio de idiomas). Tal vez con estos extranjerismos esté tratando de darles universalidad a las emociones del poemario:  melancolía, fragilidad… Y florecimiento, para tratar de soportar las anteriores zozobras.

El primer poema de esta tercera parte es un ejercicio de rebeldía. Le sigue otro que habla de la búsqueda de lo innombrable en la escritura. La música la eleva ahora a mundos espirituales de luz: Escuchando a Jessie Norman/ me figuro que soy libre, / que puedo alzar el vuelo/ que puedo conocer a Dios. Se ha atemperado  la nostalgia de los poemas anteriores. Aunque hay dos poemas que hablan de nuestra transformación en ceniza, en ella quedará la pavesa/ en el sabor de aquel abrazo. Seguimos teniendo la certeza de la muerte, pero ahora se  habla de rescoldos, de que el rastro de nuestra ceniza será ardiente (calor, no frío). Toda noche tiene su despertar/ cada cosa tiende hacia su florecimiento, dice en el poema Bendición de la ceniza.

Tal vez el amor y la poesía puedan luchar contra la destrucción y la muerte y acercarnos a la ansiada inmortalidad, como en el famoso soneto quevediano: polvo serán, mas polvo enamorado… Y también la música, el lenguaje más universal, que ahora deja oír  una sonata de piano en lo alto de una montaña.

La poesía misma y la necesidad de ser poeta se convierten en los  poemas de Blooom en el eje fundamental. No duda en compararse la poeta  con un albañil que talla la piedra: Colgada de un andamio/ solo soy un albañil/ ebrio de poesía. Y sí, Isabel Marina está ebria de poesía, aunque afirma: es difícil tallar la piedra/ de esta escultura que creo / por trabajo y por necesidad. En varios poemas habla de la necesidad de escribir poesía para mitigar la incertidumbre y la angustia: En mitad  de la noche/  leo poesía (…) para no llorar ante el túnel oscuro/ para resistir. Y en el poema Poesía: Las verdades, creedme,/ son ya muy pocas./ Y todas se llaman poesía. 

Pero, para mí, el poema más bello sobre el hecho poético es el titulado La poesía no es literatura: Es un brebaje que resucita/ un mantra que salva/ un sinsentido/ que nos embriaga. La poesía va más allá de unos poemas recogidos en un libro, la poesía es toda la belleza que existe, solamente hay que tener unos ojos bien abiertos que sepan mirar la extraordinaria/ belleza del mundo. 

En los últimos poemas  parece que va surgiendo la luz, la esperanza. Por muy oscura que haya sido la noche, siempre amanece un día más. La noche se convierte así en espera de luz y la oscuridad en promesa de una esperanza. Es notable el cambio que se produce en el léxico, que ahora alude a campos semánticos muy diferentes a las dos partes anteriores. Frente a metáforas, personificaciones y sinestesias como  estas: animales tristes, flores secas, estaciones abandonadas, silencio de la oscuridad, memoria del dolor, conciencia anestesiada, futura desaparición, un imposible, colores del crepúsculo, cáliz de amargura, poblados yermos, silencio, cuencos vacíos en la noche, playa desierta, sombrío cielo…, ahora aparecen palabras del campo semántico de la vida y la luz: esperanza, luz, estrella, rescoldo, poesía, imaginación, aurora boreal,  sol, claridad, primavera, pájaros, paraíso…   El sueño se convierte ahora en la sublimación de la melancolía.

La autora cierra el poemario con un poema de título muy significativo: Una nueva claridad, que comienza así: Este es el comienzo de un día / de una  claridad nueva. Y lo cierra con los mismos versos, pero modificando el orden del adjetivo: de una nueva claridad.  El epíteto estilístico parece añadir belleza, pero no significación, porque  la luz es ya un hecho cierto y estable.

Isabel Marina aprovecha los versos del poemario para introducir otros elementos culturales, más allá de la música. Hay referencias a la pintura  y, sobre todo,  aparece la intertextualidad y la metaliteratura. En el inicio de  algunos poemas introduce  versos de otros poetas: Luis Rosales, Antonio Machado, Jaime Gil de Biedma. Menciona a Galdós y la poesía de Paul  Valéry. Evoca también a personajes literarios  como  Ofelia, en el momento  de su muerte,  y asegura que se ha ido de este mundo dejando aquí la tristeza… Se hace  muy presente  Luis Rosales, cuyos poemas le deja su padre y con cuya poesía se identifica.  Y, por supuesto, está presente lo metaliterario cuando sus poemas hablan repetidamente de la propia poesía y, de manera especial, en el poema La poesía no es literatura.

Este poemario refleja  una poesía de lo esencial, con adjetivación muy contenida, pues  son los sustantivos  los  que adquieren toda su plenitud significativa. Es una poesía que parte de la experiencia,  pero que se eleva  más allá de la experiencia.  El estilo hace uso de recursos literarios, (varios están recogidos en las citas), pero mantiene siempre la claridad.   Los poemas están escritos en versos libres, sin seguir esquemas concretos, pero consigue darles ritmo poético con otros recursos expresivos y sintácticos. Uno de los más frecuentes es el paralelismo, que es la estructura base, por ejemplo,  de los   poemas Mientras los tenga o Frente al mar.  Y se repite en otros muchos poemas  de forma puntual: Quizás por eso los dos lloramos/ quizá por eso tuvimos miedo (en Desterrados del cielo). La casa hoy está llena de flores secas. / La casa hoy está llena de silencio (en Solo ella).

El poemario está prologado por Ángeles Carbajal e incluye algunas sugerentes ilustraciones de Federico Granell, especialmente la del árbol entreverado con los huesos de una mano. Y presenta una cuidada edición.

Concluyendo, la lectura de este poemario  nos ayuda a percibir la belleza del mundo que nos rodea a través de los ojos y los versos de la poeta. Ser poeta, como dice, es saber captar la belleza que se esconde en las cosas pequeñas y grandes de la vida, en el amor y en el dolor. Poetas podemos ser todos, pero escribir versos bellos solo lo pueden hacer algunas personas. En este caso, es Isabel Marina la que nos hace llegar  la hermosura de los suyos para que los disfrutemos y  para que aprendamos, a través de ellos, a amar la poesía, porque la poesía nos ayuda a comprendernos, nos ayuda a vivir y nos hace mejores. Y ayuda a trascender la vida y el vivir.

La vida es una eterna pregunta.

Si no es para comprender,

la poesía no vale nada.

La poesía es tu salvaconducto a la eternidad, nos promete la autora.

La poesía tal vez no sea literatura, pero  los  poemas de Isabel Marina,  los  de este Árbol que tiembla, son arte de la palabra: sí son literatura.

Miro mi mano:

sus huesos son

un árbol iluminado,

un árbol que tiembla.


©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora de Lengua  y Literatura




Vídeo: Presentación de "Un árbol que tiembla" en el Centro Asturiano de Madrid


Con Isabel Marina, en Madrid, en la firma de Acero entre los labios
y en la de Un árbol que tiembla


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