Conozco
a Mere de Frutos de coincidir con él en algunos recitales poéticos, entre ellos el
Ágora de la Poesía de la Casa de León en Madrid, que yo organizo. También hemos coincidido en la presentación de
algunas antologías poéticas de carácter
benéfico en que ambos hemos participado. Su poesía me ha llamado la atención
siempre por la fuerza que desprende.
Ahora, termino de leer su poemario La memoria es mi maleta. Lo he hecho despacio y
volviendo a veces sobre lo leído para poder captar mejor todos los matices que
rezuman sus versos. Desde el primer
poema he tenido la sensación de estar ante un poemario de altura.
La
memoria en el centro del título y el eje temático del poemario. Hablar de memoria es
hablar de recuerdos, de vivencias. Su
maleta nos sugiere viaje y nos
habla también del equipaje donde
guardamos lo imprescindible para
realizarlo: lo que creemos que nos debe acompañar en el mismo. En esa metáfora
que une memoria y maleta está la esencia del poemario. En la infancia iniciamos el caminar y desde esa infancia el poeta asegura que sube a veces al andamio del recuerdo.
Si
la infancia es el punto de partida del viaje, el ser humano es un viajero eterno y ese viaje estará marcado por el paso del tiempo, que es el tema nuclear de
este poemario, e impelido por la búsqueda de una luz que ilumine su camino.
Precisamente abre el libro un poema
titulado Colgado del tiempo, que finaliza con un verso que dice: Date prisa. La prisa del poema no se sabe si es una prisa
buscada o es la prisa que marca el paso raudo del tiempo y que arrastra al ser humano en su vorágine: Hoy paseaba
/ subido a unas horas perseguidas por el tiempo… El poeta parece
cabalgar sobre unas horas “perseguidas”
y este verbo ya nos sugiere una idea
de velocidad y de huida. En el mismo poema (Siglo
XXI) habla de la idea de volar y de un silencio que viaja / a gran velocidad en un tren / sin billete de vuelta. La imagen de un tren para describir el viaje
vital aparece en más poemas: veo pasar el tren de los años…
Sin
embargo, para Mere de Frutos, el símbolo más notorio del paso del tiempo son
los relojes: Pasa un reloj / colgado en la pared del sueño. El tempus
fugit, del que hablaban los clásicos,
corre a tal velocidad que los relojes, a veces, no consiguen atraparlo,
porque hoy se han quedado / sin tiempo en las agujas. Para el poeta la vida
es solo un soplo… Un eco
silente a la orilla de un sueño. Y es que el paso del tiempo nos va quitando la vida. Es
aquella idea de Quevedo de que “vivir es ir muriendo”. Y Mere quisiera recuperar el tiempo perdido
para la felicidad: …y regreso a por las
horas / de aquellos días que no viví. Pero en
esa vuelta a la memoria se puede reavivar también el dolor: cuando
mi tiempo se desliza / por la
piel de los recuerdos / siempre duele. Duele, pues, el presente y duele
recordar el pasado. Duele la soledad
y la falta de ese hogar en
que pueda reposar el alma: es
la intemperie / lo que traiciona la memoria.
La
evocación de la infancia y de los objetos olvidados en el tiempo le producen también esa sensación del paso del tiempo. Objetos estáticos en un lugar cualquiera cobran vida
y parecen convertirse en los auténticos observadores que le
recuerdan la lejanía temporal del
observador, como ocurre en el poema Y en la quietud me observan. Lo observan,
desde su quietud, los libros, unas
fotos, unos cuadros… Y siempre los relojes. Todos, dice el poeta, son figuras congeladas que me observan / con
ojos de pasado. En ese desasosiego la infancia parece el refugio seguro al
que volver cuando, en su caminar, se enfrenta a los sinsabores de la vida. Entre amargo liquen endulzado / en el
eterno refugio de la infancia. Y es que, como ya decía Rilke, “la
verdadera patria es nuestra infancia”.
En ese paso del tiempo el poeta persigue la
luz, pero no siempre sabe a dónde lo
lleva: ¿Hacia dónde me lleva la luz
/ cuando se apaga / y borra los secretos
/ de las noches indelebles? Todos
los seres humanos perseguimos albas,
pero a veces están escondidas
en los susurros de la noche.
Porque el vivir se mueve entre un Ciclo de luz y un Ciclo
de sombras, títulos de dos poemas que aparecen de forma consecutiva. En el
primero, un océano de vientos se viste
/ con un traje de colores. En el segundo,
la luz deja su firma en el viento
/ como puñales fundidos / en la fragua de Vulcano. La vida es un colgarse y
descolgarse del tiempo (metáforas que repite), pero el tiempo domina el
vivir. Mere persigue una luz que lo
oriente en ese caminar, pero la luz a veces desaparece, y él se
convierte en un hombre que lloraba / y se le oían los silencios, porque pierde esa luz que antes mi horizonte iluminaba.
Le resulta difícil salir de la desesperanza,
incluso, en algún momento, desea la
muerte, pero para morirse / primero debería estar vivo. Y nos confiesa: Ahora que mi tiempo se
desangra / por los sumideros de la noche
/ y la pesadumbre / llena los cuencos de esperanza vacíos /
donde la luz se esconde de sí misma. Como recordar produce dolor, cierra el poema La memoria doblegada con estos versos: Y confieso que el pasado no existe / porque hay sangre / y hoy quiero
dar descanso a mi memoria.
En
relación con el tema de la memoria, el léxico que habla del tiempo es muy
abundante. Además de frecuentes menciones al reloj,
habla de segundos, días, meses, años, memoria, recuerdo, pasado, presente, hoy, ayer, infancia… Muchos títulos de poemas incluyen
palabras que abundan en esa idea. La palabra memoria se repite en varios de ellos. También palabras que indican rapidez y que
aluden al paso inexorable del tiempo: velocidad,
pasar, viento, huracán, premura, tiempo que se desliza…
Los
poemas están distribuidos en cinco bloques marcados simplemente por la cita de
un escritor reconocido que encabeza cada
uno de ellos, escritores que van de Mario
Benedetti a G. García Márquez. El recurso a la metaliteratura está también
presente en la evocación de otros escritores que aparecen en sus poemas. La
tercera parte se abre con un bellísimo
poema, muy rítmico, titulado La forja de la palabra, dedicado al
poeta José Hierro, del que dice que acunaba el aire con el trino de sus versos.
Además, hace presente a Antonio Machado
en el poema Colliure al alba, en
el que evoca al hombre
que se hizo verso / y se fue /… escaso de equipaje / tras los azules del alba. Machado
era un viajero como él, que perseguía también la luz… Y la luz de aquel poeta vive en la memoria y es para él como agua fresca / para dar de beber/ a otro
caminante sin camino / a otro corazón solitario. También incluye un poema homenaje a las
mujeres escritoras, desde la poeta más antigua conocida, pasando por poetas
grecolatinas hasta desembocar en Teresa de Cepeda, en las románticas del siglo
XIX y en españolas e hispanoamericanas del siglo XX. Y cierra con la mención a la polaca Szymborska.
Relacionados
también con la memoria están las evocaciones que hace de su madre y de su
padre. La madre es la mujer rural que
trabaja de luna a luna, ocupada en docenas de tareas domésticas. Es la mujer
que hilvanaba las cuestas de enero y remendaba
las zupias del aire. Y en otro poema habla de sí mismo, en relación con la
madre, con estos hermosos versos: amor
zurcido a un regazo / que hacia encaje de bolillos con las horas. La evocación del padre enciende
entre fulgores la memoria. Los padres le recuerdan esas raíces rurales de una infancia en blanco y negro, en su tierra manchega, que aparece de forma
clara en los poemas titulados Arenas de
labranza y Una tierra que mancha.
Habla de carros, tierra seca, trigo, vino, esforzados labradores… Una tierra,
actualmente, con desahucio de pupitres
y surcos sin arados, pues los pueblos de cal se mueren por los
disparos del tiempo. Otra vez el tiempo que va ajando y vaciando el mundo
rural. Y en su poesía de compromiso aparece el espinoso tema de una mujer
maltratada, llamada María de las Angustias o tal vez María… Finalmente, Carmen… Detrás de cada uno de esos nombres está cada
una de las mujeres maltratadas, una paloma condenada a beber atardeceres, una víctima de la violencia
de género, que define esta impresionante metáfora: piel
de yunque / forjada a golpe de silencios.
También tienen hueco en su maleta los
trágicos atentados del 11M: allí
donde la prisa suena / un zarpazo de
cuchillo rompe el aire… Zarpazo, cuchillo,
romper… nos hablan de
violencia, de crueldad desmedida.
La
poesía de Mere de Frutos es formalmente innovadora, aunque es verdad que ya
poco queda por innovar en poesía. No
utiliza el signo gráfico de la coma. Por ello,
además de marcar las pausas con la propia pausa versal, lo hace a veces
separando las palabras con espacios más
amplios, dentro de un mismo verso. En algunos poemas dispone los versos a modo
de caligrama, como ocurre en Creo las distancias; nos recuerda con ello,
desde el punto de vista formal, las
vanguardias de principios del siglo XX. Los poemas están escritos en versos
libres sin ninguna pauta concreta en la medida. El poeta busca la musicalidad (y la consigue) en la elección y uso de las
propias palabras, en los paralelismos sintácticos y en otros recursos. Pero lo que más llama la atención,
estilísticamente hablando, es el arte
con el que maneja la metáfora. Con frecuencia son metáforas muy elaboradas, que
en ocasiones se mezclan con otros recursos: antítesis, personificaciones,
sinestesias… Son metáforas muy audaces y, incluso, deslumbrantes, en ocasiones
encadenadas y en la forma I (imagen) de
R (término real): Nos sentamos a la mesa
del tiempo. Soledad / vestida de
jirones / manchados de memoria… Caminamos de puntillas por la senda de las
horas… Escolares de ausencias, para hablar de la pérdida de las escuelas
por la despoblación rural. O estas
referidas a su madre: abierto / hasta el alba de las horas rotas.
La madre / subida a la montura centenaria de los años…
Podríamos indicar docenas de ejemplos. También nos desconcierta a veces con la
fuerza de las antítesis y paradojas: Nacen
los sonidos que apagan los silencios. Vuelvo en compañía de nadie. La
personificación no se le queda en el tintero: Una tarde hambrienta de nubes. Bocados del aire.
En
definitiva, estamos ante un poemario que trata temas repetidos en la poesía universal, pues habla
del sentido de la vida y la angustia por el paso del tiempo, por lo que desde
la experiencia personal se eleva en muchas ocasiones al plano
metafísico. Son poemas muy elaborados
literariamente, en los que el papel de
las imágenes es fundamental, pero son imágenes que siempre dejan traslucir el sentimiento del poeta, es
decir, no estamos ante una poesía hermética ni ante una elaboración intelectual carente de sentimiento.
Las vivencias del poeta nos llegan con intensidad
y verdad.
Cuando doblamos la última página, y como colofón de todos sus versos, nos deja este cierre para el último poema: El tiempo no duerme. / Y otra aurora / encenderá los albores con sus dedos / brotados de jazmines. Una nueva aurora nos regalará otro día… En esa lucha de la memoria que llevamos en la maleta contra lo que nos arrebata el tiempo, que está fuera de ella, este no duerme, pero no podrá impedir que surja la luz y que broten jazmines. Hermosa sinestesia para cerrar el poemario. La luz es la esperanza del poeta que deja constancia del valor sanador de la poesía, porque permite comunicar sentimientos de forma bella y liberarse de la angustia existencial: hay que ser pluma de ingrávida querencia. Esa “pluma” espera el mundo de los poetas. Y la de Mere de Frutos ha cumplido con creces ese cometido.
©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y escritora




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