Sobre sexismo lingüístico
A VUELTAS CON EL GÉNERO Y EL SEXO (y III)
En aras de la lucha contra el sexismo en la lengua y en la
sociedad, hemos creado en el lenguaje sociopolítico términos que resultan
llamativos y chocantes, y que nos llevan al desconcierto. Hablamos, por
ejemplo, de discriminación positiva,
para favorecer la presencia social de la mujer, cuando el término
discriminación tiene un carácter negativo y va unido a un adjetivo con
significado positivo, por lo que la relación
entre ambos crea una paradoja.
¡Curiosa manera de eliminar una
discriminación con otra discriminación!
Hay que aprender a valorar a las personas por su valía personal y no porque formen parte de una “cuota” que marca la llamada discriminación positiva. Es seguir reconociendo, a través del propio idioma, que decimos que es sexista, que el sexismo es inevitable.
Lo mismo ocurre cuando oímos a mujeres que adoptan lo
peor del lenguaje de los hombres para
tratar de situarse socialmente a su nivel. ¡Triste liberación la de las mujeres que piensan conseguirla adoptando expresiones
malsonantes frecuentes en el lenguaje de los hombres como: “Estoy hasta los
cojones o que te den por el culo” y otras similares! Sin embargo, no
somos conscientes de que hay auténtico sexismo cuando para referirse o
dirigirse a las mujeres se usan adjetivos relacionados con el aspecto físico
como: ricura, gordi, preciosa, muñeca…
y para el hombre otros que valoran su
personalidad o su sexo: macho, jefe, tronco…
Resalta como un hecho evidente al estudiar cualquier idioma que en todas las lenguas hay características que están marcadas por los rasgos
diferenciadores de la personalidad entre sexos. Así, en castellano, el lenguaje de las mujeres usa más los
diminutivos: solita, problemillas, gordita, faldita…, los acortamientos: gordi,
peque, cari, ilu, porfa, pelu… y el prefijo moderno super: supersimpático,
superdivertido… En cambio, los hombres utilizan el sufijo –amen o –men que no usan las
mujeres: tetamen, culamen, pelotamen… Hay adjetivos o expresiones
frecuentes en el lenguaje femenino e inusuales en el masculino: bonito,
mono, chuli…, es muy cuco, es un cielo…, no sé qué ponerme…
En el lenguaje masculino son más frecuentes, en cambio, expresiones ligadas a la violencia: te parto la cara, te doy una hostia, dímelo a solas, si tienes cojones… Esto es consustancial a la diferencia de sexos y es difícil que pueda cambiarse.
En el lenguaje masculino son más frecuentes, en cambio, expresiones ligadas a la violencia: te parto la cara, te doy una hostia, dímelo a solas, si tienes cojones… Esto es consustancial a la diferencia de sexos y es difícil que pueda cambiarse.
Pero también es verdad que expresiones que oímos en la
lengua coloquial siguen marcando la diferencia, no solo de personalidad, sino
también social, entre hombres y mujeres. A la hora de referirnos a una relación
sexual accidental las mujeres suelen decir: me he enrollado con… y los
hombres: me he tirado a… El término quinceañera (chica que está en edad
de merecer) no tiene equivalente en masculino. De un hombre que se queda
soltero no se dice que se le ha pasado el arroz o que se queda para
vestir santos, pero, eso sí, los hombres echan canitas al aire…
En expresiones como estas se sigue constatando que la visión social de los dos
sexos no es la misma.
Es también curioso observar cómo la palabra cojones es muy utilizada por los hombres con
connotaciones generalmente positivas, por eso se identifica con lo valioso (cojonudo),
la valentía (tenía dos cojones, con un par de cojones, me sale de los
cojones, te corto los cojones), el éxito (me salió de cojones)…, en
definitiva, con cualidades que se atribuyen más a lo varonil.
Otro aspecto interesante del idioma es fijarse en la forma
en que se insulta a los hombres y a las mujeres para darnos cuenta de la
distinta valoración social de los unos y las otras. Se supone que un hombre
debe ser valiente, por tanto, al poner en duda su valentía aparecen insultos como: acojonado (a-cojonado:
sin cojones), cagado, mierdecilla, jiñao, huevón, huevazos,
pintamonas, rata, gallina, cagueta…
También al hombre se le supone la inteligencia, por ello hay variedad de insultos relacionados con la carencia de esta cualidad: zote, adoquín, mendrugo, sandio, ciruelo, melón, atún, percebe, membrillo, cernícalo, primo, merluzo… Se da por supuesta también su virilidad, por eso, cuando falta esta, le llamamos: impotente, marica, maricón, pitopáusico…
Se asume que el hombre debe llevar los pantalones (autoridad) y, si no es así, es un calzonazos, huevazos, un donnadie… También se supone que el hombre debe gozar siempre de la fidelidad de su pareja, por ello, cuando esto no ocurre, se le ridiculiza con términos como: cornudo, cabestro, cornúpeta, cabrón… Puede observarse que estos insultos no se utilizan para las mujeres, pero sí se usa la referencia a la madre para insultar al varón: hijo de puta, de perra, de su madre…, como si la mujer, en su condición de madre, fuera la responsable de la actitud del hijo.
También al hombre se le supone la inteligencia, por ello hay variedad de insultos relacionados con la carencia de esta cualidad: zote, adoquín, mendrugo, sandio, ciruelo, melón, atún, percebe, membrillo, cernícalo, primo, merluzo… Se da por supuesta también su virilidad, por eso, cuando falta esta, le llamamos: impotente, marica, maricón, pitopáusico…
Se asume que el hombre debe llevar los pantalones (autoridad) y, si no es así, es un calzonazos, huevazos, un donnadie… También se supone que el hombre debe gozar siempre de la fidelidad de su pareja, por ello, cuando esto no ocurre, se le ridiculiza con términos como: cornudo, cabestro, cornúpeta, cabrón… Puede observarse que estos insultos no se utilizan para las mujeres, pero sí se usa la referencia a la madre para insultar al varón: hijo de puta, de perra, de su madre…, como si la mujer, en su condición de madre, fuera la responsable de la actitud del hijo.
Hay insultos específicos para la mujer que denotan la
distinta valoración social de los dos sexos. Tienen que ver con su
comportamiento sexual, con su aspecto o con su carácter: puta, putón,
pendejo, fulana, zorra, guarra, pendón,
loba, lagarta, cardo, sargento, feto, callo… Curiosamente, muchos de
estos términos son masculinos.
Vivimos desgraciadamente una lacra vinculada a la violencia
machista y hemos creado una ley contra la llamada violencia
de género y esta denominación de la ley tiene ya una andadura política y
social que será imposible cambiar. Pero la violencia a la que se refiere la ley no está ligada al
género, que es un concepto puramente gramatical, está ligada al sexo, pues se
ejerce la violencia sobre personas de sexo hembra o mujer, o sea, de hombres
hacia mujeres. Al utilizar una expresión que es calco léxico del inglés gender
violence y aceptar la confusión
que ha generado el feminismo entre sexo y género gramatical (pues le ha añadido a este último connotaciones
socioculturales), hemos perdido una buena ocasión de llamar a las cosas por su
nombre y nos hemos perdido en los vericuetos del idioma, confundiendo otra vez
sexo y género gramatical. Más ajustada, y en consonancia con las lenguas románicas,
habría sido la denominación Ley contra la violencia doméstica o por razón de
sexo, que proponían los académicos, pero otra vez nos ha vencido el gusto
por el anglicismo.
A veces en un deseo de abreviar el lenguaje del desdoble,
ampuloso y falso, en la escritura se trata de simbolizar la presencia de los dos sexos bajo el signo de la @, signo
que no forma parte de nuestro alfabeto y que, por tanto, no podemos leer con un sentido neutro. La arroba, que es una antigua unidad de
peso, da la sensación de dejar la a del
femenino en su interior rodeada y supeditada de nuevo al signo de la o
masculino. ¡En poco se valora a las mujeres si su presencia en los
textos escritos queda marcada por una medida de peso! Más estrambótico resulta aún el uso de la x para referirse a los dos sexos.
En las últimas décadas la educación de la mujer ha ido
produciendo, y no siempre para bien, como se decía al principio, una igualación
de su lenguaje con el del hombre. Antes, las mujeres tendían más al uso de
eufemismos que creaban un falso lenguaje “más fino”. Así se oían más palabras y
expresiones como pompis (culo), hacer uso del matrimonio (coito),
venir el tío de América, estar mala (tener la regla), venir la
cigüeña (embarazo), hacer pis…
Pero, aunque se haya igualado el uso en algunos aspectos,
es una realidad que la lengua no se puede uniformar, porque el uso que hacen de un idioma las mujeres y los hombres es
diferente y además es un hecho científico que la capacidad lingüística es distinta en los dos
sexos. Las mujeres tienen mayor
capacidad lingüística: mayor variedad de léxico y mayor complejidad sintáctica.
No en vano llamamos a nuestra primera lengua, lengua materna, porque en la
mayoría de los casos se aprende observando y oyendo a la madre.
Lo que sí es claro es que no se transforma la sociedad a
través de la reforma del lenguaje. Mussolini trató de cambiar el tratamiento de
cortesía italiano lei, que es un pronombre de 3ª persona femenino, y que
es válido para ambos sexos, por voi, forma masculina para referirse al
hombre. Pero sus intentos fueron fallidos, pues en Italia se sigue tratando de usted con el pronombre lei, válido para los dos sexos. Algo parecido se
hizo en la Alemania del Este cuando se trató de crear un alemán popular que les
distinguiera del “alemán burgués” de la República Federal Alemana. El intento fracasó antes de desapareciera la propia República Democrática Alemana.
Así pues, si queremos que desaparezcan los rasgos sexistas
de un idioma, debemos acabar antes con el sexismo social y cultural. En
definitiva, cambiemos los pensares, sentires y vivires y en la lengua, de manera natural, irán cambiando los
decires.
Otros aspectos del tema en estos artículos:
A vueltas con el género y el sexo I
A vueltas con el género y el sexo II
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