sábado, 10 de diciembre de 2016

Dichos relacionados con la lengua castellana (II): palabras, palabras, palabras

                             
                                                                           

   La palabra pregunta y se contesta
   tiene alas o se mete en los túneles...

                                                  M. Benedetti






En una palabra, en dos palabras, en pocas palabras… Las expresiones relacionadas con palabra abundan en nuestra lengua. Podemos definir sin dificultad la mayoría de las palabras del idioma, sin embargo, definir qué es una palabra resulta difícil. Esa definición que nos dice que es una unidad  lingüística que se separa de las demás por pausas o espacios en blanco en la escritura nos deja insatisfechos y perplejos, porque parece que la pausa o el espacio  son tan importantes como la propia palabra. 

El idioma está hecho de palabras y la palabra no solo es el vehículo del pensamiento, es la propia sustancia del mismo. La relación entre la palabra y el pensamiento es precisamente la esencia de los artículos de este blog. Es la creación del lenguaje articulado  lo que de verdad nos diferencia de los animales. 

Los dichos que giran en torno  al término palabra son muy abundantes en español y tendremos que recogerlos necesariamente con palabras.

Como palabra y piedra suelta no tienen vuelta, además de decir y escribir palabras, conviene reflexionar sobre ellas, porque a veces son palabras preñadas, dispuestas a alumbrar sorpresas. Aquí estamos, pues,  para descubrirlas, de la primera a la última palabra.

Palabras, palabras, palabras… A veces, decimos que no tenemos palabras suficientes para  expresar lo que sentimos. Otras veces, cargamos sobre la  palabra la responsabilidad de un compromiso personal. Prometemos con palabras de honor o palabras de rey, decimos que somos hombres de palabra,  damos nuestra  palabra  y hacemos verdad que más apaga buena  palabra que caldera de agua. Con promesas o sin ellas, es un lujo poder confiar en la palabra de alguien

Pero la santa palabra a veces se convierte en mala palabraHay personas que no tienen palabra o no tienen más que palabras o  faltan a su palabra o solo tienen buenas palabras (pero malas obras); otros que saben torcerlas o trocarlas y las convierten en ininteligibles palabras de oráculo, o  en palabras ociosas, palabras pesadas, palabras mayores, palabras gruesas, palabras afiladas, palabras vanas… Personas que no solo  venden palabras, sino que con ellas tratan mal de palabra a otros.



No faltan los que simplemente lanzan palabras al aire que, por ser palabras vacías,  son tan ligeras que se las lleva el viento. En estos casos, lo mejor es hacer oídos sordos a las palabras necias. Pero siempre quedará alguien que nos hará llegar palabras emotivas, sentidas, amables, educadas…, palabras de buena crianza de personas que tienen una sola palabra.

En algunas ocasiones  parece que percibimos que las palabras toman entidad  física y se pueden tocar, gustar, y hasta manosear…  Sentimos que nos vuelven las palabras al cuerpo. Por eso podemos  coger la palabra, comernos las palabras, dejar a alguien con la palabra en la boca, beber las palabras  a alguien o estar colgado de ellas, remojar las palabras, saborear las palabras… Pueden ser  dulces o finas, pero también: picantes, ásperas, agrias, destempladas, duras…  No es extraño, por tanto, que después de saborearlas en nuestra  boca  luego se queden en ella y las tengamos en la punta de la lengua. 

Nos pueden proporcionar entretenimiento si nos dedicamos a buscar las palabras cruzadas de los crucigramas. Incluso nos pueden sacar de algún apuro ya que podemos empeñar nuestra palabra, como si la dejáramos en prenda para conseguir algo.

También parece que las podemos cuantificar. Por eso, medimos las palabras  para no gastarlas en balde, con el fin de que no nos falten. A veces, por ahorrar, o porque nos falta facilidad de palabra o somos de pocas palabras, optamos por no decir ni media, por si no encontramos la otra media  y nos quedamos con la boca abierta. 

A pesar de ello, le damos tanta importancia  a la comunicación que pedimos la palabra y, si no nos la dan, robamos la palabra, y  hasta dejamos a alguno con la palabra en la boca  cuando está en el uso de la misma. Y siempre habrá alguien que coge la palabra y no la suelta, porque, aunque no tenga más que palabras, se esfuerza al máximo para decir siempre la última palabra.

Con la palabra exigimos a veces a otros  guardar silencio, especialmente cuando les contamos un secreto. De esto ni media palabra, ni palabrano digas ni palabra…   Así que nos vamos, sin decir palabra… Es como si estuviéramos castigados al silencio eterno. Pero no todos, siempre habrá alguno que se vaya de la lengua y pregone el secreto palabra por palabra.

Si la palabra es un cauce de comunicación, sin necesidad de hacer juegos de palabras, sería una pena no dirigir  la palabra a alguien o no cruzar palabra con esa persona por haber tenido unas palabras desafortunadas con ella.

En otra época se daba palabra de matrimonio yposteriormente, al celebrar los esponsales, se daba palabra y mano. Entonces, los contrayentes, acompañados de las damas con sus escotes palabra de honor, se dirigían palabras de presente, con la lectura de textos religiosos que siempre son  palabra de Dios.

Ese hiperónimo, palabra,   parece el vientre de una madre que  ha parido muchos miles de hijas con otro nombre específico. La mayoría son claras y educadas… 


Las hay, sin embargo, extrañas como las palabrejas que ahora nos ha dado por llamar palabros.  Y también las hijas más díscolas, las palabrotas, que, cuando están bien traídas a la situación, pueden expresar una emoción positiva o negativa de una manera más expresiva que toda una disertación, pero cuando su uso se convierte en hábito indica la poca competencia lingüística o la zafiedad del hablante, aunque este se disculpe alguna vez diciendo que  se le escapó la palabra, como si fuera un guardián poco diligente.

Las palabras, viejas y nuevas, bonitas y feas, comunes  y raras...,  son propiedad de los hablantes y son ellos los que las aman o las detestan, los que las inventan o  las olvidan y los que las convierten en lugares de encuentro o desencuentro. 

De la primera  hasta la última palabra del credo, todas son importantes,  todas nos sirven para pensar y para ser… El poder de la palabra es algo incuestionable.   

Mientras buscamos la palabra mágica que nos abra la puerta de algún secreto, cerramos este artículo, que ya está bien de palabrear, porque a buen entendedor, pocas palabras bastanOs doy mi palabra.


Artículo relacionado:

Dichos relacionados con la lengua castellana (I): letras


jueves, 24 de noviembre de 2016

Carta a una madre


                                  Otro 25 de noviembre...


   Morirán los que nunca jamás sorprendieron
   aquel vago pasar de la loca alegría.

   Pero yo, que he tenido su tibia hermosura en mis manos,
   no podré morir nunca.
                                                                                                        José Hierro





Eras amiga del alba y de la rosa...


No, no podrás morir nunca...

Durante cuarenta y tres años el sol iluminó tu vida. Desde hace cuarenta y tres años sigues alumbrando la nuestra desde el mundo de lo invisible. Hoy se cumple otro aniversario de tu partida. ¡Han pasado tantos años! Los mismos que duró tu vida, breve, intensa y cruel. Una vida que  dejó honda huella en todos los que te conocimos y quisimos, porque  aprendimos de tu forma de vivir y aprendimos también de tu forma de morir. 

No podemos celebrar tus ochenta y seis años  de hoy,  no podemos verte a esa edad con los ojos del cuerpo, porque en la imagen  de  nuestro recuerdo solo tienes cuarenta y tres.  El tiempo transcurrido nos ha desdibujado tu cara. Cuando queremos acercarnos  a ella, se  aleja y se difumina.  De tu voz, solo nos quedan ecos lejanos.  Se nos escapan las partes, pero   nos queda  el todo: una vida ejemplar que sigue presente en nuestra memoria.


Eras una campesina  laboriosa, a la que le quedaban cortas las horas de sol a sol y, más bien, trabajabas “de luna a luna”. Vivías en convivencia armónica con esa tierra  a la que tus manos dedicaban tiempo y esfuerzo para obtener sus frutos.

Ejercías de  ama de casa entregada a las mil tareas domésticas que realizaban las mujeres del campo: cocinabas, amasabas, cosías, bordabas, hilabas, tejías… Ordeñabas, hacías la mantequilla… Cuidabas el ganado… Cultivabas la tierra… Y aún tu fe te dejaba tiempo para rezar el rosario en familia en las veladas de invierno o las flores en la iglesia durante el mes de mayo.

En tu vivir había tiempo para la alegría: para  reír, para cantar, para bailar la jota y el baile chano, cuando la ocasión era propicia. Eras una madre cariñosa y atenta a las necesidades de tu familia.  Una mujer de tu época  y, al mismo tiempo, una mujer  inteligente, moderna, valiente  y emprendedora;  de mente  abierta y respetuosa con las nuevas ideas y formas de vivir.

Hoy, cuarenta y tres  años después,  nos queda de ti  la inmensa alegría de saber que todos los que te conocimos  te recordamos vivamente.  Y, sobre todo, nos queda de ti, un gran sentimiento de gratitud que queremos expresar públicamente.

Gracias por tu alegría, por tu optimismo, por tu  bondad,  por tu fortaleza, por tu generosidad. “Cuanto más doy, más tengo”: ese era tu lema.  ¡Qué gran verdad en una frase tan contradictoria! Gracias por el amor que  derramaste a   tu alrededor. Gracias  por los valores que  transmitiste a tus hijas   y que han sido el eje  vertebrador de nuestra vida. ­­­­

No pudiste  vernos  completar los estudios universitarios, aquello que tanto te ilusionaba. “Tenéis que ser más que nosotros”, repetías.  Tampoco llegaste a conocer a tus nietas y a tu nieto, de los que habrías disfrutado mucho (hoy ya tendrías bisnietos),  pero  en todos nosotros sigue habiendo mucho de ti.  Tus hijas tuvimos que hacernos personas adultas y ser madres para comprender, en toda su plenitud, qué sentías como esposa y madre: tu amor, tus desvelos, tus inquietudes, tus sueños… No tenías miedo a irte, tenías  miedo a dejar desvalida a tu familia.  Y no solo nos guiaste en vida, también nos dejabas consejos  para tu ausencia.

Nos dolimos contigo ante aquella cruel enfermedad que nos hacía contemplar impotentes tu deterioro físico y  tu sufrimiento, y que te arrebató la vida como, en tu niñez,  había robado también la de tu madre. Nos atenazaba la idea de perderte,  pero nos sorprendía tu dignidad y nos confortaba tu serenidad. 

Te fuiste “a la inmortal morada” de manera silenciosa, serena. Querías acceder al mundo celestial con tu vestido verde…  “El color de la esperanza”, decías.  No querías  llantos, no  querías lutos… 


Tus campos se siguen vistiendo  de verde cada primavera



Tu color era el  color de la vida. Ese testamento vital  fue una caricia para nuestra  alma. Y esa frase que tantas veces hemos oído: “¡Qué buena persona era Patro!”. No se puede decir de alguien  nada tan sencillo y tan grande a la vez.

Desde ese mundo invisible en el que  desde hace  tantos años   moras,  aún  nos sobrevuela  el efecto protector de tu  alada presencia.  Sigues con nosotros, invisible y eternizada.   Y es que  −como decía el Principito− “solo con el corazón se puede ver bien: lo esencial  es invisible a los ojos”.

Invisible a los ojos de la cara, pero los que te queríamos te hemos inmortalizado en el recuerdo, y en él seguirás viva para siempre.


Aquí te dejamos de nuevo tu poema, ese que escribió tu hermano Pepe (José Rodríguez), aquel 25 de noviembre de 1973.


A Patro, madre, esposa, hermana amada
                                                 
Patro, en 1952

   













   
   Era una joven buena y cariñosa
    mujer perfecta, por la Biblia dada,
    amante madre y ejemplar esposa
    pía, honesta, querida, fiel y amada.

    Era amiga del alba y de la rosa,
    como abeja en panal, siempre ocupada,
    amiga de servicios y hacendosa,
    de sol a sol fue siempre su jornada.

    Por hermanos, esposa y caras hijas,
    con  fe viva, ya enferma, se ofrendaba;
    hasta que consumada en breves días,

    -tras dolorosa aceptación consciente-
    voló serena a la eternal morada
    con un mensaje familiar en mente:

     Con vosotros estoy, ya eternizada,
     Tere, Marga, Ireneo, Tino, Pepe,
     Pedro, Beatriz, Maruja, Iluminada.


Tus paisajes abren ventanas al cielo


     Con nosotros estás… 

                                                                Y te damos las gracias.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Dichos relacionados con la lengua castellana (I): letras


             

A todos los que, como yo, buscan el busilis del idioma  y, de forma especial, a los profesores de Lengua   de  Santo Domingo Savio, y  a mis amigas y compañeras de dedicación: Carmen, Beatriz,  Ana  y Mercedes.

                            

                                                     Con letras hasta en la sopa






En artículos anteriores hablaba de dichos relacionados con las matemáticas, me toca ahora abordar las expresiones coloquiales relacionadas con la propia lengua.

¡Y cómo no! Me sujetaré a la letra y empezaré hablando de las letras, pues sin ellas no podría escribir ni sobre la lengua ni sobre ningún otro tema. Con todas las letras: letras y más letras… Y todo, despacito y buena letra.

Nos entretenemos con sopas de letras y hasta  nos alimentamos con sopas de letras, así que es una realidad  eso de que podemos encontrarnos letras hasta en la sopa. También a los actores les dan letra, aunque esta no se pueda saborear, cuando olvidan el texto y necesitan un apuntador.



Nos costó sangre, sudor y lágrimas aprender a leer, por aquello de que  la letra con sangre entra, aunque en este caso parece que entraba la letra mientras salía la sangre, si algún maestro, especialmente hostil con nosotros,  nos hacía probar una vara de avellano en nuestras piernas o trasero, una regla en nuestros dedos, un revés en nuestra cara o algún otro castigo que podía derivar en un cardenal,  no precisamente de los purpurados. Y todo esto sin meter letra, que es lo mismo que decir sin meter bulla. 

Es verdad que cada maestrillo tiene su librillo, pero ese tipo de  librillos  a veces pesaban más de lo que aparentaban  y se convertían en  pesados librotes que debíamos sustentar en las palmas de nuestras manos, a modo de castigo, cuando estábamos de rodillas con los brazos en cruz. Pero eso son historias de otra época que nuestros escolares de hoy no sufren ni conocen.

Con esfuerzo conseguimos dejar  de ser analfabetos, pero quizá no todos, pues muchos  siguen siendo analfabetos funcionales o letrados de letras gordas. Incluso los letrados, a veces,  no somos capaces de leer la letra pequeña que incluyen los contratos que firmamos,  y no siempre por falta de agudeza visual. Estaría bien que aquello que nos va a obligar a cumplir una obligación estuviera escrito así, con mayúscula y con claridad meridiana.

Con las primeras letras creíamos que dejábamos de ser iletrados, pero algunos no han pasado  de ser asnos cargados de letras,  y los asnos no se han ocupado nunca de entender ni las letras humanas ni las  divinas. Letra por letra, y con mucha  caligrafía, aprendimos a escribir cuatro letras, a copiar al pie de la letra o a ceñirnos a la letra. Y tanto practicamos  que hasta hemos logrado firmar alguna letra (de cambio).

Así pues,  con buena letra, vamos a  darnos un paseíto por la república de las letras, que siempre será más agradable que revisar el estado de las letrinas. Esta república,  con buena estructura organizativa, sigue un orden  alfabético de la A a la Z.


Como la república tiene resonancias griegas, si preferimos ser más políglotas o hacemos usos científicos del alfabeto, podemos ir de la alfa a la omega, pasando por la delta, gamma, épsilon, lambda, mi, pi, ro… También  la religión católica  prefiere el alfabeto griego para llamar a Dios   alfa y omega. Y algunos hombres tratan de emularlo, pues se convierten en machos alfa que lucen lujosos relojes Omega.

La letra B es una letra que, para desgracia de muchos y beneficio de otros, está muy de moda. No solo porque si no nos sale el plan A buscamos un plan B, sino porque proliferan los pagos en b y hay herméticas cajas b que escapan al fisco, y en los medios de comunicación y en los tribunales nunca más que ahora se ha hablado de esa letra. Confiamos en que su fama tenga pies de barro, caiga bajo el peso de la ley y  vuelva la A a la res publica en todo su esplendor.

Para que no nos etiqueten con la b de burro, cualquier trabajo bien hecho, sin faltar una jota, exige conocer  el abecé de la actividad, aprendérselo de pe a pa, elegir bien el día D y la hora H y rematarlo poniendo el punto sobre la i.   Sin saber ni jota,  ni siquiera hacer la o con un canuto, es imposible que  el resultado sea aceptable, por más que insistamos erre que erre.

Algunas letras nos acompañan de forma permanente, pues las llevamos encima, en las prendas que nos cubren y miden nuestra talla, a la inglesa: S, M, L, XL, XXL, o la española: P, M, G, SG. Pero, por mucho que nos cubramos, se puede  descubrir lo que se esconde  bajo nuestra propia piel, en el interior de nuestro cuerpo, con los  misteriosos rayos  X. Y es que la letra X  da mucho juego.


Puede añadir un halo misterioso,  por ejemplo, si hablamos del desconocido   señor  o míster X, o convertirla en incógnita matemática, sobre todo, si le asignamos a la Y como compañera. Cuando parecía que habíamos encontrado el valor de la primera en una ecuación, viene la Y a complicarnos la vida, como lo hace también cuando una carretera desemboca en una bifurcación y ante esa Y  no sabemos qué camino tomar. Claro que en caso de duda ante algo siempre podemos decir: Llámalo equis. También podemos darle  a la X un matiz erótico si nos vamos al mundo de la imagen y hablamos de  películas, salas  o revistas X  que ayudan a más de uno a encontrar el erótico punto G.  

Las nasales M, N, Ñ, también tienen un hueco en los dichos populares. Nos pueder llevar al infinito con el número n, o devolvernos  a la tierra y hacernos caer de bruces -esto es una m- en el mundo de la coprofilia, porque si no la elegimos nosotros siempre habrá algún malintencionado que nos mande a la m... ¡Pobrecilla! ¡Tiene que cargar con la culpa de  iniciar esa palabra  soez que queda contenida solamente en su inicial! Para ayudarle a llevar su pesada carga, ahora le han salido unas acompañantes muy modernas: son las gemelas KK (caca). 


La Ñ, después de ser despreciada por los teclados antiguos, ha recuperado su posición y, con su risueña peineta, se ha convertido en el símbolo de la marca España. 


La letra K, que hasta hace poco tiempo la gente común solo la utilizaba para contar kilos y kilómetros, en la actualidad ha adquirido un halo de modernidad, porque, además de usarla para hablar de la excrementicio, se le ha dado un matiz reivindicativo. Todos entendimos hace años qué significaba Vallekas, el emblemático barrio de Madrid, y hoy  distinguimos bien ocupación de okupación. Los que quieren abreviar en exceso en los mensajes de texto y redes sociales también se han congraciado con ella para sustituir a la grafía qu, a veces de forma tan esquelética que del que se ha pasado a ke y luego a k. Esta k, de forma  tan rígida y afilada, contrasta con las redondeces conocidas y acogedoras de la c y qu. ¡Qué mensaje tan "descorazonado" nos llega con un tequiero convertido en un tkiero, o a veces solo en un tk! Y es que las imágenes de las letras también cuentan para transmitir mensajes...

Pero si no sabemos qué letra responde mejor a nuestras expectativas, siempre nos quedará nuestra letra silenciosa, que nos servirá de comodín: llámale hache. Esa letra que, como fiel escolta,  acompaña  en vanguardia o retaguardia a algunas vocales y que nos hace asombrarnos: ¡oh, ah!, cuando abusamos de ella o la olvidamos. Cuando la H no quiere pagar todas las culpas las reparte con la B, y así,    por hache  o por be, podemos encontrar la disculpa adecuada.


La S no tiene muy buena prensa. Si la carretera va haciendo eses, no es especialmente agradable conducir por ella y si la carretera o calle es recta, pero el que hace eses es el conductor, las eses son especialmente peligrosas…

 La T también sale a veces del alfabeto para  adoptar otros cometidos. Pone una T un fontanero para hacer una derivación de una tubería o nos colocamos en posición T en una clase de gimnasia.

La V se ha convertido en el símbolo de la victoria, especialmente si la hacemos con nuestros dedos, aunque no siempre se ha usado para triunfos de “felice recordación”.  

La Z, cierra la serie escondiendo zorros cinematográficos y acompañada de la P, ZP, se convirtió en el nombre popular, y no siempre respetuoso, de un presidente de gobierno español.

Con las letras del alfabeto leemos y escribimos. Aunque tenemos también formas de lectura que no exigen identificar letras: leemos el pensamiento de otras personas, o  leemos algo en su  cara u  ojos y algunos también leen  las rayas de la mano, sin tener que identificar letras.

Leer textos no siempre es tarea fácil, por mucho que reconozcamos bien las grafías, pues el mejor escribano echa un borrón que puede dificultar la lectura. ¡Eh, que no es lo mismo a, ha, ah! Más difícil aún si  tenemos que leer entre líneas un texto religioso, pues ya se sabe que  Dios escribe derecho con renglones torcidos.

La lectura del texto será más fácil si se ha escrito con luz y taquígrafos o con buena pluma y si lo que se escribe se sabe de buena tintase cargan las tintas y no se queda nada en el tintero.


Y si el contenido del tintero se agota, siempre nos quedará la opción de sudar tinta, sin ser chupatintas, para poder al menos andar con medias tintas  y escribir a vuela pluma.

Si falta la pluma, bienvenido sea el lápiz;  el de grafito, por supuesto. Y siempre habrá que buscar el soporte adecuado para escribir, porque si llevamos algo escrito en la frente, los demás tomarán nota con facilidad, pero nosotros estaremos hechos un poema.

Siempre quedarán buenos escritores -no solo pasantes de pluma que hacen algo al dictado-, que brillen  por su  creatividad y dominio del idioma, y que escriban tan bien que puedan dejar correr su pluma y convertirse en  las mejores plumas de su época, e incluso podrán  vivir de la pluma: tarea difícil.

Para escribir hemos usado durante siglos el papel como soporte. Hoy, sin embargo, muchos plumillas,  y  escribidores lo harán sobre un teclado, y el grafito habrá sido sustituido por un lápiz de memoria. Pero el recuerdo del papel como soporte de la escritura, o para otros usos, siempre ha dado juego lingüístico. Así, emborronando papeles, algunas veces nos vemos obligados a hacer buen o mal papel o un papelón. En otros casos, todo se queda en  papel mojado o, como mucho, nos "permiten" perder los papeles…  Y hay mucho papel que perder: maché, japonés, moneda, lija,  higiénico, cebolla, carbón, barba, calco, estraza, pagos, plata, seda, pinocho, pintado, vegetal…

Y es que no tiene vuelta de hoja: el papel juega un gran papel en el mundo de la lectura y escritura. Las hojas que contienen planes de actuación  proliferan en el ámbito político, porque de un tiempo a esta parte todos hablan de hoja de ruta: unos la ofrecen y otros carecen de ella. Quizá se quede solo en un panfleto, como   lo que en su día fue una hoja volandera o, en realidad, sea una hoja de un libro blanco,  que, de acuerdo con su nombre, poco puede contener. Demasiados libros blancos y hojas de ruta que no sirven para trazar el camino adecuado… Quizá porque lo hemos convertido todo en letra muerta.

Sin embargo, sí han existido en las vidas de cada uno de nosotros unas personas que marcaron el principio de nuestra hoja de ruta vital: los maestros de primeras letras. Con su recuerdo cierro este artículo, y para ellos: homenaje y gratitud.


En mi casa: mi pupitre y mis enciclopedias






lunes, 19 de septiembre de 2016

Dichos relacionados con las matemáticas (y II)



                                    Suma y sigue...




A los amantes de las matemáticas y, en especial, a los profesores, compañeros y amigos, de Santo Domingo Savio.



Las matemáticas puras son, en su forma, la poesía de las ideas lógicas. Albert Einstein.



Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho, dieciséis…

¡Cuántas veces hemos oído o recitado esta serie de sumas…! La aritmética  da de sí para una larga reflexión. 

En un artículo anterior, analizaba las expresiones relacionadas con los números. En este artículo hablaré de las operaciones aritméticas, de la geometría  y de otras expresiones matemáticas que se han convertido en dichos populares.

En estos tiempos modernos  la aritmética y la geometría cobran un protagonismo especial. En los círculos políticos  oímos hablar de aritmética parlamentaria y de  hacer acuerdos  entre los partidos  con geometría variable. No sé si la geometría parlamentaria puede ser variable, pero el Congreso sigue teniendo forma de hemiciclo. Nunca antes habíamos utilizado esas expresiones en el ámbito político  ni tampoco entre nuestro círculo de amistades reales o virtuales.


Cada vez más el lenguaje político nos suena vacío de contenido, convertido con frecuencia en un círculo vicioso o en algo más difícil, que afirma una cosa y hace la contraria, como si fuera la  cuadratura del círculo. Su radio de acción lo inunda todo y cada cosa puede ser eso y lo contrario, hasta llegar a la paradoja (no sé si matemática) de que cuando se analizan las cifras de los resultados electorales nadie pierde… Los resultados son difíciles de digerir, porque en los estudios demoscópicos previos “se han cocinado”  demasiado las estadísticas.

La referencia frecuente en el lenguaje a  las operaciones aritméticas también nos recuerda que son imprescindibles en nuestra vida cotidiana. No en vano muchas veces nos dijeron que al menos había que saber  las cuatro reglas para aprender a hacer cuentas.



Ya sean las cuentas de la vieja o las del Gran Capitán hemos ajustado las cuentas tantas veces o nos las han ajustado, que las expresiones con esta palabra son muy numerosas en el idioma.  Si hemos actuado con cuenta y razón  lo hemos hecho con precaución, pero si son otros los que han actuado con su cuenta y razón, sin que hayamos caído en la cuenta, lo habrán hecho por conveniencia. Matiz importante el que añade el posesivo “su”.  La gramática y las matemáticas se dan la mano una vez más.

A buena cuenta que todos hemos pagado cantidades a cuenta de otro pago posterior o a cuenta de algo en compensación de su pago.  En todos los casos es preciso echar cuentas para que no se produzcan errores de importancia –de cuenta- al pagar la cuenta. Es posible que hayamos sido advertidos por alguien sobre un peligro previsible con la expresión cuenta con la cuenta y hayamos tenido que desentrañar el significado de esta advertencia.

Las cuentas son las cuentas y las cuentas claras… Para ello conviene llevar la cuenta correctamente y anotar todo con minucia para  evitar pagar  más (o menos) de la cuenta. La aritmética también está presente en las relaciones personales, pues podemos echar cuentas con alguien o ser insociables y no  querer cuentas con nadie. Es verdad que con frecuencia es mejor estar solos, para entrar en cuentas con uno mismo y reflexionar en soledad.

En resumidas cuentas, y por eso de simplificar, que nos pasamos la vida echando cuentas que a veces no nos salen, excepto a las embazadas que salen de cuentas con una simple suma de semanas.


Y en caso de no tener qué contar  siempre nos queda el recurso de contar ovejas, aunque no haya rebaño a la vista, porque no existe o porque nuestros ojos, en el mundo de los sueños, ya no pueden verlo.

Pero las operaciones realizadas con  las cuatro reglas se vuelven cada vez más complicadas porque no siempre las realizamos con números. Con un suma y sigue, sumamos voluntades o pareceres, que a veces duran poco, porque alguien aplica la técnica del   divide y vencerás y aparece la división de opiniones. Dividiendo encontramos el cociente, aunque, si se trata del  cociente intelectual, estamos ante algo contradictorio, pues para hallarlo se incluye también la multiplicación.


Restamos energías o credibilidad, asistimos atónitos a la multiplicación de los panes y los peces del texto bíblico  y no menos   al multiplícate  por cero de  Los Simpsons. 

Ya puestos a usar los multiplicativos, mejor será multiplicar, al menos por dos, para que haya un aumento significativo, salvo en los casos en que se ve doble, o cuando algo es un arma de doble filo. Algunos son capaces de multiplicar por tres los premios de las competiciones, haciendo triplete (y hasta sextete), porque el doblete les parece poco.  Otros, en cambio, no consiguen medallas, aunque hayan realizado un triple salto.

Los fraccionarios no les van a la zaga, por eso, a veces, parece preferible la operación de dividir por dos y dejar algo en mitad y mitad, excepto si alguien nos miente  por la mitad de la barba, pues ese no nos dice media mentira, sino que nos miente con todo descaro. Siempre podremos poner al mentiroso en mitad del arroyo  y, aún así,  nos engañará por la mitad del justo precio, pero podemos resignarnos... Siempre nos  quedará  la mitad y otro tanto.

Buen compañero de la mitad es el medio muy presente en nuestro idioma: nos hacen la nota media  se habla del precio medio o del español medio (que no es el español partido por dos),   que  no llega a la  renta media europea.  

Se dice que en el medio está la virtud, y por esa regla de tres habría que estar siempre en el medio para actuar correctamente, pero no siempre es así, ni está claro cuál es el medio, por eso con frecuencia nos echan con cajas destempladas por estar en medio haciendo de estorbo. Alguna vez nos han dicho que somos medio tontos, sin especificar cuál  es la totalidad de nuestra estupidez, número necesario para saber cuánto es la mitad, o nos pillan a medio vestir, sin que sepamos tampoco si tenemos  una pierna vestida y otra no, una manga metida y otra sin meter... o simplemente lucimos la ropa interior.

También nos podemos encontrar en medio de una situación comprometida sin encontrar muy bien el camino para salir, lo que a veces nos lleva a quedar mal por partida doble. 



Si se trata de gastos,  pagar a medias suele ser una buena opción, aunque   los negocios a medias no siempre tienen un final feliz, salvo que se trate de negociar amores, en cuyo caso encontrar la media naranja es uno de los mayores motivos de felicidad.

No es raro que, en nuestra vida cotidiana, resolvamos problemas que tienen su intríngulis, porque exigen dos operaciones consecutivas. Eso es lo que ocurre con  nuestro socorrido cuarto y mitad de  la carne que  acompaña al cocido o de las gambas que aparecen en la paella.

También usamos con soltura la potenciación. Elevamos al cuadrado, y cuando se  trata de la tontería  de alguien que no tiene un alto cociente intelectual, decimos que es tonto  elevado al cubo  o, si la necedad no tiene parangón,  la elevamos a la enésima potencia. En suma, que parece que no salen las cuentas, y menos nos van a salir si damos datos "in-exactos" añadiendo los signos  + (más),- (menos), por ejemplo, cuando se presenta el margen de error de una encuesta. Siempre nos habían dicho que las matemáticas eran una ciencia exacta, ¿no? Quizá para que sigan siéndolo se han inventado las calculadoras y las hojas de cálculo porque eso del cálculo mental se estila cada vez menos.

Las expresiones relacionadas con las medidas también hacen su aparición en los dichos populares. Si viajamos durante muchos kilómetros hacemos una kilometrada y. si nos parece que es demasiado esfuerzo contarlos, situamos la meta más alejada en la Cochinchina y así los kilómetros nos parecen casi infinitos.

El kilo lo hemos asociado durante una larga época  a un número mágico. Quien tenía un kilo (de billetes de mil pesetas) era millonario.


De forma más metafórica, quien se maquilla mucho lleva encima un kilo de maquillaje, probablemente aplicado con kilos de paciencia y por arrobas, arrobas en desuso como unidades de medida, pero modernizadas en el lenguaje informático.

La geometría tampoco está ausente de  nuestros decires. Muchos trabajadores ejercen su actividad en polígonos industriales. Los militares se ejercitan en polígonos de tiro.  Mientras, una minoría privilegiada realiza ejercicios de ingeniería financiera de la que depende esa economía poliédrica de la que ahora hablan los entendidos.

Hace décadas estudiábamos en la escuela qué era una pirámide. Ahora, sin estudiar, aprendemos a hacerla en clase de gimnasia, sin tener que pensar demasiado. Y muchos desaprensivos abusan de los ancianos y de los ingenuos para engañarles con sistemas piramidalesAdemás, todos formamos parte de una pirámide de edad que preocupa cada vez más en España, porque está adoptando formas  que la hacen irreconocible.  

El segmento de población de mayores de sesenta años, que ahora invierte esa pirámide, era  enviado a la cama en su niñez cuando en la tele salían dos rombos, porque aquellas películas resultaban perjudiciales en potencia para sus ingenuas mentes  infantiles. Ahora hemos cambiado las matemáticas por la lengua, pues aquellos inocentes rombos han subido de tono y han pasado a ser películas X. 

En aquella escuela de los mayores no se estudiaba el Cono Sur, solo  sabían identificar en la esfera del globo terrestre los países de América del sur. Tampoco  sabían situar  el triángulo de las Bermudas, ni habían oído nunca eso del triángulo amoroso. Hoy los conos nos acompañan en la vida diaria pues hasta los comemos en forma de helados o los esquivamos por los carriles de las carreteras. 


Hace poco más de medio siglo la mayoría de los españoles no habían tenido ocasión de oír hablar, y menos de ver en televisión, el edificio del Pentágono. No habían visto tampoco un cuadrilátero de boxeo, pero aun así eran capaces de dibujar figuras geométricas que les quedaban cuadradas.

También otros conceptos han salido de las clases de Geometría y nos acompañan  en la vida cotidiana.  Cuidamos el ángulo de visión o el prisma desde el que miramos, aunque solo sea para ver bien la esfera del reloj, porque se pueden ver cosas diametralmente opuestas, que a veces hieren a alguien y lo dejan de cuadrado.

El punto de partida, ese círculo diminuto en matemáticas, da, sin embargo, un gran juego lingüístico. No en vano el punto lo comparten las matemáticas y la ortografía. Hay puntos certeros cuando ponemos algo en su punto: un punto positivo, en el colegio; el punto de nieve, el punto de caramelo,  el punto fuerte… También nos suena bien lo de estar a(l) punto o ser hombres de punto,   que no pierden puntos, miran a punto fijo, calzan  muchos puntos y, como  no pierden punto, consiguen poner  los puntos muy altos…

Otros puntos no son tan agradables: un punto  de dolor en el pecho, un punto crítico, un punto débil; el  punto neurálgico, el  punto negro, el punto crudo…  Nadie quiere  bajar de punto, andar en puntos, perder muchos puntos, ser un  punto menos y, sobre todo, y de todo punto, lo peor: ser  considerado un punto filipino.

Si vamos a  punto fijo, nos encontramos con   puntos que son más asépticos: el  punto de mira, el punto de referencia, el punto de vista… Y a tal punto hemos llegado, que no solo se ha promulgado una Ley de punto final (Argentina), sino  que existe hasta  un punto  muerto, no solo en la caja de cambios del coche, sino en cualquier negociación que se precie. Pero ese punto, muerto, no debe preocuparnos, porque no nos puede hacer daño. A ese ya le han puesto punto en boca, quizá porque lo dijo Blas, punto redondo, o porque  ya antes le habían puesto el punto sobre la i.

Después de esta sucesión continuada de puntos,  y en línea con las expresiones anteriores, nos podemos encontrar  de plano con  alguien que se sale por la tangente, al que no le podemos enmendar la plana, porque está en su línea  en líneas generales no acepta las correcciones, aunque no sepa nada de matemáticas. Es un ignorante en potencia, por mucho que  abuse de su tarifa plana de acceso a internet, que coloca su ignorancia en  primera línea, para que se vea a toda  plana. Alguien dijo que los ignorantes se sientan en la primera línea para ser vistos y los sabios en la última, para ver.

Aunque la línea es escuálida y podría pasar desapercibida, gana en toda la línea, en cuanto a expresiones relacionadas con las matemáticas. Se puede decir, por tanto,  que ocupa la plana mayor.




La línea se cuela hasta  en el ahorro, pues  los bancos, en su línea, ofrecen a los  buenos clientes líneas abiertas de crédito. En el erotismo, pues podemos tener acceso a  líneas  calientes. En lo social y político, donde se habla  de línea sucesoria. En lo lúdico,  ya que los bingos nos  permiten cantar línea. Hasta en  nuestra cesta de la compra, pues recorremos los lineales de los supermercados para buscar una determinada línea de productos hasta llegar exhaustos a la línea de cajas, lo cual  no deja de ser un  buen ejercicio para mantener la línea y sortear con éxito las curvas de nuestro cuerpo.  Quizá tengamos también que aprender a leer entre líneas las etiquetas de los productos que parecen  escritos de Dios, porque ya se sabe que escribe derecho con líneas torcidas. Y si el establecimiento está lejos, podemos elegir   viajar por línea férrea o en coche de línea.

Entre las noticias y crónicas  sobre fútbol, también encontramos  líneas por doquier: línea de meta, línea defensiva, línea delantera, línea media… y jueces de línea que se supone que juzgan lo que a  las líneas atañe, no a los jugadores, pero no sabemos si son tan duros como para condenarlas.  

Hay otras líneas que nos traen aires de guerra: línea de defensa, línea de fuego, primera línea, navíos de línea. En algunas organizaciones también surge a veces una línea dura,  que echa líneas para conseguir sus fines. En el mundo de las líneas, como estamos viendo,  existen de todas las clases y colores, incluso líneas rojas. Lo difícil es mantenerse en la línea de flotación  y no dejarse hundir  en este mundo tan tecnológico que trabaja y nos da servicios en línea.

Pero que no presuman los matemáticos de que su ciencia sea más importante o más compleja que el mundo de las letras. Aburridos de escribir una serie de números, la rematan con la n, que vale por cualquier número. ¡Qué letra tan importante!

Y la a, la b… la x, la y. Si no  existieran las letras, pocas expresiones algebraicas se podrían formular   pocas incógnitas se iban a resolver en matemáticas. 

Las líneas, los puntos, las comas y los paréntesis son parte del lenguaje matemático y las comparten las dos disciplinas, Matemáticas y  Lengua. El aprendizaje de un idioma también exige orden, lógica, coherencia, que están próximos al lenguaje matemático. Y, llegados aquí, dejaremos ya de hablar de puntos, líneas, números y cuentas a toda plana, no vaya a ser que se nos quede plano el  encefalograma. 

Nos guste o no, lo matemático inunda la vida cotidiana y no solo de manera tangencial, aunque las  personas de mente obtusa lo quieran rechazar de plano. 

A pesar de que se diga que las matemáticas son una ciencia exacta basada en la lógica, nos sigue sorprendiendo que sea una ciencia llena de incógnitas. Será por  lo que no entendemos del todo eso de que menos por menos sea más, o la notable paradoja que utilizan los economistas cuando hablan de  crecimiento negativo, porque, que se sepa, un crecimiento negativo es una merma. ¿Restamos o sumamos? Si es para restar, "virgencita, virgencita, que me quede como estoy".



Esperando la benevolencia de los matemáticos por el tono desenfadado de estos artículos y la complicidad de los lingüistas, 
cierro la plana y caigo en la cuenta de  que ya he medido mis fuerzas, pero  aún me queda algo por hacer, que no siempre se puede cuantificar, a pesar de las herramientas informáticas: medir las palabras…  Yo las mido y los matemáticos que las cuenten, pero sin la ayuda de máquinas ni del socorrido número n.




            
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