Para el último viaje no es menester equipaje.
Cementerio nuevo de Paladín (León). Foto: MAR |
En estos días, 1 de
noviembre, Día de Todos los Santos y 2, Día de los Fieles Difuntos, viene a nuestra
mente el recuerdo de muchas personas
queridas que duermen para siempre el
sueño de los justos, y las recordamos haciendo visitas a los cementerios y ofreciéndoles flores, oraciones, homenajes... En las últimas décadas,
siguiendo costumbres anglosajonas, la
muerte se ha convertido también en un espectáculo y en una diversión colectiva a
través de la fiesta de Halloween. El miedo y esa cierta veneración ancestral a
la muerte de la cultura cristiana parece perderse en la actualidad y se sustituye por una parafernalia de esqueletos, disfraces de color negro, telarañas, sangre…
Cuando hablamos de la muerte, todo lo que concierne a la desaparición
física se convierte en tabú y, con frecuencia, tratamos de referirnos a ella sin
mencionarla directamente. De esta forma, utilizamos en nuestra lengua muchos sinónimos
(la mayoría cultos) para el hecho de morir que, en algunos casos, no parecen
tener un sentido tan negativo como el propio verbo morir: fallecer, perecer, fenecer, finar, finalizar, expirar, sucumbir, irse
(al más allá), desaparecer, consumirse, apagarse, caer, yacer… Y también unas cuantas
expresiones usadas como eufemismos. Algunas hacen referencia al sentido
cristiano de la trascendencia: entregar
el alma al Señor, descansar en la paz del Señor Dios, llamar Dios a su seno, dormir
el sueño eterno, subir al cielo, irse al otro mundo, pasar a mejor vida, llamar Dios a juicio, volar al cielo, gozar de Dios… Todas estas expresiones
aluden a un lugar de descanso posterior a la muerte. Es curioso que todas se
refieran al gozo que puede experimentar un difunto que haya muerto en gracia de
Dios. ¿Y qué ocurre con los malvados que, según la creencia cristiana, merecen
el infierno? ¿Todos se han arrepentido en el momento de la muerte? Tal vez la explicación esté en que los bichos
malos nunca mueren, porque el deseo
de hacer daño los hace inmortales.
Además, contamos con gran variedad de palabras y expresiones coloquiales o vulgares, como tener los días contados, caerse redondo, quedarse en el sitio, quedarse como un pajarito, diñarla, palmarla, espicharla, cascar, estirar la pata, irse al otro barrio, estar ya criando malvas, quedar tieso, salir de casa con los pies por delante… De alguien que muere de repente también oímos decir que se quedó en el sitio o se cayó redondo. Quedarse en el sitio en estos casos es lo normal, pues nadie se mueve después de muerto, pero caerse redondo es más chocante, ya que parece que el muerto hace ejercicios de contorsionismo mientras muere. También otras muy originales y humorísticas, como decir que a alguien le quedan dos telediarios, pero no sabemos si se refiere a un día completo, telediario de tarde y de noche, o una hora que es aproximadamente lo que duran los dos informativos. Del que está a punto de morir también se dice que no llega a las uvas o está liando el petate para descansar definitivamente en una mortaja de esparto. Y más original aún es la expresión ponerle a alguien el pijama de madera, con el que, a buen seguro, no se sentirá muy cómodo para dormir en la cama, pero tal vez sí para iniciar el sueño eterno.
Cuando la muerte afecta a muchas
personas y se produce una masacre, unos animales domésticos, poco simpáticos, nos
proporcionan la comparación caer como
moscas o chinches y, cuando la muerte afecta a todos los que representan la
tragedia de la vida, no queda nadie en el gran teatro del mundo, pues muere hasta el apuntador.
¿Pero, morimos o nos morimos? En
general usamos la forma intransitiva (murió) y la pronominal (se murió) de
forma indistinta. Pero no es posible el uso pronominal si la muerte es violenta
(una señora mayor ha muerto a causa de
un atropello).
Existe un lenguaje en torno a la muerte y a
los muertos, que está
formado por una serie de frases tópicas que pronunciamos cuando
la muerte ha hecho acto de presencia entre nosotros. En la mayoría de ellas se
esconde la palabra muerte, aunque no se mencione expresamente, y sorprende el
hecho de que, en ese trance, pronunciemos más la palabra vida que la palabra
muerte. Así ocurre en estas expresiones: es
ley de vida, la vida es así, se ha ido cuando mejor vivía o en lo mejor de la vida… Ante la lamentable pérdida tratamos de consolar a sus personas queridas
con frases que hacen referencia a la primera persona de plural y que parece que nos acercan a su sufrimiento: no somos nadie, a todos nos llega la hora… Tratamos
de consolar también con otras frases
estereotipadas, como te acompaño en el sentimiento, mi más sentido pésame, ha
sido un duro golpe, es una pérdida
irreparable, cuánto lo vamos a recordar, mis condolencias, descanse en paz… Me
faltan las palabras…Y sentenciamos con
¡por fin ha dejado de sufrir!
Otras expresiones tratan de ponderar
al finado para halagar, quizá no tanto al muerto, sino a la familia: siempre se van los mejores, era genio y figura,
se puso el mundo por montera, supo disfrutar, era muy
vital, era un ser irrepetible, le
debemos mucho, era un persona muy
querida, era único, era muy divertido…
Todos sabemos que existen distintos tipo de muerte física:
natural, violenta, súbita, senil (morirse de viejo)… Pero de la muerte, en la
lengua familiar y coloquial, se habla con
frecuencia de forma figurada, y las palabras relacionadas con ella han dado
lugar en español a una gran variedad de frases hechas. (Y también de muchos
refranes que, en general, excluimos de este artículo). En la vida cotidiana
usamos muchas de esas expresiones que tienen relación con la muerte y los muertos. Decimos que muere
un ordenador o un teléfono cuando
dejan de funcionar, una fiesta que ha
dejado de celebrarse, la alegría de una
casa…
En el lenguaje literario se han usado de forma reiterada imágenes para representar a la muerte. La más recurrente es la imagen del mar, que es el descanso del río de la vida. Esta metáfora se inmortalizó con los versos manriqueños: "Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar / que es el morir". La noche, la oscuridad, el negro, la sangre (en el caso de la muerte violenta), la guadaña, el polvo, el ciprés, el cuervo y el buitre, la calavera, el esqueleto son también imagenes frecuentes de la muerte. Y podríamos incluir unas cuantas más.
En el lenguaje de la vida diaria, tenemos
que cargar con el muerto más veces de
lo que quisiéramos, y como la carga es muy pesada, nos resulta difícil quitarnos
el muerto de encima. Hay personas, sin embargo, que no quieren cargar con el muerto y esconden
el cadáver en el armario, aunque no
sea fácil convivir con él, porque todo tipo de cadáveres suelen ser delatados
por el mal olor.
La vida nos obliga también a luchar a muerte para conseguir un objetivo, pero, en ocasiones, una vez conseguido, resulta ser solo algo de mala muerte. En casos así solo nos queda recurrir al dicho ¡tanto nadar para morir en la orilla! Con “muertos” muy diversos nos encontramos también a nuestro alrededor. En punto muerto puede estar un automóvil o nos puede faltar visibilidad para conducir bien por existir un ángulo muerto y, en vía muerta, la resolución de un asunto, especialmente si hemos firmado un documento con letra muerta. Y seguimos sumando muertos, que afectan tanto al espacio como al tiempo: espacio muerto, tiempo muerto, horas muertas…
Las horas de mis antepasados. Foto: MAR |
En cuanto a las formas de morir,
también hay diversidad. Hay gente que
decide (por iniciativa propia o ajena) cavarse
su propia tumba y enterrarse en vida. Otros prefieren morir
con las botas puestas, no sabemos si desnudos o vestidos, pero sí calzados.
En cambio, algunos mueren vestidos, porque mueren violentamente; incluso los hay que mueren como perros, porque lo hacen
abandonados, (aunque hoy la mayoría de los perros mueren en mejores condiciones
que personas que supuestamente mueren como ellos). Lo más triste es que algunos ni siquiera pueden morir, porque no tienen donde caerse muertos. También
podemos morir por partes, en una muerte reversible. Es lo que nos ocurre cuando
experimentamos la sensación de falta de sensibilidad en una mano y decimos que tenemos la mano muerta, que, en realidad, no
está tan muerta, porque podría defenderse sin dificultad.
Las causas por las que nos morimos de
forma figurada son variadas. Nos podemos morir
de ganas por conseguir algo que está
de muerte. El miedo o el hambre también parece que pueden matarnos: nos morimos de miedo, de frío, de un susto, de hambre, cosa creíble porque el miedo, el frío o la inanición nos pueden matar. Aunque también es verdad que con las ganas de
comer podemos pelear y salir ganadores, siempre que tengamos algún alimento para matar el hambre. Más agradable parece,
en cambio, morirse de risa o estar
muerto de amor. De risa puede llegar a morirse una persona de forma real a
causa de un síncope, y también de amor a causa de la pena que produce la
pérdida de un ser querido, pero, en general, usamos estas expresiones de forma figurada. Y nos morimos de pena por cualquier cosa
que nos conmueva y nos produzca dolor. Parece que hay individuos que hasta pueden morir de éxito. Pero hay,
además, una causa muy desagradable de
morirse: morirse de asco, porque uno
ya está rodeado de podredumbre en vida, sin necesidad de que su cuerpo se
descomponga. No muy lejos queda lo de morirse
de envidia, por eso de la envidia cochina…
Todos nos hemos hecho el muerto cuando nadamos y algunos, en caso de
peligro o por mero juego. Pero a ninguno nos gusta que nos llamen muertos de hambre, tanto si se corresponde
con un hecho real y tenemos cara
cadavérica, como si la expresión es utilizado como un insulto. Cuando algo nos impresiona mucho nos deja
más muertos que vivos, pero, como no se puede estar ni medio vivo ni
medio muerto, aunque hablemos de muertos
vivientes, al final seguimos vivitos
y coleando.
Si no morimos por causas naturales, podemos morir por accidente (por ejemplo, si
no ejecutamos correctamente un salto
mortal), o porque nos maten. Cuando se produce un ataque violento del que se derivan muertos, se usa de forma curiosa el verbo matar. El delincuente mata o asesina, en cambio, las fuerzas de seguridad abaten al asesino, que no es solo echarlo por tierra, en este caso, sino que es también un sinónimo de matar, aunque los motivos sean evidentemente diferentes. Pero el verbo
matar se usa con frecuencia y de forma directa en las expresiones populares. Existen personas que tienen disputas con otras y se llevan
a matar, porque se odian a muerte, y otras, en cambio, que parecen más pacíficas, las matan callando. Nos podemos sentir mataos por haber realizado un trabajo
matador o ser unos mataos para
los que nos desprecian por pobres o desgraciados. En estos casos se ve
claramente la diferencia de matiz que
existe en español entre los verbos ser y estar. Estar indica algo momentáneo, que no presenta el
componente de desprecio que tiene el
verbo ser. Así pues, en este caso, mejor estar matao, que es algo pasajero, que
ser un matao que implica
menosprecio.
Cuando no nos gusta recibir malas
noticias, siempre nos queda la opción de matar
al mensajero, como ocurría en la
antigüedad para que los malos augurios
no nos lleven a nosotros al matadero.
En algunas situaciones históricas de tipo revolucionario los sublevados han
deseado fervientemente acabar con
(matar) algún régimen autoritario o manifestar la aversión hacia las personas
que lo representa bajo el grito: ¡Muera!
De morir y matar también participan
los objetos, como el matafuego, que
sirve para apagar el fuego o el matacandelas,
instrumento más específico para apagar las velas; los fenómenos atmosféricos,
como el matacabras o viento del norte; sustancias, como el matacán
o estricnina que, como su nombre indica, se usa para matar perros;
plantas, como el matagallos; acciones, como ir a
matacaballo…
Cementerio viejo de Paladín. Foto;MAR |
Los muertos se entierran en los cementerios, lo mismo que en la vida se entierran algunos asuntos o desacuerdos. Los que no viven esos conflictos y tienen gustos en común se ofrecen para ser enterrados con otra persona diciendo: ¡Contigo me entierren! La palabra cementerio procede de la palabra latina coemeterĭum y esta del griego koimterium (lugar donde se duerme). Pero no parece que mencionar la palabra cementerio sea hablar siempre de lugar de descanso, pues aludiendo a los entierros, llamamos la atención de algún entrometido con preguntas como ¿quién te ha dado vela en este entierro? O ¿dónde entierra usted?, preguntamos de forma irónica a los fanfarrones para ridiculizarlos. De los muy tacaños decimos que van a ser los más ricos del cementerio; de los hipócritas, que son sepulcros blanqueados y de los osados, que son suicidas, porque se lanzan a tumba abierta. Y todos conocemos a personas tan calladas que son tumbas en vida, porque saben guardar un silencio sepulcral para mantener un secreto. En los cementerios podemos encontrar alguna calavera, ya que es su lugar natural, y en la vida real algún calavera, y aquí la diferencia de género indica una clara diferencia de significado. Sin embargo, decir de alguien que es mortal, en sentido figurado, se convierte en un elogio para destacar el ingenio y el sentido del humor de esa persona. Si además es divertida, es probable que le guste mover el esqueleto.
Ante situaciones que generan ambientes de tristeza
o de enfado decimos que estamos en un velatorio, entierro o funeral, especialmente si nos están echando
un responso en forma de regañina. Si
además estamos en un lugar que tiene una
luz mortecina, todo resulta
tan triste como un entierro de
tercera. Pero este ambiente fúnebre
contrasta con entierros bulliciosos y divertidos como el
de la sardina.
Los entierros están relacionados con
los cementerios, pero los cementerios están dentro y fuera de los camposantos, pues,
además de los que están llenos de sepulturas, hay, por ejemplo, cementerios
de coches y otros que también nos
generan cierta inquietud, como los
cementerios nucleares. Y en el lenguaje actual, sobre todo político,
también se ha puesto de moda hablar de los
cementerios de elefantes, instituciones donde terminan siendo colocadas
las personalidades que resultan incómodas, porque han dejado de interesar por su trabajo, edad,
pensamiento… La Eurocámara es considerada por muchos uno de esos cementerios.
Según algunas leyendas africanas, los elefantes,
cuando sienten próxima su muerte, se separan de la manada y se dirigen al lugar donde sus antepasados han muerto.
De los cementerios no salen los muertos, a pesar de lo que digan las leyendas o la fiesta de Halloween, aunque algunos se empeñan en desenterrar a los muertos con la maledicencia, sacando a relucir los defectos de los fallecidos. Desenterrar así podría ser profanar una sepultura, pero hay otras formas más espontáneas de resucitar a un muerto a través, por ejemplo, de una comida apetitosa, como la de arroz y gallo muerto. Siempre es mejor resucitar a un muerto de esta manera que desenterrar el hacha de guerra, que suena a enfrentamiento y que no alimenta.
También tenemos presentes a los muertos para enfatizar nuestro mensaje. Ni muerto (lo permitiré) o tendréis que pasar por encima de mi cadáver decimos para intensificar una negación; que me muera aquí mismo o que me maten, para certificar la verdad de lo que decimos; ni vivo ni muerto, para enfatizar que alguien que es buscado no ha aparecido. Y manifestamos nuestra contrariedad o enfado con frases curiosas y reiterativas como ¡qué muerto ni qué niño muerto! Y nos enfadamos y resignamos con la frase clave: ¡a morir por Dios!, que es todo lo que ha quedado de aquel deseo de otra época de morir por Dios, la Patria y el Rey.
La muerte es algo de lo que todos tenemos certeza absoluta, pues, además de para vivir, también hemos nacido para morir. Sin embargo, parece que algunos tratan de zafarse de ese final de la vida, porque son llamados o se llaman a sí mismos inmortales. Ha ocurrido en el mundo de la música y el cine. Y ocurre también con los académicos de la Real Academia Española: los inmortales. Este término procede de la denominación que se daba a los académicos de la lengua francesa, pues la española fue creada por Fernández Pacheco, en 1713, a imagen de la del país vecino. Se debe al lema A la inmortalidad que figuraba en el emblema de la institución francesa y que se refería a la obligación que tenían los académicos de velar por la unidad de la lengua, por tanto, la que pretendía ser inmortal era la lengua. Cada académico se comprometía a luchar por la inmortalidad de la lengua, de la palabra.
Entre todos la mataron y ella sola se murió es un dicho muy usado para calificar
la situación en que nadie se responsabiliza de un mal. No sabemos quién se
murió, quién es ella y por qué ese
femenino. Si se refiriera a las palabras, es real que a las palabras las
podemos agredir e incluso matar. A lo largo de la historia de un idioma vemos
cómo unas palabras han ido naciendo y otras muriendo, como en la historia de la
vida humana. Pero la lengua, las lenguas, aspiran a ser inmortales. ¿Cuántas lo
conseguirán? La historia lo dirá.
Desde luego, entre las muertes
reales, que afectan a todos los mortales, y las figuradas, que afectan a mucha gente, que también anda como muerta por la vida personal y
laboral, no es de extrañar que se diga de los que están disponibles de forma
permanente que funcionan las veinticuatro horas, como la funeraria.
Y como ya se ha hablado de forma prolija del lenguaje
mortuorio, si has llegado leyendo hasta aquí, amigo lector, es que no te has muerto de aburrimiento.
El muerto al hoyo y el vivo al bollo, como hemos oído tantas veces. ¡Carpe diem!
© Texto y fotografías: MAR