Nos hablarían de su presencia discreta en la memoria olvidada,
estáticas en su lugar
o por hados arrastradas.
Nos hablarían de rayos de sol ardiente
y fríos de madrugada,
de siglos de lunas llenas
y reflejos llenos de magia,
del viento que envuelve su piel
y sin pausa las desgasta,
de ocasos arrebolados
que las tiñen de escarlata
y de luces temblorosas
que las despiertan al alba…
Nos hablarían de líquenes y musgos
que las ornan de esmeraldas
y de lluvias que las lavan con esmero,
pero nunca las empapan.
¡Ay, si las piedras hablaran!
Nos hablarían de rumores cercanos,
de silenciosas pisadas,
de lagartijas al sol
dormitando en sus espaldas,
de mosaicos de color
y sinfonías aladas,
y de paisajes misteriosos
en que asientan su morada…
Nos hablarían de otras gentes
que vieron su pétrea estampa
y de aquellos que nunca
les regalaron miradas.
Nos hablarían de sus carencias.
Carencias de vida y muerte,
pero larga historia de presencia inanimada.
Desde sus entrañas duras,
inmutables en su ser,
testigos mudos sin alma,
hablarían de ese fluir del tiempo
que con su esencia no acaba,
pues viven un presente eterno,
frente a la inconsistencia humana.
¡Ay, si las piedras hablaran!
Piedra sustentadora de vida. |
© Texto y fotos: Margarita Álvarez Rodríguez (MAR).
Paladín (Omaña-León), septiembre de 2020