Editorial: El sastre de Apollinaire
Género: Lírica
Páginas: 94
Voy a tratar de adentrarme en un libro que tiene un título muy sugestivo: Un árbol que tiembla. Desde el título se puede sospechar que ese árbol que tiembla se refiere al ser humano, pero ese título tan poético nos suscita algunas dudas: ¿se refiere solo a la poeta que se identifica con ese árbol tembloroso o a todos los seres humanos?, ¿tiembla por fuera o lo hace por dentro a causa de la propia inseguridad y miedo que siente cuando los vientos de la vida lo mueven? Vamos a tratar de desentrañar algunos de los secretos y de las emociones contenidas en el interior de este poemario.
No me resulta fácil comentar un libro de poemas. Sí, en cambio, comentar poemas concretos, actividad que he realizado durante largos años de profesora de Lengua y Literatura. Siempre he creído que la poesía debe despertar emociones para ser poesía. Y, si es poesía, debe ser gozada, por lo que cuando nos empeñamos en desentrañar los elementos formales de un poema destruimos en parte su magia. Por este motivo, me voy a situar ante este poemario de Isabel Marina como una lectora de poesía, como una amante del género, dejando en segundo plano los aspectos más formales.
Isabel Marina es avilesina, periodista, directora de la revista de poesía Ítaca. Poemas suyos han sido publicados en varias antologías y es autora de tres poemarios. El más reciente es Un árbol que tiembla, que es el objeto de esta reseña.
Conocí personalmente a Isabel Marina en Riello (León), en un homenaje al poeta Luis Miguel Rabanal. Y cuando tuve noticia de que presentaba en Madrid su primer poemario, Acero en los labios, acudí a la misma con otras tres personas. Y no me arrepentí. Los poemas que recitó en aquel momento, y la lectura del libro completo después, me sedujeron. A partir de entonces, he mantenido una relación más personal con ella y he podido comprobar que es una ferviente lectora, especialmente de poesía, y también una gran difusora de los poemas de otros autores, a través de las redes sociales y como directora de Ítaca. Ella tuvo la gentileza de enviarme su segundo poemario, Un piano entre la nieve, que leí con gusto y atención y sobre el que escribí una reseña (que se puede leer aquí). Algunos aspectos de ese poemario se repiten en Un árbol que tiembla. Pude asistir también a su presentación en Madrid el pasado mes de diciembre y comprobé que unos cuantos poemas, recitados por la propia autora, hicieron del acto un momento bellísimo.
Un árbol que tiembla recoge 62 poemas,
divididos en tres partes: Malinconia (16
poemas), Fragile (27 poemas) y Bloom (19 poemas). Decía la autora en la
presentación del libro que su poesía es una “poesía de pérdidas”. Y ese rasgo
lo encontramos del principio al fin del poemario, aunque, desde el punto de
vista de los afectos, es más intenso en la primera parte, bajo ese título
general de Malenconia, que significa
melancolía en italiano. El color sepia de la melancolía tiñe todos los poemas de la
primera parte y extiende sus pinceladas
al resto del poemario. La
evocación de la ausencia de los padres, el abandono de la casa paterna, la
pérdida de la infancia y la adolescencia
rezuman una melancolía que emana
de la memoria. Memoria dolorida en la mayoría de los textos. Su padre le dejó este dolor al escribir/ que forma parte de
la vida.
Las imágenes que nos sugieren la idea de melancolía y abandono son constantes: una pátina de luz sepia, la lluvia que cae, la casa familiar abandonada, el vacío, la añoranza de sus recuerdos de niña... Escucho el viento / conversando entre los árboles, dice la poeta evocando recuerdos de infancia. Los ecos de las ánimas de los antepasados, el aire que es un espectro de todo lo pasado, la foto de la madre que contempla en el móvil… todo nos lleva a esa visión melancólica de la memoria. Y en la memoria de la casa vacía viven los padres desaparecidos, porque la casa entera / es un museo / una urna. Por su zaguán transitan los gatos de la memoria. Evoca lo que hacían sus padres en esa casa y los planes de estos, segados por la muerte o el futuro.
Esos lugares familiares son para la poeta un púlpito vacío, están habitados por el silencio, pero la emoción que vive y transmite Isabel Marina es la de un silencio sonoro, porque allí “se oye” ese galopar de caballos / ese corazón que late. Y su corazón late, porque, dentro de todas las pérdidas, solo queda en pie / la poesía. La poesía es vida y nos descubre el sentido de la vida, por ello, la poesía misma es uno de los hilos conductores de este poemario. Quizá el tema esencial que une todos los poemas y les da sentido.
En la memoria de ese pasado lejano se percibe con frecuencia el deterioro, la muerte anunciada. Ese temblor es la incertidumbre que nos produce la existencia. Somos árboles que tiemblan, porque nuestra existencia es incierta.
Efectivamente, es
una poesía de pérdida. También, pérdida
del tiempo que pasa y nos va cambiando. Nos presenta instantes de la existencia de ese
pasado detenido en su memoria, a pesar de que el tiempo ha ido modificando todo. La visión de la niña o de la adolescente se entrevera con las vivencias
de la persona adulta.
Así pues, junto con la memoria de la infancia y la familia, el paso del tiempo es otro tema fundamental. Los poemas Inconsistencia, Instantes y Recordaremos (con títulos bastante significativos) nos hablan de forma clara del paso del tiempo. La poeta toma conciencia de los años que he vivido/ sin darme cuenta. Se nos escapan los instantes, tempus fugit, pero siempre pueden volver a nuestra memoria en forma de melancolía.
En algunos poemas aparece ya una visión existencialista,
que se hace más patente a medida que avanzamos por el poemario. Del titulado En la
playa son estos versos: miro al
horizonte / y sé que todo ha desaparecido./ Igual que desapareceré yo. Los recuerdos nos hablan del paso del tiempo
y del carácter efímero de la existencia, pero al mismo tiempo los recuerdos nos
dan certeza de nuestra existencia: Procuro sentarme/ al borde de mis recuerdos
/ para comprender al fin / que esa es toda mi riqueza, / que nada podrá
ocurrirme mientras los tenga, escribe en el poema titulado Mientras los tenga.
Pasado y
presente, vida vivida y vida recordada. El poema en prosa que cierra la primera
parte evoca una escuela, en un día de clase en que una sombra parece que se
presenta amenazante, pero, entre tanta melancolía y miedos, aparece un tenue
rayo de luz: ellas nos dicen que no
podemos naufragar si no tenemos miedo.
Los poemas de la segunda parte se agrupan bajo el título Fragile. La conciencia de la fragilidad de la vida humana y de pérdida, que ya se anunciaba en los poemas anteriores, se hace ahora más intensa. Ya en el primer poema, titulado Silos, dice que se han ido todos. Uno de los poemas más existencialistas es, sin duda, el titulado Tú. Contra la propia desaparición no se puede hacer nada, pues solo rige la ley de lo definitivo. Parece que es imposible evitar al destino. Un destino que produce angustia y que refleja la poeta con muchos símbolos relacionadas con el campo semántico de ese sentimiento: habitaciones sin ventana, estancias que nos persiguen. Son frecuentes las imágenes relacionadas con el crepúsculo, con el abandono. Al final de lo que existió solo queda/ una reverberación de la memoria.
Terminaremos en polvo como los objetos que nos rodean y seremos solo el resquicio de un sueño que nos conducirá hasta la nada. Si existe la dicha, no podemos retenerla. El horizonte es ese barco/ en dirección hacia el olvido, asegura en otro poema.
Vivir es una continua búsqueda de respuestas sobre del sentido de la existencia. Vivimos engañados, porque no es lo mismo lo que creemos que somos que lo que somos realmente. En el poema Polvo entre los dedos describe la vida como un baile de sombras, como un sendero por el que caminamos hacia la total pérdida. Llegamos, pues, al final de la segunda parte con una sensación de desolación, pues no somos más que un trozo inconexo de una verdad que anhelamos.
Además de estos temas
metafísicos, a lo largo de esta segunda parte aparecen con frecuencia
referencias a lugares que la autora relaciona con sus vivencias y reflexiones:
el mar (Isabel nació en ciudad marítima), que, a veces, se convierte en
un algo o alguien con el que se comparte
la angustia vital: Frente al mar se
deshacen/ las ilusiones perdidas. También están presentes lugares visitados por la autora, que evoca de
forma melancólica, y en los que asegura que hay algo de engañoso e irreal: Venecia, Estambul, Estocolmo.
Melancolía en los atardeceres venecianos
y en los parques suecos: Son parques
de gente melancólica/ de lectores de poesía silenciosos… Biarritz es escenario para quienes han dejado pasar las
últimas oportunidades y Cefalú (Sicilia)
es una pasión desgastada/ por la ausencia de turistas.
Otro elemento esencial es la música, que evoca sensaciones y acompaña sentimientos. La música y el canto añaden belleza y mezclan variedad de sensaciones, a través de metáforas y sinestesias: Somos la danza de Falla… Llevamos adentro/ un mar sin orillas/ melodías sin dueño… También la evocación de momentos musicales dibuja un halo de nostalgia. En el poema Crisantemi escribe: Cada año que pasa / se agranda la luz/ sobre mi figura pensativa. Y El nocturno de John Field/ cae como una lluvia fina. La sensación de soledad y abandono también se une a la música en ese borracho que canta en un callejón y en la música del arpa que se oye en los escombros de una casa (en Malenconia).
Pero en algunos
poemas de esta segunda tarde, y en contraposición, se va haciendo cada vez más patente lo que nos
puede salvar de esa angustia vital y lo que da sentido a la vida de la autora.
Puede pasar el tiempo, puede cambiar su piel, pero continúa firme/ esta costumbre perversa/ de escribir poemas. También
asegura que escribir poemas es una
necesidad para poder dotarme de contorno/
para definirme entre la niebla.
Cuando nos adentramos en la tercera parte, titulada Bloom, percibimos que el poemario va creciendo en intensidad lírica y en belleza y desvelando su esencia fundamental: la propia poesía. La poesía es un camino hacia la luz que nos ayuda a superar la melancolía y la sensación de fragilidad. Es, realmente, como un florecer, a lo que alude la palabra inglesa del título general (ya conocemos la pasión de Isabel Marina por el estudio de idiomas). Tal vez con estos extranjerismos esté tratando de darles universalidad a las emociones del poemario: melancolía, fragilidad… Y florecimiento, para tratar de soportar las anteriores zozobras.
El primer poema de esta tercera parte es un ejercicio de rebeldía. Le sigue otro que habla de la búsqueda de lo innombrable en la escritura. La música la eleva ahora a mundos espirituales de luz: Escuchando a Jessie Norman/ me figuro que soy libre, / que puedo alzar el vuelo/ que puedo conocer a Dios. Se ha atemperado la nostalgia de los poemas anteriores. Aunque hay dos poemas que hablan de nuestra transformación en ceniza, en ella quedará la pavesa/ en el sabor de aquel abrazo. Seguimos teniendo la certeza de la muerte, pero ahora se habla de rescoldos, de que el rastro de nuestra ceniza será ardiente (calor, no frío). Toda noche tiene su despertar/ cada cosa tiende hacia su florecimiento, dice en el poema Bendición de la ceniza.
Tal vez el amor y la poesía puedan luchar contra la destrucción y la muerte y acercarnos a la ansiada inmortalidad, como en el famoso soneto quevediano: polvo serán, mas polvo enamorado… Y también la música, el lenguaje más universal, que ahora deja oír una sonata de piano en lo alto de una montaña.
La poesía misma y la necesidad de ser poeta se convierten en los poemas de Blooom en el eje fundamental. No duda en compararse la poeta con un albañil que talla la piedra: Colgada de un andamio/ solo soy un albañil/ ebrio de poesía. Y sí, Isabel Marina está ebria de poesía, aunque afirma: es difícil tallar la piedra/ de esta escultura que creo / por trabajo y por necesidad. En varios poemas habla de la necesidad de escribir poesía para mitigar la incertidumbre y la angustia: En mitad de la noche/ leo poesía (…) para no llorar ante el túnel oscuro/ para resistir. Y en el poema Poesía: Las verdades, creedme,/ son ya muy pocas./ Y todas se llaman poesía.
Pero, para mí, el poema más bello sobre el hecho poético es el titulado La poesía no es literatura: Es un brebaje que resucita/ un mantra que salva/ un sinsentido/ que nos embriaga. La poesía va más allá de unos poemas recogidos en un libro, la poesía es toda la belleza que existe, solamente hay que tener unos ojos bien abiertos que sepan mirar la extraordinaria/ belleza del mundo.
En los últimos
poemas parece que va surgiendo la luz,
la esperanza. Por muy oscura que haya sido la noche, siempre amanece un día más. La noche se
convierte así en espera de luz y la oscuridad
en promesa de una esperanza. Es notable el cambio que se produce en el léxico, que ahora alude a campos semánticos muy diferentes a las dos partes anteriores.
Frente a metáforas, personificaciones y sinestesias como estas: animales
tristes, flores secas, estaciones abandonadas, silencio de la oscuridad,
memoria del dolor, conciencia anestesiada, futura desaparición, un imposible,
colores del crepúsculo, cáliz de amargura, poblados yermos, silencio, cuencos
vacíos en la noche, playa desierta, sombrío cielo…, ahora aparecen palabras
del campo semántico de la vida y la luz: esperanza,
luz, estrella, rescoldo, poesía, imaginación, aurora boreal, sol, claridad, primavera, pájaros, paraíso… El sueño se convierte ahora en la sublimación de la melancolía.
La autora cierra el poemario
con un poema de título muy significativo: Una
nueva claridad, que comienza así: Este
es el comienzo de un día / de una claridad nueva. Y lo cierra con los mismos
versos, pero modificando el orden del adjetivo: de una nueva claridad. El
epíteto estilístico parece añadir belleza, pero no significación, porque la luz es ya un hecho cierto y estable.
Isabel Marina aprovecha los versos del poemario para introducir otros elementos culturales, más allá de la música. Hay referencias a la pintura y, sobre todo, aparece la intertextualidad y la metaliteratura. En el inicio de algunos poemas introduce versos de otros poetas: Luis Rosales, Antonio Machado, Jaime Gil de Biedma. Menciona a Galdós y la poesía de Paul Valéry. Evoca también a personajes literarios como Ofelia, en el momento de su muerte, y asegura que se ha ido de este mundo dejando aquí la tristeza… Se hace muy presente Luis Rosales, cuyos poemas le deja su padre y con cuya poesía se identifica. Y, por supuesto, está presente lo metaliterario cuando sus poemas hablan repetidamente de la propia poesía y, de manera especial, en el poema La poesía no es literatura.
Este poemario refleja una poesía de lo esencial, con adjetivación muy contenida, pues son los sustantivos los que adquieren toda su plenitud significativa. Es una poesía que parte de la experiencia, pero que se eleva más allá de la experiencia. El estilo hace uso de recursos literarios, (varios están recogidos en las citas), pero mantiene siempre la claridad. Los poemas están escritos en versos libres, sin seguir esquemas concretos, pero consigue darles ritmo poético con otros recursos expresivos y sintácticos. Uno de los más frecuentes es el paralelismo, que es la estructura base, por ejemplo, de los poemas Mientras los tenga o Frente al mar. Y se repite en otros muchos poemas de forma puntual: Quizás por eso los dos lloramos/ quizá por eso tuvimos miedo (en Desterrados del cielo). La casa hoy está llena de flores secas. / La casa hoy está llena de silencio (en Solo ella).
El poemario está prologado por Ángeles Carbajal e incluye algunas sugerentes ilustraciones de Federico Granell, especialmente la del árbol entreverado con los huesos de una mano. Y presenta una cuidada edición.
Concluyendo, la lectura de este poemario nos ayuda a percibir la belleza del mundo que nos rodea a través de los ojos y los versos de la poeta. Ser poeta, como dice, es saber captar la belleza que se esconde en las cosas pequeñas y grandes de la vida, en el amor y en el dolor. Poetas podemos ser todos, pero escribir versos bellos solo lo pueden hacer algunas personas. En este caso, es Isabel Marina la que nos hace llegar la hermosura de los suyos para que los disfrutemos y para que aprendamos, a través de ellos, a amar la poesía, porque la poesía nos ayuda a comprendernos, nos ayuda a vivir y nos hace mejores. Y ayuda a trascender la vida y el vivir.
La vida es una eterna pregunta.
Si no es para comprender,
la poesía no vale nada.
La poesía es tu salvaconducto a la eternidad, nos promete la autora.
La poesía tal vez no sea literatura, pero los poemas de Isabel Marina, los de este Árbol que tiembla, son arte de la palabra: sí son literatura.
Miro mi mano:
sus huesos son
un árbol iluminado,
un árbol que tiembla.
©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora de Lengua y Literatura
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