EXPRESIONES RELACIONADAS CON LA COCINA (III)
Vino, leche, agua...
Vino, leche, agua...
En un artículo anterior recogía expresiones culinarias que describen nuestro aspecto físico. En el presente artículo seguiré aportando más expresiones relacionadas con el comer y el beber, que tienen carácter figurado y sentido peyorativo (disfemismos), y que sirven para definir nuestra forma de ser o nuestro comportamiento.
Podemos comenzar preparando las bebidas y pensando en el vino, que es buen ingrediente para cocinar y para acompañar a los platos, porque comer sin vino, comer mezquino. Tiene razón quien dice que el vino alegra el ojo, limpia el diente y sana el vientre.
Sirve
a veces para describir rasgos negativos de nuestra
personalidad, especialmente, el estado
de embriaguez. Bueno es beber, pero no hasta caer, nos aconseja el refrán,
porque, cuando alguien se ha tomado del vino, tiene
que dormirlo, para acompañar
la buena merluza que lleva encima. El vino demasiado, ni guarda secreto, ni cumple palabra, aconsejaba don Quijote a Sancho.
Comer ajo y beber vino no es
desatino pero, si nuestro carácter o la excesiva afición a la
bebida nos convierte
en provocadores o pendencieros, tenemos
mal vino. Y si ese mal vino es permanente,
se convierte en vinagre: somos
unos vinagres o estamos avinagrados. Y, si alguien tiene buenas
palabras y ruines obras, decimos que pregona
vino y vende vinagre.
Existe un cierto maridaje lingüístico entre el vino y la leche, porque no hay mucha distancia entre estar avinagrados y tener mala leche. Algunos, aunque no la tengan mala, parece que tienen aficiones coprófilas, pues están todo el día cagándose en ella. Y, por si acaso el olor que dejan no es aromático, escapan del lugar cagando leches, llevándose el hedor con ellos. Otros amenazan con dar leches. El ¡que te pego, leche!, en boca de un personaje conocido, ha dado a la leche una dimensión histórica.
Existe un cierto maridaje lingüístico entre el vino y la leche, porque no hay mucha distancia entre estar avinagrados y tener mala leche. Algunos, aunque no la tengan mala, parece que tienen aficiones coprófilas, pues están todo el día cagándose en ella. Y, por si acaso el olor que dejan no es aromático, escapan del lugar cagando leches, llevándose el hedor con ellos. Otros amenazan con dar leches. El ¡que te pego, leche!, en boca de un personaje conocido, ha dado a la leche una dimensión histórica.
Para acompañar a la mala leche también podemos tener mal café y unirlo a mala hostia o mal yogur. ¡Indigesto desayuno! Y es probable que por ese mal carácter, de niños, nos hayan dado alguna galleta o alguna leche, no precisamente comestible, y que, para no recibirla, nos hayamos tenido que apartar de la mesa echando leches, con mucho riesgo de darnos a nosotros mismos la leche que tratábamos de esquivar. Al final, nos compadecerán cuando comprendan que no hemos actuado de mala leche.
En este mundo lácteo, siempre hay alguno al que le gusta dárselas de café con leche, pero, como otros se huelen la tostada, tienen que quedarse con la miel en los labios. Y es que los que presumen son, a veces, los más necios, porque no se ha hecho la miel para la boca del asno y, al final, actúan como el tonto que asó la manteca. Así que, aunque lo intenten, no conseguirán dárnosla con queso, salvo que se encuentren con un yogurín de buen aspecto, pero de mucha ingenuidad. Cuando se quieren guardar secretos, hay que evitar las peleas en que se dicen verdades inconvenientes, pues riñen los pastores, y se descubren los quesos y ¡esto es la leche!
Agarremos bien la taza de nuestro café con leche, para que no se nos caiga de unas manos de mantequilla (o de queiso, para los leoneses), porque nos quedaríamos con mal sabor de boca.
El otro líquido, ingrediente esencial para cocinar, es el agua. Dice el dicho que algo tendrá el agua cuando la bendicen. Pero el agua sirve a menudo para censurar nuestro comportamiento o para hablar de nuestros defectos y, cuando el río suena, agua lleva.
Si no nos gusta trabajar, no queremos dar un palo al agua y a los que les toca sufrirnos solo les queda ¡ajo y agua! Si amargamos la vida a los que nos rodean, somos unos aguafiestas. Si somos charlatanes, no nos callamos ni debajo del agua. Si somos pusilánimes, nos ahogamos en un vaso de agua, aunque todavía no estemos con el agua al cuello. Si somos interesados, llevamos el agua a nuestro molino. Si hacemos cosas inútiles, cogemos agua en cesto o en harnero o echamos agua en la mar. Si somos interesados y queremos conseguir algo de una persona con adulación, seremos capaces de bailarle el agua, aunque sea sin música. Si encubrimos la malicia tras una aparente inocencia, parece que no enturbiamos el agua, quizá porque somos capaces de nadar entre dos aguas…
Si hacemos gala de los defectos anteriores, alguna vez nos
ganaremos una regañina con la que nos
vacíen el vaso y nos echen el agua al molino. A partir de
entonces, como el gato escaldado, del
agua fría huiremos.
Y ahora unos consejos. Cuidémonos de los alarmistas que forman una tormenta en un vaso de agua, pero también de los que aparentan un excesivo “buenismo”, porque del agua mansa Dios nos libre… No persistamos en acciones que nos pueden producir algún mal, porque tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe. No ensuciemos el agua que después vamos a beber, para no pecar de ingratos, y, si no la hemos beber, mejor dejarla correr, pues no se echa de menos el agua hasta que se seca el pozo.
Si nos encontramos en situaciones en que esté el río revuelto, en lugar de pescar en él, hagamos lo posible para que vuelvan las aguas a su cauce y las discusiones o peleas terminen en agua de borrajas.
Si no tenemos los defectos anteriores seguramente tendremos otros, porque de los defectos, como del agua, nunca puede decirse de este(a) agua no beberé. Pero sigamos bebiendo agua, porque el agua no enferma, ni embriaga, ni endeuda.
Y para no ser como Juan Palomo (yo me lo guiso yo me lo como), aquí seguiremos cocinando para completar la comida hasta que la gota colme el vaso o se nos haga la boca agua y confiados en que este artículo no haya caído como un vaso de agua fría.
Y ahora unos consejos. Cuidémonos de los alarmistas que forman una tormenta en un vaso de agua, pero también de los que aparentan un excesivo “buenismo”, porque del agua mansa Dios nos libre… No persistamos en acciones que nos pueden producir algún mal, porque tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe. No ensuciemos el agua que después vamos a beber, para no pecar de ingratos, y, si no la hemos beber, mejor dejarla correr, pues no se echa de menos el agua hasta que se seca el pozo.
Si nos encontramos en situaciones en que esté el río revuelto, en lugar de pescar en él, hagamos lo posible para que vuelvan las aguas a su cauce y las discusiones o peleas terminen en agua de borrajas.
Si no tenemos los defectos anteriores seguramente tendremos otros, porque de los defectos, como del agua, nunca puede decirse de este(a) agua no beberé. Pero sigamos bebiendo agua, porque el agua no enferma, ni embriaga, ni endeuda.
Y para no ser como Juan Palomo (yo me lo guiso yo me lo como), aquí seguiremos cocinando para completar la comida hasta que la gota colme el vaso o se nos haga la boca agua y confiados en que este artículo no haya caído como un vaso de agua fría.
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