miércoles, 19 de noviembre de 2025

Reseña: "La memoria es mi maleta", de Mere de Frutos

 

Género: Lírica

Editorial: Ibérica de Libros

Páginas: 106


Conozco a Mere de Frutos de coincidir con él en algunos recitales poéticos, entre ellos el Ágora de la Poesía de la Casa de León en Madrid, que yo organizo. También  hemos coincidido en la presentación de algunas antologías poéticas  de carácter benéfico  en que ambos hemos participado.  Su poesía me ha llamado la atención siempre  por la fuerza que desprende. Ahora, termino de leer su poemario  La memoria es  mi maleta. Lo he hecho despacio y volviendo a veces sobre lo leído para poder captar mejor todos los matices que rezuman sus versos.  Desde el primer poema he tenido la sensación de estar ante   un poemario de altura.

La memoria en el centro del título y el eje temático del poemario. Hablar de memoria es hablar de recuerdos, de vivencias. Su   maleta nos sugiere viaje y nos habla también del equipaje  donde guardamos lo imprescindible para  realizarlo: lo que creemos que nos debe acompañar en el mismo. En  esa metáfora  que une memoria y maleta está la esencia del poemario.  En la infancia iniciamos el caminar  y desde esa infancia el poeta asegura que sube a veces al andamio del recuerdo.

Si la infancia es el punto de partida del viaje, el ser humano es un viajero eterno  y ese viaje estará marcado por el paso del tiempo, que es el tema nuclear de este poemario, e impelido por la búsqueda de una luz que ilumine su camino. Precisamente  abre el libro un poema titulado   Colgado del tiempo, que finaliza con un verso que dice: Date prisa.  La prisa del poema no se sabe si es una prisa buscada o es la prisa que marca el paso raudo del tiempo y que  arrastra  al ser humano en su vorágine: Hoy paseaba  / subido a unas horas perseguidas por el tiempo… El poeta parece cabalgar  sobre unas horas “perseguidas” y este verbo  ya nos sugiere una idea de velocidad y de huida. En el mismo poema (Siglo XXI) habla de  la idea de volar y de un silencio que viaja / a gran velocidad  en un tren / sin billete de vuelta.  La imagen de un tren para describir el viaje vital  aparece en más poemas: veo pasar el tren de los años 

Sin embargo, para Mere de Frutos, el símbolo más notorio del paso del tiempo son los relojes: Pasa un reloj  / colgado en la pared del sueño.  El tempus fugit, del que hablaban los clásicos, corre a tal velocidad que los relojes, a veces, no consiguen atraparlo, porque  hoy se han quedado / sin tiempo en las agujas.  Para el poeta  la vida es solo un soplo  Un eco silente a la orilla de un sueño. Y es que el  paso del tiempo nos va quitando la vida. Es aquella idea de Quevedo de que “vivir es ir muriendo”.   Y Mere  quisiera recuperar el tiempo perdido para la felicidad: …y regreso a por las horas / de aquellos días que no viví.  Pero  en esa vuelta  a la memoria  se puede reavivar también el dolor: cuando  mi tiempo se desliza  / por la piel de los recuerdos / siempre duele. Duele, pues, el presente y duele recordar el pasado. Duele la soledad  y  la falta de ese hogar en que  pueda reposar   el alma: es la intemperie / lo que traiciona la memoria.

La evocación de la infancia y de los objetos olvidados en el tiempo  le  producen también  esa sensación del paso del tiempo. Objetos  estáticos en un lugar cualquiera    cobran vida  y parecen convertirse en los auténticos observadores que le recuerdan  la lejanía temporal del observador,  como ocurre en el poema Y en la quietud me observan. Lo observan, desde su quietud,  los libros, unas fotos, unos cuadros…   Y siempre los relojes. Todos, dice el poeta, son figuras congeladas que me observan / con ojos de pasado. En ese desasosiego la infancia parece el refugio seguro al que volver cuando, en su caminar, se enfrenta a los sinsabores de la vida. Entre  amargo liquen endulzado  / en el eterno refugio de la infancia. Y es que, como  ya decía Rilke,   “la verdadera patria es nuestra infancia”.

 En ese paso del tiempo el poeta persigue la luz, pero no siempre sabe  a dónde lo lleva: ¿Hacia dónde me lleva la luz /  cuando se apaga / y borra los secretos / de las noches indelebles?  Todos los  seres humanos perseguimos albas, pero a veces  están  escondidas  en los susurros de la noche. Porque el vivir se mueve entre   un Ciclo de luz y un  Ciclo de sombras, títulos de dos poemas que aparecen de forma consecutiva. En el primero, un océano de vientos se viste /  con un traje de colores.  En el segundo,  la luz deja su firma en el viento / como puñales fundidos / en la fragua de Vulcano. La vida es un colgarse y descolgarse del tiempo (metáforas que repite), pero el tiempo domina el vivir.  Mere persigue una luz que lo oriente en ese caminar, pero la luz a veces desaparece,  y  él se convierte en un hombre que lloraba  / y se le oían los silencios,  porque  pierde esa luz que antes mi horizonte iluminaba.

 Le resulta difícil salir de la desesperanza, incluso, en algún momento,  desea la muerte,  pero para morirse / primero debería estar vivo.   Y nos confiesa: Ahora que mi  tiempo se desangra  / por los sumideros de la noche /  y la pesadumbre  / llena los cuencos de esperanza vacíos / donde la luz se esconde de sí misma. Como recordar produce dolor,  cierra el poema La memoria doblegada con estos versos: Y confieso que el pasado no existe / porque hay sangre / y hoy quiero dar descanso a mi memoria.

En relación con el tema de la memoria, el léxico que habla del tiempo es muy abundante. Además de frecuentes menciones al  reloj,  habla de segundos, días, meses, años, memoria, recuerdo, pasado,  presente, hoy, ayer, infancia Muchos títulos de poemas  incluyen  palabras que abundan en esa idea. La palabra memoria se repite en varios de ellos.  También palabras que indican rapidez y que aluden al paso inexorable del tiempo: velocidad, pasar, viento, huracán, premura, tiempo que se desliza…

Los poemas están distribuidos en cinco bloques marcados simplemente por la cita de un escritor reconocido  que encabeza cada uno de ellos,  escritores que van de Mario Benedetti a G. García Márquez. El recurso a la metaliteratura está también presente en la evocación de otros escritores que aparecen en sus poemas.    La tercera parte  se abre con un bellísimo poema, muy rítmico,  titulado La forja de la palabra, dedicado al poeta José Hierro, del que dice  que acunaba el aire con el trino de sus versos. Además, hace presente  a Antonio Machado en el poema Colliure al alba, en el  que evoca  al hombre que se hizo verso / y se fue /… escaso de equipaje / tras los azules del alba. Machado era un viajero como él, que perseguía también la luz… Y la luz de aquel  poeta vive en la memoria y es para él como agua fresca / para dar de beber/ a otro caminante sin camino / a otro corazón solitario.  También incluye un poema homenaje a las mujeres escritoras, desde la poeta más antigua conocida, pasando por poetas grecolatinas hasta desembocar en Teresa de Cepeda, en las románticas del siglo XIX y en españolas e hispanoamericanas del siglo XX. Y cierra con la mención a  la polaca Szymborska. 

Relacionados también con la memoria están las evocaciones que hace de su madre y de su padre. La madre  es la mujer rural que trabaja de luna a luna, ocupada en docenas de tareas domésticas. Es  la mujer que hilvanaba las cuestas de enero y remendaba las zupias del aire. Y en otro poema habla de sí mismo, en relación con la madre, con estos hermosos versos: amor zurcido a un regazo / que hacia encaje de bolillos con las horas. La evocación del padre  enciende entre fulgores la memoria. Los padres le recuerdan esas raíces rurales  de una infancia en blanco y negro,  en su tierra manchega, que aparece de forma clara en los poemas titulados Arenas de labranza y Una tierra que mancha. Habla de carros, tierra seca, trigo, vino, esforzados labradores… Una tierra, actualmente, con desahucio de pupitres y  surcos sin arados, pues los pueblos de cal se mueren por los disparos del tiempo. Otra vez el tiempo que va ajando y vaciando el mundo rural. Y en su poesía de compromiso aparece el espinoso tema de una mujer maltratada, llamada María de las Angustias o tal vez María…  Finalmente, Carmen…  Detrás de cada uno de esos nombres está cada una  de las  mujeres maltratadas, una paloma condenada a beber atardeceres, una víctima de la violencia de género, que define esta  impresionante  metáfora: piel de yunque  / forjada a golpe de silencios. También tienen hueco en su maleta los  trágicos atentados del 11M: allí donde la prisa suena  / un zarpazo de cuchillo rompe el aire… Zarpazo, cuchillo,  romper…  nos hablan de violencia, de crueldad desmedida.

La poesía de Mere de Frutos es formalmente innovadora, aunque es verdad que ya poco  queda por innovar en poesía. No utiliza el signo gráfico de la coma. Por ello,  además de marcar las pausas con la propia pausa versal, lo hace a veces separando las palabras  con espacios más amplios, dentro de un mismo verso. En algunos poemas dispone los versos a modo de caligrama, como ocurre en Creo  las distancias; nos recuerda con ello, desde el punto de vista formal,  las vanguardias de principios del siglo XX. Los poemas están escritos en versos libres sin ninguna pauta concreta en la medida. El poeta busca la musicalidad  (y la consigue) en la elección y uso de las propias palabras, en los paralelismos sintácticos y  en otros recursos.  Pero lo que más llama la atención, estilísticamente hablando, es el  arte con el que maneja la metáfora. Con frecuencia son metáforas muy elaboradas, que en ocasiones se mezclan con otros recursos: antítesis, personificaciones, sinestesias… Son metáforas muy audaces y, incluso, deslumbrantes, en ocasiones encadenadas y  en la forma I (imagen) de R (término real): Nos sentamos a la mesa del tiempo. Soledad / vestida de jirones / manchados de memoria… Caminamos de puntillas por la senda de las horas…  Escolares de ausencias, para hablar de la pérdida de las escuelas por la despoblación rural.  O estas referidas a  su madre: abierto / hasta el alba de las horas rotas. La madre /  subida a la montura centenaria de los años… Podríamos indicar docenas de ejemplos. También nos desconcierta a veces con la fuerza de las antítesis y paradojas: Nacen los sonidos que apagan los silencios. Vuelvo en compañía de nadie. La personificación  no se le queda  en el tintero: Una tarde hambrienta de nubes. Bocados del aire.

En definitiva, estamos ante un poemario que trata temas  repetidos en la poesía universal, pues habla del sentido de la vida y la angustia por el paso del tiempo, por lo que desde la experiencia  personal  se eleva en muchas ocasiones al plano metafísico.  Son poemas muy elaborados literariamente, en los que  el papel de las imágenes es fundamental, pero son imágenes  que siempre  dejan traslucir el sentimiento del poeta, es decir, no estamos ante   una poesía hermética ni ante  una elaboración intelectual carente de sentimiento. Las vivencias  del poeta nos llegan  con intensidad  y verdad.

Cuando doblamos la última página, y como colofón de todos sus versos, nos deja este cierre para el último poema: El tiempo no duerme. / Y otra aurora / encenderá los albores con sus dedos / brotados de jazmines. Una nueva aurora nos regalará otro día… En esa lucha  de la  memoria que llevamos en la maleta contra  lo que nos arrebata el tiempo,  que está fuera de ella, este no duerme, pero no podrá impedir que  surja la luz  y que broten jazmines. Hermosa sinestesia para cerrar el poemario. La luz es la esperanza del poeta que deja constancia  del valor sanador  de la poesía, porque permite comunicar  sentimientos de forma bella y liberarse de la angustia existencial: hay que ser pluma de ingrávida querencia.  Esa “pluma”  espera el mundo de los poetas. Y  la de Mere de Frutos ha cumplido con creces ese cometido.

©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y escritora




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