Título: Cauces
Autora: Antonia Álvarez Álvarez
Editorial Eolas, colección Aura
Primera edición: León, 2020
Género: Lírica
Cauces es un poemario que ha sido galardonado con el Premio José Antonio Ochaíta 2019.
Leer los poemas que componen este poemario es disfrutar de la poesía de una gran poeta, Antonia Álvarez, escritora que ya ha obtenido varios premios literarios, entre otros, el XXX Premio Leonor de Poesía, y publicado una docena de libros. Los poemas que componen esta obra están divididos en dos apartados: Cauces de luz, formado por veinticuatro textos, que aparecen numerados y sin título, y Cauces de amor y dolor, formado por quince poemas, cada uno con su título respectivo. En el frontispicio de la obra aparecen recogidos algunos versos de José Ángel Valente y de Claudio Rodríguez y, como introducción a algunos poemas, también se insertan versos de otros poetas.
La imagen del cauce de un río nos adentra, ya desde de la cubierta, en esos otros cauces poéticos por los que discurren las sensaciones, los sentimientos, las palabras: la belleza de sus versos.
Los poemas de la primera parte, como sugiere su título, están iluminados por una luz primaveral que se derrama generosa sobre ellos. Y no es una primavera cualquiera, es la primavera que tantas veces ha contemplado y sentido la autora, es la de su tierra: un auténtico mosaico de colores y una gran variedad de olores, que se mezclan, que se confunden, que embelesan al espectador y al lector. Es la primavera exultante de esos montes y esos cauces de agua cristalina que ella bien conoce por haberse criado en esos hermosos parajes de la montaña leonesa. Es una primavera del color de las urces, de los zarzales y escobas en flor, de las campánulas, de las margaritas; es la del olor a violetas, a tomillo, a hierba; la del sonido del trino de los pájaros y de las aguas cantarinas... En esa primavera, por cuyos cauces se derrama la vida, la belleza y la palabra (“alma verde del mundo”), se sitúa emocionalmente la autora ya desde el poema que abre la obra. En ese lugar de “flores blancas perfumadas / por tantas primaveras / soy y estoy”. Ese paisaje es parte de su ser y por sus cauces siguen discurriendo sus vivencias, convertidas en estas páginas en palabra poética. Y discurren sin pausa (sin títulos), un poema tras otro.
La primera parte es, pues, la celebración de la vida: “Y cuando marzo anuncia / su voz de celebrante en los senderos”. Contemplando esa realidad de forma atenta, estática (y extática), se puede experimentar un éxtasis que nos acerca a la inmortalidad. Y esa sensación de eternidad se hace mayor si se comparte esa belleza con alguien, “con el cordón azul de una mirada”. La primavera es un tiempo pasajero, pero el milagro de la primavera se repite año a año, siglo a siglo. Se eterniza en cada instante. Eterna es también la fuerza de la palabra.
En la segunda parte los versos transitan por los cauces del amor y del dolor. En esos poemas el amor parece imponerse al dolor, aunque la ausencia del primero pueda ser una causa importante de sufrimiento. El amor, que siempre es un milagro, se refleja en los versos desde distintas vertientes. Aparece el amor a la tierra y a la familia presentado con tintes de añoranza, el primer amor, el amor adulto… El beso se convierte en una manifestación esencial del amor. El beso en la presencia y el beso en la añoranza del amor ausente. Un beso tierno, que confunde dos almas, como dirían aquellos versos becquerianos, y que convierte esa manifestación amorosa en belleza y en poesía. El beso es una manifestación del amor apasionado, de ese amor que es simbolizado como fuego, como “sangre ardorosa” o “pétalos de sangre”, pero que al mismo tiempo no pierde su pureza, su delicadeza, su idealización. Es "el fuego de la boca contra el frío”, una fuerza que vence a la muerte.
La naturaleza también tiene una fuerte presencia en la segunda parte, pero se amplía la visión. La primavera sigue ahí como telón de fondo, pero ahora está mezclada con muchas referencias al frío, a la nieve y al otoño: son cauces de amor y dolor en los que también está presente la soledad de las ausencias. Algunos poemas reflejan de forma clara la añoranza de la comunión con esa naturaleza vivida en el pasado, es como un deseo de volver a los paisajes de la mirada y a los paisajes del alma, un deseo de “volver y derrotar / a las furiosas huestes del olvido”.
Por los versos del poemario navega omnipresente el paso del tiempo: el tiempo exterior, que miden los relojes, y el tiempo interior, que miden las vivencias. Un tiempo que huye (Tempus fugit, título de un poema) y que solo podemos apresar en la contemplación de la belleza que lo eterniza, en una visión próxima al platonismo. Un tiempo presente y un tiempo pasado, surcados ambos por sensaciones impresionistas. En esta segunda parte, como decíamos, está más presente el dolor, las ausencias, la melancolía, pero, aun así, la poeta no deja de conducirnos por cauces de luz.
Una de las medidas de versos más utilizada en el poemario es la del heptasílabo que, sabiamente combinado con el endecasílabo, forma con frecuencia silvas, que crean un ritmo ondulante, acompasado y sereno, que acaricia nuestros oídos. No sabemos si la autora ha usado este esquema de forma deliberada por la relación que tiene el origen de la palabra latina silva (selva, floresta) con la temática de la obra o por su ritmo. También utiliza otras medidas y esquemas de metro y rima, adecuando siempre el ritmo al contenido de los versos. Uno de los poemas más hermosos es el soneto titulado Cauce de agua clara: “Acércate a mis labios lacerados /para calmar su ardicia salinera…”. El uso del encabalgamiento de forma frecuente contribuye a ese peculiar ritmo ondulante. Dentro del lenguaje claro que utiliza Antonia Álvarez, aparecen frecuentes y hermosas imágenes: “la enramada cierta de la luz”, “los abrevaderos del olvido”, “el zurrón de la memoria”. Algunas parecen recordar el mundo pastoril de las églogas renacentistas Y, puesto que por los cauces de los versos se derraman sensaciones y sentimientos, el uso de la sinestesia es muy frecuente en la mayoría de los poemas. Unas veces aparece como mezcla de sensaciones que captamos por distintos sentidos y otras, como fusión de sensaciones y sentimientos: “gorjeo dulce”, “pétalos de viento”, “dulce esperanza”. Para que la naturaleza cobre aún más vida nos encontramos asimismo con frecuentes personificaciones: “el árbol se desangra”, “regocijan los labios”. Son versos limpios y llenos de luz por la abundancia de léxico del campo semántico de la claridad: cristalina, purísima, virginal, azul, pura, transparencia, blancura, aurora… Son sensaciones de un instante, pero que encierran eternidad.
El poemario es un deleite para los sentidos, una caricia para el alma y un espacio para la reflexión, pues la autora se eleva desde las sensaciones y los sentimientos personales al ámbito de lo metafísico, por la importancia que cobra el tiempo y el papel que desempeñan el amor, la palabra y la belleza en los cauces de la eternidad. Y es preciso buscar esa belleza hasta en el dolor: “En el duelo hay belleza y en las alas / del pajarillo herido / anida el sol”.
Es una poesía armoniosa, serena, que penetra por los sentidos, que provoca regocijo en el espíritu y que nos seduce sentimental e intelectualmente. Y, a pesar de estar muy elaborada literariamente (conocemos la minuciosidad de la escritora), fluye transparente de las fuentes en las que surgen sus vivencias y reflexiones, navega por cauces líricos y desemboca de forma conmovedora en el lector. Esa es la gran literatura: la que crea belleza desde la claridad y desde la emoción.
En definitiva,
la lectura y relectura (porque son versos para releer con calma y con alma) de
este poemario, de gran belleza literaria, nos llevará serenamente por cauces de
vida hacia la luz, pues, aunque en ocasiones caigamos en un recodo sombrío, será, con seguridad, “un cauce de sombras
/ que conduce a la luz”, según dicen los versos que abren y cierran la obra. Un título muy acertado, una extraordinaria obra poética y un premio
bien merecido.
Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora de Lengua y Literatura
Antonia Álvarez (imagen tomada de la solapa) y contraportada de Cauces |