Género: Poesía
Páginas: 72
Editorial: Olé libros
Novalunosis marítima es el título de este poemario de Manuel Ramos López, que hace el número tres en sus publicaciones poéticas. Sus anteriores poemarios fueron Entre el jueves y la noche (2022) y Tres de septiembre (2023). Manuel Ramos es un joven sacerdote salesiano, que ejerce la labor de profesor de Secundaria y que se dedica también a acompañar a jóvenes, en lo lúdico y en la formación moral, en ámbitos no académicos.
Conocí a Manuel Ramos cuando comenzaba a estudiar ESO en el centro en
que yo daba clase de Lengua y Literatura
(Santo Domingo Savio, Madrid) . Cuando supe de él, yo no era aún su profesora y
tardé algunos unos cursos en serlo, pero
pronto comenzó a estar a mi lado y alrededor de la poesía. Yo organizaba, cada
curso académico, con segundo de
Bachillerato, un gran recital poético, a
partir de un tema conductor relacionado
con alguna efeméride literaria o social
de actualidad, en el que participaban,
en distintas labores, en torno a cincuenta alumnas y alumnos. Y en mi deseo de
que participara algún representante del
alumnado de cursos más bajos para que
comenzaran a interesarse por la actividad, me topé con la presencia de Manuel Ramos. Desde el inicio de su
adolescencia me sorprendió su madurez y su interés por participar en este tipo de actividades. Y así,
durante la primera década del siglo XXI,
se fundió con aquel loco de Antonio Machado, con la fuerza del viento
del pueblo de Miguel Hernández y con bellos sonetos religiosos de otros autores,
a lo largo de varios cursos. No sé qué aprendería conmigo en las clases ordinarias
de Literatura, pero seguro que algo de su amor por la poesía surgió en ellas y
en aquellos recitales.
He seguido su
trayectoria posterior hasta el sacerdocio
y hoy mantengo con él una
relación de amistad. Con alegría recibí la noticia de su primer poemario, en
cuya presentación participé. También leí con atención el segundo y le
doy las gracias por poner en mis manos el tercero. Y ahora, al doblar la última
página de esta tercera incursión poética, me pongo a escribir una pequeña reflexión sobre este nuevo poemario.
En Novalunosis
marítima lo primero que llama la
atención es la imagen elegida para la cubierta. Se trata del conocido cuadro
titulado Caminante sobre el mar de nubes,
de Caspar David Fiedrich, una obra icónica del Romanticismo. En el
cuadro vemos a un caballero, de rostro desconocido, contemplando un paisaje montañoso lleno de
nubes. Un cuadro que refleja la soledad ante la inmensidad del paisaje y la importancia de este. Refleja esa
idea romántica del poder de la naturaleza, generalmente tormentosa y violenta,
a través de la cual los poetas reflejaban el dolor o la
incertidumbre del ser humano. Algo de
todo eso hay en este poemario de Manuel Ramos. El título también nos llama la
atención: Novalunosis marítima. La
palabra novalunosis es un neologismo
que aún no está recogido en el Diccionario
de la lengua española (RAE). Sí recoge novilunio,
un concepto astronómico para llamar a la luna nueva. Novalunosis
se utiliza para denominar la experiencia estética y emocional que nos produce
un estado de asombro al contemplar la
luna o las estrellas. Este título ya es
bastante expresivo. Nos habla de noches en que no se ve la luna (luna
nueva), pero en que se pueden contemplar
mejor las estrellas, noches oscuras y
estrellas que tratan de mitigar la oscuridad. Y el adjetivo marítima nos sitúa
la contemplación de esas noches estrelladas desde y sobre
el mar.
El poemario está dividido en tres partes: I. Puerto, que incluye cinco poemas. II. Mar, que
incluye, dieciséis. Y, III. Stella Maris, que incluye diecisiete. Es evidente que la primera parte es mucho más
breve. Y es que la primera parte es el
puerto. ¿De partida o de llegada? Aquí
se trata del puerto de partida. Conociendo al autor, que es una persona
inquieta que no se conforma con la vida sosegada en un puerto, a resguardo de
tempestades, solo puede ser el lugar de salida, de salida a la vida, que es
como una travesía en la que hay que remar con acierto para luchar contra todo
tipo de tempestades que, con frecuencia, hacen tambalearse a la
vida misma y nos llevan perder la fe en ella.
El puerto del que parte Manuel Ramos es el puerto seguro de la poesía. La poesía
será el barco que le hará surcar los mares. La poesía es esa lumbrera, / para la noche de los días. Precisamente
el segundo poema se titula Recibe la luz.
En otro poema asegura que la poesía es
ávida atalaya / contra la muerte y sus cuchillos / (…) muralla contra el miedo / y sus eternos sinos / latentes. La poesía
es ancla, consuelo, estrella, pecium al
que agarrarse… La poesía es luz. El poeta nos descubre en sus versos las ilusiones y los sinsabores de su travesía
personal, pues nos dice de su poesía: soy yo, en palpitante caligrafía. Nos invita, además, a los lectores a confluir con los sentimientos expresados en
sus versos, de forma muy expresa: Tú que
lees estas grafías, / gracias por hacerme / palpitar en ti / donde revivo, /
porque me miras con tu escucha. Así
comenzamos con él a surcar
el mar, su mar, amarrados a la
poesía.
Con la poesía como cuaderno
de bitácora iniciamos la travesía y
entramos en la segunda parte llamada Mar. Este mar no es aquel
que representaba el fin del río de la vida al que cantara Jorge Manrique
y otros poetas, es el mar de la vida de una persona adulta por el que tiene que
avanzar entre un “la mar” de
inconvenientes y desfallecimientos. Describe
este mar como piélago de zozobras y tormentas. Es un mar que zarandea al poeta y
para salir bien parado de esos embates ha de guiarse por la luz del alba, de
las estrellas, de los faros… Al faro le
dedica un poema titulado Elegía al faro.
En su avance suena a su alrededor la vorágine de las olas. Pero la noche parece
que tiene pánico a al alba y se siente vencida por la luz.
El poeta, en su interior, también escucha el trémulo / son del fracaso. El mar se transforma así en una sinfonía oceánica (título del primer poema de esta segunda
parte), en canto embelesado que aspira a convertirse en una auténtica novalunosis oceánica. Has nacido
para poder
acariciar las estrellas / y bailar en su haz, se dice el poeta a
sí mismo. El navegante lleva también una luz en su interior, la que produce el
fuego que usa como símbolo de la pasión amorosa y el acercamiento a Dios. Esa
pasión le da la seguridad de poder descubrir
la estrella y el faro que le hagan vivir una nueva mañana.
Poco a poco nos vamos adentrando en el misticismo de esta
experiencia de búsqueda del Amor (con mayúscula) con el que desea encontrarse. Este camino en pos del auténtico Amor nos recuerda
mucho a los místicos del siglo de Oro, pues la luz que arde en el corazón del
navegante, que lo inflama, lo guiará en la travesía: “Sin otra luz y guía / que
la que mi corazón ardía”, decía san
Juan de la Cruz. Se trataría / de dejarse
abrazar / en el fuego / en que nos amas, dice Manuel Ramos en un poema. Las olas del mar alimentan su fuego y le
hacen experimentar el deseo de infinitud
que simboliza el mar, pero el ser humano
tiene que aceptar sus limitaciones, porque
el piélago / no puede ser guarecido / en
las palmas de las manos. Cuando se acepta esa realidad el alma empieza a sentir paz, aunque las olas de la vida lo sigan sacudiendo, le
planteen enigmas y lo obliguen a atender
la llamada de la niebla. Y si las nubes / apresan las estrellas, / siéntate, aun así, / a esperar el viento.
En el poemario habla también de la muerte como el mayor
enemigo en esa lucha por vivir: el mar
embiste contra la costa de mi nada, porque la muerte puede ser amante y asesina. Esta segunda parte termina con un poema
titulado Batel urbano en que
establece una relación alegórica entre la vida en Madrid y la travesía
marítima. Madrid es carta náutica de mi
narración y sus zozobras. En Madrid se desarrolla la vida del poeta, en
Madrid está ahora ese mar contra el que
se tiene que batir para seguir navegando.
La
tercera parte la titula Stella Maris
(estrella del mar), título latino que se
daba a la Virgen como protectora de los marineros. Es sabida la gran devoción
que tiene la orden salesiana a María Auxiliadora. El poeta parece ponerse bajo su protección.
Stella maris es estrella que guía: es
luz. Parece que estamos ante la vía iluminativa del proceso místico, aunque la
noche todavía presenta sus peligros. Ya en el primer poema nos habla de tu Amor (clara referencia a la
divinidad), está a la espera de llegar a él, para dar pleno sentido a su vida. Eres Tú /
tanto… la noche que deslumbra / y
la estrella que dirige… Ese Dios anhelado es siempre un silencio que escuchar. Será siempre la mano
en que apoyarse en esa Novalunosis marítima, será Salud.
En esa lucha vital
en que hay sombras y luces, la luz parece imponerse cuando se sigue desde el
fuego del amor que inunda el corazón: hay que dejarse guiar, por los halos de
luz que emergen en medio de la noche o
de la niebla, pues la niebla / esconde tras de sí / la luz emanada de las
estrellas. El poeta decide combatir contra la tempestad, porque siempre
habrá al menos una vela de luz. El poeta prefiere la luz de las estrellas en el
novilunio, a la luz del sol. Las estrellas guían en la noche, el sol ciega y resulta engañoso. Y es que la
vida se parece más a una noche que, según el momento, estará más o menos
cuajada de estrellas.
En ese proceso místico de búsqueda de la divinidad Manuel Ramos, desde mi punto de vista, no llega al último paso: la vía unitiva. Parece que su frente se abandona en el pecho de la divinidad y que siente cerca la luz de la mirada de ese Rey Mago que le sale a su encuentro, pero el poeta sigue andando sobre las aguas y en el penúltimo poema dice seguir surcando las aguas en tu busca y en último parece haber salido de la noche luminosa. No hay Amada y Amado fundidos y olvidados del mundo exterior. Yo diría que todo el proceso que nos ha planteado el poeta es la búsqueda del afianzamiento de la fe, una fe que a veces la propia vida tambalea. De hecho, el último poema se titula No perder la fe. No parece que se fundan el Tú y el yo del poeta, sino que este tiene que seguir en el mundo de lo humano tratando de sobreponerse con tesón a las dificultades de la vida.
Además,
conociendo el perfil humano del autor, una persona que quiere estar en el mundo y entregarse a mejorarlo, no parece que desee encapsularse
en un éxtasis místico, a pesar de que novalunosis nos habla de estado de
asombro. Ese mar suyo, según creo, está más cerca del que presentaba Pablo Neruda
en la Oda al mar, un mar ante el que
el contemplador puede sentir embeleso,
pero también un mar que dé peces, que quite hambre: “… porque en nosotros mismos, / en la lucha, / está el
pez, está el pan, está el milagro”, decían los últimos versos de esa oda. Pero
para navegar por mares procelosos y salir indemne, siempre es necesario el
entusiasmo, que etimológicamente no es otra cosa que posesión divina, en
definitiva tener fe en algo o en alguien
que nos permita ver siempre estrellas en la noche.
Los poemas están escrito en versos libres, la mayoría breves, que generan dinamismo y musicalidad, y que, en algunos casos parecen, desde el punto de vista fónico y gráfico, reproducir el sonido y la forma de las olas. En general, la musicalidad está muy presente en el poema. Hay títulos que nos recuerdan lo musical: Sinfonía oceánica, Canto de la noche sobre el agua, Troppo mare, Huracán, Tu dicción, Canto al del espejo. Con frecuencia recurre a los paralelismos sintácticos, también como efecto rítmico. Y también aparece abundante léxico relacionado con lo musical: melodía, trueno, susurro, danza, baila, escala, ecos… Además, es muy abundante el léxico relacionado con la luz: haz, mañana, alba, luz, estrellas, amanecer… Algunos poemas hablan de luz en su título, por ejemplo, Al alba. Como contraste, aparece la noche, las nubes, la tormenta… El poemario está sembrado de bellas sinestesias: rezuman los tambores, el susurro de su brisa, al son de tus brumas… Aparecen también acertadas metáforas, como el mar truena; paradojas (recurso muy usado por los místicos), como mirada ciega, incluso hay un poema que se titula Paradojas.
Todo ello produce un gran afecto plástico que nos hace sentir los versos: sentir, en lo emotivo, y sentir, en lo sensorial. Además del yo poético, que a parece en primera persona, el autor a veces parece distanciarse para hacer una reflexión y usa la tercera persona, y, de forma frecuente, utiliza poéticamente la segunda, a modo de apóstrofe, para increpar a un tú, en poemas titulados A la muerte, A Madrid y en otros, o se dirige a un tú con el que desdobla su personalidad y parece que alguien le habla. En algún poema establece un claro dialogo lírico con un Tú externo (Dios). En el libro de Manuel también está presente la metaliteratura, pues encabeza cada apartado con palabras de otros autores, que van desde citas bíblicas a versos de escritores, como Paul Valéry, o de músicos, como Sabina.
En este poemario se percibe una notable madurez con
respecto al primero publicado, tanto
en el tratamiento temático como en la
forma poética. En el poema Una espiral de
noche se pregunta: No sé si soy poeta
/ escritor apenas… Pues sí, Manolo (que así te llamamos los que te tenemos
afecto), debes saber que eres poeta, y
lo eres en los dos significados que da el DLE. Eres poeta porque
eres “una persona dotada de gracia y sensibilidad poética” y lo eres también porque eres “una persona que compone
obras poéticas”. Y, desde luego, ha
sido una gran satisfacción para tu vieja
profesora de Lengua y Literatura leer este poemario y comentarlo, y también, permíteme la inmodestia,
haber tenido algo que ver con tu vocación poética.
© Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga, profesora y escritora


No hay comentarios:
Publicar un comentario