Un clásico es un libro que nunca termina de decir todo lo que tiene que decir. Italo Calvino.
Silencio.
Odisea, Comedia, Hamlet, Fausto.
Y Quijote, Quijote…
Jorge Guillén.
Cervantes. Universidad RJC, Madrid. Foto: MAR |
Con las andanzas quijotescas demostró Cervantes tener un dominio absoluto de la lengua española, pues creó en esta novela un modelo lingüístico que aún no ha sido superado, en cuanto a riqueza de léxico y variedad de registros lingüísticos. Se considera que una persona culta maneja un vocabulario de unas 5000 o 6000 palabras. Este dato no resiste comparación con la riqueza idiomática cervantina. Vayan algunos datos: en el Quijote hay, una tras otra, 370721 palabras. De ese número, 22318 son palabras diferentes. Y una curiosidad: la palabra más larga que aparece en la novela es bienintencionadamente, que tiene veintiuna letras. No solo hay muchas palabras y muy variadas, sino que además el autor refleja todos los niveles del idioma. Es un espejo perfecto en que se ve plasmada toda la lengua española y toda la personalidad de un autor que afirmaba que la pluma es la lengua del alma. Desde entonces la lengua española ha sido para siempre la lengua de Cervantes, esa lengua que elogia el poeta portorriqueño José Mercado:
Lengua inmortal, idioma de Cervantes.
Eres raudo torrente. Te despeñas
y caes en deslumbrante catarata
llenando de sonidos el espacio,
y de notas de fuego, que se apagan
con ese ritmo vago y misterioso
de un suspiro de amor. Sonora y clara,
expresas la pasión; y el pensamiento
por ti se viste con brillantes galas.
Siempre es buen momento para recordar ese legado cervantino, el legado lingüístico y el legado ético de una aventura que comenzó hace más de cuatrocientos años. La aventura de alguien que desfaciendo entuertos y ayudando a menesterosos incorporó a nuestra lengua y a nuestra forma de ser españoles el quijotismo.
Han transcurrido cuatro siglos…
y viene muy cansado Rocinante.
Años y años a oscuras y sangrientas aventuras.
Y andar y andar por los ásperos caminos de la historia.
Son versos de León Felipe.
Quien haya defendido alguna vez la justicia o la libertad no puede no sentirse hijo espiritual de los personajes cervantinos, pues don Quijote, siempre del lado de los desamparados, no estaba del todo loco y Sancho, siempre fiel a don Quijote, no era tan tonto o materialista como en un primer momento pudiera parecer.
Esta vez queremos acercarnos a la magia de sus aventuras y a algunos de
los valores que se desprenden de las páginas de la novela a través de la
poesía, esa poesía de la que decía en La
Gitanilla: Usar la poesía como de una joya preciosísima, cuyo dueño
no la trae cada día, ni la muestra a todas las gentes, y a cada paso, sino
cuando convenga y sea razón. Otra hermosa loa a la poesía, esa “gracia que no
quiso darme el cielo”, aparece en el Quijote:
La poesía, señor hidalgo, a mi parecer es
como una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa, a quien
tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son
todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de
autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída
por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones
de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe
tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio. (I, 16)
Nos vamos a acercar al legado moral de los personajes cervantinos, cuyos protagonistas, al final de la novela, son definidos por el autor. De apacible condición y agradable trato, dice de don Quijote, y Sancho es definido por la sencillez de su condición y la fidelidad de su trato. Personajes que se dejan arrastrar por la locura, por la utopía. Esa locura incomprendida de la que, sin embargo, el mundo anda siempre muy necesitado. Y volvemos a los versos de León Felipe que habló reiteradamente del idealismo quijotesco:
Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos...
Se murió aquel manchego,
aquel estrafalario fantasma del desierto y ...
ni en España hay locos.
Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo.
La
historia demuestra que las utopías de hoy son las realidades del mañana, pero con
frecuencia sentimos que la antorcha utópica se apaga. Entonces buscamos un
asidero: “Hazme un sitio en tu montura / y llévame a tu lugar”, clamaba León
Felipe en el famoso poema Vencidos.
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.
Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,
y va ocioso el caballero sin peto y sin espaldar,
va cargado de amargura,
que allá encontró sepultura
su amoroso batallar.
Va cargado de amargura,
que allá quedó su ventura
en la playa de Barcino, frente al mar (…).
¡Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura
en horas de desaliento así te miro pasar!
¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar;
hazme un sitio en tu montura,
caballero derrotado;
hazme un sitio en tu montura,
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar! (…).
Y Rubén Darío recurre
a Cervantes para que endulce sus instantes ásperos, en Un
soneto a Cervantes.
Horas de pesadumbre y de tristeza
paso en
mi soledad. Pero Cervantes
es buen
amigo. Endulza mis instantes
ásperos y
endulza mi cabeza.
Él es la
vida y la naturaleza
regala un
yelmo de oros y diamantes
a mis
sueños errantes
Es para
mí: suspira, ríe y reza.
Cristiano y amoroso y caballero
parla como un arroyo cristalino.
¡Así le admiro y quiero,
viendo cómo el destino
hace que regocije al mundo entero
la tristeza inmortal de ser
divino!
El Quijote es la historia de unos personajes a los que hemos admirado, con los que nos hemos divertido y quizá, muchas veces, identificado: la historia de un loco genial y de un escudero al que le arrastra la locura del amo. Un loco además especial, pues sus desatinos fueron producto de una actividad, la lectura, infrecuente en su época, y que suele ser un buen signo de salud y clarividencia mental.
Es, pues, de saber, que este
sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso se daba a leer libros de caballerías,
con tanta afición y gusto que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la
caza, y aun la administración de su hacienda. La razón de la
sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con
razón me quejo de la vuestra hermosura. Con estas razones perdía el pobre
caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido.
(…) En resolución, el se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las
noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del
poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro, de manera que vino a
perder el juicio.(I, 1).
Algunos de los Quijotes de mi biblioteca
Aquella
biblioteca de que hablaba Borges.
De aquel hidalgo de cetrina y seca
tez y de heroico afán se conjetura
que, en víspera perpetua de aventura,
no salió nunca de su biblioteca.
La lectura es el inicio de un extraño género de locura. Locura que solo afecta a las parcelas de su personalidad que tienen que ver con la caballería andante, pues en otras situaciones don Quijote actúa como alguien perfectamente cuerdo. Cuerdo es también su propósito de desear hacer bien a todos y mal a ninguno, aunque tal vez la defensa de este ideal necesite de una pequeña gran locura.
Alguien dijo que “las grandes obras las sueñan los genios locos, las ejecutan los luchadores natos, las disfrutan los felices cuerdos y las critican los inútiles crónicos”. El colombiano Ricardo Arango Franco decía de él en un soneto (del que tomamos este cuarteto):
Ser en los desafíos el primero
tener un verbo claro y arrogante,
aspirar a ser probo gobernante
y ser gloria y amor del mundo entero.
Su locura le lleva a una aventura disparatada y, paradójicamente, seria; una locura que quería traer al mundo la paz, la justicia y la libertad; el orden y la armonía, ¿es acaso eso locura? Don Quijote quería hacer bien a su república, es decir, a los necesitados; repartir solidaridad y conseguir la fama, no desde la riqueza o el poder, sino desde la ayuda a sus semejantes. Esta aventura quijotesca nos trae a la mente la terrible cordura del idiota, de la que hablaba Antonio Machado. Pero el legado ético de la obra cervantina no solo se desprende de la actuación de don Quijote, sino también de la figura de su fiel e inseparable amigo Sancho. Dos personajes que se complementan necesariamente en la novela.
En este tiempo solicitó Don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien (…) pero de muy poca sal en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero. (I, 7).
Así lo presenta Gloria Fuertes con esta tierna adivinanza:
Adivina,
adivinanza:
va montado en un borrico
es bajo, gordo y con panza,
amigo de un caballero
de escudo y lanza,
sabe refranes, es listo.
Adivina, adivinanza...
¿Quién es?
Decía Unamuno que Cervantes se vio obligado a crear a Sancho para que don Quijote tuviera con quien hablar. La aparición de Sancho hace que Cervantes vaya desapareciendo progresivamente de la novela e introduce el perspectivismo. Gracias al diálogo entre ambos conocemos más a fondo el alma del protagonista y nos damos cuenta de que Sancho tiene más “sal en la mollera” de lo sospechaba su propio creador. Sancho será el amigo fiel que nunca abandona a su amo, aunque no llegue a comprender del todo su ideal y aunque participe de los sinsabores de este. Nace entre ambos una sorprendente y leal amistad. Amistad nunca mudable / por el tiempo o la distancia / no sujeta a la inconstancia / del capricho o del azar,/ sino afecto siempre lleno/ de tiernísimo cariño/ tan puro como el de un niño,/ tan inmenso como el mar, como la definía Zorrilla. Los amigos de importancia / que se precian de leales/ en los bienes y en los males/ van a pérdida o ganancia.
En Alcalá de Henares |
Este donquijotesco / don Miguel de Unamuno, que diría Antonio Machado, hace alusión a los personajes cervantinos en muchos poemas.
Ensíllame a Clavileño,
tierna sombra de Cervantes,
voy a buscar los gigantes
de las ínsulas del sueño.
Juntos en él cabalgaron
don Quijote y Sancho Panza,
sobre la misma esperanza
juntos los dos se abrazaron.
A partir de la aparición de Sancho, la novela cobra una nueva dimensión. Ambos personajes se influyen mutuamente. Se produce paulatinamente algo tan curioso como la quijotización de Sancho y la sanchización de don Quijote.
En Sancho también se han fijado los poetas. Gabriel Celaya dedica A Sancho Panza este hermoso poema:
Sancho-bueno,
Sancho-arcilla, Sancho-pueblo,
tu lealtad se supone,
tu aguante parece fácil,
tu valor tan obligado como en la Mancha lo eterno.
Sancho-vulgar, Sancho-hermano,
Sancho, raigón de mi patria que aún con dolores perduras,
y, entre cínico y sagrado, pones tu pecho a los hechos,
buena cara a malos tiempos.
Sancho que damos por nada,
mas presupones milenios de humildad bien aceptada,
no eres historia, te tengo
como se tiene la tierra patria y matria macerada. (…)
Vivimos como vivimos porque tenemos aún tripas,
Sancho Panza, Sancho terco.
Vivimos de tus trabajos, de tus hambres y sudores,
de la constancia del pueblo, de los humildes motores. (…)
Sancho-Quijote y a un tiempo Sancho de basta de cuentos,
Sancho amén de tiempo al tiempo,
Sancho que aún hecho y derecho, ya de vuelta del Imperio,
al señorito Quijano le tratas de caballero. (…)
Tu libertad es instinto. Tus verdades son sencillas:
al pan, pan y al vino, vino,
a cada cual lo debido:
lo que le cumple por hombre con un único camino.
Sancho-firme,
Sancho-obrero,
ajustador, carpintero, labrador, electricista (…)
En ti pongo mi esperanza
porque no fueron los hombres que se nombran los que hicieron
más acá de toda historia –polvo y paja- nuestra patria,
sino tú como si nada.
Sancho-tierra, Sancho-santo, Sancho pueblo,
tomo tu pulso constante,
miro tus ojos que brillan aun después de los desastres.
Tú eres quien es. ¡Adelante!
Cira Andrés, poeta cubana, escribe el poema No eran de viento:
No eran de viento los molinos, Sancho,
sino de tiempo.
Ha sido desigual la pelea, tan difícil.
Las aspas giraban hacia arriba, indiferentes,
y yo minúsculo abajo, en su sombra.
Eran de tiempo, Sancho, grandes
conos erguidos y en la cima un remolino indescifrable.
Hubiera podido ganar la batalla
pero equivoqué las armas
y ahora me hundo.
Déjame ver tu cara
que perderé también, y arriba
busca sólo el sol,
porque no hay molinos de viento,
Sancho.
Tres grandes ideales movían el actuar del
caballero andante: ideales morales, ideales religiosos y, especialmente, un
ideal que inspiraba los demás: el amor. Por ello, entre los preparativos de su
andadura caballeresca estaba necesariamente buscar la dama de sus sueños., pues
el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin
fruto, y cuerpo sin alma. (I, 1). Dulcinea aparece en este poema de Blas de Otero:
Por más que el aspa le voltee
y España le derrote
y cornee,
poderoso caballero
es Don Quijote
Por más que el aire se lo cuente
al viento, y no lo crea
y la aviente,
muy airosa criatura
es Dulcinea.
A las mujeres
manchegas, simbolizadas en Dulcinea, se dirige Antonio Machado:
Mujeres de la Mancha
con el sagrado mote
de Dulcinea, os salve la gloria de Quijote.
Otro de los ideales del caballero andante exigía ser un hombre temeroso de Dios, es decir, buen cristiano. Cuando le da a Sancho sabios consejos para gobernar la ínsula Barataria el primero que le propone es este:
Primeramente, ¡oh hijo!, has de
temer a Dios; porque en el temerle está la sabiduría y siendo sabio no podrás
errar en nada. (II, 42). También le habla de la virtud y de la
compasión: La sangre se hereda y la virtud se adquiere, y la virtud vale
por sí sola lo que la sangre no vale. (…) Al que has de castigar con obras no
trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin
la añadidura de las malas razones. (II, 42)
Su actuación también estaba guiada por la ayuda a los necesitados a algún menesteroso o menesterosa, que ha menester mi favor y ayuda.(I, 4). Necesitados como aquel niño, Andrés, que le hace pronunciar estas palabras, o como este niño de Vallecas del que habla León Felipe en el conocido poema Pie para el niño de Vallecas de Velázquez.
Bacía, Yelmo. Halo.
Este es el orden, Sancho.
De aquí no se va nadie. Mientras esta cabeza rota
del niño de Vallecas exista,
de aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida.
Antes hay que deshacer este entuerto,
antes hay que resolver este enigma.
Y hay que resolverlo entre todos,
y hay que resolverlo sin cobardías,
sin huir
con unas alas de percalina
o haciendo un agujero
en la tarima.
De aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico, ni el suicida.
Y es inútil,
inútil toda huida
(ni por abajo
ni por arriba).
Se vuelve siempre. Siempre.
Hasta que un día (¡un buen día!)
el yelmo de Mambrino
-halo ya, no yelmo ni bacía-
se acomode a las sienes de Sancho
y a las tuyas y a las mías
como pintiparado,
como hecho a la medida.
Entonces nos iremos todos
por las bambalinas:
Tú y yo y Sancho y el niño de Vallecas
y el místico y el suicida.
Otro
de los grandes valores éticos de la obra
es la primacía de la ética del esfuerzo
sobre la del éxito. Bien podrán los encantadores quitarme la ventura,
pero el esfuerzo y el ánimo será imposible, asegura don Quijote.
Y, curiosamente, podemos encontrar en la novela el primer alegato feminista de nuestra literatura. Un pastor, Crisóstomo, se ha quitado la vida porque ha sido rechazado por la bella pastora Marcela de la que se había enamorado. Otros pastores hacen a Marcela responsable de esa muerte por su supuesta crueldad. Es entonces cuando esta realiza una defensa apasionada de la libertad femenina, en una época en que hablar de la libertad de la mujer era algo auténticamente novedoso.
Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa y, de tal manera que (…) a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. (…) Según yo he oído decir el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. (…) Y así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado la naturaleza, tampoco yo merezco ser reprendida por ser hermosa. (…) Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles de estas montañas son mi compañía; las claras aguas de estos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y mi hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, en fin, a ninguno de ellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. (…) Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡ mirad si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! (I, 14)..
Aparece asimismo una clara defensa de la libertad y la justicia.
Me parece dura caso hacer esclavos a los que Dios y la naturaleza hizo libres, asegura don Quijote cuando da libertad a unos delincuentes que iban condenados a galeras. (I, 22). Y en otro momento de la novela asegura: La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida. (II, 58).
Ilustración de Mingote para la aventura de los galeotes.
en la edición del Quijote de Martín de Riquer
Don Quijote no entiende que nadie sea
condenado si previamente no se ha hecho justicia con él: ¡Oh libertad, gran
tesoro, / porque no hay buena prisión / aunque sea en grillos de oro!, decía
Lope de Vega. La libertad, para don Quijote es la soberanía de un individuo
para decidir sobre su vida sin presiones de ningún tipo. Va, por tanto,
necesariamente unida a la justicia. Las obligaciones de las
recompensas de los beneficios y mercedes recibidas son ataduras que no dejan
campear el ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan
sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo. (II,
58)
Uno de los grandes consejos que recibe Sancho de don Quijote tiene relación con la humildad. Has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que pueda imaginarse. (II, 42). Trata de hacerle ver que se puede ser importante aun siendo de baja estirpe: Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores, porque viendo que no te avergüenzas, ninguno se pondrá a avergonzarte (…) porque la sangre se hereda y la virtud se adquiere. (II, 42)
La humildad es algo tan frágil que no se
debe presumir ni de la humildad misma. Decía Pemán: No exaltes tu nadería/
que entre verdad y falsía,/ apenas hay una tilde… / y el ufanarse de humilde/
modo es también de ufanía. Y R. Tagore escribía: Cuanto más grandes
somos en humildad / tanto más cerca estamos de la grandeza.
Cervantes
llama a la paz joya, que
sin ella, en la tierra ni en el cielo puede haber bien alguno.
A pesar de que no podemos pedir a Cervantes un pensamiento moderno que vincule
la paz a la justicia social, hay, en cambio, algo moderno en su obra, pues
reniega de la invención de la pólvora que creaba víctimas indiscriminadas y
acababa con el honor y el valor que el soldado podía demostrar en la lucha
cuerpo a cuerpo de otra época. Asegura: Bien hayan aquellos benditos
siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados
instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno
se le está dando el premio de su diabólica invención. (I, 38).
Antonio
Machado también lo trae al recuerdo en relación con la guerra y la paz.
…El
mundo en guerra y en paz España sola.
¡Salud,
oh buen Quijano! Por si ese gesto es tuyo,
yo
te saludo.¡ Salve! Salud, paz española
si
no eres paz cobarde, desdén y orgullo.
Don Quijote vive en una época que no comprende. Él, que aspiraba a una sociedad en que no hubiera injusticias, se encuentra con una sociedad precapitalista en que se valora el dinero, en que no basta ayudar a otros para recibir una recompensa social. Así lo expresa en el famoso discurso a los cabreros:
Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron el nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de “tuyo” y “mío”. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarlo de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. (…) No había fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y la llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar u ofender los del favor y los del interés, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen (…) Andando los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. De esta orden soy yo, hermanos cabreros…. (I, 11).
Su ideal es tan fuerte que arrastra a Sancho que se va quijotizando a lo largo de la novela: en lenguaje, en aspiraciones, en ideales. Nunca Sancho es un antiquijote. No entiende a su amo pero, de una primera actitud ingenua e interesada, va pasando al respeto, a la admiración, al cariño, e incluso, al final de la novela, con un don Quijote ya cuerdo, es Sancho quien le plantea nuevas salidas en busca de aventuras.
En su casa, en su cama, reposa, apenas seis horas, y la oscuridad de la noche devuelve la claridad a sus días turbios. Recobra el juicio y muere renegando de la caballería andante. Muere Alonso Quijano para que viva para siempre don Quijote. Así funde Jorge Luis Borges el final del autor y el personaje:
Nada.
Apenas el frío. Apenas una
dolencia de sus años postrimeros.
El
hidalgo fue un sueño de Cervantes
y
Don Quijote un sueño del hidalgo.
Quijano
duerme y sueña.
Recordemos el epitafio que le dedica su amigo el Bachiller Sansón Carrasco, el mismo que, disfrazado de caballero, antes le había vencido: Yace aquí el hidalgo fuerte / que a tanto extremó llegó / de valiente, que se advierte / que la muerte no triunfó / de su vida con su muerte. / Tuvo a todo el mundo en poco, fue el espantajo y el coco / del mundo. En tal coyuntura, / que acreditó su ventura / morir cuerdo y vivir loco. (II, 74).
Y es que el Caballero de la Blanca Luna derriba a don Quijote y le hace volver al pueblo, pero en realidad no lo vence, pues no vence su ideal. Así lo refleja el poema La más hermosa del poeta cubano Enrique Hernández Miyares.
Que siga el caballero su camino
agravios deshaciendo con su lanza:
todo noble tesón al cabo alcanza
fijar las justas leyes del destino.
Cálate el roto yelmo de Mambrino
Y en tu flaco rocín altivo avanza:
desoye al refranero Sancho Panza,
y en tu brazo confía y en tu sino.
No temas la esquivez de la fortuna
si el caballero de la Blanca Luna
medir sus armas con las tuyas osa,
y te derriba por contraria suerte,
de Dulcinea en ansias de la muerte
di que siempre será la más hermosa.
Fue un lujo haber vivido loco y una miseria morir cuerdo dice en el poema Miserable acabó de Pablo Mora.
Miserable acabó, murió desnudo.
Mas qué gloria vistió mientras vivía:
para el sin ojos, puertas fue del día;
boca y orejas, para el sordo y mudo.
Quiso el amor y la victoria, y pudo
vencer y amar, en armas y armonía.
Y concilió vejez y valentía,
y con la espada ennobleció el escudo.
Hoy, opaco y desnudo, aquí reposa.
Pasión, batallas; todo queda en poco:
una cama de enfermo, un mal recuerdo.
Es, pero no es él mismo. Triste cosa.
Perdió el lujo de haber vivido loco,
en la miseria de morirse cuerdo.
Don Quijote, definitivamente, creó el quijotismo. Ante un mundo inhóspito, don Quijote decide pasar a la acción, no se resigna a decir sí, decide enfrentarse a la injusticia, al materialismo; decide creer que otro mundo ilusorio de caballeros andantes es posible. Para ello, tiene que luchar contra la sensatez del Quijano que lleva dentro, contra los antiquijotes: curas, barberos, estudiantes, venteros, nobles, delincuentes… Y así se inmortalizó el caballero y así arrastró a su ideal al escudero. Murió don Quijote derrotado, en su cama, pero no murió su ideal… Así nos lo presenta Pedro Salinas:
Ahí lo tenéis bien muerto, en su cama: bien muerto y con todos
alrededor llorándole: mansas mujeres, los vecinos.
No murió cara el cielo sobe la tierra plana.
No murió de lanzada el que tanto lo quiso.
El que buscó la muerte por todos los caminos (…).
Y así Gerardo Diego:
Nada podrán gigantes, nada endriagos,
Burladores del ser: visto y no visto.
Mi brazo tronza y mi pasión flamea (…).
Rubén Darío, con el que terminamos este acercamiento poético, parece deificar al personaje de don Quijote. Y hasta es capaz de rogarle de forma apasionada en la larga Letanía a nuestro señor don Quijote, de la que reproducimos algunos versos:
Rey de los hidalgos, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón.
Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad...
¡Caballero errante de los caballeros,
varón de varones, príncipe de fieros,
par entre los pares, maestro, salud!
¡Salud, porque juzgo que hoy muy poca tienes,
entre los aplausos o entre los desdenes,
y entre las coronas y los parabienes
y las tonterías de la multitud!
¡Tú, para quien pocas fueron las victorias
antiguas y para quien clásicas glorias
serían apenas de ley y razón,
soportas elogios, memorias, discursos,
resistes certámenes, tarjetas, concursos,
y, teniendo a Orfeo, tienes a orfeón!
Escucha, divino Rolando del sueño,
a un enamorado de tu Clavileño,
y cuyo Pegaso relincha hacia ti;
escucha los versos de estas letanías,
hechas con las cosas de todos los días
y con otras que en lo misterioso vi.
¡Ruega por nosotros, hambrientos de vida,
con el alma a tientas, con la fe perdida,
llenos de congojas y faltos de sol,
por advenedizas almas de manga ancha,
que ridiculizan el ser de la Mancha,
el ser generoso y el ser español! (…)
¡ Ruega generoso, piadoso, orgulloso;
ruega casto, puro, celeste, animoso;
por nos intercede, suplica por nos,
pues casi ya estamos sin savia, sin brote,
sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
sin piel y sin alas, sin Sancho y sin Dios. (…)
De rudos malsines,
falsos paladines,
y espíritus finos y blandos y ruines,
del hampa que sacia
su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el honor,
del puñal con gracia,
¡líbranos, Señor! (…)
¡Ora por nosotros, señor de los tristes
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión!
¡que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón!
Cervantes. Avda, de Arcentales, Madrid. Foto: MAR |
En la plaza de las Cortes. Madrid. Foto MAR
Parte de este trabajo está tomado del guion del recital Hazme un sitio en tu montura, que organicé en 2005, con los alumnos de Bachillerato de mi centro (Santo Domingo Savio de Madrid) con motivo del IV Centenario de la publicación del Quijote.
Margarita Álvarez Rodríguez.
23 de abril de 2021