miércoles, 21 de abril de 2021

Poemario "Un piano entre la nieve", de Isabel Marina

 

Un piano entre la nieve, de Isabel Marina

Editorial Bajamar

Género: Lírica

132 páginas

 


        “(…) y escuchemos ese piano

        que toca para nosotros

        rodeado de nieve”. (Illness, pág. 32).


         Este es el segundo poemario de la periodista y poeta asturiana Isabel Marina, tras Acero en los labios, publicado en 2016. Poemas suyos han sido publicados también en diversas revistas.

Un piano entre la nieve  nos seduce desde el propio título, pues, a medida que nos adentramos en su lectura, nos damos cuenta de que ese título  recoge en gran parte  la esencia poética del mismo. Es, pues, un título  hermoso y acertado.

Los poemas del libro se agrupan en cuatro apartados: Origen, En el camino, Revelaciones y  Resplandor.  La obra también incluye  una nota inicial, a modo de preámbulo, y  un breve epilogo. Y  un prólogo  de Marcos Tramón, que hace una detenida  interpretación de los versos de Isabel Marina.

El sentido último del poemario parece ser  la búsqueda del sentido de la vida, los pasos que da la escritora para encontrar ese camino que explique su ser y su existir: “Camino, / yo también solitaria / por la antigua calle / directa a mi interior”, dice en el poema Galería. En otros poemas habla también  directamente de la búsqueda de su  yo o de su imagen y hay otras  muchas referencias indirectas a esa búsqueda.

En la primera parte dirige su mirada directamente a la infancia, a los recuerdos, pero la evocación de la infancia (y en algunos poemas de la juventud)  está presente en todo el poemario: “Vuelve siempre la infancia / en sus sueños de cartón”. (Childhood). A lo largo de los versos cobran vida la amiga de la infancia, los juguetes, el día de Reyes, el columpio, el calor de hogar familiar… de esa etapa de la vida. Parece que la infancia es un refugio para no tener que encarar el futuro incierto del ser humano o, tal vez, un asidero en que agarrarse para librarse de la angustia del vivir.   El recuerdo inmortaliza a los seres queridos desaparecidos y  sirve para luchar contra  la propia mortalidad de los seres humanos, ya que nada puede la muerte contra la inmortalidad del recuerdo. “Tal vez llegues a anciano / pero nunca olvidarás tu infancia”. (Destino). La infancia es nostalgia y lugar de refugio, es abandono, pero también  es amor.  En muchos poemas evoca la infancia a través de objetos, de objetos que recuerda  o de objetos que presencia, como ese neceser de plástico que le trae a  la memoria a su padre (siempre tan presente), aunque no siempre es fácil encontrar las “llaves” de esa infancia.

Es un libro que oscila entre  el sueño,  la esperanza y la confianza (pues necesitamos saber que “el futuro será nuestro”), y la nostalgia, el  desasosiego y el dolor, que rezuman muchos de sus versos. De acuerdo con estas vivencias contradictorias  es usada  la palabra poética. Isabel Marina crea bellísimas imágenes para describir esos sentimientos contradictorios. Por un lado, está la presencia de la luz que ilumina muchos de sus  poemas y que se percibe en el léxico utilizado: sol, atardecer, resplandor, faro, transparencia, fulgor, luciérnagas, destello, estrellas… Por otro, aparecen muchas imágenes que tienen que ver con el desasosiego y la incertidumbre: hielo, frío, nubes, sombras, estantes polvorientos…  Y es que en esa incertidumbre nos movemos todos los seres humanos, pues, como, dice la autora, en otro poema, “no sabemos / de dónde hemos venido / ni en qué nos convertiremos”. (Esa extaña noche).

La  poeta mira al pasado desde el presente y esa mirada la lleva a intuir el futuro, por lo que otro tema esencial de la obra es la preocupación por el tempus fugit que es, a veces,  como “una lluvia tan constante / que emborrona los recuerdos”. La mirada hacia el pasado se hace desde   la naturaleza que contempla su mirada, en la que el mar cobra una presencia especial: sus sonidos, su movimiento, sus playas, su misterio… Ese mar exterior la lleva a adentrarse en “los océanos interiores”.  En muchos casos parecen fundirse el mar, unas veces furibundo y otras  silencioso, con  los recuerdos de la infancia. Es como si el oleaje se moviera   a la par  que sus vivencias y reflexiones, lo mismo que aquel mar de  Juan Ramón Jiménez (tus olas van, como mis pensamientos / y vienen, van y vienen…). Y no podemos olvidarnos de  la  fuerte presencia poética  de la nieve, la lluvia y otros elementos de la naturaleza.

A medida que nos adentramos en las otras secciones del poemario los versos se elevan más al plano de lo metafísico. La búsqueda del sentido de la vida es ahora tema primordial, sin que desaparezca la evocación de la infancia.  En algún poema es capaz de fundir el pasado, que se difumina en el recuerdo, con el futuro, mientras “un tranvía” incansable nos mueve por la vida  y nos conduce un poco más al abismo de la muerte en el que no queremos pensar. Esa angustia la mitiga, en cierta medida, la notable presencia del amor con que  recuerda a los seres queridos y  con el recuerdo del amor que ha recibido de  ellos. Tal vez sea este otra forma de agarrarse al presente, de vencer  el miedo al paso del tiempo y a enfrentarse con el  futuro incierto, futuro que siente la autora como un abismo: “Vivimos el presente / desde una galería melancólica”.  Un abismo  que nos precipitaría a  la muerte, si  los muertos  cercanos que nos precedieron  no nos permitieran seguir viviendo a través del recuerdo.  Otros muertos, como los del Holocausto,  que evoca en un hermoso poema, son también seres que han ganado la eternidad, porque se han convertido en estrellas que iluminan nuestra vida.  Frente a la frialdad de la muerte, el fuego del amor.

En el último apartado, que titula Resplandor, la luz parece imponerse a la niebla, ya que, a medida que avanzamos en su lectura, se acentúa la exaltación de la vida. El camino parece que nos va acercando poco a poco a la casa simbólica de la que se hablaba en el preámbulo inicial, que era en realidad  una declaración de intenciones: “Hay una casa / situada en lo alto / en lo nunca imaginado / y un arco iris que te espera / iluminando tu habitación”. Los títulos de los poemas son significativos: Carpe diem, Contra la muerte, Renacerás, Resistencia… Los símbolos de vida se suceden: “Hay una fuente que nos canta / en algún lugar del recuerdo / adonde llegaremos un día /siguiendo el camino / hacia nuestro interior”.

Es imposible detener el paso del tiempo, pero la poeta nos propone caminos para superar la angustia vital y para hacer de la vida algo hermoso. Para ello  es necesario ir por la vida percibiendo la belleza y derramándola. Tal vez la belleza resida en la propia fugacidad y en las huellas que va dejando en nuestro interior y a nuestro alrededor. Es preciso saber aprovechar cada momento para captar la magia de esa belleza: la de la luz del sol o de la nieve, la de una sonrisa o una mirada, la de un gesto de amor, la de unas ruinas, la del mar o la lluvia, la  del arte, la de la poesía…

Además de las imágenes bellísimas que aparecen en todos los poemas, y que nos pueden hacer “llorar de belleza" por la fuerza que tienen, la autora realiza también hermosos juegos poéticos con la antítesis: “puertas que se abren / puertas que se cierran”, “ese paraje frío / donde se alza la llama  / de tu corazón”. Algunas tienen presentan cierto hermetismo, pero nunca los versos pierden claridad en la expresión de la intensidad emotiva. También abundan las personificaciones que nos hacen confundirnos con esa naturaleza que nos rodea. Algunas son tan acertadas como esta: “...no hay palabras que expliquen / el temblor de la playa cuando la abraza el mar”.

Otro recurso retórico que usa con gran profusión y con mucha maestría es la sinestesia. Desde la belleza del título de Un piano entre la nieve, piano que desgrana sus notas (sensación auditiva) entre la nieve (sensación visual y táctil), hasta otras no menos creativas en que mezcla varias sensaciones o sensaciones y sentimientos: “aire abrasado de recuerdos, “luz gélida”, “arterias dulces”… La plasticidad es una de las características estilísticas del texto. Es una obra llena de sensaciones, sobre todo, visuales y táctiles, con frecuencia mezcladas: el fuego, la nieve… Y el verso libre crea distintos ritmos según el contenido del poema.

Es un poemario del yo lírico de la poeta, pero también del nosotros, pues  no usa la primera persona. La mayoría de los textos están escritos en primera persona de plural o en segunda persona de singular. Con ambas personas gramaticales implica más al lector en sus vivencias y reflexiones. Con la primera de plural parece que somos todos los que estamos detrás de los versos  y vivencias  y con la segunda persona de singular consigue implicar más  al lector., con ese tú, que es un yo y un nosotros.

Poesía, en fin,  para disfrutar de la belleza de la palabra, de la intensidad del sentimiento, de la necesaria reflexión.  Poesía de Isabel Marina que es sensibilidad  y belleza: arte. A eso nos suena la música de Un piano entre la nieve: nos suscita emoción, nos hace embelesarnos y nos hace sentir a la vez algún escalofrío. Uno tras otro ningún poema nos deja indiferentes. Una delicia para los que amamos la  poesía, que seguramente suscribimos también las palabras finales del epílogo de la obra, en las que dice la autora: “Amo la poesía  porque la poesía es belleza. Y también porque es libertad”. Así pues,  el contacto con el arte de la palabra de este poemario nos acercará a la belleza y a la libertad, y nos permitirá seguir cultivando los sueños.


Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora

Madrid, abril de 2021

 

 


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