jueves, 30 de abril de 2020

¿Expirar o espirar?


Pinceladas ortográficas


Espirar y expirar son dos  palabras que en la práctica se pueden considerar homófonas (igual pronunciación, porque la x ante consonante se suele pronunciar como el fonema /s/), pero que tienen distinto significado y ortografía.

Expirar significa acabar algo, llegar a su final, por ese motivo, expirar significa concluir un plazo marcado  para algo y también  el plazo de la vida, es decir, morir. Es sinónimo, por tanto, de  acabar, fallecer, fenecer… Procede del latín: exspirāre.

Ha expirado el plazo para entregar la documentación. El abuelo acaba de expirar.

Espirar es  expeler el aire inspirado. Del latín spirāre. Es uno de los tiempos de la respiración: inspiración y espiración. Debes espirar todo el aire que has inspirado. También, de manera menos usada, significa exhalar un cuerpo buen o mal olor (DLE). El jardín espira (exhala) olor a rosas.

Si le decimos a alguien que inspire y espire le estamos dando unas indicaciones correctas sobre la respiración, pero si le decimos que inspire y *expire le estamos diciendo que después de inspirar se muera, porque cuando expiramos hemos dejado definitivamente de espirar. Una prueba simple que se practicaba antes para saber si una persona había dejado de respirar y era ya cadáver consistía en poner un espejo a poca distancia de su boca. Si el espejo se empañaba es que la persona seguía espirando y vivía, pero si no ocurría esto es que la persona había expirado.

Espiramos unas cuantas veces por minuto,  quizá mil millones   o más si tenemos larga vida... Pero solo expiramos una vez en toda la vida, el día que dejamos de espirar.

En conclusión, espiras para vivir,  expiras para morir.

lunes, 27 de abril de 2020

Primavera literaria: flores y poesía

     Día Mundial de la Poesía 2021
 
En el año 1999 la UNESCO decidió crear  el Día Mundial de la Poesía y celebrarlo el 21 de marzo de cada año, coincidiendo con el equinoccio de primavera, para valorar ese legado cultural de  la humanidad y para apoyar la diversidad lingüística.

Foto: MAR

Las flores que han inspirado a los  poetas

Decimos que la primavera es la estación de la luz, del color, de esa nube juguetona que  hace cabriolas ante nuestros  ojos, de ese viento  que roza nuestra piel, ora, suave; ora, racheado…  De esa lluvia  momentánea que se disputa los minutos del día con el sol… Pero, sobre todo, es el tiempo de las flores.

Y las flores siempre han inspirado a los poetas. Las flores son belleza: las flores son poesía. Por eso se ha hecho coincidir la entrada de la primavera con el Día Mundial de la Poesía. 

Hagamos un repaso por las flores que han  inspirado más versos, sobre todo, en la poesía clásica. 


Comenzamos por un hermoso poema de Pedro Salinas (Madrid, 1891-Bostón, 1951) que habla de las flores, en general.


Foto: MAR


¡Cuánto sabe la flor! Sabe ser blanca
cuando es jazmín, morada cuando es lirio.
Sabe abrir el capullo
sin reservar dulzuras para ella,
a la mirada o a la abeja.
Permite sonriendo
que con su alma se haga miel.

¡Cuánto sabe la flor! Sabe dejarse
coger por ti, para que tú la lleves,
ascendida, en tu pecho alguna noche.
Sabe fingir, cuando al siguiente día
la separas de ti, que no es la pena
por tu abandono lo que la marchita.

¡Cuánto sabe la flor! Sabe el silencio;
y teniendo unos labios tan hermosos
sabe callar el "¡ay!" y el "no", e ignora
la negativa y el sollozo.

¡Cuánto sabe la flor! Sabe entregarse,
dar, dar todo lo suyo al que la quiere,
sin pedir más que eso: que la quiera.
Sabe, sencillamente sabe, amor.



La rosa es la flor que más ha inspirado a los poetas. Es  la flor  de poesía, la flor del amor apasionado. Nuestros clásicos le dedicaron hermosos poemas como este de Lope de Vega (1562-1635).




¡Con qué artificio tan divino sales
de esa camisa de esmeralda fina,
oh rosa celestial alejandrina,
coronada de granos orientales!

Ya en rubíes te enciendes, ya en corales,
ya tu color a púrpura se inclina
sentada en esa basa peregrina
que forman cinco puntas desiguales.

Bien haya tu divino autor, pues mueves
a su contemplación el pensamiento,
a aun a pensar en nuestros años breves.

Así la verde edad se esparce al viento,
y así las esperanzas son aleves
que tienen en la tierra el fundamento.



Foto: MAR

Todos los   poetas del Siglo de Oro vieron en ella  un fiel reflejo de lo engañoso de vida humana. Así lo refleja este poema de Francisco de Rioja (1583-1659).

Pura, encendida rosa,
émula de la llama
que sale con el día,
¿cómo naces tan llena de alegría
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve y veloz vuelo,
y ni valdrán las puntas de tu rama
ni tu púrpura hermosa
a detener un punto
la ejecución del hado presurosa?
El mismo cerco alado,
que estoy viendo rïente,
ya temo amortiguado,
presto despojo de la llama ardiente.
Para las hojas de tu crespo seno
te dio Amor de sus alas blandas plumas,
y oro de su cabello dio a tu frente.
¡Oh fiel imagen suya peregrina!
Bañote en su color sangre divina
de la deidad que dieron las espumas;
y esto, purpúrea flor, esto ¿no pudo
hacer menos violento el rayo agudo?
Róbate en una hora,
róbate silencioso su ardimiento
el color y el aliento.
Tiendes aún no las alas abrasadas
y ya vuelan al suelo desmayadas.
Tan cerca, tan unida
está al morir tu vida,
que dudo si en sus lágrimas la Aurora
mustia tu nacimiento o muerte llora
.



Foto: MAR



O los siguientes poemas de Calderón de la Barca (1600-1681) y Góngora (1561-1627), respectivamente:

Estas que fueron pompa y alegría
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría.

Este matiz que al cielo desafía,
iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana:
¡tanto se aprende en término de un día!

A florecer las rosas madrugaron
y para envejecerse florecieron:
cuna y sepulcro en un botón hallaron.

Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y expiraron;
que pasados los siglos horas fueron. 



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Ayer naciste, y morirás mañana.
Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
¿Para vivir tan poco estás lucida,
y para no ser nada estás lozana?
Si te engañó tu hermosura vana,
bien presto la verás desvanecida,
porque en tu hermosura está escondida
la ocasión de morir muerte temprana.
Cuando te corte la robusta mano,
ley de la agricultura permitida,
grosero aliento acabará tu suerte.
No salgas, que te aguarda algún tirano;
dilata tu nacer para tu vida,
que anticipas tu ser para tu muerte. 



Foto: Pixabay



La percepción de los poetas contemporáneos es diferente. Pablo Neruda (Chile,1904- 1973) nos aporta  una visión telúrica.

En ti la tierra

Pequeña
rosa,
rosa pequeña,
a veces,
diminuta y desnuda,
parece

que en una mano mía
cabes,
que así voy a cerrarte
y a llevarte a mi boca,
pero
de pronto
mis pies tocan tus pies y mi boca tus labios,
has crecido,
suben tus hombros como dos colinas,
tus pechos se pasean por mi pecho,
mi brazo alcanza apenas a rodear la delgada
línea de luna nueva que tiene tu cintura:
en el amor como agua de mar te has desatado:
mido apenas los ojos más extensos del cielo
y me inclino a tu boca para besar la tierra.



Foto: Pixabay

 Lorca (1898-1936), en cambio,  nos presenta una visión mágica.


Casida de la rosa

La rosa
no buscaba la aurora:
Casi eterna en su ramo
buscaba otra cosa.

La rosa
no buscaba ni ciencia ni sombra:
Confín de carne y sueño
buscaba otra cosa.

La rosa
no buscaba la rosa:
Inmóvil por el cielo,
¡buscaba otra cosa!



Foto: Pixabay

La flor que más ha  rivalizado en literatura   con la rosa,  para simbolizar el amor, es el clavel.  Tirso de Molina (1579-1648) nos presenta esa rivalidad.

Que el clavel y la rosa,
¿cuál era más hermosa?

El clavel, lindo en color,
y la rosa todo amor;
el jazmín de honesto olor,
la azucena religiosa,
¿Cuál es la más hermosa?

La violeta enamorada,
la retama encaramada,
la madreselva mezclada,
la flor de lino celosa.
¿Cuál es la más hermosa?

Que el clavel y la rosa,
¿cuál era más hermosa?



La azucena, como símbolo de la pureza, por su blancura,  se contrapone a veces a la rosa como símbolo del amor apasionado. Ya lo reflejaba así Garcilaso de la Vega en el famoso soneto XXIII, en que relaciona rosa-ardiente-corazón y azucena-honesto-refrena… Así se ve en  el primer cuarteto.

En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto
y que vuestro mirar, ardiente, honesto,
enciende el corazón y lo refrena…


Bécquer (1836-1870) nos habla así de la azucena:

La gota de rocío que en el cáliz
duerme de la blanquísima azucena,
es el palacio de cristal en donde,
vive el genio feliz de la pureza.
Él le da su misterio y poesía;
él, su aroma balsámico le presta.
¡Ay de la flor, si de la luz al beso
se evapora esa perla!






Otra flor que es símbolo de la virginidad es la flor del naranjo: la flor de azahar.
 A ella alude, irónicamente,  José Ángel Buesa (Cuba, 1910-República Dominicana 1982).

Buena suerte, muchacha. Lucirás muy bonita
con el velo de novia y el ramo de azahar,
pero sin el sonrojo de la primera cita,
sino pálida y seria delante del altar.
Pronto será la boda. Pero acaso un despecho,
amargará las noches de tu luna de miel,
si al abrir una puerta reconoces un lecho
o al cruzar un pasillo recuerdas otro hotel.
Sin embargo, muchacha, cuando termine el viaje,
ya serás la señora de no sé quéseñor,
aunque tal vez descubras, al abrir tu equipaje,
que en la prisa, ¡qué pena!, se te olvidó el amor.


Foto: MAR


Otras flores, como el lirio,  han tenido menos relevancia para los poetas. He aquí un poema de  Salvador Rueda (1857-1933).

Porque de ti se vieron adorados,
tengo un vaso de lirios juveniles:
unos visten pureza de marfiles;
los otros terciopelos afelpados.
Flores que sienten, cálices alados
que semejan tener sueños sutiles,
son los lirios, ya blancos y gentiles,
ya como cardenales coagulados.
Cuando la muerte vuelva un ámbar de oro
tus largas manos de ilusión que adoro,
iré lirios en ellas a tejerte.
Y mezclarán sus tallos quebradizo
con sus dedos cruzados y pajizos,
¡que fingirán los lirios de la muerte!



Foto: Pixabay

El  jazmín, el alhelí y el girasol  aparecen en este  poema de Góngora, en que reitera  la visión angustiosa de la vida en el siglo XVII.

(…) Flor es el jazmín, si bella,
no de las más vividoras,
pues dura pocas más horas
que rayos tiene de estrella;
si el ámbar florece, es ella
la flor que él retiene en sí.
Aprended, flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.
El alhelí, aunque grosero
en fragancia y en color,
más días ve que otra flor,
pues ve los de un mayo entero:
morir maravilla quiero
y no vivir alhelí.
Aprended, flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.
A ninguna flor mayores
términos concede el sol
que al sublime girasol,
Matusalén de las flores:
ojos son aduladores
cuantas en él hojas vi.
Aprended, flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui
y hoy sombra mía aún no soy
(…).

Foto: Pixabay

Otra de las flores que han encandilado a los poetas es la flor del almendro.  Una coplilla de Salvador Rueda.

Como el almendro florido
has de ser con los rigores,
si un rudo golpe recibes
suelta una lluvia de flores.

 Miguel Hernández  se fija en él muchas veces: “A las aladas almas de las rosas / del almendro de nata te requiero”). Le dedica poemas tan bellos  como Flor de almendra.

Propósito de espuma y de ángel eres,
víctima de tu propio terciopelo,
que, sin temor a la impiedad del hielo,
de blanco naces y de verde mueres.

¿A qué pureza eterna te refieres
con tanta obstinación y tanto anhelo?...
¡Ah, sí!: tu flor apunta para el cielo
en donde está la flor de las mujeres.

¡Ay! ¿por qué has boquiabierto tu inocencia
en esta pecadora geografía,
párpado de la nieve, y tan temprano?

Todo tu alrededor es transparencia,
¡ay pura de una vez cordera fría
que esquilará la helada por su mano!


Parque de la Quinta de los Molinos, Madrid. Foto: MAR

Y hay una flor insignificante, que no decora jardines ni jarrones, nace a la vera de los caminos, a veces, en medio de piedras, pero es una flor de  una fragancia especial: la violeta. A esa flor dedica este hermosísimo poema Delmira Agustini (Uruguay, 1886-1914).

Hay belleza en el lirio inmaculado
de majestad emblema,
hay belleza en el cáliz nacarino
de la blanca azucena,
hay belleza en la rosa purpurina
y en el albo reseda,
hay belleza en la nítida corola
de la nívea camelia,
hay belleza en el pálido junquillo
y en la suave diamela,
hay belleza en el triste pensamiento
y no hay flor en la cual no haya belleza,
pero hay una que es flor entre las flores
con ser la más modesta,
una flor de fragancia incomparable,
delicada y pequeña,
una flor que en un lecho de esmeraldas
oculta su belleza,
una flor que un encanto misterioso
en su cáliz encierra,
un encanto ideal, indefinible,
que no hay flor que contenga,
una flor para mí como ninguna,
una flor que se llama ¡la violeta!



Foto: MAR
Otra flor que tampoco es exuberante, especialmente la silvestre, es la margarita. También se prodiga en los campos primaverales y "borda primores en el césped". A ella le dedica los siguientes versos Rosalía de Castro.



En mi pequeño huerto

En  mi pequeño huerto
brilla la sonrosada margarita,
tan fecunda y humilde,
como agreste y sencilla.
Ella borda primores en el césped
y finge maravillas
entre el fresco verdor de los prados
do proyectan su sombra las encinas.
Y a orillas de la fuente y del arroyo
que recorre en silencio las umbrías,
 y aun cuando el pie la huella,  ella revive
 y vuelve a levantarse siempre limpia,
a semejanza de las almas blancas,

que en vano quiere ennegrecer la envidia. (…)



Y para cerrar no podía faltar algún  poema  dedicado a la propia poesía. Incluimos este de de  Octavio Paz, premio Nobel y premio Cervantes (México, 1914-1998).


Mientras escribo…

Foto: Pixabay
Cuando sobre el papel la pluma escribe,
a cualquier hora solitaria, ¿quién la guía?
¿A quién escribe el que escribe por mí,
orilla hecha de labios y de sueño,
quieta colina, golfo,
hombro para olvidar al mundo para siempre?

Alguien escribe en mí, mueve mi mano,
escoge una palabra, se detiene,
duda entre el mar azul y el monte verde.
Con un ardor helado
contempla lo que escribo.

Todo lo quema, fuego justiciero.
Pero este juez también es víctima
y al condenarme, se condena:
no escribe nadie, a nadie llama,
a sí mismo se escribe, en sí se olvida,
y se rescata, y vuelve a ser yo mismo.




La vida vence a la muerte. Foto:MAR


En el año  2020 la primavera se quedó  adherida a la frialdad de un  cristal. Esperamos que en este año 2021 salgamos con fuerza al encuentro de la primavera, al encuentro de la luz y el color, al encuentro de la fragancia de las flores, al encuentro de la belleza de la poesía.  Necesitamos más que nunca que la primavera nos traiga el color de la esperanza y que nos riegue con una lluvia de pétalos. Necesitamos una primavera de colores, como lo ha sido siempre. 
(...) Primavera tarda, pero es tan bella y dulce cuando llega, que decía el poeta.


Margarita Álvarez Rodríguez

domingo, 26 de abril de 2020

Ventanas luminosas


Estado de alarma. Día 43.


Avenida de la Aurora Boreal, Madrid. Foto: MAR

En tantas semanas de confinamiento nos hemos dado cuenta del valor de las ventanas. Esos huecos que han permitido estos días ver la luz del sol que nos va marcando las horas, ver los guiños de las nubes, ver y oír  la cara y el aplauso de esos vecinos que tenemos enfrente al otro lado de la calle… De esos vecinos de los que apenas teníamos conciencia… Esas ventanas que se abrían  apenas para ventilar las casas, pero raramente dejaban ver rostros… En estos días silenciosos  también  nos han permitido  ver a la poca gente que iba y venía, pensativa, huidiza…

Pero hoy, de repente, las ventanas se iluminaron. Desde primeras horas de la mañana empezaron a oírse voces infantiles, sonidos de patinetes… Hoy las ventanas nos han traído un halo de luz espacial. Hoy las ventanas nos han devuelto la vida…

Y  también nos han traído una nueva ilusión y una gran alegría. Allí, cinco pisos más abajo, en la calle, estaban nuestros seres queridos: venían a  saludarnos.  A pesar de que sus caras estaban semiocultas  tras mascarillas,  en sus ojos pudimos percibir la alegría de las sonrisas. La misma que experimentamos los abuelos desde esa ventana que nos traía de nuevo la ilusión  y  la vida. 





Reencuentro de miradas. MAR

¿Cuánto mide realmente un kilómetro?  ¿Mil metros?  No, la distancia que hay entre afectos encontrados.

Y un dulce regalo colgado del pomo de  la puerta. MAR

Para todos los niños que en esta situación especial se han dejado convencer   con sencillos razonamientos y complacer con pequeñas pruebas de afecto, va este poema de Federico García Lorca.

Canción tonta

Mamá.
Yo quiero ser de plata.
Hijo,
tendrás mucho frío.
Mamá.
Yo quiero ser de agua.
Hijo,
tendrás mucho frío.
Mamá.
Bórdame en tu almohada.
¡Eso sí!

¡Ahora mismo!

 26 de abril de 2020

¿Castellano o español?



Imagen: MAR

Una de las dudas que nos surge con frecuencia es si debemos llamar a nuestro idioma castellano o español. Para empezar hay que decir que para denominar la lengua que hablamos cerca de 500 millones de personas son válidas las palabras castellano y español, aunque según en qué contextos pueda ser  más adecuada una u otra.

Solemos tener la percepción equivocada de que los españoles somos los que más hablamos español y de que somos los “propietarios” del idioma. Pero no es así. Somos 47 millones de españoles  y algunos millones, aunque sean en la práctica bilingües, tienen como lengua materna otra lengua española. El país en que hay más hablantes de español es México (124 millones), le siguen  Colombia (50 millones) y, probablemente,  EE.UU, (41 millones y 12 más bilingües). España estaría en tercer o cuarto lugar.

Según el Anuario 2019 del  Instituto Cervantes, en el mundo hay  580 millones de hablantes de español, entre los que lo hablan como lengua materna (483 millones), los que lo hablan como segunda lengua y los que lo estudian (unos 22 millones de personas de  110 países). Es  la segunda  lengua materna más hablada del mundo, tras el chino mandarín y  la tercera lengua más hablada en el cómputo global de hablantes, tras el inglés. En 2060 EE. UU.  será el segundo país con  más hablantes  de español, tras México.

Para el conjunto de hablantes de nuestro idioma,  español es el término más adecuado para denominar a la lengua materna de todos esos  millones de   hispanohablantes, por ser el más inclusivo.  Es también el nombre con el  que se denomina internacionalmente: spanish, spagnolo, spanisch, espagnol, espanhol…  

¿Por qué español? Podemos aducir varias razones: 1. Se corresponde con el nombre del estado actual en que surgió el idioma, y solemos denominar así a los idiomas, por ser más práctico, aunque se hablen en muchos países fuera del país original: francés, alemán, inglés… 2. La institución que vela por el cuidado del idioma se llama Real Academia Española y su diccionario, Diccionario de la Lengua Española (DLE). Y ASALE  se llama la Asociación de Academias de la Lengua Española  de todo el ámbito del español. 3. Este idioma, nacido originalmente en Castilla,  se ha enriquecido a lo largo de la historia con aportaciones de otras lenguas peninsulares: gallego, catalán, vasco, portugués, leonés… Y con palabras que proceden de otros idiomas, es decir, ha salido del marco de Castilla.

Ya en 1611 Covarrubias  usaba la ambivalencia y titulaba su diccionario del español: Diccionario de la lengua castellana o española. Es el primer diccionario monolingüe de nuestra lengua. Es también el primero publicado en Europa para una lengua de las llamadas vulgares. 

No obstante, la Constitución española actual (1978) llama castellano a la lengua oficial del Estado. Pero, en este caso,  el criterio es más político  y social que lingüístico. Después de hilar muy fino para conseguir una Carta Magna de consenso, el artículo 3 quedó redactado así:

1. El castellano es la lengua española oficial del estado.  Todos los españoles tienen el     deber de conocerla y el derecho a usarla.
2. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus estatutos.
3. La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección.

El  escritor Camilo José Cela, entonces senador, propuso una enmienda en el Senado: “El castellano o español es la lengua oficial del Estado  común de los españoles, quienes tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla”. La justificaba Cela diciendo que los adjetivos castellano y español eran sinónimos. Y también argumentaba que “un catalán, un vasco y un gallego, por ejemplo, hablan entre sí en castellano, lengua que aceptan como común”. Sin embargo, aquella enmienda no triunfó.

Merece la pena fijarse un poco en la redacción del artículo 3. 1: El castellano es la lengua española… Estas palabras implican que el castellano es una lengua española, pero que también hay otras lenguas españolas que no son el castellano (lo que luego queda especificado en el punto 3.2.). Es decir, de entre varias lenguas españolas se ha optado por esta como lengua oficial. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla. Acota muy bien la diferencia entre deber  y derecho. El Estado se debe asegurar de que todos los españoles conozcan la lengua oficial, porque las leyes del Estado se redactan en esa lengua y todos los ciudadanos deben conocer sus derechos y deberes. En cambio,  tienen derecho a usarla, lo que implica que el uso no es un deber, el hablante puede elegir entre usar esta lengua u otras.

En la Constitución de 1931  también se hablaba de castellano: “El castellano es el idioma oficial de la República”. Durante las  dictaduras de  Primo de Rivera y de Franco se prefirió el término español, que se asoció a la indisolubilidad  de la Patria.

Es evidente que la Constitución opta políticamente por  el término castellano, porque  usar el término español parecería  discriminatorio para las demás lenguas que también son españolas. El adoptar el nombre de castellano para la lengua oficial lleva implícito que siempre que se hable de la lengua oficial debe usarse ese término. Por este motivo, por ejemplo, en el mundo educativo, la asignatura denominada siempre Lengua española pasó a denominarse Lengua castellana y Literatura. Se enseñaba lo mismo, por supuesto, pero había que adecuar el desarrollo de las leyes educativas al nombre de la lengua oficial.

Podría decirse, pues, que, de una manera general, es preferible el término español,  y de manera especial cuando se pone en relación con las lenguas extranjeras: español, francés, inglés, ruso… En cambio, es más adecuado hablar de castellano cuando se enumeran las lenguas españolas o se establece una relación entre ellas: castellano, gallego, euskera, catalán (incluso las  no oficiales: leonés, navarroaragonés…), para no establecer preeminencia entre ellas, porque, desde el punto de vista lingüístico, no hay  lenguas más importantes que otras (el número de hablantes, el valor social… no son criterios lingüísticos), ya que todas sirven para lo mismo: la comunicación. Además, desde el punto de vista de un hablante, su lengua es la más importante, la hablen mil personas o mil millones.


Biblioteca personal. MAR

Aunque en algunos países de Hispanoamérica se usa con frecuencia la denominación castellano para el idioma común, todas las Academias de Hispanoamérica, a través del Diccionario Panhispánico de Dudas (DPD), recomiendan el término español, aunque asumen como válidos ambos nombres.

Si miramos las constituciones de los distintos países americanos vemos que en siete países, con unos 150 millones de habitantes, se denomina castellano en la Constitución: Bolivia, Colombia, Ecuador, El Salvador, Paraguay, Perú y Venezuela. En cambio, en ocho países, con unos 60 millones de habitantes, se denomina español: Cuba, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, República Dominicana y Puerto Rico. En Argentina, Chile, México y Uruguay, con unos 180 millones de habitantes, no se menciona el nombre del idioma oficial.

Hay que decir que en la América Hispana tradicionalmente se ha preferido el término castellano a español, de manera especial en el siglo  XIX por razones históricas y políticas. Hay que recordar que entre 1810 y 1820 se produjo la independencia de la metrópoli de los distintos países, de manera no amistosa. Eso llevó a que lo español fuera mal visto y de manera general preferían usar el nombre castellano, que aludía al origen de la lengua, pero no incluía la referencia a España. En algunos países,  como Argentina, durante un tiempo, se llamó idioma nacional, y también trató de llamarse idioma argentino, pero ninguno de los nombres triunfó a largo plazo.

En el último Congreso Internacional de la Lengua Española (Córdoba, Argentina, 2019) escritores argentinos reivindicaron  el nombre de castellano, porque lo de español les sonaba a neocolonialismo.  Giardinelli aseguró que  no existe el español, sino “el castellano de América” y  Claudia Piñeiro propuso que el próximo congreso (Arequipa, Perú, 2022) se llame Congreso Internacional de la Lengua Hispanoamericana.

El Diccionario Panhispánico de Dudas, por acuerdo de las 23 academias de la lengua españolas, zanja la polémica: Para designar la lengua común de España y de muchas naciones de América, y que también se habla como propia en otras partes del mundo, son válidos los términos  castellano o español. La polémica sobre cuál de estas denominaciones  resulta más apropiada está hoy superada. El término español resulta más recomendable por carecer de ambigüedad, ya que se refiere de modo unívoco a la lengua que hablan hoy más de cuatrocientos millones de personas. Asimismo es la denominación que se usa internacionalmente (spanish, espagnol, spanisch, spagnolo, etc…) Aun siendo también sinónimo de español, resulta preferible reservar el término castellano para referirse el dialecto románico nacido en el Reino de Castilla durante la Edad Media, o al dialecto del español  que se habla actualmente en esta región. En España, se usa asimismo el nombre  castellano cuando se alude a la lengua común del Estado en relación con las otras lenguas cooficiales en sus respectivos territorios autónomos, como el catalán, el gallego o el vasco.

La conclusión es  que, aunque podemos usar indistintamente castellano y español, de forma general, es más recomendable el término español para que haya correspondencia con otros idiomas.

 
Imagen: Pixabay




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