A pie de pupitre… (y III)
¿Han contribuido las leyes educativas de las últimas décadas a fomentar la madurez intelectual y personal de nuestros adolescentes?
Sorprende que décadas atrás estuviéramos deseando que un maestro nos enseñara a pensar, porque primaba entonces una enseñanza memorística, y que hoy muchos alumnos prefieran recitar algo de memoria a entender lo que realmente significa. Requiere más esfuerzo utilizar la inteligencia para analizar los conocimientos que la memoria. Aunque es evidente que ejercitar la memoria también es importante en educación, pues, si no tuviéramos nada en la memoria, no podríamos pensar. La clave es aprender a comprender y a interrelacionar con la inteligencia los datos que almacenamos en la memoria.
Nadie duda de que nuestros adolescentes, que son ya nativos digitales, conocen mejor el lenguaje de la imagen que el de la palabra. ¡Bienvenida a la educación esa competencia que es indispensable en el mundo actual! Se han popularizado las fuentes de conocimiento y se ha facilitado el trabajo de alumnos y profesores. Sin embargo, se nos ha repetido mucho que una imagen vale más que mil palabras, pero esto no es una verdad absoluta, pues hay palabras que no se pueden expresar con mil imágenes; sin ir más lejos, la palabra educación.
Pocas personas han analizado un problema que puede incidir
notablemente en el aprendizaje escolar y en la madurez y equilibrio afectivo de
nuestros adolescentes. Si nos fijamos bien en el tipo del alumno que fracasa
escolarmente, veremos que en muchos casos las
causas de ese fracaso no son problemas de índole familiar ni social. Pero sí se detecta un
problema que afecta al rendimiento escolar de muchos estudiantes: la baja
competencia lingüística, hecho que genera problemas de aprendizaje. Y es
que para aprender, además de las imágenes, sigue siendo necesario el
poder de la palabra. La palabra es cauce del aprendizaje. Y lo seguirá siendo
durante mucho tiempo aunque cambien los soportes de la escritura y la lectura.
Pensamos con y en el idioma. El idioma no es solo el envoltorio o el
vehículo del pensamiento, sino que es la sustancia misma de este. Se
podría decir de alguien: "Dime qué nivel idiomático tiene y te diré la
complejidad de tu pensamiento".
En la última década, el lenguaje de los adolescentes se ha quedado tan reducido, tan raquítico, que es imposible que articulen con él un pensamiento medianamente complejo. Hay adolescentes que no manejan un vocabulario de más de 1000 palabras, cuando hace no muchos años conocían y usaban con soltura de 2500 a 3000 al acabar el Bachillerato.
Siempre se ha dicho que hay que leer para ampliar el vocabulario. Sigue siendo válido. Un buen lector es, en general, un buen estudiante. Pero hoy deberíamos añadir: hay que hablar para ampliar el vocabulario. Este déficit de dominio del idioma es más patente entre los chicos que entre las chicas, y este hecho coincide también con los datos numéricos: el porcentaje de chicas que fracasa o abandona los estudios es menor que el de los chicos. Las mujeres adquirimos antes el dominio del idioma y lo manejamos con más soltura y de forma más expresiva. Hasta no hace mucho nuestros alumnos eran una generación de imágenes, ahora son una generación “de pantallas”, sobre las que a veces, más que mover la vista para mirar qué hay en la pantalla, ven esta solamente de pasada mientras mueven los dedos con gran agilidad. En esa pugna entre desarrollo del dedo y de la mente, ¿cuál saldrá ganador?
Cada vez contemplamos a más adolescentes aislados y abstraídos de lo que los rodea, con su vista fija en una pantalla y sus oídos ajenos al mundo. Y cuando se reúnen en grupo, el grupo es solo una suma de individuos aislados, pues apenas hay comunicación: no utilizan casi la palabra, no se miran… Este hecho de estar pendientes constantemente de recibir alguna información genera en ellos tensión, nerviosismo. Bastaría contemplar la rapidez de movimientos de la vista y de los dedos por la pantalla de un móvil y el lenguaje gestual. Esta falta de comunicación personal también es más frecuente entre los chicos que entre las chicas. Hasta la propia creatividad del lenguaje juvenil, que a veces ha sido rico en matices y sugerente en la forma, se está viendo muy mermada. Y no hablo del acortamiento en la escritura, que es una pura simplificación gráfica, sino de la escasez de términos. Utilizan un idioma encorsetado, lleno de tópicos, de palabras huecas… Los sentimientos quedan reducidos a unos iconos con gestos diversos o a un jejeje. Cuando desean verbalizar un sentimiento tienen enormes dificultades para hacerlo. Y si se les pide que expliquen qué sentimiento quieren expresar con algunas de estas palabras comodín, tampoco les resulta fácil concretarlo.
Es un hecho que conocen poco vocabulario culto los adolescentes, pero eso no sería problema si manejaran con soltura, o al menos entendieran, la lengua coloquial con la que el pueblo llano siempre ha expresado penas y alegrías, aspiraciones y decepciones. Pero desconocen en igual medida la lengua coloquial: sus frases hechas, sus refranes, sus connotaciones. Si se les propone buscar sinónimos de contento, por ejemplo, no debe preocuparnos que no utilicen eufórico, pletórico…, pero quizá sí que les resulten “exóticas” las expresiones estar como unas pascuas o como unas castañuelas. Expresiones coloquiales que expresan, con gran riqueza expresiva, y hasta literaria, un estado de ánimo. Se despachan con un supercontento y ahí quedó todo. ¿Cómo van a entender la complejidad de la filosofía de Kant, la redacción de un contrato o el lenguaje político y publicitario? Se constata también que los alumnos cada vez comprenden peor la formulación de los enunciados de las preguntas con las que se les evalúa académicamente. Lo mismo ocurre con el lenguaje de los libros de texto. Y la vida es una carrera en la que muchas veces se van a tener que “vender” con la palabra.
Mis alumnos de hoy con mis alumnos ayer Miguel Ángel Oliver y Juan Luis Fuentes. ¡Una maravillosa experiencia! |
Inger Enkvit, experta sueca en la investigación comparada de los sistemas educativos más avanzados del mundo y autora de múltiples obras sobre pedagogía, a la pregunta: "¿Qué puede hacer España para mejorar sus resultados?", contestaba: "Mejorar el nivel lingüístico de los profesores y modificar algunas leyes. No hay que pensar que cualquier conducta es admisible. Los alumnos tienen que proteger el derecho de sus compañeros a la educación; no puede ser que uno alborote y otro no pueda hacer nada. Lo importante no es invertir mucho dinero para dar a todos educación, porque no todos la quieren recibir".
Llama la atención cuando se analiza el éxito del
modelo educativo finlandés que elijan cuidadosamente a quienes van a
formar como profesores, en cuanto a vocación, y por su brillantez en el
bachillerato y su riqueza lingüística, aspecto que nunca se ha valorado
entre nuestro profesorado. Si analizamos las notas de corte de los últimos años para el acceso a la
Facultad de Educación constatamos que han sido bajas en relación
con otros estudios. ¡Ahí queda para el análisis!
Otra merma que han sufrido los niños y adolescentes en las últimas décadas se manifiesta en la capacidad de la imaginación. Y esta facultad también es importante para aprender, pues facilita la formación de nuevas ideas y, por tanto, la enseñanza creativa. Dos causas están detrás de esto. Una, el hecho de que, en general, los niños leen cada vez menos. La lectura obliga a imaginar personajes, situaciones… Las imágenes, en cambio, nos dan ya acabada la historia. Todos hemos experimentado alguna vez que, cuando hemos leído una novela que nos ha gustado y luego la vemos llevada al cine, nos sentimos decepcionados. La imaginación siempre es más rica que la imagen y nos descubre algún camino mental por el que nos podemos escapar y transitar.
La otra causa que ha debilitado el poder de la imaginación es el tipo de juegos que tienen o han tenido estos chicos. Son juguetes sofisticados que dejan poco espacio a la imaginación. Si observamos a los niños, vemos que la ilusión ante un juguete nuevo dura un rato o unos pocos días, y pronto pasarán a jugar con cualquier otro utensilio doméstico. ¿No seremos los adultos los que sentimos más ilusión por comprarles juguetes que los propios niños? Si les dedicáramos un poco de tiempo, que es más barato, y jugáramos con ellos, compartiéramos vivencias con la palabra y les enseñáramos a imaginar, -porque también se enseña a imaginar-… les ayudaríamos notablemente en el proceso educativo. A los niños de hoy les sigue gustando que les cuenten historias…, pero cada vez les llega menos la cultura de la palabra. Un juego basado en imágenes tampoco permite "imaginar" mucho. Con solo mirar diez años hacia atrás nos daríamos cuenta de que el empobrecimiento del lenguaje y de la imaginación ha sido notable.
La falta de tolerancia a la frustración, el deseo de conseguir todo al instante, también inciden de forma negativa en la educación actual. El aprendizaje requiere tareas repetitivas, concentración, paciencia… silencio… Así aprendimos a andar, a hablar, ensayando el mismo gesto una y otra vez. Ahora, cuando los alumnos no ven el resultado positivo e inmediato a su esfuerzo puntual, renuncian fácilmente a volver a intentarlo. Y en realidad solo se fracasa cuando se intenta algo por última vez.
Se nos pide a los profesores que evitemos el aburrimiento. Está bien recordar que el verbo aburrirse es pronominal. Nadie nos puede aburrir: es una vivencia que se da dentro de nosotros. No cabe el aburrimiento si el alumno entra en una dinámica heurística e indaga sobre el conocimiento. Se aburre cuando es un mero receptor y el acto educativo es una experiencia pasiva. Hay que educar en el esfuerzo, en los valores, en la fortaleza, en la creatividad…, y lo demás llegará por añadidura.
También la educación en el esfuerzo es una de las claves del éxito finlandés.
Inger Enkvit asegura que "el éxito del modelo educativo finlandés se basa en el esfuerzo del alumno". Así se afrontan las frustraciones y la monotonía que siguen estando presentes en la escuela y en muchos puestos laborales. La tarea del jefe no es divertir a los empleados, sino dirigir y exigir la consecución de unos objetivos. Puede motivar, pero no sustituir el trabajo del empleado. Ese es el mundo que les espera fuera del aula. No podemos educar para el país de jauja, aunque en ese lugar viven muchos chicos de hoy sin saberlo…
¿Saben más nuestros adolescentes que los de la generación de sus padres? Si entendemos saber por tener información: sí. Si entendemos saber como madurez mental: no. Información no es lo mismo que conocimiento. La información es algo que se genera, que pasa de forma rápida, y que se olvida. El conocimiento requiere elaboración intelectual y crea un poso que va quedando en nuestro cerebro. ¿Son más felices porque tienen más artilugios de todo tipo? Rotundamente, no. ¿Es menor el índice de fracaso escolar? Los datos no lo avalan. La UNESCO nos termina de aportar la información de que uno de cada tres estudiantes abandona la Enseñanza Secundaria en España, frente a uno de cinco en los países de nuestro entorno.
Inger Enkvit asegura que "el éxito del modelo educativo finlandés se basa en el esfuerzo del alumno". Así se afrontan las frustraciones y la monotonía que siguen estando presentes en la escuela y en muchos puestos laborales. La tarea del jefe no es divertir a los empleados, sino dirigir y exigir la consecución de unos objetivos. Puede motivar, pero no sustituir el trabajo del empleado. Ese es el mundo que les espera fuera del aula. No podemos educar para el país de jauja, aunque en ese lugar viven muchos chicos de hoy sin saberlo…
¿Saben más nuestros adolescentes que los de la generación de sus padres? Si entendemos saber por tener información: sí. Si entendemos saber como madurez mental: no. Información no es lo mismo que conocimiento. La información es algo que se genera, que pasa de forma rápida, y que se olvida. El conocimiento requiere elaboración intelectual y crea un poso que va quedando en nuestro cerebro. ¿Son más felices porque tienen más artilugios de todo tipo? Rotundamente, no. ¿Es menor el índice de fracaso escolar? Los datos no lo avalan. La UNESCO nos termina de aportar la información de que uno de cada tres estudiantes abandona la Enseñanza Secundaria en España, frente a uno de cinco en los países de nuestro entorno.
Nuestros adolescentes se sienten solos, por eso la necesidad de estar siempre conectados, para tener la sensación de que a alguien le importan en todo momento. Padres ausentes, amigos virtuales, profesores convertidos en quijotes que quieren luchar, en una lucha desigual, por proponer valores que el mundo exterior a la escuela convierte en contravalores. Hablamos de estudio, trabajo, esfuerzo, metas… pero eso no motiva. Bastaría observar que en la mayor parte de la música que escuchan no están reflejados esos valores.
En este momento hay una doble brecha entre la sociedad y la escuela. Por una parte, la escuela no está a la altura de las demandas sociales en cuanto a preparación práctica. Por otra, la sociedad no apoya la formación integral de la persona que persigue la escuela.
Seguramente la escuela actual debe modificar estructuras inmóviles desde hace décadas. Quizá tengamos que abandonar para siempre los libros de texto y sustituirlos por plataformas o mochilas digitales para llegar al alumno en su propio medio. Las TIC están abriendo la escuela al exterior y el uso de internet puede estimular el aprendizaje. Pronto nos ayudarán asistentes virtuales. Quizá tengamos que sacar el aprendizaje a la calle al encuentro de la generación u-learning (un 38% de los españoles con más de 13 años poseen un smartphone y un 40% de los que tienen entre 8 y 18 años acceden a Internet desde su móvil), el aprendizaje basado en la tecnología y al que se tiene acceso desde cualquier lugar. Quizá tengamos que dejar de estar para siempre a pie de pupitre y tengamos que salir del aula al encuentro con los alumnos o meter su mundo dentro de esta. El profesorado está dispuesto a aceptar ese reto.
Pero, por otra parte, es difícil saber si seremos capaces de ayudarles a transformar la información en conocimiento y en una educación en valores. Porque también hay una brecha entre la sociedad y la escuela. La educación no puede renunciar a una formación integral de la persona. La escuela debe transmitir valores: tolerancia, justicia, solidaridad, gratitud, humildad, esfuerzo… Y la sociedad actual no contribuye a educar en valores, más bien presenta con frecuencia "modelos" que son contravalores. Quizá haya que transformar algo más que el sistema educativo, quizá sea la sociedad en su conjunto la que necesita recuperar el valor del ser frente al dominio del tener. La escuela está al servicio de la sociedad, pero no debe ser su esclava.
Y para educar es necesaria estabilidad (que no es lo mismo que inmovilismo) en el sistema. No se puede "sufrir" una ley educativa nueva cada pocos años… Tiene que haber consenso en educación. Debemos ponernos de acuerdo, buscando un equilibrio, sobre qué aspectos y directrices del currículo escolar deben tener un marco global y sobre cuáles pueden decidir la autonomía de los centros u otras instituciones. Ni una enseñanza uniforme, ni una enseñanza atomizada. Bien está que conozcamos el nombre del río de nuestro pueblo, pero también debemos seguir sabiendo que “el Pisuerga pasa por Valladolid”, como hecho y como dicho, porque, querámoslo o no, vivimos en la aldea global.
Sin embargo, a pesar de todo, y de todos, los docentes seguimos ahí, con el ánimo intacto y con vocación de servicio. Por eso, a pie de pupitre, en aulas virtuales, en la calle… siempre habrá un gran grupo de educadores entregados, que cada día emprenden una tarea difícil, pero ilusionante, y que no desfallecerán en su intento, porque seguirán convencidos de que participar en la educación de un país es un reto de gran altura que vale la pena asumir.
.