Hablamos de la comarca de Omaña (León)
Dedicado a todos aquellos que han llamado a las vacas por sus nombres.
Vacas de Adolfo Rodríguez. Paladín |
Hoy
dedico este relato a las vacas y su mundo y, de forma especial, a la relación
que existía, hasta hace pocas décadas, entre la gente de la montaña leonesa y este animal. Recogeré unas cuantas docenas de palabras que reflejan la relación de las vacas con su dueños. Es imposible, sin embargo, recoger todas las variantes que existen para un mismo concepto en distintas comarcas, pues, a veces, varían de un pueblo a otro cercano. Me ciño esencialmente a la comarca de Omaña y, a pesar de ello, tampoco los términos son idénticos en todos los pueblos, motivo por el cual en algunas ocasiones menciono más de una palabra para una misma cosa.
En un pueblo de la baja Omaña, Paladín, transcurrió mi infancia y adolescencia en la década de los 50 y 60 del siglo pasado. Y mi vida, lo mismo que la de mis antepasados, estuvo marcada por la relación con las vacas, que eran animales esenciales en aquel mundo agrícola.
Las vacas omañesas de hace un siglo eran, en su mayoría, de la raza mantequera leonesa, una raza autóctona que se podía encontrar sobre todo en la Omaña Alta y comarcas limítrofes. Era una raza de gran fuerza y potencia física, que no daba mucha leche, pero sí de gran calidad. El veterinario de Riello, Don José María Hidalgo Chapado, que atendió la zona de la Lomba, Riello y Valdesamario entre 1953 y 1960, aseguraba que en la leche de estas vacas había hasta un 9% de grasa. Este veterinario, que fue muy querido en la comarca, luchó mucho para que esta raza no desapareciera.
En su obra "Omaña, pueblos, paisajes y paseos", Julio Álvarez Rubio nos dice de él lo siguiente: "El veterinario logró mejoras genéticas en la cabaña bovina, introdujo nuevas técnicas quirúrgicas y evitó la propagación de enfermedades infecto-contagiosas (...) favoreciendo que las ferias de esta localidad permanecieran abiertas mientras otras cerraban temporalmente".
Poco a poco esta raza se fue mezclando con otras. Hacia 1920, el general Segundo García, de Vegapujín, que luchó en Filipinas, entre otros muchos esfuerzos por modernizar Omaña, tuvo la idea de mejorar la cabaña ganadera. Con ese fin, trajo a la comarca sementales de otros lugares e incluso de otros países. En las décadas siguientes empezaron a aparecer las llamadas suizas y holandesas, y mejoró la producción de carne y leche. Sin embargo, en 1995 todavía quedaban algunos ejemplares de la raza mantequera leonesa. En ese año, (según datos que me aporta J. M. Hidalgo Guerrero, recogidos en la revista "Omaña") el Ministerio de Agricultura ofrecía ayudas de 12000 pesetas por cabeza y año para evitar su desaparición.
La variedades vacunas que predominan actualmente en esta zona son la parda alpina, llamada también ratina, que fue introducida en los años 60, y la asturiana de los valles.
En un pueblo de la baja Omaña, Paladín, transcurrió mi infancia y adolescencia en la década de los 50 y 60 del siglo pasado. Y mi vida, lo mismo que la de mis antepasados, estuvo marcada por la relación con las vacas, que eran animales esenciales en aquel mundo agrícola.
Las vacas omañesas de hace un siglo eran, en su mayoría, de la raza mantequera leonesa, una raza autóctona que se podía encontrar sobre todo en la Omaña Alta y comarcas limítrofes. Era una raza de gran fuerza y potencia física, que no daba mucha leche, pero sí de gran calidad. El veterinario de Riello, Don José María Hidalgo Chapado, que atendió la zona de la Lomba, Riello y Valdesamario entre 1953 y 1960, aseguraba que en la leche de estas vacas había hasta un 9% de grasa. Este veterinario, que fue muy querido en la comarca, luchó mucho para que esta raza no desapareciera.
En su obra "Omaña, pueblos, paisajes y paseos", Julio Álvarez Rubio nos dice de él lo siguiente: "El veterinario logró mejoras genéticas en la cabaña bovina, introdujo nuevas técnicas quirúrgicas y evitó la propagación de enfermedades infecto-contagiosas (...) favoreciendo que las ferias de esta localidad permanecieran abiertas mientras otras cerraban temporalmente".
Poco a poco esta raza se fue mezclando con otras. Hacia 1920, el general Segundo García, de Vegapujín, que luchó en Filipinas, entre otros muchos esfuerzos por modernizar Omaña, tuvo la idea de mejorar la cabaña ganadera. Con ese fin, trajo a la comarca sementales de otros lugares e incluso de otros países. En las décadas siguientes empezaron a aparecer las llamadas suizas y holandesas, y mejoró la producción de carne y leche. Sin embargo, en 1995 todavía quedaban algunos ejemplares de la raza mantequera leonesa. En ese año, (según datos que me aporta J. M. Hidalgo Guerrero, recogidos en la revista "Omaña") el Ministerio de Agricultura ofrecía ayudas de 12000 pesetas por cabeza y año para evitar su desaparición.
La variedades vacunas que predominan actualmente en esta zona son la parda alpina, llamada también ratina, que fue introducida en los años 60, y la asturiana de los valles.
En
el mundo de la montaña leonesa la vaca
fue siempre un elemento fundamental en la economía familiar. De todos los
bienes que tenían la mayoría de los pequeños agricultores, y especialmente del conjunto del ganado de su facenda,
las vacas eran, sin duda, el bien más
valioso. Se cuidaban con mimo, se les ponía un nombre propio diferenciador y de
ellas dependía una parte importante de los ingresos de la economía de
subsistencia con la que vivía la gente. Se las utilizaba para realizar todas
las faenas del campo: arar, tirar del carro o del trillo…, para obtener la muñida (leche y derivados), para conseguir ingresos con la venta sus jatines, para alimentarse con su carne…
La
vaca era un animal valorado y respetado. El respeto por este animal estaba
ligado al que se tenía por otro: la
golondrina. Se decía que si se mataba o se quitaba un nido a una
golondrina se moría una vaca, como si fuera este uno de los mayores castigos
que se le podía dar a un agricultor en algo relacionado con su hacienda. En realidad, este hecho estaba vinculado a la leyenda
religiosa de que las golondrinas son animales sagrados, porque quitaron las
espinas de la corona de la pasión de Cristo. Un refrán bastante extendido por
la montaña leonesa dice: En viernes o
martes ni tus vacas mudes ni tus hijos cases. Parece que, en cuestión de
miedos supersticiosos, hijos y vacas son los que merecen más cuidados y
preocupaciones del agricultor.
Las
vacas parecían un miembro más de la familia, como lo eran los gatos y los
perros, cosa que no ocurría con el ganado
menudo: cabras, ovejas, cerdos… Por eso, tenían nombre propio. El catálogo de nombres que
se usaba era muy variado y expresivo. Aludían con frecuencia al color de la
piel y solían heredarlo de algún animal
que antes había tenido la familia.
Así, cuando se mezclaban en la piel manchas
blancas y negras, se usaban nombres como:
Paloma, Bardina, Negra, Mora, Pinta, Silga…
Cuando el color era castaño: Rubia,
Triguera, Torda, Colorada… Había otros nombres, no menos creativos, que ensalzaban la apariencia agradable o la prestancia del animal: Bonita, Jardinera, Corza, Garbosa, Lucera,
Estrella, Perla, Zagala, Chata, Galana, Serrana, Violeta… A veces aparecían nombres que aludían a
gentilicios con los que seguramente no
tenían relación, pero que por alguna razón se consideraban hermosos: Sevillana, Cordobesa… Y seguramente
los que conozcan este mundo del que hablo podrían seguir aumentando
mucho esta lista.
Trabajo
Vacas uñidas. Rosales, 2010 |
Las
vacas, cuando estaban enseñadas, se utilizaban para el trabajo en el campo. Por eso
era importante tener en cada casa una
pareja disponible y en muchas dos, para tener la posibilidad de poner una cuartia -acuartiar-, o sea, dos parejas, unas detrás
de otra, para que tiraran de un solo
carro cuando este iba muy cargado o el camino era muy tortuoso.
Para
que la pareja estuviera preparada para trabajar había que uñir
(uncir) a las dos vacas con el yugo o llugo, que se colocaba encima de las mullidas, que tenían unas cubiertas de cuero, llamadas también melenas, decoradas con herrajes, y que solían llevar las
iniciales de sus propietarios. Las más corrientes solían hacerse de la piel de los perros mastines. Otras se hacían de badana. Terminaban en cerras que tenían la función de espantar a las moscas. Las mullidas se colocaban bajo las partes curvas del llugo para que este no les hiciera daño en la cerviz.
Yugo y mullidas se sujetaban a los cuernos de
las vacas con las cornales, unas
tiras de cuero que se realizaban con la
propia piel de los animales sacrificados. Las cornales servían para atar el yugo y las mullidas a las cabezas de las vacas, agarrándolas a las camellas, prominencias que sobresalían de los laterales del yugo.
En la parte central del yugo estaban los camellones o camuesos, unos salientes que permitían distribuir la carga entre los dos animales uñidos. Las vacas que solo trabajaban bien si iban uncidas siempre del mismo lado se decía que eran maniegas.
De la parte central del yugo, entre los camellones, se hacía colgar un aro, que iba sujeto por el sobiyuelo o mediano. Se llamaba, según los pueblos, arconjo, arcojo o bardón. Por él se introducía el tiradero del arado, el cual se sujetaba al arcojo con la una pequeña barra de hierro: la cabía.
Al conjunto de utensilios usados para uñir la pareja de vacas se llamaba arbía. Colocar cada elemento de la manera apropiada era todo un arte que hoy no sabrían realizar la mayoría de los propietarios de vacas de la zona.
Mullidas. En sus melenas, las iniciales de Ulpiano Rodríguez |
En la parte central del yugo estaban los camellones o camuesos, unos salientes que permitían distribuir la carga entre los dos animales uñidos. Las vacas que solo trabajaban bien si iban uncidas siempre del mismo lado se decía que eran maniegas.
De la parte central del yugo, entre los camellones, se hacía colgar un aro, que iba sujeto por el sobiyuelo o mediano. Se llamaba, según los pueblos, arconjo, arcojo o bardón. Por él se introducía el tiradero del arado, el cual se sujetaba al arcojo con la una pequeña barra de hierro: la cabía.
Al conjunto de utensilios usados para uñir la pareja de vacas se llamaba arbía. Colocar cada elemento de la manera apropiada era todo un arte que hoy no sabrían realizar la mayoría de los propietarios de vacas de la zona.
Una vez unidos al yugo el carro, el arado, el rastrón, el cambicio…
se realizaban las distintas labores agrícolas: arar -ralbar y binar-, arrastriar para igualar la tierra y
deshacer los terrones, acarriar
las patatas, los nabos, los cereales…
La
yunta o pareja también se usaba para
realizar trabajos en la era, como trillar. La pareja debía dar cientos de vueltas con el trillo
sobre los cereales extendidos en forma de corra, la llamada parva, hasta que la paja del cereal se moliera
y se convirtiera en paja menuda, al
mismo tiempo que se iban
desgranando las espigas.
Para conseguir que la pareja diera vueltas sin salirse de la corra, a la vaca que iba por el lado interior se le ponía un arigón en el morro, atado con una reata y que se sujetaba al palo vertical del trillo. Quien las guiaba desde el trillo tiraba o soltaba la cuerda, según fuera necesario para mantener el movimiento en forma circular.
Era un trabajo
agotador para los animales por repetitivo y por tener que realizarlo a la
fuerza del sol. A la hora de comer se paraba un rato y, mientras comían las
personas, a las vacas de la pareja se
les ponía también una mañiza o feje de verde
para que recuperaran fuerzas.
Para conseguir que la pareja diera vueltas sin salirse de la corra, a la vaca que iba por el lado interior se le ponía un arigón en el morro, atado con una reata y que se sujetaba al palo vertical del trillo. Quien las guiaba desde el trillo tiraba o soltaba la cuerda, según fuera necesario para mantener el movimiento en forma circular.
Yugo, pernilla, cuartal y pala de era |
Los niños o las mujeres eran los encargados de
ir sentados en el trillo sobre un banco o tayuelo y de tener a mano una pala, lata o
caldero para aparar las moñicas
antes de que cayeran sobre la trilla. Había que andar listos, tan pronto como la vaca levantaba el rabo, para colocar el
recipiente bien pegado a su trasera de modo que las moñicas cayeran
dentro y no nos cayera a nosotros una regañina. No siempre era fácil, especialmente cuando la moñica era muy blanda, la tartalina. La moñica se iba dejando amontonada fuera de la parva formando los moñiqueros.
Para
arrear las vacas o hacerlas obedecer
se usaba la ijada
(aguijada), una vara larga con un
pincho espetado en la punta, que se
clavaba de forma superficial en la piel del animal. Con ese pincho se las picaba
para que anduviesen más ligeras o
hicieran lo que se requería de ellas. Acompañando a la ijada, se les hablaba y se les daba órdenes, mencionando su nombre,
como si fueran seres con entendimiento. También se añadían distintas palabras o expresiones: tou, tou; vamos, vuelve, vuelta, venga, tira,
juo…
Alimentación
En
la primavera las vacas pastaban las orillas de los arroyos, las llamas, los llamargos, los llampazos de
los montes y los pacederos, que eran
prados cercanos a los pueblos que luego, en verano, se utilizaban como eras. Se
completaba la alimentación con fejes o feijes de hierba primaveral, llamada verde y también con ferrén, que era el centeno verde cortado para forraje, o también con trébol y alfalfa. En verano y otoño las vacas pacían en prados más húmedos. Cuando habían
pacido la hierba hasta las raíces, se decía que el prao estaba arrañao, y se
las cambiaba a otro pasto.
Entre finales de junio (por sanjuan), y principios de julio
se recogía la yerba para el invierno. El proceso de recogida era largo y laborioso,
especialmente antes de que se usara maquinaria
agrícola.
Antes
de comenzar la labor, había que echar mano de los caburnios -la bigornia y el martillo- para cabruñar o picar
el gadaño.
Se espetaba en el suelo, hasta la furambre (un tope), una
especie de yunque, llamado la bigornia, y
sobre su cabeza plana se colocaba el filo o corte del gadaño
(guadaña), que se golpeaba con un martillo especial para adelgazarlo y sacarle filo.
Con el gadaño al hombro y la pretina en la cintura de la que colgaba el cachapo, calzados con escarpinas y madreñas y, posteriormente, con botas de agua, se dirigían a los praos. El cachapo era un cuerno al que se le había quitado la punta y se había taponado esa parte serrada con un corcho. De esa manera, se podía meter dentro, con un poco de agua, la piedra de afilar, para que estuviera húmeda y se pudiera afilar el gadaño cuando fuera necesario. Y se iniciaba la labor de segar.
Se segaba asentando la hoja del gadaño en el suelo y moviéndolo de derecha a izquierda para abarcar un espacio de un metro de anchura, aproximadamente, dependiendo de la envergadura del segador, del tipo de hierba y de la propia herramienta utilizada. Es evidente que estamos hablando de una forma de segar para diestros, que eran la inmensa mayoría, porque se educaba para que no existieran zurdos funcionales. Nunca he visto un astil que tuviera las asas en sentido contrario. Quizá cuando los zurdos "dejaron de ser diestros" la siega ya se hacía sin gadaños.
Se segaba durante varias horas, interrumpiendo el trabajo en algún momento para tomar las diez y beber agua del barril o vino de la bota. Y, por supuesto, para afilar el gadaño con la piedra cuando notaban los segadores que ya no segaba bien.
Con el gadaño al hombro y la pretina en la cintura de la que colgaba el cachapo, calzados con escarpinas y madreñas y, posteriormente, con botas de agua, se dirigían a los praos. El cachapo era un cuerno al que se le había quitado la punta y se había taponado esa parte serrada con un corcho. De esa manera, se podía meter dentro, con un poco de agua, la piedra de afilar, para que estuviera húmeda y se pudiera afilar el gadaño cuando fuera necesario. Y se iniciaba la labor de segar.
Cachapos. Lo que va de ayer a hoy... |
Se segaba asentando la hoja del gadaño en el suelo y moviéndolo de derecha a izquierda para abarcar un espacio de un metro de anchura, aproximadamente, dependiendo de la envergadura del segador, del tipo de hierba y de la propia herramienta utilizada. Es evidente que estamos hablando de una forma de segar para diestros, que eran la inmensa mayoría, porque se educaba para que no existieran zurdos funcionales. Nunca he visto un astil que tuviera las asas en sentido contrario. Quizá cuando los zurdos "dejaron de ser diestros" la siega ya se hacía sin gadaños.
Se segaba durante varias horas, interrumpiendo el trabajo en algún momento para tomar las diez y beber agua del barril o vino de la bota. Y, por supuesto, para afilar el gadaño con la piedra cuando notaban los segadores que ya no segaba bien.
La yerba segada iba quedando amontonada en hilera a la izquierda del segador formando marallos.
Estos, posteriormente, se esparcían: era la tarea de volver la yerba. Así se dejaba uno o dos días en
el prado, dándole vueltas con un palo para que el sol la secara, pues si se recogía cereña fermentaba en el pajar y se pudría. Una vez seca se aforconaba para dejarla preparada para cargar. La forca usada para recoger la yerba era de solo dos púas y un mango largo para poder apurrirla al carro.
Sobre el carro había una persona (generalmente era tarea de rapaces o mujeres) que, espurriéndose, iba colocando las primeras forcadas llamadas rudillas, a modo de envoltorios de hierba que se colocaban en la parte de delante y de detrás del carro para sujetar el resto. Había que ir colocando los brochones de forma promediada, para que cupiese la mayor cantidad y el carro no volcara.
Para ampliar la capacidad del carro, se ponía en la parte delantera una talanquera, consistente en unos varales que se colocaban entre los arropos y las pernillas y se alargaban sobre los lomos de la yunta y la estranguadera del carro. Además del que apurría la hierba solía haber otras personas que se dedicaban a arrastriar lo que no se cogía con la forca.
Sobre el carro había una persona (generalmente era tarea de rapaces o mujeres) que, espurriéndose, iba colocando las primeras forcadas llamadas rudillas, a modo de envoltorios de hierba que se colocaban en la parte de delante y de detrás del carro para sujetar el resto. Había que ir colocando los brochones de forma promediada, para que cupiese la mayor cantidad y el carro no volcara.
Para ampliar la capacidad del carro, se ponía en la parte delantera una talanquera, consistente en unos varales que se colocaban entre los arropos y las pernillas y se alargaban sobre los lomos de la yunta y la estranguadera del carro. Además del que apurría la hierba solía haber otras personas que se dedicaban a arrastriar lo que no se cogía con la forca.
Ireneo (mi padre) y Deotino (mi tío), con el cachapo colgado de la pretina, segando hierba en los años 60 |
Cuando
el carro ya tenía una altura considerable, una carrada o traquetada, se arrataba bien con una soga para evitar
que se cayera o que se produjera un movimiento lateral, un banción, y el carro pudiera baltarse. También tenía su arte lo de atar el carro, pues había que pasar las sogas de un lado a otro y de atrás hacia adelante. Ya atada la carga, faltaba la tarea de peinar el carro. Para ello se pasaba un rastro por todo el contorno para quitar las hierbas sueltas que podían quedar por los caminos al rozar con árboles o arbustos.
Así se transportaba a los pajares, donde se introducía, a forcadas, por el boquerón o buquirón, que con frecuencia estaba una altura de unos dos metros, lo que obligaba a pujar otra vez por la yerba que quedaba en la parte baja del carro.
Así se transportaba a los pajares, donde se introducía, a forcadas, por el boquerón o buquirón, que con frecuencia estaba una altura de unos dos metros, lo que obligaba a pujar otra vez por la yerba que quedaba en la parte baja del carro.
Una vez dentro, había que pisarla para que quedara apretada y se pudiera meter
en el pajar toda la cosecha recogida, especialmente los años que había una cachapada de hierba. Era
la manera de ampliar su capacidad. Los encargados de realizar ese
ejercicio, disfrazado de juego de blincar
y tirarse sobre la yerba, éramos los niños. Un “juego” muy insano por el polvo y
la picadera que se generaba en el
interior del pajar. También la recogida de la paja menuda o trillada generaba polvorera y era molesta.
Todo
el trabajo de la recogida de la yerba era una de las tareas más duras del campo. Había que
realizarlo a la fuerza del sol para que estuviera bien seca y no se pudriera, y se respiraba con
dificultad por el polvo que producía. Ese polvo provocaba además unos picores
muy desagradables en una época en que no existían los cuartos de baño, por lo
que, una vez finalizada la tarea diaria, había que ir al río a asearse.
El
día que acababa la recogida de la yerba, era costumbre que en el último carro
que se cargaba se pusiera un ramo verde. Traer
el ramo era la señal de que había acabado esa tarea.
En
invierno las vacas comían esta yerba seca que se había recogido a
principios de verano. Como estaba tan
pisada en los pajares había que mesarla
con un garabito, especie de palo que
tenía una pequeña horquilla en la punta. Si había que trasladarla del pajar a la cuadra o a otro lugar se ataba en mañizas. Se les echaba en el peselbe en una o varias posturas a lo largo del día.
Las vacas estaban atadas al facerón, un tablón vertical en la parte
delantera del pesebre con un agujero para sujetar la cadena, la presura, que estaba formada por eslabones llamados armellas, que rodeaban el cuello del ganado vacuno y también del ganado equino que hubiese en casa.
Vacas de Adolfo Rodríguez, comiendo hierba seca sobre la nieve |
En
época más reciente, en que las vacas ya
no se recogen en las cuadras, pero
escasea el pasto o no tienen acceso a él
por agua o nieve, se les lleva al campo el heno seco en fardos llamados por la zona
alpacas (pacas). A veces se les ponía
también, como pienso, paja menuda acompañada nabos o berzas y algo de harina.
En
los peselbes también solía haber en
invierno una piedra de sal que se les daba
como complemento alimenticio. Recuerdo ver la piedra cómo se iba consumiendo al
ir pasando de pesebre en pesebre por los lambidos de las vacas y asombrarme por el ansia que
manifestaban por lamberla cuando la veían. Parece que les resultaba algo muy
apetitoso.
Una
vez recogida la yerba a principios de
verano, se regaban los prados y crecía
otra hierba muy verde, pero menos alta que la de primavera, destinada al pasto
de otoñada. A esta hierba se le
llamaba el otoño. Era más blanda que la primaveral y la triscaban las vacas con mucha facilidad.
¡Qué
notable diferencia en lo referido a la recogida de la yerba
entre la época que recuerdo y lo que ha ocurrido a partir de la década de los 80, con
la aparición de máquinas de segar, empacadoras y tractores para recogerla! Se ha evitado una parte importante del esfuerzo físico y
especialmente el polvo que se respiraba con la forma de recogida tradicional.
Las
vacas son animales rumiantes, por tanto,
tragan la hierba sin apenas masticar y después van devolviendo el bolo alimenticio a la
boca para rumiarla. El proceso de rumiar
dura bastante tiempo, pues cada bocado que
es devuelto a la boca es masticado unas treinta y tres veces (eso he aprendido de mi amigo Antonio G. Orejana, que contaba cada rumiadura cuando era niño). A veces
las vacas, una vez hartas, se tumban plácidamente durante largos períodos de
tiempo para realizar esta acción de rumiar.
Rumia que te rumia... |
Pastoreo
Los rapaces o guajes éramos los encargados de ir con las
vacas. Unas veces a prados cerrados con las sebes vegetales, los cierros, formadas por los troncos de las paleras, salgueros
o salgueiros, chopos, cerezales… a los que se les sujetaban en
forma horizontal las ramas que se cortaban de árboles y arbustos, y que se
ataban a los soportes verticales con vilortos,
que eran varas retorcidas que hacían las veces de alambres o cuerdas.
Los
cierros debían ser mantenidos por el
propietario a cuya finca pertenecieran. Hacia
el lado del propietario se ataban los vilortos(as). Por ello cuando se dudaba sobre la propiedad de una de estas sebes, el lugar hacía
el que estaban los nudos era decisivo.
En
algunas ocasiones, las fincas más próximas a los pueblos estaban cerradas con
paredes de piedra que tenían una portillera
o ujera para acceder a ellas. Tanto
estas fincas como los prados cerrados con cierros tenían una entrada ancha que permitiera el paso de los carros, que se
cerraba con un cancillón.
Los pastores éramos felices cuando había algún tipo de cierro y cancillón,
pues allí no teníamos que esforzarnos mucho en vigilar a las vacas.
Cancillón |
Sin
embargo, en otras ocasiones, los prados estaban abiertos y teníamos que arrebatir a las vacas para que no pacieran en la finca lindera, en los
comunales acotados o se metieran en algún fruto o cultivo. Cuando así lo hacían, había que prindar, o sea, pagar unas multas, las pesquisas, para subsanar el daño
producido. Nuestro reloj
para volver a casa era el que marcaba la
caída del sol.
A
las vacas también les gusta desmochar plantas y arbustos. Para referirnos a esta acción se
usaba el verbo arrapuzar. En algunos
casos también comían las hojas de los robles y otros árboles, entonces se decía
que ramoneaban.
En
general, cada uno cuidaba sus vacas, incluso cuando se reunían para pastar en
prados comunales. Cuando llegaba el primer día de
pasto de esos comunales se decía que se echaba ese pago (se echaba El Coto, por
ejemplo). Se repicaban, con un
toque rápido y breve, las campanas de la
iglesia para indicar que se podía echar a
las vacas a pastar, de manera que
las de todos los vecinos aprovecharan por
igual tiempo el pasto común. Una vez en
el prado, cuando se consideraba que las vacas ya habían pacido lo suficiente,
también se daba la orden de que el ganado debía abandonar el lugar. Había una
persona encargada por velía de tocar las campanas y de ordenar la vuelta
del ganado a casa. Esto último se hacía dando a voces la orden: ¡Ganao pa casa!
Los pastos comunales tenían la peculiaridad, en muchos pueblos del contorno, de ser propiedad de particulares durante algunos meses del año. Se hablaba de propietarios de pelo y propietarios de otoño. Los primeros eran propietarios de los prados en primavera, desde san Andrés (30 de noviembre) hasta santa Marina (18 de julio). Los de otoño lo eran el resto del año. A veces eran dueños particulares en ambos casos, aunque en la mayoría de los casos la otoñada era de propiedad comunal y se usaba para pastarla comunalmente. Según derecho consetudinario, el propietario de primavera tenía dos terceras partes de la propiedad de la finca y el de otoño, solamente una. Este tipo de propiedad se mantiene hasta hoy.
Para que los prados produjeran pasto de otoñada, al terminar la recogida de la yerba, se aparcelaban esas fincas de propiedad temporal, dividiéndolas en quiñones. A cada vecino que iba a participar con su ganado en ese aprovechamiento del pasto se le asignaba un quiñón que debía cuidar y regar. Cuando llegaba el momento del pasto, todos esas parcelas se volvían a poner en común. En mi pueblo, Paladín, había varios comunales con estas características. Los dos más importantes eran: La Vega, compartido con otros pueblos del ayuntamiento de Valdesamario, que se echaba el 15 de agosto, y el Coto, solo de Paladín, cuyo pasto comenzaba el 1 de septiembre.
Los pastos comunales tenían la peculiaridad, en muchos pueblos del contorno, de ser propiedad de particulares durante algunos meses del año. Se hablaba de propietarios de pelo y propietarios de otoño. Los primeros eran propietarios de los prados en primavera, desde san Andrés (30 de noviembre) hasta santa Marina (18 de julio). Los de otoño lo eran el resto del año. A veces eran dueños particulares en ambos casos, aunque en la mayoría de los casos la otoñada era de propiedad comunal y se usaba para pastarla comunalmente. Según derecho consetudinario, el propietario de primavera tenía dos terceras partes de la propiedad de la finca y el de otoño, solamente una. Este tipo de propiedad se mantiene hasta hoy.
Para que los prados produjeran pasto de otoñada, al terminar la recogida de la yerba, se aparcelaban esas fincas de propiedad temporal, dividiéndolas en quiñones. A cada vecino que iba a participar con su ganado en ese aprovechamiento del pasto se le asignaba un quiñón que debía cuidar y regar. Cuando llegaba el momento del pasto, todos esas parcelas se volvían a poner en común. En mi pueblo, Paladín, había varios comunales con estas características. Los dos más importantes eran: La Vega, compartido con otros pueblos del ayuntamiento de Valdesamario, que se echaba el 15 de agosto, y el Coto, solo de Paladín, cuyo pasto comenzaba el 1 de septiembre.
En
algunos lugares de Omaña, se agrupaban formando una vecera, la manía, pero en los pueblos de la Omaña
Baja el ganado se cuidaba de forma individual. Como las vacas de cada vecino no
estaban acostumbradas a pastar juntas, a
veces no amecían bien y había que estar atentos para que no se acorniaran
unas a otras, para evitar que se escornasen.
Cierro o sebe |
Existía
una especie de juego alusivo a esto con
el que los mayores engañaban a los rapaces. Consistía en dejar la mano muerta mientras un adulto la movía a su
antojo con esta retahíla: A la mano
muerta, los perros en la puerta, los gatos en el tejado y la vaca escornada que
se dé la cotada. En ese momento, mientras prestábamos atención de forma despreocupada a lo que se decía, nos
daban un golpe con nuestra propia mano en la frente: era la cotada.
No puedo dejar de recordar tampoco el miedo que pasábamos los guajes cuando íbamos con las vacas a prados un poco más alejados del pueblo, en lugares por los que no andaba nadie conocido. En algunas ocasiones en que me tocaba estar cerca de la carretera (no asfaltada entonces), sentía un gran miedo cuando oía acercarse a los camiones que transportaban el carbón de las minas de Valdesamario. Aquellos camiones eran como monstruos de los que debía protegerme y esconderme, pues eran para mí amenazantes raptores.
Para entretener las largas horas en que teníamos que ejercer el pastoreo, jugábamos a veces a juegos que tenían relación con las propias vacas. Nuestras "vacas" eran unos simples palos para los que preparábamos cuadras y pajares con piedras, con las que también delimitábamos las "fincas" de nuestra propiedad. Esos eran los juguetes de los que disponíamos los niños de la época y nuestra imaginación. Y, por supuesto, esa cultura en torno a las vacas de la que participábamos a diario.
En la Omaña Alta el ganado vacuno, además de los pastos de ribera, aprovechaba más los pastos de montaña. En brañas, devesas, y cotos boyales tenían los animales mayor libertad de pasto y no era necesario que el pastor estuviera siempre tras los pasos del ganado. Una vez que se recogía la cosecha de cereales, en muchos pueblos, se echaba la derrota, que era el aprovechamiento de las espigas que quedaban en
la rastrojera.
No puedo dejar de recordar tampoco el miedo que pasábamos los guajes cuando íbamos con las vacas a prados un poco más alejados del pueblo, en lugares por los que no andaba nadie conocido. En algunas ocasiones en que me tocaba estar cerca de la carretera (no asfaltada entonces), sentía un gran miedo cuando oía acercarse a los camiones que transportaban el carbón de las minas de Valdesamario. Aquellos camiones eran como monstruos de los que debía protegerme y esconderme, pues eran para mí amenazantes raptores.
Para entretener las largas horas en que teníamos que ejercer el pastoreo, jugábamos a veces a juegos que tenían relación con las propias vacas. Nuestras "vacas" eran unos simples palos para los que preparábamos cuadras y pajares con piedras, con las que también delimitábamos las "fincas" de nuestra propiedad. Esos eran los juguetes de los que disponíamos los niños de la época y nuestra imaginación. Y, por supuesto, esa cultura en torno a las vacas de la que participábamos a diario.
En la Omaña Alta el ganado vacuno, además de los pastos de ribera, aprovechaba más los pastos de montaña. En brañas, devesas, y cotos boyales tenían los animales mayor libertad de pasto y no era necesario que el pastor estuviera siempre tras los pasos del ganado. Una vez que se recogía la cosecha de cereales, en muchos pueblos, se echaba la derrota, que era el aprovechamiento de las espigas que quedaban en
la rastrojera.
Enfermedades
Un
capítulo especial es el de las enfermedades
que afectaban al animal, que recuerdo con los nombres de entonces. Se podían entelar, una hinchazón producida por comer mucha
hierba verde. En este caso, se les daba una hierba medicinal el hipérico, llamada
en la zona pericón, que se usaba más frecuentemente con los burros cuando tenían
torzón. A veces el entalamiento les
producía diarrea y se decía que bilaban o tenían bilatera. Si afectaba a los terneros se hablaba de fuirela o fueira.
También se podían esmadronar,
cuando se les salía la matriz al parir.
Otra enfermedad frecuente era la mamitis.
Se producía por inflamación de la ubre que se ponía dura y
dolorida.
Las
vacas tenían un animal parásito muy molesto para ellas que era la mosca
rocinera. Por eso a veces corrían mientras movían el rabo para espantar
esas molestas moscas. Entonces se decía
que moscaban. Parece que la mosca rocinera, llegada una época, abandonaba a la vaca para acompañar al burro, que, por el nombre, debía de ser su “amigo”
natural. El refrán decía que por san Antolín (2 de septiembre) entrega la vaca la
mosca al rocín, en el momento en que estos animales estaban ya más descansados
de las faenas del campo.
Los
bárragos o barros eran bultos que
contenían insectos y que se formaban debajo de la piel. Si el
bulto se producía en el cuello se le llamaba empiña
y en otros lugares del cuerpo, dubaniellu o dubanillu.
Cuando
tenían dolor en las cachotas (pezuñas) y andaban con dificultad por caminos pedregosos
por estar sin herrar, se decía que
estaban aspeadas. Para evitar este
mal había que llevarlas a herrar cuando eran jóvenes o las herraduras se les
habían caído. Había herreros o ferreiros
que realizaban de forma habilidosa ese oficio. Para inmovilizar al animal, se colocaba
a las vacas en un potro, que era un armazón de madera que permitía sujetarlas por sus
cuernos, colocar la pata, con la rodilla doblada, sobre un soporte, y sujetada
de manera conveniente, para
acceder a su pezuña. Recuerdo muy bien el que tenía en La Garandilla Marcelino,
el herrero por antonomasia del Valle de Samario.
En
el Valle Gordo se decía que se esmanzanabann si se dislocaban los
huesos de la cadera. Cuando parían había
que estar atentos para que librasen,
es decir, para que expulsaran las (a)limpias
o placenta, porque de lo contrario se les podían producir infecciones.
Había
también algunas enfermedades que parecía que tenían un componente psicológico, como la traidora, que se producía por
el ansia que les entraba por ver comer a su lado a otro animal mientras que
ellas no podían hacerlo, o el calabacillo o calabaciello, obsesión del animal por no salir de la oscuridad.
También
podían sufrir accidentes. A las vacas a
las que se les rompía el rabo se las
llamaba rabilas. En algunos casos, se
les producían heridas en las pezuñas, porque al arar se les clavaba la punta
del arado, entonces se decía que se habían enrejado.
Uno de los accidentes más frecuentes del ganado vacuno era que se rompieran un cuerno. En algunas
ocasiones, por las cotadas que se
daban en las cabezas unas vacas con otras, se escornaban, algo que resultaba preocupante, pues un cuerno roto
impedía que esa vaca pudiera uñirse bien, y eso hacía que algunas vacas
escornadas ya no fueran útiles para el
trabajo. La rotura de un cuerno exigía recubrirlo con encaños
hasta que cicatrizara.
En la década de los 60 se empezó a hablar por Omaña del peligro de la tuberculosis bovina. Dejó de tomarse la leche sin hervir y de manera periódica las vacas se sometían a una inspección veterinaria. Aquellas a las que se les detectaba la enfermedad eran obligatoriamente sacrificadas en los lugares que marcaban las autoridades sanitarias y su carne destruida para evitar la propagación de la enfermedad a través de la cadena alimentaria. De entonces a hoy las inspecciones siguen haciéndose de manera periódica y, cuando se detecta un caso, toda la explotación a la que pertenece el animal se la somete a especial vigilancia.
Desde el año 1998, por normativa europea, a consecuencia de la llamada enfermedad de las vacas locas, se identifica obligatoriamente a los bovinos con dos crotales que se colocan uno en cada oreja, en los primeros días de vida. Contienen un código de barras y un conjunto de letras y números que identifican el país, la comunidad autónoma y el individuo. De esta manera se puede seguir la trazabilidad de la carne desde el productor hasta el consumidor. Afortunadamente, parece que las vacas omañesas, acostumbradas a las inclemencias del tiempo, son duras y siempre han estado cuerdas.
En la década de los 60 se empezó a hablar por Omaña del peligro de la tuberculosis bovina. Dejó de tomarse la leche sin hervir y de manera periódica las vacas se sometían a una inspección veterinaria. Aquellas a las que se les detectaba la enfermedad eran obligatoriamente sacrificadas en los lugares que marcaban las autoridades sanitarias y su carne destruida para evitar la propagación de la enfermedad a través de la cadena alimentaria. De entonces a hoy las inspecciones siguen haciéndose de manera periódica y, cuando se detecta un caso, toda la explotación a la que pertenece el animal se la somete a especial vigilancia.
Vaca omañesa con crotales en las orejas |
Crías
Las
vacas no solo se usaban para trabajar, también se obtenían de ellas las crías y
la leche. Por eso, cuando estaban en celo –andaban
toras-, había que echarlas
al toro para que las cubriera. Si
no quedaban preñadas, se decía que
estaban forras y yoniegas,
si eran estériles. En otros pueblos de Omaña llamaban mañía a la vaca que no criaba.
Si
empreñaban, a medida que se acercaba
la fecha del parto, comenzaba a crecerles el
ubre. Se decía que se allejaban.
También les iba aumentando la nación (vagina). Al fin, después de engurruñarse (encogerse) para el parto, nacía un ternerín, llamado, más bien, jatín, y finalmente jato o magüeta (vaca
joven).
Vaca y jatín (y moñica o muñica) de J. M. Cuesta |
La
vaca lambía al ternero recién nacido
y pronto este se ponía de pie y comenzaba a mamar. El ternero, llamado tenral mientras mamaba, aprendía pronto a somullicar, o sea, a dar golpes con su
cabeza sobre la ubre para que la leche fluyera con más facilidad. Si el ternero
mamaba toda la leche de la madre, alichaba.
La
primera leche que daban las vacas cuando parían era una leche de color
amarillento, los culuestros (calostros),
leche que también se usaba para consumo humano.
Ferias
Las vacas producían un ternero al año que se llevaba a vender a la feria de ganado de El Castillo, allá por los años 30 o 40 del siglo pasado, que se celebraban entre octubre y Navidad.
En la Omaña Baja la feria más visitada era la de Riello, que tenía lugar los primeros miércoles de cada mes, en Santa Marina y el tercer miércoles de noviembre. Ya en los años 60-70 se empezó a llevar el ganado al mercado de León.
El trato entre ganaderos y tratantes es parte también de todo lo que concierne a la cultura relacionada con el ganado vacuno de la comarca. Solía ser un oficio que se transmitía de padres a hijos. La figura del tratante tenía un aspecto especial por cómo iba vestido: blusón negro, sombrero y una cayada o una vara de avellano. También destacaba en ellos la labia que tenían y su capacidad para no mostrar demasiado interés por el ganado en un primer contacto. Después de un regateo, más o menos largo, se cerraba el trato con un apretón de manos, que se respetaba con total lealtad. A continuación, se marcaba la res con el signo que identificaba a cada tratante.
En algunas ocasiones aparecía la figura del que terciaba para que las diferencias se partieran por la mitad. Era el famoso ni pa ti ni pa mí que hacía que apretaran sus manos comprador y vendedor. Incluso participaban de la celebración posterior llamada conrobla todos los que habían intervenido en el trato.
Según datos que nos aporta José María Hidalgo Guerrero, en su libro "Villamor de Riello", tratantes famosos de la feria de Riello fueron: Benitón y Quicón Hidalgo, Cándido Alonso, Manuel Suárez, Santiago Fernández, Agapito Fernández...
Este último, un tratante muy respetado, estuvo especialmente vinculado a Omaña por haber contraído matrimonio en primeras nupcias, en 1929, con Almudena Ordás Acebo, nacida en Pandorado, con raíces familiares en La Garandilla. Y también por vivir algún tiempo allí con su segunda esposa Consuelo Rodríguez Suárez y sus hijos. Fue un tratante muy respetado en toda la provincia y de proyección nacional, ya que también vendía carne en el mercado madrileño y en otras provincias.
Había también tratantes de ganado de menor categoría, que buscaban comprar chollos. A estos de les llamaba rastreros y chalanes. Su volumen de compra era escaso. Generalmente adquirían solo las reses que pudieran llevar en su propia montura o tirando de un ramal. Estos compradores recorrían también los pueblos para comprar directamente a los ganaderos. Antes de existir camiones que transportaran el ganado, existían los arreadores, que eran los encargados de conducir el lote habían comprado los tratantes en las ferias omañesas hasta la capital.
En las ferias también compraban vacas en algunas ocasiones los particulares, sobre todo, en época cercana al sanmartino, para añadir a la matanza del cerdo, aunque este tipo de compra se solía hacer más bien entre vecinos o conocidos de pueblos próximos, sin necesidad de acudir a ferias. A veces se compraban unos meses antes de la matanza con intención de engordarlas antes del sacrificio.
No siempre se vendían todos los terneros que parían las vacas, sino que se recriaba alguna jatina para renovar el ganado mayor, o de
forma menos frecuente, un jato para
que sirviera de padre para cubrir a las vacas.
Recuerdo haber ido a Riello algún día de feria. Y tengo muy vivos en ojos y oídos los recuerdos de los sonidos de las personas y los animales, y todo el ambiente de la feria También recuerdo que se aprovechaba para comprar aquello que no se producía en casa y que tampoco se podía comprar en el pueblo. También los perdones para los que se habían quedado en casa.
En una ocasión, no sé si en la misma feria de vacuno, compramos dos gochines para criar. Volvía a mi pueblo, Paladín, con mi madre, el burro y los cerdos, metidos cada uno en una alforja. Parte del camino lo teníamos que hacer por El Sardón, que era un sendero escarpado. En una mala pisada, el burro se esbarró y cayó varios metros por una pendiente, y los gochines volaron por los aires. ¡Menudo disgusto! Nos costó mucho pujar por todos los animales para volver a subirlos al sendero, pero todos sobrevivieron.
Ferias
Las vacas producían un ternero al año que se llevaba a vender a la feria de ganado de El Castillo, allá por los años 30 o 40 del siglo pasado, que se celebraban entre octubre y Navidad.
En la Omaña Baja la feria más visitada era la de Riello, que tenía lugar los primeros miércoles de cada mes, en Santa Marina y el tercer miércoles de noviembre. Ya en los años 60-70 se empezó a llevar el ganado al mercado de León.
El trato entre ganaderos y tratantes es parte también de todo lo que concierne a la cultura relacionada con el ganado vacuno de la comarca. Solía ser un oficio que se transmitía de padres a hijos. La figura del tratante tenía un aspecto especial por cómo iba vestido: blusón negro, sombrero y una cayada o una vara de avellano. También destacaba en ellos la labia que tenían y su capacidad para no mostrar demasiado interés por el ganado en un primer contacto. Después de un regateo, más o menos largo, se cerraba el trato con un apretón de manos, que se respetaba con total lealtad. A continuación, se marcaba la res con el signo que identificaba a cada tratante.
Tijeras con que marcaba las reses, en los cuartos traseros, Agapito Fernández Foto cortesía de su hija Chelo Fernández |
En algunas ocasiones aparecía la figura del que terciaba para que las diferencias se partieran por la mitad. Era el famoso ni pa ti ni pa mí que hacía que apretaran sus manos comprador y vendedor. Incluso participaban de la celebración posterior llamada conrobla todos los que habían intervenido en el trato.
Según datos que nos aporta José María Hidalgo Guerrero, en su libro "Villamor de Riello", tratantes famosos de la feria de Riello fueron: Benitón y Quicón Hidalgo, Cándido Alonso, Manuel Suárez, Santiago Fernández, Agapito Fernández...
Había también tratantes de ganado de menor categoría, que buscaban comprar chollos. A estos de les llamaba rastreros y chalanes. Su volumen de compra era escaso. Generalmente adquirían solo las reses que pudieran llevar en su propia montura o tirando de un ramal. Estos compradores recorrían también los pueblos para comprar directamente a los ganaderos. Antes de existir camiones que transportaran el ganado, existían los arreadores, que eran los encargados de conducir el lote habían comprado los tratantes en las ferias omañesas hasta la capital.
En las ferias también compraban vacas en algunas ocasiones los particulares, sobre todo, en época cercana al sanmartino, para añadir a la matanza del cerdo, aunque este tipo de compra se solía hacer más bien entre vecinos o conocidos de pueblos próximos, sin necesidad de acudir a ferias. A veces se compraban unos meses antes de la matanza con intención de engordarlas antes del sacrificio.
Fuente: "Villamor de Riello" de José María Hidalgo Guerrero |
Recuerdo haber ido a Riello algún día de feria. Y tengo muy vivos en ojos y oídos los recuerdos de los sonidos de las personas y los animales, y todo el ambiente de la feria También recuerdo que se aprovechaba para comprar aquello que no se producía en casa y que tampoco se podía comprar en el pueblo. También los perdones para los que se habían quedado en casa.
En una ocasión, no sé si en la misma feria de vacuno, compramos dos gochines para criar. Volvía a mi pueblo, Paladín, con mi madre, el burro y los cerdos, metidos cada uno en una alforja. Parte del camino lo teníamos que hacer por El Sardón, que era un sendero escarpado. En una mala pisada, el burro se esbarró y cayó varios metros por una pendiente, y los gochines volaron por los aires. ¡Menudo disgusto! Nos costó mucho pujar por todos los animales para volver a subirlos al sendero, pero todos sobrevivieron.
Ordeño
Una
de las tareas que había que realizar a diario, una o dos veces al día, era el
ordeñar o muñir a las vacas. Se
empezaba limpiando el ubre (en general, en forma masculina) del animal
antes de comenzar el ordeño.
Para realizar esta actividad, que era propia de
las mujeres, la ordeñadora se sentaba en un tayuelo, tajuelo, tachuelo- banco rústico de tres patas- al lado de la ubre del animal, apoyando
su cabeza en la parte de la falda, los
ijares, con lo que se producía una cierta inmovilización de la vaca.
Se le agarraba el teto o teta con una mano y se iba
estirando, al tiempo que se hacía presión sobre la misma. Pronto bajaba la
leche y empezaba a caer de forma continua a medida que se ejercía ese
movimiento. En la otra mano se cogía una especie de tanque llamado zapica o cañada, que se había hecho con una lata
de verdura a la que un hojalatero había añadido un asa. Cuando se llenaba la
zapica se iba vertiendo su contenido en un caldero de cinc.
Tajuelo, tayuelo, tachuelo. |
A
veces aparecíamos por allí los niños y se nos alargaba el recipiente para que
bebiéramos un trago de aquella rica y espumosa leche. Aún recuerdo que estaba
templada, y nos resultaba muy sabrosa. Pronto tuvimos que prescindir de
ese placer porque, por miedo a la tuberculosis, nos vimos obligados a tomarla
hervida.
La
leche de la primavera era más líquida y de menos alimento y tenía un sabor
diferente a la del resto del año. Se decía que sabía a verde. La del invierno era más consistente y producía mayor
cantidad de nata.
Antes
de que la leche se ordeñara con máquinas y fuera recogida en las zafras
que iban a parar a camiones cuba, que la
transportaban a las empresas lácteas, la
leche se depositaba en la natera. Era una vasija de barro que se colocaba en las ventanas, al sereno, pues era el frigorífico
que existía, y al día siguiente por el beliello(u) o belillo (también benillo),
pequeño agujero en la parte baja de la natera, se dejaba salir la leche de debura y se quedaba dentro la nata, que
era más espesa. Ese agujero se tapaba con un
pequeño palín, también llamado belillo, que se solía hacer con las varas secas de los gamones o de las urces. Se encajaba en el agujero y servía de cierre.
Natera o ñatera |
La debura,
que era leche aceda (ácida) se aprovechaba
para comerla como leche migada o en forma de papas, en una cazuela de barro. Había una cazuela
dedicaba a la leche migada que era más ancha y panda que el cazuelo que
se usaba para las sopas de ajo. A veces
esta leche sobrante se echaba a los
gatos o cerdos.
La
nata se recogía así durante varios días en otro cacharro y cuando se tenía una
buena cantidad acumulada se iniciaba el
proceso para obtener la mazada, que
era la manteca o mantequilla.
Con una mazadera, llamada odre, originalmente de piel de cabra y luego realizado en hojalata, que se movía con energía hacía un lado u otro con los dos brazos, se conseguía separar la nata de la leche que esta contenía. Se sacaba la leche por un agujero lateral que se tapaba con un corcho y la mantequilla, que quedaba dentro, se sacaba por el agujero superior, de mucho mayor diámetro. Luego llegó otra mazadera más cómoda que tenía manivela.
Con una mazadera, llamada odre, originalmente de piel de cabra y luego realizado en hojalata, que se movía con energía hacía un lado u otro con los dos brazos, se conseguía separar la nata de la leche que esta contenía. Se sacaba la leche por un agujero lateral que se tapaba con un corcho y la mantequilla, que quedaba dentro, se sacaba por el agujero superior, de mucho mayor diámetro. Luego llegó otra mazadera más cómoda que tenía manivela.
Aquellos rollos de
mantequilla de un kilo o más eran adornados haciendo en ellos señales semicirculares
con una cuchara. La manteca era importante en la vida familiar.
Aún recuerdo aquellos
trozos de pan –rebojas- untados por
encima con mantequilla, en dos variantes: mantequilla y miel o mantequilla y
azúcar. Cualquiera de ellas era deliciosa, pero no siempre era posible
disfrutar de esa merienda tan golosa. A veces se vendía y se
cambiada su valor, en una economía de trueque, por otros bienes, como aceite, que eran
necesarios en aquella economía rural de subsistencia. En algunas casas también
se elaboraba queso.
Odre metálico para mazar |
Bien fuera por necesidad o por una travesura de los rapaces o de los mozos, las nateras desaparecían
algunas veces de las ventanas. Robar
nateras también formaba parte de esta cultura relacionada con el mundo de las
vacas.
En
la montaña leonesa, casi siempre había leche casera para el consumo diario. A
veces, además de la leche de vaca también se podía disponer de la cabra o la de
oveja.
Productos de la vaca
Además
de la leche, manteca y queso, hay
otros productos que se obtienen de la vaca y que se usaban para la
alimentación. En la época de la que hablamos la carne de vaca o ternera fresca
no solía consumirse por la dificultad de conservación. En la época de la
matanza de los cerdos (mes de noviembre), también se mataba una vaca para completar la alimentación de los campesinos.
Una vez muerta, se le quitaba la piel, se abría el animal y se retiraba la caída
o bandullo, que era el contenido de
su vientre, y se colgaba la canal un día
el sereno para luego estazarla y
preparar la carne. Los dos productos de chacina
que elaboraban en muchas casas eran el
chorizo, que era menos grasiento que el de cerdo y se solía comer cocido, y
sobre todo, la cecina, que era generalmente
el cadril o paletilla del animal. Ambos se curaban al humo, en la cocina de curar, colgados de clavos o varales, lo mismo que
se hacía con los productos del cerdo.
La cecina leonesa siempre ha sido un
producto muy exquisito y valorado, y esta, elaborada en casa, tenía un sabor muy especial.
Cecina |
La
piel era también valorada para venderla. Una parte de esa piel, la tuérdiga, se usaba para obtener las cornales para uñir, el sobeo, el sobiyuelo… A la piel que cuelga del cuello se la llamaba la badana
y a la que une la barriga y la
cadera, falmega. A veces también se
daban otros usos a los pelos de la cola, las cerdas, generalmente llamadas serdas. La verga seca del toro, el verdajo, también se aprovechaba para usarla como látigo. Un pellejero de Armellada
subía de vez en cuando por el Valle de Samario y compraba las pieles, ya
secas, de vaca, oveja, cabra… que se guardaban
en cada casa.
Además
de la matanza tradicional del cerdo, era habitual en muchas casas omañesas
añadir la de vaca y la de cabra. Recuerdo que en mi casa solían matar una vaca
compartida con otro vecino. Por tanto, la matanza
solía incluir dos o tres cerdos, media vaca y dos o tres cabras.
Limpieza
En
otra época, las vacas se recogían por la noche en la cuadra y eso obligaba a que hubiera que limpiar todos los días el establo.
Las boñigas,
llamadas por allí moñicas o muñicas, mezcladas con
la paja que se les ponía como mullido, formaban el estiércol o abono que era preciso sacar de la cuadra, a forcadas, al menos una vez
al día, para que no se formaran cascarrias
o zataras en el pelo del animal. Zatarroso se llamaba al animal que tenía
muchas cascarrias.
Forca |
En primavera era
más difícil de limpiar la cuadra, porque la moñica, baldueira,
era muy blanda, debido a la alimentación de las vacas, que estaba formada por
hierba verde.
El montón de abono solía estar en el corral, lugar por el también se entraba a las viviendas tradicionales. En algunas casas la cuadra de las vacas o la corte de las ovejas estaba situada debajo de la vivienda, solo separada por un tablado de madera, con lo que los olores del establo convivían estrechamente con la gente. Pero también es verdad que el hecho de tener debajo la cuadra permitía aprovechar, a modo de calefacción natural, el calor de los animales. Recuerdo que en casa de mi abuelo había una trampilla en el suelo de la cocina que se levantaba cuando se barría y por allí se arrojaban las barreduras a la cuadra sin necesidad de recogedor.
El montón de abono solía estar en el corral, lugar por el también se entraba a las viviendas tradicionales. En algunas casas la cuadra de las vacas o la corte de las ovejas estaba situada debajo de la vivienda, solo separada por un tablado de madera, con lo que los olores del establo convivían estrechamente con la gente. Pero también es verdad que el hecho de tener debajo la cuadra permitía aprovechar, a modo de calefacción natural, el calor de los animales. Recuerdo que en casa de mi abuelo había una trampilla en el suelo de la cocina que se levantaba cuando se barría y por allí se arrojaban las barreduras a la cuadra sin necesidad de recogedor.
Garabato sin mango |
En algunos lugares de Omaña se usaban lugares específicos para agrupar el ganado, a modo de redil, fuera de las cuadras. En Lomba, Valle Gordo y en zonas de Laciana y Babia, ese lugar se llamaba estada.
Comportamiento
El
vocabulario referido al comportamiento de las vacas también es rico. Cuando comen con mucha ansia se
dice que afalampan. Cuando no son dóciles, para sujetarlas, se
las abrusca, bien introduciendo los dedos por los agujeros de
la nariz del animal y sujetándola, o bien, colcándoles una anilla en el brusco (morro), el arigón, narigón o vinco, del que
se tiraba con una reata.
Las vacas en general son animales tranquilos, que no suelen embestir y encornar o acorniar a la gente o a otros animales.
Las vacas en general son animales tranquilos, que no suelen embestir y encornar o acorniar a la gente o a otros animales.
A algunas, sin embargo, que sí lo hacen con otras vacas, se las llama turrionas. Los jatos son más dados a embestirse entre sí. Para evitar este comportamiento, en algunas ocasiones, se les colocaba por delante de los ojos una tabla atada a los cuernos para que no pudieran ver a sus posibles "rivales".
A veces les gusta correr, reburdiar, mientras usan sus cuernos para acometer o levantar tierra del suelo. Otras veces rebincan (rebrincan) dando saltos de forma reiterada o enriscan, cuando levantan el rabo y moscan para huir de la mosca rocinera. Cuando actúan así, no siempre es fácil atoledarlas o (a)rebatirlas. Sin llegar a moscar, con frecuencia se ven obligadas a cabeciar para espantar las moscas que rodean su cabeza.
A veces les gusta correr, reburdiar, mientras usan sus cuernos para acometer o levantar tierra del suelo. Otras veces rebincan (rebrincan) dando saltos de forma reiterada o enriscan, cuando levantan el rabo y moscan para huir de la mosca rocinera. Cuando actúan así, no siempre es fácil atoledarlas o (a)rebatirlas. Sin llegar a moscar, con frecuencia se ven obligadas a cabeciar para espantar las moscas que rodean su cabeza.
Las
vacas emiten variados sonidos que nos indican distintas sensaciones del animal.
Para quienes se han criado cerca de ellas la palabra mugir tiene un significado
tan inconcreto que aporta poca información. La vaca
parida hiñe cuando produce un
mugido cariñoso hacia el ternero. Cuando se le quita el ternero, la vaca da berridos que manifiestan la queja por su cría perdida.
Cuando se queja por falta de pasto o intuye que el dueño anda cerca, brama.
Si
se quería limitar la capacidad de movimiento de una vaca que era especialmente
inquieta o lambriona se la ponía la corra o mancorniaba, trabando un cuerno con una
pata. En otras ocasiones se les colocaba un cencerro
para poder localizarlas con más facilidad. Si el cencerro era grande, se llamaba
esquilón o zumbo. A veces se usaban esquilas
más pequeñas.
Cuando hay una vaca más dócil que el resto debe garbiar,
o sea, conducir a las demás para conseguir arrequedarlas.
Lo que va de ayer a hoy
Todo
lo que giraba en torno al mundo de las vacas tenía una importancia capital para
los omañeses y generaba una gran riqueza de vocabulario. Era el ganado
doméstico mayor, frente al ganado menudo
que formaban cabras, ovejas… Hoy, en
muchos pueblos ya no existe el ganado, pero, aun existiendo, parte de ese vocabulario ha desaparecido.
En
la actualidad, el ganado vacuno, en general, no es de leche, por lo que no se
ordeña, y permanece todo el año fuera de los establos. La pareja de vacas no se uñe,
porque ya no se usa para trabajar en el
campo. Los tractores la han sustituido en la agricultura. La recogida de la
hierba está mecanizada y llega en pacas
o alpacas al pajar, que luego son devueltas
a los prados para alimentarlas en el invierno, cuando nieva o tienen poco pasto.
Cuando
las vacas andan toras ya no se las
lleva al toro o semental que debía cubrirlas,
sino que el veterinario les realiza una inseminación artificial…
Zapicas, tayuelos, garabitos, garabatos,
mullidas, cornales, cascarrias… y tantas otras
palabras han dejado de utilizarse. Sigue
habiendo moñicas pero, en la mayoría
de los pueblos, ya no las vemos por las calles. Las forcas tienen otros usos... Los yugos, las pernillas, los gadaños... los tenemos colgados de adorno en los corrales de las que fueron casas de labranza... Los carros están arrinconados o se les han quitado las ruedas para fines decorativos... En las casas todavía conservamos alguna natera o cachapo reconvertidos en floreros... Han desaparecido los garabitos y quizá, en algún rincón del corral. todavía se conserve un garabato...
Las vacas hiñan, reburdian…, pero ya solo se entera el pastor, porque los animales no están estabulados. La raza de las vacas actuales permite que puedan vivir todo el año en el campo y, además, las autoridades sanitarias ha dictado leyes que obligan a separar los establos de las viviendas colindantes.
El "pastor" actual no es esa persona que iba con las vacas, sino un artilugio eléctrico, formado por una batería y unos cables que rodean el prado, atados a unas estacas, y que dan calambres a las vacas si se aproximan a ellos. Se acabó el ir con las vacas. Las vacas se han vuelto presumidas y adornan sus orejas con unas modernas arracadas... Todo ello es un signo de modernidad.
Las vacas hiñan, reburdian…, pero ya solo se entera el pastor, porque los animales no están estabulados. La raza de las vacas actuales permite que puedan vivir todo el año en el campo y, además, las autoridades sanitarias ha dictado leyes que obligan a separar los establos de las viviendas colindantes.
El "pastor" actual no es esa persona que iba con las vacas, sino un artilugio eléctrico, formado por una batería y unos cables que rodean el prado, atados a unas estacas, y que dan calambres a las vacas si se aproximan a ellos. Se acabó el ir con las vacas. Las vacas se han vuelto presumidas y adornan sus orejas con unas modernas arracadas... Todo ello es un signo de modernidad.
Lo peor es que en esa transformación las vacas, en muchos casos, han perdido el nombre propio.
Aquello que tanto las acercaba a sus dueños…
Aquello que tanto las acercaba a sus dueños…
Vocabulario sobre las vacas en la comarca de Omaña puede encontrarse en:
Álvarez Rodríguez, Margarita. El habla tradicional de la Omaña Baja. Editorial Lobo Sapiens, 2010.
Arienza Pérez, Aureliano. San Martín de la Falamosa. Un viaje hacia mis recuerdos. Edición personal, 2016.
Díez Díez, Adolfo. Historias y vivencias de Carrizal de Luna. Edición personal, 2008.
Fernández Mínguez, Manuel. Vocabulario típico de Valdesamario (inédito).
Fuentes Suárez, José Luis. Tesoro lingüístico del valle Chico (inédito).
Miguélez Rodríguez, Eugenio. El dialecto leonés y el nombre de las cosas, Ediciones Leonesas, 2000 (incluye algunas palabras omañesas).
Morán, César. Vocabulario del concejo de la Lomba. en las montañas de León. Boletín de la RAE, tomo XXX, 1950.
Muñiz Beltrán, Secundino. Historias de Omaña. Edición personal, 2008.
Otero Díez, José y Otero Díez Santiago: Vocabulario de Omaña: Lugares y caminos de Rosales (inédito).Muñiz Beltrán, Secundino. Historias de Omaña. Edición personal, 2008.
Rubio, Fernando. Vocabulario dialectal del Valle Gordo. RDTP, 12, 1956
Diccionario: El léxico del leonés actual, de J. Le Men. (incluye el vocabulario de algunas de las obras anteriores).
Diccionario: El léxico del leonés actual, de J. Le Men. (incluye el vocabulario de algunas de las obras anteriores).