El que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho.
Cervantes
El contenido de los libros está hecho de palabras. Palabras sencillas, complejas, cultas, populares, científicas,
poéticas, inventadas… Los libros incorporan también, en la voz de sus
personajes, frases hechas de la vida cotidiana, proverbios… Pero los libros
también nos devuelven sus palabras
llenas de sentimientos, de ideas,
de conocimientos. Y a veces nos regalan
palabras o frases para que las
incorporemos a nuestra lengua. Eso lleva a que muchos dichos del idioma, de uso
común, procedan de los libros, especialmente de las obras literarias, pues en
ellas luce la lengua en todo su esplendor.
Trataré de recoger en este artículo, y en
otros posteriores que lo completarán, unos cuantos de esos dichos populares
introducidos en los contextos que los hacen posibles. Voy a hablar del uso
figurado de la propia palabra libro y de expresiones tomadas de los libros.
Nuestra
deuda con los libros
Que los
libros hablan es de libro, y
no solo nos cuentan cosas, sino que los nombres de los personajes o de sus autores pueden convertirse
en nombres comunes para calificar a personas que tienen características
parecidas a las de los personajes ficticios: son los llamados epónimos.
Según la RAE, un epónimo es la persona o cosa
que tiene un nombre con el que se pasa a denominar un pueblo, una ciudad, una
enfermedad, una época… El nombre de Alejandría
procede de Alejandro Magno; América,
de Américo Vespucio, cenicienta del
cuento homónimo; alzheimer de Alois
Alzheimer; romano de Rómulo; guillotina, del médico francés
Guillotin…
Nosotros, imitando a los libros, también
queremos hablar como un libro abierto. Como el libro
gordo de Petete y tantos otros que conocen bien los ratones de biblioteca, que no se asustan ante los tochos.
Pero no todos los libros hablan por igual, y así, a
vuelta de hoja, nos podemos encontrar desde que nacemos con el libro
de familia, que da fe de que existimos, pero,
aunque la familia sea larga, el tal libro no
ha pasado nunca de folleto. Luego nos vemos calificados en los libros de escolaridad, cuyo tamaño es
inversamente proporcional a nuestras calificaciones. Y de adultos, en algunas
ocasiones, tenemos que escribir o firmar
en libros de actas, textos que
no suelen ser la mejor “literatura”.
Luego nos adjudicamos un libro de cabecera, un libro de verdad que acompaña nuestros
sueños, pero que debemos leer despiertos si queremos que la lectura sea
productiva.
Los medios de comunicación nos hablan, a veces, de libros “de colores”: el libro rojo (recoge citas y discursos del dirigente chino Mao), libro azul (estudio sobre ovnis realizado por el ejército de EEU), o los famosos libros blancos que tratan de ser la panacea para presentar proyectos y tomar luego decisiones acertadas. Nombres curiosos en que parece que nos fijamos en el color de su papel, cuando en realidad debemos fijarnos en su contenido. ¿Y cuántas veces hemos tenido que pasar página de algún “libro” descolorido o incoloro con el que nos hemos encontrado en la vida?
Los medios de comunicación nos hablan, a veces, de libros “de colores”: el libro rojo (recoge citas y discursos del dirigente chino Mao), libro azul (estudio sobre ovnis realizado por el ejército de EEU), o los famosos libros blancos que tratan de ser la panacea para presentar proyectos y tomar luego decisiones acertadas. Nombres curiosos en que parece que nos fijamos en el color de su papel, cuando en realidad debemos fijarnos en su contenido. ¿Y cuántas veces hemos tenido que pasar página de algún “libro” descolorido o incoloro con el que nos hemos encontrado en la vida?
No
está en manos de cualquier persona escribir un libro, a pesar de que, según el
dicho popular, para realizarse en la vida, además de tener un hijo y plantar un árbol, debemos escribir un libro. Cosa
que no es fácil, ni aun echando mano de un libro
de estilo… Pero si escribimos, y llegamos a ser reconocidos en la labor,
quizá acabemos firmando, algún día, en un
libro de oro o libro de honor.
En
la literatura universal hay auténticos libros de oro que también han dejado huella en
el idioma: en palabras y en dichos
populares. A la cabeza de todos, el libro más importante de la literatura universal:
La Biblia.
De lo que es muy
importante o valioso decimos que es la
Biblia en verso. La paciencia tiene como máximo referente al santo Job. La pureza, a la Virgen. La catástrofe y destrucción son
un apocalipsis. En los momentos de apuro pasamos las de Caín, vivimos
un viacrucis o un calvario, lloramos como una magdalena, llevamos una
pesada cruz… Somos malos como Caín, Judas, Herodes o Barrabás. A
la envidia que implica maldad la llamamos cainismo.
Nos lavamos las manos como Pilatos, incluso
algunos se venden por un plato de
lentejas. Hemos tenido lazaretos…
Y cuando llueve mucho parece que vuelve el diluvio universal. La lista de
referencias, ¡Jesús, María, José!, sería
muy larga. Se abordará en otro artículo específico.
Otras
grandes obras también han incorporado expresiones e epónimos al idioma: ser una celestina, una trotaconventos, un lazarillo... Y es el Quijote la obra
que más ha incorporado. Palabras como quijote
y, su variante en femenino, quijotesa,
se usan para denominar a personas que anteponen sus ideales a su conveniencia; quijotesco, para definir lo idealizado; quijotada, para hablar de la actitud de alguien que lucha de
forma inútil contra la realidad, quijotescamente…
Plaza de España. Madrid |
De la misma obra tomamos la expresión ser
el bálsamo de Fierabrás, el bálsamo que lo cura todo. A los jamelgos de mal
aspecto les llamamos rocinantes… Pancista o sachopancista llaman algunos a las personas que carecen de ideales
y son conformistas. Estas y otras muchas surgen
a partir de las obras cervantinas.
Pero también hay ejemplos tomados de obras de otros autores. A
los solitarios les llamamos robinsones. A
las personas necias, cacasenos (de la
obra Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno,
de J. C. della Croce). A los que escritores que usan un estilo muy retorcido,
gerundios (de la obra Fray Gerundio de
Campazas, alias Zotes). A los que
tienen facilidad de palabra, cicerones
(en alusión a Cicerón, el mayor orador de Roma).
Citas
de textos también se han convertido en dichos populares: Ladran, señal que cabalgamos,
para conjurar a los que ponen inconvenientes a nuestras acciones. La frase se
atribuye a Cervantes, (Ladran, Sancho,
señal…) pero es una atribución falsa, procede del poema Ladrador de Goethe. Con la iglesia hemos topado, "quiere" estar tomada del Quijote, aunque hay un doble error en el uso de la frase, ya que lo que se dice en la obra cervantina es: "con la iglesia hemos dado, Sancho" y se refiere a la iglesia solamente como edificio, no como institución.
En la Oda a la vida solitaria de Fray Luis de León aparece un verso que se ha convertido en dicho: (huir del) mundanal ruido. Los sueños, sueños son, nos llevan a la famosa obra calderoniana. La España de charanga y pandereta, que define una España tosca y conservadora, es un verso de Antonio Machado. Todo es según el color / del cristal con que se mira, son versos de un poema de Campoamor. Ándeme yo caliente y ríase la gente fue una expresión popular hecha famosa por Góngora. Lope de Vega convirtió en símbolo de unidad a Fuente Ovejuna: todos a una, como Fuenteovejuna. Y los citados son solamente unos pocos ejemplos.
Ilustración de Mingote, en la edición de Martín de Riquer |
En la Oda a la vida solitaria de Fray Luis de León aparece un verso que se ha convertido en dicho: (huir del) mundanal ruido. Los sueños, sueños son, nos llevan a la famosa obra calderoniana. La España de charanga y pandereta, que define una España tosca y conservadora, es un verso de Antonio Machado. Todo es según el color / del cristal con que se mira, son versos de un poema de Campoamor. Ándeme yo caliente y ríase la gente fue una expresión popular hecha famosa por Góngora. Lope de Vega convirtió en símbolo de unidad a Fuente Ovejuna: todos a una, como Fuenteovejuna. Y los citados son solamente unos pocos ejemplos.
Seguramente, más de uno, a la hora de bautizar a su perro ha elegido el nombre de algún
famoso perro literario. Desde el Milu de
Tintín, pasando por Argos, el perro de Ulises; Toto, el compañero de Dhoroty en El Mago de Oz; Jip, de David Coopperfield;
Buck, el protagonista de la Llamada de la
selva de J. London; la famosa Lassie,
de Lassi vuelve a casa, protagonista
también de varias películas; Tock,
protagonista del Fantasma Tolbooth; Fiel
amigo, de Old Yeller.
Otros perros famosos son Cerbero, un perro de la mitología clásica que aparece en la Divina Comedia, los inolvidables Reina y Golfo, protagonistas de La Dama y el vagabundo de W. Greene. Y Niebla, el perro del abuelo de Heidi. Y perros de otras obras: Lucas, Pluto, Flush, Enzo… y muchos más.
Y si volvemos los ojos a la literatura
española tenemos los famosos perros Cipión
y Berganza, del Coloquio de los perros cervantino,
perros protagonistas que tienen la facultad de
hablar. Canelo es el perro que
acompañaba siempre al entrañable Luisito en Miau
de Galdós. Barcino y Butrón aparecen en El Quijote. Muchos recordamos también a Troylo, ese perro que sabía escuchar las reflexiones sobre lo divino y lo humano que comparte con él su
amo, Antonio Gala.
También
hemos tomado a veces nombres de gatos de animales literarios: el Gato de Cheshire, de Alicia en el
país de las maravillas, Morriña de
El
Bosque que animado...
Asimismo recordamos al entrañable burro Platero… Otro
asno, en cambio, el de
Buridán, nos sirve de ejemplo para criticar la situación absurda a la que
puede llevar el no decidirse. Es un asno que muere de hambre por no resolver la
duda sobre qué montón de hierba tenía que elegir para comer.
Con
nombres de protagonistas de libros definimos a veces defectos de personas, que tienen unos rasgos
similares a esos personajes. Los hipócritas
son tartufos. Los que odian el género humano, misántropos. Los poco agraciados son patitos feos. El que es grande y
fanfarrón es un Fierabrás. El que
actúa de alcahuete es un galeoto
(personaje citado por Dante). Robot es un nombre que aparece en la obra
teatral Rossum´s Universal Robots del
dramaturgo checo Karel Capek, que se estrenó en 1921.
El hombre de cualidades extraordinarias es un
superman, como el personaje de J.
Siegel.
Llamamos fígaros a los barberos,
basándonos en el personaje de
Beaumarchais. Trotaconventos,
a las alcahuetas como la que aparece en el Libro
del Buen Amor. A las personas que se parecen mucho a otras las llamamos sosias, personaje de la comedia Anfitrión de Plauto. La propia palabra anfitrión también ha entrado en nuestro idioma a través de la
literatura (con el significado actual, a
partir de la obra de Molière del mismo título). La palabra pantalón procede del personaje Pantaleón
de la comedia del arte, personaje que se vestía con esa prenda. Y lindo
don Diego es un buen apelativo para el hombre muy presumido.
De los que no hacen algo ni dejan hacerlo
decimos que son como el perro del
hortelano (que no come ni deja comer). La expresión procede de una fábula
de Esopo, perro que guardaba un huerto del que no comía la verdura ni la dejaba
comer. Lope de Vega le dio ya un valor
simbólico en su obra El perro del hortelano.
De
celebraciones con comidas muy copiosas decimos que son como las bodas de Camacho (El Quijote), o pantagruélicas
(de Pantagruel, personaje de
Rabelais). Puestos a ser invitados, es mejor aprovechar para comer opíparamente
que ser convidados de piedra, pues en
ese caso, no tendríamos ni voz ni voto, ni boca para comer. La expresión surge
de El burlador de Sevilla y convidado de
piedra. Claro que mejor pasar desapercibido que acabar tras cornudo, apaleado, expresión
que procede del Decamerón.
De
situaciones complicadas decimos que son rocambolescas, surrealistas, kafkianas…
A las situaciones dramáticas las calificamos como dantescas. De actuaciones
astutas o malvadas decimos que son maquiavélivas o mefistofélicas. A un
tipo de gafas similar a las que usaba Quevedo les llamamos quevedos.
Monumento a Kafka, Praga |
En
el mundo de las relaciones amorosas hablamos de amores platónicos o
temperamentos románticos, quijotescos…
Lolita, la novela de Nabokov, ha dado
origen a que se califica como lolita a
la niña o joven que resulta seductora para hombres mayores. Se usa este término
en el mundo de la pornografía infantil. Otros términos son amores sáficos o amores lésbicos. Los adjetivos proceden de la poeta griega Safo que, en su poesía,
hablaba de relaciones amorosas con mujeres. Safo vivía en Lesbos y de ahí procede
le término lesbiana y lésbico.
Si
se trata de grandes amores, amamos como Romeo
y Julieta o los amantes de Teruel
(tonta ella, tonto él) o nos convertimos en macías (trovador medieval). A
los mujeriegos los llamamos burladores, donjuanes,
tenorios o casanovas.
De
las obras homéricas también nos han llegado varias expresiones populares. Cuando alguien tiene
un punto débil en su salud o personalidad decimos que ese es su talón
de Aquiles. El uso de una estratagema para conseguir un fin se compara con el caballo de Troya. De La Ilíada, procede también la expresión arde Troya o allí fue Troya para hablar de algún conflicto.
Y hoy nos preocupan los programas maliciosos llamados troyanos. Muchas veces hemos oído una frase, relacionada con un personaje de La Ilíada: La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. La expresión (aunque no se suele hacer la cita completa, algo necesario para entender bien su significado) está en Juan de Mairena de Antonio Machado. De la disputa entre Hera, Atenea y Afrodita, por su belleza, dio origen a la Guerra de Troya y a lo de ser manzana de la discordia.
También La Odisea ha hecho sus aportaciones a la lengua coloquial. Si nos vemos inmersos en un viaje aventurero y peligroso hemos vivido una odisea. Y de la misma obra viene la expresión ser algo inacabable como la tela de Penépole. El que es maestro o guía es llamado mentor, palabra que procede del compañero de Ulises y criado de Telémaco.
Para calificar estilos, también a veces usamos epónimos. Así hablamos de azoriniano, quevedesco, valleinclanesco, unamuniano, dickensiano, orvelliano (actitudes opresoras que se imponen por la propaganda), tolkiano… para referirnos a temas o estilos similares a los de estos autores.
Y hoy nos preocupan los programas maliciosos llamados troyanos. Muchas veces hemos oído una frase, relacionada con un personaje de La Ilíada: La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. La expresión (aunque no se suele hacer la cita completa, algo necesario para entender bien su significado) está en Juan de Mairena de Antonio Machado. De la disputa entre Hera, Atenea y Afrodita, por su belleza, dio origen a la Guerra de Troya y a lo de ser manzana de la discordia.
También La Odisea ha hecho sus aportaciones a la lengua coloquial. Si nos vemos inmersos en un viaje aventurero y peligroso hemos vivido una odisea. Y de la misma obra viene la expresión ser algo inacabable como la tela de Penépole. El que es maestro o guía es llamado mentor, palabra que procede del compañero de Ulises y criado de Telémaco.
Del mundo clásico también proceden otras frases. César nos
legó las famosas: veni, vidi, vici y alea, iacta, est (llegué, vi, vencí / la suerte está echada).
Son frases que Suetonio atribuye a Julio César. Relacionada también con la Guerra de las Galias usamos la
expresión: cruzar el río Rubicón,
para referirnos a algo que ya no admite vuelta atrás, aunque provoque
consecuencias negativas. Y Demóstenes y Cicerón nos legaron la frase: soltar una filípica o una catilinaria a alguien
(Demóstenes las dirigió contra Filipo II de Macedonia y Cicerón contra Marco
Aurelio). El pensamiento es libre (cuando es libre de obedecer a la verdad) era frase de Cicerón. Hay personas que no conocen ninguna de estas expresiones, aunque sean de los que saben latín, sin nunca
haberlo estudiado.
Para calificar estilos, también a veces usamos epónimos. Así hablamos de azoriniano, quevedesco, valleinclanesco, unamuniano, dickensiano, orvelliano (actitudes opresoras que se imponen por la propaganda), tolkiano… para referirnos a temas o estilos similares a los de estos autores.
Frase de Cervantes. Ilustración de Mingote |
Por
eso, como al buen callar llaman Sancho,
es hora de callar y ponerme a leer… Os invito a hacer lo mismo.
Me están esperando... |
¡Días
de libros, años de libros, vidas de libros!