Editorial: La fea burguesía
Género: Lírica
66 págs.
El poemario El arca de los días ganó, en 2022, el XII Premio Internacional de Poesía Enrique Ríus Zunón.
Antonia Álvarez Álvarez es leonesa, afincada en Gijón. Es licenciada en Filología Románica. Ha recibido muchos premios poéticos, el recibido por este poemario es el más reciente. Entre sus obras poéticas figuran: La mirada del aire, El color de las horas, La raíz de la luz, Donde la nieve, Todos los relojes, Cauces...
¡Qué grande el arca de las horas plenas!, exclama la poeta en un verso. ¡Y qué difícil escribir una reseña sobre un poemario! Siempre he pensado que la poesía no es algo que se deba analizar (aunque he tenido que analizar muchos poemas en mi vida docente), sino sentir, compartir: vivir. Trataré de compartir, pues, algo de mis sentires, de mis emociones, y dejaré en segundo plano los aspectos más formales.
Este poemario de
Antonia Álvarez Álvarez está formado por
cuarenta y tres poemas. Un poema inicial, a modo de frontispicio, ¿Por qué crees que a veces…?, y los demás aparecen agrupados en dos partes: Paisaje
interior (veintidós) y Exteriores (veinte). Los
protagonistas esenciales de los poemas están ya presentes en el título: un arca y el paso del tiempo por las cosas que
el arca contiene y por la memoria de los ojos que las miran. Las personas que somos de pueblo seguro que nos hemos preguntado alguna vez, desde el
respeto y el misterio, qué esconde esa arca o baúl que nos sale al paso en
cualquier rincón o “cuarto bajo” con la tapa bajada y tal vez cerrado con
llave. Podemos desconocer qué cosas contiene, pero estamos siempre seguros de
que esconde un tiempo pasado. ¡Y qué expectación produce abrir un arca
cualquiera, cuyo contenido se desconoce! Y, en este caso, ¡qué viva emoción nos suscita ver cómo la
poeta nos arrastra y nos envuelve en su propia emoción! Mas de un siglo/ hace que construyeron
esta arca. Y en ese largo siglo ha ido guardando la memoria de varias
generaciones a través de esos
objetos que nos descubre la autora, para que no naveguen hacia los mares
ciertos del olvido.
El lector se encuentra con una serie de preguntas retóricas en el poema introductorio. Preguntas con las que parece apostrofarnos a los receptores del mensaje para despertar nuestros sentidos, especialmente la vista y el tacto, y para que los pongamos al servicio de la nostalgia que impregna todo el poemario desde los primeros versos. Tenemos que disponernos a acariciar el arca con nuestras manos y nuestra mirada, porque hay amor y dolor / en el arca callada de los días. Un arca solo callada en apariencia, pues la autora la hará hablar con la voz de la memoria, ya que el arca escuchó/ desde su ayer la voz de los objetos…
Con la poeta entramos en el arca, en el Paisaje interior. En ella aparece una rosa que, secada entra las páginas de un libro, está allí incólume, siendo testigo del pasado. Del pasado lejano de un libro en latín y de un pasado más cercano en que tal vez fue símbolo de un amor juvenil.
En esta
primera parte aparece, de forma repetida, la evocación de los antepasados. Del padre y
de la que parece ser la abuela hablan, respectivamente, los
poemas Surcos y El huso de madera. En el
arca aparece una gorra arrugada del padre, símbolo de trabajo y sudor. Lo evoca arando en el poema Surcos. Son varios los
sentidos físicos que se despiertan al ir leyendo este poema: gorra arrugada que huele a
sudor de los días fríos del arado…
Las manos que sugieren el trabajo
esforzado están muy presentes en ambos
poemas. Las del padre guiaban la mancera, las de la mujer que movía el huso de madera eran manos con que hilaba en aquel huso las ausencias. Además
de las manos, el otro protagonista de estos dos poemas es el tiempo: el padre va roturando el corazón del tiempo
/ para sembrar el trigo del olvido. En sus
ojos de tiempo/ se marchitó la luz, dice de la abuela. La evocación del padre también está presente
en el poema Grano de centeno. Un solo
grano minúsculo le hace ver de nuevo las
manos del padre arando el hambre. En El
décimo de lotería refleja sus esperanzas, que son la
ilusión del pobre, sin premio de la lotería, pero feliz.
También en otros
poemas, como en el poema Destino, habla
de los antepasados. Una inicial bordada,
un viejo reloj o una carta de un hijo, que escribe a sus padres desde Argentina, nos llevan de nuevo a los reinos de la memoria. Todo me
lleva a ellos, yo soy ellos, exclama la poeta, que está segura de volver a la matriz sombría del olvido. En el
poema Percha antigua también están
muy presentes sus antepasados. La percha rota que tiene delante sirvió en su día para colgar la ropa, pero la percha
que ve la poeta en el arca de los días es también un símbolo del trabajo y de la dura
vida de aquellas gentes que vivían en un pequeño pueblo de la montaña leonesa.
Antonia Álvarez Álvarez visualiza ahora también colgadas en la percha cosas que no
están dentro del arca físicamente, pero sí lo están en las vivencias, en la memoria: los aperos de labranza, el sudor de la yunta, el
cansancio y hasta las ilusiones… ¿Dónde cuelgo
yo tanta nostalgia?, se pregunta.
Dos poemas
permiten volver a la escritora a la nostalgia del amor de la adolescencia
y juventud. Uno gira en torno a un cuaderno con palabras escritas en francés que hablan de l´amour quinceañero. La referencia al
amor aparece asimismo en las
crestomatías medievales. Y es que el amor usa símbolos similares desde el origen mismo de los tiempos. Otros objetos anodinos, como unas hojas
sueltas con unos ejercicios de sintaxis,
se transforman poéticamente en las
alas abiertas de un poema.
Y como en el arcón se guarda/ el sol de lo vivido allí están presentes también unos cuantos objetos más: recordatorios en un blanco ataúd pequeño (sobre) que son un amargo memorando de una vida, una fotografía, un cuadro con un paisaje otoñal en que bailan las hojas de los chopos y se ve un río en el que beben pájaros de infancia, seguramente los de la infancia de la propia poeta. Una concha que sirvió de cenicero y que ha llegado del mar Cantábrico, quiere reflejar tal vez el otro paisaje, el marítimo, de la vida personal de la autora. Ante los últimos objetos encontrados dentro del arca, que reflejan notable deterioro, como un boli que no escribe, unos lapiceros roídos, un tebeo en mal estado… decide cerrar el arca: Cierro el arca/ su adolescencia azul, también los ojos/ y me dejo vencer por los recuerdos. Con estos versos del poema Clausura se cierra la primera parte.
La segunda parte la titula Exteriores y le sirve para sacar su mirada del arca y observar el mundo que la rodea, pero el mismo tiempo le permite reflexionar sobre el sentido de la vida, sobre el dolor que produce el vivir, sobre el paso del tiempo… Salir por un momento de uno mismo es el primer verso de esta segunda parte. La autora comienza por observar cosas pequeñas como la belleza de un geranio regado por la lluvia que abre su rojo al mundo y lo acalora. Se fija en un pequeño gorrión recién nacido que desde su mano salvadora emprende un vuelo que se convierte en símbolo de libertad.
El arca sigue, pues, estando presente, con otra mirada, en los poemas de Exteriores. Ha sido la custodia del rescoldo/ de la breve fogata de la vida. A veces la mira desde fuera, se fija en su madera, en los clavos…
A medida que
avanzamos en esta segunda parte encontramos poemas que nos hablan más del dolor de vivir y
del sentido de la vida: llorar de tiempo
es necesario (…)/ para sentir, al fin, que así es la vida. Los últimos
poemas rezuman un dolor del pasado, un dolor que está dentro, que es antiguo.
Hay que volver a la memoria, aunque ello nos lleve a un dolor ya conocido. Leyendo algunos versos de estos poemas me vienen a la mente aquellos famosos versos de Garcilaso de la Vega: No me podrán quitar el dolorido sentir,/ si
ya primero no me quitan al sentido.
Qué curiosa la vida de las cosas… De esas cosas físicas que poéticamente pueden llegar a convertirse en metafísica, pues algunos poemas nos sumergen en reflexiones de tipo filosófico, en torno al amor, a la vida, al paso del tiempo… En el poema ¿Qué? exclama la autora: Qué locura existir y qué misterio. Y cierra el poema así: Retorno entonces a la vida es sueño/ y sueño que es verdad lo que he vivido. En el titulado Barca aparecen estos versos: el mundo/ es una barca insomne/ que Caronte conduce hacia el olvido. Un tema muy presente, como ya hemos venido señalando, es la nostalgia del pasado y, más en concreto, la presencia de su familia. Pero es la reflexión sobre el paso del tiempo el eje temático más importante que recorre la mayoría de los poemas: El tiempo es un tren que no detiene/ su continuo rodar de primaveras. Ese tempus fugit en el arca del tiempo detenido produce a veces una cierta angustia y, siempre, melancolía.
Otro tema que casi siempre aparece en la poesía de Antonia Álvarez Álvarez es la presencia de la naturaleza. Ese paisaje natural de su infancia al que vuelve una y otra vez. Ese sentirse ser naturaleza/ nos da paz, que dice en el poema Asimilación. En el titulado Cara y cruz nos presenta el contraste entre el mundo urbano y el natural. Busca en la ciudad piedras como las de su río, que no encuentra, ni tampoco el silencio de las brañas ni el balanceo de los chopos otoñizos… Montes, árboles, urces… Y nieve. Siempre la presencia de la nieve: Me acerco a la ventana/ cae la nieve./ Cierro el arca y sumerjo/ los ojos en sus copos de blancura. La fría blancura de la nieve aparece en muchos poemas. Una simple bufanda le hace percibir la inminencia de la nieve, con la que parece fundirse la autora cuando dice: Sumerjo los ojos en sus copos de blancura… Las experiencias de su infancia en contacto con la naturaleza, sin duda, han marcado su memoria. Y su formación de filóloga la lleva a realizar algunas alusiones metaliterarias relacionadas con la literatura clásica, que la llevan a Virgilio, del que incluye, en algunos poemas, citas y alusiones a sus personajes.
La poesía de Antonia Álvarez Álvarez nos seduce, nos atrapa entre la sensibilidad de sus versos. Y lo hace, tanto por la emoción en ellos contenida como por la belleza de la expresión. La maestría rítmica con la que consigue combinar versos endecasílabos y heptasílabos en forma de silvas, que es el esquema métrico que predomina en el poemario; el adecuado uso rítmico de los encabalgamientos; el léxico claro; la ausencia de retorcimientos estilísticos y la plasticidad de las imágenes hacen que su poesía nos llegue a la vez por los sentidos y por la emoción de los sentimientos contenidos en sus versos. Para conseguir esa plasticidad y la belleza poética utiliza con enorme acierto sugerentes sinestesias y metáforas muy originales. Sinestesias en que mezcla sensaciones que se perciben por distintos sentidos: la nieve herida por la luna / enluce de frío los caminos, el hielo azul de la ilusión pasada, música dulce… En otras funde sensaciones y sentimientos: el tacto sutil de la memoria, intenso sabor del sentimiento, piel del color del desencanto... Los ejemplos son muy abundantes. Aparecen también hermosas metáforas en combinación con sinestesias o personificaciones: mirada de lluvia o de aguanieve, el monte/ se abrigaba con urces y ginestas en flor, la habitación azul de la memoria, pétalo alado de diciembre (la nieve), los párpados del alma…
Cuántas cosas hay en este poemario y cuántos sentimientos nos evocan. Se repite la palabra cosas, pero no es una repetición vacía ni una “palabra baúl”, es una palabra llena de belleza y de evocaciones que nos llega desde el arca de los días.
El poemario se inicia con algunas interrogaciones retóricas y se cierra de la misma manera. En el poema Alma, que cierra el poemario, se pregunta:
Porque las cosas lloran
lágrimas de silencio
en el opaco cuerpo detenidas (…)
Porque las cosas tienen alma y lloran:
¿quién lo puede dudar?, ¿quién les prohíbe
sentir sobre su piel amor, ternura
romperse de dolor si no las aman?
Sunt lacrimae rerum...
Y es que las
cosas que aparecen en este poemario no solo evocan la vida, sino que la poeta
les ha dado vida: le han hecho recordar, llorar, reflexionar... Y hasta su alma parece haberse curado con ellas: Habitar el alma de las cosas/ es necesario y cura…
En el arca cerrada de los días/ se ocultan los secretos de las cosas,/ la voz trascendental del corazón. En estos versos finales del último poema, creo que lo que realmente se oculta es el secreto de todo el poemario.
Gracias por entregarnos estos versos tan hermosos y emotivos y enhorabuena por ese premio absolutamente merecido, Antonia Álvarez Álvarez.
©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y
profesora de Lengua y Literatura
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