Otro 25 de noviembre...
Morirán los que nunca jamás
sorprendieron
aquel vago pasar de la loca alegría.
Pero yo, que he tenido su tibia hermosura en mis manos,
no podré morir nunca.
José Hierro
Pero yo, que he tenido su tibia hermosura en mis manos,
no podré morir nunca.
José Hierro
No, no podrás morir nunca...
Durante cuarenta y tres
años el sol iluminó tu vida. Desde hace cuarenta y tres años sigues alumbrando
la nuestra desde el mundo de lo invisible. Hoy se cumple otro aniversario de tu
partida. ¡Han pasado tantos años! Los mismos que duró tu vida, breve, intensa y cruel. Una
vida que dejó honda huella en todos los
que te conocimos y quisimos, porque
aprendimos de tu forma de vivir y aprendimos también de tu forma de
morir.
No podemos celebrar tus
ochenta y seis años de hoy, no podemos verte a esa edad con los ojos del
cuerpo, porque en la imagen de nuestro recuerdo solo tienes cuarenta y
tres. El tiempo transcurrido nos ha
desdibujado tu cara. Cuando queremos acercarnos a ella, se aleja y se difumina. De tu voz, solo nos quedan ecos lejanos. Se nos escapan las partes, pero nos queda
el todo: una vida ejemplar que sigue presente en nuestra memoria.
Eras una campesina laboriosa, a la que le quedaban cortas las
horas de sol a sol y, más bien, trabajabas “de luna a luna”. Vivías en convivencia armónica con esa
tierra a la que tus manos dedicaban tiempo y
esfuerzo para obtener sus frutos.
Ejercías de ama de casa entregada a las mil tareas domésticas que realizaban las mujeres del campo: cocinabas, amasabas, cosías, bordabas, hilabas, tejías… Ordeñabas, hacías la mantequilla… Cuidabas el ganado… Cultivabas la tierra… Y aún tu fe te dejaba tiempo para rezar el rosario en familia en las veladas de invierno o las flores en la iglesia durante el mes de mayo.
En tu vivir había tiempo para la alegría: para reír, para cantar, para bailar la jota y el baile chano, cuando la
ocasión era propicia. Eras una madre cariñosa y atenta a las necesidades de tu
familia. Una mujer de tu época y, al mismo tiempo, una mujer inteligente, moderna, valiente y emprendedora; de mente abierta y respetuosa con las nuevas ideas y
formas de vivir.
Hoy, cuarenta y
tres años después, nos queda de ti la inmensa alegría de saber que todos los que te
conocimos te recordamos vivamente. Y, sobre todo, nos queda de
ti, un gran sentimiento de gratitud que queremos expresar públicamente.
Gracias por tu alegría,
por tu optimismo, por tu bondad, por tu fortaleza, por tu generosidad. “Cuanto
más doy, más tengo”: ese era tu lema. ¡Qué gran verdad en una frase tan contradictoria! Gracias por el amor que
derramaste a tu alrededor.
Gracias por los valores que transmitiste a tus hijas y que han sido el eje vertebrador de nuestra vida.
No pudiste
vernos completar los estudios
universitarios, aquello que tanto te ilusionaba. “Tenéis que ser más que
nosotros”, repetías. Tampoco llegaste a conocer a tus nietas y a tu nieto, de los que habrías disfrutado mucho (hoy ya
tendrías bisnietos), pero en todos nosotros sigue habiendo mucho de
ti. Tus hijas tuvimos que hacernos
personas adultas y ser madres para comprender, en toda su plenitud, qué sentías
como esposa y madre: tu amor, tus desvelos, tus inquietudes, tus sueños… No
tenías miedo a irte, tenías miedo a dejar desvalida a tu familia. Y no solo nos guiaste en vida, también nos
dejabas consejos para tu ausencia.
Nos dolimos contigo ante
aquella cruel enfermedad que nos hacía contemplar impotentes tu deterioro
físico y tu sufrimiento, y que te
arrebató la vida como, en tu niñez,
había robado también la de tu madre. Nos atenazaba la idea de
perderte, pero nos sorprendía tu
dignidad y nos confortaba tu serenidad.
Te fuiste “a la inmortal morada” de
manera silenciosa, serena. Querías acceder al mundo celestial con tu vestido
verde… “El color de la esperanza”,
decías. No querías llantos, no
querías lutos…
Tu color era el
color de la vida. Ese testamento vital
fue una caricia para nuestra
alma. Y esa frase que tantas veces hemos oído: “¡Qué buena persona era
Patro!”. No se puede decir de alguien nada tan sencillo y tan grande a la vez.
Tus campos se siguen vistiendo de verde cada primavera |
Desde ese mundo invisible
en el que desde hace tantos años
moras, aún nos sobrevuela el efecto protector de tu alada presencia. Sigues con nosotros, invisible y eternizada. Y es que
−como decía el Principito− “solo con el corazón se puede ver bien: lo
esencial es invisible a los ojos”.
Invisible a los ojos de
la cara, pero los que te queríamos te hemos inmortalizado en el recuerdo, y en
él seguirás viva para siempre.
Aquí te dejamos de nuevo tu poema, ese que escribió tu hermano Pepe (José Rodríguez), aquel 25 de noviembre de 1973.
Patro, en 1952 |
Era una joven buena y cariñosa
mujer perfecta, por la
Biblia dada,
pía, honesta, querida,
fiel y amada.
Era amiga del alba y de
la rosa,
como abeja en panal,
siempre ocupada,
amiga de servicios y
hacendosa,
de sol a sol fue
siempre su jornada.
Por hermanos, esposa y
caras hijas,
con fe viva, ya
enferma, se ofrendaba;
hasta que consumada en
breves días,
-tras dolorosa
aceptación consciente-
voló serena a la
eternal morada
con un mensaje familiar
en mente:
Con vosotros estoy, ya
eternizada,
Tere, Marga, Ireneo,
Tino, Pepe,
Pedro, Beatriz, Maruja,
Iluminada.
Con nosotros
estás…
Y te damos las gracias.
Es una hermosa manera de recordar a una madre y hermana, se humedecen los ojos al leer y el alma se ensancha de ver tanto amor entregado.
ResponderEliminar¡Qué hermosas tus palabras, Paco! Muchas gracias.
EliminarPrecioso!
ResponderEliminarHe recordado tanto a mi madre...
También campesina, ( de León) hacendosa, buena y piadosa. También aceptó pronto el dolor y la muerte.
Gracias por tu comentario. Las mujeres campesinas de la edad de nuestras madres tenían mucho en común, y especialmente si eran leonesas, acostumbradas a trabajar en casa y en el campo. Pero no se han ido del todo, quedan inmortalizadas en nuestro recuerdo.
EliminarMe dejas sin palabras, ¡qué preciosidad!
ResponderEliminarGracias. Recuerdos duros, pero hermosos. Y me ha costado 43 años verbalizarlos. La muerte no se lleva nunca del todo a los seres queridos, los inmortaliza en el recuerdo; la vida sí que se lleva a veces a los seres queridos, y se los lleva para siempre...
EliminarPrecioso recuerdo a una madre y además como omañesa y leonesa me siento identificada viendo reflejada a mi madre, mis abuelas,etc en esa realidad de mujeres titanes
ResponderEliminarMe sigue pareciendo una hermosa carta de amor, tu madre estaría orgullosa de sus hijas.
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