Todos sabemos ya que estamos
afectados por una pandemia. Y una pandemia es una epidemia a lo grande. Pandemia
ha sido la palabra más buscada en el Diccionario de la Lengua Española (RAE) en
el último mes. Etimológicamente, pandemia
procede del griego: pan (todo) y demos (pueblo). Vendría a significar
reunión de todo el pueblo. Desde el punto de vista sanitario se declara un
estado de pandemia cuando se cumplen dos condiciones: que el brote afecte a más
de un continente y que los casos de cada país se hayan provocado por
transmisión comunitaria, es decir, que no sean importados.
Hace unos meses oímos hablar por primera vez de un coronavirus que venía de China y nos hemos aprendido bien un topónimo: Wuhan. Sin saber mucho de virus, más que el
hecho de que se trata de agentes infecciosos, la palabra virus (de latín virus: veneno) formaba ya parte de nuestro lenguaje: el virus de la gripe, los virus intestinales…
De este nos sorprendió el apellido: corona.
¿Cómo podía haber un virus coronado? ¿Es que era un virus de más categoría? A fuerza
de ver imágenes de colorines, comprendimos visualmente por
qué se le llamaba coronavirus. ¡Gastaba corona! Cuando ya habíamos aprendido
este nombre, pasó a denominarse oficialmente la enfermedad COVID-19, acrónimo que
debería escribirse con mayúscula, ya que se tata de una sigla de origen inglés que procede de “coronavirus disease”: enfermedad del coronavirus. En español, de manera
general, la pronunciación es aguda /Kovíd/, frente al inglés, en que es llana
/Kóvid/.
Este nombre de la enfermedad parece un nombre amable por su sonido, sin embargo, cuando conocemos
los efectos graves
y trágicos que provoca, la i se convierte
en algo punzante que parece lacerarnos. Esta es la denominación de la
enfermedad, pero el virus concreto que la causa se llama científicamente SARS-CoV-2. Por ser COVID-19 el nombre
de una enfermedad debería ser un nombre femenino y, así lo recomienda la RAE,
no obstante, constata que se ha generalizado el nombre masculino por relacionarlo
con la palabra virus y por influjo del género de otras enfermedades víricas como el ébola.
Parece que este virus nos ha
amenazado de tal manera que nos ha encontrado inermes, sin embargo, estamos
luchando contra él como si lo hiciéramos en un auténtico campo de batalla. El lenguaje
bélico en torno al virus se prodiga en bocas de nuestros gobernantes y en los
medios de comunicación. El presidente de EE.UU. decía que la COVID era su Pearl
Harbor, refiriéndose al ataque japonés contra la base naval de EE.UU. en 1941.
Sorprendentemente es el
presidente del Gobierno el que más habla usando ese lenguaje bélico. “Nadie
puede ganar solo esta guerra”, decía en una de sus últimas comparecencias en la
que repitió varias veces la palabra guerra. E incluso
pedía unión para afrontar juntos
la posguerra. Tanto a él como a otras
personas, en los medios de comunicación, les hemos oído también hablar de frente, de combate, de lucha, de campos de batalla, de librar una guerra, de
vencer o derrotar al enemigo,
del camino de la victoria, de los que
están en primera línea de combate y
de los que estamos en la retaguardia,
de estrategia colectiva… Palabras y expresiones que nos suenan a
léxico militar. También se habla de movilización de la sociedad y de las armas colectivas. Y con nuestros ojos, y
algunos con su cuerpo, hemos visto cómo se ponía en funcionamiento un hospital de campaña.
Ya sabemos que es un lenguaje
metafórico, que enardece y que sirve para encauzar la expresión de
sentimientos, pero esto no es una guerra, es una pandemia: una enfermedad. En
las guerras hay soldados generalmente de otros países que actúan como enemigos. Aquí no hay
soldados, hay profesionales sanitarios y de otros sectores que con su trabajo
contribuyen a que nos curemos o no nos contagiemos. Hay científicos que
investigan a contrarreloj para encontrar la medicina adecuada para curarla y la
vacuna para prevenirla. Hay millones ciudadanos que cumplimos escrupulosamente
el confinamiento para no favorecer la
difusión del virus. Pero sí es verdad que todos sentimos que nos enfrentamos a la enfermedad y que
tenemos esperanza de vencerla. Esta batalla la vamos a ganar, nos
decimos también los ciudadanos. Los mercados tocan tambores de guerra, se ha escrito en algún titular periodístico.
También, en relación con la pandemia, estamos usando un lenguaje matemático.Todos los días sumamos cifras, unas esperanzadas, otras, fatídicamente, desgraciadas. Hablamos de tantos por ciento, de vector viral, de modelos matemáticos que hacen proyecciones sobre el posible número de afectados actuales o futuros, o el número de muertos. Se busca al paciente cero. Cada día vemos gráficos de colores que nos explican cómo evoluciona la pandemia. Durante semanas nos han hablado del ansia por llegar al pico, al punto más alto de la curva. Nunca habíamos oído hablar tanto de pico, salvo que aludiéramos al pico. compañero de la pala, o al pico de una montaña. En ese caso, para un montañero, llegar al ansiado pico es un triunfo, porque, una vez en la cima, disfruta de su triunfo y contempla el panorama. En cambio, llegar al pico de la gráfica es solo la manifestación de nuestro deseo de bajar corriendo, porque el objetivo es doblegar la curva. Y es chocante, lingüísticamente, que se hable de pico en una curva, pues parecería que lo angular y lo redondeado de la curva fueran incompatibles. También se ha hablado de que después del pico la curva se aplanaría y vendría la meseta. Ahora empieza a hablarse de desescalada asimétrica. Falta por saber qué porcentaje de la población está inmunizada para llegar a saber cuál es el grado de la inmunidad colectiva, eso que muchos han llamado la inmunidad del rebaño. Nos vemos contados como si fuéramos ovejas.
También, en relación con la pandemia, estamos usando un lenguaje matemático.Todos los días sumamos cifras, unas esperanzadas, otras, fatídicamente, desgraciadas. Hablamos de tantos por ciento, de vector viral, de modelos matemáticos que hacen proyecciones sobre el posible número de afectados actuales o futuros, o el número de muertos. Se busca al paciente cero. Cada día vemos gráficos de colores que nos explican cómo evoluciona la pandemia. Durante semanas nos han hablado del ansia por llegar al pico, al punto más alto de la curva. Nunca habíamos oído hablar tanto de pico, salvo que aludiéramos al pico. compañero de la pala, o al pico de una montaña. En ese caso, para un montañero, llegar al ansiado pico es un triunfo, porque, una vez en la cima, disfruta de su triunfo y contempla el panorama. En cambio, llegar al pico de la gráfica es solo la manifestación de nuestro deseo de bajar corriendo, porque el objetivo es doblegar la curva. Y es chocante, lingüísticamente, que se hable de pico en una curva, pues parecería que lo angular y lo redondeado de la curva fueran incompatibles. También se ha hablado de que después del pico la curva se aplanaría y vendría la meseta. Ahora empieza a hablarse de desescalada asimétrica. Falta por saber qué porcentaje de la población está inmunizada para llegar a saber cuál es el grado de la inmunidad colectiva, eso que muchos han llamado la inmunidad del rebaño. Nos vemos contados como si fuéramos ovejas.
Hemos aprendido también qué es
una cuarentena, aunque esta abarque
un tiempo inespecífico. Es una medida de prevención sanitaria que decide
un aislamiento que evite la extensión una
enfermedad. El término procede de la palabra latina quadraginta, que era, en su origen, un periodo de cuarenta días. ¿Y
por qué cuarenta? Ese número está muy ligado a la religión católica. Cuarenta son
los días que duró el diluvio y cuarenta son los días de cuaresma, los días que
estuvo Moisés en el Monte Sinaí, los
días que Jesús ayunó en el desierto… Pero cuarentena y aislamiento no
significan lo mismo. La cuarentena trata de evitar una enfermedad, en cambio,
el aislamiento se practica con
alguien que ya está infectado.
Este procedimiento médico se difundió a partir
de la peste negra (siglo XIV), la pandemia más devastadora de la historia
de la humanidad, que surgió en Asia y llegó a Europa, y afectó especialmente a
Italia. En el caso del COVID-19 se
estima que la cuarentena aconsejada, si se ha estado en contacto con un
contagiado, es de 14 días. Se usan varias expresiones: poner en cuarentena, estar en cuarentena o pasar la cuarentena.
En la Florencia de 1348 (ciudad en que solamente
sobrevivió 1/5 de la población, después de la peste negra) está ambientado el Decamerón de Bocaccio (las historias que
se cuentan 10 jóvenes que huyen de la peste. Cada miembro del grupo cuenta una
historia cada tarde, durante diez días. Diez historias cada día, por diez días, son las cien historias que forman
la obra). Una buena ocasión para releer el Decamerón.
Ya en la Biblia se habla de
cuarentenas para los leprosos. También hablamos de cuarentena para el puerperio
o posparto, tiempo en que el aparato genital de la mujer vuelve al estado
anterior a la gestación. En realidad, el origen del puerperio es también religioso. Aparece
en el Levítico, 12:1-8.
“Si una mujer da luz un varón, ella quedará impura por siete
días, como cuando tiene su menstruación. Al octavo día se le hará al niño la
circuncisión, y después la mujer debe permanecer treinta y tres días
purificándose de su flujo de sangre. Ella no debe tocar nada consagrado ni
entrar en el santuario hasta que se haya completado su período de
purificación”. En el caso de dar a luz una niña el periodo se multiplicaba por dos. La Virgen tardó
cuarenta días en presentar a Jesús en el templo. (Recuerdo muy nítidamente esta
ceremonia que presencié de niña en mi pueblo, y que me impresionó mucho. Una mujer volvía a iglesia después de ser madre y no podía
entrar sin recibir una bendición especial que se producía a la puerta de la
iglesia, mientras ella la recibía de rodillas con una vela encendida. Tuve la
sensación de que el sacerdote le tenía
que perdonar algún grave pecado que había cometido por ser madre y me indigné por el trato que se daba
a la mujer. Menos mal que el Concilio Vaticano II acabó con estas prácticas).
Hay verbos y sustantivos, que, solos o acompañados, estamos usando en la situación actual con mucha frecuencia. Por ejemplo, casa, quedarse y salir. ¡Quédate en casa! ¡Hay que quedarse en casa! Saldremos de esta. Saldremos adelante. ¿Cuándo y cómo vamos a salir? Hemos conjugado hasta la saciedad el imperativo del verbo lavar seguido del complemento directo manos…
Algunos adjetivos también se prodigan. Se dice que los ancianos son la población más débil. Se habla de zonas sucias y limpias en los recintos sanitarios... Y han aparecido tres palabras con un sufijo bastante desagradable (-miento) que se han apoderado también de nuestro vocabulario COVID: distanciamiento social, confinamiento domiciliario y aislamiento. La primera chirría un poco en nuestra cultura latina. Somos un pueblo de abrazos, de besos, de apretones de manos, de palmadas cariñosas… Confinamiento, una palabra que nos ha encerrado en casa, que es posible que muchos no hubieran oído jamás, y aislamiento, la más dura, porque es como un confinamiento dentro de otro (re-confinamiento) y lleva implícita la idea de la soledad, de la peste.
Algunos adjetivos también se prodigan. Se dice que los ancianos son la población más débil. Se habla de zonas sucias y limpias en los recintos sanitarios... Y han aparecido tres palabras con un sufijo bastante desagradable (-miento) que se han apoderado también de nuestro vocabulario COVID: distanciamiento social, confinamiento domiciliario y aislamiento. La primera chirría un poco en nuestra cultura latina. Somos un pueblo de abrazos, de besos, de apretones de manos, de palmadas cariñosas… Confinamiento, una palabra que nos ha encerrado en casa, que es posible que muchos no hubieran oído jamás, y aislamiento, la más dura, porque es como un confinamiento dentro de otro (re-confinamiento) y lleva implícita la idea de la soledad, de la peste.
Hemos reflexionado sobre nuestra mano no dominante, que nos aconsejan utilizar para actividades que ahora pueden ser peligrosas: agarrar un picaporte, abrir un grifo… Y oímos una y mil veces la palabra higiene y productos higienizantes o soluciones hidroalcohólicas, jabón... Y, por supuesto, alcohol y lejía que han desaparecido de farmacias y lineales. La lejía, ese producto de limpieza tan básico y poco sofisticado, nos parece ahora la reina de la desinfección.
También hablamos mucho de las
ansiadas mascarillas, esas que no
eran necesarias y luego sí, pero que siempre
han sido buscadas. Y hasta sabemos qué es una mascarilla quirúrgica y las que tienen mayor grado de protección:
FFP2, FFP3… También hemos visto cómo las mascarillas se han ido convirtiendo
por actuaciones desaprensivas en “más-carillas” y decididamente en “más-caras”.
(Quizá tengamos que sacar del baúl las auténticas máscaras carnavalescas…). Y
con ellas nos han llegado algunas palabras del español de América para
denominar el producto: en Argentina y Bolivia, barbijos y nasobucos, en Cuba. Y hasta entendemos
qué son los EPIs (equipos de
protección integral). Y, por supuesto, los imprescindibles respiradores. Otros términos médicos nos resultan ya también
familiares, sobre todo, los que tienen que ver con los ansiados test: PCR,
de antígenos, de anticuerpos, serológicos; insuficiencia respiratoria, incubación, asintomático... Y también tenemos claro lo que es la OMS.
No falta el vocabulario
relacionado con la economía. Sabemos qué son las actividades esenciales y no esenciales, oímos hablar de que se
quieren negociar con Europa los coronabonos… También se habla de deudas mutualizadas. Y una palabra más relacionada con la medicina o la biología ha pasado a la
economía: hibernación. Así han estado
dos semanas las actividades no esenciales, hasta que se ha producido su deshibernación. Y no faltan cada día las
referencias a la crisis económica, la emergencia económica y social, el
endeudamiento, la deuda pública, el paro, los ERTEs…
También hay una serie de palabras
relacionadas con la comida o la limpieza que se han puesto especialmente de
moda, por corresponder a unos productos muy buscados. Al principio del
confinamiento, la estrella fue el papel
higiénico. Pareciera que se fueran a empapelar las casas. Luego fueron
variando las palabras y los productos, para pasar por los aperitivos y la cerveza hasta
llegar a la harina y la levadura que se han convertido en los
más ansiados. Tal vez porque el confinamiento ha llevado al “confitamiento”:
todos a hacer confites. Y así vamos a
acabar con un “cochinamiento”, como unos
cerdos muy lustrosos. De repente, la
vida casera ha convertido a todos en
cocinillas de bizcochos, tartas… Y quizá
por eso de la “pan-demia”, algunas
personas han llegado a la conclusión de
que el pueblo debía hacer pan.
Foto: MAR |
Desgraciadamente, también hemos
aprendido qué significa alarma cuando va unida a estado de (alarma). Sabemos
cuánto dura cada período, que hay que renovarlos y lo que implica para la
ciudadanía y para nuestros gobernantes.
Y, desde luego, todos vivimos la cuarentena como una
auténtica cuarenpena, por el
confinamiento de la población, y, sobre todo, por el dolor que nos producen las
cifras que cada día van aumentando en cientos
de muertos y en miles de contagiados,
números que nos abruman, aunque tratemos de
alegrarnos por número de curados.
Un neologismo que está apareciendo en los medios de comunicación es la palabra infodemia. Se denomina con este neologismo a todo lo que tiene que ver con la difusión de bulos relacionados con el Covid-19 (tratamientos milagrosos para la enfermedad, origen artificial de la misma...). Y hablando del origen animal de la misma, el nombre de un animal se repite con asiduidad: el murciélago. Hemos aprendido que una de cada cuatro especies de mamíferos es una especie murciélago y que pueden transmitir diversidad de virus. Previamente se habló del pangolín y nuestra curiosidad nos llevó a buscar información sobre el animal.
Un neologismo que está apareciendo en los medios de comunicación es la palabra infodemia. Se denomina con este neologismo a todo lo que tiene que ver con la difusión de bulos relacionados con el Covid-19 (tratamientos milagrosos para la enfermedad, origen artificial de la misma...). Y hablando del origen animal de la misma, el nombre de un animal se repite con asiduidad: el murciélago. Hemos aprendido que una de cada cuatro especies de mamíferos es una especie murciélago y que pueden transmitir diversidad de virus. Previamente se habló del pangolín y nuestra curiosidad nos llevó a buscar información sobre el animal.
Pero para el pueblo español no puede faltar el lenguaje de la ironía y el
humor. Así empieza a surgir también una “coronajerga”.
Ahí está el covidiota (covidiot, en
inglés) y su versión más palurda, el coronaburro, que es el que se comporta de forma
irresponsable y desaprensiva. Y los balconazis, esos que acusan o juzgan desde las ventanas a la gente
que está en la calle o que dejan notas en
las viviendas de sus vecinos
invitándoles a abandonarlas, porque tienen profesiones más expuestas al
contagio. Muchos consumidores tienen la
certeza o la sospecha de que en algunos productos relacionados con la salud o
la alimentación han surgido los coviprecios. Y seguro que la creatividad de los españoles dejará en el idioma muchas otras palabras relacionadas con esta experiencia tan traumática.
Hemos oído y cantado la letra de
la canción del Dúo Dinámico Resistiré,
canción compuesta por Ramón de la Calva y con letra del periodista Carlos Toro
Montero (tal vez la letra tenga algo que con la peripecia vital de su padre
durante el franquismo). Soldado de
Nápoles, fue una canción de la
zarzuela La canción del olvido, que
se relacionó con la gripe de 1918, pues se extendieron ambas a la vez por
Europa e incluso la gripe fue llamada también con el nombre de la canción.
También la pandemia nos ha acercado otra canción que ya no nos resulta extraña,
aunque su letra esté en italiano: Facciamo
finta che, tutto va bene… (Finjamos que
todo va bien). Es la hermana de nuestra Resistiré.
Ahora ya estamos todos pensando en cómo y cuándo se va a producir la desescalada, pues no parece que baste con haber llegado al pico y haber descendido ya un buen trecho. Y algún día llegará el descofinamiento, ansiado por todos. Es curioso que algunos no saben manejarse muy bien con la palabra desconfinamiento y hablar de "salir del desconfinamiento", lo que sería lo mismo que pasar de la calle otra vez a casa. Tal vez estén pensando ya en el síndrome de la cabaña, que parece ser que muchos vamos a sufrir cuando salgamos a la calle de forma habitual.
Ahora ya estamos todos pensando en cómo y cuándo se va a producir la desescalada, pues no parece que baste con haber llegado al pico y haber descendido ya un buen trecho. Y algún día llegará el descofinamiento, ansiado por todos. Es curioso que algunos no saben manejarse muy bien con la palabra desconfinamiento y hablar de "salir del desconfinamiento", lo que sería lo mismo que pasar de la calle otra vez a casa. Tal vez estén pensando ya en el síndrome de la cabaña, que parece ser que muchos vamos a sufrir cuando salgamos a la calle de forma habitual.
¿En qué quedamos, salimos de casa o entramos? Foto: B. Muñoz |
Pero una de las palabras más repetidas y más amargas, y que ahora recorre más el idioma es, sin duda, soledad: vivir en soledad, morir en soledad y ser enterrado en soledad. Esa soledad que acentúa notablemente el sufrimiento.
Como sabemos, las palabras que llegan nuevas a
una lengua se llaman neologismos. Las
que dejan de usarse por falta de uso se convierten en arcaísmos.
Y la pandemia nos va a dejar también arcaísmos, porque se ha llevado con ella a muchos ancianos,
y con ellos se está llevando también una forma de hablar: un vocabulario
variado y preciso, que para sí quisieran muchos hablantes más jóvenes. Una
generación que no supo de sueldos o salarios, sino de jornales, y de paga (o lo que me dan) más que de pensión,
que quizá no usaran nunca la palabra
excelente, porque tenían la palabra pistonudo,
una palabra mucho más bella y más
precisa que los “superadjetivos” que están ahora tan de moda: ellos no estaban nunca supercontentos, pero sabían estar contentísimos, tan alegres como
unas pascuas o unas castañuelas…
No estaban supertristes, simplemente no les llegaba la camisa al cuerpo, porque
parecía que el sufrimiento empequeñecía. ¡Qué bellas y acertadas imágenes! ¡Cuántas palabras, frases hechas y refranes
que expresaban todas las vivencias de la vida humana se van con ellos!
Gentes que sabían hablar a corazón abierto, que aguantaban
mecha, que tuvieron que ahorcar
pronto los libros, que no se andaban con
tapujos…. Por citar unas cuantas
expresiones que empiezan por A…. Y miles y miles de expresiones más, hasta llegar
al final del diccionario: hasta la letra
Z. Con ellos se va, por ejemplo, zurriburri, hermosa palabra, que usaban
para calificar el lío y el barullo.
La lengua es como la vida: mueren
unas palabras, y eso también es un mal, y nacen otras que recibimos ilusionados
por la novedad. Ojalá las que llegan sean siempre hermosas palabras de vida.
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Fantástico repaso de la comunicación en el marcó de la pandemia. Muchas gracias Margarita. 😘
ResponderEliminarGracias. Julio, por leerlo y por tu opinión.
EliminarBuena crónica de la época que estamos viviendo. Gracias. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias.
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